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Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana Dr. Emilio Ravignani

versión impresa ISSN 0524-9767

Bol. Inst. Hist. Argent. Am. Dr. Emilio Ravignani  no.42 Buenos Aires jun. 2015

 

ARTÍCULOS

"Facundo Quiroga rehabilitado". Una aproximación al contexto de producción, repercusiones y aportes historiográficos del libro de David Peña (1906)

María Gabriela Micheletti*

Artículo recibido: 30 de mayo de 2014

Aprobación final: 19 de diciembre de 2014

Resumen

A través de la variada y poco conocida documentación existente en los archivos personales de David Peña (1862-1930), este artículo procura arrojar nueva luz sobre su Juan Facundo Quiroga (1906). Para ello, se busca poner en relación esta obra –una de las primeras en iniciar en el país la revisión histórica del caudillismo--, con el epistolario y diversos manuscritos de su autor, así como con otras publicaciones de la época, a fin de avanzar en la construcción de una historia de la historiografía no sólo interesada en el análisis interno de una obra, sino también particularmente atenta a indagar los contextos de producción, los vínculos e influencias entre historiadores y la recepción esperada o conseguida.

Palabras clave: Revisión histórica ; Caudillismo ; David Peña ; Juan Facundo Quiroga ; Historiografía

Abstract

Through the diverse and little known documentation of David Peña’s (1862-1930) personal archives, this paper seeks to shed new light on his book Juan Facundo Quiroga (1906). For this purpose, it seeks to link this work –one of the first in Argentina which wanted to initiate the historical reappraisal of the caudillos-, with the personal letters and several author’s manuscripts, as well as other publications from the same period, in order to move ahead in building a history of historiography not only concerned about a work’s internal analysis, but also particularly attentive to its contexts of production, links and influences between historians, and the expected or achieved public reception of their work.

Keywords: Historical review ; Warlordism ; David Peña ; Juan Facundo Quiroga ; Historiography

Vate Peña: ¡No es nieto de Juan Facundo Quiroga!1
Francisco Barroetaveña

Introducción

Cuando en 1906 fue propuesta en la Junta de Historia y Numismática Americana (actual Academia Nacional de la Historia) la candidatura de David Peña como miembro de número, se generó cierto revuelo entre quienes frecuentaban ese cenáculo de eruditos estudiosos del pasado.2 Las objeciones al nombramiento se centraban en el libro que acababa de publicar el candidato aludido, en el que éste hacía la defensa del caudillo riojano Juan Facundo Quiroga, y que en realidad consistía en la versión escrita de la serie de quince conferencias que había pronunciado tres años antes como profesor de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires.

Este episodio, a menudo recordado por los historiadores de la historiografía argentina, ha contribuido a ubicarlo a Peña entre los escritores considerados pre-revisionistas (como Adolfo Saldías y Ernesto Quesada), en la línea de los antecedentes del revisionismo histórico que eclosionó en los años treinta.3

Menos se han explorado, en cambio, las circunstancias en que se produjo la aparición de la obra de Peña, y las repercusiones que generó en la prensa, así como su posible influencia en otros espacios de intercambio intelectual, incluso más allá de los límites nacionales. Tampoco se ha indagado la valoración del propio autor sobre su obra ni ahondado en la vigencia que esta última siguió teniendo a través de los años y puesta de manifiesto a través de sucesivas reediciones. Este artículo procura desentrañar algunos de esos interrogantes que subsisten en torno al Juan Facundo Quiroga de David Peña. Para ello, echa mano de los archivos personales de David Peña que se conservan en la Academia Nacional de la Historia y en el Museo Histórico Provincial de Rosario "Dr. Julio Marc", que reúnen una nutrida documentación de fuentes heterogéneas que incluyen borradores y manuscritos, recortes periodísticos e intercambios epistolares mantenidos por el autor con otros historiadores e intelectuales de la época. Se trata de fondos documentales hasta ahora poco visitados por los historiadores4, por lo que a través de esta investigación se espera contribuir a un mejor conocimiento de la obra historiográfica de David Peña, al ponerla en relación, por un lado, con escritos de carácter privado del autor y, por otro lado, con un conjunto de publicaciones de la época que encierran valoraciones sobre el Juan Facundo Quiroga y que fueron, en algunos casos, recopiladas por el mismo Peña y, en otros, rastreadas para este trabajo.5

El autor

Dos años antes de morir en 1930, David Peña fue instado a responder, para la popular revista de noticias sociales y de actualidad El Hogar, una encuesta cuya resolución, a juicio del requerido, alcanzó los contornos de una auténtica "autobiografía".6 Allí, refería su nacimiento (1862) en momentos de "reorganizarse la República y ser establecida la unidad nacional, es decir, cuando el primer presidente constitucional, general Urquiza, resolvía ceder el gobierno a Buenos Aires para poner término a la separación […]." Para 1928, Peña se reconocía ya "viejo", y con mucho "déficit" en el haber de sus realizaciones.7

La breve "autobiografía" de Peña revela, por empezar, que el autor no se percibía como un historiador profesional, o como un hombre que se hubiese dedicado de manera prioritaria a la escritura de la historia, lo que guarda relación con el momento que le tocó vivir buena parte de su vida, previo a la etapa de profesionalización de la disciplina.8 Es indudable, en cambio, que se autopercibía como un hombre público, con una actuación vinculada al ámbito de la política, ya que es a este aspecto al que dedica sus principales y más detallados recuerdos. También resulta evidente su interés por mostrarse próximo a las figuras argentinas más destacadas de las últimas décadas del siglo XIX y de las primeras del XX, como forma de acrecentar su propio capital político y social. Luego de recordar el especial nexo –casi filial-- con Juan Bautista Alberdi, de quien se desempeñó como "confidente y secretario", mencionaba su relación con otras personalidades –Victorino de la Plaza, Bernardo de Irigoyen, José Gálvez, Julio A. Roca, Marco Avellaneda, Indalecio Gómez y José Figueroa Alcorta- y concluía: "Me han favorecido con su trato, amistad y con sus cartas, varios presidentes de la República, –casi todos-, desde Mitre a Sarmiento, de Avellaneda a Roca; de ambos Sáenz Peña a Pellegrini y desde Plaza a Alvear."9

Recién luego de ese posicionamiento entre los notables de la época, Peña se ocupaba de aludir a su labor intelectual, por la que es actualmente, sin embargo, más recordado, ya que como él mismo reconociera, sólo había ocupado breves puestos en la administración pública nacional. Peña mencionaba, en primer término, su fecunda actividad periodística: "He actuado en el periodismo desde mis primeros años. He fundado en Buenos Aires Las Novedades, Diario Nuevo y la revista Atlántida (13 tomos); en Santa Fe, Nueva Época; en Rosario, La Época y Revista Argentina." A continuación, y de una manera por demás escueta, pero que procuraba resultar contundente por la elocuencia de las cifras, refería su labor literaria y de historiador: "Dejo 30 obras teatrales y 5 tomos de historia y literatura, de 500 páginas cada tomo. Por todo, 8 tomos." Y, enseguida, como si los frutos del intelecto y los de la sangre debieran de alguna manera encontrarse ligados, agregaba: "Tengo seis hijos y seis nietos." Finalizaba Peña su escrito con una especie de testamento espiritual a los suyos, en el que resaltaba la fuerza del amor, y en el que afirmaba haber manejado millones y no haber conocido, sin embargo, hombre más pobre que él. Su pasión por la literatura, lo haría imaginar de la siguiente manera su postrer morada: "Si hay un más allá o si al incorporarme al Cosmos puedo elegir el lugar de mi preferencia y pedir una compañía excelsa, tengo por seguro que ha de ser un sitio claro, manso y armónico y que querré estar donde vaguen las sombras de Dante y de Shakespeare, para oír como discurren durante la quietud eterna!"10

Profundo admirador de Shakespeare, Peña fue, efectivamente, un destacado autor en el género dramático, y puede ser considerado el iniciador del drama histórico en nuestro país. Entre las obras de este tipo que escribió (Liniers, Dorrego, Alvear), también se cuenta un Facundo, estrenado en el Teatro Argentino en diciembre de 1906, como corolario de la exposición pública que hizo ese año de sus ideas acerca del caudillo. Entre sus obras históricas se cuentan: Viaje político del Dr. Bernardo de Irigoyen al interior de la República; Historia de las leyes de la Nación Argentina. Digesto anotado y concordado en orden cronológico, alfabético y por materias de 1810 a 1916 y, la que ha gozado de mayor trascendencia, Juan Facundo Quiroga. Conferencias en la facultad de filosofía y letras. Contribución al estudio de los caudillos argentinos. Participó además Peña de un importante proyecto editorial, La Biblioteca Internacional de Obras Famosas (Sociedad Internacional, Londres, 24 volúmenes), que reunía reconocidas producciones literarias de todo el mundo, y en el que intervinieron como recopiladores –al igual que Peña- una serie de personalidades del campo de las letras de diversos países, tales como Marcelino Menéndez y Pelayo y José Enrique Rodó. Le cupo ocupar a Peña, además, el cargo de secretario general de la Comisión Nacional del Centenario, en el que desarrolló una laboriosa función.

Su vida transcurrió entre las ciudades de Rosario, Santa Fe y Buenos Aires. Nacido en Rosario, por cuestiones familiares debió trasladarse David Peña de niño a Buenos Aires, en donde comenzó sus estudios en escuelas particulares y en el Colegio Nacional de esa ciudad. De regreso a su ciudad natal, pudo continuar su formación en el Colegio Nacional que acababa de ser establecido en Rosario. Más tarde estudió Derecho en la Universidad de Buenos Aires, ciudad de la que se alejó nuevamente, pero a la que regresó para radicarse sobre el final del siglo diecinueve. Su principal actividad política la desarrolló durante la segunda mitad de la década de 1880, como secretario personal del gobernador santafesino José Gálvez y director del periódico oficialista Nueva Época de Santa Fe. Por esos años se desempeñó también como legislador y convencional constituyente provincial.11

El inicio de la defensa de Quiroga. Las conferencias

A poco de su retorno a la capital de la República, David Peña fue nombrado en 1899 profesor suplente de Historia Argentina, en la recientemente creada Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires (1896). La fundación de esta institución se había llevado adelante con la idea de revertir la tendencia profesionalista de los estudios universitarios en el país, y con el objetivo de que la Facultad se constituyera en un centro de reflexión y de generación de nuevos conocimientos sobre los problemas nacionales.12 En ese ámbito Peña se mantuvo durante treinta años, y llegó a ser consejero y académico. Y allí fue en donde pronunció sus célebres conferencias de 1903, acerca del tema del caudillismo y de la figura de Juan Facundo Quiroga, que parecieron responder acabadamente a aquel objetivo de sacudir al movimiento intelectual argentino.

En su calidad de conferencista, una noticia periodística de la época presentaba a David Peña como un "conferenciante perfecto", por "la sencillez de la exposición, aunque henchida de ideas, la dicción fluente sin una sola equivocación aunque no tiene papel por delante, la sobriedad, casi diríase la austeridad del gesto". La nota, además, daba cuenta de las polémicas que suscitaban las lecciones de Peña, al explicar que:

[…] interpreta la materia desde un punto de vista personalísimo con marcada tendencia a deshacerse de las opiniones hechas para escudriñar los fenómenos históricos por criterio propio. Esto, naturalmente, puede dar motivo a controversias, en las cuales una persona imparcial no podría decidirse por una o por otra de las opiniones más encontradas que se pueden sostener con argumentos igualmente plausibles. Es que la historia no es una ciencia en el sentido más estrecho de la palabra, pues pertenece al mundo moral, en el cual hay una cantidad infinita de incógnitas contra otra muy pequeña de ecuaciones, y las leyes que producen fenómenos históricos, son tantas, que la mayor parte de ellas quedan en la sombra para la posteridad. Esta debe y puede formar su criterio solamente con el escaso material que encuentra a mano.13

Esta visión moralizante y antipositivista de la historia, sostenida en este artículo periodístico, había comenzado a desarrollarse en la Argentina desde fines del siglo XIX, y se haría más fuerte en torno al nacionalismo cultural del Centenario. Con estas ideas, se buscaba justificar que, aunque se pudiera "aprobar o desaprobar" el punto de vista y las deducciones de Peña, se debía admirar "el afanoso empeño en descubrir la verdad para emitir con ecuanimidad sus juicios sobre hombres y épocas y darnos la enseñanza filosófica del pasado", y se sostenía que por más que Peña no llegara "a hacer cambiar los juicios simbólicos-sintéticos de la historia que la mayoría acepta ya formados", de ningún modo se podría "despreciar o ignorar en lo sucesivo" su opinión.14

Lo que el artículo dejaba entrever de una manera sutil, se correspondía en realidad con el verdadero alboroto causado por las conferencias de Peña en el seno de Filosofía y Letras. Sus quince lecciones de 1903 lograron concitar gran interés y atraer buena cantidad de oyentes. Pero también despertaron importantes reparos, y se hicieron llegar denuncias hasta las autoridades universitarias, quienes asistieron como veedoras a la tercera clase, para comprobar el tenor de las afirmaciones de Peña. Lo que acontecía era que el profesor suplente de Historia Argentina, de poco más de cuarenta años, se había animado a tratar el espinoso tema del caudillismo, centrando sus reflexiones en la figura del riojano Juan Facundo Quiroga y refutando, en su desarrollo, los juicios sentados por Domingo Faustino Sarmiento (1811-1888) en su célebre Facundo (1845). A través de un esfuerzo de revisión histórica, Peña pretendía modificar la imagen que había forjado la tradición liberal acerca de la actuación de los caudillos, y rehabilitar a quien la pluma del sanjuanino había constituido en el prototipo del caudillo sanguinario. Resulta fácil suponer que Peña ya había previsto que sus lecciones generarían inquietud, y por eso se había anticipado a las reacciones, según lo evidencia la nota que había dirigido al decano de la Facultad, Miguel Cané (1851-1905), poco antes de iniciar el dictado del curso de 1903. En dicha nota, Peña buscaba mostrar la continuidad de éste con los de años anteriores –indicaba que en todos había tratado de explicar la historia de una época a través de la figura de un héroe o caudillo, y últimamente se había ocupado de Rivadavia-- y adelantaba que ese año lo dedicaría a Facundo al considerarlo clave, como Sarmiento, para comprender el fenómeno de la guerra civil en la Argentina. La referencia a Sarmiento, así como la inclusión de un largo listado bibliográfico como respaldo de sus lecciones, parecían destinados a brindar tranquilidad sobre lo que pudiera enseñar.15 La osadía cometida por Peña con sus conferencias fue, a la vez, admirada y censurada, y si bien el decano Miguel Cané debió a posteriori admitir que se había tratado de un "ensayo de reivindicación de uno de nuestros más sombríos personajes, hecho por un joven profesor […] lleno de brío y talento", agregó también que se trataba de un ensayo "más brillante que eficaz", y reconvino que no se debía "chocar sin necesidad, contra opiniones y sentimientos que son la base del organismo social".16

Un libro atrevido y una polémica anunciada

Las conferencias de Peña habían logrado generar el suficiente ruido como para prever que su publicación en un libro no pasaría inadvertida. Por eso, los anuncios periodísticos que en mayo de 1906 se difundieron con el fin de publicitarlo, jugaron con ese factor para suscitar el interés de los potenciales lectores. Así, la casa editora de Coni Hnos. daba a conocer, el día anterior al de la aparición del Juan Facundo Quiroga, que el libro reproducía en lo sustancial las conferencias pronunciadas tres años antes por su autor y que "tan calurosos aplausos" habían recibido, "no sólo por la belleza literaria de la forma, sino, particularmente, por el nuevo aspecto con que presentara a este caudillo, merced a una profusa documentación, inédita en su casi totalidad, y que transforma tan radicalmente el concepto del mismo, modelado por Sarmiento en su popular Facundo, que fue una real y grata sorpresa para su auditorio."17 El mismo día de la aparición del libro, por otra parte, una nota publicada en El Tiempo completaba la idea, al vaticinar que "el nuevo libro está llamado a producir controversias históricas dado el nuevo aspecto en que presenta el doctor Peña a Facundo".18

Pero si esto era lo que prometían los breves anuncios publicitarios divulgados en el momento de la aparición del libro, ya desde meses antes se venía llamando la atención en los ambientes intelectuales acerca del novedoso enfoque y aportes que encerraba el libro que Peña tenía en preparación. Posiblemente a solicitud del mismo autor, R.M. (¿José María Ramos Mejía?) publicó en marzo de 1906 un comentario elogioso bajo el título: "Un libro de resonancia. Facundo Quiroga rehabilitado. Especial para El Tiempo". En ese artículo se ponderaba la actitud de Peña de buscar "corregir los crueles juicios de la historia y rehabilitar la memoria de un antepasado con quien no lo vincula ningún lazo de parentesco, ni de amistad con sus descendientes".19 Este comentario dejaba traslucir una característica que a menudo distinguía a los textos históricos de carácter reivindicatorio que se habían comenzado a escribir desde fines del siglo XIX: una buena parte de ellos eran elaborados por descendientes del personaje puesto en entredicho, con el objetivo de rehabilitarlo y limpiar el buen nombre de la familia.20 Por eso, la ausencia de este rasgo en la obra de Peña era un aspecto a destacar para el articulista, quien continuaba:

Remover montones de pergaminos empolvados, aguzar la inteligencia para no errar el juicio, evitar la parcialidad que trasluce a través del convencional concepto adquirido en el aula, desbaratar incongruos dictámenes de contemporáneos que no escaparon a la influencia disolvente de prevenciones y odios personales, y, finalmente, hacer resurgir de las sombras del pasado una figura que no es la que conocemos, una figura histórica que no merece la aversión implacable que le ha dedicado el pueblo, una personalidad vastísima, y no mezquina, ni cruel, ni salvaje como la presentara un enemigo turbulento y a su propia vez no falto de reproche, he ahí una tarea noble, una obra encomiable, un esfuerzo casi titánico que basta para rescatar los livianos errores de quien ha osado y querido emprenderlo.21

Como puede advertirse, en la última parte de la frase el autor del artículo aludía a Sarmiento, a quien más adelante definía como el "Alejandro Dumas argentino, temperamento impetuoso y ardiente, que juzgaba a los hombres y los hechos de su época según sus nervios y al azar de sus arranques pasionales". Frente a ese relato sarmientino subjetivo, la obra de Peña era presentada como desprovista de "apasionamiento personal" y de "apreciación propia, fuera de la rigurosa autenticidad de las notas en que se apoya. Todo ello es historia, y la novela que demuele no puede reivindicar ya esa cualidad suprema que nunca ha tenido."22

También en la prestigiosa Revista de Derecho, Historia y Letras –fundada por Estanislao Zeballos en 1898- se publicó en 1906 a modo de adelanto el primer capítulo del libro de David Peña, acompañado de un breve comentario que ayudaba a contextualizar sus alcances desde el punto de vista historiográfico. Aún cuando Zeballos (1854-1923) evitaba definirse en cuanto al posicionamiento adoptado por el autor del Juan Facundo Quiroga, advertía acertadamente la importancia que revestía este libro para la disciplina histórica, que desde las obras fundadoras de Bartolomé Mitre y Vicente F. López parecía no haber experimentado avances de significación.23 No era un apoyo menor el hecho de que el reconocido intelectual plasmara en su revista, acerca de Peña, conceptos como el siguiente:

Cualesquiera que sea el juicio definitivo sobre su trabajo, digno de una crítica acrisolada, él rompió el silencio y la inacción reinantes en materia de historia nacional. Cristalizada ésta en las obras prestigiosas de Mitre y de López y en algunas monografías o biografías, la obra del historiador argentino, apenas abierta, está paralizada. […] La obra próxima a aparecer del doctor Peña [abre] el debate y la comprobación sobre una época trágica e interesantísima de la vida nacional, a la vez que [trae] a juicio la propaganda libertadora y sociológica, turbulenta, apasionada, pero fundadora de Sarmiento, con sus grandes y resplandecientes bocetos de hombres y de caracteres. El Facundo no fue un libro de ciencia, sino de política. En este concepto debe ser examinado, reservando la admiración incondicional para el empuje homérico y genial del autor. El doctor Peña nos ofrecerá pronto todo su bagaje y será el momento de poner en la balanza de la crítica histórica al Facundo valeroso de los llanos y a su iracundo fulminador, el Facundo literario.24 Ambos artículos, el publicado en El Tiempo y el de la Revista de Derecho, Historia y Letras, coincidían en el diferente valor que debía atribuirse desde el punto de vista histórico a cada uno de los dos libros referidos al caudillo riojano, ya que mientras el Facundo de Sarmiento era un escrito de carácter literario, elaborado además con un claro objetivo político, la obra de Peña reunía los atributos indispensables para ser considerada un verdadero libro de historia, esto es, según el paradigma historiográfico rankeano vigente, estar basada en documentos sometidos a crítica y evitar los juicios de moral. Ambos comentarios, también, concordaban en la apreciación de que el libro de Peña no era un libro de historia más, entre los muchos que se habían escrito en los últimos años siguiendo los caminos trazados por Mitre y López desde mediados del siglo XIX, sino que reunía ciertas notas singulares que lo distinguían como un modo de hacer historia que se apartaba de la historia testimonial o familiar decimonónica y que aportaba una visión de la historia argentina que aparecía como superadora de la provista por aquellas escuelas. En este sentido, la imagen negativa de los caudillos provinciales, pergeñada por Sarmiento, López y –en menor medida-- Mitre, y que se venía repitiendo en aulas y escritos de manera acrítica25, resultaba fuertemente cuestionada en la obra de David Peña que, con ello, demostraba que todavía había mucho por decir y por revisar en la historia argentina.

Las noticias y comentarios mencionados en este apartado, por otra parte, sirven para testimoniar que el libro de David Peña, ya desde antes de su publicación, fue presentado con un aire de controvertida novedad que invitaba a la polémica y al debate.

Vínculos epistolares entre historiadores "revisionistas"

Las noticias sobre la aparición del Juan Facundo Quiroga también llamaron la atención de algunos escritores de la historia que, al igual que David Peña, se habían empeñado en revisar los juicios vertidos por los historiadores consagrados, con el objetivo de generar otras miradas sobre el pasado. Son considerados "revisionistas", no porque puedan ser asimilados a quienes impulsaron el movimiento historiográfico que se desarrolló en el país a partir de los años treinta –ya que su formación intelectual, su adscripción ideológica y sus objetivos, eran divergentes- sino porque en sus escritos incoaron algunas ideas, como la reivindicación de figuras del panteón federal, que luego serían retomadas y profundizadas por aquéllos (si bien desde una perspectiva antiliberal y marcada por un fuerte móvil político).

Enterados de la publicación de la obra, algunos de estos primeros "revisionistas" se pusieron en contacto con el autor, de manera epistolar, para transmitirle sus expectativas e impresiones. En este punto, conviene tener presente que los archivos de correspondencias personales en los últimos años han contribuido a abrir nuevos horizontes a la investigación histórica, por ejemplo, a través del estudio de redes intelectuales. Tal como ha sido señalado, la carta muchas veces se convierte en la exposición del criterio del autor sobre un tema histórico, obra científica o literaria, o puede servir para exponer su propio pensamiento sobre el asunto más vario.26 Asimismo, sirve para saber con qué otros intelectuales un escritor se carteaba o, dicho de otra manera, cuáles eran sus contactos –esporádicos o habituales- y ayuda a delinear cuál era el camino o circuito seguido por la difusión de las ideas. Dentro de esta perspectiva, consideramos aquí al epistolario de David Peña, que conserva –entre muchos otros corresponsales- cartas de Adolfo Saldías, José Ingenieros, Ernesto Quesada, Ricardo Rojas, Carlos Ibarguren, Manuel Gálvez y de los paraguayos Juan E. O’Leary y Juan Stefanich, es decir, un conjunto de historiadores que encarnaron (aunque desde un amplio arco de ideas) posiciones de revisión histórica. De entre ellos, fueron Ingenieros, Saldías y O’Leary, en particular, quienes se refirieron en sus cartas al Quiroga.

Desde París le escribió a Peña su amigo José Ingenieros (1877-1925), que sin haber podido aún leer la obra se mostraba lo mismo muy interesado a partir de las noticias que había recibido acerca de la publicación. El médico y sociólogo de ideas socialistas, y escritor del positivismo27, manifestaba en su carta al autor compartir similares puntos de vista acerca del caudillismo y del federalismo, para lo que invocaba explícitamente el vocablo "revisión", y le ofrecía confeccionar una reseña bibliográfica para alguna revista o periódico europeo:

Por los diarios de Buenos Aires he sabido el éxito de su Quiroga.
Me interesa mucho; en mis escritos de crítica sociológica argentina (que seguramente usted no conoce) me he manifestado siempre partidario de la revisión del proceso histórico a Rosas, Quiroga y los federales, difamados durante medio siglo por los escritores unitarios. Con ello quiero explicarle mi positivo interés por su libro.
Desde tan lejos sólo puedo ofrecerle un juicio bibliográfico en alguna publicación parisiense o española.28

Al no haberlo aún leído, Ingenieros seguramente desconocía que en una nota al pie del capítulo I del libro de Peña había una directa referencia a él, en la que el autor disentía abiertamente con la idea que aparecía en un artículo suyo sobre comparar al caudillismo con el sistema feudal y con su afirmación de que Quiroga había demostrado sumisión respecto de Rosas.29 La tesis desarrollada por Peña en su libro, por el contrario, mostraba a Quiroga y a Rosas como personajes antagónicos y responsabilizaba al segundo del asesinato del primero.

La misiva de Ingenieros a Peña no constituye un hecho aislado de intercambio epistolar entre ambos. Mantenían ya previamente una relación de amistad, y ésta se prolongó en el tiempo, como lo demuestra una serie de cartas que se despliegan a lo largo de las décadas del diez y del veinte, y que revelan el mutuo aprecio personal e intelectual que se tenían.30

Una muy sugerente carta remitió a David Peña el historiador de Rosas y su época, Adolfo Saldías (1849-1914)31, luego de devorar en día y medio el ejemplar que el autor había tenido la deferencia de hacerle llegar, no bien el libro había salido de la imprenta, con una dedicatoria en la que lo llamaba "maestro". Los vínculos con Saldías al parecer venían de lejos, de la época en la que éste frecuentaba la casa en la que un todavía niño David Peña habitaba con un tío en Buenos Aires.32 En su carta, Saldías devolvía el cumplido y replicaba a Peña: "Yo me coloco en las bancas de sus discípulos y me declaro complacido de escuchar la palabra elocuente y vibrante del maestro." Más adelante, seguía el juicio crítico y sincero que Peña había solicitado –adviértase la preocupación de Peña por remitir precisamente a este historiador su libro y por pedirle su opinión--, en el que Saldías señalaba algunas debilidades de la obra que acababa de leer. En primer lugar, Saldías cuestionaba a Peña el haberse dejado llevar por la imaginación en su afán reivindicatorio:

Me parece que tanto y tanto ha ojeado y revuelto y escudriñado y releído a Sarmiento para sacar de este escritor argumentos en favor de su personaje, que lo ha imitado sin quererlo en sus brillantes vuelos. Ya en esta pendiente ha desplegado Ud. las alas de su rica fantasía. Y cuando se escribe libros de historia fuerza es defenderse de las espontaneidades del espíritu […]33

En segundo término, Saldías marcaba algunas falencias al método seguido por Peña, minucioso en los detalles y, en cambio, con ciertas lagunas en puntos relevantes que una más atenta indagación en fuentes y archivos le hubiera permitido resolver convenientemente.

En tercer lugar, el biógrafo de Rosas y precursor en esta perspectiva de revisión histórica seguida por Peña, vertía en la misiva sus propias ideas acerca del rol desempeñado por Facundo Quiroga y reclamaba a su interlocutor una mejor caracterización del personaje:

Quiroga en esos días más que un hombre era una bandera. Muerto Ramírez que había sellado con su sangre el Pacto inicial del año 1831, era él el que representaba en el Interior la Federación roja, bárbara, informe como la han llamado, pero la Federación que se cimentó al fin, cuando suavizadas las costumbres y transformados los hombres por las lecciones sangrientas de la guerra civil, se tradujo en disposiciones constitucionales ese famoso Pacto Federal que subscribió Rozas con los gobernadores del Litoral. Ud. sabe que los constituyentes del 853 declamaron que ese Pacto era lo que determinaba el régimen de gobierno que debía tener la nación.
Quizá por estas circunstancias que apunto, no ha acentuado Ud. la fisonomía y el carácter de su protagonista. Haciéndose eco de las opiniones de los demás respecto de Quiroga, no ha condensado la suya, de manera que podamos adelantar algo sobre lo ya escrito respecto de ese singular personaje que quedará en nuestra historia, –mal que pese a sus detractores especulativos, apasionados o ignorantes–, como la encarnación genuina de la primitiva democracia argentina. Quiroga –como Ramírez– con su altruísmo generoso, con los yerros en el camino erizado de sus peregrinaciones patrióticas, espera la justicia de la historia.34

En el párrafo transcripto, Saldías llamaba la atención sobre un punto que en general había pasado inadvertido hasta entonces para la historiografía liberal porteña, pero que ya algunos historiadores provinciales habían comenzado a sacar a luz35: los caudillos se encontraban en la génesis del sistema constitucional argentino y eran los forjadores de la república federal consagrada en la Carta Fundamental de 1853. Estas ideas se encontraban también presentes en el libro de David Peña, y serían retomadas algunos años más tarde por Emilio Ravignani y otros exponentes de la Nueva Escuela Histórica.36 Teniendo en cuenta estos antecedentes de análisis y puesta en valor sobre el sistema federal y el rol desempeñado por los caudillos, los avances realizados en los últimos años en la historia de la historiografía argentina y en la historia de las historiografías provinciales han ayudado a fechar un "primer revisionismo" entre fines del siglo XIX y primeras décadas del siglo XX, llevado adelante por historiadores provinciales e historiadores vinculados al proceso de profesionalización de la disciplina, lo que permite complejizar los orígenes del revisionismo y descentrar la importancia que se le ha atribuido a una supuesta eclosión del revisionismo histórico (desde esta nueva perspectiva, más bien, un "segundo revisionismo") en la década de los años treinta.37 Tanto Saldías como Peña habrían formado parte, entonces, de aquel primer revisionismo, si bien el reposicionamiento que hace Saldías de la figura de Juan Manuel de Rosas no alcanza a Peña, que en su libro mantiene una visión fuertemente negativa del Restaurador de las Leyes. En este aspecto, Peña se ubicaría más bien en la línea de los historiadores provinciales, tales como Ramón Lassaga, Benigno Tejeiro Martínez y Bernardo Frías, que sin abandonar la posición historiográfica hegemónica de severo enjuiciamiento al rosismo habían comenzado a reivindicar a los caudillos locales.38 La nota singular que distingue a Peña es que, mientras lo usual de esos historiadores fue reivindicar a los personajes de su propia provincia39, Peña eligió en Quiroga a un personaje al que no parecía unirlo ningún sentimiento lugareño que posibilitara ver en su libro una muestra de provincialismo.

Por último, para terminar con el análisis de la carta de Saldías, resta agregar que éste señalaba en dónde radicaba a su entender el mayor mérito de Peña: había abierto el camino, que otros podrían recorrer en busca de ulteriores conclusiones.

Aunque en el archivo Peña se conserva esta única carta entre los dos historiadores, resulta importante en cuanto pone en relación a dos historiadores polémicos, que fueron en su momento cuestionados –Saldías, más que Peña- por su visión de la historia.

Otra muy interesante carta llegó a David Peña desde Asunción. En este caso, su autor era el historiador paraguayo Juan E. O’Leary (1879-1969), iniciador de la revisión de la historia en su país. O’Leary pretendía desmontar los discursos históricos que prevalecían en el espacio público paraguayo en los que se condenaba la actuación de Francisco Solano López, como responsable de iniciar una guerra desastrosa para el país, y rehabilitar su figura, su actuación y sobre todo el heroísmo paraguayo en una lucha desigual.40 A principios de 1907, en momentos en que se difundía en Paraguay el libro de Peña, O’Leary le escribió a éste manifestándole la comunión de ideas que advertía entre ambos:

Años hace que me consagro a una obra semejante desde las columnas de la prensa de mi país. No le asombre, pues, mi actitud, que ella es hija del entusiasmo que no puede menos que producirme esta afinidad entre su pensamiento y el mío. Cuan pocos son los hombres que, como usted, se atreven a desafiar los prejuicios en nombre de la justicia histórica. […] Créame, pues, su admirador y cuénteme en el número de los que le acompañan en su cruzada de vindicación […]41

Paralelamente, O’Leary estampó en su diario personal, acerca del Juan Facundo Quiroga, las siguientes impresiones:

Hermoso libro. Su lectura me ha dejado una grata impresión. Quiroga resulta un prócer argentino. Desvanecida la sangrienta leyenda forjada por Sarmiento queda la vida del grande hombre, reducida a sus justas proporciones. […] La teoría de Peña se puede fácilmente aplicar al Mariscal López. Un libro así de reivindicación es mi más constante preocupación. Alguna vez lo haré.
Francamente me seducen los hombres que, como David Peña, defienden a los perseguidos, a quienes se ceba el odio inconsciente de las multitudes. David Peña ha vindicado a Alberdi levantándole un monumento en Buenos Aires. Y ahora vindica a Quiroga. Los dos hombres más odiados de su país. Tiene que ser un alma fuerte. Y son pocos en la Argentina: Saldías y él. Y si Rosas y Quiroga tienen sus panegiristas ¿No podrá tenerlos el Mariscal López? 42

En sus reflexiones, O’Leary asociaba a Peña con Saldías –otro de los corresponsales de Peña, según se ha visto-, como los argentinos que más se habían destacado hasta el momento en la vindicación de personajes censurados de la historia, y prometía su propia biografía sobre Francisco Solano López, que se concretaría algunos años después (1920). Es más, en sus palabras, el Quiroga de Peña parecería estar en la génesis de su idea de reivindicar a través de un libro al más execrado de los gobernantes paraguayos, lo que permite extraer interesantes conclusiones acerca de la circulación de ideas e influencias recíprocas existentes a principios del siglo XX entre los historiadores de diversos países de América del Sur, y avanzar en la hipótesis de un origen común o compartido para sus respectivos procesos de revisión histórica.43

Las cartas de Ingenieros, Saldías y O’Leary a Peña, a poco de aparecido el Juan Facundo Quiroga, permiten vislumbrar la existencia de un núcleo de historiadores comprometidos con novedosas perspectivas de interpretación del pasado, deseosos de vincularse entre sí para intercambiar ideas y experiencias afines, en una época que aún continuaba siendo de plena vigencia de los cánones establecidos por las tradiciones historiográficas decimonónicas. Revelan, en definitiva, la necesidad de estos autores de reafirmar de una manera privada, a un interlocutor por el que sentían que serían comprendidos, afirmaciones y juicios que habían vertido ya en escritos públicos y que habían suscitado rechazos y controversias. Y sirven, a la vez, para revalorizar los epistolarios como fuente privilegiada de conocimiento histórico en el campo de la historia de los intelectuales y en el de la historia de la historiografía.

Juan Facundo Quiroga44

En junio de 1906 apareció publicado, por la casa Coni Hnos. de Buenos Aires, el libro de David Peña. Sin embargo, el haber podido tomar contacto con el manuscrito preparado por el autor para la edición, nos permite suponer que éste barajó en algún momento otras posibilidades editoriales, ya que en la carátula, escrita de su puño y letra, figura al pie: "Buenos Aires, Arnoldo Moen y Hno. Editores, Florida 323, 1906".45 No resulta extraño que Peña hubiese pensado para la impresión de sus conferencias en esta última editorial, que ya en 1885 había publicado su Viaje político del Dr. Bernardo de Irigoyen al Interior de la República, y que el mismo año de 1906 publicaba un libro prologado por él para Rómulo Carbia.46 Desconocemos, en cambio, los motivos que determinaron la opción final por Coni, a la que siguió eligiendo para posteriores publicaciones, incluida la de la revista Atlántida (1911-1914).

Tal como explicaba una nota periodística al día siguiente de la aparición de la obra de David Peña –y que evitaba aventurar un juicio de valor--, el libro Juan Facundo Quiroga, "primorosamente presentado", consiste en un conjunto de quince capítulos, que reúnen las conferencias pronunciadas por el autor en la Facultad, ampliadas, ilustradas con notas y con un buen número de manuscritos.47

Los capítulos, que siguen un orden cronológico en cuanto a la vida del caudillo biografiado, se encuentran precedidos por uno en el que se pone de manifiesto en forma explícita la razón de ser del libro, consistente en refutar la versión sarmientina sobre Quiroga. El esquema del libro es el siguiente: I.- Origen del Facundo; II.- Juventud de Quiroga; III.- La conjuración de San Luis; IV.- En la Rioja; V.- El Congreso del año 24 y las minas de la Rioja; VI.- La Madrid; VII.- Coneta, Tala y Rincón; VIII.- La unidad vencida; IX.- El general Paz; X.- Entre la Tablada y Oncativo; XI.- En derrota; XII.- La campaña de Cuyo; XIII.- La conquista del desierto. En Buenos Aires; XIV.- La misión al Norte; XV.- Barranca-Yaco.

Según parece desprenderse del capítulo I, la piedra de toque para historiar la vida de Quiroga y buscar derribar la mítica figura construida por Sarmiento, la constituyó en Peña el haber dado con el comentario crítico sobre el Facundo dirigido por Valentín Alsina a su autor,48 así como con el descargo publicado por éste a esas críticas en la Carta-Prólogo a la segunda edición de su obra (1851). Alsina había observado a Sarmiento una serie de incorrecciones contenidas en su obra, y Sarmiento había reconocido que no se trataba de un escrito histórico sino político, redactado con pasión, sin el auxilio de documentos a la mano y al calor del momento, argumento con el que había defendido el mantenerlo tal cual lo había concebido. Sin embargo, con los años, muchos seguidores –y un clima de ideas proclive-- habían hecho de ese texto una fuente de verdad histórica, por lo que habían desvirtuado su carácter y la intencionalidad de su autor al componerlo. Peña se proponía restablecer esa verdad histórica, para hacer surgir la auténtica imagen de Facundo Quiroga que había sido desvirtuada por la otra, interesada, elaborada por Sarmiento. En ese proceso de rehabilitación, Peña no trepidaría en desacreditar a los enemigos de Quiroga: al general José María Paz, a Gregorio Aráoz de Lamadrid, y al propio Sarmiento. Pero no hay que suponer una animosidad previa de Peña hacia Sarmiento, y así se encarga de aclararlo él mismo en el capítulo I. En realidad, por el contrario, Peña se había desempeñado como periodista en El Nacional de Sarmiento y podía considerarse su discípulo, y hay testimonios de una correspondencia privada e íntima entre ambos. Poco antes de morir en Paraguay en 1888, el ex presidente dirigió al joven rosarino una carta emotiva a modo de despedida, en la que le confiaba algunos de sus pensamientos más profundos.49

En cuanto a qué otros motivos pueden haber pesado en Peña –además del escrito de Alsina- para llevarlo a rehabilitar a Quiroga, pueden considerarse varios factores. No parece un dato menor, el mencionar que Peña en 1886 ya había participado activamente en los actos de reivindicación y homenaje a otro caudillo federal, el santafesino Estanislao López, durante su permanencia en Santa Fe como secretario del gobernador José Gálvez, en donde había mostrado sintonía de ideas con el historiador local Ramón Lassaga.50 Tampoco, el hecho de que en sus escritos se haya ocupado de otros cuestionados de la historia: Liniers, Carrera, Alvear, Dorrego y Alberdi, y el de que en 1911 haya dado a luz otra publicación sobre un caudillo provincial, en ese caso, Martín Miguel de Güemes.51 Por otro lado, la amistad con Alberdi y la encendida defensa que había emprendido de su figura, lo ubicaban naturalmente en una línea crítica hacia Sarmiento y hacia la historiografía liberal de cuño mitrista, lo que podría haber influido en su interés por revisar algunos de sus postulados y supuestos.

Restablecer la verdadera imagen de Facundo consistía también, desde la perspectiva elegida por David Peña, en presentarlo como un genuino representante del sistema federativo, partidario de la sanción de una constitución y de la organización definitiva de la república.

Sin entrar a un análisis exhaustivo del Juan Facundo Quiroga –lo que escaparía a los alcances de este artículo- baste con citar a manera de síntesis los párrafos finales de la obra:

¡Sombra ensangrentada! No has sido entonces el mito aterrador que el nombre de Facundo evoca. Fuiste el general Juan Facundo Quiroga, nervio, centro, fuerza, pensamiento y acción representativos de esas entidades humildes, candorosas y lozanas, que se llaman las provincias, en la hora crepuscular de su incorporación a este núcleo incontrastable que formara la patria. Representas en germen un ideal que unido al del vasto pensamiento, da origen después a la organización de que hoy gozamos.
Yo no te exalto: te defiendo de la pasión tormentosa que ha cubierto tu recuerdo con un cendal de crímenes, y te señalo a la luz de la verdad histórica como expresión de una edad que elaboró el destino de esta nación que aún tiene en su naturaleza agreste tu mismo sello personal y portentoso.
Y en cuanto a aquel que tanto daño te hizo, escucha y sabe ¡oh Facundo! que algo como una vindicación suprema, última, nació de la propia pluma que te hiriera. Es Sarmiento quien, hablando de su sangre y de la tuya, nos lega este desahogo:
"¡Nuestras sangres son afines!".52

Las críticas e impugnaciones>

El éxito cosechado en poco tiempo por el Juan Facundo Quiroga llevó a los amigos del autor a homenajear a éste con un banquete en la confitería El Águila de Buenos Aires.53 Sin embargo, no todos fueron elogios para Peña. Ya se ha visto que las notas periodísticas que anunciaban la aparición del libro también preveían el surgimiento de polémicas (reeditando las que se habían suscitado tres años antes con motivo de las conferencias), y las objeciones no tardaron en hacerse oír.

Apenas pocos meses antes había fallecido Bartolomé Mitre, y con él había desaparecido la palabra que se tenía por más autorizada para expedirse sobre la historiografía nacional. Sus epígonos, de todos modos, procuraron levantar su bandera frente a la aparición del libro de Peña, y así lo hizo Jorge Mitre desde las columnas de La Nación: "Deploramos la perniciosa enseñanza que puede inculcar en el espíritu desprevenido del pueblo, la representación de esta obra, sutil y talentosa, pero profundamente falsa."54

Algunos, aunque señalaron la tarea ardua y peligrosa en la que se había embarcado Peña al lidiar contra el Facundo de Sarmiento y reconocieron que había logrado destruir de éste "todo lo que se podía destruir, bien porque fuese fruto de la pasión partidista, u originado por imperfecta información del autor", sostuvieron que en realidad "la obra de Sarmiento queda grande como antes y saldrá victoriosa de cualesquiera arremetida". Así lo sostenía un artículo de crítica bibliográfica publicado por la revista La Cultura, que cuestionó la imagen de Quiroga provista por el autor rosarino, como alejada de la realidad histórica. El articulista negaba sustento a la idea que presentaba al caudillo como precursor de la unidad nacional, y le quitaba a su figura significación histórica:

[…] su vindicador no ha podido con todo su hábil discurso, hacer surgir de esa sombra, la personalidad que él se propone ofrecernos. [...]
El caudillo riojano es un hombre valiente, y se anotan en su favor muchos actos generosos, mas, no es un intelectual ni ha podido nunca ser una personalidad nacional como lo sueña su biógrafo reciente. […] No fue pues, sino lo que pudo ser: un caudillo de provincia. No tenía talla de estadista, ni ideas políticas amplias y definidas como para ser árbitro de una nación. Y no fue estadista, porque vivió en un ambiente impropio para ello; sin contacto con personas de valer intelectual o con práctica en la vida democrática. La vida de cuartel […] no engendra hombres de gobierno, y mucho menos estadistas, y la vida azarosa de Quiroga, entre combates y marchas a través de las pampas, no pudo, en manera alguna, hacer de él una personalidad nacional.55

Más duro fue el comentario publicado a principios de 1907 en La Razón por Ricardo Adriano Paz (1887-¿?), un escritor y periodista de escaso relieve dentro del mundo intelectual porteño.56 Admirador de Sarmiento, sintió el deber de defenderlo de la osadía cometida por David Peña. Ricardo A. Paz coincidía con O’Leary en asociar a Peña y Saldías por la reivindicación que habían realizado de personajes federales, pero difería sustancialmente en la valoración de sus escritos, ya que para él, Rosas y Quiroga habían sido figuras siniestras, y resultaba cuestionable el historiador que se dedicaba a rehabilitarlas. Según Paz: "Saldías vindicó a Rosas, ese genio de la perversidad y del ensañamiento; Peña vindica a Facundo, pero a diferencia de aquél, que sólo trató de cubrir con mano maestra las lacras de su vindicado, éste realza al suyo, deprimiendo a porfía a los pocos que tuvieron el coraje de afrontarle." Criticaba, también él, la imagen presentada de Quiroga, pero en este caso, porque Peña mostraba heroico y gallardo a un personaje funesto, a la vez que indicaba debilidades de quienes se le habían opuesto:

Engañoso en su forma, el libro de usted, doctor Peña, nos presenta al caudillo riojano sublimado por los derroches de su fantasía. Aleja hábilmente de la vista del lector, los tintes oscuros y vigoriza su personaje con todas las luces excepcionales que ha rastreado de su existencia […]
¡No le basta aún eso! Necesita […] cargar sombras, muchas sombras sobre sus adversarios, y entonces las arroja en montones sobre ellos, así como haces de luz desparrama sobre aquél. [...]
¡Mal filósofo y peor historiador, el que para levantar a un caído, necesita vilipendiar a los que están en las alturas!57

Una crítica tan despiadada, de un escritor de segunda línea, posiblemente no preocupara demasiado a David Peña, quien no obstante se tomó el trabajo de recortarla y guardarla en su archivo personal. Más le deben haber inquietado los reparos que algunos miembros de la Junta de Historia y Numismática Americana –prestigiosa institución que nucleaba a verdaderas personalidades del mundo de la historia y de la cultura- opusieron en agosto de 1906 a su candidatura para integrarla. Defendida por Samuel Lafone Quevedo (1835-1920) y por Gabriel Carrasco (rosarino al igual que Peña, 1854-1908), la propuesta despertó en cambio el rechazo de algunos miembros, como el de José Juan Biedma (1861-1933), que acababa de ser elegido vicepresidente primero, y que reaccionó con su renuncia indeclinable a formar parte de la institución. Sin llegar a tales extremos, otros miembros también expresaron sus reparos. Lo que más se objetaba no eran los méritos de Peña, sino que Lafone Quevedo hubiese mencionado y elogiado, entre dichos méritos, al Juan Facundo Quiroga. Según el correntino de adscripción liberal mitrista Manuel Florencio Mantilla (1853-1909),58 por ejemplo, el libro encerraba "apreciaciones y citas erróneas" y estaba escrito "con un criterio completamente equivocado". Mantilla aclaró que iba a votar por la admisión de Peña, pero en modo alguno porque fuese autor de dicho libro. Puesta a votación, la candidatura fue finalmente aprobada, aunque días después fue necesario que la corporación ratificara unánimemente que para la designación de Peña no se había tenido en cuenta a la controvertida obra. Además, para no dejar lugar a dudas sobre la negativa de algunos miembros de la Junta a aceptar la versión de Peña sobre el caudillismo y la figura de Quiroga, Carlos M. Urien (1855-1921) leyó algunos capítulos de un libro que estaba preparando con el objetivo de refutarla, y que fueron muy aplaudidos por los demás miembros presentes.59

El libro del abogado, profesor y publicista Carlos María Urien fue publicado en 1907 bajo el título Caudillos argentinos. Quiroga, estudio histórico constitucional por Carlos M. Urien. De 406 páginas, pretendía "hacer verdadera luz sobre la personalidad moral" de Facundo Quiroga y demostrar, al pasar, errores en los que Peña había incurrido al historiarlo.60 Pero fue un libro preparado apresuradamente, para que la crítica a Peña no resultara extemporánea, y sin mayores aportes desde el punto de vista heurístico, elaborado con el sólo y expreso propósito de mostrar que la actuación del caudillo no podía tener "rehabilitación" alguna.61

Al igual que el de Peña, el libro de Urien también mereció un comentario bibliográfico en la Revista de Derecho, Historia y Letras, que consistía, en realidad, en un intento de análisis comparativo de los dos libros, y que concluía que la versión contenida en ambos era parcial, y que la verdadera y más equilibrada imagen de Quiroga era la retratada por Sarmiento. Según el autor de la nota, P. Giménez Melo: "En él [Facundo] se ven clarear los rasgos de nobleza que Peña acentúa y magnifica en provecho de su tesis; en él también aparecen los bestiales instintos en que Urien se detiene con pluma vengadora." Lo que no queda bien claro es cómo llegaba a esta conclusión Giménez Melo, un devoto sarmientino que se quejó de "la tentativa extraña del doctor Peña" de presentar un Quiroga distinto al que plasmó el sanjuanino.62

Al año siguiente aparecía Estudios y notas (1908), el primer libro del abogado tucumano Juan B. Terán (1880-1938), quien con el tiempo sería fundador y rector de la Universidad Nacional de Tucumán, presidente del Consejo Nacional de Educación y miembro, también él, de la Junta de Historia y Numismática Americana. Conformado este libro por capítulos breves de misceláneas y críticas historiográficas y bibliográficas, uno de ellos se titula "Juan Facundo Quiroga por David Peña". Allí, Terán reflexiona en torno al género de la "oratoria histórica" elegida por Peña, "poderosa y deslumbrante", pero a la vez, "peligrosa y deceptiva". Advierte que "la oratoria no es, sin duda, el instrumento de la enseñanza histórica", ya que transmite ideas "por seducción", aunque admite que tiene la ventaja de concitar la atención y el interés. Señala que el desconocimiento del pasado colonial ha llevado a Peña a incurrir en error, al asociar el nacimiento del caudillismo a los proyectos de gobierno monárquico. Terán brinda, en este punto, su propia interpretación sobre el origen del caudillo: "creación anterior a la revolución; nació como floración salvaje de la ausencia de autoridad y de freno", y encuentra su antecedente en el jefe de armas de la época de la conquista. Con todo, la crítica de Terán busca ser moderada:

Hay en este libro, pues, calidades que se comentan mutuamente y explican y definen un temperamento: historia contemporánea, cuestiones cuyo debate repercute en nuestros prejuicios y predilecciones, estilo movido y oratorio, la escuela de polémica del autor, que es un periodista.
Pero suscita una cuestión de historia intelectual que interesa el fondo de la ciencia. ¿El error que una leyenda o una versión poética o simbólica envuelve habrá de mantenerse inconmovible ante la comprobación científica que la disipe o deforme?
¿El Facundo que Sarmiento modeló y ha fijado e incorporado al concepto histórico ha de sobrevivir a la demostración de su irrealidad?

He ahí, en definitiva, el meollo de la cuestión planteada por el Juan Facundo Quiroga de David Peña. Terán reacciona contra quienes han respondido a esta pregunta por la afirmativa y sostenido la ineficacia del libro. Tal tesis significaría "la negación total de la historia y de la ciencia, la más mortal ironía para la ascética consagración de los estudiosos, el fracaso irremediable para la causa de la verdad y de la 1ógica, que es su camino." Los móviles de Sarmiento y de Peña han sido distintos, y queda claro que ha sido legítimo el intento del segundo de revisar la leyenda de Facundo a la luz de la crítica.63

El reconocimiento detrás del libro

Juan B. Terán era por entonces presidente de la Sociedad Sarmiento de Tucumán (1882)64, y hacia esa ciudad partió Peña en junio de 1908, a invitación de la mencionada institución, para pronunciar una serie de conferencias sobre Rivadavia, Dorrego y Alberdi. Al anunciarse por la prensa su arribo a Tucumán, se destacaba en especial su autoría respecto de un libro que "ha puesto de relieve la valentía de sus ideas y ha revelado estudios profundos del período en que dos tendencias distintas sostuvieron la lucha que Sarmiento llamó de ‘civilización y barbarie’ y que Peña presenta con caracteres enteramente nuevos, como la resultante de un choque entre el metropolitanismo de Rivadavia y el provincianismo de Quiroga."65 Las conferencias contaron con gran concurrencia y fueron muy ovacionadas, y Peña fue objeto de diversas demostraciones por parte de la sociedad culta tucumana, halagada por la presencia de un "huésped distinguidísimo".66

Para ese momento, su fama de historiador –más allá de la de "periodista" a la que prefería circunscribirlo Terán en Estudios y notas- se había difundido por las provincias, a la par de la rapidez con la que se había vendido el libro en distintos puntos del país. En el archivo de David Peña, por ejemplo, se conserva un afiche impreso por la librería "Hijos de José Alsina y Cía.", de Paraná (Entre Ríos), que anunciaba la reciente aparición de esa "interesante obra de historia", y prometía enviarla a cualquier punto de la República por 0,50 centavos más, sumados a los 6 $ moneda nacional que costaba. 67

Algunos autores provinciales, por su parte, irían paulatinamente dando cuenta de la lectura de esta obra en sus propios trabajos de investigación histórica. Así, al año de aparecer, el libro de Peña era incorporado a la bibliografía citada por el santafesino Manuel Cervera en su Historia de la ciudad y provincia de Santa Fe (1907).68

Pero además, la recepción del Quiroga parece haber excedido con holgura al núcleo de letrados dedicados al estudio y a la escritura del pasado a principios del siglo XX, alcanzando otros espacios de la vida cultural argentina. Revelador al respecto resulta un discurso pronunciado en Posadas (Misiones) el 11 de septiembre de 1907 y reproducido en El Monitor de la Educación. Al conmemorar a Sarmiento, una educacionista hacía en su texto una rápida alusión al libro de David Peña, responsable según ella de haber "iniciado un análisis más severo y científico de la interesante personalidad" del sanjuanino, y reflexionaba acerca de que el Facundo podía ser por entonces "materia de discusión, porque el criterio histórico ha variado".69 La presencia de esta referencia en el órgano de difusión del Consejo Nacional de Educación, que procuraba erigirse en el principal medio de comunicación entre el Ministerio de Instrucción Pública de la Nación y los docentes de todo el país, ayuda a calibrar mejor el impacto que pudo haber tenido el Juan Facundo Quiroga en su momento.

Otro dato indirecto para evaluar dicho impacto lo brinda la cantidad y frecuencia de las reediciones. La primera edición de Coni, de mayo de 1906, fue seguida por otra de ese mismo año, y por una tercera y una cuarta que vieron la luz, respectivamente, en 1907 y 1909. Es decir, que el Juan Facundo Quiroga de Peña alcanzó en sólo tres años las cuatro ediciones de Coni, que serían todas las que saldrían en vida del autor. Ya fallecido éste, y luego de un lapso, nuevas ediciones se sumaron a las anteriores: la de Editorial Americana, de 1953 (con prólogo de Manuel Rey Tosar); las tres de Eudeba, de 1968 (con prólogo de Jorge Mayer), 1971 y 1977; la de Hyspamérica, de 1986; la de Emecé, de 1999; y por último, una de Editorial Libertador, de 2008. Un total de once ediciones del Quiroga, según hemos podido localizar.

Asimismo hemos hallado, en el fondo documental Peña, un texto escrito a máquina firmado por Luis Gudiño Kramer (1898-1973), confeccionado con posterioridad a 1958 para la introducción de una edición del Quiroga de la editorial Colmegna de Santa Fe. Sin embargo, al parecer la misma no se habría concretado. En ese texto, compuesto muchos años después de la aparición del libro, Kramer ubicaba a Peña en la línea del revisionismo histórico y, asimismo, junto a Ernesto Quesada y a Adolfo Saldías "en el plano admirativo hacia la figura del caudillo federal", y deploraba que el reconocimiento debido a Peña como hombre de letras e historiador se hubiese visto afectado por la parcialidad política.70

En efecto, la recuperación de David Peña como historiador en buena medida se dio de la mano del afianzamiento del llamado revisionismo histórico, lo que explica las renovadas reediciones de su obra ya avanzado el siglo XX, luego de las cuatro que produjera Coni. En este sentido, es interesante apuntar que la Editorial Americana, la primera en reeditar el Quiroga de Peña, también publicó obras de Adolfo Saldías, Pedro de Angelis y Manuel Bilbao, entre otros, todos autores revisitados por los historiadores revisionistas, que creyeron encontrar en alguno de ellos a sus propios precursores.71 En tanto, Peña Lillo, una editorial muy vinculada al movimiento revisionista,72 recuperó y editó en 1965 otra obra de David Peña, bajo el título Alberdi, los mitristas y la Guerra de la Triple Alianza. Si la posición crítica de David Peña hacia el relato sarmientino y hacia el mitrismo podía resultar ya de por sí atractiva a quienes le sucedieron en etapas posteriores como revisores de la historia, a ello se sumó el particular interés que los caudillos provinciales (Quiroga, Varela, Peñaloza) despertaron en los neorrevisionistas de izquierda de la década del sesenta, aún cuando en su interpretación se alejasen notablemente del autor del Juan Facundo Quiroga.73

Pero aun antes del auge del revisionismo, y todavía en vida de David Peña, el Quiroga –para elogio o para crítica- fue una marca imborrable de su trayectoria. Más allá de sus otros escritos de carácter histórico, así como de sus éxitos como autor teatral y de sus actuaciones en el periodismo y en la política, su autoría con respecto al libro sobre el caudillo caló hondo en la sociedad de la época y en los círculos en los que se movía, en los que nunca dejó de recordarse su audacia para poner en cuestión juicios que en su momento parecían inamovibles. Sus allegados no dejaron de hacer notar ese hecho, traído a colación de cualquier otro asunto que tuvieran a la sazón entre manos. Y así como su gran amigo Francisco Barroetaveña en tono de simpática broma estampó alguna vez al pasar, en una hoja cualquiera, la frase que figura en el epígrafe de este artículo, también Osvaldo Magnasco o José Antonio Saldías, para citar dos ejemplos, recordaron su valor y perspicacia en correspondencia muy posterior a aquel suceso.74

El mismo David Peña fue consciente de la proyección de su Juan Facundo Quiroga, y así lo plasmó en el borrador de un Prospecto a sus Obras de Historia Argentina, que nunca vio la luz, y que quedó inédito entre sus papeles personales. Peña planeaba publicar, en varios tomos, sus escritos de carácter histórico, incluidos sus discursos y conferencias y parte de su epistolario. La colección estaría encabezada por el libro sobre el caudillo, en lo que, de concretarse, vendría a ser su quinta edición pero en una versión más completa que las anteriores (ya agotadas), y así lo explicaba Peña en el Prospecto mencionado, en el que además sostenía: "Es fuera de duda que este libro ha contribuido a cambiar el concepto que se tenía del caudillo, a base del libro de Sarmiento."75

Como suele a menudo ocurrir, la hora de los balances llegó con motivo del fallecimiento de David Peña en abril de 1930, ocasión en la que varios de sus panegiristas se refirieron a su valentía para abrir nuevos surcos a la investigación histórica y al debate de ideas, así como al carácter de reivindicación que encerraban sus escritos, y volvieron a recordar el suceso que en su momento habían significado las conferencias de 1903 y su publicación en un libro tres años después. Con el agregado de que el tiempo transcurrido, permitía apreciar mejor las repercusiones y alcances del Quiroga. Entre los discursos pronunciados por entonces –varios de ellos publicados en la revista literaria Nosotros-, hay dos que hemos seleccionado por haber sido emitidos en el marco de la Junta de Historia y Numismática Americana, la institución en la que Peña había sido particularmente cuestionado. En uno de ellos, del vicepresidente segundo de la Junta, Mariano de Vedia y Mitre (1881-1958), se decía:

Lo que consideraba la verdad lo llevó [a David Peña] a emprender la rehabilitación de Facundo Quiroga. Con recordar que se ponía frente a la otra verdad, la consagrada por varias generaciones, está dicho el tamaño de la empresa, pero si se recuerda sólo que rebatía el tremendo alegato de Sarmiento se evocará qué alma titánica era la suya. Son muchos, son legión, los que aún recuerdan sus lecciones de la Facultad de Filosofía y Letras, en que un auditorio anhelante siguió el curso de su palabra ágil, de timbre inolvidable, lecciones en que nació su libro sobre el caudillo. [...] Cualesquiera sean las disidencias que puedan señalarse con su obra histórica, tan múltiple, tan varia, sería vano negar que está llena de esa independencia de espíritu que en este muerto amado fue el rasgo substancial de su carácter. No trabajó en vano. Su obra queda incorporada definitivamente a nuestra ya copiosa bibliografía histórica y para ocupar en ella un lugar predilecto.76

El otro discurso fue pronunciado en 1932 por Octavio Amadeo (1878-1955), con motivo de su incorporación a la Junta. En su conferencia, Amadeo –que era yerno de Peña, e ingresaba para ocupar el sitial que éste había dejado vacío-- se refirió al tema "David Peña y sus obras". Recordó en su suegro al "abogado de los grandes procesados de la historia" y evaluó el sentido de "revisión" que encerraba su libro:

Quiso [Peña] levantar la formidable lápida con que estaba cubierto el cadáver de Facundo. Tomó a su cargo esa defensa difícil del caudillo, dos veces muerto, primero por las manos cobardes de un asesino, y después entre los puños del cíclope de San Juan. […]
Su Quiroga fue un golpe de piqueta a lo consagrado, a lo que parecía intangible, al magister dixit. Quedó abierta la brecha por donde pasaron los nuevos a rever, al examen benedictino de los papeles amarillos. […]
Peña cometió esa irreverencia patriótica; proclamó el libre examen, exigió la revisión de muchos fallos. Fue una novedad simpática. Hoy ya no se discute esa revisión; está decretada por todos. […]
Sarmiento ha agrandado y deformado con su imaginación y vehemencia la figura de Facundo, creando el anticristo de nuestra historia. Peña ha hecho la defensa. Naturalmente el alegato no puede ser la sentencia ni el abogado el juez. Peña no ha pretendido decir la última palabra, sino rebatir la acusación. Así hay que tomar su obra.77

Ambos discursos ponían el acento en el tenor polémico de la obra de David Peña, que se había lanzado contra los criterios de autoridad instituidos, e inclusive, admitían que podía disentirse con ella.78 Pero a la vez, convenían que encerraba valores intrínsecos al quehacer historiográfico y que sus aportes a una disciplina –que recién se encontraba en construcción- resultaban relevantes, no tanto por la rigurosidad del método y el alcance de sus conclusiones, sino debido a las posibilidades que había abierto al revisar un relato que parecía haber quedado abroquelado en sus primeras manifestaciones.

Tal como había anticipado Estanislao Zeballos en 1906, Mitre y López habían encontrado en Peña a un interlocutor agudo, que sin romper con la tradición que ellos mismos habían iniciado, había logrado imprimirle –junto a un puñado de otros historiadores, como Saldías y Quesada-- un giro notable. La embestida revisionista de los años treinta vendría a confirmar la provisionalidad de aquella tradición en muchos de sus más firmes postulados.

Notas

* IH-IDEHESI/CONICET.

1 Archivo de la Academia Nacional de la Historia (AANH), Fondo David Peña (FDP), Caja 2, "Nota de Francisco Barroetaveña a David Peña", 6 de septiembre de 1919. Barroetaveña tenía por costumbre dirigirse a su amigo a través de la fórmula "Vate Peña".

2 La JHNA fue fundada en 1893 por Bartolomé Mitre y otras personalidades distinguidas, y durante sus primeros años revistió las características de la tertulia académica de elite. Un estudio detallado sobre la historia, orígenes y evolución de esta institución en: Academia Nacional de la Historia, La Junta de Historia y Numismática Americana y el movimiento historiográfico en la Argentina (1893-1938), t. I, Buenos Aires, ANH, 1995.         [ Links ]

3 Fernando Devoto vincula a David Peña con los posibles "revisionistas" anteriores al revisionismo histórico argentino. Resulta importante remarcar que esos tempranos "revisionistas", aunque plantearon la mayoría de los tópicos que luego serían retomados y desarrollados por el revisionismo propiamente dicho, no supusieron una ruptura con la tradición liberal. En este sentido, la revisión de la historia que ellos promovieron, en tanto que operación historiográfica –la aplicación de un método basado en la objetividad histórica y la compulsa documental--, se diferenció de la operación política que abiertamente supuso el revisionismo de los años treinta como impugnación del liberalismo y democratismo del sistema republicano argentino. Ver: Fernando Devoto y Nora Pagano, Historia de la historiografía argentina, Buenos Aires, Sudamericana, 2009, pp. 203-205,         [ Links ] y José Carlos Chiaramonte, "Revisión del revisionismo: orígenes del revisionismo histórico argentino", en Usos políticos de la historia. Lenguaje de clases y revisionismo histórico, Buenos Aires, Sudamericana, 2013, pp. 145-179.         [ Links ]

4 Entre los autores que han buceado previamente estos archivos, aunque con un objetivo fundamentalmente biográfico, cabe mencionar a Leopoldo Kanner, autor de varios trabajos sobre la vida de David Peña. La utilización de estas fuentes desde una perspectiva historiográfica ha sido, en tanto, escasa.

5 En la actualidad, la historia de la historiografía es concebida como un campo de estudios que excede el análisis de la producción histórica propiamente dicha, para abarcar también diversos productos intelectuales, discursos, ideas, imágenes, instituciones, operaciones realizadas a través del Estado, monumentos, etc. Desde esta perspectiva, las fuentes disponibles para ser utilizadas se han ampliado y pueden incluir desde las clásicas obras de historiografía hasta documentación oficial, manuales escolares, obras de ficción, publicaciones periódicas, películas, datos estadísticos, planes de estudio, cartas, memorias, etc. Ver: Alejandro Cattaruzza, "Por una historia de la historia", en Alejandro Cattaruzza y Alejandro Eujanián, Políticas de la historia. Argentina 1860-1960, Buenos Aires, Alianza, 2003, pp. 194-195 y 212.         [ Links ]

6 El hallazgo de este escrito –aún siendo breve- resultó sugerente para esta investigación, aunque su análisis merece algunas consideraciones. Indudablemente menospreciado como género hasta hace unos años, en los últimos tiempos ha sido revalorizada la utilidad de los textos autobiográficos de los historiadores como fuente de historia intelectual y, más particularmente, como plataformas privilegiadas para una mayor comprensión de la evolución de la disciplina. Inclusive han surgido términos como ego historia y autobiografía académica que buscan realzar las potencialidades que pueden encontrarse encerradas en un escrito de carácter autobiográfico. Ver: Jaume Aurell, "Del logocentrismo a la textualidad: la autobiografía académica como intervención historiográfica", Edad Media. Revista de Historia, núm. 9, Universidad de Valladolid, 2008, pp. 193-222.         [ Links ]

7 AANH, FDP, Caja 3, "Junio 16 de 1928."

8 En la Argentina se ha considerado como el primer grupo de historiadores profesionales –o más bien, como los responsables de crear la historiografía profesional en el país- a los integrantes de la llamada Nueva Escuela Histórica, la que se hizo visible hacia mediados de la segunda década del siglo XX, y que dio un significativo impulso a los estudios históricos, teniendo su período de auge en las décadas de los años veinte y treinta. Fernando Devoto y Nora Pagano, op. cit., pp. 139-200.

9 AANH, FDP, Caja 3, "Junio 16…", cit. En el mismo archivo se conserva otro texto de Peña en el que de modo similar –y aun, de manera más detallada- destaca sus vínculos con los políticos más importantes de su época. AANH, FDP, Caja 12, "Prospecto. Obras de Historia Argentina."

10 AANH, FDP, Caja 3, "Junio 16…", cit.

11 Aspectos de la personalidad y obra de David Peña pueden encontrarse en: Leopoldo Kanner, Ideas historiográficas de David Peña, Santa Fe, Imprenta de la UNL, 1957,         [ Links ] David Peña y los orígenes del Colegio Nacional de Rosario, Rosario, Banco Provincial de Santa Fe. Casa Rosario, 1974,         [ Links ] y Proceridad y niñez de David Peña, Separata del Boletín de la Academia Nacional de la Historia, vol. XXXVIII, Buenos Aires, 1965.         [ Links ]

12 Según Buchbinder, esos objetivos se presentaron, en la práctica, bastante difíciles de cumplir durante las primeras décadas de vida de la Facultad. Pablo Buchbinder, Historia de la Facultad de Filosofía y Letras. Universidad de Buenos Aires, Buenos Aires, Eudeba, 1997, pp. 26-30, 32-33 y 44.         [ Links ]

13 AANH, FDP, Libro 3, "Conferenciantes y conferencias"

14 Ibídem.

15 La nota de Peña a Cané ha sido analizada por Buchbinder. Pablo Buchbinder, op. cit., p. 63.

16 David Peña reprodujo las expresiones de Cané en la Advertencia con la que dio inicio a su libro. David Peña, Contribución al estudio de los caudillos argentinos. Juan Facundo Quiroga. Conferencias en la Facultad de Filosofía y Letras (con ampliaciones y notas), Buenos Aires, Coni, 1906, pp. VII-VIII.

17 AANH, FDP, Libro 3, "Bibliografía"

18 AANH, FDP, Libro 3, "Juan Facundo Quiroga. El libro del Dr. David Peña"

19 AANH, FDP, Libro 3, "Un libro de resonancia. Facundo Quiroga rehabilitado. Especial para El Tiempo."

20 Fernando Devoto y Nora Pagano, op. cit., pp. 53-54.

21 AANH, FDP, Libro 3, "Un libro de resonancia…", cit.

22 Ibídem.

23 Para una caracterización del momento historiográfico transcurrido entre la década de 1880 y la época del Centenario de la Revolución de Mayo y la vigencia que durante ese lapso mantuvieron las obras de Mitre y López: Tulio Halperin Donghi, "La Historiografía: treinta años en busca de un rumbo", en Gustavo Ferrari y Ezequiel Gallo, La Argentina del Ochenta al Centenario, Buenos Aires, Sudamericana, 1980.         [ Links ]

24 "Juan Facundo Quiroga", Revista de Derecho, Historia y Letras, t. XXIV, Buenos Aires, Imprenta, Litografía y Encuadernación de J. Peuser, 1906, p. 498.

25 Pablo Buchbinder, "Caudillos y caudillismo: una perspectiva historiográfica", en Noemí Goldman y Ricardo Salvatore (comps.), Caudillismos rioplatenses. Nuevas miradas a un viejo problema, Buenos Aires, Eudeba, 2005, pp. 32-39.         [ Links ]

26 Antonio Mestre Sanchis, "La carta, fuente de conocimiento histórico", Revista de Historia Moderna, núm. 18, 2000, pp. 13-26.         [ Links ]

27 Según Oscar Terán, José Ingenieros construyó el discurso positivista más difundido dentro del campo cultural argentino. Oscar Terán, Vida intelectual en el Buenos Aires fin-de-siglo (1880-1910). Derivas de la "cultura científica", Buenos Aires, FCE, 2008, p. 289.         [ Links ]

28 AANH, FDP, Caja 1, "Carta de José Ingenieros a David Peña", París, 1906.

29 Peña se refería a Ingenieros como una personalidad "apreciable", pero era severo en su juicio: "Yo tengo para mí que no se puede intentar la crítica, mucho menos la sociología en la historia, sin conocer antes los hechos, es decir, la historia." David Peña, op. cit., pp. 19-21.

30 En el epistolario de Peña hemos podido detectar otras cinco cartas firmadas por Ingenieros, en las que salen a luz diversos temas de interés común a estos dos intelectuales –ambos, profesores en la Facultad de Filosofía y Letras de Buenos Aires, según las épocas--, quienes departen sobre publicaciones y revistas, escritos y asociaciones culturales. AANH, FDP, Cajas 1 y 2, "Cartas de José Ingenieros a David Peña", Buenos Aires, 16 de septiembre de 1914, 26 de enero de 1915, 13 de marzo de 1918, 26 de marzo de 1920 y 3 de febrero de 1925.

31 Adolfo Saldías publicó su Historia de Rosas y de su época en tres tomos (1881, 1884 y 1887), que luego amplió en Historia de la Confederación Argentina (1892, 5 tomos). Saldías era liberal y seguidor de Mitre y procuró continuar la labor historiográfica de éste en donde el biógrafo de Belgrano la había dejado. Con honestidad intelectual buceó en archivos y presentó una imagen de Rosas y de su gobierno que le valió su silenciamiento por parte de la intelectualidad argentina. Mitre lo cuestionó duramente y la prensa lo ignoró.

32 Huérfano de padre, David vivió durante algunos años de su infancia en Buenos Aires, a cargo de un tío. Leopoldo Kanner, David Peña y los orígenes…, op. cit., p. 47.

33 AANH, FDP, Caja 1, "Carta de Adolfo Saldías a David Peña", Buenos Aires, 24 de mayo de 1906.

34 Ibídem.

35 Ver María Gabriela Micheletti, "Primeros esfuerzos historiográficos en defensa de las provincias y sus caudillos: la Historia de López, de Ramón Lassaga", Revista de la Escuela de Historia, Facultad de Humanidades, Universidad Nacional de Salta, núm. 9, Salta, 2010, pp. 91-118.         [ Links ]

36 Pablo Buchbinder, "Caudillos y caudillismo…", op. cit., pp. 42-46.

37 José Carlos Chiaramonte, op. cit., pp. 147-148.

38 Ramón Lassaga, Historia de López, Buenos Aires, Imprenta de Mayo, 1881, Benigno Tejeiro Martínez, El general Ramírez en la historia de Entre Ríos, Buenos Aires, Imprenta de la "Nueva Revista de Buenos Aires", 1885, y Bernardo Frías, Historia del general Güemes y de la provincia de Salta , Salta, El Cívico, 1902.

39 Benigno T. Martínez, quien rescató la figura de Francisco Ramírez, era español pero se encontraba radicado en Entre Ríos.

40 Juan O’Leary, Recuerdos de Gloria, Asunción, Servilibro, 2008,         [ Links ] y Liliana M. Brezzo, "El Centenario en Paraguay: historiografía y responsabilidades nacionalistas (1897-1912)", Anuario del Centro de Estudios Históricos "Profesor Carlos S. A. Segreti", núm. 4, Córdoba, 2004, pp. 62 y 64-66,         [ Links ] y "En el mundo de Ariadna y Penélope: hilos, tejidos y urdimbre del nacimiento de la historia en el Paraguay", Estudio preliminar a: Cecilio Báez - Juan E. O'Leary, Polémica sobre la historia del Paraguay (compilación de Ricardo Scavone Yegros y Sebastián Scavone Yegros), Asunción, Tiempo de Historia, 2008, pp. 11-63.         [ Links ]

41 BIBLIOTECA NACIONAL DEL PARAGUAY (BNP), COLECCIÓN JUAN E. O’LEARY (CJO), Correspondencia Oficial y Privada, "Carta de Juan E. O’Leary a David Peña", Asunción, enero de 1907. La correspondencia epistolar entre O’Leary y Peña, iniciada con esta carta, se prolongó por más de veinte años. Al respecto: Liliana M. Brezzo y María Gabriela Micheletti, "La revisión de la historia en Argentina y Paraguay. Los vínculos interpersonales entre David Peña y Juan E. O’Leary", XIV Jornadas Interescuelas / Departamentos de Historia, Departamento de Historia, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional de Cuyo, Mendoza, 2-5 de octubre de 2013.         [ Links ]

42 BNP, CJO, "Diario de Juan E. O’Leary". Agradecemos especialmente a la Dra. Liliana Brezzo, el habernos facilitado esta documentación, relevada durante sus investigaciones en los archivos de Asunción.

43 Esta hipótesis ha quedado planteada en: Liliana M. Brezzo y María Gabriela Micheletti, op. cit.

44 Un núcleo de trabajos se ha detenido a analizar la obra de David Peña, tanto para considerarla como un contrapunto a la obra de Sarmiento, como para estudiar en el marco de la historiografía argentina la evolución de las ideas en torno al fenómeno del caudillismo. Consultar, entre otros: Armando Raúl Bazán, "La historiografía riojana. Desde Sarmiento a David Peña. El esquema ideológico de ‘civilización y barbarie’, influencia y refutación", Investigaciones y ensayos, núm. 29, ANH, Buenos Aires, 1980, pp. 113-154;         [ Links ] Pablo Buchbinder, "Caudillos y caudillismo…", op. cit.; y María Rosa Lojo, "Algunas relecturas del Facundo a fines del siglo XIX", Silabario. Revista de Estudios y Ensayos Geoculturales, núm. 7, Córdoba, agosto de 2004, pp. 33-46. Disponible en: http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/algunas-relecturas-del-facundo-a-fines-del-siglo-xix/html/c110748b-1bd5-4ceb-bc74-a522ff0a67a4_3.html.         [ Links ]

45 Archivo del Museo Histórico Provincial de Rosario "Dr. Julio Marc" (AMHP), Documentos manuscritos clasificados por Legajos personales: David Peña, Caja 1, "Juan Facundo Quiroga. Conferencias pronunciadas en la Facultad de Filosofía y Letras, con ampliaciones y notas".

46 El libro en cuestión es: Rómulo Carbia, San José de Flores: bosquejo histórico: 1609-1906 [con prólogo de David Peña], Arnoldo Moen, 1906.

47 AANH, FDP, Caja 4, "Bibliografía. Juan Facundo Quiroga. El libro del doctor David Peña".

48 Las "Notas al libro Civilización y barbarie" de Alsina aparecieron publicadas –muchos años después de haber sido escritas-- en la Revista de Derecho, Historia y Letras, ts. X y XI, 1901.

49 Motivó la misiva el haberse enterado Sarmiento, que Peña estaba por fundar el periódico La Época en Rosario. De esta carta, expresó David Peña que "fue la última página del gran hombre" y que: "Todo Sarmiento está en ella". Algunos años más tarde, fue publicada por la revista dirigida por Estanislao Zeballos bajo el título "La imprenta en el Rosario". AANH, FDP, Caja 12, "Prospecto…", cit., y Domingo Faustino Sarmiento, "La imprenta en el Rosario", Revista de Derecho, Historia y Letras, t. III, 1899, pp. 485-490.

50 María Gabriela Micheletti, "Memoria local y política provincial en la celebración de un homenaje. La conmemoración del centenario de un caudillo federal en la Argentina decimonónica", Memoria y Sociedad, vol. 17, núm. 35, Bogotá (Colombia), julio-diciembre 2013, pp. 59-74.

51 David Peña, Páginas de historia argentina. El general Martín Miguel Güemes y su inmortalidad ante la historia, Córdoba, Imprenta Argentina, 1911.

52 David Peña, op. cit., pp. 444-445. En la última frase citada, Peña hace alusión a un escrito de 1885 de Sarmiento publicado en el diario El Debate, en el que el autor había desplegado un gesto de conciliación hacia el caudillo. Ver: María Rosa Lojo, op. cit.

53 AANH, FDP, Caja 4, "David Peña".

54 Cit. en: Armando Raúl Bazán, op. cit., p. 141.

55 AANH, FDP, Libro 3, La Cultura, "Juan Facundo Quiroga".

56 En una crónica periodística, Ricardo Adriano Paz figuraba entre los escritores asistentes al banquete que se realizó en 1913 en homenaje a Leopoldo Lugones, que partía hacia Europa enviado por La Nación. Además, Paz fue autor del libro Sobre tablas. Farsa satírica de vanguardia en cuatro jornadas, Buenos Aires, Talleres Gráficos Argentinos de L. J. Rosso, 1929. María Pía López, Lugones: entre la aventura y la cruzada, Buenos Aires, Colihue, 2004, p. 157.

57 AANH, FDP, Caja 4, "Tribuna libre. Sobre Facundo".

58 Sobre Mantilla y su obra historiográfica: María Gabriela Quiñonez, "Intelectuales, historiografía y política en Corrientes a fines del siglo XIX. La obra de Manuel Florencio Mantilla", Res Gesta, núm. 46, Instituto de Historia, Facultad de Derecho y Cs. Sociales del Rosario, UCA, 2008, pp. 165-192.

59 Boletín de la Junta de Historia y Numismática Americana (BJHNA), vol. 4, 1927, pp. 329-330, 332 y 346.

60 Carlos M. Urien, Caudillos argentinos. Quiroga, estudio histórico constitucional por Carlos M. Urien, Talleres gráficos de la compañía general de fósforos, 1907, pp. 308-309.

61 Ibídem., p. 7, y Armando Raúl Bazán, op. cit., pp. 141-142.

62 P. Giménez Melo, "Caudillos argentinos. ‘Quiroga’ por Carlos M. Urien", Revista de Derecho, Historia y Letras, t. XXVII, 1907, pp. 585-588.

63 Juan B. Terán, Estudios y notas, Tucumán, [s.e.], 1908, pp. 196-204.

64 Sobre los orígenes e importancia de la Sociedad Sarmiento y sobre la figura de Juan B. Terán y su rol en el movimiento intelectual tucumano de principios del siglo XX: Soledad Martínez Zuccardi, "Un grupo intelectual en Tucumán a comienzos del siglo XX. En torno a la Revista de Letras y Ciencias Sociales (1904-1907) y sus realizadores", Andes, núm. 21, 2010, pp. 223-260.

65 AANH, FDP, Libro 3, "Dr. David Peña", El Orden, 20 de junio de 1908.

66 Ibídem., y "Las conferencias del Dr. Peña. Alberdi y su obra. Demostración merecida."

67 AANH, FDP, Libro 3, "Acaba de aparecer".

68 Cervera cita el libro de Peña –al que se refiere como "una obra recién publicada"-- al ocuparse de la muerte de Quiroga y de las hipótesis sobre las responsabilidades de Rosas y López, que el autor santafesino niega. Manuel Cervera, Historia de la ciudad y provincia de Santa Fe. 1573-1853, t. II, Santa Fe, La Unión, 1907, p. 726.

69 Nora A. de Mantovani, "Sembrando ideas", El Monitor de la Educación, 1907, pp. 263-265.

70 AANH, FDP, Caja 12, "Editorial Colmegna da a publicidad…"

71 Para una aproximación al revisionismo histórico argentino y su evolución a través de los años: Alejandro Cattaruzza, "El revisionismo: itinerarios de cuatro décadas", en Alejandro Cattaruzza y Alejandro Eujanian, op. cit., pp. 143-182. El libro de David Peña, así como los de Pedro de Angelis, Manuel Bilbao, Adolfo Saldías y Ernesto Quesada, entre otros, son citados, por ejemplo, por José María Rosa, en su Historia Argentina, t. IV: Unitarios y federales (1826-1841), Buenos Aires, Editorial Oriente, 1972. También menciona a David Peña Julio Irazusta en su: Vida política de Juan Manuel de Rosas a través de su correspondencia, t. IV, Buenos Aires, Albatros, 1953, p. 13. La figura de David Peña fue rescatada, asimismo, por Jauretche: Arturo Jauretche, La "colonización pedagógica" y otros ensayos. Antología, Centro Editor de América Latina, 1982, p. 53.

72 La casa editorial de Arturo Peña Lillo publicó, a partir de 1954, obras de José María Rosa, Ernesto Palacio, Arturo Jauretche, Jorge Abelardo Ramos, Raúl Scalabrini Ortiz y Juan José Hernández Arregui, entre otros.

73 Según apunta Tulio Halperin Donghi, para el neorrevisionismo revolucionario Rosas perdió centralidad, mientras que sus exponentes redireccionaron su interés hacia los caudillos provinciales, en quienes creyeron ver a representantes de las clases oprimidas y a paladines de la lucha contra el imperialismo y el capitalismo extranjeros. Uno de ellos, Rodolfo Ortega Peña (1936-1974) –autor junto con Eduardo Luis Duhalde de un texto titulado Facundo y la montonera--, era nada menos que nieto de David Peña. Tulio Halperin Donghi, El revisionismo histórico argentino como visión decadentista de la historia nacional, Buenos Aires, Siglo XXI, 2006, pp. 40-43.

74 En 1913, David Peña lamentaba que Osvaldo Magnasco hubiese declinado su invitación a participar del Ateneo, y decía que, a aquel que preguntase por esa ausencia, "no sabré qué contestarle, yo, que he sabido encontrar respuesta, sin embargo, a las mortificantes interrogaciones relativas a Facundo". En su respuesta, Magnasco, pretextando humildad, se excusaba: "No se verá, pues, en apreturas el perspicaz historiador de Facundo". En 1928, José Antonio Saldías (hijo de Adolfo) pidió opinión a Peña sobre su obra de teatro Romance Federal, la que no le fue demasiado favorable. Un tanto ofendido, J. A. Saldías hizo responsables a su padre y a Peña por haberlo animado, con sus ejemplos, a escribir a favor de Rosas, así como a defenderse de las críticas recibidas: "Me ha llevado a esta actitud, no el tradicional concepto de la obediencia filial, sino la admiración por su valentía en consonancia con mi inquieto afán porque revisemos nuestra fábula histórica. / Usted que es el maestro de Facundo tiene también un poco la culpa de que yo me haya arriesgado así. / Su severidad me ha templado, por eso le pido que cargue entonces con parte de las consecuencias." AMHP, Documentos manuscritos clasificados por Legajos personales: David Peña, Caja 1, "Carta de David Peña a Osvaldo Magnasco", 26 de julio de 1913 y "Carta de Osvaldo Magnasco a David Peña", 28 de julio de 1913; y AANH, FDP, Caja 3, "Carta de David Peña a Adolfo Saldías", 14 de abril de 1928, y "Carta de Adolfo Saldías a David Peña", 17 de abril de 1928.

75 AANH, FDP, Caja 12, "Prospecto…", cit.

76 "David Peña", Nosotros, año XXIV, t. LXVIII, abril-junio de 1930, p. 102.

77 BJHNA, vol. VIII, 1936, pp. 217 y 220-221.

78 De hecho, al año siguiente del fallecimiento de Peña, un contemporáneo de éste, que en 1931 era presidente de la Junta de Historia y Numismática Americana, Ramón Cárcano (1860-1946), publicó un libro sobre el caudillo en el que se retomaba la versión crítica sostenida por Sarmiento, y que también contó con sucesivas reediciones, lo que evidencia la vigencia del planteo historiográfico liberal sobre el tema del caudillismo aún en la época de auge del revisionismo histórico. Ramón J. Cárcano, Juan Facundo Quiroga: simulación, infidencia, tragedia, Buenos Aires, Roldán, 1931.

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