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Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana Dr. Emilio Ravignani

Print version ISSN 0524-9767

Bol. Inst. Hist. Argent. Am. Dr. Emilio Ravignani  no.41 Buenos Aires Dec. 2014

 

RESEÑAS

Hilda Sabato, Historia de la Argentina, 1852-1890. Buenos Aires, Siglo XXI, 2012, 349 páginas (Biblioteca Básica de Historia)

Beatriz Bragoni

Universidad Nacional de Cuyo / CONICET

El retorno de lo político vino de la mano de la revitalización de la narrativa y puso en jaque el enfoque nacional como arena de indagación adecuada para explorar los movimientos de unificación nacionales, luego de clausuradas las revoluciones de independencia hispanoamericanas. Desde entonces, y sobre la base de conceptos y procedimientos de investigación recostados en la nueva agenda historiográfica, la literatura académica cultivada en la Argentina ha ofrecido un repertorio de investigaciones con el propósito de restituir, casi palmo a palmo, el variopinto elenco de experiencias locales que animaron la vida política en cada rincón del país. Si la riqueza de tales investigaciones reside primordialmente en que ofrecieron evidencias empíricas firmes sobre las variaciones y complejidades de la experiencia política que, tras la Revolución, hizo del mosaico de soberanías independientes el campo de verificación del hecho de que la nación no estaba en el origen, sino que era el resultado del proceso de unificación del poder, la posibilidad de enhebrar de manera problemática los nuevos hallazgos en un relato que diera cuenta de la historización de aquella formidable y violenta construcción de soberanía estatal era, hasta la publicación de este libro, una tarea pendiente. Que Hilda Sabato haya asumido ese atractivo y difícil desafío intelectual no resulta casual ni sorprendente: no sólo porque participó activamente en los principales foros de debate académicos argentinos y latinoamericanos que tuvieron al siglo XIX político y a la invención republicana en el centro de las polémicas, sino también por el impacto que sus propias contribuciones infligieron al estado de conocimiento sobre aquel tramo de vida política argentina, despojándola, de igual modo, de las visiones esencialistas y unidireccionales que solían interpretar el fenómeno desde la cúspide del sistema nacional de decisiones, como de las influyentes versiones estructurales que hacían de la economía el nervio modelador de la acción política.

En este libro Sabato recoge buena parte de esas preocupaciones, y las vuelca con idéntica complejidad en una obra de síntesis cuyas originalidades se desglosan en diferentes planos. Una de ellas reside en la periodización adoptada, la cual toma distancia de las precedentes, que, bajo la clásica denominación de "organización nacional" (como la acuñada por Tulio Halperin -los "treinta años de discordia"-) entendían el triunfo de las armas de la nación sobre las milicias porteñas y la federalización de la ciudad de Buenos Aires como piedra de toque del proceso de afirmación del Estado y la autoridad nacional. En su lugar, Sabato opta por abandonar el ochenta como punto de inflexión, y prolongar el estudio hasta 1890, con el propósito de poner en discusión que el ciclo de estabilidad institucional y prosperidad material que había acompasado la formación del edificio republicano bajo el credo constitucional estuvo bien lejos de clausurar la vigencia de concepciones y prácticas políticas que se creían cerradas; sino que reinstaló la violencia armada como recurso legítimo de acción política. En consecuencia, el viraje en la periodización no supone un mero reemplazo cronológico, en cuanto problematiza la firmeza institucional y política forjada bajo el roquismo, y la eficacia del partido gubernamental (PAN) para gestionar sus conflictos. Al entenderlo de ese modo, y como lo había anticipado en un influyente ensayo previo, la revolución del 90 se erige como "acontecimiento" en el que conviven y compiten diferentes formas de pensar y gestionar el poder, cuya vigencia se retrotraía al ciclo abierto con la caída de Rosas, y que lo distingue de la etapa posterior.

Esa lectura de largo plazo resulta expuesta a lo largo de 10 capítulos y un epílogo cuyos diseños responden a criterios cronológicos y temáticos, en los cuales se ponen en juego dos ejes analíticos que Sabato hace explícitos al momento de justificar el recorte del abordaje. Uno reposa en los proyectos y ensayos institucionales que prevalecieron en la formación estatal federal, el cual toma en cuenta como dato básico que el epicentro del poder tenía como sede a las provincias y no a la Nación; el otro considera la construcción y legitimación de la autoridad política; esto es, pone en escena las implicancias del lazo representativo entre gobierno y pueblo con el fin de caracterizar las formas históricas asumidas, y las transformaciones que el propio ejercicio del poder y la conformación estatal imprimieron a la dinámica política entre 1852 y 1890.

Los tres primeros capítulos avanzan en la caracterización de la crisis post-Caseros que dio como resultado la formación de dos entidades (repúblicas) rivales, a desmedro de la pretendida unidad nacional promovida por los publicistas y políticos alineados bajo el efímero liderazgo de Urquiza. Pero si las causas u origen de la des-unión entre las 13 provincias que integraban la confederación, y Buenos Aires hacen hincapié en las discrepancias políticas residentes en la misma dirigencia, como también en las desiguales condiciones fiscales y financieras que terminaron por inclinar la balanza a favor del enfrentamiento armado en el crítico bienio 1859-1861, el análisis que Sabato ofrece en una y otra resulta ilustrativo de la tensa convivencia en torno a las formas de distribución territorial del poder, que bascula entre las iniciativas centralizadoras a favor de la unidad, y las destinadas a preservar los atributos soberanos de las provincias. Aquí, como en otros segmentos del libro, la función coactiva del "Estado" se ve limitada especialmente en relación al diseño de la fuerza militar y a su distribución en el territorio, haciéndola permeable a las interferencias y/o conexiones con las situaciones e intereses locales, y convirtiéndola en un factor crucial para sostener el gobierno legal, o tumbarlo. La clave interpretativa de tales resultados reside primordialmente en el papel desempeñado por las guardias nacionales, un actor político que Sabato colocó en la agenda, que declina la clásica versión que hacía de ellas meras comparsas de las facciones en pugna, entendiéndolas en cambio como vehículo de participación política, sujeta a una noción de "ciudadanía armada" cuya vigencia incidiría no sólo para legitimar la acción del poder estatal, sino también para justificar la de los disidentes, estimulando la rebeldía.

La gravitación de tales condiciones bajo la presidencia de Bartolomé Mitre (capítulos 4 y 5), ayuda a entender no sólo el fracaso de sus pretensiones de afianzar el orden político bajo el liderazgo de su provincia y sus aliados del interior. También pone en escena las restricciones que la doble jurisdicción de la que dependía la fuerza armada imponía a la autoridad nacional, ya sea en el orden de jefaturas insurrectas (como la del general Ángel Vicente Peñaloza y la pirámide caudillesca federal intermedia del centro-oeste argentino), ya sea por el rol asumido por otros menos díscolos (como el general Arredondo) cuya notoria influencia en los distritos electorales del interior obstruyó la voluntad presidencial de imponer a su candidato en las elecciones presidenciales de 1868. El fracaso, o límites de la influencia presidencial, residían primordialmente en las situaciones provinciales, las cuales arbitran en términos "prácticos" la política nacional. Que dicho registro opere en la estrategia argumentativa de Sabato no constituye un tema menor, porque no sólo incorpora las dimensiones locales en la trama del sistema federal en formación, sino porque, además, expone las variantes del liberalismo y del mitrismo en el interior, problematizando, especialmente, imágenes historiográficas todavía compactas de su asociación exclusiva con Buenos Aires. Dicho vector resulta tan indicativo como el que describe la relativa complejidad de los regímenes políticos locales, cuyos diseños, si bien se ajustaban al canon constitucional vigente desde 1853/60, en su efectivo funcionamiento en la campaña se los hacía descansar en elencos administrativos intermedios de perfiles socio-profesionales muy variados, de cuya lealtad dependía la estabilidad o derrumbe de los gobiernos con sede urbana. La mirada de "la política práctica" incluye además elecciones y prensa, dos tópicos regularmente advertidos por Sabato como indicadores privilegiados de los cambios operados en la Argentina de la segunda mitad del siglo XIX en relación a los rasgos propios que adoptaron en contraste con la era de Rosas, y por la escala nacional que ambas adquieren a pesar de las diferentes manifestaciones provinciales. Pero si la variación de estas últimas establece la tónica de las solidaridades y rivalidades de la república federal en ciernes, el escenario guerrero interno y externo impondrá una marca de fuego al edificio estatal nacional. Al respecto, si Sabato no elude, sino que realiza, un ajustado detalle de la bibliografía más actualizada sobre las implicancias de la guerra del Paraguay en las formaciones estatales de la cuenca del Plata, y ofrece la información necesaria para apreciar el impacto del conflicto bélico en materia de recursos humanos, fiscales y económicos movilizados por el gobierno nacional, su lectura deposita mayor atención en las resonancias, o "reacciones" despertadas en el frente interior, por entender que si bien la "gran guerra" no despertó sensibilidades nacionalistas como en el Brasil, constituyó una experiencia política que de ningún modo resultó indiferente ni a la "opinión pública" del completo país, ni menos aún al perfil centralizador del Estado nacional que emergería de la coyuntura.

Alrededor de ese motivo, Sabato hace girar el vuelco a favor de la expansión estatal durante la presidencia de Domingo F. Sarmiento, llevando a cabo el paneo de los instrumentos públicos puestos en marcha por el poder federal con la firme convicción de "modernizar la sociedad" (capitulo 6). Pero si las innovaciones institucionales en la esfera económica, como en la social, se convierten en dispositivos claves del programa civilizatorio (comunicaciones, educación y ciencia, inmigración y colonización), la implementación de las mismas no procede sólo de la derrota militar de las vertientes federales y antiporteñas que animaron la marea rebelde de la década anterior; se explican también en la renovada agenda pública que aglutina a las transformadas dirigencias políticas del interior, urgidas, entre otras cosas, por gestionar la ampliación de la brecha entre la creciente prosperidad de las economías agrarias pampeanas volcadas al mercado internacional, y las menos favorecidas de sus provincias.

Los años setenta, en su caso, terminan siendo resueltos en dos etapas: la primera ocupa el primer quinquenio (capítulo 7), en el cual el poder del estado termina afirmándose en el Litoral, en Cuyo y en Buenos Aires, haciendo uso de atributos constitucionales -que incluyen la intervención federal, el estado de sitio y la amnistía a los sublevados- a los que sumó la progresiva aplicación de la justicia federal en las provincias, la creciente profesionalización de los jefes militares, y la inversión estatal en materia de comunicaciones y armamento, cuyo despliegue fue puesto al servicio de la represión a los círculos mitristas que desafiaron la autoridad presidencial en Buenos Aires, Mendoza y San Juan (1874), y se proyecta sin concesiones en la campaña militar contra los indios, ampliando la soberanía estatal sobre los territorios patagónicos y del noreste a partir de 1878. Pero si tales factores resaltan el giro centralizador del estado nacional, los firmes trazos de la complejidad social, económica y cultural imprimen a la vida política rasgos diferenciales, dando forma a un esquema de poder de doble entrada que pone en juego, por una parte, las negociaciones destinadas a integrar a las fuerzas políticas que en Buenos Aires introdujeron la abstención electoral y la revolución como recursos de impugnación a la republica representativa; y, por la otra, la edificación de una extendida red política interprovincial con epicentro en Córdoba, que reactualiza el partido autonomista nacional en vistas a la carrera presidencial de 1880. Alrededor de esa doble cara que pone en escena la tensa convivencia de diferentes concepciones y formas de hacer política, y la no menos importante incapacidad de las agrupaciones partidarias con sede en Buenos Aires de hacer pie en las provincias, Sabato coloca el último eslabón de sustracción de obediencia del gobierno nacional, con el fin de erigirse en autoridad exclusiva del nuevo modelo de estado. En torno a ello, la revolución porteña ocupa un lugar protagónico en el argumento, en cuanto permite puntualizar lo que cada parte ponía en juego en la incierta coyuntura, y para apreciar especialmente la espiral confrontativa que condujo a la movilización armada de los porteños en la derrotada defensa por la "causa de Buenos Aires". El resultado de la contienda entroniza la autoridad nacional, cercena el poderío de la principal provincia que debe sacrificar su capital, y abre una década de estabilidad política cuya sobrevivencia en el largo plazo reposó, como señaló Natalio Botana, en un aceitado esquema institucional de reciprocidades y solidaridades políticas que incluía los poderes del Estado, la administración, los gobiernos provinciales y el partido gubernamental. Pero el señalamiento de las principales notas que distinguieron al régimen soldado en el ochenta, no omite dar cuenta de sus fisuras o porosidades. En particular, Sabato toma nota de las rivalidades o "ligas" que animaban la flexible maquinaria electoral oficial, coteja sus implicancias en la restricción gubernamental para gestionar el papel de los adversarios y/u opositores en el partido y el gobierno, y subraya su importancia en la formación de la coalición de viejos y nuevos dirigentes que jaqueó al régimen en la coyuntura del noventa. Esa clave de lectura, volcada en un libro de síntesis, resulta promisoria no sólo porque enfatiza la fluidez de las lealtades en el sistema de partidos en formación, y el peso relativo de la dependencia estatal en su organización y funcionamiento. Lo es también porque ilustra los corsi e ricorsi de concepciones regeneracionistas que una y otra vez encuentran algún arraigo en la política argentina.

En suma, el relato primordialmente político escrito por Sabato no economiza complejidades a la hora de historizar las formas de pensar y gestionar el poder y la política en la segunda mitad del siglo XIX argentino. De allí que su principal mérito resida en que por primera vez se postergan las fórmulas prescriptivas que solían primar en el abordaje del desempeño institucional y político republicano de la Argentina decimonónica.

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