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Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana Dr. Emilio Ravignani

versión impresa ISSN 0524-9767

Bol. Inst. Hist. Argent. Am. Dr. Emilio Ravignani  no.40 Buenos Aires jun. 2014

 

ARTÍCULOS

Velocidad telegráfica y coordinación horaria en la Argentina (1875-1913)

Marina Rieznik1

Artículo recibido: 11 de octubre de 2013

Aprobación final: 15 de julio de 2014

Resumen

En 1894 el Poder Ejecutivo Nacional decretó que debía marcarse una misma hora para todo el territorio argentino. Cuando se decretaba esta unificación, los paladines de la disposición alegaban que se necesitaba cronometrar el territorio porque la sociedad debía organizarse en función de las velocidades de las nuevas tecnologías del telégrafo y del ferrocarril. Este artículo contrastará las dificultades materiales en la implementación de la telegrafía contra los discursos sobre el cambio brusco que supuestamente implicaba, poniendo en tela de juicio la urgencia en la coordinación horaria del territorio. Serán analizados informes del ejército sobre la telegrafía de guerra; artículos de una publicación aparecida desde 1912 llamada Revista Telegráfica; notas de la prensa diaria; debates parlamentarios y otras fuentes.

Palabras clave: Estado ; Territorio ; Horario ; Telégrafo ; Ferrocarril

Abstract

In 1894, the Argentinean government issued a decree ordering to schedule a unified hour for the entire country. While this action was being put into effect, the supporters of the unification argued that to coordinate the time of the whole territory was needed to match social demands, and to organize the improvements brought on by some new technologies: telegraphs and railways. This article contrasts material difficulties found while implementing the telegraph, and the dominant speech, which praised the sudden changes that the telegraph supposedly implied by itself. It also put to question the urgency of time coordination for the whole country. In order to try it, we analyze reports from the army related to the use of the telegraph in war times; articles from a specialized publication, the Revista Telegráfica, which appeared in 1912; news articles; parliamentary debates, and several other sources.

Keywords: State ; Territory ; Hours ; Telegraph ; Railroad

Introducción al problema en contexto historiográfico

En 1894 el Poder Ejecutivo Nacional decretó que debía marcarse una misma hora para todo el territorio argentino. Esta historia acerca de la manera en que cambiamos nuestra percepción del tiempo y lo encerramos en nuestras máquinas de medición se refiere a uno más de los variados intentos de disciplina social ligados a la extensión y transformación del espacio nacional. Algunos aspectos técnicos y organizativos de estas tentativas han sido analizados como parte del proceso de construcción del Estado en la Argentina del siglo XIX. Se contemplaron las disposiciones espaciales de la cartografía, de la ingeniería, del diseño urbano; los planos de la arquitectura local; los diseños de renovación de la infraestructura portuaria y de transportes; los recorridos de caminos, trenes y telégrafos. La multiplicación de estos trazados permitía acelerar el flujo del comercio internacional y encauzar la circulación para determinados tipos de bienes mientras se desechaban otros. Los conflictos por detrás de esta jerarquización regional desigual de la economía local fueron señalados reiteradamente en la historiografía.2 En este trabajo se sostiene que el ajuste de los relojes entre las diferentes provincias era parte de la misma trama, aunque los historiadores no se hayan detenido en el problema. No casualmente, cuando se decretaba la unificación horaria, los paladines de la disposición alegaban que se necesitaba cronometrar el territorio, porque la sociedad debía organizarse en función de las velocidades de las nuevas tecnologías del telégrafo y del ferrocarril impulsadas por el Estado.3

Gabriel Carrasco fue el principal impulsor de la ley de unificación horaria; funcionario del Estado en variados puestos, era además uno de los primeros cuadros técnicos de la burocracia nacional que impulsaba la estadística oficial.4 A través del análisis de sus discursos, entre otras fuentes, se iluminan aspectos heterogéneos del proceso de construcción de la unidad estatal, que cuestionan la supuesta simplicidad de las soluciones técnicas propuestas por estos representantes del Estado Nacional. Así, este trabajo confluye con discusiones recientes sobre el papel que jugaron los funcionarios, cuadros técnicos, militares, o la burocracia civil, en los procesos de construcción del Estado Nacional. Los debates se enmarcan en una renovación historiográfica de variadas aristas metodológicas que, desde la década de 1980, reexamina las convergencias, mediaciones y tensiones entre los discursos e imaginarios de la unidad nacional respecto de la heterogeneidad de los procesos de formación del aparato estatal. Para todo el siglo XIX, múltiples análisis históricos concretos dan cuenta de cómo las viejas estructuras, prácticas y conflictos, delimitaron, cuando no conformaron, la acción de los representantes de lo que finalmente se constituiría como Estado Nacional. Ya sea que la historiografía previa, cuestionada por esa renovación, hubiera ennoblecido o denostado el papel de dichos representantes en sus relatos, esa historiografía siempre estaba teñida por la idea de linealidad en el paso de estructuras antiguas sucesivamente superadas por las etapas de construcción del estado nacional. Quienes pusieron en tela de juicio esa supuesta linealidad se enfocaron en diversos tópicos de estudio: la estructura de la propiedad agraria, las variaciones de las economías regionales, las estructuras comerciales, las formas jurídicas locales, las movilizaciones o reclutamientos políticos y militares, entre otros.5

A modo de ejemplo de cómo supuestos planes orquestados por el Estado son resultados de conflictos que los exceden, y de cómo se manifiestan estos últimos una vez dictados tales planes, piénsese en las medidas de políticas estatales para impulsar ciencias dedicadas a la exploración de los recursos nacionales en el siglo XIX. Si las vemos contrastadas con la materialidad de los circuitos comerciales de fósiles, individuos e instituciones públicas y privadas que se extienden por el territorio, encontramos ministros que actúan inclusive contra las leyes del estado nacional que representan6.

No debe pensarse que se intenta aquí mostrar la "debilidad" del Estado, sino la materialidad específica de su construcción, en el camino de la "legibilidad", simplificación y homogeneización del territorio7. Es decir, aunque los intereses de unificación que existían por detrás de las acciones estatales se terminasen imponiendo, se señalan las dificultades de su implementación, los matices de su extensión territorial y lo concreto de sus prácticas y límites materiales. Para relatar cómo las acciones estatales finalmente se impusieron, podríamos remitirnos, como marco general, al trabajo de Oscar Oszlak.8 Este autor intentó esquematizar los mecanismos de construcción del poder del Estado atendiendo a su capacidad de concentración de los medios de imposición, control, violencia y coerción, señalando el importante rol que la burocracia estatal ocupó en la expropiación de una serie de funciones de la sociedad civil y de un conjunto de agentes subnacionales. Oszlak a veces fue señalado como alguien que pensaba linealmente el proceso de construcción del aparato estatal. Sin embargo, el propio autor advirtió que una burocracia pública no es el resultado de un proceso racional de diferenciación estructural y especialización funcional; que su desarrollo no sigue un diseño planificado y coherente; y que su formación generalmente describe un patrón sinuoso, errático y contradictorio en el que pueden observarse rezagos de varias estrategias y programas de acción. Yendo más allá de Oszlak, en este trabajo se subraya que lo que se observan no son sólo estrategias solapadas, sino los conflictos y límites materiales que se encuentran en el origen de los planes de acción trazados. En ese sentido, la burocracia no sólo "es las políticas públicas que implementa", como afirma Oszlak, sino también todas las dificultades que enfrenta la implementación de sus políticas, que exceden con mucho a las luchas internas facciosas o a la simple diferencia entre el plan estatal como idea y la realidad final de su concreción.9 Por tomar un ejemplo, si los puestos telegráficos civiles o militares y sus empleados se terminaron integrando al brazo del Estado que controlaba el fluir de las comunicaciones estratégicas nacionales, no lo hicieron libres de las tensiones internas y conflictos que supone toda conformación de un cuerpo de trabajadores técnicos contratados por el Estado, ni en ausencia de otra clase de constricciones materiales, propias de la implementación tecnológica y del disciplinamiento militar. Lo mismo puede decirse del control sobre la hora nacional, antes limitada a definiciones locales o regionales. La complejidad de este artículo reside en que recorta puntos de contacto entre estos dos trazos de la historia de la unidad nacional.

En relación a las fuentes, por una cuestión de recorte, en este trabajo no se apuntará a utilizar discursos ocultos de resistencia al tendido telegráfico o a la cronometrización del territorio, sino que se subrayará cómo se advierte el conflicto en los propios discursos e informes en favor de las medidas. De cualquier modo, en consonancia con algunas de las perspectivas históricas mencionadas, este artículo remarca la parcialidad de los discursos de las élites, así como la dificultad en la búsqueda de fuentes alternativas al discurso hegemónico. Si se hubieran considerado dichas fuentes, o si se lo hiciera en el futuro, del mismo modo se entendería al conflicto como ontológicamente previo a la posibilidad de discursos ocultos o de resistencia de ciertos sectores. En ese sentido se jerarquiza la noción de conflicto de manera aproximada a la de Edward P. Thompson al analizar la lucha de clases:

las clases no existen como entidades separadas, que miran en derredor, encuentran una clase enemiga y empiezan luego a luchar. Por el contrario, las gentes se encuentran en una sociedad estructurada en modos determinados (crucialmente, pero no exclusivamente, en relaciones de producción), experimentan la explotación (o la necesidad de mantener el poder sobre los explotados), identifican puntos de interés antagónico, comienzan a luchar por esas cuestiones y en el proceso de lucha se descubren como clase, y llegan a conocer este descubrimiento como conciencia de clase. La clase y la conciencia de clase son siempre las últimas, no las primeras, fases del proceso real histórico.10

En definitiva, se privilegiará el conflicto en cuestión contrastando las dificultades materiales en la implementación de la telegrafía contra los discursos sobre el cambio brusco que supuestamente implicaba. En el camino, quedará desdibujada la aparente urgencia con que el tiempo debía ser coordinado por el Estado en respuesta a las nuevas velocidades que supuestamente alcanzaba el telégrafo ya en 1894. Para ello, se tomará un período de tres décadas donde serán analizados informes tempranos del ejército en sus intentos de organizar una telegrafía de guerra; artículos de una publicación aparecida desde 1912 llamada Revista Telegráfica; notas de la prensa diaria; debates parlamentarios y otras fuentes.

La electricidad como fuerza espiritual de unidad territorial

Una vez firmado el decreto de unificación horaria, la Argentina fue el primer país de América del Sur en el que se estableció una hora unificada para toda la Nación. La iniciativa legal previa se había registrado en 1893 en la Municipalidad de Rosario donde se había declarado la hora oficial como homogénea con la del Observatorio de Córdoba.11 Sin embargo, algunas empresas de ferrocarriles con sus correspondientes oficinas telegráficas seguían manejándose con la hora de Buenos Aires fijada alternativamente por el Observatorio de La Plata y el Naval. La situación se mantuvo un año hasta la mencionada disposición de unidad horaria nacional.12 En los prolegómenos de estas medidas de unificación, se postulaba que los dictámenes debían apurarse para así organizar actividades distantes, que podrían coordinarse gracias a la rapidez de las nuevas comunicaciones. El telégrafo era alabado y puesto en escena como el medio que concretaría esta unificación de la hora nacional.

El asombro ante la potencia del telégrafo no era un fenómeno local. En 1866 fue posible extender, y poner en funcionamiento sostenido, miles de kilómetros de cable bajo el mar entre Europa y América.13 Cuando el Great Eastern cargaba con los rollos de cables para hacer la conexión más larga existente hasta ese momento, se multiplicaban las alusiones a la superioridad del tendido frente a los antiguos sistemas de transmisión de mensajes. En un poema anónimo publicado en The Atlantic se escribía lo siguiente festejando el potencial del cable transatlántico: "Through Orient seas, o'er Afric's plain, / And Asian mountains borne, / The vigor of the Northern brain / Shall nerve the world outworn".14 La idea de que el vigor de esta tecnología vencía los obstáculos de las distancias geográficas aparecía reiteradamente en los escritos y era lanzada a los cuatro vientos. Paul Gilmore ha señalado que, en realidad, esto no era propio del telégrafo; cualquier modificación de importancia en los transportes o las comunicaciones se festejaba como una aniquilación o modificación de tiempo y espacio. Así, ya se había descripto de esa forma desarrollos técnicos como el de los ferrocarriles, los canales o los servicios postales.15 Sin embargo, aclara Gilmore, el discurso sobre el telégrafo tenía una particularidad: sólo la transmisión de sus misivas aparentaba ser independiente respecto al cuerpo de sus mensajeros.

La forma "desmaterializada" en que era percibida la comunicación telegráfica estaba ligada a la manera en que se concebía la electricidad en la época: como una fuerza física, pero también espiritual. En este sentido, el telégrafo era leído como un fenómeno que permitía al pensamiento separarse del cuerpo, haciendo de éste una cosa arcaica a trascender; pero, al mismo tiempo, era el pensamiento re-materializado en forma de electricidad, erigiendo la posibilidad de un nuevo tipo de cuerpo unido por aquella fuerza. Gilmore recoge discursos en los que se hablaba de un "fluido imperceptible... [sobre cuya] esencia o sustancia no conocemos nada"; o del "funcionamiento misterioso del telégrafo, tan poco conocido para el público".16 Así, mientras otras tecnologías podían ser entendidas, no ocurría lo mismo con el telégrafo: "es fácil entender la máquina de vapor... pero no el funcionamiento de las máquinas de telégrafo, o de la naturaleza del imperceptible fluido gracias al cual esas máquinas funcionan".17 El misterio en torno a la electricidad traspasaba los discursos políticos; los propios científicos hablaban de la electricidad como una propiedad de "casi infinita expansión... idéntica con los fluidos nerviosos del cuerpo humano".18 Por lo tanto, no era azarosa la metáfora tan utilizada por el propio Morse sobre los alambres, cuando decía que se trataba de "nervios" telegráficos. Efectivamente, esta fue una de las maneras popularizadas de entender la nueva tecnología, y la comparación se utilizó hasta el cansancio en Estados Unidos y Europa mientras se extendían los tendidos. "El telégrafo eléctrico constituye el sistema nervioso de las sociedades organizadas... sus funciones son análogas a [las de] los nervios sensoriales de los sistemas animales".19 Se trataba del sistema nervioso que unía eléctricamente el cuerpo de la Nación.20 Los más optimistas creían que a través de este fluido imperceptible, el comercio telegráfico iba creando un cuerpo nacional que podía erradicar las diferencias regionales.21

En América del Sur, estas esperanzas aparecerían repetidas durante décadas en boca de los impulsores de los tendidos telegráficos, en la medida en que la expansión de las redes insertas en los mercados mundiales empezaba a requerir enlazar tierras antes aisladas. En Brasil, por ejemplo, Todd Diacon muestra cómo el oficial del ejército Cândido Mariano da Silva Rondon pretendía incorporar las tierras lejanas y personas del interior a la nación urbana y costera gobernada desde Río de Janeiro por medio de una simple y solitaria línea telegráfica.22 Desde 1906, y después de varias expediciones, Rondon se dio cuenta de que las consecuencias de la extensión del telégrafo iban mucho más allá de ser un instrumento militar para asegurar ciertas fronteras; y comenzó a describirlo como un medio para lograr, no sólo física sino también emocional y afectivamente, la unificación del Brasil. Retomando temas planteados en la introducción sobre la no linealidad de los discursos de unidad nacional, en este caso para Brasil, debe tenerse en cuenta que, como dice Diacon, todavía en 1914 los oficiales del ejército se encontraban con situaciones desconcertantes: en Santa Catarina, algunos propietarios de tierras no conocían ni la bandera ni el himno brasileño, aunque los mismos se habían adoptado ya hacía décadas.

Pero aun antes que eso, el telégrafo en Brasil ya había estado asociado en los discursos a cuestiones de unidad y seguridad nacional; y, no casualmente, desde 1852 la primea línea telegráfica había vinculado el palacio imperial con los cuarteles militares.23 La guerra contra el Paraguay había reforzado esta perspectiva, y para entonces ya existían unidades de telegrafistas en los ejércitos brasileños y paraguayos. Los comandantes de fronteras del territorio argentino -que todavía no contaban con esa tecnología- empezaron a depositar esperanzas en esos cables. Como se detecta en las fuentes algunos años después, los militares argentinos esperaban que durante las campañas el telégrafo pudiera reemplazar muchas de las tareas del chasqui, o de quienes, durante las expediciones militares, recorrían caminos no frecuentados y tenían las habilidades de los baqueanos que conocían de memoria las sendas locales para poder llegar a destino con las misivas. Necesitaban comunicar órdenes, transmitir estrategias de último momento, informar las bajas diarias, pedir refuerzos, etc. Quizás nada ilustre mejor el lugar orgánico que cumplían esos hombres que tenían la función de transmitir mensajes y guiar a las tropas que la supuesta autorización que se le otorgó al baqueano del general Lavalle, llamado José Alico, para quedarse con un huesecillo de un dedo de la mano de su general una vez que éste hubo fallecido.24 En los discursos, el telégrafo llegaba para ahorrar gran parte de esas funciones, y desafiaba las topografías adversas como en su momento lo habían hecho aquellos baqueanos.

En 1873, el Coronel Napoleón Uriburu, comandante de fronteras de Salta, proponía que sus hombres colocaran postes, alambres, aisladores y tensores, además de que participaran en la construcción de las habitaciones necesarias para asegurar la comunicación telegráfica en esa planeada línea de frontera. Los puestos de las ochenta leguas de la línea propuesta serían Orán, Cenizas. Lavalle, Capitán Sarmiento, Aguirre, Rivadavia, Gorriti y Güemes. Se solicitaba un telegrafista de primera clase

para que, permaneciendo en la Comandancia, enseñara este arte sucesivamente a todos los oficiales que sirven en la frontera, pues con un experimento que ya he hecho sé que en muy poco tiempo ellos servirían perfectamente en las oficinas de los fuertes.25

Argumentaba el Coronel que, tan sólo para la transmisión del parte diario, se ocupaban treinta y dos individuos y otros tantos caballos, y agregaba que aunque los mismos

lo ejecutan con regularidad, aun recorriendo cuarenta leguas algunos de ellos, es muy posible que al desempeñarlo, dieran con una partida de indios que no les permitiera realizar la comisión. Además, si un puesto fuera sitiado por los indios les sería muy difícil romper el cerco y mandar un parte y, en tales condiciones, el puesto sería irremisiblemente tomado... En cambio, de existir la comunicación telegráfica propuesta, sería muy fácil alertar a toda la línea y disponer las providencias del caso, antes de que los indios pudieran escapar con el producto de sus robos.26

Hagamos notar que no se advertía ningún tipo de resquemor en relación a la materialidad o soporte que transmitía la corriente eléctrica: los ataques de los indios parecían inocuos ante ella, como si se tratara de una fuerza imposible de interceptar, y una alerta de llegada instantánea. Los postes y alambres que la conducían aparentaban estar a salvo, siendo tan invisibles para los malones como la electricidad misma.

Sin embargo, estas líneas de frontera no fueron puestas en pie, y mientras el proyecto militar todavía era un diseño, los mensajes telegráficos por las líneas nacionales habían aumentado desde 6.640 telegramas despachados en 1870, a 181.773 en 1872, llegando a 262.376 en 1874.27 En El Nacional del 6 de agosto de 1874, se publicaba una nota editorial referida a la inauguración de la conexión eléctrica con Río de Janeiro, la cual nos uniría telegráficamente con Europa; allí se expresaba:

Hemos vencido al tiempo y el espacio que alejaban á dos grandes grupos humanos divididos ántes por la inmensidad del mar, y puestos hoy en contacto por la chispa eléctrica que transmite instantáneamente la palabra humana. 28

Este cronista de El Nacional, que pretendía esfumar el mismo océano en un instante, escribía en consonancia con la celebración internacional de esa tecnología, y sus letras calzaban con los augurios de los militares al respecto: la electricidad, para esas visiones, era una chispa inalcanzable, que continuaba una vez encendida, y que poseía una velocidad infinita.

Un año después, en 1875, se sancionaba la Ley de Telégrafos Nacionales y también se aprobaban los fondos para un plan de telegrafía militar. El Poder Ejecutivo Nacional conseguía la autorización del Congreso para invertir una suma de 200.000 pesos fuertes en la instalación de 771 kilómetros de líneas telegráficas "que unirían a la Capital de la República con las cinco Comandancias de Frontera, pudiendo utilizar el excedente en la adquisición de materiales de repuesto". Se proyectaba encargar los materiales en Europa y ejecutar las obras bajo la inspección de la Dirección de Telégrafos. Un tiempo después, en 1876, el Ministro de Guerra y Marina, Adolfo Alsina, escribía desde Azul pidiendo urgentemente líneas telegráficas para auxiliar en las operaciones de frontera:

Estoy tocando prácticamente los inconvenientes de las largas distancias, inconvenientes que sólo pueden ser salvados por el telégrafo.... Cónstale al país y al gobierno cuánto me ha preocupado este asunto, al extremo de haber aplazado la realización de un plan serio y eficaz, hasta ver establecida la red telegráfica que deberá unir las Comandancias entre sí por la Oficina Central, la que habría de funcionar en la ciudad de Buenos Aires... en la guerra de indios, todo depende de la rapidez de los movimientos, por cuanto es lo que caracteriza y da superioridad a la acción.29

Para contrastar con la velocidad esperada para el telégrafo, señalaba Alsina que "el chasqui a la comandancia de General Paz empleó dieciséis horas, y el que fue hasta la comandancia Norte tardó cuarenta horas".30 El Ministro presionaba a los directivos del Ferrocarril del Sur para que adelantasen las obras a fin de que los cables -que las tropas veían a menudo ya depositados al costado de las vías- se alzaran sobre los benditos postes; y, con una exclamación retórica, instaba: "no dudo que la empresa mencionada, comprendiendo la urgencia del caso, querrá anticiparse a la fecha del compromiso", estimada para el siguiente mes de febrero.31 Para asegurarse de estar describiendo adecuadamente la urgencia, desparramaba algunos números aterradores: cinco tribus importantes sobre la frontera, reuniendo en conjunto unos cuatro mil o cinco mil indios, se encontraban sublevadas en masa después de muchos años de sometimiento, dispersándose para "matar y robar".32 Lo cual correspondía, según Alsina, a "un plan que se venía elaborando con toda calma y perfidia".33 Además, como los aparatos de telegrafía militar de frontera todavía no llegaban desde Europa, sugería que las empresas de ferrocarriles entregaran los disponibles al gobierno, asegurando que oportunamente les serían "abonados o devueltos según lo exigiesen". 34

En Argentina, como en otras naciones, también se difundía la idea de que se consolidaría la unidad territorial a través de la extensión de caminos, líneas férreas y telegráficas. Y esto ocurría incluso antes de que dicha unidad territorial existiese, porque el mismo telégrafo aparecía como instrumento de la guerra contra quienes la impedían. En los discursos militares sobre esta tecnología aparecían los tópicos del cuerpo unificado, del triunfo frente a la barbarie y de la eliminación de las diferencias regionales. Como insistí en otros trabajos, esos temas también se reiteraron durante años en los informes de los inspectores de los telégrafos nacionales desde la sanción de la mencionada ley de telégrafos de 1875.35

Casi veinte años después de que se diera barniz oficial al desarrollo de los tendidos telegráficos nacionales y militares, se repetían las mismas referencias entre los parlamentos del principal impulsor de la ley de unificación horaria local. Se trataba del mencionado Gabriel Carrasco, en la ocasión Ministro de Agricultura, Justicia e Instrucción Pública de la Provincia de Santa Fe. Este actor entendía que la unificación que proponía brotaba de la necesidad de regular la vida social transformada por las nuevas formas de comunicación. Así, sería impuesta por la propia evolución de estas relaciones, como en definitiva había ocurrido con la unidad de legislación civil, la unidad aduanera, la unidad monetaria y la unidad de pesos y medidas. Después de hacer explícita alusión a los tendidos telegráficos como antecedentes de la ley, Carrasco afirmaba que una vez decretada la unificación horaria

la solidaridad de nuestra familia nacional, se sentirá más estrechada por ese vínculo tan invisible como poderoso que haría que la oscilación de péndulo de un cronómetro colocado en el Centro de la República, se repitiera infinitos millones de veces y en el mismo instante por toda la vasta superficie de la Nación.36

Carrasco retomaba para su discurso de unificación horaria impresiones que recogía de la algarabía sobre la unidad que propagaba el telégrafo. El vínculo invisible al que hacía referencia asumía las características de la electricidad que corría por los alambres. Eran estos tendidos los que aparecían desde mitad de siglo como los que conectaban las regiones, funcionando como nervios que unían al gran cuerpo nacional; y serían ellos los que, eventualmente, permitirían a ese reloj repetirse "en el mismo instante por toda la vasta superficie" del país.

Lo cierto es que en los discursos de entonces, el problema de la coordinación temporal aparecía como apremiante, y siempre asociado a las velocidades que imponían trenes y telégrafos. Como vimos, en los relatos el telégrafo producía la sensación misteriosa de que no se sabía bien cómo viajaba lo transmitido. Exagerando la sensación, se podía pensar que no era algo que físicamente se transportaba, sino que aparecía en dos lugares a la vez. Los mensajes transmitidos por los cables llegaban en un instante a distintos espacios, a diferencia de los sobres postales, que iban desplazándose y trasbordando desde los vapores a los trenes, tranvías y carruajes, cuando no recorrían grandes extensiones a lomos de caballos37.

El espacio cableado parecía entonces nutrirse de tiempos superpuestos no cronometrados, cuya inadecuación las nuevas tecnologías ponían claramente de relieve. En los prolegómenos del proyecto de ley aludido que impulsaba la unificación horaria en el territorio, se decía que si al caos administrativo se sumaban las imperfecciones de los constructores de relojes, era raro que, reunidas seis personas, se encontraran dos que tuvieran la misma hora. Las conferencias telegráficas eran difíciles de combinar al no existir un horario unificado entre provincias, y los pasajeros perdían los trenes en la estación por no estar en claro la hora de qué provincia debía tomarse como referencia.38 Así, los impulsores de la ley explicaban que venían a cumplir una acción que se podría traducir en términos del proceso descripto por Oszlak referido en la introducción: se trataba de expropiar, en favor del Estado, una serie de funciones de la sociedad civil y de un conjunto de agentes subnacionales, en este caso ligados a la determinación de las horas locales. La electricidad como fuerza espiritual transmitida por los alambres ponía de relieve los problemas del desorden temporal no regulado centralmente; y, como contraparte a esa regulación, prometía eliminarlos. Así aparecían los discursos sobre el tendido eléctrico, conformando y alimentándose de las prácticas militares y civiles que pretendían reforzar el sentido de la unidad nacional. Las proclamaciones sobre la necesidad de cronometrar el territorio les seguían el paso.

Por detrás de las promesas, cables enmarañados, cuerpos calcinados

Si la ley de unificación horaria aparecía como un paso fundamental del esfuerzo de coordinación del tiempo nacional, este paso estaba a su vez mediado por las nuevas redes tecnológicas. Por eso, la exhortación para administrar mejor las líneas telegráficas era también un llamado que apuntaba al mencionado intento de sincronización del territorio. Trayectos bien organizados contribuirían a evitar las fallas -o "faltas" en terminología de la época- que no permitían el correcto fluir de los mensajes y del tiempo entre los alambres. Los discursos que intentaban coordinar la implementación telegráfica proliferaban desde las primeras instalaciones y se reiteraron por lo menos hasta 1912, cuando seguía siendo uno de los principales temas en las publicaciones periódicas de los telegrafistas39.

A pesar de los floridos discursos sobre la inmaterialidad de la transmisión telegráfica y acerca de la fuerza de esta tecnología para quebrantar los fenómenos de la naturaleza y las perturbaciones sociales, al atender a los informes técnicos nos encontramos con algo bastante diferente. En estas fuentes quedaba lejos la manera misteriosa en que la electricidad parecía fluir como fuerza espiritual; y se entendía perfectamente bien qué tipo de recorrido concreto ella realizaba, por qué superficies se encaminaba, por cuáles descendía y sobre cuáles se remontaba, por medio de qué materiales se conducía y por

La electricidad en los alambres ya no era aquella corriente espiritual arrolladora de los obstáculos naturales y sociales; su marcha era detenida por algo que -pese a su apelativo endiablado- no era más que una "baba", una ínfima tela de araña. Asimismo, un corte intencional hecho a cincel o una hilera de postes tumbados por un malón, alcanzaban para dar literalmente por tierra con todo un proyecto de comunicaciones militares. La potencia del rayo, mutilada, bloqueada, desviada por la acumulación de mínimas gotas de rocío, ponía en evidencia que el viaje del tiempo, de las ideas y del pensamiento dependía, al fin y al cabo, de la materialidad que soportaba su trayectoria.

Lo único que en este tipo de fuentes todavía aparecía como resabio de cierto "misterio" eran determinadas características de la electricidad que aún resultaban incomprensibles, porque la corriente andaba fulminando cuerpos sin ton ni son. Así, incluso para 1912, los telegrafistas seguían muy atentos a ciertos estudios de la Sociedad Internacional de Electricistas, y los transcribían en sus publicaciones periódicas. En las mismas se advertía que el accidente eléctrico todavía era "paradojal y desconcertante".40 Se estudiaban empíricamente casos de accidentes en donde no parecía haber relación entre el tipo de corriente o tensión, fuerte o débil, y los daños producidos. Se hacían experimentos pasando corriente eléctrica con diferentes voltajes, ya fuese continua o alterna, a través del cuerpo de perros, intentando comprender las cualidades y efectos de este fluido.41 Aunque la corriente todavía portaba estos velos misteriosos, los cuerpos calcinados por ella eran una marca de fuego sobre la materialidad del recorrido eléctrico. Sin embargo, más allá de este tipo de fuentes, ya no era una incógnita en los informes nada que concerniera a los alambres que transportaban la electricidad.

Al examinar las fuentes atendiendo a lo que ocurrió con aquellas promesas de los estrategas militares, nos encontramos con que, hacia 1877, poco antes de la expedición de conquista de los territorios indígenas encabezada por el general Julio A. Roca, el segmento telegráfico que dependía del Ministerio de Guerra unía a la ciudad de Buenos Aires con las comandancias de frontera, en un recorrido que se constituía en forma de "T". Dentro de la provincia de Buenos Aires, un tramo a cargo de un inspector del Telégrafo Nacional iba desde el Ministerio de Guerra, cableando desde la ciudad de Buenos Aires hasta Azul; el resto de la línea, a cargo de un subteniente del ejército, continuaba hacia Carhué y se bifurcaba allí en dos ramales, uno hasta Trenque Lauquen y el otro hacia Bahía Blanca. Las funciones como operadores las cumplían los oficiales, mientras que suboficiales y soldados hacían las veces de guardahilos, examinando el recorrido de los alambres.42 Luego tendría que enlazar con chasquis y con el correo nacional hasta Mendoza y San Luis, donde había algunos otros segmentos de línea. Por el tiempo que llevaban estas transmisiones, en realidad, las divisiones lejanas seguían manejándose con las instrucciones iniciales generales, y las órdenes nunca alcanzaban a tiempo a las divisiones más alejadas de Buenos Aires.43

En este punto recordemos que, ante las Cámaras del congreso, en abril de 1876 y cuando el plan telegráfico para el ejército todavía era un proyecto, Alsina preveía que la velocidad esperada en las comunicaciones cercenaría la "conveniente iniciativa de los jefes subalternos".44 Se suponía así que el subalterno pasaría de ser una pieza importante en las definiciones estratégicas en el plano local -en tanto sus decisiones primaban ante la distancia temporal que lo separaba de sus superiores- a convertirse en un simple fusible que cumpliría órdenes de los altos rangos. Si, por un lado, esta previsión suponía una mayor eficacia en la rapidez de las comunicaciones (que, como empezaremos a dilucidar, no fue tal), por el otro cabe preguntarse si ciertos cortes intencionales posteriores de las líneas no podían haber sido producidos también por desinteligencias en la escala de mando. Las fuentes no nos permiten asegurarlo por el momento; lo cierto es que una orden que no llegaba a tiempo no sólo no cambiaba demasiado la velocidad de las operaciones tácticas, sino que dejaba intacto el poder de los subalternos. Como se señaló en la introducción, se advierten aquí posibles conflictos entre los planes maestros y los encargados de ejecutarlos.

En cualquier caso, la cuestión era que la lentitud en la transmisión de los mensajes no concernía sólo a los espacios sin entramar; aun los espacios que se habían logrado cablear registraban bloqueos. Muy pronto, los encargados de utilizar esas líneas se enfrentaron con las "pelusas atmosféricas", otro de los nombres de lo que, como veremos, se constituyó en un endiablado obstáculo natural, una maldita tela de araña. Por otro lado, apenas inaugurada la línea, a principios de 1876, se denuncian cortes intencionales cerca de Olavarría y, en agosto del mismo año, los indios volvían a interrumpir el recorrido y destruían unas cuatro leguas de postes entre esa localidad y Lavalle.45 El servicio quedaría restablecido quince días después. Este tipo de sucesos ponía en evidencia que resultaba muy fácil para los indios cortar los cables antes de avanzar, mucho más fácil aún que interceptar escurridizos chasquis y baqueanos.

En el plan diseñado por Alsina, el telégrafo acompañaba una estrategia que integraba tropas situadas detrás de líneas de fortines unidos por los alambres; si los malones traspasaban la zanja, el objetivo era hacerlos retroceder otra vez por detrás de la misma. Su proyecto frecuentemente incluía la apelación a esta "zanja nacional" cavada a pala y pico.46 Varios generales del ejército47 advertían que el plan de Alsina con el telégrafo era solamente defensivo, aunque el propio Alsina se encargaba de discutirlo igualando su zanja a la estrategia norteamericana de exterminio de los indígenas mediante el aprovechamiento de los accidentes naturales. Lo cierto es que, como parte de esta estrategia, el telégrafo funcionaba como señal de alarma; pero, en el plan de exterminio y avance territorial llevado a su última expresión por Julio Argentino Roca, el telégrafo no logró ser de gran utilidad, y de ello dan cuenta incluso los oficiales del ejército que, durante el siglo XX, intentaron reconstruir esa historia.48 Los inconvenientes persistieron durante décadas; aun en 1911, en plena campaña del Chaco, el entonces oficial Estanislao López49 comentaba que:

Los indios estuvieron muy activos cortando las líneas, con lo que el servicio de vigilancia se recargaba con las consabidas reparaciones... En esta época interceptamos un telegrama anunciando la muerte del capitán Solari a manos de los indios.50

Esta transmutación de promesa tecnológica de unidad territorial en instrumento sometido a interrupciones naturales y sociales de todo tipo ocurría también en las líneas nacionales, y gran parte de los informes técnicos de los inspectores del Telégrafo Nacional, registrados por la Revista Telegráfica, lo reflejaba. En trabajos anteriores mostré cómo estos informes se sucedían desde que estuvieron recién instalados los primeros tendidos; en ellos no sólo aparecían los obstáculos naturales, sino también los cortes intencionales de las líneas.51 En esta ocasión pongo de relieve ciertas constantes que se mantienen a lo largo de casi treinta años en esos reportes. En primer lugar, todavía en 1912 los problemas se endilgaban a las inclemencias naturales, asegurando que esas razones de fuerza mayor eran mucho peores aquí que en Europa. Decía uno de los Inspectores del Telégrafo Nacional después de un viaje a Europa:

Allá no se tropieza con el grave inconveniente de las grandes distancias, ni con las variaciones del clima sobre las distintas secciones de un mismo conductor; no se conocen los contactos producidos por bandadas de loros al asentarse sobre no conductores, ni el hornero que edifica su nido sobre crucetas junto al aislador para producirnos derivaciones. La famosa baba del diablo también es desconocida, y ni en la brumosa ciudad de Londres las nieblas son tan intensas y húmedas como acá... Estos factores influyen considerablemente para el éxito de las comunicaciones, y á no dudarlo que si por hipótesis los imaginásemos eliminados, el mérito de nuestro servicio sería mucho más remarcable.52

En el mismo sentido los editorialistas agregaban:

El rocío en las noches de verano produce el mismo efecto... La baba del diablo, ó hilos de la Virgen, tan conocidos por nosotros, son esos filamentos blancuscos [sic] que viajan por el aire sirviendo de vehículo a la araña que los produce; están constituidos por albúmina, substancia semi conductora, que al humedecerse se transforma en buena conductora y que es otro de los males contra los que hay que luchar en las comunicaciones.53

La alusión sostenida durante décadas a este diminuto obstáculo natural era de tal envergadura que la prensa cargaría las tintas con el objetivo de ridiculizar al servicio telegráfico por su aparente incompetencia en solucionar la cuestión. En los editoriales de la Revista Telegráfica se respondía a la embestida y, en la sección titulada Varios, bajo el subtítulo de La baba del diablo, se imploraba que:

A fin de reunir la mayor suma de antecedentes y datos gráficos, solicitamos de los compañeros que tengan fotografías de líneas telegráficas atacadas por la baba del diablo, nos remitan copias, y todo dato extraordinario y de interés. Tenemos que demostrar á algunos colegas del periodismo que la baba del diablo no es una invención, y que la cantidad que diariamente, durante la época, sacan nuestros guarda-hilos de las líneas, sería suficiente para cubrir muchas de las casas altas de Buenos Aires.54

No obstante, los periodistas no se rendían a la evidencia acerca del ataque de esta arañita: en una nota de La Razón publicada catorce días después de este pedido, se leía:

el país cuenta con una extensa y bien servida red telegráfica, pero, más importante que ella, por los perjuicios que ocasiona á todos los que en cualquier motivo tienen que hacer uso del telégrafo, es la red de telarañas que corre paralela á aquella en casi todo el período del año. Acontece que una persona va á cualquier punto del interior ó del exterior. El empleado se encarga de notificarle que se acepta el telegrama con carácter condicional y llama su atención sobre una nota que va al pie del formulario y en la cual la dirección de correos y Telégrafos se lava de anticipado las manos por los perjuicios que pudieran sobrevivir al interesado. Cuando éste lleva su curiosidad hasta inquirir la causa del hecho, la explicación invariable y eterna está en la red de telarañas que se han posado en los hilos... Será necesario volver á los tiempo de Heródoto y del homunculus pampeano? A todo se ha de llegar, telarañas mediante.55

Los periodistas parecían no creer que un fenómeno natural insignificante como una tela de araña diera derecho a las oficinas a interrumpir el servicio. Irónicamente, decían que las telas eran aún más importantes que la red telegráfica y, retórica mediante, instaban a la administración a hacerse cargo debidamente del problema. Los editorialistas de la Revista Telegráfica se encargaban de contestar a los desafiantes periodistas:

Hace mal el colega en permitir que sus "muchachos traviesos" digan tantas inexactitudes y disparates sobre cosas que no entienden. En todo caso hay puestos de guarda hilos vacantes en todos los telégrafos y ferrocarriles, y que pueden ocupar las personas que quieren ver el fenómeno.56

Probablemente, los encargados de las oficinas telegráficas, en la letra chica del formulario mencionado por los periodistas, estuvieran en realidad nombrando de manera simplificada a un conjunto de problemas que producían "derivaciones en las líneas", es decir, diversos tipos de interferencias que se producían en los soportes. De hecho, no era sólo la "baba" en cuestión; y, además, los telegrafistas sabían que la correcta formación de los empleados acerca del tema podía contribuir a su solución. Por eso, intentando formar a los asalariados en el conocimiento de estas fallas, los editoriales de la Revista Telegráfica detallaban en qué consistían esos fenómenos. Y, después de un "todos sabemos" introductorio, se describía lo que se quería, en realidad, explicar:

...que el poste y la cruceta, son vehículos que permiten que la corriente eléctrica vaya á tierra y por ello es que se colocan esas campanas de porcelana que se llaman aisladores, con el propósito de oponerle un obstáculo, á la corriente, que pugne por irse á tierra. Este obstáculo no es como puede creerse un impedimento absoluto á esa fuga de corriente, porque no hay cuerpo completamente aislador; todos dejan pasar algo, pero á aquellos que conducen muy poco se ha convenido en llamarles aisladores. El desperdicio de corriente debido á la calidad y cantidad de porcelana que constituye el aislador es despreciable; pero siempre que ésta se halle perfectamente esmaltada. Si se tiene en cuenta que la corriente no atraviesa el aislador sino que se escurre por su superficie cuando sus condiciones le son favorables, veremos que pierde al parecer sus propiedades aisladoras para convertirse en un conductor mediocre.57

Como esto ocurría frecuentemente, a continuación se desarrollaba la descripción minuciosa sobre cómo cada uno de los factores ambientales o naturales afectaba a estos soportes:

El polvo atmosférico, el del camino que se deposita sobre el aislador, los bichos de cesto, las arañas, las langostas, que se cobijan bajo las campanas de los mismas, además la neblina, el ambiente húmedo que forma una película acuífera uniforme en toda la superficie del aislador, son las causas que establecen las derivaciones.... Si estudiamos el camino á recorrer por la corriente desde el alambre hasta el perno que detiene el aislador, veremos que es más largo de lo que pudiera parecer, porque la electricidad para encaminarse á tierra deberá pasar hacia abajo por la superficie del aislador, remontar por el interior de la primera campana, descender por el exterior de la segunda y remontarla internamente para alcanzar el perno. Si las campanas están en cortos circuitos por las telas de araña o por otras de las causas que mencionábamos antes, nos encontraremos, como es lógico, con una menor distancia á recorrer y, como ese cortocircuito está hecho por animales ó substancias húmedas, la conducción á tierra será bastante buena y la derivación considerable, perdiéndose entonces la eficacia del aislador, por habérsele suprimido eléctricamente las campanas. Los aisladores rotos, por la supresión de las campanas producen el mismo efecto.58

Eso no era todo; también se estaba inculpando a la araña por lo que los propios telegrafistas reconocían como una de las principales de las "infinitas causas de rompimiento de los aisladores de las líneas eléctricas... encontrándose entre las primeras esa costumbre que tienen los chiquillos de apedrearlos con una persistencia digna de mejor empleo".59 La Revista recomendaba un aislador de nuevo material porque reconocía que varios procedimientos ya utilizados en ocasiones para proteger los que estaban vigentes habían tenido el resultado de que comprometían "seriamente el aislamiento de las líneas, cosa muy importante en las conducciones...".60 Este efecto contraproducente se obtenía cuando lo que se buscaba en realidad era "hacerlos de mayor duración, recubriéndoles exteriormente de distintas materiales, que no sería prolijo enumerar aparte de que esto no es práctico y ni siquiera económico". El aislador que se recomendaba, en cambio, se suponía que resistiría a las pedradas e incluso a los "disparos de armas de fuego". El mismo consistía "esencialmente en una camisa metálica que se coloca en el interior del aislador, formando un cuerpo con el mismo al tiempo de moldearlo". 61

En fin, durante décadas, los indios, las pedradas de los niños, los balazos perdidos o intencionales, los cortes a cincel, los horneros, los loros, las arañas, además de otros bichos y bestias, entorpecían el fluir eléctrico por las líneas e impedían la inmediatez de las comunicaciones, poniendo de relieve que las administraciones telegráficas poco podían hacer frente a ellos.

Formación en telegrafía y condiciones laborales

La referencia a los puestos vacantes en las oficinas telegráficas -con la que se invitaba a los periodistas, con ironía, a observar el fenómeno de la "baba del diablo"- era en realidad una demanda no tanto a los periodistas sino, fundamentalmente, a los gobernantes. En diversas notas de la misma publicación se exigía remediar lo que se suponía que era unos de los principales problemas en la lucha contra los obstáculos mencionados: la falta de personal formado para que pudiera ser empleado por las oficinas telegráficas. El mismo problema se registraba desde los primeros intentos de establecer una telegrafía militar. En 1875, el ministro Alsina ordenó al Colegio Militar incluir el estudio de la telegrafía en sus programas de estudio:

...el gobierno quiere que en el Colegio Militar se enseñe la telegrafía eléctrica como se enseñan matemáticas o cualquier otro ramo del saber humano, de aplicación inmediata al arte de la milicia. Es de esperarse que la República tendrá en breve telégrafos militares. Consideraciones de diversa índole, pero muy atendibles, aconsejan entonces que los que más tarde serán oficiales y jefes del ejército, adquieran los conocimientos indispensables, cuando menos, para reparar una línea y manejar los aparatos... el Gobierno está resuelto a generalizar los conocimientos expresados, aun entre aquéllos oficiales que forman parte del ejército de línea.62

Sin embargo, en una carta posterior al director del Colegio, el coronel Mariano Moreno, Alsina daba a entender que ese funcionario no había querido incluir la reforma en el reglamento. Moreno finalmente renunció, asumiendo en su lugar el general Julio Vedia, quien hizo incluir la materia telegrafía en la instrucción del Colegio. No obstante, al año siguiente, Vedia informaba a Alsina que el curso tenía escaso aprovechamiento por parte de los cadetes, por falta de los elementos adecuados y de disponibilidad horaria, aun cuando consideraba que "sin embargo por el tiempo que los cadetes habrán de permanecer en el colegio, se juzga que en ese lapso lograrán la destreza que los habilite para el desempeño del servicio en cualquier estación telegráfica".63 Ese mismo año, una comisión examinadora informaba después de una auditoría elevada a Alsina que

la telegrafía sobre cuya importancia actual es superfluo hablar, no ofrece en el Colegio resultados satisfactorios. Los alumnos vacilan mucho en el manejo de los aparatos y carecen de habilidad para transmitir y recibir los mensajes... Ignoramos las causas de estas deficiencias.64

Si semejantes problemas se detectaban entre personal que en realidad no necesitaba de reclutamiento, pues ya estaban obligados a entrenarse en la técnica como parte de su instrucción, el inconveniente se potenciaba en las líneas nacionales, cuando era necesario todavía convencerlos de las bondades de encomendarse a la tarea. Por eso, no es de extrañar que en las fuentes aparezca el intento de que se cubrieran los puestos del telégrafo con personal militar. Es interesante que, después de la Campaña del Desierto, se haya ordenado en el colegio que "los cadetes sólo tendrán salida el primer domingo de cada mes y los demás domingos y feriados serán destinados a la práctica de la telegrafía eléctrica"65. Se designó por entonces como profesor a Higinio Vallejos, quien se había desempeñado como Inspector de Telégrafos Militares en la Campaña del Desierto. Aunque no encontramos las fuentes que lo confirmen, podemos suponer que estas franjas horarias estaban destinadas a que las prácticas se efectuaran en las líneas de los telégrafos nacionales, con lo que tenían el beneficio de poder cubrir horarios que eran más difíciles para los empleados de turno. Las prácticas como operadores les permitirían eventualmente ejercer en esas oficinas tan demandantes de brazos para el accionar de los aparatos.

La primera unidad de telegrafistas del ejército data recién de 1888. Su origen se encuentra en el decreto dictado el 10 de abril de ese año, por el cual se creaba el Batallón de Ingenieros Militares, sobre el plantel de la ya existente Compañía de Zapadores. Firmado por el Ministro de Guerra y Marina de la presidencia de Juárez Celman, se incluía como parte de ese Batallón a "cuatro compañías: una de zapadores, una de pontoneros, una de ferrocarriles y una de telegrafistas".66 El 18 de junio de 1892, con esas mismas cuatro compañías, se creó el Regimiento de Ingenieros y, en el libro de órdenes de este cuerpo, con fecha del 25 de Noviembre de 1895, se informaba que

se formará una Escuela de Telegrafía dirigida por el jefe nombrado -D. Higinio Vallejos- quien dará academia a los distinguidos, clases y soldados, que por sus aptitudes sea conveniente hacerlo. La escuela se reunirá de 7 a 8.30 p.m. en el comedor de oficiales.67

Sin embargo unos años después, en 1903, informaba el coronel Dellepiane:

Para obviar la carencia de suboficiales con una adecuada preparación en telegrafía se ha creado una Escuela de suboficiales y aspirantes en el regimiento, bajo la dirección del teniente 1º D. Carlos Smith Pedernera, a la que asisten unos treinta alumnos.68

Y todavía en 1905 informaba el jefe de la unidad:

La forma acelerada con que se ha dado la instrucción en tan corto tiempo, solo ha contribuido a dar a los conscriptos una noción confusa de todo. Es necesario que los telegrafistas tengan una adecuada capacidad intelectual, pues hacen falta unas ocho horas diarias, durante seis meses, para formar un buen operador, sin considerar el tiempo que exigiría su preparación con mecánicos, capaces de intervenir en el montaje y reparación de los aparatos! 69

A pesar de la frecuencia con que se fundaban, modificaban y reabrían las escuelas y las materias militares de formación en telegrafía, todavía en 1912 los telegrafistas podían hacerse la siguiente pregunta: "¿estamos militarmente preparados para atender el servicio telegráfico en caso de guerra?".70 Los trazos dejados por las fuentes aclaran el por qué. La conclusión era que los conscriptos de la Marina, gracias a la escuela radiográfica, no tendrían mayores problemas; pero se hacían serias advertencias ya que no se abrigaban las mismas esperanzas para lo que concernía al ejército de tierra. Como solución, se proponía que se militarizara la instrucción entre los telegrafistas de las líneas nacionales y, de paso, se asegurara la estricta disciplina de los telegrafistas:

Pensamos que cada telegrafista, en caso de guerra, es un auxiliar poderoso para un ejército, ó un temible enemigo, quizás más peligroso que un oficial. Debe, pues, contarse con su absoluta fidelidad, y sus hechos punibles deben ser juzgados por el código militar. El cuerpo de telégrafos de la Nación debe á nuestro concepto recibir instrucción militar apropiada, efectuar periódicamente maniobras en campaña, y según los conocimientos profesionales que tenga cada empleado, designarle un puesto en el escalón militar de la reserva, para que en caso de movilización se disponga de los telegrafistas necesarios.71

No era sólo un intento de afianzar la seguridad nacional, sino una propuesta para asegurar la permanencia de aquellos que habían conseguido ser formados como empleados para los telégrafos. De hecho, como parte del esfuerzo para paliar los inconvenientes, la Revista Telegráfica cumplía la función de reclutar aspirantes, e incluso la de formarlos, en la medida de lo posible. A tales efectos, por ejemplo, la publicación copiaba del Journal Telegraphique varias notas relativas a instrucciones para la organización del servicio y el mantenimiento de las líneas. No sólo instruía sobre las técnicas de reparación de los recorridos sino que, para simplificar estas operaciones, ordenaba qué tipo de pruebas debían tomarse periódicamente en las instalaciones. Además, enseñaba cómo del correcto conocimiento de las cualidades eléctricas de los conductores podían deducirse más rápidamente, con ciertas pruebas y medidas, dónde estaban localizadas las fallas. Asimismo se informaba qué tipo de instrumentos, recursos y materiales era preciso utilizar para hacer las pruebas y medidas correspondientes.72

Los bajos sueldos eran mencionados constantemente en las notas como factor fundamental, tanto en lo que hacía a las muchas vacantes en los puestos por cubrir, como a la baja formación científica de quienes finalmente ocupaban esos puestos. Así, como ejemplo a no seguir, se comentaba que era esperable que las empresas ferrocarrileras tuviesen personal con remuneraciones bajísimas: "no nos extraña la retribución mezquina que asignan á los telegrafistas, desde que son empresas que no tienen el telégrafo como fuente de recursos, y cuidan mucho la ganancia del tanto por ciento". Aunque tampoco las avalaban: "pensamos que tampoco debe permitírseles el empleo de practicantes y menores de edad, como los que ocupan algunas empresas, pues su inexperiencia y falta de práctica puede dar lugar á verdaderas catástrofes". Las líneas nacionales debían asegurar otras condiciones a sus trabajadores, y, sin embargo, en ellas también se constataba que:

los guarda hilos, factores eficientes en la conservación de las líneas, son también escasos y la casi totalidad incapaces... ¿Qué se puede pretender de un hombre [al] que se [le] pague setenta pesos, aquí donde siempre hay carencia de brazos y donde un peón gana como mínimum noventa? 73

Más aún, el salario exiguo no era un problema tan sólo de los guarda-hilos y empleados menos calificados:

En iguales circunstancias se encuentran los jefes de telégrafos, jefes y subjefes de turnos. Como sabemos, éstos deben dirigir el tráfico de los telegramas de un extremo al otro de la República, salvar los mil inconvenientes y desperfectos que en tan vasta red se producen todos los días, todas las horas. Sobre su cabeza penden como espada de Damocles, las quejas de los diarios y del público, siempre injusto, porque debían convencerse de que si los telegramas se demoran, es por fuerza mayor, porque los empleados del telégrafo, por obligación y por amor propio hacen lo imposible. Los empleados de Correos y Telégrafos esperan confiados en que los ex Directores de la repartición y que actualmente ocupan bancas legislativas: doctores Cárcano, Zeballos, Carlés, Posse, Peña y Castillo no los olviden...74

Para dar fuerza a su reclamo los telegrafistas mostraban las ventajas de cualquier otro tipo de puesto frente al miserable salario de sus colegas. Manteniendo en el anonimato el nombre de quienes habían decidido abandonar sus labores frente a la nimiedad de la suma ofrecida al trabajador del telégrafo, se detallaba una lista de casos:

N.M. (*), telegrafista 10 años, último sueldo 110 pesos. Actualmente es empleado del Banco Español con 7 años de antigüedad y gana 600 pesos; M.P., 15 años de telegrafista, 125 pesos; 6 años en el Banco Francés, 500 pesos.; J.D.L, 15 años de telegrafista, 110 pesos; 6 años en una casa cerealista, 500 pesos; N.M, 11 años de telegrafista, 110 pesos, 6 años en otra casa cerealista, 500 pesos; N.V. 10 años de telegrafista, 140 pesos; 5 años en el Banco Español, 350 pesos.75

La Revista iba más allá con la denuncia: no se trataba sólo de la competencia de los privados,

Tenemos por ejemplo la Policía de la Capital, para no salir de la administración nacional. Hay allí una larga lista de ex telegrafistas que, con infinidad de años de servicio, apenas lograron obtener (no todos) la categoría de primera, ó sea, un sueldo (actual) de 180 pesos mensuales, y otros que optaron por seguir la carrera policial y he aquí que en menos tiempo del que emplearon aquéllos para legar á telegrafistas de primera, algunos de éstos son ya comisarios, otros subcomisarios y la mayoría auxiliares.76

La falta de preparación científica de los empleados también tenía en los bajos salarios su asidero:

Esto mismo explica, también, otro fenómeno concurrente á la crisis; en dicha repartición actualmente todos ó casi todos nuestros colegas estudian; pero á ninguno se le verá entre manos un tratado de telegrafía ó de electricidad, por cuanto á ninguno se le ocurre pensar tampoco en seguir la carrera del telegrafista, siendo éste nada más que un medio transitorio de vida, mientras se preparan para emprender nuevos rumbos.77

Por esto, en informes del telégrafo o en aquellos escritos de viajes de funcionarios al exterior, cada vez que se comparaban a las reparticiones locales con las extranjeras se remarcaba la habilidad de los argentinos en la manipulación de los dispositivos al mismo tiempo que su falta de preparación ante los inconvenientes organizativos o técnicos:

Me atrevo á opinar, que la habilidad para el manejo de los aparatos, que en la práctica diaria ponen en evidencia nuestros telegrafistas, no es superada por los de ninguna otra nación; pero sin género de duda y en términos generales, puede afirmarse que el telegrafista europeo es más preparado, científicamente, que el argentino.78

Los editorialistas de la Revista Telegráfica resumían el problema bajo el subtítulo de "Crisis de Personal de Telégrafos. Sus causas" y argumentaban:

Entre los numerosos problemas que preocupa actualmente á nuestra Dirección de Telégrafos, pocos hay tan graves como la provisión de vacantes en cualquiera de las escalas, desde el puesto de mensajero hasta los más altos. El mal es viejo y las causas que lo originan también. El poco estímulo, la falta de campo de acción y la modorra propia del ambiente, despreocupó á los telegrafistas que juzgaron inútil el estudio. Se concretaban á practicar la rapidez en la transmisión y recepción, alcanzando en este ejercicio una habilidad quizás no superada... Si seguimos por los Jefes de Distrito, Jefes y Sub Jefes de turno de telégrafos, el mal tiene los mismos caracteres, pues, dada la instalación de aparatos modernos, de precisión y sincronismos exactos, que exige el aumento del tráfico en toda la República, no es dable suponer un desempeño correcto por personas no preparadas.79

El problema era circular: los bajos salarios retribuían trabajos descalificados, y la formación era imposible si los sueldos se mantenían en esos niveles. De esta manera, explicitaban en la Revista Telegráfica:

Sabemos que para formar un telegrafista se requiere más de un año de práctica solamente y siempre que el aspirante sea inteligente y se dedique a ello por completo. El Gobierno Nacional debe, cuanto antes, crear en los Distritos y Sub Distritos escuelas oficiales de telegrafía con profesores especiales dedicados á ese solo efecto y donde se preparen telegrafistas y guarda hilos; pero debe á su vez mejorar la escala de sueldos de los telegrafistas, porque de lo contrario las escuelas estarán desiertas por falta de aspirantes.80

Velocidades y urgencias

La falta de aspirantes formados y lo exiguo del financiamiento estatal se sumaban a una serie de malas decisiones tomadas en la instalación y administración de las líneas desde hacía por lo menos treinta años. Como se decía en otro de los editoriales de la Revista Telegráfica, bajo el subtítulo de Líneas Telegráficas (para nadie el sayo):

Muchos años hace que oímos repetir: nuestras líneas telegráficas son un muestrario de interesantes antigüedades, de cómicos deshechos, de pasivo campo de experimentación ténico-constructiva. Muchos años también que se suceden proyectos sobre proyectos para remozar este museo-red... La intensificación del tráfico, imponiendo aparatos complejos para acelerar las transmisiones, encuentra un obstáculo insuperable á su expansión en la arcaica disposición de nuestra red telegráfica. Resulta, por lo demás, muy sensible la disparidad de términos en que se están colocando el órgano y su función. Esta, cada vez más exigente, marca un compás de aceleramiento constante; aquél envejece.81

Debe señalarse que se refieren a "muchos años" porque este "muestrario de cómicos deshechos" era apuntado como problemático desde hacía décadas, al punto que ya para 1891 existían informes internos de los telégrafos nacionales que daban cuenta del asunto82. Es decir, no sólo era un problema de falta de renovación y organización estancada; antes que eso lo era de implementación original, y, en todo caso, se veía acentuado por las carencias acumuladas a lo largo del tiempo.83

La urgencia en coordinar la hora en todo el territorio nacional era justificada, por quienes impulsaban los sucesivos decretos respectivos, como una respuesta necesaria a las velocidades alcanzadas por las nuevas tecnologías que promovían la instantaneidad de las comunicaciones entre puntos distantes del territorio nacional. Una vez analizadas las velocidades reales en que el rayo se movía, se esfuma la urgencia de la necesidad y se entiende mejor por qué, pese al decreto de unificación horaria nacional, más de quince años después del mismo se seguía detectando que el horario no estaba unificado, ni siquiera al interior de los recorridos de los ferrocarriles que disponían de comunicaciones telegráficas. Así, en una entrevista que se le hizo en 1910 para el Diario de Mendoza, Juan Carullo (astrónomo amateur y gerente del Banco Industrial de Mendoza), después de dar detalles sobre instrumentos que estaba comprando para armar un observatorio en su provincia, sostenía:

Una vez que el gabinete astronómico se halle montado definitivamente, pienso también proponer la uniformidad de la hora en las oficinas públicas, bancos, ferrocarriles, etc., porque aquella no es ahora uniforme. Usted habrá podido observar quizá que ni en el mismo ferrocarril la hora es exacta, si bien se rige por la del observatorio de Córdoba, pues resulta que á veces los relojes acusan una variación de algunos minutos. Mediante la péndula que usted vé, se podrá tener la hora con rigurosa exactitud y en completa uniformidad. Tiene un mecanismo que permite comunicarla por medio de corriente eléctrica, minuto por minuto, á los demás relojes que estén con ella en contacto. 84

Quince años después del decreto, se sumaba un eslabón más a esta cadena de intentos de coordinación horaria mediada por la electricidad telegráfica.

Conclusiones

Este trabajo entra en consonancia con otros que han mostrado que la historia de la conformación del Estado-Nación en la Argentina no es lineal. En 1894, la sanción del decreto de unificación horaria representó el corolario, pero de ninguna manera el cierre, de un largo derrotero vinculado a la unificación del territorio argentino, que ha sido poco estudiado: la creación de un espacio nacional unificado temporalmente y calibrado de manera tal que la comunicación entre La Quiaca y Buenos Aires pudiera realizarse en un hipotético "tiempo común". De esta manera, pretendía crearse un espacio cronometrado para que la información, las cosas, las mercancías y las personas pudieran circular o intercambiarse a un ritmo acoplado, predecible y conocido en la extensión de las redes de circulación nacional. Sin embargo, la unificación de la hora, lejos de constituir un tema resuelto simplemente por un decreto, condensaba problemas de mediciones y cálculos astronómicos con la coordinación de determinadas tecnologías de la burocracia, de las comunicaciones y del transporte.

Como se mencionó en la introducción, en el período analizado no se trató de describir la "debilidad" del aparato del Estado, que por caso manifestaba su capacidad creciente en el aumento exponencial de las misivas enviadas por los alambres nacionales, en la sanción de la Ley de Telégrafos Nacionales y en la primera Ley de unificación horaria de América del Sur. No obstante ello, se pusieron al descubierto la multiplicidad de conflictos materiales y sociales encontrados por las administraciones nacionales involucradas en sus intentos por coordinar la unidad eléctrica con la horaria. Reforzando el tema de la jerarquización del conflicto, también comentada en la introducción, en este análisis se pudo apreciar que los sectores de los trabajadores telegráficos y aprendices de telegrafistas civiles y militares eran aún incipientes y sumamente inestables. Sin embargo, los conflictos ya tenían varias aristas definidas que se vislumbraron en boca de los impulsores de los tendidos. Por otro lado, puntualizando algunas de esas múltiples dificultades, se cuestionó que las velocidades para las comunicaciones telegráficas fueran las que se alegaban en los discursos de la unidad estatal. Asimismo, el decreto de coordinación temporal no constituyó una respuesta urgente del Estado para avanzar con las velocidades de las nuevas tecnologías que impulsaba, sino tan sólo un paso más de tortuosas implementaciones tecnológicas superpuestas a añejos conflictos materiales, naturales y sociales. Como en otros casos analizados por la historiografía reciente, los planes en favor de la unidad nacional se mostraron como el resultado de variadas contradicciones locales que, aun cuando fueron transformadas, los trascendieron.

Notas

1 Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas - Universidad de Buenos Aires - Universidad Nacional de Quilmes, Argentina.

2 Para cartografía y mensuras ver los capítulos dedicados a Argentina de la compilación de Juan Carlos Garavaglia y Pierre Gautreau, Mensurar la tierra, controlar el territorio. América Latina, siglos XVIII-XIX, Rosario, Prohistoria, 2011.         [ Links ] Sobre la renovación de la infraestructura portuaria ver Roy Hora, Historia económica argentina en el siglo XIX, Buenos Aires, Siglo XXI, 2010, p.166;         [ Links ] para ferrocarriles, Andrés Regalsky, "Foreign Capital, local interests and Railway Development in Argentina: French Investments in railways, 1900-1914" en Journal of Latin American Studies, London, vol.21, núm.3, 1989, pp. 425-52;         [ Links ] Elena Salerno, "Los Ferrocarriles del Estado en Argentina y su contribución a la ciencia", en História, Ciências, Saúde-Manguinhos, Rio de Janeiro, vol.15, núm.3, 2008, pp.657-678;         [ Links ] María Vera de Flachs, El Ferrocarril Andino y el desarrollo socioeconómico del sur de Córdoba, 1870-1880, Buenos Aires, FECIC, 1982;         [ Links ] Jorge Schvarzer y Teresita Gómez, La primera gran empresa de los argentinos. El Ferrocarril del Oeste (1854-1862), Buenos Aires, F.C.E., 2006;         [ Links ] para extensión de los caminos Anahí Ballent, "Kilómetro cero: la construcción del universo simbólico del camino en la Argentina de los años treinta", en Boletín del Instituto de Historia. Argentina y Americana Dr. Emilio Ravignani, 3ra serie, núm. 27, 2005, pp. 107-136;         [ Links ] para comunicaciones y telegrafía, Horacio Reggini, Sarmiento y las comunicaciones: la obsesión del Hilo, Buenos Aires, Galápagos, 1977 y Los caminos de la palabra: las telecomunicaciones de Morse a Internet,         [ Links ] Buenos Aires, Galápagos, 1996;         [ Links ] Walter Bose, "Historia de las comunicaciones en la República Argentina (Antecedentes y período 1862-1930)", en Academia Nacional de la Historia (ed.), Historia argentina contemporánea, vol. 2, sección 2, Buenos Aires, El Ateneo, 1966, pp.160-212,         [ Links ] Ramón Cárcano, Historia de los medios de comunicación y transportes en la Argentina, Buenos Aires, Lajouane, 1893;         [ Links ] cfr. Nísia Trindade Lima, "Um sertão chamado Brasil: intelectuais e representação geográfica da identidade nacional", Rio de Janeiro, REVAN / IUPERJ, 1999,         [ Links ] y Wolfgang Schäffner , "Los medios de comunicación y la construcción del territorio en América Latina" en História,Ciências, Saúde - Manguinhos, Rio de Janeiro, vol.15, núm.3, 2008, pp.811-826.         [ Links ]

3 Gabriel Carrasco, La unidad horaria en la República, Rosario, Peuser, 1893.         [ Links ] Cf. Marina Rieznik, Los Cielos del Sur. Los observatorios astronómicos de Córdoba y de La Plata, 1871-1920, Rosario, Prohistoria, 2011;         [ Links ] "La organización espacio-temporal del territorio argentino a fines del siglo XIX", publicación en CD de las XII Jornadas Interescuelas de Historia, Bariloche, 2009;         [ Links ] "Convenciones espacio-temporales y tecnologías de transporte y comunicación en la Argentina del siglo XIX", publicación en CD del XXVII Congreso ALAS, Buenos Aires, 2009;         [ Links ] "Dibujando con alambres la espacio-temporalidad en la Argentina del siglo XIX. Los esquemas de tendidos telegráficos diagramados por Manuel Bahía (1891)", en Carla Lois y Verónica Hollman (eds.), Geografía y cultura visual: los usos de las imágenes en las reflexiones sobre el espacio. Rosario, Prohistoria, 2013;         [ Links ] Santiago Paolantonio y Edgardo Minniti, "Señales horarias. Historia temprana de la hora oficial argentina", en Historia de la Astronomía, on line (http://historiadelaastronomia.files.wordpress.com/2011/06/hora.pdf)        [ Links ]

4 Cf. Hernán Otero, "Estadística censal y construcción de la Nación. El caso Argentino, 1896-1914" en Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana "Dr. Emilio Ravigniani", 3ra serie, núm. 16 / 17, 1998, pp.124-149.         [ Links ]

5 Juan Carlos Garavaglia y Jorge Daniel Gelman, "Rural History of the Rio de la plata, 1600-1850: Results of a Historiographical Renaissance", en Latin American Research Review vol.30, núm. 3, 1995, pp. 75-105;         [ Links ] Jorge Daniel Gelman, "Mucha tierra y poca gente: un nuevo balance historiográfico de la historia rural platense (1750-1850), en Historia Agraria, núm. 15, 1998;         [ Links ] Roberto Schmit, Gente de la frontera: Sociedad, Estado y Economía del Oriente entrerriano en la primera mitad del siglo XIX (1820-1850), Tesis doctoral, Universidad de Buenos Aires, 2001;         [ Links ] Hernán Otero, Historia de la provincia de Buenos Aires. Tomo I: Población, ambiente y territorio. Buenos Aires, UNIPE-Edhasa, 2012;         [ Links ] Raúl Fradkin, El poder y la vara. Estudios sobre la justicia y la construcción del Estado en el Buenos Aires rural, Prometeo, Buenos Aires, 2007;         [ Links ] y La historia de una montonera. Bandolerismo y caudillismo en Buenos Aires, 1826, Siglo XXI, Buenos Aires, 2006;         [ Links ] Noemí Goldman y Ricardo Salvatore (comps.). Caudillismos rioplatenses. Nuevas miradas a un viejo problema, Buenos Aires, Eudeba, 1998;         [ Links ] Ariel de la Fuente, Children of Facundo. Caudillo and Gaucho Insurgency during the Argentine Sate-Formation process (La Rioja, 1853-1879), Durham and London, Duke University Press, 2000;         [ Links ] Ricardo Salvatore, Wandering Paysanos. State Order and Subaltern Experience in Buenos Aires during the Rosas era, Durham and London, Duke University Press, 2003;         [ Links ] Hilda Sabato, "Milicias, ciudadanía y revolución: el ocaso de una tradición política. Argentina, 1880", en Ayer. Revista de Historia Contemporánea, núm 70, 2008, pp. 93-114 y "¿Quié         [ Links ]n controla el poder militar? Disputas en torno a la formación del Estado en el siglo XIX", en La construcción de la Nación Argentina. El rol de las Fuerzas Armadas. Debates históricos en el marco del Bicentenario 1810-2010, Ministerio de Defensa de la Nación, Buenos Aires, 2010, pp.125-140;         [ Links ] Hilda Sábato y Alberto Lettieri, (comp.), La vida política en Argentina del siglo XIX. Armas, votos y voces, Buenos Aires, F.C.E., 2003;         [ Links ] Pablo Buchbinder, Caudillos de pluma y hombres de acción. Estado y política en Corrientes en tiempos de la organización Nacional, Buenos Aires, Prometeo-UNGS, 2004.         [ Links ] Algunas discusiones sobre los nuevos planteos teóricos y metodológicos y su relación con la historiografía internacional del siglo XX se encuentran en los primeros tres capítulos de Beatriz Bragoni (comp.), Microanálisis: Ensayos de Historiografía argentina, Buenos Aires, Prometeo, 2004.         [ Links ]

6 Cfr. Irina Podgorny, "Bones and Devices in the Constitution of Paleontology in Argentina at the End of the Nineteenth Century" en Science in Context, vol.18, núm 2, 2005, pp. 249-283;         [ Links ] Irina Podgorny y María Margaret Lopes, El desierto en una vitrina. Museos e historia natural en la Argentina, 1810-1890, México, Limusa, 2008.         [ Links ]

7 En ese sentido, este trabajo también se distancia de quienes, influidos por autores como Michael Foucault o James C. Scott, han reiterado la importancia de mostrar la debilidad del poder del Estado a través del análisis de los espacios no-estatales y de las prácticas de resistencia locales, aun en épocas de claro avance del capitalismo.

8 Oscar Oszlak, La formación del Estado Argentino, Buenos Aires, Editorial Belgrano, 1982.         [ Links ]

9 Cf. Oscar Oszlak, "Burocracia Estatal: Política y Políticas Públicas" en posdata. Revista de Reflexión y Análisis Político, vol. 11, 2006.         [ Links ] Sobre otras dificultades materiales en la construcción del cuerpo técnico-burocrático del Estado cfr. los capítulos del siglo XIX ver el libro de Ernesto Bohoslavsky y Germán Soprano (eds.), Un estado con rostro humano Funcionarios e instituciones estatales en Argentina, de 1880 a la actualidad, Prometeo, Buenos Aires, 2010.         [ Links ]

10 Edward Palmer Thompson, Tradición, revuelta y conciencia de clase. Estudios sobre la crisis de la sociedad preindustrial, Barcelona, Crítica, 1984, p. 37.         [ Links ] Para una lectura crítica de la influencia de Thompson en la historiografía Argentina, ver Agustín Nieto, "Los usos de E. P. Thompson en la historiografía 'argentina': Un itinerario posible", en Rey desnudo, año II, núm.3, 2013;         [ Links ] y Lucas Poy, "The Making of Labor History: Tracing the Influence of E.P. Thompson in Argentina", en las jornadas The Global E. P. Thompson: Reflections on the Making of the English Working Class after Fifty Years, Cambridge (Estados Unidos de América), 2013, pp.1-15.         [ Links ]

11 El proyecto de ley provincial que impulsó el decreto ejecutivo dictado en la Argentina apela constantemente a los debates internacionales. La hora legal existía en Inglaterra desde 1850; posteriormente se adoptaría en Suecia, Italia, Prusia, Estados Unidos, Japón y Alemania. En Francia abundan los documentos que dan cuenta de cómo la heterogeneidad horaria producía confusión entre los usuarios y administradores de ferrocarriles y telégrafos, hasta que se declaró la hora legal para toda Francia y Argelia según la hora media del meridiano de París. La ley había sido impulsada originalmente por la Sociedad Científica Flammarion, y apoyada por la Sociedad Astronómica de Francia. Cf. Marina Rieznik, Los cielos del sur..., cit. Ponderando la importancia de las vinculaciones entre saberes internacionales y locales en la conformación de los saberes técnicos del Estado, puede verse Mariano Plotkin y Eduardo Zimmermann (comps.), Los Saberes del Estado, Buenos Aires, Edhasa, 2012        [ Links ]

12 El 25 de septiembre 1894 el Poder Ejecutivo Nacional declaraba como hora oficial la del meridiano de Córdoba para todas las oficinas públicas. Por un decreto anterior del 1 de agosto, el mismo horario regía para todas las vías férreas del territorio nacional. Cf. Marina Rieznik, Los cielos del Sur..., cit.

13 Anton Huurdeman, The worldwide History of Telecommunications, New Jersey, John Wiley & Sons, 2003;         [ Links ] Alexander James Field, "The Magnetic Telegraph, Price and Quantity Data, and the New Management of Capital", en The Journal of Economic History, vol. 52, núm. 2, junio 1992, pp. 401-413;         [ Links ] Robert Luther Thompson, Wiring a Continent: The History of the Telegraph Industry in the United States, 1832-1866, Princeton, Princeton University Press, 1947;         [ Links ] Ursula Lehmkuhl, "Atlantic Communication: The Media in American and German History from the 17th. to the 20th. Century", en Journal of American History vol. 92, núm. 3, 2005;         [ Links ] Simone Müller-Pohl, "'By Atlantic Telegraph'. A Study on Weltcommunication in the 19th. Century", en Medien & Zeit, núm 4, 2010, pp. 40-54.         [ Links ]

14 "The Telegraph", en Atlantic Monthly, núm. 2, 1858, pp. 591-92.         [ Links ] Cf. Paul Gilmore, "The Telegraph in Black and White", en ELH, vol. 69, núm. 3, 2002, pp.805-833.         [ Links ]

15 Ya en una serie de lecciones en Boston en 1849, el científico suizo Arnold Guyot celebraba las nuevas tecnologías afirmando que las vías férreas y el telégrafo representaban la conquista norteamericana de la naturaleza: "El espacio es aniquilado por las vías férreas; la palabra del hombre, soportada en alas de la electricidad, deja atrás en su curso al mismo Sol; las distancias se disipan, los obstáculos desaparecen. El hombre así dispone a su voluntad de las fuerzas de la naturaleza, y la Tierra sirve al final a su maestro..." en Arnold Guyot, The Earth and Man: Lectures on Comparative Physical Geography, in its Relation to the History of Mankind, Boston, Gould, Kendall, and Lincoln, 1846, p.292. Cf Edward Hitchcock, "The Telegraphic System of the Universe", en The Religion of Geology and its Connected Sciences, Boston, Phillips, Sampson, and Company, 1852.

16 Taliaferro Shaffner , The Telegraph Manual: A Complete History and Description of the Semaphoric, Electric and Magnetic Telegraphs of Europe, Asia, Africa, and America, Ancient and Modern, New York, Pudney and Russell, 1859, p. 13.

17 Taliaferro Shaffner , The Telegraph... p.5

18 William Channing, "Extraordinary Electrical Experiments on the Human System", en American Telegraph Magazine, núm. 1, 1853, p.210. Cf. Paul Gilmore, The telegraph..., cit.

19 William Channing, "On the Municipal Electric Telegraph; Especially in its Application to Fire Alarms", en American Journal of Science and Arts, núm. 13, 1852, pp. 58-59. Cf. Paul Gilmore, The telegraph..., cit.

20 Es más, Gilmore da cuenta de la frecuencia y popularidad de las anécdotas de parejas que se casaban a instancias del telégrafo, aniquilando no sólo tiempo y espacio, sino también los límites entre los cuerpos asegurados por las separaciones geográficas e históricas. Así, el telégrafo conjuraba imágenes no simplemente del sistema nervioso sino de sangre y semen, en una corriente de todo tipo de fluidos corporales que recorrían el territorio de los estados. Tom Standage, The Victorian Internet: The Remarkable Story of the Telegraph and the Nineteenth Century's On-line Pioneers , New York, Walker and Co., 1998,         [ Links ] citado por Paul Gilmore, The telegraph..., cit., p.810.

21 Mientras algunos celebraban la superioridad de la "raza" que impulsaba los tendidos telegráficos, otros ponderaban al telégrafo por separar la mente del cuerpo, y encontraban un camino para superar las prisiones propias de un mundo en el que aún existía el esclavismo, hermanando así a todos los hombres a través de un comercio progresivo, espiritual e intelectual. En estos discursos, el telégrafo actuaba espiritualmente, eliminando espacio y tiempo: mientras que las características corporales de las "razas" humanas estarían determinadas por distinciones espaciales y temporales, esta tecnología permitiría que se vincularan "todas las familias del hombre" y se fortaleciera así la "conciencia sobre la unidad de la humanidad". Citado de "Telegraphs and Progress - The Cause," en Littell's Living Age, núm. 3, January 1857, p. 58; y "The Atlantic Telegraph, Ancient Art, and Modern Progress", en DeBow's Review, vol. 25 núm. 5-08, 1858; Cfr. Paul Gilmore, The Telegraph..., cit., p.43. Sin embargo, En la época, en los Estados Unidos, también existían discursos pesimistas sobre la utilidad o los fines del telégrafo. Dado que las primeras conexiones telegráficas se habían efectuado entre estados esclavistas, el telégrafo fue acusado por los políticos de los estados que se oponían a la esclavitud, ya que, según ellos, había mejorado las comunicaciones entre los esclavistas, y contribuido por tanto a afianzar el comercio esclavo, constituyéndose así en una tecnología que sometía los cuerpos. Gilmore recuerda que, aunque las primeras líneas de Oh! Susanna, de Stephen Foster, que datan de 1848, son conocidas para casi todos los americanos ("I come from Alabama / With my Banjo on my knee / I'se gwine to Lou'siana / my true lub for to see."), el párrafo subsiguiente, de tinte racista, no lo es: "I jump'd aboard the telegraph / And trabbeled down de ribber, / De lectrie fluid magnified, / And killed five hundred Nigga [por "Nigger"]." Este contraste entre la tecnología del telégrafo y la "raza" negra era una peculiaridad de la época, y no una ocurrencia de Foster, aunque en este autor el tema aparezca exagerado bajo la fantasía de una muerte masiva por electrocución. Gilmore analiza cómo se relacionan, en los discursos de mitad del siglo XIX, el telégrafo, el cuerpo y la "raza": discursos en clave racista oponían la ignorancia de la "raza" negra con el progreso y el avance de la tecnología, simbolizados en el telégrafo. The Atlantic Telegraph, 1858, núm. 12; Daniel Czitrom, Media and the American Mind: From Morse to McLuhan, Chapel Hill, University of North Carolina Press, 1982, p.12.

22 Todd Diacon, Stringing together a Nation. Cândido Mariano da Silva Rondon and the construction of a modern Brazil, 1906-1930, Durham, Duke University Press, 2004.

23 Ibidem.

24 Quien refiere el relato es Julio Costa. El verdadero nombre de Alico era Alejandro Ferreira, y era conocido por "parecer tener estereotipado en su cabeza el plano topográfico de la República". En Julio Costa, Rosas y Lavalle, Buenos Aires, J.L. Rosso, 1926. En todo caso, es conocido que el cadáver de Lavalle fue descarnado en Huacalera; y, más allá de si efectivamente Alico se llevó o no en ese momento el hueso en cuestión, la anécdota es un resabio de la importancia de su papel.

25 Napoleón Uriburu, Informe del comandante de Fronteras de Salta, 1873, fuente citada en Julio Alberto Lagos et al., Historia de las comunicaciones en el Ejército Argentino. Buenos Aires, Comando en Jefe del Ejército, Comisión del Arma de Comunicaciones "Arcángel San Gabriel", 1970, p. 112

26 Ibidem.

27 Llegarían a 438.000 en 1882 y a 4.163.000 en 1892. Gabriel Carrasco, La unidad..., cit., s/n; y Horacio Reggini, Sarmiento y las comunicaciones..., cit.

28 El Nacional, citado por Horacio Reggini, Los caminos de la palabra..., cit., p. 157.

29 Carta de Alsina a Avellaneda, 1º de enero de 1876, fuente citada en Julio Alberto Lagos et al., Historia de las comunicaciones..., cit., p. 114

30 Ibidem.

31 Ibidem.

32 Ibidem.

33 Ibidem.

34 Ibidem.

35 Cf. Marina Rieznik, Dibujando con alambres..., cit.

36 Gabriel Carrasco, La unidad..., cit., p.21.

37 Cf. Máximo Farro, "Redes y medios de transporte en el desarrollo de expediciones científicas en Argentina (1850-1910)" en História, Ciências, Saúde - Manguinhos, vol.15, núm.3, 2008, pp.679-696.

38 Cf. Marrina Rieznik, Dibujando con alambres..., cit.

39 Ibidem.

40 Revista Telegráfica, 15 de Febrero de 1913, año 1, núm 6, s/n.

41 Ibidem.

42 Informe de la Comisaría de Azul al Ministro de Guerra, 10 de Julio de 1877 fuente citada en Julio Alberto Lagos et al., Historia de las comunicaciones... cit., p. 117

43 Referencias y croquis de la expedición de Julio A. Roca, con detalle de las redes telegráficas, se encuentran en Julio Alberto Lagos et al., Historia de las comunicaciones..., cit., p.120

44 Cf. Julio Alberto Lagos et al., Historia de las comunicaciones..., cit., p.118

45 "Informe de la Comisaría de Azul...", cit.

46 Cfr. "Informe del Ingeniero Ébélot al Ministro Alsina", 15 de junio de 1877 fuente citada en Alfred Ébélot, Adolfo Alsina y la ocupación del desierto: relatos de la frontera, El Elefante Blanco, Buenos Aires, 2008, p 14; Ricardo Arce, "Las exploraciones y estudios que concurrieron al avance de Alsina. Actuación de científicos y técnicos argentinos y extranjeros: Ebelot, Wisocky, Czets, Robertson, etc.", en Academia Nacional de la Historia, Congreso Nacional de Historia sobre la Conquista del Desierto. Actas, vol.4, Buenos Aires, 1980, pp. 9-23.

47 Julio Alberto Lagos et al., Historia de las comunicaciones..., cit., p.119

48 Julio Alberto Lagos et al., Historia de las comunicaciones..., cit.

49 En 1970 revestía el grado de General y enviaba un relato con estos datos a los redactores Julio Alberto Lagos et al., Historia de las comunicaciones..., cit., p.134

50 Ibidem.

51Estos son denunciados por el propio Domingo F. Sarmiento en los debates parlamentarios de 1875, cuando se discutía la sanción de una ley para los telégrafos nacionales Cf. Marina Rieznik, Dibujando con alambres..., cit.

52 Revista Telegráfica, 6 de Septiembre de 1912, año 1, núm 1, s/n.

53 Ibidem.

54 Revista Telegráfica, 1º de Mayo de 1913, año 1, núm 9, s/n.

55 Entrecomillada en la fuente, La Razón, 29 de mayo 1913, fuente citada en Revista Telegráfica15 de Junio de 1913, año 1, núm 10, s/n.

56 Ibidem.

57 Revista Telegráfica, 1912 , núm 2, s/n.

58 Revista Telegráfica, 1912, núm 2, s/n.

59 Revista Telegráfica, 1º de Mayo de 1913, año 2, núm. 9, s/n.

60 Ibidem.

61 Ibidem.

62"Informe del Ministro Alsina al Colegio Militar", 1875. fuente citada en Julio Alberto Lagos et al., Historia de las comunicaciones... cit., p. 114.

63 "Informe de Vedia al Ministro Alsina", Colegio Militar, 1876. citada en Julio Alberto Lagos et al., Historia de las comunicaciones... cit., p. 443.

64 "Informe de auditoria". Colegio Militar, 1876 citada en Julio Alberto Lagos et al., Historia de las comunicaciones... cit., p. 443..

65 Coronel José Daza, Episodios Militares, fuente de 1887 citada en Julio Alberto Lagos et al., Historia de las comunicaciones... cit., p. 439

66 Julio Alberto Lagos et al., Historia de las comunicaciones..., cit.p.158

67 "Libro de órdenes del Regimiento de Ingenieros" citada en Julio Alberto Lagos et al., Historia de las comunicaciones... cit., p. 156 El regimiento fue creado el 18 de junio de 1892, con las mismas cuatro compañías de 1888. Cf. Julio Alberto Lagos et al., Historia de las comunicaciones..., cit.

68 Coronel Dellepiane, "Informe", 1903 fuente citada en Julio Alberto Lagos et al., Historia de las comunicaciones... cit., p. 159.El 5 de abril de 1900 el Regimiento se desdoblaba, y las compañías pasaban a formar brigadas según su especialidad. Así surge la Brigada de Telegrafístas, que constaba a su vez con dos compañías, una de campaña y otra de montaña. Cada compañía tenía un capitán, seis oficiales, un sargento primero, cuatro sargentos, ocho cabos, dos cornetas y setenta y dos soldados. En un programa de instrucción de marzo de 1902, se señalaban los siguientes contenidos a impartir en la Brigada: "Importancia de la telegrafía y la telefonía en las operaciones de guerra; sistemas telegráficos en uso en el ejército; ventajas y desventajas de los diversos sistemas de comunicaciones conocidos, su importancia y facilidades para establecerlos, destruirlos o interrumpirlos". Después de fracasada la revolución de 1903, la Brigada de Telegrafistas, una de las rebeladas, se reorganizó como batallón dentro de un nuevo Regimiento de Ingenieros bajo el mando del coronel Dellepiane en Campo de Mayo, entre cuyos batallones volvía a estar el de telegrafistas; este informe se escribe en ese entonces. Cf. Julio Alberto Lagos et al., Historia de las comunicaciones..., cit.

69 Ibidem.

70 Revista Telegráfica, 1º de Diciembre de 1912, año 1, núm 4, s/n.

71 Ibidem.

72 Revista Telegráfica, 15 de Febrero de 1913, año 1, núm 6, s/n.

73 Revista Telegráfica, 15 de Febrero de 1913, año 2, núm 6, s/n.

74 Revista Telegráfica, 6 de Septiembre de 1912, año 1, núm 1, s/n.

75 Revista Telegráfica, 15 de Mayo de 1913, año 2, núm 9, s/n.

76 Revista Telegráfica, 15 de Mayo de 1913, año 2, núm 9, s/n.

77 Ibidem.

78 Revista Telegráfica, 6 de Septiembre de 1912, año 1, núm 1, s/n.

79 Revista Telegráfica, 15 de Febrero de 1913, año 2, núm 6, s/n.

80 Ibidem.

81 Revista Telegráfica, 1º de Mayo de 1913, año 2, núm 9, s/n.

82 Manuel Bahía, Los telégrafos de la República Argentina. Estudio Técnico presentado al Director General por el inspector General de los Telégrafos de la Nación. Buenos Aires, ed. La Universidad, 1891.

83 Cf. Marina Rieznik, Dibujando con alambres..., cit.

84 "El cometa Halley. Su visibilidad entre nosotros. Un observatorio astronómico en Mendoza. Influencia del cometa sobre los movimientos sísmicos", Entrevista realizada al aficionado Juan A. Carullo para el diario Los Andes, del 3 de abril de 1910, p. 7. Cfr. Pablo Pacheco, De Mendoza hacia el cosmos: Astronomía, astrofísica y actividades espaciales en el siglo XX, Mendoza, Ediunc, 2013.

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