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Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana Dr. Emilio Ravignani

versión impresa ISSN 0524-9767

Bol. Inst. Hist. Argent. Am. Dr. Emilio Ravignani  no.39 Buenos Aires dic. 2013

 

RESEÑAS

Graciela Batticuore, Mariquita Sánchez. Bajo el signo de la revolución. Buenos Aires, Edhasa, 2011. 320 páginas.

 

Hilda Sabato

CONICET - Instituto Ravignani

Mariquita Sánchez es el primer volumen de una colección que, bajo la dirección de Gustavo Paz y Juan Suriano y con el sello de editorial Edhasa, comenzó a publicarse hace ya más de tres años y que incluye volúmenes dedicados a otros nombres célebres argentinos como Mariano Moreno, Juan José Castelli y Bernardino Rivadavia, entre muchos otros. En el marco de una revalorización de la biografía como género dentro del campo de la historia, la iniciativa de invitar a destacados historiadores a explorar un terreno en el que pocos de ellos habían incursionado está dando excelentes resultados

En ese sentido, este primer volumen a cargo de Graciela Batticuore es un modelo de biografía, no porque establezca pautas fijas para escribir las que siguen, sino porque ofrece lo contrario: una historia contada a partir de una estrategia narrativa elegida en función de una vida singular, la de Mariquita Sánchez. Es, por lo tanto, a la vez un modelo y un ejemplar único. La forma de abordaje, el desarrollo argumental y la estructura expositiva han sido cuidadosamente escogidos para dar cuenta de la vida de esa persona particular y fascinante, que Batticuore reconstruye aquí como personaje

"Las vidas están compuestas como si fuesen mosaicos", señala el renombrado biógrafo de Henry James, el estadounidense León Edel, en "Vidas ajenas. Principia biographica" 1. Y son mosaicos de la vida de Mariquita lo que ofrece esta biografía. "Los mosaicos -vuelvo a Edel- antes de quedar acomodados no son ficción; son un cúmulo de trozos pequeños de realidad, ordenados para formar una imagen". Trozos buscados, trozos encontrados, recuperados, seleccionados, interrogados y articulados en una imagen que es a la vez una superposición de imágenes de Mariquita: tal es la operación que se ha plasmado en esta biografía. Esas imágenes son, más que sucesivas -desplegadas a lo largo del tiempo-, simultáneas, caras y pliegues presentes en cada momento. Pues si bien se dibuja una trayectoria, ésta no resulta de una presentación estrictamente cronológica de la vida del personaje, sino que se desprende de una narración que sigue otros caminos.

Hay un punto de partida que es, sin embargo, enfocado desde el final del camino. "En perspectiva" se llama el capítulo 1, porque recoge la mirada que, hacia finales de su vida, Mariquita arroja sobre su propio pasado y el pasado de la tierra en que le tocó vivir, en tiempos de la Colonia. Por medio del ejercicio de la escritura, actividad que se constituyó en uno de los ejes de su vida, volcó en un manuscrito sus recuerdos que trasmiten una visión enteramente negativa de ese pasado, sintetizado en la frase "la vida era triste y muy monótona". La luz habría de llegar primero con los ingleses durante las invasiones y más tarde, claro, con la revolución.

Estos recuerdos no incorporan, señala Batticuore, ninguna de las novedades que la circulación de las ideas de la Ilustración y las transformaciones de los marcos políticos y económicos en la tardía colonia habían traído al Río de la Plata. Son éstas, más que los oscurantismos por ella evocados, los que podrían arrojar alguna luz sobre un episodio fundamental de la vida de Mariquita: su negativa, con 14 años de edad, a casarse con quien sus padres le habían seleccionado como candidato, su apelación al virrey para que suspendiera el compromiso (lo que anuncia espectacularmente el día en que la casa familiar está de fiesta para celebrar ese compromiso) y su pedido de autorización al mismo virrey para unirse en matrimonio con el hombre de su preferencia, su primo Martín Thompson. A pesar de los recursos interpuestos por la madre de Mariquita, el virrey laudó a favor de los jóvenes. Más allá de las consideraciones acerca del carácter y la resolución del personaje, ni su arriesgado gesto (que no fue, sin embargo, enteramente excepcional para la época) ni la resolución del caso se pueden explicar sin tener en cuenta los cambios en las ideas y las costumbres de ese fin de siglo. La monotonía colonial albergaba ya las avanzadas de la modernización que será el signo bajo el cual transcurrirá buena parte de la vida de Mariquita.

Lo que siguió de su vida queda, así, inscripto en ese horizonte inicial y se ordena en cinco capítulos armados en torno a diferentes focos que iluminan la historia de Mariquita:

La patria, que remite a la revolución, a la identificación con los ideales y las acciones de mayo, al papel que supo construirse como "ilustre patriota" protagonista con otras mujeres de la gesta revolucionaria y como promotora de la sociabilidad doméstica y anfitriona de tertulias donde se reunía la vanguardia letrada de la época para desplegar el arte de la conversación y el intercambio político. La vida de Mariquita queda desde entonces imbricada con la de la patria. Así, los dolores que a poco de andar trajo la revolución tuvieron su equivalente para ella, que quedó viuda y con cinco hijos luego de una frustrada misión de Thompson en los EE.UU. -enviado y abandonado por el gobierno revolucionario- y que terminó con su muerte en alta mar. En la misma clave, los sucesivos vaivenes de su vida pueden leerse en paralelo con los avatares políticos de su patria.

Mariquita patriota fue una imagen que ella misma contribuyó a construir, pero que a su vez fue reflejada y refractada por la iconografía posterior sobre la revolución de mayo y quedó así grabada en la memoria histórica de los argentinos. El cuadro que en 1910 pintó Subercaseaux de la interpretación del himno en la casa familiar de la calle Florida, que Batticuore se detiene a analizar, constituye quizá el ejemplo más exitoso de esa construcción imaginaria.

La casa es, precisamente, el foco del original tercer capítulo y es el centro en torno al cual gira la vida del personaje. La casa familiar, de sus padres, una mansión que denotaba la opulencia de sus ocupantes, se convirtió en su hogar cuando casó con Thompson y luego con Mendeville, el hogar de su hija Florencia y familia cuando quebró el negocio de su yerno, y finalmente, en refugio último después del exilio montevideano. Allí murió en 1868. Modificada y ampliada en los años prósperos, recortada y parcialmente alquilada en los tiempos de dificultades, la casa fue mucho más que una vivienda. Y Batticuore se detiene muy perceptivamente en ella.

La casona de la calle Florida fue el espacio material de la sociabilidad de las tertulias donde reinaba Mariquita. Se erigió, además, en muestra de la sensibilidad y de la cultura europeizada, afrancesada, de sus dueños, en sintonía con la que predominaba por esos años entre las elites porteñas, así como de la modernidad expresada en la arquitectura y en los adelantos técnicos incorporados. Fue, finalmente, el símbolo del poder de una familia y sobre todo de una mujer, que desde su lugar de matrona con influencias, no dejaba de ejercer sus artes sociales y de poner en juego sus conexiones para intervenir desde allí en la agitada vida política porteña de los años 20 y del primer rosismo, ubicación que la convirtió también en foco de duras y difamadoras críticas. Batticuore da cuenta del cuidado y la meticulosidad con que Mariquita se ocupaba de los aspectos materiales referidos a la vivienda: las modificaciones a los edificios, la decoración y ornamentación de los ambientes, el mobiliario, la vajilla, en fin, no hay aspecto de la casa que no la ocupara y preocupara.

El trato es el cuarto capítulo y está dedicado sobre todo a su figura de "escritora", realzada durante los años del exilio en Montevideo, pues a través de sus cartas - dice Batticuore-, Mariquita buscó reemplazar el ejercicio de la conversación que mantenía con amigos y conocidos de Buenos Aires y que no resultaba del todo compensado por la sociabilidad que seguía practicando en tierras orientales. Las virtudes del buen trato que practicaba en las tertulias, se reproducían también a través de la escritura. Escribir bien, saber escribir, lo que a su vez implicaba leer y estar al tanto de las novedades literarias, constituía un capital que las mujeres podían acumular y exhibir en paralelo a los hombres. No se trataba, sin embargo, de escribir para publicar -nos dice Batticuore-, sino del manuscrito destinado a un público cercano, que podía ser leído en tertulia o en familia, entre amigos. Ensayó diferentes formatos, desde las cartas más íntimas a su hija Florencia y a sus amigas cercanas, o la correspondencia más cuidada con sus contertulios letrados, hasta los versos para grandes y chicos o la crónica social y política de su Diario, escrito para los amigos antirrosistas, como Echeverría o su propio hijo Juan Thompson.

Los papeles es el quinto capítulo donde explora más detenidamente los productos de esa escritura, en particular el que refiere a la política en Buenos Aires. En ese terreno, sus interlocutores iban desde Alberdi a Sarmiento y desde sus hijos a su amigo de la infancia, Don Juan Manuel de Rosas, con quien se tuteaba y a quien se animaba a decir cosas que a cualquier otro podían costarle caro. Durante los años de Montevideo, esa amistad le permitió obtener autorización para repetidos retornos a Buenos Aires. Al mismo tiempo, operaba en sintonía con los exiliados y con los opositores a Rosas, y compartía con ellos la ansiedad de una situación que se hacía interminable pero que a la vez no dejaba de deparar zozobras permanentes, a la luz de los rumores, pasquines, chimentos e intrigas que cruzaban el río ida y vuelta sin cesar. En febrero de 1852, ante las noticias inciertas que llegaban a Montevideo, se desespera por no poder "hacer nada" y dice en carta a su hija "Yo nací para ser hombre". He aquí el tope para una mujer que, en efecto, a pesar de sus audacias, no podía traspasar los límites impuestos a su condición.

El último capítulo está dedicado a los gastos y nos muestra todavía otra cara de la vida de Mariquita: la de la necesidad. Aunque nacida en cuna opulenta, la mujer pasó buena parte de sus años adultos tratando de procurarse el dinero necesario para sus gastos. Sus matrimonios no aportaron riquezas y, por el contrario, el uno a través del financiamiento de la revolución y el otro por vías menos honorables, fueron cercenando su fortuna. Pero fue su estilo de vida el que se llevó buena parte de lo que tenía. La casa abierta, la tertulia diaria, la sociabilidad, los obsequios e intercambios, todo ello resultaba una inversión fundamental para una mujer como Mariquita, que tenía, y quiso mantener, un lugar de honor y de poder social en la Buenos Aires (y aún en la Montevideo) de entonces. Y eso costaba mucho, mucho más de lo que esta familia podía pagar sin endeudarse. Los malabarismos que ella y sus hijos debieron hacer para mantenerse son la contracara del brillo de la vida social que llevaba Mariquita. La desesperación la llevó, ya casi al final de su vida, a apostar regularmente al juego de lotería, única salida para quien había perdido ya toda esperanza de heredar a un marido ausente por décadas, o de remontar a través de los hijos, la suerte de la casa Sánchez Ximenez de Velazco. Dos frases de sus cartas, incluidas en este revelador capítulo, arrojan luz sobre esa zona oscura: la primera, en carta de 1842 a su hija: "Mucho deseo carta y plata. Estoy pobre" y la segunda, escrita a su hijo en 1854: "Si Dios me diera una lotería, cuantas cosas haría por ti".

Este breve recorrido da una idea de las formas de aproximación que la autora ensaya para construir la biografía. Identifica focos desde donde ilumina aspectos de la vida de Mariquita, que producen las imágenes simultáneas y sucesivas a que me referí al principio. El resultado es no solo atractivo para leer, sino muy sugerente en cuanto a la figura que se perfila a lo largo de sus trescientas páginas.

Para terminar vuelvo aquí a León Edel y su Vidas ajenas. Allí propone cuatro principios que debieran regir las biografías, y que me gustaría aplicar a esta. Un primer principio, dice Edel, es que "el biógrafo debe aprender a entender las formas en que el hombre sueña, piensa y emplea su imaginación". A través de lo que escribe y de lo que hace, de sus opciones y de sus consejos, de sus maneras de relacionarse con los demás y de producirse a sí misma, la Mariquita de Batticuore nos permite atisbar ese plano que no siempre se expresa de manera consciente y que puede, incluso, resultar contradictorio con las facetas más públicas de su personalidad. Quizá las notas más disonantes en este caso se relacionen precisamente con ese último capítulo referido a los gastos que, en el interior mismo del relato, funcionan como contrapunto con la atmósfera de afluencia y refinamiento predominante en el resto del libro. O las expresiones de pasión política que la llevaban a dejar atrás el decoro o la racionalidad explícita de otros momentos. La autora ensaya una fórmula para sintetizar la matriz de su pensamiento pero también de su imaginación. Estamos, nos dice, frente a una figura de transición entre la mujer ilustrada y la lectora romántica, una persona atravesada por una tensión entre dos principios o valores muy arraigados en ella: "la moderación (y la razón) tributaria del paradigma ilustrado" y "la pasión, de raigambre romántica".

Mientras Batticuore responde así al primer principio de Edel, sortea con éxito el peligro inherente al segundo principio: los biógrafos deben luchar constantemente para que sus sujetos no se apoderen de ellos y para no enamorarse de ellos. Hay empatía con el personaje en esta biografía, pero existe también una distancia analítica establecida por quien no sucumbe a las seducciones de una mujer que sedujo a tantos de sus contemporáneos.

"Descubrir las claves que conduzcan a las verdades más intimas de sus sujetos", tal es el tercer principio sugerido por Edel, que se vincula en parte con el primero. En efecto, pasión y razón son claves en esta historia, pero en un nivel más específico, Batticuore descubre los núcleos en torno a los cuales se ordena la vida de Mariquita:

La escritura como trabajo, como actividad central de su quehacer y a la vez como marca de una posición en el mundo, la de la mujer letrada.

El arte y la práctica de la sociabilidad, sintetizadas en la cultura del trato, y la conversación, la civilité -dice la autora- como ámbito de su competencia

La casa, no solo como soporte material de la sociabilidad, sino sobre todo como manifestación de modernidad, civilización y cultura. "La casa es la vida" escribió...

Y finalmente, la política o, como ella prefería llamarlo, el patriotismo, "ese sentimiento encendido, dice Batticuore, que le provocan los acontecimientos de carácter público (y partidario) en los que se ve envuelta en diferentes épocas de su vida". En Río de Janeiro, donde estuvo en 1846/47, se aburría -le decía a su hija-, lejos de su afectos pero también, es posible conjeturar, de las pasiones políticas.

Finalmente, dice Edel, un biógrafo debe "encontrar la forma literaria ideal y única" que pueda expresar la vida elegida, diferente de todas las demás. Y volvemos así a mi punto de partida: la estructura narrativa de este libro está pautada por la vida del personaje tal y como lo ha querido crear su autora, a partir de los mosaicos que, sin embargo, no son ficción. La resultante tampoco es ficción, sino una historia de Mariquita, muy bien contada.

En suma, esta es la historia de una mujer singular pero que habla de tantas otras historias. En primer lugar, de la historia de las mujeres en la Buenos Aires de la primera mitad del XIX, pero también de otras dimensiones de la historia cultural y política de ese agitado período en el Río de la Plata, de las nuevas formas de sociabilidad y de sensibilidad, del cambio en los hábitos cotidianos, de las formas de habitar y de consumir, de las relaciones entre hombres y mujeres, padres e hijos, y hasta de abuelos y nietos. En este punto, termino con unos versos de un poema que Mariquita escribió para su nieta Luisa, que muestra su chispa y que dice así

Yo no puedo conformarme
con vida tan atroz,
Y me digo, en este mundo,
todo, todo es ilusión!
Pongo la fe de bautismo
dobladita en un rincón
a la juventud me acerco
tapo el espejo y adiós!

Notas

1 Leon Edel: Vidas ajenas. Principia Biographica. Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 1990, p. 9.         [ Links ]

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