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Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana Dr. Emilio Ravignani

Print version ISSN 0524-9767

Bol. Inst. Hist. Argent. Am. Dr. Emilio Ravignani  no.42 Buenos Aires June 2015

 

RESEÑAS

Alejandro M. Rabinovich, Ser soldados en las Guerras de Independencia. La experiencia cotidiana de la tropa en el Río de la Plata, 1810-1824. Buenos Aires, Sudamericana, 2013. 216 páginas.

Gabriel Entin

CONICET - Centro de Historia Intelectual - Universidad Nacional de Quilmes

“¿Con qué justicia juzgar a un soldado muerto de hambre que robaba para compensar las calorías que no se le suministraban en el rancho del campamento?”. Más que una respuesta precisa, la pregunta de Alejandro Rabinovich busca plantear una serie de experiencias atravesadas por un mismo acontecimiento, constitutivo de la revolución en el Río de la Plata: la guerra. La interrogación, que refiere a tres acciones concretas (comer, robar, sufrir) tiene la virtud de mostrar con simpleza una tragedia: la vida de los soldados de línea de los ejércitos patriotas rioplatenses durante la revolución, tema del libro.

Organizado en breves apartados que responden a 22 verbos en infinitivo, el texto de Rabinovich, incluido en la colección “nudos de la historia argentina” dirigida por Jorge Gelman, representa un ejemplo audaz y riguroso de divulgación histórica. Audaz, porque a través de una prosa sencilla, el autor deconstruye mitos consolidados desde el siglo XIX en adelante en las historiografías nacionalistas y revisionistas argentinas sobre la guerra de la independencia, al mismo tiempo que adopta una posición crítica con algunos lugares comunes de la nueva historia política. Riguroso, porque, destinado al público en general, los argumentos de Rabinovich se sostienen en un análisis exhaustivo de fuentes primarias del Archivo General de la Nación y de memorias de combatientes, muchas de ellas, inéditas.

En el libro, los ejércitos revolucionarios conforman un “espacio de vida” (p. 10) de “hombres y mujeres ordinarios embarcados en circunstancias completamente extraordinarias” (p. 12). Rabinovich explora este espacio a través del análisis de acciones cotidianas de soldados permanentes en las fuerzas de tierra (infantería, caballería y artillería) que integraban los principales ejércitos en el Río de la Plata (Ejército del Norte, en el Alto Perú, las fuerzas que sitiaban Montevideo y, a partir de 1814, el Ejército de los Andes con destino a Chile y Lima). El autor se sitúa de este modo en la historia sobre la guerra “desde abajo” que en la Argentina tiene desde hace más de una década un importante dinamismo gracias a trabajos como los de Juan Carlos Garavaglia (director de la tesis doctoral de Rabinovich en la École des Hautes Études en Sciences Sociales recientemente publicada)1, Raúl Fradkin y Gabriel Di Meglio.

El análisis de la vida de los soldados implica en el Río de la Plata el estudio de toda una sociedad: entre 1810 y 1820, indica el autor, un cuarto de los hombres adultos (90.000) participó en el ejército de línea y casi todos los demás actuaron en las milicias. El dato es contundente: sólo Prusia y Francia en las guerras napoleónicas “movilizaron tantos soldados en relación a su población” (p. 27). Con la revolución comenzó la guerra. ¿Cuál guerra? ¿Quiénes se enfrentaban? ¿Por qué combatían? ¿Dónde lo hacían? Rabinovich despliega en la introducción un estado de la cuestión con sugestivas afirmaciones. En primer lugar, no existió una guerra sino varias. Así, la guerra revolucionaria “sería mejor entendida en plural” (p. 19). Tampoco hubo bloques militares homogéneos: había fuerzas rioplatenses identificadas con la causa patriota y otras con la realista en bandos caracterizados menos por su unidad que por sus divisiones e internas. Las armas mostraban que la guerra desbordaba los moldes en que la historiografía buscó encasillarla. Finalmente, la distinción entre “Guerra de la Independencia” y “Guerras Civiles” tiene “más que ver con un intento historiográfico de legitimar a posteriori una determinada idea de nación que con una realidad histórica concreta” (p. 20).

El autor afirma que “la estructura jerárquica del ejército reflejó con una relativa fidelidad la estructura de clases de la sociedad local” (p. 27). Si en la oficialidad castrense se encontraban los miembros o hijos de la élite que la historiografía presentarían como los grandes hombres de la patria, abajo se situaban nombres olvidados de una diversidad de actores: migrantes de las provincias interiores, negros esclavos, presos, “vagos y malentretenidos”, entre otros. Convertidos voluntaria o forzadamente en soldados, compartirían los beneficios de las armas (la igualdad, el prestigio, la carrera); y también sus desgracias (la pobreza, los castigos y, en última instancia, la muerte).

El verbo en infinitivo que encabeza cada capítulo define una acción, muchas veces explicada a través de la primera persona que aparece en las fuentes. Enrolarse, Ejercitarse, Comer, Beber, Jugar, Bailar, Robar, Amar, Violar, Combatir, son algunas de ellas. Por un lado, dan cuenta del espacio de vida guerrero y, por otro lado, dan forma a un sujeto colectivo: el “pueblo revolucionario en armas” (p. 28). Rabinovich explora con microscopio el laboratorio de la militarización política y social del Río de la Plata que Tulio Halperin Donghi inauguró en Revolución y Guerra (1972). Sobre las prácticas de los soldados, el autor explica que se demoraban casi un minuto por disparo, que utilizaban el cuchillo (una “hoja de hierro acerado que iba de los 20 a los 35 centímetros de largo”, p. 98) como si fuese una extensión natural de su brazo, que cuando disponían de reses, comían hasta tres kilos diarios de carne y tomaban yerba mate para su digestión, y cuando no, cazaban, robaban y, en algunos casos, depredaban haciendas; que. a pesar de estar prohibido, se emborrachaban con vino o aguardiente y jugaban a los naipes y a la taba y que estas dos combinaciones (la borrachera y el azar) podían concluir en riñas con cuchillazos en la espalda y no en un duelo, permitido sólo para resolver disputas de honor entre los oficiales; que los soldados asistían a bailes populares (estrictamente separados de los organizados para la “gente decente” entre la que se incluía la oficialidad) y que los negros eran los mejores músicos; que las mujeres (las “rabonas”) tenían una presencia constante en los campamentos militares y a veces podían quintuplicar la cantidad de soldados en los cuarteles constituyendo “una parte integral de la vida militar” (p. 126); que algunos soldados –los casos “parecen escasos” en comparación con la tropa movilizada (p. 128)- cometían violencias sexuales a mujeres, niñas e incluso a jóvenes reclutas.

A través de los soldados, Rabinovich revela los intentos de constitución de una forma –ambigua, inacabada, contradictoria- de sociedad en la revolución. En esta forma, modos de vida tradicionales son criminalizados bajo la figura del “vago y malentretenido”; el salario constituye un catalizador del patriotismo y su pago efectivo una decepción; los esclavos, transformados con el ingreso al ejército en libertos, no accedían a la condición de hombres libres sino a la de soldados; en fin, el reclutamiento forzoso recaía exclusivamente en los “sectores sociales más desfavorecidos” (p. 108). Con incumplimiento en los pagos, en los plazos de servicio, en la provisión de vestimenta y alimentos, y en el otorgamiento de premios y pensiones, ser soldado en la revolución podía implicar la manifestación principal de patriotismo y, al mismo tiempo, una “injusticia fundamental” que se materializaba en el sistema penal militar, regido por “un sentido de la oportunidad” y por “la arbitrariedad” en los sumarios (p. 109). En este escenario donde “lo político” se fundía “con lo guerrero de manera indisoluble” (p. 16), la deserción representaba el principal crimen en las tropas (p. 136). El autor presenta un argumento menos convincente sobre la vida de los soldados cuando la relaciona con “un período de estado de excepción” (p. 108) y de “imperio de la ley interrumpido” (p. 129) inaugurado con la revolución de Mayo. ¿Qué es el orden y qué la excepción en la revolución? ¿Cómo caracterizar un orden legal y una excepción en una revolución que se asume como tal debatiendo la misma noción de orden, de ley y de justicia?

La vida militar, señala Rabinovich, también incluye la muerte. El lenguaje guerrero tiene un vocabulario propio en el Río de la Plata. Del momento de confusión y desorden de la batalla le sigue uno decisivo: “el entrevero” (p. 161). Las batallas representan “verdaderos cementerios de ejércitos patriotas” (p. 181) poblados por soldados muertos menos en el combate que en sus intentos de escape (p. 174). La mayoría, sin embargo, fallecía a causa de virus, bacterias y parásitos (p. 178, 179). Ser soldados en las guerras de independencia significaba no sólo incorporarse a un ejército militar sino también contribuir a la creación de otro “de viudas y de huérfanos” (p. 28). El autor aporta un dato sobre aquel universo político-guerrero: “matar era más fácilmente naturalizable” (p. 166). Si la historia de la revolución es la de sus hombres y mujeres, la de sus vivencias y representaciones, esa historia no puede ser una sino muchas. El libro de Rabinovich constituye en este sentido un aporte fundamental para una de ellas: la referida a la construcción del cuerpo de la patria.

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