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Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana Dr. Emilio Ravignani

versión impresa ISSN 0524-9767versión On-line ISSN 1850-2563

Bol. Inst. Hist. Argent. Am. Dr. Emilio Ravignani  no.44 Buenos Aires jun. 2016

 

ARTÍCULOS

Facundo y la "ansiedad de las influencias"

Elías José Palti1

La influencia poética no hace a los poetas menos originales; a menudo los hace más originales, aunque no por ello necesariamente mejores. Las profundidades de la influencia poética no se pueden reducir al estudio de fuentes, o a la historia de ideas, o al patrón de imágenes.

Harold Bloom, The Anxiety of Influence.

El texto de Ariel de la Fuente que me invitan a comentar busca trazar las fuentes locales de las cuales se nutrió Sarmiento para elaborar su obra. Aunque algunas de las fuentes que cita son conocidas, nadie había llevado a cabo esta labor de reconstrucción genealógica de forma tan minuciosa y detallada como él. En este sentido, es un aporte valioso a la literatura sarmientina y recuerda a otros trabajos similares como los realizados por Alberto Palcos con respecto a la obra de Echeverría. Como resultado de esta empresa nos queda una visión mucho más clara de hasta qué punto la mayor parte, si no todas las ideas que retoma Sarmiento en su obra, si bien fueron acuñadas por pensadores europeos, no le llegaron a él directamente de ellos sino por intermedio de una serie de autores locales que pusieron a circular dichas ideas en nuestro medio varios años antes de que él tuviese acceso a ellas. En este sentido, la reconstrucción genealógica que realiza aparece como mucho más rigurosa que otras análogas ensayadas con anterioridad. Lo que resulta problemático, sin embargo, es el marco en que De la Fuente coloca dicha empresa. Según afirma, el hecho de que la serie de tópicos, motivos y figuras que recoge Sarmiento en Facundo hubieran circulado antes en el medio local cuestionaría la originalidad y el valor político o literario de esa obra. En este argumento hay un evidente desfasaje; de aquella premisa no se extrae necesariamente esta otra conclusión. Afirmar la originalidad de una obra no necesariamente conlleva asegurar que las ideas, motivos y tópicos que la misma contiene fueran desconocidos hasta entonces. Creo que ante el argumento de De la Fuente bien vale la advertencia de Tulio Halperin Donghi:

Si, tal como se ha visto, la originalidad de un pensamiento político reside sólo excepcionalmente en cada una de las ideas que en él se coordinan, buscar la fuente de cada una de ellas parece el camino menos fructífero (a la vez que menos seguro) para reconstruir la historia de ese pensamiento.2

Su propuesta podría quizás resultar más plausible si se la interpretara en un sentido algo más acotado. Es decir, la genealogía de ideas que él traza, si bien no cuestionaría la originalidad de la obra de Sarmiento, sí revelaría al menos que los estudios hasta ahora realizados al respecto fracasaron en dar cuenta de dónde residiría la misma. Lo que hasta ahora se afirmó como novedoso en ella, no sería, para él, realmente tal. Pero para poder demostrar esto otro debería hacer antes un análisis de estas interpretaciones a las que cuestiona, que es, precisamente, lo que uno no encuentra en este trabajo. De la Fuente simplemente presupone que basta con demostrar que las ideas de Sarmiento no eran originales suyas para refutar cualquier interpretación al respecto, lo que lo exime de la tarea de analizar qué dicen sobre ello esas mismas interpretaciones. Las muy someras referencias a estas últimas (casi todas ellas sólo consignadas en notas a pie de página) ciertamente no alcanzan a captar el sentido de estas lecturas, lo que, para De la Fuente, aparentemente, no sería tampoco relevante. En lo que sigue tomaré como ejemplo las referencias que hace a mi propio trabajo (que es, junto con el de Carlos Altamirano, el único que cita, aunque también de manera somera y, digamos, sesgada).3

La fórmula "civilización y barbarie" y el problema de la cronología

De la Fuente refiere a mi afirmación respecto del origen de la fórmula "civilización y barbarie" en Sarmiento asegurando que la misma sería errada, dado que dicha fórmula se encuentra ya en fuentes de la década de 1830, e incluso anteriores. Resulta extraña esta afirmación ya que está bien claro que nunca digo que no fuera así, ni que se tratara de una invención suya. Si bien no conocía en detalle la serie de referencias precedentes que recoge De la Fuente, ni yo ni nadie, creo, desconocíamos de que la misma había circulado ya en nuestro medio. Cuando hablo del origen de la fórmula en Sarmiento quiero decir exactamente eso: cómo y cuándo aparece la misma en su obra. No me parece necesario aclarar esto que es bastante obvio. Ni tampoco creo que sea importante, porque no era realmente ese el punto que quise destacar en el trabajo que él cita (aunque es cierto que es el único en que De la Fuente se detiene), sino otro muy distinto y, entiendo, mucho más importante para entender la génesis del Facundo.

Lo que buscaba allí era tratar de entender cuál fue el sentido concreto que tomó esa fórmula en Sarmiento. Y para ello remitía al contexto específico en que hace su apelación a la misma (lo que no quiere decir, lo aclaro nuevamente por las dudas, que él la hubiera inventado entonces o que haya sido el primero en utilizarla en nuestro país). La situación entonces, según señalo allí, era la siguiente. Durante los años 1838 y 1839, cuando varios de los miembros de la llamada Joven Generación se exilian, reinaba cierta confianza en que la caída de Rosas era algo inminente. De hecho, todo parecía indicarlo (en 1839 se realiza incluso una fiesta pública en Montevideo celebrando anticipadamente su caída). Los jóvenes exiliados no tenían dudas acerca de la racionalidad de la historia, y de que, en consecuencia, una vez que Rosas hubiera decidido apartarse del curso lógico de la misma, habría perdido ya todo sustento real y estaba por ello condenado a desaparecer. En el trabajo en cuestión cito extensamente las expresiones reiteradas que revelan ese clima de entusiasmo reinante en el exilio montevideano (y que Amalia, de José Mármol, describe muy bien).

En los años siguientes, sin embargo, esta fe comenzó rápidamente a disiparse debido, especialmente, al fracaso de la campaña de Lavalle, producto, según piensan, de su indecisión, que lo lleva a evitar enfrentarse directamente con Rosas. Es, más precisamente, en este marco que Sarmiento apela a su famosa fórmula como argumento para combatir el escepticismo reinante entre sus camaradas. Según señala entonces, lo que éstos no entendían era que ésta no era una lucha vulgar entre dos principios políticos opuestos, que no tenía nada en común con los enfrentamientos entre liberales y conservadores, por ejemplo, puesto que estos últimos eran ambos principios inherentes a la civilización. Aquí, en sus márgenes, la lucha, en cambio, era otra. Aquí la civilización se enfrentaba con aquello que le era extraño. Es decir, se trataba de una lucha entre "civilización y barbarie". Y así planteada la cuestión, decía, el triunfo sólo podía corresponder al primero de los términos, puesto que la barbarie no tiene entidad política. Ésta es la pura naturaleza; ella puede interponer obstáculos al avance de la civilización, pero nunca convertirse en un principio político. En definitiva, aquellos que creían que Rosas podría imponerse, decía Sarmiento que no entendían nada de lo que estaba entonces ocurriendo, de cuál era el sentido del combate entonces entablado en las márgenes del Plata. La barbarie podría eventualmente triunfar en una o incluso en varias batallas, pero la idea de un triunfo final sólo correspondía a la civilización.

Ciertamente, este sentido que le daba Sarmiento a esta fórmula ya no tenía nada que ver con el que pudo haber tenido en los años 1830’s, y la verificación de su aparición entonces no nos ayuda a entender cuál era el tenor de las preocupaciones concretas que llevaron a Sarmiento a apelar a la misma, y porqué en ese momento decidió aferrarse a ella como herramienta discursiva. De todas formas, el punto más importante, para mí, no era tampoco éste, sino el que seguía a continuación en mi texto.

Rosas como problema, y la apelación a Facundo

Como vimos, Sarmiento perseveraría en su confianza en la inminencia de la caída de Rosas aún bastante después de que la mayoría de los jóvenes de la Generación del ´37 habían ya perdido la misma (su traslado de Montevideo a Santiago era la expresión de ello). Pero lo cierto es que ésta tampoco en él podría sostenerse mucho tiempo más. A fines de 1842 y comienzos de 1843, cuando finalmente Oribe pone sitio a Montevideo, está claro, también para él, que la lucha había terminado (Sarmiento decide incluso renunciar a la ciudadanía argentina). Aquello que pensaba que era imposible que ocurriera habría finalmente acaecido.

Esto creaba una situación inédita para él, que merecía una explicación. Es aquí donde aparece lo que podemos llamar la particularidad de la perspectiva de Sarmiento que explica, en última instancia, la singularidad de una obra como Facundo. Llegados a este punto, los demás miembros de su Generación oscilarán en sus interpretaciones, alternando, siguiendo el ritmo de las noticias que llegarían desde Buenos Aires, entre un regreso a su antigua fe de 1838-1839 y un escepticismo respecto de que en el Río de la Plata se aplicasen las leyes que supuestamente guiarían el curso racional de la historia. Sarmiento, en cambio, resistiría a transitar ambas opciones. Él no podía aceptar que el Río de la Plata se encontrara al margen del desarrollo histórico evolutivo de la civilización, como sí ocurría en otros países de la región, como Paraguay, Bolivia, etc. Y, no obstante, estaba convencido de que la lucha contra Rosas había concluido, y que la barbarie había finalmente triunfado en el Plata. Es decir, Sarmiento es, entre los miembros de su Generación, quien intentaría poner juntas dos ideas que, dentro de su universo conceptual, resultaban, sin embargo, perfectamente incompatibles entre sí. Encontramos aquí el punto de partida para la elaboración de Facundo. Todo su texto se articularía a partir de la paradoja de que tuviese que apelar a aquella fórmula como base para explicar precisamente lo que la misma excluía como posibilidad: la idea de un triunfo final de la barbarie.

El análisis que sigue a continuación en mi texto buscará reconstruir la serie de torsiones a que se vio sometida dicha fórmula en el Facundo y cómo la misma serviría así a Sarmiento para mostrar lo inaudito del fenómeno rosista, por qué Rosas no era un caudillo bárbaro más, por qué éste instala una figura nueva en la historia, desconocida hasta entonces, en la medida en que logra fusionar civilización y barbarie, siendo que aquí el polo activo de la antinomia sería el polo bárbaro, hecho que desafiaría todas las leyes históricas y todo aquello que esta misma fórmula llevaba implícito en su propio concepto. Es decir, si Rosas representaba, para él, un fenómeno inaudito, no era simplemente porque se apartase de la Historia (con mayúsculas), como ocurría con los demás caudillos, sino porque violentaría sus leyes en el interior de la misma (lo que sería algo sencillamente inconcebible). Sarmiento lo llamaría "el legislador de la civilización tártara"; un obvio oxímoron.

Mi texto desarrolla esta idea e intenta mostrar cómo esta paradoja que estructura toda la trama de esa obra le confiere también toda su potencia retórica. No viene al caso desarrollar y fundamentar aquí textualmente esta hipótesis, para lo que remito al lector a mi obra. Quisiera sí detenerme en un punto que señala De la Fuente respecto a qué llevó a Sarmiento a escribir una biografía sobre Facundo, y no sobre cualquier otro caudillo. Según muestra, la figura de Facundo se había ya convertido en el epítome del caudillo bárbaro, y todos los tópicos sobre él que Sarmiento recoge se encontraban ya fijados. Yo propongo, sin embargo, una interpretación distinta (la cual De la Fuente desgraciadamente no menciona, por lo que, para quienes no leyeron o no recuerdan mi trabajo sobre el tema, les sería imposible comprender lo que yo afirmo y estar así en condiciones de evaluar hasta qué punto su crítica resultaría o no justificada). Según mi interpretación, la figura de Facundo sirve a Sarmiento, precisamente, para destacar todo lo que Rosas tiene de inaudito. Más allá de los rasgos personales del caudillo, que Sarmiento enumera, lo que le interesa de él es el hecho de que el riojano haya sido quien trastocó las coordenadas de ese universo cerradamente dicotómico expresado en la fórmula de marras. Facundo, dice, es el primer caudillo que se atreve a trasponer los límites de su provincia, lo que señala un hecho impensable hasta entonces, dando así origen a lo que llama "los primeros intentos de fusión nacional". Es decir, Facundo representa, para él, una anomalía; no por tratarse del ejemplo más acabado de un caudillo bárbaro sino, por el contrario, por el hecho de que, sin dejar de serlo, se convirtiese, sin embargo, en todo lo opuesto a ello: en "un elemento político". Lo cierto es que tal anomalía histórica tiene una consecuencia inevitable: Facundo debe morir. Nadie puede, para Sarmiento, violentar impunemente las leyes históricas. Encontramos aquí lo que le interesa a Sarmiento de Facundo: que éste le permite precisar y revelar al lector dónde reside aquello que la figura de Rosas tiene de incomprensible, de absurdo.

No quiero aquí extenderme sobre este punto, puesto que se encuentra ya desarrollado en mi trabajo sobre el tema. Sólo quería aclarar aquello que De la Fuente no señala de mi análisis (y que entiendo que debería haber aclarado: si se propone refutar mi interpretación, debería al menos explicar antes al lector cuál es ella). Por otro lado, no desecho de antemano que el mismo pueda estar errado, y que algún otro análisis del Facundo compruebe que mi hipótesis no encuentra un sustento textual cierto en él. El punto, sin embargo, es que no es esto lo que ofrece De la Fuente. Y creo que, tan pronto como se explica someramente qué es lo que yo sostengo en mi trabajo, resulta evidente que la sola mención de otras referencias anteriores a la fórmula "civilización y barbarie" o a las fuentes de las que se nutrió Sarmiento para elaborar su biografía del caudillo riojano no refuta nada de lo que señalo allí, ni resulta siquiera pertinente. Está claro, en fin, que tales referencias se produjeron en circunstancias muy distintas y obedecían a preocupaciones muy diversas a las que abrumaban a Sarmiento en 1845, en que escribe el Facundo, cuando el poder rosista parecía incontestable, abrumador. Y tampoco serán las mismas a cuando escriba, unos años más tarde, Viajes o Recuerdos. en que dicho poder habrá perdido ya esa apariencia de solidez que tuvo entre 1843 y 1847.

En el fondo, lo que subyace aquí es una cuestión de orden teórico-metodológico, que tiene que ver con las limitaciones del tipo de análisis genealógico que propone De la Fuente. El mismo resulta sumamente interesante como ejercicio erudito, pero De la Fuente le adhiere funciones que son ajenas a dicho tipo de análisis, y resulta así en atribuciones desmesuradas para el mismo. Éste nos permite, en efecto, trazar el origen de las distintas ideas, motivos y figuras que aparecen en una cierta obra, pero no aún decidir respecto de su originalidad. Para ello es necesario observar cómo los mismos fueron reorganizados y resemantizados en el interior de dicha obra, cuál es el tipo de lógica que presidió su articulación, la serie de preocupaciones particulares a que, en cada caso, obedeció su elaboración, la naturaleza de los interrogantes que se propuso abordar. Sólo a partir de allí se podría esbozar alguna hipótesis respecto de qué singulariza, o no, a esa obra particular. Algunos de los autores con que De la Fuente discute nos propusimos, bien o mal, hacer esto. Sería interesante que nos demostrase si algo de lo que decimos al respecto resulta desencaminado. Pero para ello debería, primero, retomar nuestros argumentos y luego demostrar a partir del propio texto de Facundo porqué no es así como decimos. Está claro que la sola mención de otras referencias anteriores a la fórmula "civilización y barbarie" y de las fuentes en las que Sarmiento se basó no resulta suficiente para ello, o incluso resulta lícito preguntarse si viene realmente al caso.

Notas:

1 Universidad Nacional de Quilmes, Universidad de Buenos Aires, Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET). Email: eliaspalti@gmail.com.

2 Tulio Halperin Donghi, Tradición política española e ideología revolucionaria de Mayo. Buenos Aires, CEAL, 1985, p. 17.         [ Links ]

3 Véase Elías Palti, "Rosas como enigma: la génesis de la fórmula ‘civilización y barbarie’", en Graciela Batticuore, Klaus Gallo y Jorge Myers, Resonancias románticas. Ensayos sobre historia de la cultura argentina (1820-1890) . Buenos Aires, Eudeba, 2005, pp. 71-84.         [ Links ]

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