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Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana Dr. Emilio Ravignani

Print version ISSN 0524-9767On-line version ISSN 1850-2563

Bol. Inst. Hist. Argent. Am. Dr. Emilio Ravignani  no.46 Buenos Aires June 2017

 

ARTÍCULOS

Los socialistas argentinos ante la «prensa burguesa». El semanario La Vanguardia y la modernización periodística en la Buenos Aires de entresiglos1

Juan Buonuome2

Artículo recibido: 23 de marzo de 2015

Aprobación final: 19 de diciembre de 2015

Resumen

El presente artículo busca analizar las representaciones que el semanario socialista La Vanguardia elaboró sobre los diarios de mayor tirada de la ciudad de Buenos Aires en el cambio del siglo XIX al XX. En este período, los redactores del órgano central de prensa del Partido Socialista manifestaron una creciente ansiedad en torno al singular protagonismo social y político que adquirían diarios como La Prensa, La Nación y El Diario. En sus esfuerzos por dar inteligibilidad al fenómeno de la llamada "prensa burguesa", La Vanguardia ofreció imágenes sobre el funcionamiento interno y sobre el perfil de sus periodistas y lectores, así como de sus formas de intervención política y sus representaciones sobre la sociedad argentina finisecular.

Palabras clave: Buenos Aires ; Prensa socialista ; La Vanguardia ; Prensa moderna ; Cultura impresa

Abstract

This article seek to analyze the representations that the Socialist weekly La Vanguardia drawn up on the largest circulation newspapers in the city of Buenos Aires at the turn of the nineteenth century. In this period, the editors of the Socialist Party's main media expressed growing anxiety on the significant social and political prominence that newspapers like La Prensa, La Nación and El Diario had. In its efforts to understand the phenomenon of the so-called "bourgeois press", La Vanguardia offered images of the inner workings and profiles of its journalists and readers, as well as their ways of political intervention and its representations of Argentina’s turn of the century society.

Keywords: Buenos Aires ; Socialist press ; La Vanguardia ; Modern press ; Print culture

A fines de siglo XIX, Buenos Aires se encontraba entre las ciudades con más alta circulación de diarios por habitante en el mundo y, si bien la cantidad de títulos era abultada, la tirada conjunta de los tres cotidianos más importantes –La Prensa, La Nación y El Diario– representaba una parte significativa del número total.3 El éxito de estos "grandes diarios" matutinos y vespertinos que satisfacían intereses diversos de un público extendido, era un fenómeno que asombraba a los visitantes extranjeros, incomodaba a algunos hombres de letras y convocaba a los expertos. Los socialistas no se quedaron atrás y la atención que le concedieron en las páginas de La Vanguardia, su periódico más representativo, opacó con frecuencia los debates que solían emprender contra periódicos anarquistas, católicos y gremiales. Si bien el vocero socialista se dio a conocer en 1894 dirigiéndose al pequeño grupo de militantes del movimiento obrero involucrado en la consolidación política y doctrinaria del socialismo, antes de que el siglo terminara amplió su interpelación, buscando abarcar a un anónimo público "popular" en el que convivían los miembros del mundo del trabajo urbano y los emergentes sectores medios de la Buenos Aires del noventa y el novecientos. Dada la singular capacidad de los "grandes diarios" para conquistar a estos nuevos lectores, no debe sorprender la amargura y preocupación exhibidas por los animadores de La Vanguardia al dar cuenta del revulsivo mundo periodístico del cambio de siglo.

Superada la parálisis económica de la primera mitad de la década de 1890, la Argentina se preparaba para su segunda gran expansión. La modernización de la economía ganadera y la revolución de la producción cerealera del litoral pampeano daban impulso a un nuevo fenómeno de crecimiento que, si bien estaba orientado al mercado mundial, producía un poderoso efecto de arrastre sobre el resto de la economía, en particular en las ciudades.4 La expansión del mercado interno y la aparición de una cultura capitalista del consumo –índices de este proceso– conllevaron un espectacular incremento en la demanda de bienes culturales, como libros, folletos, periódicos y revistas.5

Ante el inédito protagonismo asumido por los impresos en la vida de un número cada vez mayor de personas, la confianza de los socialistas en la difusión de la práctica de la lectura como agente de cambio se enfrentó a fuertes desafíos.6 Un reto importante era el que imponía la política de educación patriótica impulsada desde el estado que, hacia fines de siglo, establecía una potente relación entre identidad, política y cultura impresa.7 Algunos estudios especializados en torno a este problema analizaron los debates suscitados al interior del socialismo y verificaron la tendencia –visible hacia la primera década del nuevo siglo–a resolver este conflicto a través del apoyo y el estímulo a las iniciativas oficiales en materia educativa.8 En cambio, el desafío que supuso para los socialistas la conformación de un amplio mercado de bienes culturales y, en particular, el desarrollo de una poderosa industria periodística, no ha sido considerado aún por la literatura académica.

El estudio de esta problemática, sin embargo, puede constituir un importante aporte a la historia del socialismo del cambio de siglo. La productividad de esta perspectiva surge de la posibilidad que ofrece para colocar la atención sobre dimensiones socioculturales de la temprana historia socialista, hasta ahora poco atendidas por una historiografía construida según los parámetros de la historia social del movimiento obrero, la historia política y la historia de las ideas y los intelectuales.9 En efecto, un análisis de las características del principal periódico socialista y de sus vínculos con la industria periodística y editorial puede ayudar a complejizar la visión más difundida sobre la relación entre el socialismo y la cultura popular en los años del cambio de siglo. Según esta visión, los militantes socialistas sostuvieron en este período una interpelación cerradamente normativa y erudita, que se vio morigerada recién a partir de los años veinte, entre otras cosas, por la presión que ejercía el desarrollo de un mercado de entretenimiento urbano (sobre todo, con la difusión de la radio, el cine y el fútbol).10 No obstante, los cambios significativos que se introdujeron en su principal órgano de prensa hacia el cambio de siglo, fruto en buena medida de la preocupación que generaba en sus animadores el éxito de la "gran prensa", constituyen un claro índice de la temprana voluntad de los militantes socialistas para adaptar sus métodos de propaganda a los procesos de transformación de la cultura popular.11

Junto con la circulación de literatura criollista de corte popular, la prensa diaria fue central en el fenómeno de democratización de la práctica de la lectura a fines del siglo XIX. Teniendo como trasfondo los procesos de aumento demográfico, acelerada alfabetización e incremento del bienestar y el ingreso popular, los principales diarios porteños estuvieron en condiciones de diseñar estrategias de funcionamiento menos dependientes que en el pasado respecto de la suscripción estatal y del financiamiento partidario.12 En lugar de atarse a la suerte política de un partido o un candidato, la prensa diaria se nutría cada vez más del favor del nuevo público urbano que ella misma creaba, dando lugar a la aparición de empresas de alto nivel tecnológico y complejo funcionamiento interno orientado a la obtención de beneficios comerciales.13 Como expresión de su éxito, los "grandes diarios" alcanzaron elevadas cifras de circulación. En una ciudad que, entre 1895 y 1904 pasaba de 660.000 a un poco menos de un millón de habitantes, la tirada de La Prensa en este mismo período de tiempo aumentó desde 80.000 hasta 100.000 ejemplares diarios (de los cuales un setenta por ciento circulaba dentro de la capital del país).14 El formidable palacio que este diario inauguró en 1898 en la Avenida de Mayo, verdadera atracción de la pujante metrópoli en la que se estaba convirtiendo Buenos Aires, constituyó otro índice de la visibilidad pública de la "gran prensa" porteña.

Aunque íntimamente ligada a procesos de cambio sociocultural, la modernización periodística no significó que los diarios le dieran la espalda a la vida política de fin de siglo. Muy por el contrario, ellos se erigieron en actores con un importante protagonismo. Como indican los trabajos de Inés Rojkind, los diarios de gran tirada del cambio de siglo hicieron valer su autonomía financiera y su capacidad para llegar al público anónimo de sectores medios y trabajadores de la ciudad con el objetivo de influir en un escenario político marcado por la vuelta de Julio A. Roca a la presidencia en 1898. Presentándose como agentes "independientes" del gobierno y de los partidos, los "grandes diarios" se colocaron como principal factor de oposición al "régimen", lanzando fuertes denuncias a través de sus páginas y convocando manifestaciones callejeras que alcanzaron significativos niveles de participación popular.15 Además, ante el aumento de la conflictividad laboral, la "gran prensa" colocó la "cuestión obrera" en el debate público mediante críticas a la ausencia de una política laboral.16

Si se atiende entonces a la manifiesta capacidad que mostraban los principales diarios a la hora de capitalizar en su favor el proceso de democratización de la lectura en el cambio de siglo, no resulta extraña la ansiedad que recorrió las páginas de La Vanguardia ni el intento de sus redactores por dar cierta inteligibilidad al fenómeno. En efecto, el semanario socialista publicó extensos artículos, sueltos noticiosos, correspondencias y crónicas surgidas de sus propias investigaciones donde se ofrecían detalladas imágenes sobre el funcionamiento interno y sobre el perfil de los periodistas y lectores de los "grandes diarios", así como de sus formas de intervención política y sus representaciones sobre la sociedad argentina. El objetivo del presente artículo es revisar estas imágenes.

Al comienzo de este trabajo se mencionan los rasgos más importantes de La Vanguardia entre su aparición como semanario en abril de 1894 y su transformación en diario matutino en septiembre de 1905, al tiempo que se repasan las principales definiciones sobre la "prensa burguesa" ofrecidas en sus páginas. A continuación, se consideran las imágenes provistas sobre el diario La Prensa y su funcionamiento interno como empresa moderna. Luego, se registran las miradas sobre el diario La Nación, considerando para ello las representaciones que La Vanguardia elaboró sobre sus contenidos políticos y literarios, como así también la participación de algunos militantes socialistas en dicho matutino, en particular de Juan B. Justo, líder de esta fuerza. Finalmente, se examina la forma en que el periódico socialista buscó disputar ciertas imágenes de la sociedad construidas por la "gran prensa" en sus secciones de información social y policial.

La Vanguardia ante la "prensa burguesa"

Diferentes factores hicieron de La Vanguardia el principal periódico socialista de la Argentina de entresiglos.17 En primer lugar, concentró los primeros esfuerzos de la militancia socialista, hecho que le valió el rol de órgano central del Partido Socialista de la Argentina a partir de mediados de 1896.18 A su vez, gozó de una circulación y de un reconocimiento mucho mayor a cualquier otro periódico socialista en la Argentina, según muestran las cifras de tirada y las primeras representaciones sobre el universo de la prensa socialista.19 Además, actuó como principal medio de comunicación entre el socialismo local y el movimiento socialista internacional gracias a su temprana y duradera inserción en las redes de intercambio con periódicos de Latinoamérica, Estados Unidos y Europa.Subtitulado desde el primer número como Periódico Socialista Científico. Defensor de la clase obrera, el semanario aparecido el 7 de abril de 1894 se propuso actuar como un factor de progreso político, social y cultural mediante una interpretación de la realidad argentina según los principios del "socialismo científico".20 En los editoriales iniciales de Juan B. Justo, primer director del periódico y futuro líder del socialismo local, se expresaba la necesidad de favorecer la organización política del proletariado recién formado, de modo de volverlo compatible con el progreso económico del país del último cuarto de siglo XIX. Según una visión evolucionista del cambio social, las mayorías trabajadoras alcanzarían su madurez política gracias a una labor permanente de educación y concientización de sus propios intereses.21 En este marco, La Vanguardia jugó una posición de avanzada en la inmensa tarea de integración política de las masas criollas e inmigrantes que los socialistas, con marcado sesgo pedagógico, buscaron llevar a cabo.

Los militantes que dieron vida a La Vanguardia vieron en sus páginas la mejor herramienta para conseguir el doble proceso de organización política y concientización de los trabajadores. Desde su fundación el semanario fue clave en el proceso de institucionalización del socialismo argentino, al permitir la reunión de clubes y asociaciones socialistas de Buenos Aires en un mismo partido. Con ello colaboró su capacidad no sólo para vincular entre sí los elementos dispersos del movimiento suministrándoles información sobre reuniones y movilizaciones, sino también para apuntalar los debates y las definiciones estratégicas mediante la difusión de materiales doctrinarios.

No obstante, la suerte de la nueva organización política requería, al mismo tiempo, de un esfuerzo por trascender las estrechas fronteras de los círculos militantes y captar la atención de aquellos miembros de los sectores mayoritarios de la sociedad que tenían un contacto cada vez más fluido y cotidiano con la palabra impresa, pero que se mantenían todavía ignorantes o indiferentes de las ideas socialistas. También en esta labor La Vanguardia jugó un papel destacado, acomodando su estilo periodístico a las demandas del nuevo público lector conformado al calor del auge de las industrias periodística y editorial. Dentro del estrecho marco de acción que le señalaba su condición de periódico militante, La Vanguardia realizó un esfuerzo por hacer frente a la competencia que le planteaba la exitosa "prensa burguesa". Así, fueron introducidas algunas innovaciones en la administración económica de la empresa, como la inclusión de avisos publicitarios y la distribución callejera por números sueltos. La Vanguardia también amplió su formato e incluyó, al menos por un tiempo, ilustraciones que buscaban hacer accesible y visualmente atractivo al periódico frente al público desconocido. Finalmente, el comentario de actualidad y la atención a las noticias publicadas por otros periódicos compitieron y hasta desplazaron a los textos doctrinarios de la primera página, al tiempo que fueron más comunes los textos de divulgación que incluían tópicos criollistas, semejantes a los que presentaba la literatura de corte popular que circulaba entre sectores populares locales e inmigrantes.

De este modo, la evolución del funcionamiento interno de La Vanguardia, así como de su fisonomía material y de sus contenidos propagandísticos, sugiere que los socialistas buscaron dar cuenta, con las limitadas herramientas que tenían a su disposición, de las necesidades de información, de entretenimiento y de consumo que caracterizaban al anónimo universo de lectores de fin de siglo. Alejándose de la lógica de los periódicos partidarios de la élite política, que interpelaban al ciudadano antes que al habitante, el órgano socialista echó mano a nuevas formas de gestión propias de los diarios de mayor tirada para lograr captar lectores entre el nuevo y anónimo público lector. No obstante, los resultados distaron de ser los esperados puesto que su tirada nunca superó el umbral de los 5.000 ejemplares por semana en el período previo a 1905.

En cualquier caso, la modernización periodística en curso en el cambio de siglo representó un horizonte de referencia ineludible para los editores de La Vanguardia. Preocupados por la educación y organización política de las mayorías del país, los socialistas dedicaron grandes esfuerzos a entender, denunciar, contrarrestar e incluso competir con los "grandes diarios". El empeño por construir su propio lugar en la arena periodística a partir de su relación con la prensa de gran tirada, se hizo visible desde la fundación misma del semanario. En su primer número publicó un mensaje donde, luego de saludar a la prensa obrera local y extranjera, sentaba posición sobre el resto de los periódicos:

Respecto de la prensa burguesa nuestra situación es completamente distinta. No podemos enviarle un saludo, cuando estamos seguros de que, si le parecemos fuertes, seremos para ella un motivo de alarma, y si nos encuentra débiles, pretenderá abrumarnos con su indiferencia y su silencio.22

Con todo, fue a partir de 1897 cuando alcanzó verdadera consistencia su voluntad por posicionarse respecto a la exitosa industria periodística. Tras la celebración del congreso constituyente del partido a mediados de 1896 –que consolidó el proceso de institucionalización del socialismo y le otorgó a La Vanguardia el papel de órgano central del naciente partido– la apuesta periodística del semanario dejó de sostenerse en la divulgación de materiales doctrinarios, que hasta entonces habían sido vitales en los debates de los grupos militantes. Desde entonces, junto a la inclusión de "grabados de actualidad", de dispositivos de "propaganda popular" (diálogos y correspondencias de ficción) y de figuras de la poesía y la literatura criollista, los breves sueltos de actualidad informativa pasaron a ocupar un espacio clave en el sistema de secciones del periódico. Bajo el título de "Notas y comentarios" o "Noticias varias" se glosaban allí, con diferentes dosis de pedagogía e ironía, informaciones y crónicas publicadas por los "grandes diarios". El objetivo, más que informar, era alertar al lector sobre el rol de la "prensa burguesa" en la construcción de la actualidad social y política. Además, comenzaron a aparecer artículos críticos, correspondencias y crónicas que analizaban la lógica interna y los intereses que subyacían al funcionamiento del periodismo "mercantilista".

Este vuelco en las características de La Vanguardia hacia el cambio de siglo, se dio en un escenario social y político marcado por dos cambios importantes. Por una parte, el repunte de la situación económica y de los índices del consumo que determinó, entre otras cosas, un salto en la circulación de los principales diarios de la capital. Por otra parte, el protagonismo político que ganó la "gran prensa" durante la segunda presidencia de Roca: ante el proceso de crisis y repliegue de la UCR, tradicional opositor al oficialismo, los "grandes diarios" se colocaron en ese rol al liderar una acción contestataria cuyos puntales fueron campañas de denuncias y llamados a que la protesta ganara las calles. En este contexto, la inquietud socialista ante la "prensa burguesa" se agudizó. Pero ¿qué entendían los editores de La Vanguardia por "prensa burguesa"?

Lejos de realizar una reflexión sistemática y coherente, capaz de brindar una definición cristalizada del fenómeno, las columnas del principal órgano socialista dieron lugar a una superposición de nociones y representaciones sobre la "prensa burguesa", algunas de ellas tomadas de la prensa socialista internacional.23 Con todo, dos grandes concepciones se podían distinguir en estas formulaciones. La primera de ellas refería a la "prensa burguesa" como aquella que se colocaba al servicio de los intereses de las clases política, económica y socialmente dominantes. Como podrá verse más adelante en este trabajo, ésta era una de las formas en que los redactores de La Vanguardia se referían al diario La Nación, ya sea en su rol de vocero del grupo político mitrista, o bien por considerar que sus opiniones en materia económica denotaban su carácter de principal representante de la burguesía terrateniente de la región litoral del país. Algo similar sucedía con el vespertino El Diario, al que se consideraba un verdadero puntal de la elite social por los servicios que le brindaba al exhibir ante un público numeroso sus credenciales de prestigio, distinción y buen gusto. Con todo, no eran éstas las nociones que primaban en la lectura que La Vanguardia hacía de la "prensa burguesa". Para los socialistas, este concepto refería, antes que nada, a un tipo de emprendimiento periodístico que servía a sus propios intereses como empresa capitalista, esto es, una prensa que podía apoyar o confrontar cualquier causa, siempre y cuando ello le permitiera incrementar su tirada y engrosar sus arcas.24

Los socialistas argentinos veían en la prensa una fuerza gigantesca mal encauzada. La especulación y la corrupción de la era capitalista parecían haber dado por tierra lo que debía ser una herramienta de emancipación intelectual y moral de las mayorías. Así, planteaban que "en vez de tener una prensa pura, que sea el portavoz de las aspiraciones populares, nos hallamos frente al más corrompido mercantilismo periodístico".25 Las críticas al proceso de modernización de la prensa por la pérdida de su función pedagógica no eran un patrimonio exclusivo de los socialistas. Observadores del fenómeno periodístico que integraban los círculos de la "alta cultura" asociaban a menudo los rasgos novedosos del diarismo a un fenómeno de mercantilización de la literatura y a la aparición de un público lector maleable e ignorante.26 En cambio, los socialistas pensaban que el éxito del periodismo moderno y la formación de una masa de lectores incultos no constituían un problema de difusión de "mala" literatura, sino más bien, una cuestión de índole social y política. Para ellos, la prensa periódica debía realizar una misión pedagógica capaz de crear en el pueblo la conciencia de sus verdaderos intereses y necesidades. Ya que, en su visión, no existía en la Argentina una "opinión pública" plenamente formada, y menos aún una "conciencia obrera", era preciso configurarla mediante una acción de ilustración permanente.27 Así, la representación de los intereses populares debía ser llevada a cabo por una "hoja de moralidad e instrucción".

Las zonas más modernas del terreno de la prensa periódica eran las que mayor preocupación generaban en los socialistas. Dado que el éxito de la modernización periodística dependía de la capacidad para captar al nuevo público lector, la intensidad crítica de los redactores de La Vanguardia hacia los "grandes diarios" se hallaba en directa proporción con sus volúmenes de circulación: cuantos más lectores tenían los periódicos, más abundantes e insidiosos eran los ataques. Así, La Prensa, La Nación y El Diario fueron sus blancos predilectos. La atención brindada a estos periódicos sólo era comparable, al menos en cantidad de notas y espacio en el periódico, a las polémicas periodísticas que entablaban con anarquistas y católicos. Pero si el ejercicio de la controversia doctrinaria con órganos como La Protesta Humana y Democracia Cristiana suponía un intercambio permanente, las críticas de La Vanguardia a los "grandes diarios" caían invariablemente en saco roto.

Otro foco de preocupación eran los periódicos que representaban a las colectividades extranjeras en Buenos Aires, en particular, aquellos que exhibían una considerable diversificación de sus servicios periodísticos y una extensa circulación. Esto era lo que sucedía con La Patria degli Italiani y El Correo Español, cuya ubicación privilegiada en el mapa de lectura periódica de la ciudad, no hacía más que profundizar las críticas que los socialistas efectuaban a las instituciones étnicas en función de su postura sobre los bajos índices de naturalización de los extranjeros y su renuencia a impulsar entre éstos el ejercicio de los derechos ciudadanos.28

Mucho más intermitente erael tratamiento que recibían aquellos periódicos que funcionaban según la organización y el estilo periodístico de la prensa política de la segunda mitad del siglo XIX; es decir, aquellos en los que predominaba un discurso dirigido al restringido público de ciudadanos que se desempeñaban en forma activa en el mundo de la política partidaria. Este era el caso de los diarios que representaban a los distintos fraccionamientos del PAN, como Tribuna, El País y La Opinión. Algo similar sucedía con la prensa radical. En este caso, la menor atención socialista es comprensible si se tiene en mente el proceso de crisis y dispersión por el que atravesaba el partido radical, justo cuando La Vanguardia prestaba mayor atención al mundo de la prensa.29 Con todo, El Argentino, periódico insignia de la UCR, mereció algunos artículos en 1894, pero luego fue ignorado hasta su desaparición a mediados de 1896. En tanto, El Tiempo, órgano del sector bernardista del radicalismo, si bien era calificado sin ambages como "periódico burgués", también fue reconocido por su tono "liberal y progresista".30

Como se observará a continuación, la ansiedad de los socialistas ante la primacía de la prensa periódica en la difusión masiva de la palabra escrita quedó perfectamente expuesta en las críticas que La Vanguardia realizó al diario La Prensa, por lejos, el matutino más exitoso de cuantos se publicaban en la ciudad de Buenos Aires.

La intimidad de un "gran diario"

A fines de 1898, el dirigente socialista Adrián Patroni firmó con el transparente seudónimo de "Inortap" uno de sus ya clásicos diálogos de propaganda, con que buscaba facilitar la comprensión de ciertos planteos centrales del socialismo a aquellos lectores que todavía no formaban parte de la militancia activa o, incluso, que abrían las páginas de La Vanguardia por primera vez. La recreación de una situación de comunicación cotidiana, la utilización de un lenguaje simple y el esquema agonal tomado de la oralidad, eran las claves de la eficacia de este tipo de escrito militante. En este caso, la conversación imaginada por Patroni pretendía poner en aviso al desprevenido lector sobre los peligros que entrañaba para los intereses populares la "prensa burguesa" de Buenos Aires. En particular, era La Prensa, el "coloso de Sud-América", el blanco elegido. Planteada como un fresco de la moderna vida porteña, esta pieza de propaganda militante construida como una charla entre dos hombres que compartían un viaje en tranvía reunía prácticamente todos los tópicos que, como se verá en un instante, emplearon los redactores de La Vanguardia en el cambio de siglo para fustigar al más odiado de sus enemigos periodísticos.

Días pasados volvíamos del trabajo en un tranvía distraídos con la lectura de un periódico, cuando de pronto llamó nuestra atención la discusión de dos sujetos:

- ¡Ché! ¿Qué me decís de la reclame estúpida que a sí misma se está haciendo La Prensa?

- ¡No ché! Mirá que ese diario ha hecho grandes sacrificios, y en el periodismo es un coloso, el primero en su género en Sud-América.

- Tenés razón, es el primer bodrio habido y por haber, y si su tiraje es superior al de los demás diarios, ese hecho sólo denota la imbecilidad del pueblo que sostiene a semejante mamarracho.

- ¿Mamarracho?

- Sí hombre, ¿qué otro calificativo puede darse a un diario que debe su vida a los avisos de adivinas, charlatanes, rufianes, estafadores y…

- ¡Pero hombre…! Tú hablas por despecho. Cualquiera diría al oírte, que fueras un periodista rabioso de no formar parte de su redacción. Es necesario ser razonable, La Prensa es un diario independiente, ha hecho sacrificio en pro de sus lectores y los está haciendo.

- ¿Sacrificios…?

- ¡Cómo no! Ahí está la Casa del Pueblo.

- ¿Casa del Pueblo?

- Sí hombre, verdadera casa del pueblo, la prueba la tienes que ya se han establecido consultorios gratuitos para enfermos y litigantes.

- Dos mentiras como todas las de este diario, pues los tales consultorios serán verdaderas oficinas de reclames para mata-sanos y embrollones.

- ¡Sos tremendo!

- ¡Si es verdad! Ya verás como el día menos pensado establece consultorios gratuitos atendidos por las reinas de la nigromancia: oficinas de demi-mondes, casorios, todo a la minuta, y de yapa.

- ¡Ché hermano, con la conversación nos hemos pasado!

Y, masticando intergeciones [sic] los dos amigos descendieron del tramway, lamentando nosotros no haber podido disfrutar más de aquel diálogo interesante y de tanta actualidad.31

El diario fundado por José C. Paz en 1869 era reconocido por distintos observadores como el matutino más popular y con la mejor calidad de servicios informativos de Sudamérica. Entre 1896 y 1904 su tirada rondaba entre los 80.000 y los 100.000 ejemplares diarios. Como representante del modelo anglosajón de periodismo –decía acompañar a la opinión pública en lugar de dirigirla– se distinguía por la cantidad y variedad de sus avisos: "uno de sus rasgos salientes", decía Jorge Navarro Viola en su Anuario de la prensa argentina, "es la multiplicidad de los avisos y muy particularmente de los pequeños avisos, cuyo número supera al de los otros diarios: a más de 1000 ascienden los que entran diariamente, sin contar los de remate, anuncios contables, etcétera".32 A fin del siglo, además, su prosperidad se había plasmado en un lujoso edificio que, exhibido como signo arquitectónico del "progreso argentino", era una parada obligada para viajeros ilustres. Hacia el Centenario, estos visitantes llamarían la atención sobre la relación que La Prensa mantenía con el mundo político. Georges Clemenceau, por ejemplo, señalaría que gracias a no "estar enfeudado a ninguna agregación de políticos" La Prensa podía "reservarse la probabilidad de una intervención decisiva, en un caso dado".33 Vicente Blasco Ibañez, en tanto, destacaría el rol opositor del diario y el encono que su acción había generado en "un gobernante de grandes energías" –una casi segura alusión a Julio Roca–.34

A los socialistas no se les escapaba nada de todo esto: reconocían la amplia difusión de La Prensa, su prosperidad económica fundada en su gran volumen de circulación y en importantes ingresos por venta de avisos, su condición de diario moderno de "informaciones" y sus estrategias de intervención en el debate político. Las menciones a los avisos de La Prensa eran constantes en las páginas de La Vanguardia, cuyos redactores no tenían problemas en admitir la amplia difusión del diario entre la población trabajadora. En un año de elevada desocupación como 1897, el órgano socialista publicó relatos de ficción y "grabados de actualidad" que daban a los avisos de oferta y demanda de trabajo de La Prensa un rol protagónico. En un relato publicado en septiembre de 1897, un trabajador desocupado le contaba a su padre sus esfuerzos por conseguir trabajo: junto con una multitud de hombres y mujeres había esperado en las puertas de La Prensa desde la madrugada la salida de la primera edición y le había arrebatado al vendedor los ejemplares para estar entre los primeros en conocer los ofrecimientos de trabajo del día.35 En el mismo sentido, una ilustración de primera página de noviembre de 1897 representaba a dos trabajadores desocupados en una calle de la ciudad, uno de los cuales se encontraba leyendo La Prensa.36 Además, el epíteto de "diario de las adivinas" que utilizaban a menudo los socialistas, refería a los avisos de sonámbulas, espiritistas y curanderas que representaban, según ellos, una de las expresiones de esa labor insidiosa realizada por La Prensa sobre el público popular.37 En sus notas de viaje por Estados Unidos en 1895 Juan B. Justo ya había comparado la cantidad de avisos de este tipo que aparecían en las páginas de la prensa del midwest norteamericano respecto a la que exhibía La Prensa, en un intento por medir el apego que tenían las poblaciones de uno y otro lado a concepciones de orden "teológico" o "metafísico".38 Como en sus críticas a las crónicas policiales de la "gran prensa" –según se verá más adelante en el artículo– los socialistas recordaban que el éxito de la "prensa mercantilista" se explicaba en buena parte por la existencia de un público "imbécil", "estúpido" e "ignorante".39

Mayor incomodidad causó en los redactores de La Vanguardia la construcción del edificio de La Prensa en la Avenida de Mayo. Si bien no faltaron críticas a la suntuosidad de sus salones, el órgano socialista debió dar cuenta de que allí se ofrecían múltiples servicios destinados a las clases populares, como asistencia médica y jurídica gratuita, biblioteca pública y salones de actos para conferencias y asambleas.40 De hecho, la sección dedicada al movimiento obrero del periódico socialista anunciaba con frecuencia reuniones de sociedades gremiales que se beneficiaban con la hospitalidad de La Prensa.41 Las fustigaciones de La Vanguardia se volvían entonces más exaltadas, puesto que aquello que el diario de Paz brindaba, no distaba demasiado de lo que sus redactores imaginaban para sí en un futuro cercano. En 1903, la insistente impugnación del rótulo de "Casa del Pueblo" que muchos por entonces asignaban al principal matutino porteño, coincidía con correspondencias enviadas por Adrián Patroni desde Bruselas, en las que describía la "deliciosa impresión" que le había causado su visita a la Maison du Peuple de los socialistas belgas, a la que no dudaba en calificar de "palacio".42 Incluso el faro que coronaba el edificio de La Prensa, y que obsesionaba a los socialistas, materializaba la alta función que éstos esperaban del periodismo: "el farol refulgente para iluminar a las miles de inteligencias oscurecidas".43

Algunas de estas preocupaciones aparecieron condensadas en una campaña de denuncias que La Vanguardia lanzó en 1903 en contra de La Prensa para dar a conocer el trato que la empresa ofrecía a sus empleados. El objetivo era contrarrestar la propaganda que este matutino venía realizando en torno a la cuestión obrera en un contexto de creciente conflictividad social y laboral. Desde el comienzo de la década, el diario de Paz se había convertido en un propagandista del derecho de los trabajadores a reclamar por una mejora en sus condiciones vida y de trabajo. Durante la segunda mitad de 1901, incluso, llevó a cabo una investigación periodística sobre el mundo del trabajo en Buenos Aires en cuarenta artículos titulados "Los obreros y el trabajo", cuyo objetivo final fue la elaboración de un informe exhaustivo sobre la situación de las clases populares porteñas para ser presentado al público general y a las autoridades nacionales.44 En el mismo sentido, al estallar la huelga general de finales de 1902, La Prensa alzó una voz discordante respecto a un clima de opinión general más bien adverso a la movilización obrera, confrontando las posturas alarmistas que cristalizarían en la sanción de la Ley de Residencia y denunciando los atropellos sufridos por aquellos que eran detenidos y deportados. De este modo, el diario de Paz pretendía diferenciarse no sólo de La Nación, que en ocasión de la huelga general de 1902 pasó de una inicial actitud conciliadora a una abierta oposición a la movilización obrera, sino sobre todo de Tribuna, vocero del oficialismo, que desde el comienzo rechazó de plano los reclamos obreros poniendo en cambio en el centro de su explicación la intervención de elementos "extraños" que perturbaban el orden social.45

En este contexto, resulta significativo que La Vanguardia eludiera cualquier juicio sobre las posturas de Tribuna, al tiempo que dedicara sus mayores esfuerzos a rebatir la postura "obrerista" exhibida por La Prensa. Procurando impugnar el título de "defensor de los obreros" que se arrogaba el matutino, La Vanguardia interpretaba dicha propaganda como un gesto impostado de independencia periodística, tendiente a legitimar su rol de oposición al gobierno:

Le prometemos descubrirle el juego, porque Vd. aprovecha la ignorancia de las masas y les hace una inyección continua de "armonía entre capital y trabajo" desviándolas de su verdadero terreno ó por lo menos pretendiendo tal cosa; valerse de todo el desorden actual y de los sucesos huelguísticos, y hacer su agosto en contra de Roca y compañía, los gobernantes actuales que han perdido el ideal de justicia.46

Como ha señalado Inés Rojkind, la mirada de La Prensa sobre la cuestión obrera, contraria a la adopción de medidas represivas y proclive a la búsqueda de formas adecuadas de intervención para el mejoramiento de la situación de los trabajadores, se alimentaba del discurso crítico que el diario poseía respecto del gobierno de Roca.47 No obstante, en la interpretación de La Vanguardia la "independencia" terminaba por adquirir un sesgo negativo cuando se la asociaba a la búsqueda de lucro material. Los redactores socialistas reconocían en La Prensa a la mejor expresión del "periodismo mercantilista" del país y veían en su "obrerismo", antes que nada, un ardid para aumentar su tirada. Al igual de lo que sucedía con su análisis del posicionamiento del diario de Paz respecto al conflicto con Chile, el móvil ideológico o político era considerado una derivación de la lógica de acumulación empresaria que conducía a La Prensa a comportarse como "una veleta que sólo obedece a las variantes del viento".48

La Vanguardia publicó de manera regular una columna quincenal titulada "La Prensa y sus ideales. Su prédica y su práctica", destinada a denunciar al diario de Paz. La estrategia consistió en "penetrar" en la intimidad del periódico para demostrar, con datos brindados por algunos de sus operarios, que allí no reinaba el espíritu de equidad que se predicaba en sus páginas.49 En tono provocativo y con gran nivel de detalle, La Vanguardia denunció prácticas de trabajo a destajo, horas extras impagas, días de descanso insuficientes, promesas incumplidas de seguros de jubilación, empeoramiento de las condiciones de higiene y despidos.50 Utilizando nombres propios, los artículos retrataron a los diferentes actores que animaban ese espacio: desde los distintos miembros de la familia propietaria hasta el último de los vendedores, pasando por el administrador, el regente, los redactores, los tipógrafos y los porteros.

Si bien algunos tipógrafos colaboraban con la campaña, La Vanguardia debió enfrentar el hecho de que el grueso del plantel de La Prensa mantuvo una actitud reticente a su propaganda. Así, a principios de 1904, La Vanguardia ya criticaba abiertamente al personal tipográfico de este diario por dar "muestras de una blandura y una inepcia por cierto vergonzosas".51 En tanto, las sociedades gremiales que agrupaban a los obreros gráficos no intervinieron en la campaña. Los socialistas cambiaron entonces de estrategia y los interpelados fueron los vendedores y repartidores de diarios. El 6 de febrero, La Vanguardia anunció un boycott a La Prensa, pero la nueva tentativa tampoco tuvo efecto y dos semanas más tarde la redacción se quejó del magro resultado: "no hemos visto todavía un solo vendedor que no vocifere y comercie La Prensa".52

Aunque la campaña fue celebrada por la prensa anarquista, La Vanguardia medía gran parte del éxito de sus denuncias en la capacidad para suscitar la respuesta pública por parte de La Prensa.53 Pero a pesar de algunas advertencias en este sentido por parte del secretario de redacción y ex diputado Adolfo E. Dávila, el semanario socialista debió admitir su derrota también en este terreno:

El ‘muy coloso’ no encuentra lengua para contestar lo que le venimos diciendo desde Junio pasado, ni para contestar a La Protesta, pero sí la encuentra para contestarle a Tribuna, por el delito de ser diario oficial… Pero LA VANGUARDIA también es órgano oficial… de nuestro partido socialista, en vez de ser del P. A. N., ¿y por qué no nos contesta? El ex-diputado, en el citado artículo dice: "los que intentan penetrar en las intimidades de esta empresa, que es un hogar, se exponen a réplicas desagradables". Y nosotros hemos penetrado en ese hogar, hasta ahora estamos esperando la desagradable réplica… que no vendrá.54

La última carta fue el intento de organizar un "Club de Vendedores de Diarios" propuesto por el Centro Socialista Femenino a mediados de 1904. Respondiendo a una preocupación extendida entre diferentes sectores de la sociedad en torno al trabajo infantil, y a los niños vendedores de diarios en particular, las integrantes del Centro Socialista Femenino responsabilizaron a la "gran prensa"por los infortunios de los pequeños trabajadores. Así, en un artículo del 16 de julio, Fenia Chertkoff reclamó a La Prensa "un rinconcito en aquel palacio para abrigar a los pequeños vendedores".55 No obstante, la propuesta más articulada del Centro giró en torno a la creación de un local especial que, gracias al financiamiento de los principales diarios, permitiera a los niños descansar en las horas en que se interrumpía la venta de periódicos: se preveía que allí fuesen instalados baños, refectorio, sala de lectura y se dictasen clases de lectura, escritura, aritmética, historia, geografía, dibujo y trabajos manuales.56 Lejos del registro criminológico que José Ingenieros utilizaría en 1905 en un difundido artículo sobre los "canillitas", la propuesta se emparentaba con el discurso "educacionista" oficial sobre los niños vendedores de diarios, que giraba en torno a la idea de una "labor sacrificada y penosa", por momentos romantizada, pero sobre todo compatible con la posibilidad de educación y progreso social.57

Si bien el Centro Socialista Femenino reconocía la necesidad de "mantener y reservar para sí la prioridad de la iniciativa, que puede muy bien serle arrebatada, como suele ocurrir, por alguna institución caritativa de estilo burgués", el proyecto quedó finalmente opacado por la creación, ese mismo año, del asilo para niños vendedores de diarios "Doctor José C. Paz". Fundado por un antiguo "canillita" enriquecido con el negocio de venta de papel impreso y sostenido con la contribución mensual de La Prensa, el asilo resultó una experiencia exitosa que para 1914 ya celebraba su décimo aniversario de labor ininterrumpida.58

La "prensa grande", entre la política y las letras

Las imágenes que construyó La Vanguardia sobre los "grandes diarios" tuvieron un fuerte anclaje en su funcionamiento interno como empresas periodísticas, pero no desdeñaron otras dimensiones. En el caso de La Nación, si bien La Vanguardia consideró a este diario representante de una "prensa mercantilista" que "no tiene más orientación que la que le señala[n] las entradas administrativas", los comentarios que le despertaba su lectura no siempre apuntaban a su interés como empresa comercial.59 Así, aunque no faltaron menciones al trato hacia sus obreros, la mirada socialista se centró en el valor intelectual y político de sus textos.

El diario fundado por Bartolomé Mitre en 1870 ocupaba el segundo lugar en cuanto a tirada, con una circulación de 58.000 ejemplares diarios en 1898, y era reconocido por distintos observadores de la época por la calidad de la escritura de sus notas y de los textos que publicaba. Según Jorge Navarro Viola "lo que es culminante en la vida de La Nación es su obra literaria".60 Ángel Menchaca, por su parte, ubicaba a La Nación en el primer puesto del periodismo argentino por su "factura, elegancia y valor literario e intrínseco de los trabajos que publica".61 En tanto, tras visitar el país en 1909, el español Vicente Blasco Ibañez lo caracterizó como

el más literario de todos los órganos de publicidad de la Argentina. Se concede en él un amplio espacio á la colaboración internacional, é ilustres autores de Francia, Italia, España y otras naciones escriben quincenalmente en sus columnas. […] En las provincias platenses, el diario que leen con preferencia los doctores, los maestros y los estudiantes es La Nación.62

La presencia de reconocidas plumas nacionales e internacionales hacían del periódico de Mitre una plataforma privilegiada de la modernización de las letras del fin de siglo.63 Pero los procesos de modernización de las tecnologías de comunicación y especialización literaria no significaron el abandono de ciertas funciones del periodismo partidario. Todavía a principios del siglo XX, La Nación mantenía su condición de vocero del mitrismo, y ello se registraba en su organización material y discursiva.64

Ciertos rasgos del discurso político y doctrinario del diario de Mitre plantearon a La Vanguardia un desafío en la medida en que se acercaban a su propio sistema de ideas.65 Así, en materia económica, La Nación aparecía como principal foco de ataque, siendo que su postura librecambista apenas difería de lo defendido por La Vanguardia. En contraste con la escasa atención que otorgaba a El País, diario fundado por Pellegrini en 1900 y de activa propaganda en defensa del proteccionismo y la industria nacional, el periódico socialista seguía de cerca las opiniones de La Nación en materia económica, en apariencia mucho más cercanas a las que se defendían en las columnas de La Vanguardia.66

Los socialistas eran contrarios a la elevación de las tarifas aduaneras, por considerar que ellas tenían un impacto negativo en el poder adquisitivo de los salarios. Pero cuando La Nación criticaba el aumento de los derechos aduaneros en nombre de los intereses de los consumidores, como sucedió en 1894, La Vanguardia publicó algunos artículos en los que interpretaba ese posicionamiento como fruto de una disputa entre fracciones de las clases propietarias. En esta mirada, si La Nación se preocupaba por los trabajadores, era porque resultaba un buen argumento en la "lucha económica" que enfrentaba a la burguesía agrícola-ganadera del litoral con los industriales del interior.67 Incluso, La Vanguardia llegó a caracterizar a los dueños de ese diario como "grandes propietarios", de allí que la "verdadera causa" de sus ataques al proteccionismo no fuese la defensa del poder adquisitivo de las clases populares, sino el miedo a que los países extranjeros que comerciaban con la Argentina impusieran represalias contra las exportaciones rurales, argumento que por ese entonces sostenían los voceros de la Sociedad Rural.68

Mayor fastidio parecían generar algunos planteos que sobre las instituciones y el sistema representativo sostenía el portavoz del mitrismo, fuerza política que en las últimas décadas del siglo había construido su discurso opositor al gobierno mediante la defensa de la libertad del sufragio y la crítica acérrima a las máquinas políticas, la manipulación electoral y el clientelismo.69 Así, tras la reorganización de las huestes mitristas en el Partido Republicano, y en plena coyuntura electoral a principios de 1904, La Vanguardia debía contestar a La Nación los "cortejos" que, mediante consejos sobre el "socialismo práctico" y citas a Bebel, Liebknecht y Bernstein, buscaban captar el voto de los socialistas a los electores republicanos para presidente, dado que el socialismo no presentaba candidatos propios: "queremos manifestar a La Nación que más nos agrada verla llamándonos agitadores de oficio o profesionales huelguistas, que procurando ‘afilarnos’ para que entreguemos nuestros votos a candidatos que ella propicia".70 Aunque no se lo explicitaba, el decisivo aporte de votantes republicanos para la elección de Alfredo Palacios como diputado nacional apenas un mes atrás, sobrevolaba en la réplica socialista.71

Con todo, las zonas de coincidencia existían. La Vanguardia parecía reconocer la condición de La Nación como diario de las letras, como evidenciaban ciertos alusiones despectivas a su "estilo literario" y a su "calidad intelectual" durante los primeros momentos. Pero la realidad de una sensibilidad ideológica compartida entre el socialismo parlamentarista de La Vanguardia y el reformismo liberal que profesaba el diario de Mitre hizo posible que escritores, ensayistas y periodistas que militaban en las filas socialistas, tanto a nivel internacional como a nivel local, vieran en La Nación una opción válida para dar a conocer sus trabajos. Desde Italia, en particular, figuras de la criminología y la ciencia positiva, como Cesare Lombroso y Guglielmo Ferrero, y de la novela y el ensayo, como Edmundo de Amicis –todos ellos afiliados al Partido Socialista de ese país– se desempeñaron como corresponsales del diario en este período. Para quienes desde el Río de la Plata se interesaban por la situación en la península, La Nación encargaba su crónica a intelectuales reconocidos por sus estudios y reflexiones sobre la "cuestión social". Por su parte, La Vanguardia, cuyas fuentes de información internacional eran todavía limitadas, aprovechaba las correspondencias y telegramas publicados en la "prensa grande" que informaban sobre la evolución del movimiento obrero y socialista en otros países.

En cuanto a las figuras del socialismo local, no fueron pocos los que colaboraron en las páginas de La Nación. Gabriela Laperrière, por ejemplo, en su carácter de "inspectora honoraria de fábricas y talleres", plasmó en las columnas de ese diario algunas críticas al proyecto de legislación laboral del Ministro Joaquín V. González.72 Adrián Patroni, por su parte, efectuó colaboraciones pagas para La Nación.73 No obstante, los casos más destacados son los de Juan B. Justo y Roberto J. Payró, que merecen ser observados con cierto detenimiento.

Payró ingresó a La Nación en los primeros años de la década de 1890, poco antes de su paso por las filas del socialismo.74 En los años anteriores había mantenido una activa labor periodística y política. Desde mediados de los ochenta colaboraba en diversos periódicos y revistas de la Capital Federal, Córdoba y Bahía Blanca. En esta última ciudad, además, dirigió La Tribuna, diario desde el cual apoyó la revolución del noventa. Si bien Payró tenía una profunda admiración por la figura de Mitre –que nunca se desvaneció–, los primeros años de la década lo encontraban más cercano a la intransigencia cívica de Leandro Alem, de allí su compromiso con la revolución de 1893. No obstante, es por entonces que inició su labor periodística en La Nación, convocado por el secretario de redacción Julio Piquet para escribir crónicas desde el interior del país. En forma paralela, entró en contacto con el grupo de "jóvenes rebeldes" del Ateneo. En este espacio de sociabilidad que nucleaba a escritores, poetas y pintores modernistas, conoció a José Ingenieros, Leopoldo Lugones, Alberto Ghiraldo, Eduardo Schiaffino y Ernesto de la Cárcova, partícipes de los primeros pasos organizativos del Partido Socialista. Así, a mediados de 1894 se incorporó al Centro Socialista Obrero y realizó la traducción y el prólogo de la obra de Enrico Ferri Socialismo y Ciencia positiva, editada al año siguiente por la Biblioteca de La Vanguardia. En 1896 colaboró con un artículo sobre "La prensa socialista" en el Anuario de la prensa argentina de Jorge Navarro Viola y, según algunas versiones, participó hacia finales del mismo año en El Obrero, una de las primeras hojas diarias socialistas de Sudamérica dirigidas por Ghiraldo. Como orador y conferencista socialista tuvo una actividad intermitente, que llegó a su fin a mediados de la primera década del siglo XX, cuando se alejó en forma definitiva del partido.

Su participación en La Nación, en cambio, tuvo continuidad hasta su muerte en 1928. Como se dijo, a fines de 1892 Payró comenzó a enviar correspondencias de sus viajes por la provincia de Buenos Aires, el Litoral, la Patagonia y el Noroeste, brindando crónicas en las que denunciaba la corrupción, el fraude político y el caciquismo a los que se verían sometidas la población inmigrante y criolla de la campaña. Esta mirada crítica al "atraso político" de las zonas rurales del país ha sido puesta en vinculación con la militancia socialista de Payró de aquellos años. Según Beatriz Sarlo, la "fenomenología de la política criolla" que presentaba en sus crónicas se inscribía en el registro proporcionado por las propuestas de transformación y modernización de la cultura política que el socialismo argentino y, sobre todo, Juan B. Justo, buscaban liderar.75 No obstante, aun cuando esta consonancia de miras existiera, podría señalarse que la impugnación al atavismo de las prácticas políticas no era, en absoluto, un componente específico de la interpelación socialista. En cambio, las críticas a la manipulación electoral y al clientelismo formaban parte de una tradición extendida durante la segunda mitad del siglo XIX por la cual dichas consignas brotaban en el discurso de los grupos o partidos cada vez que las circunstancias de la vida política los excluían del dominio del aparato estatal.76 De hecho, esto último era precisamente lo que estaba ocurriendo con el mitrismo en el cambio de siglo, cuya marginación del ejercicio del poder lo llevaba con frecuencia a elevar la voz a favor de la limpieza de sufragio y contra la "política del acuerdo".77

Con todo, su labor de esos años en La Nación, aunque no pueda pensarse sin referir a su ligazón con el mitrismo, debe ser leída en primer lugar como una inversión al servicio de su carrera de escritor profesional. Es en las columnas del matutino donde desarrolló un espacio propio reconocible de periodista profesional desde el cual pudo proyectar su carrera literaria ajena al mundo de la prensa. Algunos de los envíos periodísticos publicados en forma de folletín en La Nación, como "El feudo de Doll" y "La taba gobierna el mundo", fueron la materia principal de Divertidas aventuras del nieto de Juan Moreira, una de sus novelas más exitosas. Así pues, parece lógico asegurar que su labor como cronista del diario de Mitre respondía a una estrategia que tenía como finalidad la consagración profesional en el nuevo mercado literario.78

Es por intermedio de Payró que Juan B. Justo inició su labor periodística en La Nación a mediados de 1896. Sus trayectorias previas guardaban algunas similitudes. Nacidos con un año de diferencia, ambos habían tenido su bautismo en la lid periodística en la primera mitad de la década del ochenta: en el caso de Justo, se había iniciado como cronista parlamentario de La Prensa en momentos en que se discutía el lugar de la religión en la enseñanza oficial. Como Payró, además, había participado en la revolución de 1890, aunque en su caso, no en calidad de publicista sino como médico, socorriendo a los heridos. A diferencia de éste, además, se alejó rápidamente de la Unión Cívica y, a la par que ejercía su profesión de médico, comenzó a vincularse con los periódicos y círculos obreros y socialistas.79

Tras la puesta en marcha de La Vanguardia en 1894, Juan B. Justo emergió como uno de los principales impulsores de la institucionalización del movimiento socialista. En el marco de este esfuerzo, envió una colaboración a la redacción de La Nación, en forma espontánea y con seudónimo, en la que insistía sobre la necesidad de naturalización de los extranjeros residentes en el país. El diario no sólo publicó el texto en el lugar reservado para los editoriales, sino que convocó a la redacción a su autor. Acompañado por Payró, Justo fue presentado al director Emilio Mitre y comenzó a trabajar como redactor de La Nación. Su paso por el diario, no obstante, fue muy breve.

Justo tuvo a su cargo la columna de movimiento obrero, desde donde informaba de las distintas reuniones e iniciativas de los grupos socialistas de Buenos Aires. También escribió numerosos artículos–muchos de los cuales ocuparon el lugar del editorial– que versaban sobre la situación de los inmigrantes, el papel del capital inglés en el país, la política económica, la organización política de los trabajadores y la doctrina socialista.80 En estos artículos Justo ocultó su nombre, pero no su compromiso político con el movimiento obrero socialista, sin que esto último haya sido visto como un problema por la dirección de La Nación.81 Ello se hizo patente en ocasión del Congreso Constituyente del Partido Socialista a fines de junio: encargado de la crónica del evento, Justo ofreció un relato detallado y altamente favorable de lo sucedido.82 Más explícito sobre su compromiso partidario fue el extenso comentario crítico que brindó sobre las opiniones de Max Nordau acerca de las ideas socialistas en las páginas de La Nación. Siempre en forma anónima, Justo dedicó varios párrafos a hablar de su personalidad, de su formación y de sus inclinaciones políticas.83

Además, Justo aprovechó la ocasión para dejar sus impresiones sobre la cotidianeidad del redactor de un "gran diario". En un relato de ficción, retrató a un periodista importunado en su despacho por un desocupado, un patrón, un estudiante y una dama distinguida, que acudían a la redacción en busca de solución a sus problemas. Abrumado, el narrador reflexionaba:

Son lectores cómodos que rinden culto a su diario, perfectamente convencidos de que la redacción es una guarida de portentosos talentos y estupendas inteligencias; y tan candorosa es su ingenuidad, que aceptan sin vacilar todo lo que la letra de molde les presenta y tienen por ciertas y verdaderas hasta las afirmaciones que no han engañado por un momento al mismo articulista obligado a hacerlas.84

Coincidiendo con las caracterizaciones de los lectores de la "gran prensa" sostenidas en otras ocasiones por La Vanguardia, Justo describía a un público heterogéneo en términos sociales y culturales, pero unido por una confianza a toda prueba en aquello que el diario pudiera decir o hacer en pos de sus intereses.

En las semanas siguientes, la identidad socialista que de forma tan explícita Justo defendía en las páginas de La Nación entró en conflicto con la postura cada vez más intransigente del diario ante el movimiento huelguístico que entonces lideraban los ferroviarios. Ello derivó en su renuncia, a fines de agosto de 1896.85No obstante, más interesante que interrogarse por las razones de su alejamiento es la pregunta por los motivos de su acercamiento inicial, ya que se trataba de uno de los principales representantes de la odiada "prensa burguesa". La necesidad de obtener un ingreso no era, sin dudas, la razón de este acercamiento, dada su exitosa carrera como médico. Las respuestas posibles, en cambio, se relacionan con un estilo más general de intervención pública subsidiaria de su compromiso con la militancia socialista.

En primer lugar, existía cierta afinidad de ideas entre Justo y La Nación, en particular, su oposición al proteccionismo económico, su postura reformista hacia la cuestión social y su crítica de la "política criolla". En segundo lugar, la llegada de Justo a la redacción de La Nación coincidía con la derrota de algunas de sus posturas en el Congreso Constituyente del partido a fines de junio de 1896. Si bien las páginas de La Vanguardia no le fueron vedadas, las columnas del matutino de Mitre bien podían servirle como una plataforma adicional para hacer oír su voz. En tercer lugar, se trataba de un diario reconocido por su valor literario y con una singular capacidad para llegar a los círculos intelectuales y artísticos, cuya colaboración en la propaganda socialista era entonces bien apreciada.86 Finalmente, era un periódico al que se le reconocía una circulación que excedía los estrechos márgenes del público de élite: a diferencia de la descripción que en 1892 realizara el órgano de los socialistas alemanes de Buenos Aires ("el lector de La Nación siempre tiene mucamo") la caracterización que aparecía en las páginas de La Vanguardia, y la que efectuaba Justo desde el interior de su redacción, delineaban un conjunto heterogéneo en términos socioculturales y en parte compartido con el público del órgano socialista.87

Imágenes de una sociedad conflictiva

Los socialistas prestaron una atención permanente a las cambiantes actitudes que los "grandes diarios" mostraban hacia la "cuestión social". Les preocupaban las representaciones que los principales matutinos realizaban sobre las condiciones de trabajo y vivienda de los obreros, y sobre la creciente conflictividad social y laboral que irrumpía en la Capital hacia fines de siglo, en particular en sus expresiones abiertas como las huelgas y las movilizaciones callejeras.88 Pero además de estas manifestaciones de la "cuestión social", las imágenes de la sociedad que La Vanguardia intentaba disputar con la "prensa grande" tenían como referentes otros espacios sociales y otro tipo de prácticas. El sarcasmo con que La Vanguardia solía comentar las crónicas sociales y policiales de los "grandes diarios" expresaba su intención de evidenciar el mal funcionamiento de la sociedad y la degeneración moral de la clase burguesa.

El juego de contrastes que el periódico socialista realizó en julio de 1894, al transcribir las noticias de las secciones "Noticias de Policía" y "Vida Social" de El Diario, sintetiza bien este punto.89 Jugando con la disposición del texto en la página, el artículo se presentaba en una columna dividida en dos, en forma vertical: de una parte, se reproducía un fragmento de la sección "Vida Social" de El Diario, donde eran descriptos con gran detalle los preparativos de un "suntuoso" baile que reuniría a "lo más selecto" de la high society; enfrentados a éste, se transcribían segmentos de la sección "Noticias de Policía" del mismo periódico, donde eran relatados el abandono de un bebé por parte de padres que no contaban con recursos para su manutención, y el suicidio en la vía pública de un sujeto que, según había dejado asentado en una nota, se hallaba en una situación de pobreza extrema. La Vanguardia no realizaba ningún comentario directo sobre las noticias reproducidas, pero la subdivisión de la columna bajo los títulos "Lujo" y "Miseria" alcanzaba para transmitir el mensaje deseado.

La emergencia en este período de la crónica social y policial explica la capacidad que tuvieron los "grandes diarios" para intervenir en la configuración de valores y en la construcción de imágenes de la sociedad finisecular.90 En este sentido, la elección de fragmentos de El Diario no era casual. Fundado por Manuel Láinez en 1881, El Diario tiraba 35.000 ejemplares diarios y detentaba el primer lugar entre los periódicos de la tarde. Por el estilo belicoso que le imprimía su director, que era además una figura política destacada, era visto como el mejor representante del modelo francés entre los "grandes diarios". Por otra parte, no se quedaba atrás en la carrera de la modernización tecnológica, al emplear a centenares de obreros en sus avanzados talleres. Pero El Diario se singularizaba, antes que nada, por haber dado el primer espacio permanente en la "gran prensa" a la crónica de la "alta sociedad" porteña. Su sección "Vida Social", creada en 1893, resultaba un factor fundamental en el proceso de elaboración del halo de distinción y exclusividad con que este sector social se presentaba ante las decenas de miles de lectores de la ciudad.

Sobre este último aspecto se detenía La Vanguardia. Recurriendo a tópicos transitados por la literatura y a un registro burlón similar al que pronto utilizarían los magazines ilustrados, el órgano socialista consideraba a las crónicas de El Diario como una caja de resonancia de las conductas de vicio y derroche de las clases altas, y por lo tanto, una pieza clave en la labor de degradación cultural que la "gran prensa" realizaba con las masas recientemente alfabetizadas. Al objetar la crónica que El Diario hacía de los banquetes de caridad o de la afición de los jóvenes de la haute al juego, a las carreras y a la vida nocturna, los redactores socialistas buscaban impugnar el proceso de construcción de la imagen pública de la alta sociedad porteña. Para ellos la figura del cronista anónimo que se encargaba de las notas sociales resultaba tan atrayente como la del fundador y director del diario. Así, el diálogo que el periódico socialista buscaba entablar con El Diario se desarrollaba en gran parte como un hostigamiento al periodista encargado de publicitar las reuniones, fiestas y paseos de la élite social, en sueltos como éste: "El cronista social de El Diario, que es como si dijéramos un hombre vestido de mujer con abanico de plumas y sombrero de pelo, se muestra muy disgustado porque el aristocrático paseo de Palermo se ve invadido los domingos por gentes que no pertenecen a la alta sociedad porteña. Qué talento el de este señor Cronista!"91

El mismo tono de condena moral despuntaba en la mirada de La Vanguardia sobre el tratamiento de los "grandes diarios" a los hechos policiales. En un artículo de Adrián Patroni publicado en 1898 se apuntaba a la "sed de dinero" de la prensa de gran tirada por la explotación que hacían de los asesinatos, suicidios, estafas y demás desgracias que sucedían en la ciudad. Por un lado, se ponía la lupa en la moral de los cronistas que "indudablemente escribirán a tanto por línea" y, por lo tanto, aprovechaban cualquier delito para "bordar, con tono novelesco, largas columnas" en la prensa matutina:

Los flamantes redactores, con un aplomo bárbaro, se descuelgan de tarde en tarde con largas consideraciones filosóficas acerca del aumento de hechos delictuosos, como si sinceramente desearan que tales o cuales hechos no volvieran a repetirse, cuando en realidad, los crímenes, estafas sensacionales, testamentos falsos, cuentos del tío son los argumentos más explotables para periodistas mercachifles.92

Para Patroni, sin embargo, tan grave como el accionar de estos "periodistas mercachifles" era la existencia de un "público estúpido" que se entusiasmaba leyendo las crónicas "de cabo a rabo". La explotación de los hechos policiales por parte de la prensa vendría a ser así "el verdadero cuento del tío hecho a lectores boquiabiertos, que prestan fe y siguen con marcado interés la fantasía de los cronistas".93

Esta postura se hacía particularmente evidente en relación a las detalladas y extensas crónicas sobre los crímenes célebres que solían acaparar la atención pública durante semanas. En esos casos, el periódico socialista criticaba a los cronistas por la exposición de "detalles insignificantes, con incidentes pueriles y cómicos relativos al crimen y a las pesquisas, que prueban cuan poca seriedad ponen sus redactores en la consideración de sucesos tan deplorables".94 En relación al resonado caso del descuartizador francés Raúl Tremblié, La Vanguardia mostraba un hondo escepticismo al considerar que allí se había producido el encuentro entre el afán de lucro del "periodismo mercantil" y la curiosidad de un público que hallaba en las crónicas rojas un equivalente a las emociones que el pueblo antiguo había encontrado en las luchas sangrientas del circo:

esa prensa vil e hipócrita, formando coro con los estúpidos clamoreos de un pueblo insensato, producía náuseas en el obrero culto que contempla horrorizado los crímenes nefandos que se perpetran a la luz del día con el cinismo que caracteriza y distingue á la época de relajación moral y material que atravesamos.95

Sólo una minoría "consciente" del pueblo trabajador, afirmaba Patroni, era capaz de sustraerse de la influencia de la "gran prensa". Pero no se trataba, a diferencia de lo planteado en la prensa católica, de que esos episodios truculentos no tuvieran costados interesantes en los cuales los periódicos debieran detenerse.96 Más que restringir o suprimir información relativa a los hechos sangrientos, lo que La Vanguardia reclamaba era una explicación de las causas del fenómeno, capaz de indagar en "la psicología del crimen, su génesis, el origen, la educación y la vida del criminal".97 Pero en lugar de esa labor de clarificación, de ese ejercicio de "civilización y cultura" que esperaban de los "grandes diarios", los socialistas se encontraban con una retahíla de detalles escabrosos y tecnicismos policiales que, según ellos, se habían convertido en un género en sí mismo: como una "especie de sport", las crónicas criminales explotaban "la curiosidad insana y de mal gusto" de un extenso público aficionado con el único objetivo de engrosar su negocio.98

Consideraciones finales

La introducción en La Vanguardia de una columna estable con noticias policiales fue una de las novedades salientes acaecidas por la ansiada transformación del vocero socialista en diario matutino a partir de septiembre de 1905. Junto a estos "Hechos Diversos", aparecieron en sus remozadas páginas otras tantas secciones características de los más exitosos órganos de la "prensa burguesa", como "Telegramas", "Congreso", "Municipales", "Justicia", "Bolsa" y "Vapores". Este acople al tipo de servicios informativos de los periódicos de gran tirada no era exclusivo de la prensa socialista, por cuanto también se verificaba, con diferentes ritmos y matices, en importantes órganos radicales, católicos y anarquistas del cambio de siglo, como El Tiempo, El Pueblo y La Protesta.99 En el caso de La Vanguardia, la transformación de 1905 inauguró una nueva etapa en la relación entre la propaganda impresa del socialismo y los procesos de ampliación del público lector. Al evidenciar la intención de los editores del órgano socialista por competir con los principales diarios por el favor del nuevo público en su mismo terreno, la reforma en su estructura editorial se presentó como un corolario natural del extenso esfuerzo realizado en los años previos por dar cuenta del lugar de la "prensa burguesa" en la sociedad porteña.

En efecto, en los años del cambio del siglo XIX al XX, las páginas de La Vanguardia prestaron una sistemática atención a los periódicos de gran tirada de la capital. Para los redactores del semanario socialista, ellos eran la mejor representación de la "prensa burguesa" que medraba con una hipotética inconsciencia popular en beneficio de sus propios intereses como empresas capitalistas. Si en relación a La Prensa esta noción se aplicaba perfectamente, en cuanto a La Nación y El Diario se incorporaban algunos matices, vinculados a la noción de un supuesto "servicio" que estos órganos hacían a las clases dominantes. De todas formas, la crítica al "periodismo mercantilista" primaba en la lectura de La Vanguardia a la hora de trazar las principales coordenadas del mapa periodístico porteño. En cierta forma, el peso de esta noción de "prensa burguesa", centrada en la idea de persecución de un interés como empresa capitalista, era la contracara de la urgencia material que aquejó a La Vanguardia en sus primeros años.

El pesimismo sobre los contornos que adquirió la modernización periodística no fue patrimonio exclusivo de los socialistas. No obstante, las representaciones que La Vanguardia se formó de ese proceso tuvieron rasgos peculiares. Entre otras cosas, al focalizar en la vida interna de las empresas periodísticas, los redactores socialistas no se detuvieron sólo en el papel de los escritores y periodistas. Por el contrario, echaron luz sobre otros actores y otras lógicas que regían en ese espacio, como los vínculos entre obreros y patrones al interior de sus talleres o los usos del edificio de La Prensa como espacio público. En cuanto a los lectores de los "grandes diarios", los editores de La Vanguardia admitieron tempranamente la amplia y heterogénea conformación de su público, mientras que la utilización de epítetos como "estúpido", "insensato" o "ignorante" daban cuenta del escepticismo con que La Vanguardia miraba el curso que asumía el proceso de democratización de la lectura. No obstante, en lugar de considerar los efectos que tenía para las posibilidades de mejoramiento de la alta cultura escrita nacional, lo que les preocupó fue problematizar su impacto social y político desde una perspectiva socialista. Ese público que había surgido con el nuevo mercado de bienes culturales y que se componía de sectores medios y trabajadores, criollos e inmigrantes, era el sujeto de interpelación de una apuesta política cuya eficacia reposaba en la fe ciega que sus impulsores tenían respecto a las capacidades liberadoras de la palabra impresa. Aun cuando su interpretación del poder de los "grandes diarios" descansó en la valoración de factores económicos y socioculturales antes que políticos, los redactores de La Vanguardia concibieron el éxito de la "gran prensa" como un obstáculo formidable para el despliegue de su propio proyecto político. Para ellos, la propaganda de La Prensa constituía el mayor peligro dentro de la arena periodística porque su condición de empresa moderna la capacitaba mejor que ninguna otra para incidir en la conciencia política de los nuevos lectores.

Por último, cabe señalar que, a diferencia de las polémicas periodísticas que La Vanguardia mantuvo con anarquistas y católicos, los ataques a los "grandes diarios" solo recibieron como respuesta el silencio. De este modo, el órgano socialista no logró instituir una voz propia y reconocible entre los principales animadores de la arena periodística. Ello no significa, empero, que las predicciones más pesimistas incluidas en el mensaje del primer número del periódico a los miembros de la "prensa burguesa" ("si le parecemos fuertes, seremos para ella un motivo de alarma, y si nos encuentra débiles, pretenderá abrumarnos con su indiferencia y su silencio") se hayan cumplido. En verdad, ese "nosotros" que había especulado con erigirse en motivo de alarma para los diarios considerados enemigos no aludía tanto a los miembros de la redacción de La Vanguardia, como a los socialistas que hablaban a través de sus páginas. En otras palabras, lo que esperaba ese sujeto colectivo detrás del cual hacía su presentación el periódico socialista, no era la aceptación del órgano socialista en la arena periodística, sino el reconocimiento del movimiento político y social que representaba. Visto desde esta perspectiva, los animadores de La Vanguardia tuvieron algunos motivos congratularse, dado que la "cuestión social" y la evolución del socialismo en el país fueron discutidos con frecuencia en las páginas de la "gran prensa".

Notas:

1 Una versión preliminar de este artículo fue presentada en las Jornadas de discusión "La conflictiva construcción del consenso en el marco del orden conservador", Instituto de Historia Argentina y Americana "Dr. Emilio Ravignani", 14 de agosto de 2014. Agradezco los comentarios que en esa ocasión realizara Luciano de Privitellio. El texto se vio asimismo favorecido con los aportes y sugerencias de Martín Albornoz, Paula Bruno, Roy Hora e Inés Rojkind.

2 Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas/Universidad de San Andrés/Universidad Nacional de General San Martín. Correo electrónico: jbuonuome@udesa.edu.ar.

3 Para cifras sobre tiradas y cantidad de títulos en la ciudad de Buenos Aires y en la Argentina en el cambio de siglo: Antonio Crespo (adm.), Censo General de Población, Edificación, Comercio e Industrias de la Ciudad de Buenos Aires. Tomo Segundo, Buenos Aires, Cía. Sudamericana de billetes de banco, 1889, pp. 545-550; Angelo de Gubernatis, "La stampa argentina", en L’Argentina: ricordi e letture. Firenze, Bernardo Seeber, 1898, p. 323-342; Diego de la Fuente (pres.), Segundo Censo Nacional. Tomo III, Buenos Aires, Taller Tipográfico de la Penitenciaría Nacional, 1898, pp. 46-49; Ángel Menchaca, "El periodismo argentino", en Alberto B. Martínez, Baedeker de la República Argentina. Buenos Aires, Jacobo Peuser, 1900, pp. 84-88; Ángel Menchaca, "El periodismo argentino", en Alberto B. Martínez, Baedeker de la República Argentina, 2ª ed., Buenos Aires, Jacobo Peuser, 1904, pp. 187-190; Michael y Edward Mulhall, Handbook of the River Plate. London, Trübner and Co., 1885, p. 69; Alberto Navarro Viola, Anuario Bibliográfico de la República Arjentina. Año VI-1884. Buenos Aires, 1885, pp. 337-412; Jorge Navarro Viola, Anuario de la prensa argentina 1896. Buenos Aires, Pablo E. Coni e hijos, 1897; Ignacio Orzali, La prensa argentina. Buenos Aires, Jacobo Peuser, 1893; Ernesto Quesada, "El periodismo argentino (1877-1883)" y "El periodismo argentino en la capital de la República (1877-1883)", en Nueva Revista de Buenos Aires, Año III, Tomo IX, Buenos Aires, C. Casavalle, 1883, pp. 72-101 y 425-447. A lo largo del artículo, se mencionan las cifras de tirada de La Prensa, La Nación y El Diario.

4 Roy Hora, Historia económica de la Argentina en el siglo XIX. Buenos Aires, Siglo XXI, 2010, pp. 184-198 y 217-223.         [ Links ]

5 Sergio Pastormerlo, "1880-1899. El surgimiento de un mercado editorial" y Margarita Merbilháa, "1900-1919. La época de organización del espacio editorial", en José Luis de Diego (dir.), Editores y políticas editoriales en Argentina, 1880-2000. Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2006, pp. 1-58;         [ Links ] Adolfo Prieto, El discurso criollista en la formación de la Argentina moderna. Buenos Aires, Siglo XXI, 2006, pp. 23-82.         [ Links ] Sobre la expansión del consumo en este período: Fernando Rocchi, Chimneys in the Desert. Industrialization in Argentina during the Export Boom Years, 1870-1930. California, Stanford University Press, 2006, pp. 49-85.         [ Links ]

6 Esta confianza casi ciega en el poder de la palabra escrita, de clara raíz ilustrada, fue un rasgo común del movimiento socialista internacional entre fines del siglo XIX y principios del siglo XX. Dos trabajos recientes que atienden a este problema son los de Régis Debray, "El socialismo y la imprenta: un ciclo vital", en New Left Review, núm. 46, 2007, pp. 5-26 y Jason Martinek,         [ Links ] Socialism and Print Culture in America, 1897-1920. London, Pickering & Chatto, 2012.         [ Links ] He realizado un balance de la literatura referida a este tema en: Juan Buonuome, "Cultura impresa y socialismo. Lecturas sobre la historia de la prensa socialista en tiempos de la Segunda Internacional", en Políticas de la Memoria, núm. 14, 2013/2014, pp. 139-149.         [ Links ]

7 William Garrett Acree Jr., Everyday Reading: Print Culture and Collective Identity in the Rio de la Plata, 1780-1910. Nashville, Vanderbilt University Press, 2012, pp. 85-164.         [ Links ]

8 Dora Barrancos, "Las experiencias educativas del frente político-gremial social (1890-1913)", en Id., Educación, cultura y trabajadores (1890-1930). Buenos Aires, CEAL, 1991, pp. 9-20;         [ Links ] Marina Becerra, "¿Fiestas patrias o fiestas socialistas? Rituales escolares e identidad socialista a principios del siglo XX", en Hernán Camarero y Carlos M. Herrera (eds.), El Partido Socialista en Argentina. Sociedad, política e ideas a través de un siglo. Buenos Aires, Prometeo, 2005, pp. 97-119.         [ Links ]

9 Al respecto, puede consultarse: Jeremy Adelman, "Socialism and Democracy in Argentina in the Age of the Second International", en Hispanic American Historical Review, vol. 72, núm. 2, 1992, pp. 211-238;         [ Links ] José Aricó, La hipótesis de Justo. Escritos sobre el socialismo en América Latina. Buenos Aires, Sudamericana, 1999;         [ Links ] Hernán Camarero y Carlos M. Herrera, "El Partido Socialista en Argentina: nudos históricos y perspectivas historiográficas", en Id. (eds.), op. cit., pp. 9-73; Ricardo Falcón, "Orígenes del movimiento socialista en Argentina. Prólogo. Capítulo I y II", en Cuadernos del CIESAL, núm. 10, 2011;         [ Links ] Ricardo Martínez Mazzola, El Partido Socialista argentino y sus interpretaciones del radicalismo (1890-1930), Tesis Doctoral, Universidad de Buenos Aires, Facultad de Filosofía y Letras, 2009;         [ Links ] Horacio Tarcus, Marx en la Argentina. Sus primeros lectores obreros, intelectuales y científicos. Buenos Aires, Siglo XXI, 2007;         [ Links ] Juan Carlos Torre, "¿Por qué no existió un fuerte movimiento obrero socialista en la Argentina?", en Entrepasados, núm. 35, 2009, pp. 151-163;         [ Links ] Richard Walter, The Socialist Party of Argentina: 1890-1930. Austin, Institute of Latin American Studies, The University of Texas, 1979.         [ Links ]

10 Dora Barrancos, "Socialismo, trabajadores y cultura popular…", op. cit., pp. 89-122.

11 Un análisis detallado de los cambios en el estilo periodístico de La Vanguardia en este período, puede hallarse en: Juan Buonuome, "Fisonomía de un semanario socialista: La Vanguardia, 1894-1905", en Archivos de historia del movimiento obrero y la izquierda, Año III, núm. 6, marzo de 2015, pp. 11-30.         [ Links ]

12 La relación entre prensa periódica y práctica política en la segunda mitad del siglo XIX es analizada en: Paula Alonso, "En la primavera de la historia’: El discurso político del roquismo de la década del ochenta a través de su prensa", en Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana Dr. Emilio Ravignani, núm.15, 1997, pp. 35-70;         [ Links ] Paula Alonso, "La Tribuna Nacional y Sud-América: tensiones ideológicas en la construcción de la ‘Argentina moderna’ en la década de 1880", en Id. (comp.), Construcciones impresas. Panfletos, diarios y revistas en la formación de los estados nacionales en América Latina, 1820-1920. Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2004, pp. 203-241;         [ Links ] Tim Duncan, "La prensa política: Sud-América, 1884-1892, en Gustavo Ferrari y Ezequiel Gallo (comps.), La Argentina del ochenta al Centenario. Buenos Aires, Sudamericana, 1980, pp. 761-783;         [ Links ] Tulio Halperin Donghi, José Hernández y sus mundos. Buenos Aires, Sudamericana, 1985;         [ Links ] Hilda Sábato, La política en las calles. Entre el voto y la movilización, 1862-1880. Buenos Aires, Sudamericana, 1998.         [ Links ]

13 Claudia Román, "La modernización de la prensa periódica entre La Patria Argentina (1879) y Caras y Caretas (1898)", en Alejandra Laera (dir.), Historia crítica de la literatura argentina. Volumen 3. El brote de los géneros. Buenos Aires, Emecé, 2010, pp. 15-36.         [ Links ]

14 "Las instalaciones de La Prensa", La Prensa, 1 de enero de 1903, p. 10.

15 Inés Rojkind, "El gobierno de la calle. Diarios, movilizaciones y política en Buenos Aires del novecientos", en Secuencia, 2012, núm. 84, pp. 99-123.         [ Links ]

16 Inés Rojkind, "«El malestar obrero». Visibilidad de la protesta social en Buenos Aires del novecientos", en Travesía, núms. 10-11, 2008-2009, pp. 15-44         [ Links ]

17 Juan Buonuome, La Vanguardia, 1894-1905. Cultura impresa, periodismo y cultura socialista en la Argentina. Tesis de Maestría en Investigación Histórica, Universidad de San Andrés, 2014.         [ Links ]

18 Ricardo Martínez Mazzola, "El papel de la prensa en la formación del socialismo en la Argentina (1890-1912) en VII Congreso Nacional de Ciencia Política, Córdoba, SAAP-Universidad Católica de Córdoba, 2005.         [ Links ]

19 Roberto Payró, "La prensa socialista", en Jorge Navarro Viola, Anuario de la prensa argentina, op. cit., p. 51-70.

20 Horacio Tarcus, Marx en la Argentina…, op. cit., pp. 307-329.

21 José Aricó, La hipótesis de Justo…, op. cit.

22 "A la prensa", La Vanguardia, 7 de abril de 1894, p. 1.

23Así, por ejemplo, La Vanguardia publicó un artículo de Karl Kautsky en el que planteaba que los grandes órganos cotidianos de la "prensa burguesa" tenían un poder en las sociedades modernas mayor incluso al que había tenido la Iglesia en la Edad Media. Karl Kautsky, "La prensa y el socialismo", La Vanguardia, 24 de agosto de 1901, p. 2.

24 Guido A. Cartei, "La prensa socialista. ¡Compañeros y trabajadores, ayudadla! La prensa burguesa y la prensa proletaria", La Vanguardia, 9 de diciembre de 1899, p. 1

25 "Mercantilismo periodístico", La Vanguardia, 10 de junio de 1899, pp. 1-2

26 Paula Bruno, "Lecturas de Miguel Cané sobre la función de la prensa en las sociedades modernas", en Cuadernos Americanos, núm. 123, 2008, pp. 113-138.         [ Links ]

27 Adrián Patroni, "La prensa burguesa y la opinión pública", La Vanguardia, 11 de abril de 1896, p. 2; "La ley de residencia. La Nación y La Prensa", La Vanguardia, 3 de octubre de 1903, p. 2.

28 En el caso de La Patria degli Italiani que, por entonces, no dudaba en defender a los "humildes" desde sus columnas, el órgano socialista no sólo acudía a la noción de "periodismo mercantilista", sino que además denunciaba la explotación de los tipógrafos en sus talleres y lanzaba un boycott en su contra. Federica Bertagna, La stampa italiana in Argentina. Roma, Donzelli, 2009, p. 35;         [ Links ] "La Patria degli Italiani. Cómo ha pretendido explotar al personal tipográfico", La Vanguardia, 22 de septiembre de 1900, p. 2; "Boycott a La Patria degli Italiani. Diario de la Camorra", La Vanguardia, 12 de noviembre de 1904, p. 3.

29 Paula Alonso, Entre la revolución y las urnas. Los orígenes de la Unión Cívica Radical y la política argentina en los años ´90. Buenos Aires, Universidad de San Andrés/Sudamericana, 2000.         [ Links ]

30 "El Tiempo, los radicales y los clérigos", La Vanguardia, 16 de junio de 1895, p. 1.

31 Inortap, "Se salvó la humanidad", La Vanguardia, 19 de noviembre de 1898, p. 2.

32 Jorge Navarro Viola, Anuario de la prensa argentina…, op. cit., 1897, p. 186.

33 Georges Clemenceau, "Notas de viaje por la América del Sur", en AA.VV., Crónicas de Buenos Aires. Buenos Aires, Jorge Álvarez Editor, 1965, pp. 39-40.

34 "Al cerrar la noche, brilla un faro eléctrico por encima de los tejados, semejante a una estrella que hubiese descendido sobre la gran urbe. Todos lo conocen: es el faro de La Prensa, sostenido por una figura que corona el remate del soberbio edificio. Algunos políticos, enemistados con este periódico, fundaron otras publicaciones con la esperanza de conseguir su muerte. –¡Yo apagaré esa luz!– decía un gobernante de grandes energías, mirando el faro de La Prensa". Vicente Blasco Ibañez, Argentina y sus grandezas. Valencia, Prometeo, 1910, p. 409.

35 Adrián Patroni, "Días sombríos", La Vanguardia, 4 de septiembre de 1897, p. 2.

36 "Desde la acera", La Vanguardia, 6/11/1897, p. 1.

37 "Notas de la semana", La Vanguardia, 16 de junio de 1895, p. 4; "A nuestros adversarios", La Vanguardia, 15 de octubre de 1897, p. 1.

38 Juan B. Justo, En los Estados Unidos. Apuntes escritos en 1895 para un periódico obrero. Buenos Aires, La Vanguardia, 1928, p. 70.

39 Adrián Patroni, "La sed de dinero", La Vanguardia, 4 de junio de 1898, p. 1; Pedro Luis Lozz, "El Dr. Gallegos y los mercaderes de la prensa", La Vanguardia, 30/10/1897, p. 1.

40 "Los milagros y La Prensa", La Vanguardia, 3 de diciembre de 1898, p. 1. Hernán Gómez, "Los diarios como espacios públicos. La Prensa en la vida social de Buenos Aires a comienzos del siglo XX", en Intersecciones en Antropología, núm. 9, 2008, pp. 261-274.         [ Links ]

41 Por ejemplo: "Liga Internacional de Domésticos", La Vanguardia, 21 de septiembre de 1901, p. 3.

42 Adrián Patroni, "Por Europa", La Vanguardia, 26 de septiembre de 1903, p. 3.

43 "La prensa socialista", La Vanguardia, 9 de diciembre de 1899, p. 1.

44 Ricardo González, Los obreros y el trabajo. Buenos Aires, 1901. Buenos Aires, CEAL, 1984, p. 7.         [ Links ]

45 Inés Rojkind, "«El malestar obrero»...", op. cit., pp. 37-43.

46 "La Prensa y la ley del trabajo", La Vanguardia, 2/1/1904, p. 2.

47 Inés Rojkind, "«El malestar obrero»…", op. cit., p. 41-42.

48 Sobre la postura de La Prensa respecto al conflicto con Chile, planteaba La Vanguardia: "Y visto está que, si por su propaganda hubiera sido, ya hubiese estallado la guerra […] ¿qué importaba que quedasen 100.000 huérfanos y viudas, si ella conseguía vender cien mil ejemplares diariamente? Por encima de los intereses de la patria estaban los intereses mercantiles, lo repetimos". "La Prensa y sus ideales", La Vanguardia, 27 de junio de 1903, p. 2.

49 La Vanguardia empleó así el mismo procedimiento que el matutino de Paz utilizara en sus estudios sobre el mundo del trabajo en 1901. Entonces, la dirección de La Prensa había pedido a sus reporteros que ingresaran en las fábricas, en los talleres y en la intimidad de los hogares obreros, para recoger testimonios directos sobre los hábitos de trabajo y sociabilidad de los trabajadores y sus familias. Ricardo González, Los obreros y el trabajo…, op. cit., pp. 17-20.

50 "La Prensa y sus ideales", La Vanguardia, 15/8/1903, p. 3; "La Prensa y sus ideales", La Vanguardia, 6 de septiembre de 1903, p. 3; "La Prensa y sus ideales", La Vanguardia, 19 de septiembre de 1903, p. 3; "La Prensa y sus ideales", La Vanguardia, 17 de octubre de 1903, p. 3.

51 "La Prensa y sus ideales", La Vanguardia, 13 de febrero de 1904, p. 3.

52 "El Boycott a La Prensa", La Vanguardia, 20 de febrero de 1904, p. 3.

53 "La Vanguardia y La Prensa", La Protesta, 20 de febrero de 1904, p. 1; La Protesta, 5/3/1904, p. 1.

54 "La Prensa y sus ideales", La Vanguardia, 6 de febrero de 1904, p. 3.

55 Fenia Chertkoff Repetto, "La infancia desamparada", La Vanguardia, 16 de julio de 1904, p. 1.

56 Ibid.

57 María Carolina Zapiola, "Niños en las calles: imágenes literarias y representaciones oficiales en la Argentina del Centenario", en Sandra Gayol y Marta Madero (eds.), Formas de Historia cultural. Buenos Aires, Prometeo-UNGS, 2007, pp. 305-332 y Alejandro Eujanian,         [ Links ] Historia de Revistas Argentinas. 1900-1950. La conquista del público. Buenos Aires, AAER, 1999, pp. 36-41.         [ Links ]

58 "Un laudable proyecto", La Vanguardia, 31 de diciembre de 1904, p. 2; "En el asilo José C. Paz", La Prensa, 7 de enero de 1914; "La infancia abandonada", La Vanguardia, 10 de agosto de 1914, p. 4.

59 "Mercantilismo periodístico. Se necesita un diario independiente", La Vanguardia, 6 de septiembre de 1902, p. 1.

60 Jorge Navarro Viola, Anuario de la prensa argentina…, op. cit., pp. 182-183.

61 Ángel Menchaca, "El periodismo argentino…", op. cit., p. 86.

62 Vicente Blasco Ibañez, Argentina y sus grandezas…, op. cit., pp. 415-416.

63 Julio Ramos, Desencuentros de la modernidad en América Latina. El Perro y la Rana, Caracas, 2009, pp. 184-199.         [ Links ]

64 Eduardo Zimmermann, "La prensa y la oposición política en la Argentina de comienzos de siglo: el caso de La Nación y el Partido Republicano", en Estudios Sociales, núm. 15, 1997, pp. 45-70.         [ Links ]

65 Ricardo Martínez Mazzola, "Entre radicales, roquistas y pellegrinistas. El Partido Socialista durante la segunda presidencia de Roca (1898-1904)", en Hernán Camarero y Carlos Herrera (eds.), El Partido Socialista en Argentina…, op. cit., pp. 75-96.

66 Sobre El País, puede consultarse: Ezequiel Gallo, Carlos Pellegrini. Orden y reforma. Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 1997, pp. 66-69.         [ Links ]

67 "Las opiniones económicas de La Nación", La Vanguardia, 5 de mayo de 1894, pp. 1-2; Jal-Lucha, "Dieciocho años de protección", La Vanguardia, 25 de agosto de 1894, p. 1; Jal-Lucha, "Mentiras convencionales", La Vanguardia, 29 de septiembre de 1894, p. 1; Jal-Lucha, "El alistamiento de los obreros en las filas socialistas hace mejorar su condición", La Vanguardia, 13 de octubre de 1894, p. 1.

68 Roy Hora, "Terratenientes, empresarios industriales y crecimiento industrial en la Argentina: los estancieros y el debate sobre el proteccionismo (1890-1914)", en Desarrollo Económico, vol. 40, núm. 159, 2000, pp. 470-471.         [ Links ]

69 Paula Alonso, Jardines secretos, legitimaciones públicas: el Partido Autonomista Nacional y la política argentina de fines del siglo XIX. Buenos Aires, Edhasa, 2011, pp. 198-205.         [ Links ]

70 "Contestando a La Nación", La Vanguardia, 16 de abril de 1904, p. 2.

71 Juan Carlos Torre, "La primera victoria electoral socialista", en Id., Ensayos sobre movimiento obrero y peronismo, Buenos Aires, Siglo XXI, 2012, pp. 45-48.         [ Links ]

72 "Legislación del trabajo", La Vanguardia, 21 de noviembre de 1903, p. 2.

73 Adrián Patroni, "Las cosas en su lugar", La Vanguardia, 19 de diciembre de 1903, p. 3.

74 Entre la extensa bibliografía que aborda la trayectoria política y periodística de Payró, puede consultarse: Beatriz Sarlo, "Prólogo", en Payró, Roberto J., Obras. Caracas, Biblioteca Ayacucho, 1984, pp. IX-XLIV y Sergio Pastormerlo,         [ Links ] "Introducción", en Payró en Pago Chico. Periodismo, revolución y literatura. La Plata, Universidad de La Plata, 2009, pp. 5-18.         [ Links ]

75 Según esta autora, una vez que ese material adquirió una forma literaria ajena al medio periodístico, la coincidencia fue casi completa. En sus palabras: "el discurso de Juan B. Justo remite en el plano de la discusión y la pedagogía políticas al mundo de referencia de los cuentos y de la novela [de Payró]". Beatriz Sarlo, op. cit., 1984, pp. XXXVIIII-XLIV.

76 Hilda Sabato, "Virtudes cívicas, política criolla", en Carlos Altamirano (ed.), La Argentina en el siglo XX. Buenos Aires, Ariel, 1999, pp. 20.         [ Links ]

77 Martín Castro, El ocaso de la República Oligárquica. Poder, política y reforma electoral, 1898-1912. Buenos Aires, Edhasa, 2012, pp. 53-58 y 116-118.         [ Links ]

78 Alejandra Laera, "Cronistas, novelistas: la prensa periódica como espacio de profesionalización en la Argentina (1880-1910)", en Carlos Altamirano (dir.), Historia de los intelectuales en América Latina I. La ciudad letrada, de la conquista al modernismo. Buenos Aires, Katz, 2008, pp. 495-522.         [ Links ]

79 Dardo Cúneo, Juan B. Justo y las luchas sociales en la Argentina. Buenos Aires, Ediciones Solar, 1997;         [ Links ] Horacio Tarcus (dir.), Diccionario biográfico de la izquierda argentina. De los anarquistas a la "nueva izquierda" (1870-1976). Buenos Aires, Emecé, 2007, pp. 326-332.         [ Links ]

80 Dichos artículos pueden hallarse en: Juan B. Justo, Labor periodística. Buenos Aires, Ediciones mínimas, 1916.

81 "El Socialismo y Max Nordau", La Nación, 27 de julio de 1896, p. 3

82 No obstante, Justo guardó cierta compostura cuando, en relación a una resolución del congreso socialista sobre el diario La Prensa, por la cual se convocaba a los miembros del partido a hacer propaganda para que dicho diario no fuese leído por los trabajadores "por ser el mayor enemigo de la clase trabajadora", Justo prefirió aludir al asunto sin mencionar el nombre del periódico. Entendía que, en caso de hacerlo, podía imputársele a La Nación "el cargo de aprovechar la circunstancia en lo que no es favorable para hacerle a aquel una desleal guèrre de boutique". "Congreso Obrero Socialista. Última reunión", La Nación, 30 de junio de 1896, p. 3.

83 "El Socialismo y Max Nordau", La Nación, 27 de julio de 1896, p. 3

84 Sancho, "Los bastidores de un diario. A Julio Piquet", La Nación, 8 de agosto de 1896, p. 3.

85 Durante una asamblea obrera en Barracas (uno de los epicentros de la huelga), Justo explicó que había pertenecido a la redacción de La Nación creyendo que era "sensato e imparcial", pero que la publicación de "desatinos e inexactitudes" sobre la huelga lo habían obligado a presentar su renuncia. "La huelga monstruo. Todos sus detalles", La Vanguardia, 29 de agosto de 1896, pp. 2-3.

86 Con el tiempo, como señala Leticia Prislei, la relación entre la dirección partidaria y la intelectualidad "rebelde" se enfrió y dio lugar a cuestionamientos y conflictos. Leticia Prislei, "Los intelectuales y el socialismo: Juan B. Justo, el partido y el arte", en Entrepasados, núms. 18/19, 2000, pp. 53-63.         [ Links ]

87 "Tipos argentinos. El lector de La Nación", Vorwärts, 21 de mayo de 1892, en Sandra Carreras, Horacio Tarcus y Jessica Zeller (eds.), Los socialistas alemanes y la formación del movimiento obrero argentino. Antología del Vorwärts, 1886-1901. Buenos Aires, CeDInCI/IAI, 2008, pp. 98-100.         [ Links ]

88 "La cuestión social y los diarios", La Vanguardia, 22 de febrero de 1896, p. 1. "La Nación y las huelgas", La Vanguardia, 7 de marzo de 1896, p. 1. Ver también: Enrique Dickmann, Recuerdos de un militante. Buenos Aires, Claridad, 1949, pp. 71-73 y Nicolás Repetto, Mi paso por la política. De Roca a Yrigoyen. Buenos Aires, Santiago Rueda Editor, 1956, p. 54.

89 "Contrastes que queremos suprimir", La Vanguardia, 7 de julio de 1894, p. 3.

90 Lila Caimari, Apenas un delincuente. Crimen, castigo y cultura en la Argentina, 1880-1955. Buenos Aires, Siglo XXI, 2012, pp. 165-198;         [ Links ] Sandra Gayol, Honor y duelo en la Argentina moderna. Buenos Aires, Siglo XXI, 2008, pp. 32-53;         [ Links ] Leandro Losada, La alta sociedad en la Buenos Aires de la Belle Époque. Sociabilidad, estilos de vida e identidades. Buenos Aires, Siglo XXI, 2008, pp. 288-311;         [ Links ] José Luis Romero, "Buenos Aires: una historia", en Id., La ciudad occidental. Culturas urbanas en Europa y América. Buenos Aires, Siglo XXI, 2009, p. 315.         [ Links ]

91 "El monopolio del aire", La Vanguardia, 19 de mayo de 1894, p. 3. Ver también: "Suicidios. Las víctimas del capitalismo", La Vanguardia, 27 de octubre de 1894, p. 2; "El comisario Boy", La Vanguardia, 23/2/1895, p. 3; "Notas", La Vanguardia, 23 de noviembre de 1895, p. 3; "Caridad costeada por loterías", La Vanguardia, 8 de octubre de 1898, p. 1.

92 Adrián Patroni, "La sed de dinero", La Vanguardia, 4 de junio de 1898, p. 1.

93 Ibid.

94 "El éxito de un crimen", La Vanguardia, 1 de mayo de 1894, p. 4.

95 Un expoliado, "Tremblié. Hay cosas peores", La Vanguardia, 4 de agosto de 1894, p. 3. Algo similar se puede leer en: Fulano, "Las deducciones de un crimen", La Vanguardia, 27 de septiembre de 1902, p. 2.

96 La Voz de la Iglesia, considerando que las revelaciones de los cronistas estorbaban la investigación policial y judicial sobre los crímenes y, lo que es peor, contribuían a su reproducción mediante la imitación y el contagio, proponía restringir e incluso suprimir la divulgación de cualquier información relativa a los hechos. Right, "El crimen horrendo", La Voz de la Iglesia, 24 de abril de 1894, p. 1; Same, "Ecseso de publicidad [sic]", La Voz de la Iglesia, 26 de abril de 1894, p. 1.

97 "El éxito de un crimen", La Vanguardia, 1 de mayo de 1894, p. 4.

98Ibid.

99 Martín Albornoz, "Presencia de la publicidad en un periódico anarquista: el caso de La Protesta en la primera década del siglo XX" (mimeo);         [ Links ] Miranda Lida, La rotativa de Dios. Prensa católica y sociedad en Buenos Aires: El Pueblo, 1900-1960. Buenos Aires, Biblos, 2012;         [ Links ] Nahuel Ojeda Silva, El Tiempo: prensa y política durante la crisis de la Unión Cívica Radical (1896-1905). Tesis de Licenciatura, Universidad Torcuato Di Tella, 2012.         [ Links ]

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