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Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana Dr. Emilio Ravignani

versión impresa ISSN 0524-9767versión On-line ISSN 1850-2563

Bol. Inst. Hist. Argent. Am. Dr. Emilio Ravignani  no.46 Buenos Aires jun. 2017

 

RESEÑAS

Alicia Fraschina, La expulsión no fue ausencia. María Antonia de San José, beata de la compañía de Jesús: biografía y legado. Prohistoria, Rosario, 2015, 240 páginas.

Valentina Ayrolo

Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) / Centro de Estudios Históricos (CEHis)-Facultad de Humanidades-Universidad Nacional de Mar del Plata

La expulsión no fue ausencia es el segundo libro de Alicia Fraschina y un eslabón más en su fructífera carrera académica dedicada a las mujeres consagradas.1 El libro se enmarca en las producciones aparecidas en torno a los festejos del bicentenario del restablecimiento de la Compañía de Jesús (1814-2014). Esta celebración implicó un renacer de estudios e interpretaciones acerca de este evento y además impulsó investigaciones sobre nuevos temas que, de una manera u otra, incluían la restauración jesuítica. En este marco la originalidad e interés del libro de Fraschina reside en que posa la mirada en una integrante femenina de la Compañía, que se incorpora a ella por decisión propia. Esta mujer, revistiendo una categoría poco usual, la de "beata", apuntala y sostiene la Orden durante la expulsión estimulando en la sociedad prácticas religiosas jesuitas que colaboran para que la expulsión no fuese sinónimo de ausencia. Recorrer la historia de la beata María Antonia de San José (Paz y Figueroa) es recuperar la historia de una mujer que se apropió e hizo suyo el modelo ignaciano y lo sostuvo organizando, divulgando y compartiendo los Ejercicios espirituales desde Santiago del Estero a Buenos Aires.

El libro se enmarca en los estudios sobre la religiosidad femenina, que si bien eran importantes desde mediados del siglo XX, tuvieron que esperar a los años noventa para diversificarse y fructificar. Sin dudas esto ocurrió gracias a impulsos como los de los trabajos de Asunción Lavrin, Katryn Burns, Rosalva Loreto López y la propia Fraschina, entre muchas otras, quienes exploraron y desarrollaron los estudios en esta área de manera original y novedosa. Entonces resulta lógico que, dado el progreso que tuvieron en paralelo los estudios de género y los culturales, parte de las investigaciones sobre mujeres consagradas se hayan ido incorporado a estos desarrollos teóricos y, desde allí, explorasen temas tales como la construcción de la identidad religiosa femenina en relación con la etnia y la raza, así como temas vinculados a la educación, por solo citar algunos ejemplos.

En este marco, este nuevo libro se inscribe como lo señala su autora, dentro de la producción historiográfica sobre religiosidad femenina en Latinoamérica y especialmente atiende a la escritura religiosa femenina, un subgénero que está en auge en la actualidad.

Las preguntas que guían el texto la llevan a pensar que María Antonia es protagonista de una "coyuntura histórica extraordinaria" -las reformas borbónicas, la Revolución Francesa- que le habría permitido, desde una posición subordinada como la de ser mujer en una sociedad patriarcal, haber logrado "construir un lugar de poder y prestigio en la capital del Virreinato", habiendo partido de una zona pobre y marginal de esa jurisdicción como lo era Santiago del Estero en ese momento histórico. Fraschina vuelve sobre la excepcionalidad del caso preguntándose "qué tremenda coincidencia tuvo que ocurrir para que María Antonia de San José pudiera escribir y un grupo de hombres -en Buenos Aires, Córdoba, Roma- necesitaran escucharla…"2 y a lo largo del libro nos da pistas que permiten pensar con ella las respuestas.

Dentro de ese universo, el libro está dedicado a seguir un proyecto de vida, el de María Antonia de San José, lo que incluye sus acciones y su herencia, material e inmaterial. Todo esto se analiza a través de una forma de consagrar la vida a Dios, la del beaterio, en el marco de un acontecimiento que la marca y la proyecta: la expulsión de la Compañía de Jesús y la esperanza de su restauración. Desde ese mirador, el texto se ramifica de manera generosa e inteligente a otros temas que están interconectados con la trayectoria de la beata. Éstos se refieren principalmente a las formas de religiosidad jesuítica expresada, en gran parte, en los ejercicios ignacianos y a las estrategias que diseñó María Antonia para sostenerla en el tiempo dentro de las cuales las cartas son vehículo de comunicación y cohesión.3 Pero además este libro habla de la construcción de la santidad de la beata santiagueña y sobre qué prácticas sociales y qué normativa eclesial ésta se funda.

Los temas enunciados son abordados por la autora descubriendo la diversidad de formas en que las mujeres del siglo XVIII y XIX dedicaban su vida a la contemplación y devoción a Dios, así como el servicio al prójimo. Esta variedad pone en evidencia las diferentes maneras de vivir la religión, pero además nos dice muchas cosas sobre las mujeres en particular. Solteras, casadas, religiosas, consagradas a Dios, los muchos modos de vivir y de sentir la religión y de expresarla van develando en este relato la posición por momentos ambivalente de la Iglesia respecto de estas mujeres.4

El texto también nos abre las puertas de los beaterios, espacios de recogimiento y oración para mujeres, que además cumplían la función de asilos de huérfanas o depósitos de mujeres "en desgracia".5 Pero, para María Antonia el beaterio tenía que ser más que eso, debía ser un faro e irradiar hacia la sociedad la espiritualidad jesuita a través de los ejercicios. Ese es, en la vida de la beata, un punto neurálgico. Es el motor que la lleva a un peregrinar incansable para lograr que la expulsión no fuese ausencia. En este punto la red epistolar establecida por la santiagueña es reveladora de su rol y su compromiso con el sostenimiento de la Compañía expulsa. Sin dudas, como bien explica la autora, en gran medida, la afinidad entre las mujeres y los jesuitas estuvo vinculada a la función de confesores y directores espirituales que los ignacianos desarrollaron con respecto a ellas durante muchas décadas.6

Así planteadas las líneas generales del libro, su relato se articula en torno a once capítulos que parecen cobrar un sentido propio cada tres, hasta el número nueve, dejando los dos últimos reservados a la reconstrucción de las diversas miradas historiográficas que inspiró la beata y a su camino "hacia el honor de los altares".

Los primeros capítulos son una suerte de presentación de las cuestiones centrales, de los pilares, en los que se sostiene la argumentación de la autora. El primero está dedicado a la expulsión de la Compañía, el segundo a la experiencia de las beatas y el tercero a María Antonia de Paz y Figueroa. Los tres capítulos que siguen abordan su experiencia en tanto articuladora de la memoria jesuítica a través de los ejercicios y de la correspondencia que mantiene durante 20 años, entre 1778 y 1803, con el padre Juárez, expulso, y con Ambrosio Funes –vecino cordobés-, siempre con la esperanza y la expectativa de la pronta restauración de la Compañía. Son más de cien cartas las que contabiliza Fraschina que cruzan el Atlántico en ambas direcciones nutriendo, informando y enlazando los mundos jesuitas del destierro, llenando la ausencia para despojarla de vacío y mantener siempre presente la espiritualidad ignaciana. En este epistolario, distintas mujeres tienen un lugar y la Beata Paz y Figueroa uno destacado.

El sexto capítulo está dedicado a la fundación y funcionamiento del beaterio en Buenos Aires y abre la puerta a los capítulos que siguen dedicados al legado material (Capítulo VII) e inmaterial (Capítulo VIII) de la beata, y a la los efectos que tuvo la esperada restauración de la Compañía -en 1814-en el crecimiento del beaterio.

Como ya mencioné, los dos últimos capítulos tratan sobre la construcción de la imagen y memoria de la Beata Paz y Figueroa desde el siglo XIX al XXI para finalizar el libro con la repercusión que esta construcción hagiográfica e historiográfica podría tener en el otorgamiento del status de santa por parte de la Iglesia Católica.

El libro de Fraschina se sostiene en una impresionante cantidad de documentos consultados en diversísimos reservorios: Archivo General de la Nación, Buenos Aires, Archivo de la Santa Casa de Ejercicios de Buenos Aires, Biblioteca del Colegio del Salvador, Archivo General de Indias, Sevilla, Archivio di Stato di Roma, Italia, Archivum Romanum Societatis Iesu, Roma, Archivio Segreto Vaticano, así como en una completísima y actualizada bibliografía.

Quiero detenerme en tres de los temas vertebradores que aborda el libro. En primer lugar en la escritura y el marco de producción del destierro, donde cartas y libros actúan como armas en la "lucha" que se está produciendo en pleno siglo Ilustrado en torno a la concepción del mundo, el orden político y los valores que rigen el pensamiento. En la descripción minuciosa y cuidada de ese intercambio epistolar que la Beata establece con el mundo jesuita masculino, Fraschina muestra cómo María Antonia construye una imagen de sí misma necesaria a sus fines, apelando a diversas estrategias textuales que hacen inteligible el molde retórico de la Compañía en el que se sostiene. La centralidad de su yo, "la Madre Beata", ya que apela a la imagen familiar para explicar su vínculo con los otros, muestra una estrategia narrativa "de estilo individualizante" y singular donde se destaca su habilidad defensiva, propia de su condición de mujer y de su época.7

La identificación que Fraschina observa entre María Antonia e Ignacio de Loyola la habría llevado a apropiarse del modelo ignaciano y de su misión: "La mayor gloria de Dios y el provecho de las almas". Desde allí, habiendo hecho suyo el lema de la Compañía, organiza su narrativa que tiene a los ejercicios como uno de sus centros más importantes. Por eso, en segundo lugar, quiero rescatar el tratamiento que el texto hace de la obra material de María Antonia. Su vinculación al establecimiento de ejercicios, tanto para hombres como para mujeres y abiertos a toda la población como práctica común, la llevará a la construcción de un beaterio en Buenos Aires, una institución que gozó de una importante autonomía, que con el tiempo –a partir de 1878- y en consonancia con una corriente que viene de Europa, será convertida en congregación religiosa, dependiente de Roma. Dos casas alquiladas y luego su Casa de Ejercicios y Beaterio funcionaron durante dos décadas (1779-1799) a cargo de la Madre Beata, quien a lo largo de todo el año recibía entre 200 y 500 ejercitantes por vez. En nada se diferenciaban los ejercicios que organizó María Antonia de los que habían dado los jesuitas, ya que solo había agregado dos días a los ocho acostumbrados. En vida de María Antonia el beaterio marchó por los cauces que, tanto las autoridades religiosas como seculares, percibían que eran los correctos. Pero a su muerte estalló un conflicto en torno a la dirección de la institución -un claro conflicto de género-, la división de los espacios y el excesivo número de ejercitantes, que permite a la autora comprender la singularidad de esta fundación.

El sermón de honras fúnebres que se le dedica a María Antonia de Paz y Figueroa, la ubica al lado de Santa Rosa de Lima como modelo de espiritualidad femenina, como testigo elegido por Dios por su moral ejemplar y por sus virtudes: caridad trasparentada en su preferencia por los pobres, su humildad y su valentía. Este es el tercer tema que articula el libro, su herencia inmaterial que podría resumirse en su capacidad de mantener vigente esa espiritualidad que llevó a que se la valorara como una probable santa argentina.

Escrito con un estilo ágil, La expulsión no fue ausencia cierra las preguntas que Alicia Fraschina había dejado abiertas en su primer libro, pero además muestra la pericia y la agudeza de la autora. Aquí quedamos a la espera de otro libro que nos vuelva abrir la puerta al universo tan complejo de las mujeres consagradas.

Notas:

1 Alicia Fraschina, Mujeres consagradas en el Buenos Aires colonial. Buenos Aires, Eudeba, 2010, 320 p.         [ Links ]

2 Alicia Fraschina, La expulsión no fue ausencia…, op. cit., p. 14.

3 Ibid., p. 84

4 Ibid., p. 59

5 Ibid., p. 51

6 Ibid., pp. 59-60.

7 Ibid., p. 84

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