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Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana Dr. Emilio Ravignani

versión impresa ISSN 0524-9767

Bol. Inst. Hist. Argent. Am. Dr. Emilio Ravignani  no.39 Buenos Aires dic. 2013

 

RESEÑAS

Beatriz Bragoni, José Miguel Carrera, un revolucionario chileno en el Río de la Plata, Buenos Aires, Edhasa, 2012. 331 páginas.

 

Juan Luis Ossa Santa Cruz

Centro de Estudios de Historia Política Universidad Adolfo Ibáñez

La vida de José Miguel Carrera suele ser relatada por los historiadores desde dos vertientes opuestas: ya sea desde la apología interesada y acrítica o desde el ataque a su comportamiento supuestamente personalista y anarquista. En los colegios y textos escolares se estudia a Carrera como un ejecutor de una innumerable lista de logros "patrióticos", comenzando por la conformación de la primera bandera chilena, siguiendo con la creación de la Biblioteca Nacional en Santiago y culminando con su esfuerzo por organizar la primera escuadra nacional con barcos norteamericanos. Sin embargo, también se ha enfatizado que su figura nos recuerda todo aquello que nos divide y disocia a nosotros los chilenos, en especial cuando se le compara con su Némesis, Bernardo O'Higgins, quien es tradicionalmente visto como el único y gran Padre de la Patria. Quizás Carrera haya sido más petulante, menos amigo del orden conservador y del centralismo administrativo que O'Higgins. Quizás el proyecto político de Carrera fue concebido siempre desde y para él. Quizás O'Higgins fue un militar más audaz y arrojado que Carrera. Cabe preguntarse, no obstante, si hoy, doscientos años después del comienzo de la guerra civil que azotó al continente americano en general y a Chile en particular, las divisiones maniqueas entre o'higginistas y carrerinos son realmente útiles. ¿No será ya tiempo de considerar las propuestas historiográficas de las últimas décadas y extrapolarlas a los casos particulares de nuestros biografiados?

Gracias a la perseverancia y tino de la editorial Edhasa, dichas preguntas y aprehensiones han comenzado a responderse de manera satisfactoria. El libro de Klaus Gallo sobre Bernardino Rivadavia es un ejemplo de análisis factual e interpretativo que mezcla lo local con lo americano y europeo en una época en donde, a pesar de las distancias geográficas, las conexiones entre ambos mundos eran más dinámicas de lo que muchas veces se sostiene. El libro de Beatriz Bragoni sobre José Miguel Carrera, en tanto, es una estupenda contribución al conocimiento de las independencias en el Cono Sur. El objetivo central de la autora es utilizar a Carrera como una suerte de excusa para hacer un recuento de lo que sucedió en términos ideológicos en una época marcada por la incertidumbre gubernamental. No es sorprendente, entonces, que en su bibliografía se encuentren los trabajos más sobresalientes publicados por historiadores de ambos lados del Atlántico, como tampoco que su obra considere el contexto amplio y nunca monolítico en el cual vivió el atribulado chileno.

Este libro encierra tres grandes temas y/o problemas. En primer lugar, estamos frente una biografía eminentemente política; en ella se encuentra una defensa al menos implícita a la narración y a los grandes acontecimientos, bastante a contrapelo de lo que, hasta los años noventa, estaba de moda entre los círculos académicos. El Carrera de Bragoni es un ejemplo de cómo se comprende hoy a la historia política y, por ello, ha de considerarse como un exponente de la renovación historiográfica sobre las independencias desde que Francois-Xavier Guerra publicara su Modernidad e Independencias. Sin embargo, Bragoni va un paso más allá de Guerra, ya que, contrariamente al historiador hispano-francés -que se especializó en el estudio de los intelectuales y de los muchas veces mal entendidos "espacios públicos"-, la autora se adentra en los vericuetos vitales de un militar que, con el paso del tiempo, se transformaría en el resorte principal de la máquina revolucionaria chilena. Contar la historia de Carrera es, en ese sentido, contar la historia política de los años 1808-1821, un ejercicio nada ocioso considerando el boom editorial de los últimos años en torno a los bicentenarios insurgentes.

Comenzando con su infancia en Chile y su paso por el ejército peninsular, la autora entrega un detallado análisis del ingreso de Carrera a la lucha facciosa chilena, su retórica para convocar a civiles y militares a su programa político, sus actividades militares en el Valle Central una vez que el virrey Abascal se decidiera a enviar un contingente limeño con el fin de detener lo que Bragoni llama "el giro carrerino a la revolución chilena" (69) y las idas y vueltas de ese caótico año de 1814, cuando la obra de Carrera tomó un rumbo inesperado y dramático. Lo que viene a continuación es un interesante recuento de un rasgo conocido pero poco desarrollado de la vida de Carrera: su largo y trabajado paso por el Río de la Plata, esa amplia región virreinal conformada por una sociedad heterogénea y de intereses contrapuestos y que más adelante, muchísimo más adelante, se convertiría en lo que hoy conocemos como Argentina.

Estamos ante un estudio profundo de la realidad social, política y económica de los ejércitos rioplatenses, no sólo en Cuyo (donde San Martín logró alzarse como el garante de la legitimidad tanto para expulsar a Carrera de Mendoza como para conseguir el apoyo financiero de Buenos Aires a sus proyectos de reconquista), sino también en Montevideo y otras zonas del litoral porteño. El acierto de Bragoni es, pues, dar un cariz rioplatense a una figura que fue mucho más que un "chileno" devenido militar o un político "santiaguino" convertido en jefe de Estado. Aunque de manera distinta a San Martín y Bolívar, Carrera también usó la geografía americana para justificar su accionar. A ello hay que agregar el interesante estudio de la autora de la justicia revolucionaria de los años 1818-1821 y que, tanto en Chile como en el Río de la Plata, afectó preferentemente al grupo de seguidores de los hermanos Carrera. Aquí, Bragoni opta acertadamente por no seguir el clásico argumento sobre el secretismo de la Logia Lautaro y su capacidad manipuladora para conseguir y mantener el poder. Más bien, la autora prefiere mostrar la radicalidad de los proyectos en juego y los significados de los conceptos "traición" y "rivalidad". Habría que comprobarlo para otros casos, pero al menos en Chile y el Río de la Plata los grupos contrarrevolucionarios no ejecutaron una política de persecución de sus enemigos internos de la misma forma como sí lo hizo la Logia (y Carrera hasta 1814) con sus rivales del bando revolucionario. Esto es importante de considerar, pues demuestra que, aunque no necesariamente de manera consciente, los revolucionarios hispanoamericanos siguieron la misma metodología de criminalización del enemigo interno que los revolucionarios franceses.

Esto nos lleva al segundo gran punto tocado por Bragoni: la militarización de la política provocada en 1811 por la aparición de Carrera en la escena pública chilena. De un tiempo a esta parte se han publicado una serie de libros y artículos sobre la materia que resaltan el papel de los militares no sólo en el campo de batalla sino en la arena política. Esto ha renovado un campo que, por mucho tiempo, concentró sus esfuerzos en analizar a las figuras supuestamente protagonistas de la revolución y entre las cuales las personas comunes y corrientes no tenían mayor cabida. Por supuesto, en la historia siempre han sobresalido algunos personajes sobre el resto, siendo el caso de Carrera un caso destacado. Sin embargo, Bragoni no sucumbe ante la tentación de presentar a su biografiado desde una perspectiva heroica. Su visión es, por el contrario, más humana y menos grandilocuente que las interpretaciones decimonónicas.

La humanización de Carrera por parte de Bragoni va de la mano de un análisis profundo sobre los orígenes facciosos del proceso revolucionario chileno. Al ser ésta, como dice Brian Hamnett, una "guerra civil revolucionaria", nos encontramos con una realidad nueva, original y que remarca el cambio político provocado por la invasión napoleónica. A partir de 1810, la vida pública hispanoamericana se militarizó de forma que, en palabras de Peggy K. Liss, los militares se transformaron en una corporación "privilegiada". Y en este proceso Carrera jugó un papel clave; primero como jefe de los cuerpos regulares que lo afianzaron en el poder, y después como el líder errante que, a la cabeza de fuerzas irregulares, puso en jaque la posición de los directoriales. En ambos mundos Carrera demostró habilidades retóricas que nos dicen bastante de su liderazgo entre los oficiales, soldados regulares y guerrilleros, pero también del poder de la prensa. De hecho, como queda demostrado en esta biografía, Carrera fue un asiduo escritor y lector de la prensa revolucionaria y contrarrevolucionaria, marcando un punto de diferencia con San Martín, quien, como se sabe, nunca fue dado a dejar sus impresiones por escrito. Inteligentemente, Carrera comprendió que en una sociedad iletrada como la hispanoamericana de los años 1810 la prensa podía servir para comunicar noticias y programas políticos, ya fuera en los cafés y plazas donde se leían éstos o, más importante, en los regimientos donde entrenaban, comían, jugaban y (como nos recuerda Alejandro Rabinovich en un libro reciente) se rebelaban los soldados regulares y milicianos.

No está demás recordar que en esta época el grado de profesionalismo de los militares no era particularmente alto. Sostener que Carrera "militarizó" la política no es lo mismo que decir que sus ejércitos cumplían con las reglas básicas del entrenamiento militar. Si los Borbones fracasaron en su intento de militarizar a la sociedad colonial y debieron sufrir una y otra vez la insubordinación de los cuerpos del Ejército de América, en la década de 1810 dicha realidad no cambió sustancialmente. Más bien, lo que ocurrió es que la sociedad en su totalidad se vio envuelta en los sinsabores de la guerra -de ahí que sea correcto decir que se "militarizó"-, ya sea como inquilinos forzados a ingresar en uno de los ejércitos en lucha; mujeres que perdían a sus hijos y maridos en la contienda; autoridades civiles subordinadas al poder de las armas; esclavos luchando por su libertad a cambio de su servicio militar; comerciantes empobrecidos por la crisis internacional de esos años; pagadores y recaudadores de impuestos; desertores castigados... Este es el contexto vital de Carrera; un contexto que, como bien argumenta Bragoni, dependió siempre del devenir de la guerra y de los ejércitos que nacieron a la luz de la invasión napoleónica.

Finalmente, llegamos al tercer punto tocado por la autora y que, por su originalidad interpretativa, es el más acabado; me refiero al conflicto en torno a la legitimidad política y a la soberanía provocado por el conflicto revolucionario. Puede decirse que el gran problema que recorre esta época dice relación con la falta de legitimidad estructural de los proyectos políticos en pugna. La legitimidad monárquica no fue seriamente cuestionada (al menos en Chile) sino hasta 1813, cuando el "despotismo" del virrey Abascal comenzó tímida pero progresivamente a vincularse con el "despotismo" de las corporaciones españolas y la figura del rey. Al comenzar a cuestionarse el papel del rey como el garante del orden y la estabilidad imperial, las disputas del año 1810 dieron paso a una rivalidad permanente entre grupos que demandaban el derecho de elevarse como los únicos representantes de lo que vagamente se conocía como el "pueblo". Ahora bien, si hasta 1817-18 todavía existían dudas sobre el régimen a adoptar (me refiero nuevamente al caso chileno), ya para 1819-20 los diferentes grupos políticos empezaban a manifestarse claramente a favor del sistema republicano. Es difícil comprobar empíricamente el "republicanismo" de Carrera. Sin embargo, a juzgar por su anti-monarquismo furibundo desde 1815 en adelante, es dable conjeturar que, de haber regresado a Chile, el régimen que habría adoptado desde el poder Ejecutivo habría sido sin duda el republicano.

Sus intentos de regresar desde el Río de la Plata a lo que él denominaba su patria demuestran que, para Carrera, Chile debía constituirse en una "soberanía independiente", tanto de Buenos Aires como del proyecto americanista de San Martín. Esto marca una diferencia con O'Higgins al menos hasta 1820, año en que la expedición del Ejército del Perú logró tomar los primeros territorios del virreinato limeño. Carrera, a contrapelo de O'Higgins, nunca concibió la reconquista chilena después de la batalla de Rancagua como el primer paso hacia una conquista mayor y de más largo aliento. En palabras de Bragoni, "la experiencia de la emigración o del viaje contribuyó a sedimentar una sensibilidad e identidad patriótica muy distinta a la vocación americana promovida por las elites revolucionarias [i.e. la Logia Lautaro]" (26), cuestión que queda meridianamente claro en este libro cuando se estudia el resquemor de Carrera de que las fuerzas chilenas emigradas se subordinaran al Ejército de Los Andes. En otra frase reveladora de las consecuencias provocadas por la guerra, Bragoni señala que "desde 1817 la unificación de los mandos militares para la reconquista de Chile había dado lugar a severas tensiones entre oficiales y tropa las cuales exigieron incluso la creación de un pabellón rojo para distinguir al ejército Unido del bicolor que identificaba al ejército sanmartiniano, y del tricolor que correspondía a las fuerzas de Chile" (278-279).

Esto no quiere decir que Carrera y sus seguidores hayan sido más "chilenos" que O'Higgins u otros líderes revolucionarios. En efecto, no parece acertado decir que Carrera fue el constructor de la "identidad chilena" (si acaso existe algo tan abstracto como una identidad chilena), ni menos que su proyecto de gobierno haya prefigurado el Estado nacional chileno tal como lo conocemos (o creemos conocerlo) hoy en día. A lo más, detrás de los últimos planes programáticos de Carrera encontramos una tibia esperanza de crear en Chile un gobierno en que la Logia Lautaro no tuviera cabida. El dilema de la soberanía, entonces, no era tanto territorial como político. Además, sobrepasaba el conflicto entre soberanías pequeñas provocado por el advenimiento juntista de 1810. Como queda de manifiesto en una de las últimas citas de la biografía de Bragoni, para septiembre de 1821 la guerra contra el imperio español había dado paso a un conflicto político entre las nuevas repúblicas construidas al calor de las armas. Pocas horas antes de morir, Carrera señalaba que su contienda "era con Chile", agregando que "su bandera era tricolor, no el sol del Plata ni la cinta encarnada de la Federación" (287). El hecho de que haya agregado la palabra "federación" comprueba que sus diferencias con Buenos Aires eran ante todo políticas. Si ello fue interpretado posteriormente como una señal del "nacionalismo" de Carrera fue sobre todo por el afán de sus hagiógrafos de ver en su obra el origen inevitable del Estado nacional chileno.

Beatriz Bragoni, por supuesto, no es parte de dichos hagiógrafos. Este libro es una invitación crítica y desapasionada a analizar la vida de Carrera y por ello se agradece enormemente el esfuerzo. Es de esperar que la autora se aventure a biografiar a nuevos personajes del proceso revolucionario.

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