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Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana Dr. Emilio Ravignani

versión impresa ISSN 0524-9767

Bol. Inst. Hist. Argent. Am. Dr. Emilio Ravignani  no.39 Buenos Aires dic. 2013

 

RESEÑAS

Alfredo Ávila y Alicia Salmerón (coords.). Partidos, facciones y otras calamidades. Debates y propuestas acerca de los partidos políticos en México, siglo XIX., México, Fondo de Cultura Económica, 2012. 254 páginas.

 

Ignacio Zubizarreta

CONICET /Instituto Ravignani

A través de varios capítulos elaborados por diversos autores se aúna el enfoque sobre una temática en particular, la de las facciones políticas. El interés que el libro puede despertar entre los lectores se valoriza por partida doble. Por un lado, por la contribución que en sí mismo representa para la historiografía mexicana, más pormenorizadamente en el ámbito de la política. Pero por otro -y principalmente para los historiadores locales- porque en los estudios que se suceden a través de sus 254 páginas, descubrimos que las prácticas, discursos, representaciones e inclinaciones ideológicas de los partidos y facciones durante el siglo XIX son -en muchísimos aspectos- muy similares tanto en México como en el Río de la Plata.

Alfredo Ávila, investigador de la UNAM, y Alicia Salmerón, profesora del Instituto Mora, reflejan los principales objetivos de la obra por medio de una introducción conjunta que pretende dar coherencia a los distintos capítulos que la componen. Dichos capítulos, a su vez, constituyen una serie de aportes escritos por diferentes especialistas que cubren temáticas diversas pero convergentes en la problemática de fondo, el faccionalismo político. A través de la introducción, los compiladores procuran poner de relieve la connotación negativa que han tenido -tanto en México como en otras latitudes- los conceptos de facción y de partido. No es casual que el título del libro homologue dichos conceptos con el de calamidad. Así, las facciones encarnaban en el ideario social decimonónico el mal que significaba la segmentación de la sociedad en grupúsculos con intereses egoístas y particulares. Tanto la vieja tradición corporativa y de antiguo régimen como las ideas más modernas introducidas por el pensamiento ilustrado, rechazaban cualquier forma de fraccionamiento partidario. No obstante, Ávila y Salmerón remarcan que esa visión negativa hacia los partidos y facciones no fue siempre constante; es decir, si bien continuó siendo negativa durante todo el siglo XIX y parte del consecutivo, algunos de sus significados fueron mutando al calor de los cambios políticos internos y externos. La existencia de países pujantes que justificaban, en buena medida, su estabilidad institucional en la diversidad de ideas y partidos -verbigracia, su poderoso vecino del norte, Estados Unidos- llevó a las elites políticas mexicanas a una contradicción que no lograron resolver al menos durante el lapso que abarca la obra. Así, hacia mediados del siglo XIX, luego de años de indefinición y conflictos entre facciones que no podían terminar de consolidarse en el poder, un discurso más conciliador compartido tanto por conservadores como por liberales -y proclive a condenar el exclusivismo- favoreció una postura más pluralista. Pero trascendiendo el ámbito discursivo, en el más llano terreno de las prácticas y desde la cima del poder, siempre se hallaban excepciones que permitían justificar, en base a necesidades de gobernabilidad, medidas que en definitiva excluían todo tipo de actividades políticas por parte de los opositores. A pesar de que hacia fines del siglo XIX comenzaron a circular entre los intelectuales del porfiriato nuevas ideas acerca de la necesidad de consolidar las instituciones y confeccionar programas políticos con selección de candidaturas, nunca se llevaron a cabo reformas de fondo. La aspiración final de la clase dirigente finisecular, ante la perspectiva de un régimen que no podía durar por siempre, fue la de conformar un partido único, pluralista y nacional. Pero ese pluralismo no pretendía ir más allá de representar y albergar las distintas variantes de un liberalismo triunfante, como tampoco abrir el juego de la democracia a las masas.

Este esquema general arriba esbozado, y que refleja la introducción del libro, puede ser profundizado en los estudios de caso que comienzan acto seguido. De este modo, en el capítulo I: "El Orden republicano y el debate por los partidos, 1825-1828", Alfredo Ávila y M. Eugenia Vázquez Semadeni nos introducen en una época turbulenta, en la que los distintos bandos se delineaban identitariamente -y de manera siempre antagónica- de acuerdo a definiciones estereotipadas que eran vehiculizadas a través de la prensa facciosa. Así, los federales decían representar la voluntad general, encarnar un proyecto republicano, y combatir a los "serviles", "aristócratas" y "anárquicos" de tendencia centralista. Mientras que este último bando achacaba a sus contrincantes el hecho de ser "aduladores del pueblo, facciosos, anarquistas, ignorantes." Los autores logran confeccionar un análisis sumamente interesante sobre la dinámica política de ese momento, incorporando al esquema la compleja trama de logias masónicas que se fueron identificando con las facciones en pugna (yorkinos-federales/ escoceses-centralistas). En el capítulo II, "La actitud de la administración de Anastasio Bustamante hacia los partidos y la oposición política (1830-1832)", Catherine Andrews reflexiona sobre el lugar que tenía la oposición durante el régimen conservador de Bustamante. De esta manera, desmenuza las distintas medidas que se fueron tomando -ideadas por Lucas Alamán- para limitar la participación política de los federales, más afines con los sectores populares. Algunas de ellas consistieron en la prohibición de las reuniones secretas, la sanción de leyes electorales censitarias y el amordazamiento de la prensa opositora. En cambio, Erika Pani, a través del tercer capítulo del libro: "Entre la espada y la pared. El partido conservador (1848-1853)", prefiere concentrarse en el estudio del grupo político que tomó el poder luego de la derrota mexicana en la guerra librada contra los Estados Unidos. Dicha agrupación, de claro tinte conservador, es analizada por medio del periódico que le fue devoto, El Universal, cuyo principal objetivo era minar las bases del liberalismo y del régimen federal, devaluando conceptos como "soberanía popular", "contrato social" o "derechos del hombre

Otra es la meta que se propuso Fréderic Johansson en el cuarto capítulo: "El imposible pluralismo político, del exclusivismo y otros vicios de los partidos políticos en el México de la Reforma". En este apartado, el autor estudia las contradicciones entre el discurso liberal de la Reforma (1855-1863) y los actos políticos del gobierno que la sostuvo durante las gestiones sucesivas de Juan Álvarez, Ignacio Comonfort y Benito Juárez. Mientras que el discurso era favorable al pluralismo, en la práctica los cargos públicos y la representación política estaban vedados a los conservadores. Alicia Salmerón escribe el quinto capítulo, "Partidos personalistas y de principio, de equilibrios y contrapesos. La idea de partido de Justo Sierra y Francisco Bulnes". En él, la autora da cuenta del pensamiento de dos ideólogos del porfiriato, contrastando el unanimismo de Sierra con la posibilidad de un multipartidismo, apadrinado por Bulnes. En el sexto capítulo: "¡Sufragio efectivo, no reelección! Un partido político contra el poder absoluto", Pedro Salmerón Sanginés nos explica el rol político de Francisco Madero y la construcción de su partido político antirreleccionista (1910), mientras que Laura O´Dogherty, en el último capítulo del libro, "El partido Católico Nacional. Las instituciones liberales al servicio de la restauración católica", refleja la fugaz experiencia (1911-1914) de la agrupación política que buscó defender los intereses católicos desprotegidos tras la caída de Porfirio Díaz.

La obra, como la mayoría de las compilaciones, tiene defectos y virtudes. Entre los primeros, cabe destacar cierta disparidad entre los distintos capítulos -algunos mejor logrados que otros- mientras que, entre los segundos, se destaca la propuesta de renovar la visión sobre un tema fascinante, el faccionalismo político decimonónico, proponiendo vías, sugiriendo reflexiones y aportando nuevas miradas. A través de ese espejo que puede constituir el caso mexicano, bien podemos, desde la historiografía argentina, animarnos a observar paralelismos, puentes y desafíos comunes. Por todo eso, esta nueva obra es bienvenida.

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