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Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana Dr. Emilio Ravignani

Print version ISSN 0524-9767

Bol. Inst. Hist. Argent. Am. Dr. Emilio Ravignani  no.41 Buenos Aires Dec. 2014

 

RESEÑAS

William Acree, La lectura cotidiana. Cultura impresa e identidad colectiva en el Río de la Plata, 1780-1910, Buenos Aires, Prometeo Libros, 2013. 232 páginas.

Mariano Di Pasquale

Instituto de Estudios Históricos, Universidad Nacional de Tres de Febrero. Becario posdoctoral CONICET

mariano.dipasquale@gmail.com

El mundo de los libros, de la lectura, de los lectores y sus espacios de sociabilidad, de los dispositivos materiales que posibilitan su difusión, como las editoriales, las imprentas, las librerías, etc., han cobrado en las últimas décadas un lugar relevante en los abordajes culturales y en los estudios historiográficos. Basta aquí recordar los trabajos pioneros de Peter Burke, Robert Darnton y Roger Chartier los cuales centraron su atención en una reconstrucción minuciosa de la historia de los libros y de la lectura contribuyendo a repensar los posibles orígenes intelectuales-culturales de la modernidad europea.

En este marco compartido de renovación, William Acree, doctor por la Universidad de Carolina del Norte (Chapel Hill) y profesor de literatura y cultura popular latinoamericana en la Washington University en Saint Louis, analiza la circulación de los medios impresos y las formas de lectura como dispositivos centrales en la conformación de las identidades colectivas en el Río de la Plata. Este problema entra en diálogo con propuestas anteriores como la de Benedict Anderson que vincula el "capitalismo impreso" y la emergencia de las tempranas "comunidades imaginadas" nacionales durante las guerras por la independencia, así como con otras contribuciones más actuales, por ejemplo las de Doris Sommer, Nicolas Shumway, Paula Alonso e Iván Jaski que profundizan diversos aspectos de lo escrito en relación con la construcción de sentimientos de pertenencia. También, guarda puntos de conexión con los estudios sobre la industria de la publicación de libros en la Argentina en el siglo XIX, entre los que se destacan los trabajos de Alejandro Parada, Alejandro Eujanian y José Luis de Diego.

Siguiendo de cerca estos aportes, William Acree estudia la cultura impresa a través de una visión panorámica desde la llegada de las primeras imprentas en vísperas de las guerras revolucionarias hasta la celebración del primer centenario de la independencia en 1910. A través de un análisis que reúne una vasta y variada masa documental, el autor demuestra la fuerte presencia de una cultura escrita, y se pregunta por los motivos que posibilitaron su rápida difusión y su consolidación como práctica integral de la identidad colectiva en Uruguay y Argentina. Identifica y estudia las formas de experimentar la lectura con las actividades, festividades y prácticas cotidianas, y las realidades de un siglo que terminó con el establecimiento de los sistemas de educación primaria pública. Señala que la preferencia de un estudio regional se basa en sostener que Argentina y Uruguay tuvieron una experiencia histórica común en la relación entre imprenta y política hasta comienzos del siglo XX.

Acree utiliza los conceptos cultura impresa y lectura cotidiana, los cuales merecen una explicación. El autor señala que una "cultura impresa se forma a través de los vínculos que conectan los públicos lectores -tanto alfabetizados como analfabetos- con los medios impresos y los textos, lo que a menudo va más allá de la esfera de la palabra escrita" (p. 16). Esta aproximación incluye el análisis de las imágenes que aparecen en los periódicos o revistas, del pasquín o de las publicidades colocadas en la plaza; el uso de retratos en los billetes y las estampillas postales, el acto de leer en voz alta para un grupo de gauchos en la pulpería o para soldados analfabetos en una trinchera. De esta manera, el término cultura impresa adquiere un significado más amplio, ya que da cuenta del registro oral y visual en un mismo nivel de importancia respecto del componente escrito.

El concepto de lectura cotidiana, que da origen al título de la obra, surge de indagar en torno a los patrones habituales de asociación, como ser los avisos del periódico leídos en los púlpitos, la poesía popular leída en las pulperías, los libros de texto leídos en voz alta a los niños en la mesa de la cocina. Pero también, el término remite a la extraordinaria potencia que tuvo la lectura para congregar a la gente con más frecuencia que antes y en cantidades mayores. Las formas cotidianas de lectura se convirtieron en el núcleo central de la sociabilidad y solidificaron las creencias y las conductas.

La dimensión temporal amplia se recorta en tres momentos clave que definen el arco cronológico del libro, organizado en cinco capítulos: el periodo revolucionario, desde la independencia hasta principios del siglo XIX; el apogeo de la cultura ganadera, a mediados de ese siglo; y el establecimiento y la expansión de las escuelas primarias públicas nacionales, a fines del siglo XIX y comienzos del XX. Los tres últimos capítulos están dedicados al periodo 1870-1910.

El capítulo 1 analiza el momento de emergencia de los usos de lo impreso a partir de la llegada de las primeras imprentas a Buenos Aires y a la región, es decir desde 1780 hasta principios de la década de 1830. El autor indica que seguramente la falta de una cultura impresa durante la etapa colonial provocó que la llegada de la imprenta y su despliegue de textos fuera más significativo aun durante las guerras por la independencia. A partir de la Revolución de Mayo y de la necesidad de justificar el gradual cambio del orden político, las palabras y las imágenes van adquiriendo un rol fundamental. Las imprentas publicaron periódicos, poemas y documentos oficiales plegándose a la revolución y constituyéndose en su principal órgano difusor. De manera que la cultura impresa creció significativamente hasta convertirse en una fuerza legitimadora de los ideales republicanos.

El capítulo 2 estudia cómo la relación entre imprenta y política se impuso en la escritura gauchesca a mediados de siglo. El autor indica que en ninguna otra parte de América Latina hubo un tipo similar de escritura que negociara el encuentro de las culturas oral e impresa, y que permitiera el consumo popular de los medios impresos en la escala vista en el Río de la Plata. La cultura ganadera se expresó en poesías y prosas gauchescas, produciendo una enorme cantidad de textos, sumamente provocativos en términos partidarios. Estos escritos apoyaban la política de Juan Manuel de Rosas y la de su homólogo uruguayo, Manuel Oribe, junto con las formas de vida tradicionales vinculadas con el campo. También se conformó el verso en bozal, una lengua que imitaba los patrones discursivos de los africanos, lo cual permite indicar al autor la participación de los africanos y afrodescendientes en el desarrollo de la cultura impresa durante estos años. Al mismo tiempo, los grupos opositores a Rosas, asentados principalmente en Montevideo, contraatacaban también de manera impresa a estas corrientes literarias populares.

El capítulo 3 se centra en el establecimiento de los sistemas de educación primaria pública en Uruguay y Argentina a fines del siglo XIX, que permitieron que la lectura cotidiana se arraigara en toda la región. Las escuelas fueron importantes espacios creados por los estados, necesarios para difundir la idea de nación exitosa. Para alcanzar esta meta en el Plata, precisaban recursos, y las escuelas fueron los recursos clave para inculcar el amor al país en los jóvenes y en los inmigrantes que llegaban a la región.

El capítulo 4 considera a los libros de texto que impartían a los jóvenes lectores lecciones de patriotismo y maternidad. A partir de 1880 los Consejos Nacionales de educación en Uruguay y en la Argentina seleccionaron los textos oficiales para uso en las escuelas primarias. Los mismos buscaban inculcar amor al país y espíritu patriótico en sus lectores, intentando asimismo presentar una historia compartida. Pero esos textos iba más allá del aula; los niños se llevaban a sus casas los libros y los leían con sus hermanos y padres. En todas estas instancias, el acto de leer era de importancia fundamental, porque promovía la identidad nacional y los roles de género. Así, pues, el autor señala que, dada la cantidad de alumnos que asistían a las escuelas primarias, y dadas las formas en que los textos se leían en la comunidad, estas lecturas permitieron una apropiación popular de los discursos oficiales sobre el nacionalismo y la identidad de género.

En el Epilogo, el autor da cuenta de una cantidad importante de medios impresos que tuvieron una distribución masiva a partir de 1890, tales como las novelas populares, las revistas ilustradas, las nuevas monedas nacionales, las postales, los cigarrillos que tenían nombres e imágenes significativos (incluso algunos incluían premios, como cartas o figuritas que presentaban escenas del Martín Fierro y otras novelas populares). Este tipo de registros se ampliaron para la celebración del Centenario de la Independencia. Pero para cuando los mismos aparecieron, los contornos de la cultura impresa estaban definidos, y los medios impresos ya formaban parte de la vida cotidiana de los uruguayos y argentinos.

En forma de cierre, deseo resaltar dos aportes que surgen del libro. El primero resulta del abordaje metodológico, sobre todo el aplicado en los dos últimos capítulos. Acree considera los comentarios que garabateaban los niños en los cuadernos, los ejercicios que completaban basados en los libros y las cartas de devoción patriótica que elaboraban, como fuertes indicadores acerca de cómo los jóvenes tomaban en serio las lecciones que aprendían. Estos dispositivos de demostración, centrados en los niveles de apropiación -que aparecen escasamente trabajados en estudios afines- le permiten afinar y precisar el vínculo que unió las lecturas impartidas con la construcción de ciudadanía. El segundo asunto que Acree destaca es la reconstrucción de una literatura considerada menor, que formó parte de la vida cotidiana, pero que en general no fue lo suficientemente atendida. En este libro no se encuentran autores conocidos, a excepción de Bartolomé Hidalgo y José Hernández. La mayoría son escritores omitidos u olvidados, e incluso anónimos, pero que juzga vitales para el desarrollo de una cultura impresa.

La lectura cotidiana constituye un ejemplo para abordar de forma sutil y avezada los distintos "usos" de ideas y prácticas por parte de los lectores, teniendo presentes sus contextos específicos. En suma, la propuesta de Acree es significativa porque rastrea las voces de una literatura con poca historia, abriendo claves para comprender mejor las relaciones entre lectura, política e identidad colectiva en el Río de la Plata.

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