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Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana Dr. Emilio Ravignani

versión impresa ISSN 0524-9767versión On-line ISSN 1850-2563

Bol. Inst. Hist. Argent. Am. Dr. Emilio Ravignani  no.47 Buenos Aires dic. 2017

 

ARTÍCULOS

De la Sociedad Literaria Deán Funes a la Asociación Córdoba Libre. Dos estaciones del liberalismo y las elites de Córdoba (1878-1919)

Ana Clarisa Agüero1

María Victoria López 2

Artículo recibido: 27 de abril de 2016

Aprobación final: 1 de agosto de 2016

De la Sociedad Literaria Deán Funes a la Asociación Córdoba Libre. Dos estaciones del liberalismo y las elites de Córdoba (1878-1919)

Resumen

El artículo explora dos estaciones de las elites y el liberalismo cordobeses a través de dos asociaciones autodefinidas como culturales y singularmente enlazadas a la vida político-intelectual local y nacional. La Sociedad Literaria Deán Funes (1878/1883) y la Asociación Córdoba Libre (1916/ca 1922) son así el prisma para pensar esas estaciones e intentar rozar los procesos más generales que en parte las modularon: la reestructuración de las elites locales, la reorganización de los equilibrios nacionales, la modificación del protagonismo local relativo autorizado por cada momento, la especificación de las diversas zonas de la actividad social y las mutaciones del liberalismo genérico que dominaba el comienzo de la etapa.

Palabras clave: Liberalismo ; Elites ; Asociaciones culturales ; Córdoba ; Fin de siglo

From Sociedad Deán Funes to Asociación Córdoba Libre. Two stages of liberalism and elites in Córdoba, Argentina (1878-1919)

Abstract

This article explores two stages of the elites and the liberalism in Córdoba, through two self-defined "cultural" associations that were singularly linked to political and intelectual life, both locally and nationally. The Sociedad Literaria Deán Funes (1878/1883) and the Asociación Córdoba Libre (1916/ca 1922) are the looking-point to think this two moments and to understand wider processes: the restructuring of local elites, the national equilibrium reorganization, the local prominence modification and the generic liberalism mutations.

Keywords: Liberalism ; Elites ; Cultural associations ; Córdoba ; End of the Century.

Introducción

Entre el brío juvenil de Ramón J. Cárcano y la agudeza algo desencantada de Deodoro Roca media más que una generación y menos que un abismo ideológico o cultural. Ese mundo agitado, prometedor e incierto, que fue el de buena parte de la Argentina de giro de siglo, tampoco dejó indemnes a las viejas elites criollas que ambos integraban (por vía materna, en el caso de Cárcano, por ambas en el de Roca). De una generación a otra hubo allí temblores y ciclones, por lo que el movimiento que ambos epitomizan (y dentro del que siguen siendo especialmente interesantes) fue el de muchos de sus congéneres: hombres nacidos en las décadas de 1860 o 1890, expuestos a múltiples fracturas y a condiciones muy distintas, pero entre los que es posible reconocer también continuidades bastante firmes, desde el concierto social de partida al liberalismo genérico que comunicaría -aun a desgano- a una parte de ellos.3

Este artículo intenta considerar dos estaciones de las elites y el liberalismo cordobeses a través del mirador ofrecido por dos asociaciones que, estimuladas por algunas de sus fracciones, se declararon inicialmente de orden cultural y guardaron relaciones diversas con el ámbito de la política y las ideas argentinas.4 Por un lado, la Sociedad Literaria Deán Funes (1878-1883), que tuvo a Ramón J. Cárcano entre sus animadores fundamentales y también como presidente; por otro, la Asociación Córdoba Libre (1916 – ca. 1922), que tendría a Deodoro Roca entre sus artífices y como integrante de su Junta Directiva. La elección de estas asociaciones, menos representativas que significativas, se ampara en una hipótesis de método: que ambas son idóneas para perforar dos momentos de esas elites y ese liberalismo y para relevar procesos de mayor amplitud y significación. Ésta se complementa con una hipótesis histórica: que los procesos que en gran medida configuran esas estaciones son, en lo fundamental, el de una reestructuración de las elites locales, marcada por la gradual nacionalización de una fracción y por la caída económica o el ascenso de otras; el de una reorganización de los equilibrios políticos y culturales a escala nacional, que plantea una secundarización duradera (y en ese sentido irreversible) de los ámbitos locales y provinciales; el de gradual disminución de las chances de protagonismo local, que hace que las expectativas dirigentes que marcan a los miembros de la primera asociación, propias de una elite total, se sumerjan en los de la segunda, en beneficio de una presencia intelectual/cultural; el de paulatina especificación de ciertas áreas de la actividad social, que escindirá crecientemente a políticos de intelectuales; y el de transfiguración del liberalismo genérico, de sesgo oligárquico, que había dominado la etapa 1870-1880, entre otros en el sentido de un liberalismo progresista.

La alta visibilidad local/nacional adquirida por varios miembros de las asociaciones consideradas (Cárcano, Cornelio Moyano Gacitúa o José Figueroa Alcorta; Roca, Saúl Taborda o Arturo Orgaz) es inseparable de los procesos aludidos, y corresponde a la de dos cohortes de hombres que fueron, en su propia era pero de maneras diversas, el rostro de Córdoba en el país. De allí que si la Sociedad Deán Funes expresa la creciente gravitación local/nacional de una elite muy compacta, con marcada voluntad de dirigir el curso de la vida nacional y con una vocación de poder que tiende a ser total porque ella misma lo es (concentra los fundamentos del poder social y entiende que deben traducirse en poder político), la atención a la experiencia de Córdoba Libre, que pone en primer plano una fracción de elite más intelectual-cultural que política o económica, sugiere cuánto aquellas expectativas dirigentes a nivel nacional se han visto frustradas, y en qué medida el protagonismo de esta fracción subalterna de la elite es indisociable del carácter reparador de su búsqueda, fundada en la capacidad de articular un discurso público sobre la sociedad, la política y el espacio local.

Ciertamente, esas dos cohortes liberales, articuladas en torno a una generación predominante en cada caso, no revisten una absoluta homogeneidad ni agotan las orientaciones ideológico-políticas de las elites locales. Tienden incluso a contrariar las duraderas imágenes que, al menos desde la mirada sarmientina plasmada en Facundo y aún activas en parte de la historiografía contemporánea, preparan para ver en Córdoba ante todo un coto del catolicismo, sumariamente homologado a clericalismo y conservadurismo.5 Ambas son, a la vez y pese a su centralidad variable, expresivas de fuerzas poderosas en su propia era, políticamente dominantes en el primer caso, cultural e ideológicamente ascendentes en el segundo. Ambas, también, adquieren un protagonismo nacional acorde a su voluntad de situar a Córdoba en el país; otra vez: en forma dominante en el primer caso, correctiva o reparadora en el segundo.6 El tratamiento conjunto de las asociaciones elegidas se ampara en parte en esa homología relativa, pero también en todo aquello que las unía en su origen y las separó crecientemente en la historia: el reverbero de un cierto tronco criollo (más asediado e intensivo según pasan las décadas), la pertenencia a un cierto estamento y una cierta clase (no menos transfigurados ni móviles), una cierta vocación político-intelectual que, por momentos, parece recorrer casi un camino inverso: en la primera, de una inserción en el poder bastante cierta -aunque escamoteada-, a su manifestación cultural; en la segunda, de la deriva intelectual-cultural a los discontinuos esfuerzos de modular el poder. En este punto, las señaladas estaciones de las elites y el liberalismo locales figuran también en los términos de ciertos procesos de mediana duración, dados en la temporalidad del ciclo.

Algunas precisiones sobre las elites, el liberalismo y el asociacionismo

Puesto que hemos trabajado aristas de la cuestión en otros sitios, aquí intentaremos apenas desplegar un razonamiento en torno al sentido de la transformación de las elites y del liberalismo de Córdoba entre, digamos, 1878 y 1919.7 Los bordes temporales pueden desplazarse levemente, en parte por la incertidumbre respecto del exacto final de estas experiencias,8 pero en todo caso comprenden los dos momentos paradigmáticos respecto de las cohortes que interesan: por un lado, la progresiva suma del poder político local-nacional por la primera, que a grandes rasgos puede identificarse con el ascenso al poder provincial del círculo de Del Viso, su centralidad en la forja de la Liga de Gobernadores, la federalización de Buenos Aires y los sucesivos ascensos de Julio A. Roca y Juárez Celman a la presidencia;9 por otro, el año 1918, menos como fecha de inicio (esa suerte de previsible sorpresa que suele identificarse en la Reforma Universitaria) que como punto de inflexión dentro de un ciclo breve de agitación del liberalismo local, que dialogaba de manera sinuosa con la instalación de la Unión Cívica Radical en el poder nacional y provincial y que sin duda habilitó (aunque no inmediatamente) una reorientación de parte de esas fuerzas a la izquierda del espectro político y cultural.10

Entre la fuerte marcación política del primer momento de la fracción liberal aquí considerada y la explosión multiforme del segundo, expresivas tanto de sus cualidades como de sus urgencias, vacila la marca cultural inicial de nuestras asociaciones, en las que la política se desliza de modos diversos pero a veces también se escamotea, quizás para mejor realizarse al abrigo de la cultura. En general, aquí el liberalismo interesa menos como objeto de una consideración detallada de las ideas que como fuerza orientadora de la acción cultural y política. Hablar de liberalismo conservador, incluso oligárquico, en el primer caso, o progresista en el segundo, no puede sino ser insatisfactorio en términos conceptuales o doctrinarios. Y, sin embargo, resulta una forma relativamente adecuada de circunscribir un conjunto de hombres, un tipo de iniciativas y programas, un cierto repertorio de prácticas -algunas comunes- capaces de instalar sentidos diversos, incluso enfrentados, del cambio deseable y los medios para alcanzarlo (es, por decirlo de algún modo, una entrada rústica en términos ideológicos pero precisa en términos históricos). Ciertos núcleos de ideas son recurrentes (como el laicismo), otros constituyen bordes efectivos (una menor o mayor vocación igualitaria). Pero basta pensar en un fenómeno como la casi universal circulación de la doctrina de Henry George (objeto de lecturas a izquierda y derecha en toda la etapa) para recordar también que ciertas distinciones doctrinarias pueden resultar artificiales frente a las formas efectivas que esos varios liberalismos adquirieron en el terreno crudo de la política o en el -no siempre ameno- de la cultura (Grisendi, 2015; Portelli, 2014).

A grandes rasgos, si el liberalismo con el que identificamos la porción hegemónica de nuestra primer asociación participa de la defensa general del librecambio y los principios republicano y representativo, se recorta de ese consenso por su enfática articulación al principio laico, contrariado por aquellos sectores clericales que también se reconocen liberales. Comparte con estos, sin embargo, la tendencia a retraerse al estamento o la clase, la inestabilidad de los alineamientos políticos en función de urgencias coyunturales y la concepción de una correspondencia entre poder social y político que ha sido bien marcada por Liliana Chaves.11 Su sesgo oligárquico deriva en gran medida de eso, y es uno de los elementos que permiten distinguirlo de sus sucesores. Los jóvenes de la década del diez, por su parte, pueden precisar su liberalismo –que aquí llamamos genéricamente progresista- por la manera original en que articulan libertades políticas, de expresión y expansión individuales, sentido igualitario, humanista y vocación reformista en el plano social, lo que los hace proclives a otro tipo de mirada del estado, del municipio y de la vía asociativa.12 La proyección partidaria es, en ese punto, aun más abierta que en el momento anterior: ciertos demócratas, socialistas y radicales "rojos" conviven en una experiencia como Córdoba Libre, cuyos acuerdos a veces aspiran a sobredeterminar los buscados en el ámbito partidario.

Dado que estas asociaciones hacen más que expresar en la superficie movimientos que residen en otro sitio, hablar de ellas implica también tener en mente el ciclo asociativo sustantivo que está entre sus condiciones y cuyo gran despegue se dio en la década del setenta.13 A partir de ese momento se extienden los clubes políticos con fines electoralistas, en general inestables y de efímera vida. Hacia finales de la década, la gran novedad son las asociaciones culturales, el caso de la Sociedad Deán Funes, que se multiplicarán en las dos siguientes. A la vez, en los momentos de estabilización institucional se observa un enfriamiento de los motivos políticos, en beneficio de un asociacionismo más orientado a la sociabilidad amable, la cultura y la recreación, y esto en relación casi inversa a la formación de partidos orgánicos, tendencialmente alejados de la política de club.

A comienzos del siglo XX, el movimiento asociativo general se estanca ligeramente, para repuntar hacia el Centenario. Entre 1912 y 1930 vuelven a crecer las asociaciones culturales, las gremiales y las políticas, además del enorme impulso dado al movimiento general por las sociedades deportivas. Córdoba Libre nace en esta última etapa, y aunque su derrotero la distinguirá de muchos de sus congéneres, inicialmente se recorta de un suelo más vasto de asociaciones de inspiración universitaria (no necesariamente estudiantil) y vocación cultural (Vidal, 2005).

El dinamismo asociativo debe pensarse en relación con la complejización social del periodo, que derivaba de profundas transformaciones económicas y demográficas y era capaz de alterar las condiciones de vida de toda la sociedad. En tal sentido, las asociaciones pueden expresar tanto una intervención productiva, propositiva conforme ciertos objetivos acotados de mejora o innovación, como un mecanismo de contención ante la incertidumbre general, del orden de la preservación, el refuerzo identitario y la distancia social, entre otras cosas. De allí que las elites no sólo impulsen dispositivos de reproducción interna (clubes políticos, sociedades profesionales y asociaciones culturales) sino que también sean grandes animadoras de iniciativas destinadas a las clases populares. Experiencias asociativas como los Círculos de Obreros Católicos, promovidas por la elite católica pero destinadas a los trabajadores, muestran los complejos vínculos entre ambos sectores y la persistencia de la elite en el cuidado de su función reguladora en la sociedad (Vidal, 2002). Sectores sociales nuevos, emergentes de esa transformación social del giro de siglo, como los colectivos de inmigrantes, crean también un universo de asociaciones mutualistas, de socorros mutuos y con especial voluntad identitaria -las que Pablo Vagliente considera propiamente "étnicas"- (Vagliente, 2010).

La declarada vocación cultural de nuestras dos asociaciones debe considerarse en relación a la gravitación en Córdoba de una cierta cultura universitaria, prolongada por sucesivas generaciones de egresados y engrosada por sectores del estudiantado de nivel medio. Ciertas iniciativas provienen de la Universidad mientras otras -y esto crecientemente- surgen de sus vástagos, moduladas por aquella cultura pero no limitadas al público universitario. Esto permitiría poner en una misma serie, al menos inicialmente, experiencias tan distintas como la Sociedad Literaria Deán Funes, el Ateneo de Córdoba (1904-1913) y Córdoba Libre, aunque obligue a reconocer grados muy diversos de dedicación a la cultura, relación con la política y apertura social. Fue precisamente la mayor concentración cultural del Ateneo lo que hizo de él una pieza relevante en la institucionalización de la plástica, la prensa o la ingeniería locales (López, 2009; 2010). Y aunque esa contribución contrariaba su inicial vocación universalista y acabaría por condenarlo, es sintomática de una voluntad de distancia de la política más lograda que en la Deán Funes (de la que provenía su primer presidente, Cornelio Moyano Gacitúa) o Córdoba Libre. No parece menor, en este aspecto, que mientras que el Ateneo tuvo su motor principal en el profesorado universitario (y así el joven integrante de la Deán Funes es ahora su consagrado presidente), las otras lo tuvieron en el estudiantado o los egresados recientes, de lo que deriva su impronta juvenil, su relativa disponibilidad para otras empresas y un tipo de expectativa política y social capaz tanto de modular como de desbordar su voluntad cultural.

La Sociedad Literaria Deán Funes

La Sociedad Literaria Deán Funes fue una de las primeras asociaciones culturales de la ciudad. Fundada entre 1877 y 1878 por un grupo de estudiantes universitarios de Derecho, aunque no cerrada a ese ámbito, esta "asociación científico-literaria" funcionaba en salones de la Universidad y declaraba como objetivo fundamental "fomentar el cultivo de la Literatura y las Ciencias", para lo que establecía "fundar una Biblioteca pública y un Periódico puramente científico-literario" y poner a disposición de los socios, en su salón de lectura, "los diarios y periódicos nacionales y extranjeros como también otras publicaciones útiles y amenas" (Sociedad Deán Funes, 1878: 3).14

A diferencia de otras asociaciones puramente estudiantiles, anteriores y de efímera vida, la Sociedad Deán Funes fue más estable y tuvo mayor presencia pública gracias a la prensa, tanto local como porteña, y a la publicación de su propia revista, El Pensamiento.15 En gran medida debido a los vínculos personales y políticos de sus jóvenes miembros, las actividades de la Sociedad tuvieron una novedosa visibilidad nacional. La ambición de los socios y el aumento de los contactos entre la ciudad y la inminente Capital Federal, que están entre las condiciones de formación de una clase política nacional, permitieron entre otras cosas que se entablaran, según recuerda Cárcano, "relaciones de amistad e intercambio intelectual" con el Círculo Científico Literario, creado en Buenos Aires hacia 1873 y que reunía a porteños y provincianos (Gasparini, 2014). Además, la revista circulaba al menos en Buenos Aires, Santa Fe y Rosario, ciudades todas donde tenía colaboradores regulares; en el mismo sentido, la Nueva Revista de Buenos Aires agradecía en 1881 el envío del Reglamento de la Sociedad, de la versión en folleto de una conferencia dictada en ella y de varios números de El Pensamiento (Quesada, 1881).

Para ser socio activo de la Sociedad Deán Funes se requería presentar una solicitud avalada por dos socios y, en caso de ser aceptado, donar una obra a la biblioteca, pagar una modesta cuota de ingreso (fijada en 2 pesos bolivianos en 1878) y una mensual, repetir la donación de obras cada año y, especialmente, "presentar por orden de turno una disertación científica o literaria sobre un tópico [a] elección".16 Esas disertaciones semanales eran el corazón de las actividades asociativas (incluso se preveían penalidades para los socios que no asistieran regularmente a ellas)17 y estaban vedadas al público general, mientras que otras conferencias especiales eran abiertas. Los temas se anunciaban con anterioridad, estando estipulado por reglamento que no podían versar sobre religión ni política, disposición frecuente en el asociacionismo civil y laico y que en las asociaciones culturales de la época tenía especial peso.18 En este caso, la denegación de la política que plasmaban sus reglamentos tiende a desdibujar un hecho, no obstante, bastante evidente: la marcada dominante de un sector del liberalismo local, la coincidencia con su ascenso en el plano de la política pura y la inmediata deriva de gran parte de sus miembros a posiciones expectables del poder local y nacional. Si se recuerda que el presidente de la Sociedad, Ramón J. Cárcano, era contemporáneamente secretario de Antonio del Viso, como lo sería en breve de Juárez Celman, y que es el momento en que, desde Córdoba, se forja la Liga de Gobernadores, se advierte que la política es, en cierto modo, la marca con la que estos hombres llegan a identificarse en primer término, y esto en los mismos años.

Aparentemente, era difícil sostener la regularidad de las disertaciones, por lo que la Comisión Directiva debía reclamar periódicamente a los socios el cumplimiento de esa obligación societaria.19 En concreto, las conferencias solían versar sobre temas de historia, ámbito en el cual, según Vagliente, la Sociedad habría jugado un papel importante en la construcción de un panteón de héroes cívicos y militares cordobeses, a través de la difusión de sus historias en las celebraciones mayas, julias y otras efemérides patrias: el General Paz, el Deán Funes -de quien toman el nombre "en reconocimiento a los servicios que este ilustre cordobés prestó a su patria" -, Vélez Sarsfield y Rivera Indarte (Sociedad Deán Funes, 1878: 3).

Aunque no era una condición para el ingreso a la Sociedad, sus miembros eran mayormente estudiantes universitarios, ciertos egresados recientes y probablemente algunos del preparatorio Colegio Nacional de Monserrat. La sociedad estaba compuesta por figuras de distintas adscripciones políticas e ideológicas: reunía a los más encarnizados jóvenes liberales autonomistas, vinculados al "círculo de Antonio del Viso" (gobernador entre 1877 y 1880), a otros que se escindirían de él en los mismos años y a algunos católicos tradicionales, en una convivencia que, si por momentos no era fácil, tampoco impidió el desarrollo regular de las actividades y la vida relativamente larga de la Sociedad. Formaron parte de ella Adán Quiroga, Joaquín V. González, Ramón J. Cárcano, Cornelio Moyano Gacitúa, José Figueroa Alcorta, Félix T. Garzón, Julio Rodríguez de la Torre y muchos otros jóvenes estudiantes o recientes egresados de Derecho.20 Nuestro relevamiento identifica 55 miembros a lo largo del periodo 1878-1883, mientras que en sus memorias Cárcano menciona a los 38 socios "más empeñosos y activos" y sugiere la existencia de "cien socios más", número que quizás sea excesivo dados el perfil cultural de la asociación y la dimensión presumible de esa elite (Cárcano, 1965: 41).

La accesible cuota inicial no planteaba una restricción severa para el ingreso, y es muy sugerente que, en general, las asociaciones culturales establecieran montos considerablemente más bajos que sociedades o clubes recreativos, lo que podría indicar cierta voluntad de que los créditos requeridos no fueran únicamente de tipo social. Por lo tanto, la exigencia de acompañar la solicitud de ingreso con el aval de dos socios, aunque muy común en la época, y la de dar una conferencia ante la Asamblea, trazaban el verdadero recorte en el universo de aspirantes.21 De este modo, el mundo en el que se desenvolvía esta asociación era principalmente el universitario, aunque no escaseaban los vínculos con otras instancias comunes a la elite como el Club Social (del que utilizaba la sede para algunas celebraciones y conferencias).22 La Universidad fue clave en los primeros años de vida de la Sociedad, especialmente a través de la figura del rector Manuel Lucero (1814-1878), quien inicialmente le proporcionó apoyo y prestó sus salones para las reuniones. En el primer aniversario de su muerte, la Sociedad propuso erigir un mausoleo a su memoria, aparentemente sin obtener respuesta de las autoridades universitarias;23 en 1882 reiteró el pedido de colaboración para la erección de un cenotafio.24 Así intentaba rendir homenaje al rector liberal, "modernizador", masón y también miembro del "círculo de Del Viso" que había apoyado sus comienzos, lo que refuerza la idea de cierta hegemonía de esta fracción liberal en la Sociedad en su conjunto.25

En enero de 1880, El Pensamiento informaba que la Sociedad Deán Funes estaba "en receso"; en febrero, una nota sin firma, aparentemente publicada por la redacción, sostenía que los propósitos de la Sociedad eran entonces "limitados", y acotaba: "es indispensable que en sus sesiones de este año, estienda [sic] su campo de acción más allá de los límites que su reglamento de hoy le determina". Es probable que en ese año clave muchos de los miembros más comprometidos en política hayan concentrado las energías en este ámbito y descuidado su participación en la Sociedad, y también que aquel reclamo de ampliación de su campo de acción fuera en ese sentido. Esto fue finalmente contrariado por el periodo de inactividad que le siguió hasta junio de 1881, cuando resurgieron la Sociedad y su revista, evidenciando una retracción al plano literario que acaso sugiera un cambio de timón en la asociación. Se leía entonces:

En la arena del periodismo, aparece por segunda vez "El Pensamiento", después de prolongado silencio. Su bandera es ya conocida y tiene el mismo antiguo lema: cultivo de las bellas artes. […] Su misión es grande y noble: propender al cultivo de la literatura, trabajar por el desarrollo de la educación, abrir nuevos y vastos horizontes a la juventud ávida de luz y de espacio, he aquí sintetizado el círculo de acción en que ensayará sus esfuerzos la Sociedad "Deán Funes" que lo dirige y lo inspira [...]

Hoy vuelve a nacer, por decirlo así, con los mismos fines y propósitos que entonces […] Su programa queda ya indicado y aun podría condensarse más: LITERATURA. He aquí la palabra que lo expresa. La Sociedad "Deán Funes" campea infatigable en el mundo de las letras, esa luz suave y vivificadora que ofrece la ciencia, la Historia, etc.26

Como motivos de la inactividad temporaria de la Sociedad sólo se mencionaban "cuestiones internas" de público conocimiento, algo que podría dialogar con la polarización del ámbito puramente político ligada a la coyuntura 1879/1880, que redundó en realineamientos múltiples aun dentro del propio autonomismo. Fuese así o no, este resurgimiento promovió un nuevo reglamento, similar al anterior en sus disposiciones generales. Una novedad fue la prohibición de las polémicas "verbales" (orales) y la modulación introducida en la de los temas de política o religión, estableciendo que las disertaciones no podrían versar sobre puntos "esencialmente religiosos ni sobre política militante", 27 lo que abría sutilmente una brecha frente a la restricción temática pero cerraba el camino del debate.

La existencia de la Sociedad nos consta hasta 1883, año en que el socio Félix T. Garzón dio una conferencia en el Club Social, titulada "¡24 de septiembre de 1812!", en conmemoración de la batalla de Tucumán, posteriormente publicada en forma de folleto (Sociedad Deán Funes, 1883). De todos modos, la extinción de la Sociedad Deán Funes no es clara. Cárcano cuenta en sus memorias que, tras una conflictiva conferencia del estudiante correntino Juan N. Pujol, la Universidad le retiró el permiso para sesionar en su casa, pero no menciona año ni más datos sobre lo ocurrido:

Apenas comienza [Pujol] con acento pomposo, declara que él es ateo y que las religiones son un producto de la ignorancia o de negocios. Agrega que matar a los frailes es una acción santa porque son los grandes corruptores. Lo interrumpo, como presidente de la reunión, y hago leer el artículo del reglamento que prohíbe hablar sobre temas de política y religión, y mucho más sugerir el crimen. Los ánimos se exaltan. Todos hablan y gritan a la vez. El desorden es incontenible. […] Al día siguiente el rector retira el permiso para continuar sesionando en el local de la Universidad, y la Sociedad Deán Funes no vuelve a celebrar sesión.28

Igualmente, este acontecimiento bien podría haber ocurrido antes, dado que ciertos deslices son frecuentes en las extraordinarias memorias de Cárcano, o incluso haber estado en el origen de aquel extraño "receso" de un año y medio iniciado en 1880, tras el cual se editó el nuevo reglamento que relativizaba la prohibición de temas de religión y política pero también enfatizaba la orientación literaria. Pese a las restricciones impuestas, ninguna de esas cuestiones había estado ausente de la Sociedad. No es claro si ése fue el motivo del largo impasse o de su disolución final (un debate entre quienes defendían la libertad de expresión, sobre los temas que fuesen, y quienes renunciaban escandalizados a una Sociedad que la habilitaba), pero es evidente que la política ya rondaba de cerca a estos jóvenes universitarios, y probable que signara algunos de sus disensos. De hecho, en los mismos años de su fundación, varios miembros de la Sociedad integraban la administración Del Viso, algo que, aun cuando otros rompían lanzas con ésta, la prensa opositora señalaba como dato indudable de su marca netamente política (antes que cultural).29

En 1885, apenas dos años después del último dato constatable de la Sociedad, se creaba un efímero Club Universitario, como "ala universitaria" del liberalismo en vísperas de la elección presidencial y para apoyar a Juárez Celman, el candidato del PAN. Algunos antiguos miembros de la Sociedad se sumaron al Club: R. Cárcano, J. V. González, A. Quiroga y Rafael Castillo; los tres primeros, con roles muy protagónicos en ambas experiencias. La elección presidencial del Club precipitó la toma de posiciones en una disputa de fracciones al interior del PAN, posiblemente marcada por la condición provinciana de algunos protagonistas y local de otros. Uno de los candidatos era González y el otro José Figueroa Alcorta, este último también ex miembro de la Deán Funes y ahora candidato favorito del juarismo. Ninguno de ellos era, en rigor, un recién llegado a la vida política, como tampoco otros jóvenes ex miembros de la Sociedad Deán Funes que ya participaban de la intensa vida política local y pronto lo harían de la nacional, alcanzando un protagonismo inédito.

Las experiencias compartidas en la Sociedad Deán Funes bajo una advocación científico-literaria que excluía la política "militante", no parecen haber podido sostenerse en el entorno de intensa politización que conllevó el ciclo juarista en Córdoba, al tiempo que las trayectorias de algunos de sus miembros más destacados los enviaban a prominentes lugares institucionales y políticos. De allí saldrían, al menos, un futuro presidente (Figueroa Alcorta), un ministro de la nación (González), cuatro gobernadores (Cárcano, González, Figueroa Alcorta y Félix T. Garzón), varios diputados nacionales (nuevamente Cárcano, González, Cornelio Moyano Gacitúa y A. Quiroga, de Catamarca) y dos miembros de la Suprema Corte de Justicia (nuevamente Figueroa Alcorta y Moyano Gacitúa).

La Asociación Córdoba Libre30

El origen de la Asociación Córdoba Libre remite al menos a 1916, aunque todo indica que su formalización en tanto tal sólo se dio en 1918, avanzado el ciclo de agitación de un amplio arco liberal-progresista local y al calor de su engarce al proceso de Reforma Universitaria. En lo que hace a su fisonomía efectiva, más allá de las normas explícitas que intentaron regularla, en ese breve lapso Córdoba Libre pasó de ser un círculo ideológico-cultural organizado en torno a un núcleo juvenil y liberal de la elite criolla (en gran parte egresados universitarios) a ser una asociación de orden político-cultural, conducida por parte de esa elite pero caracterizada por los sectores medios; asociación de amplia presencia territorial, marcada heterogeneidad social, partidaria y étnica, y decidida a intervenir en la arena política a través de la agitación en las calles y la incidencia en la acción parlamentaria. Su existencia en tanto tal es muy sensible desde agosto de 1918, aunque los hitos de su formalización sólo se encadenan desde entonces.

Sin duda, la sincronía entre el gran momento de Córdoba Libre y el de la Reforma Universitaria, así como la coincidencia de algunos de sus protagonistas, inclinan a subsumir la primera en la segunda, tan relevante como episodio local de resonancias continentales y, por ello, como aliciente de una difundida autorrepresentación ciudadana. Sin embargo, el vínculo entre la asociación y este evento dista de ser evidente, y todo sugiere que debiera leerse más bien al revés: que una experiencia como la de Córdoba Libre fue parte del sustrato social y cultural fundamental sin el cual no hubiese habido ni estallido reformista en 1918 ni radicalización política local a partir de allí. La cuestión, como siempre, está entre la espuma de las olas y los movimientos en la profundidad del mar, pero parece ir más en este sentido que en el otro. Porque más que acompañar el movimiento reformista, y aunque se nutriera de y politizara con él, la asociación parece haber hallado allí la ocasión de desplegar y probar sus propias fuerzas, en vistas de una transformación más vasta de la que creyó poder ser el instrumento. Varios trabajos han considerado o mencionado alguna arista de la experiencia de Córdoba Libre;31 con todo, muchos de sus aspectos más sugerentes continúan inexplorados, comenzando por aquellos que hacen a su creciente (y marcada) heterogeneidad social, que es lo que más obliga -además de su peculiar politización- a distinguirla de sus predecesoras en el ámbito de las asociaciones culturales impulsadas por la elite.32

Como decíamos, en 1916 Córdoba Libre remite, ante todo, a un círculo ideológico-cultural, capaz de movilizar en ese plano a una constelación más vasta del liberalismo local bajo la forma de manifiestos o precisas actividades culturales. Ese círculo, relativamente elástico y que sin duda prolonga otros familiares y clasistas, es lo que entonces se señala como "comité", "comisión" e incluso "asociación", sin serlo técnicamente. Su origen se vincula a un evento puntual, aunque no aislado: la condena, por parte del diario católico Los Principios, de un ciclo de conferencias organizado por la Biblioteca Córdoba (entonces dirigida por Agüero Vera) y acompañado por un núcleo notable de figuras: Arturo Orgaz, Deodoro Roca, Saúl Taborda, Arturo Capdevila, entre ellos. Capdevila, Doctor en Derecho y poeta, había dictado allí una conferencia sobre los incas en la que cotejaba su civilización y la cristiandad (algo, por lo demás, acorde a su interés por el derecho comparado). La analogía provocó entonces la impugnación católica y ésta, a su vez, la reacción de un amplio arco liberal, que suscribió con más de 200 firmas un manifiesto librepensador.33 Actuaban, se lee, en pro de la "tolerancia y el respeto de todas las ideas"; y aunque se presentaban como "profesionales y estudiantes", entre los firmantes se reconocen también artistas (Emiliano Gómez Clara y Octavio Pinto), periodistas y dramaturgos (Julio Carri Pérez, Carlos Suárez Pinto, Raúl W. de Allende)34 y políticos (Rómulo Argüello, Moisés Tecera o Emilio Soaje) de varias generaciones.

Según Arturo Orgaz, esa acción dispararía en Córdoba la multiplicación de centros y asociaciones liberales, aunque no es claro si ligados a Córdoba Libre (Orgaz, 1919). Es notable que Orgaz aluda a un liberalismo de orden cultural, laico y librepensador antes que político. Por lo demás, aun si es posible encontrar a algunas de sus figuras en otros ámbitos, no es seguro que en el propio año este colectivo se haya expresado como tal en muchas acciones más. Es verosímil, aunque esté por verse, que durante el agitado año de 1917 Córdoba Libre haya mantenido una fisonomía similar, poco regular y relativamente elástica, no obstante relevante en la definición de una serie de liderazgos ideológico-culturales y en el precipitado de ciertas nociones igualitarias que allanarían su inminente politización. Como sea, y sin descontar que se trate de una continuidad retrospectiva algo forzada, en 1918, cuando la formalización de la asociación y aludiendo ya a un liberalismo mucho más connotado políticamente, La Voz del Interior subrayará que ha sido ella la que "desde tres años a esta parte ha venido promoviendo los grandes movimientos de carácter liberal de que nuestra ciudad ha sido teatro".35

Al menos desde agosto de 1918 (mes en que también lanza su revista, La Montaña),36 Córdoba Libre ofrece un panorama muy distinto al de 1916: un acrecido grupo reunido en torno a ideas, con liderazgos claros a varias escalas, en vías de expansión territorial, de diversificación étnica y social, de formalización del vínculo asociativo, y con una decidida voluntad de incidencia tanto en el plano cultural como político.

Su actividad cobra entonces otro carácter, en parte ligado a algunas de sus figuras principales, en parte como colectivo de ideas. Sin abandonar sus iniciativas de orden cultural (conferencias, veladas musicales, funciones de cinematógrafo, etc.), e incluso multiplicándolas, Córdoba Libre hace de ellas la caja de resonancia y el instrumento aglutinante de otra cosa. La transformación general va en el sentido de su politización y mayor organicidad: entre setiembre y octubre se crean las seccionales de barrio General Paz (que lanza un manifiesto apenas creada) y, por acción de ésta, Alta Córdoba, y el 2 de noviembre se aprueban los estatutos generales y se reconfirma la Junta Directiva / Ejecutiva de Córdoba Libre, integrada por Taborda, Roca y Sebastián Palacio. Al frente de la primera seccional se encuentra Alfredo Gargaro, estudiante avanzado de Derecho; dirige la segunda Ricardo Belisle, inminente contador y socialista orgánico. La composición de ambas expresa bien la aludida transformación: hay apellidos italianos y criollos; hay radicales, demócratas y socialistas; hay profesionales y estudiantes pero también comerciantes, e incluso algún dirigente ferroviario. Y en breve habrá también mujeres, constituidas en diciembre en Comité Femenino de Córdoba Libre.

El Programa aprobado en noviembre, acompañado de un Manifiesto el mismo día, intenta ser uno integral, como permite advertir la serie de núcleos fijados para su acción de orientación y presión legislativa. Luego de definirse como "una asociación que aspira y propende al mejoramiento económico, moral y espiritual del pueblo", Córdoba Libre señala una serie de reivindicaciones que distingue en políticas, jurídicas, pedagógicas, de legislación obrera y del régimen agrario. Éstas van desde la separación de Iglesia y Estado, el sufragio universal en el municipio y la supresión del senado, hasta el establecimiento del divorcio, la abolición de la pena de muerte, la laicidad de la enseñanza, la personería de los sindicatos, la creación de talleres, gimnasios y baños públicos para obreros o la implementación de la enfiteusis reformada.37 En estas reivindicaciones pueden reconocerse postulados georgistas, socialistas y liberal-progresistas de todo orden; conjunción favorecida por la pertenencia simultánea o previa de ciertas figuras de Córdoba Libre a la Sociedad Georgista (como Roca, Orgaz y Taborda), el Partido Socialista (el citado Belisle), la vertiente progresista del partido Demócrata (Carlos Suárez Pinto y Amado Roldán) o la "roja" de la Unión Cívica Radical (Mauricio Yadarola o Enrique Barros). Y si no todas, especialmente las más pretenciosas de estas demandas, tanto algunas de ellas como el concierto que les daba vida resonarán aún en ciertas experiencias muy próximas.38

Es probable que la redacción del Programa fuera obra de Roldán, entonces diputado nacional, señalado como el autor de varios proyectos de bases para la asociación. El Manifiesto, en cambio, tiene el sello inconfundible de Roca y huellas de la intervención de Taborda, siendo un instrumento retóricamente más cargado y complejo y más deudor del fondo modernista y vitalista. Curiosamente, no es el muy claro programa sino este manifiesto que decía aspirar "a un blasón más y a un oprobio menos", reclamando "virtud, belleza, vida multiforme, sana, compleja, digna de ser vivida", el destinado a la población de los barrios de la ciudad. A su mayor cripticismo relativo, el manifiesto agrega elisiones y precisiones sorprendentes: por un lado, presenta a Córdoba Libre como mera "asociación de cultura", a despecho de sus efectivas definiciones políticas y sociales; por otro, es justamente allí, y no en el programa, donde se explicita la voluntad de sobredeterminar la acción de los partidos, a través del acuerdo asociativo de sus miembros.

La politización de Córdoba Libre dialoga tanto con el proceso universitario como con el ciclo de conflictividad obrera en que se inscribe, la coyuntura guerrera mundial o la decepcionante experiencia del primer radicalismo local; la nitidez de su programa, sin embargo, expresa un ciclo mediano de acumulación de inquietudes intelectuales, sociales, económicas y políticas en clave liberal-progresista, acumulación que reúne postulados y medios ilustrados, libre-pensadores, georgistas y socialistas, situándose apenas a distancia –hasta donde vemos- del liberalismo oligárquico de los años ochenta (con el cual tiene, no obstante, varias deudas) y del flamante Socialismo Internacional, que se había alzado con el ala sindical del Partido Socialista. Reposa, también, en la acumulación histórica de una serie de disposiciones de acción colectiva y territorial, antes desplegadas por otras asociaciones y por los partidos (con su juego de autoridad central y existencia seccional y su trajín de actos y elecciones).

Es aventurado aún estimar el contingente que Córdoba Libre llegó a reunir en torno a su propuesta. Por la propia labilidad del círculo de 1916, incluso por su carácter circunstancial, las firmas de ese manifiesto no ofrecen un índice firme; ya en 1918, aunque algunas menciones apuntan unos cientos de personas, se trata de una referencia incierta e inestable, que a veces surge al calor de un acto, protesta o mitin, sin ser reveladora de su situación orgánica. Lo que es inobjetable es que, al menos durante ciertos meses, Córdoba Libre alcanza un gran poder de movilización (patente en el acto de apoyo a los estudiantes que organiza en agosto, que pone en la calle a un 10 % de la población de la ciudad), y se sugiere como un actor político de peso. Pasado ese acto (gran prueba de fuerza de la asociación, que tiene por motivo inmediato presionar para el envío de la segunda intervención a la Universidad) se abren los libros societarios, que habrían reunido en un día varios cientos de firmas y que la Federación Universitaria invita a suscribir; en otra escala, puede considerarse que la seccional General Paz es capaz de reunir 2.000 personas en sus mitines barriales y 300 firmas cuando el atentado sufrido en octubre de 1918 por el líder estudiantil Enrique Barros, también socio. Por esos meses circula el rumor de que Córdoba Libre podría coagular como una nueva fuerza política en la contienda electoral; Deodoro Roca bromea con eso, no sin evidenciar cierta ansiedad que sería interesante seguir al menos respecto de un punto: la propuesta de sufragio universal para la elección municipal y, en general, el creciente interés de varios de los dirigentes de Córdoba Libre por la dimensión comunal.39

Hay indicios de la actividad de Córdoba Libre en 1919, y algunos dispersos aún en 1922, aunque todo sugiere que su gran momento se cierra hacia la primera de estas fechas. La retracción de los universitarios a la universidad reformada, las complejas internas partidarias, la radicalización de un sector de los asociados, la propia complejidad del trabajo territorial al que Córdoba Libre se había precipitado, entre muchos factores, pudieron comprometer su continuidad. Todo eso está por verse, pero, de momento, parece muy claro que por un tiempo fue una de las experiencias asociativas más novedosas e interesantes de la arena local. Y si como tal su vida no debió ser mucho más larga, su matriz parece haberla trascendido ampliamente: en su inquietud igualitaria, en su fe progresista y, de manera especial, en el privilegio dado a los acuerdos de ideas por sobre las marcas de origen étnico o social (algo que para muchos, de manera muy clara, no resultó sencillo).40

El ciclo de las elites y el ciclo del liberalismo

Es probable que la complejidad de las elites y el liberalismo cordobeses haya sido subestimada,41 algo a lo que acaso contribuyeron el aire de evidencia de todo factor de dominación y la gravitación secular de la imagen de la "Córdoba católica". A esto debieron agregarse las buenas razones provistas por el costado más trivial de esas elites: la escasa calidad de muchos de sus doctores, no desapercibida por los mejores; su conservadurismo de manual, cuando lo tuvo; sus hábitos provincianos frente al crecimiento metropolitano de Buenos Aires (en el que fueron, no obstante, decisivas). Y también la deriva de un liberalismo que perdió en el camino gran parte de los elementos que pudieron hacerlo políticamente interesante y culturalmente denso. Desde nuestra perspectiva, aún hay mucho que hacer respecto de ambas cuestiones, y frente a eso nuestra opción ha sido modesta: decir algo de esas elites y ese liberalismo a partir de la contextualización de dos de los ámbitos alentados por algunas de sus fracciones, con presunta vocación cultural, en distintos momentos. De allí el interés de las coyunturas que les dieron vida, pero también la posibilidad de sugerir algo sobre la evolución, nada unívoca, de aquellos.

El repaso sumario de las experiencias de la Sociedad Deán Funes y la Asociación Córdoba Libre ofrece algunos datos primarios, cuyas consecuencias no podrían exagerarse: la primera es hija de un acto fundacional, la segunda de un precipitado previo, formalizado a posteriori, chances abiertas al común de las asociaciones; la una surge en mayor inmediatez con el estudiantado universitario y la segunda con los egresados, pero ambas están a su modo matrizadas por la aludida cultura universitaria. Frente a estos datos, otros cobran más relevancia, comenzando por el hecho de que, teniendo ambas un origen de elite, y en parte juvenil, acusan composiciones muy distintas, lo que abre un primer umbral de interrogación. A la vez, la primera se presume ideológicamente plural y la segunda se declara liberal, pero las dos parecen haber sido moduladas, en gran medida, por un liberalismo de cierta raigambre local, declinado de maneras diversas. Fue en ese sentido que sugerimos que la atención a estas dos asociaciones figuraba los términos de un proceso de aguda transfiguración de las propias elites, pero también dos estaciones del liberalismo local. Dicho rústicamente, esos ciclos van de unas elites totales a otras intelectual-culturales, de un liberalismo oligárquico a uno progresista. No se trata de una evolución universal sino de una cierta deriva genética de porciones de la elite local, habilitada por la serie de procesos a los que hemos adjudicado valor contextual y defendible para la etapa que aquí interesa. Más que concluir, quisiéramos recuperar algunos hilos, efectuar ciertas digresiones y sugerir ciertas aperturas.

Comencemos por la cuestión de las elites de los años setenta u ochenta. Unas elites del poder social, fundado en atributos de riqueza (comercial, terrateniente, en inmuebles urbanos), status (apellido o linaje criollos) o educación (el mentado título doctoral), que confían que ese poder debe traducirse en poder político. En el punto de partida, estas elites no son aquellas consideradas por Roy Hora, unas elites terratenientes pampeanas, que harán de la integración exportadora la fuente de grandes riquezas (así como de cierta tolerancia política), y que se muestran más hospitalarias a las nuevas fortunas inmigrantes de lo que solía admitirse (Hora, 2014). La distinción es muy válida para este momento inicial, que es el que expresa la sociedad Deán Funes, en el que ciertas fortunas comerciales en parte conviven con aquel panorama de una elite "rica en tierras pero pobre en dinero" que, según Halperin, caracterizaba las zonas de antigua colonización (el noroeste provincial) (Halperin Donghi, 2011: 23). Pero también ese momento es el del ascenso firme de una fracción nueva de esa elite al poder político, primero en el plano local y casi inmediatamente en el nacional, y esto con una voluntad que es la de (re)crear y dirigir el estado nacional. De esto se derivará no sólo su incorporación plena a una clase dirigente nacional sino también, en un trabajo simultáneo al de metropolización de Buenos Aires, la creciente confusión de sus intereses más crasamente económicos con los de aquella elite pampeana, algo que en parte se expresa en la reorientación de unas fortunas parcialmente nuevas a las áreas de nueva colonización, más recientemente integradas al esquema exportador. La nacionalización política y económica de unos, y las caídas de otros, confinados a una actuación provincial, parecen estar también entre las razones de la fractura de las viejas elites criollas, aceleradas por la inserción exitosa de una porción de la inmigración. Y esa fractura, en parte posible por la absoluta falta de sentido provinciano con que esa porción de la elite local encara su nacionalización, describe un ciclo que una incisión en 1918 sugiere en gran medida concluido.

Frente a la "aristocracia doctoral" postulada por el trabajo ya clásico, pero muy poco recuperado, de Juan Carlos Agulla, varias cosas empujan a pensar en otra dirección.42 En efecto, a despecho de su énfasis en distinguir la élite doctoral (a su juicio, la cúspide de la pirámide social del giro de siglo cordobés) del grupo rústico de los estancieros, aun una aproximación superficial a los integrantes de la Sociedad Deán Funes sugiere que tanto el comercio como las estancias están entre las condiciones y en el futuro inmediato de buena parte de ellos. En lo que hace a las últimas, importantes en la coagulación del factor criollo, el desplazamiento parece darse en otro sentido: si las estancias heredadas estaban en el norte provincial, las ganadas se ubican ya en el sudeste, lo que expresa de manera bastante directa un conjunto de procesos que implican a gran parte de los asociados: su compromiso en el concierto de la Liga de Gobernadores, la integración productiva de esas tierras feraces merced a la llamada "campaña del desierto", el ascenso en la vida política a la vez local y nacional, que no hará más que reforzar esos privilegios. Antes o a muy poco de su paso por la Sociedad, estos hombres de la ciudad abonan en simultáneo el estilo de vida estanciero que radican en más de una sede; y si el sudeste es el ámbito de las grandes ganancias, el noroeste que cruzaban las rutas del antiguo Camino Real persistirá como el sitio del descanso estacional y la nostalgia estamental.43

A la vez, no todos lograron situaciones tan convenientes, lo que introdujo una fractura intraelite que Agulla tiende a subestimar, al igual que el gran factor reparador, que es el reclamo del linaje criollo. Los árboles de familia suplen a las estancias cuando éstas faltan o se han perdido, y redundan en la sobrerrepresentación criolla en todos los niveles del aparato de estado. La cuestión dista de ser menor, porque el efecto de poder de ciertos apellidos en la década del diez deriva de este factor criollo, más que de atributos objetivos de riqueza (que pueden estar o no, mientras sean compensados por otras inserciones o pertenencias) o de la portación del título doctoral (que puede paliar o reforzar, pero a veces no está). Si algo evidencia el éxito de la inserción por vía matrimonial de Inocente Cárcano, padre de Ramón, en esas elites criollas, es la muy consolidada posición de su hijo en los años setenta. Y si algo expresa la gravitación del linaje criollo en éste o en la generación que le siguió, es ese largo rodeo en torno a las estancias norteñas, que algunos hacen de manera propiamente estanciera (él o Miguel Ángel, su hijo) y otros reconducen al orden más accesible del ahora pueblo de veraneo: la Villa del Totoral, con su danza estacional de apellidos tradicionales, sus casonas y su teatro social a escala, un laboratorio del pacto interoligárquico convenientemente próximo a las vías de tren que acercan figuras de Tucumán, Buenos Aires e incluso Rosario -en una medida tranquilizadoramente menor para ese sprit criollo del que hablaba Deodoro Roca (Agüero, 2014; 2015). Una danza de la que participan Crespos y Allendes, Rocas y Padillas, Frías y Centenos, y que, de más está decirlo, prosigue hasta nuestros días.

Aquella fractura objetiva de los fundamentos del poder vino a entramarse con la efectiva emergencia de una elite cultural, contorneada inicialmente en torno de aquellos apellidos pero muy distinta en cuanto a los ingresos, regulados por principios nuevos, del orden de las producciones o los consumos simbólicos, y por ello abierta tanto a la integración de ciertos sectores de la inmigración cuanto a varias especies de productores y mediadores culturales que no dependían del título universitario -periodistas, artistas o editores- y que, en todo caso, libraban sus propias batallas de especificación cultural. Este tránsito es muy sensible entre la Sociedad Deán Funes y el manifiesto de Córdoba Libre en 1916, y sus rasgos fundamentales pueden vislumbrarse a través de ellas. El papel rector que la formación en Derecho había tenido en la promoción de la primera -o en la del Ateneo de Córdoba- cede terreno a un agregado de figuras definidas a partir de otros parámetros, y los letrados/políticos que caracterizan a la primera asociación ya no marcan a Córdoba Libre, más bien al contrario: Deodoro Roca, Saúl Taborda o Carlos Suárez Pinto representan antes figuras intelectuales que políticas, y en muchos sentidos sus consensos de esta etapa dialogan más con esa asociación que, por ejemplo, con el partido que el último integra (el Demócrata) o del que el primero es funcionario (es el Director del Museo Politécnico Provincial designado por el gobierno radical). Sin embargo, un hecho de politización sustantiva atraviesa a Córdoba Libre en el año ‘18, y si su mayor amplitud relativa se había probado en la cultura, desde entonces se la ve derramarse aceleradamente sobre sectores nuevos, medios, y lanzarse a la calle. No hay casualidad, en este sentido, ni en que varios de los miembros de Córdoba Libre hubieran sido convocados a cumplir funciones técnicas en el gobierno provincial (un medio de vida disponible por origen y formación, pero a la vez alternativo a otros), ni en que la mayoría fuera desplazada en el curso del año o finalizado éste. No hay casualidad, es decir que también habla de una elite de otro orden, apta para hacer piezas jurídicas y oratorias o administrar instituciones de cultura pero no para gobernar, ni mayormente rica. Son precisamente esas disposiciones simbólicas las que, merced a la enorme caja de resonancia que fue la Reforma Universitaria, harán de esos jóvenes, de ese sector de las elites y del liberalismo locales, también figuras nacionales. De manera explosiva primero, reposada luego, serán ellos los que abran la brecha a la imagen de la Córdoba reformista o revolucionaria, y los que señalen los hitos distintivos y en parte consoladores de una cierta peculiaridad local, pasible de otras valoraciones (algo que Roca hacía, en los mismos años, respecto del legado colonial o el paisaje serrano).

Hemos señalado cómo nuestras asociaciones, que se declaran culturales, guardan vínculos a la vez ciertos y complejos con la política, respecto de la que describen recorridos diferentes: aunque escamoteada, ésta estaba ya muy presente en el origen de la sociedad Deán Funes y se encontrará al término del ciclo breve pero intenso de politización de Córdoba Libre (abiertamente según muestra su programa, algo solapada si se sigue el encabezamiento del manifiesto del 2 de noviembre). En cualquier caso, allí se juegan distintas especies de liberalismo, incluso si se piensa menos con sutileza doctrinaria que respecto de una serie de principios orientadores a nivel de las ideas. En la fracción hegemónica de la Sociedad Deán Funes, aquella que fue denunciada por intentar hacer de ella el arma del PAN, hay sin duda liberalismo económico, adhesión al principio republicano y representativo, un acento peculiar dado por el laicismo, y a veces cierto liberalismo político cuya fuerza emancipadora suele remitirse en parte al iusnaturalismo francés (por ejemplo en Estudio sobre la Revolución, la tesis de Joaquín V. González, el menos central de los centrales), en parte a la impronta garibaldina que alguien como Cárcano computará como su gran legado paterno (González, 1885). Es un momento temprano de esa gran muestra de fuerza local que lanzará a muchos de ellos a una carrera nacional, y la orientación oligárquica de todo ese agregado de ideas será más bien rápida y fluida, pero al parecer eso no impidió que parte de ese legado alimentara un ala reformista dentro del poder local y nacional, ni que Henry George comenzara a circular, entre unos pocos iniciados pero sin esperar traducciones, en los propios ochenta. Con todo, el signo de esta estación liberal fue elitista, oligárquico en la medida en que comulgaba con la constitución de unos sectores dominantes a la vez extremadamente ricos y poderosos, incluso al precio de sumergir los escenarios locales. Y esto más mientras más se nacionalizaban sus figuras y más se confundían con los intereses de una región de la que Córdoba sólo participaba parcialmente.

Frente a ese liberalismo, entonces, renegando de él pero absorbiendo parte de su legado (comenzando por el laicismo y ciertas marcas reformistas más concentradas), cobra cuerpo el de una asociación como Córdoba Libre: liberalismo cultural, en sus inicios, defensa de la libertad de expresión y expansión individual y del principio laico, pero devenido aceleradamente un liberalismo político de orientación social e inspiración igualitaria, humanista, progresista en ese sentido, y hospitalario a reformismos de muchas especies. En esta inflexión varios de esos hombres hicieron su pequeña o gran proeza político-ideológica, luchando contra su piel criolla y (re)descubriendo, en parte al calor del movimiento antineutralista, una ilustración italiana que creían inexistente y, al calor de las huelgas contemporáneas, una clase obrera que les sería esquiva -no sin razones- por mucho tiempo. De allí vendrían, sin embargo, muchos de los estímulos a la radicalización general: del sindicalismo socialista, antes del ‘18, de su fuga al Socialismo Internacional desde entonces. Si el lenguaje del Programa de Córdoba Libre es en gran medida el de aquellos varios reformismos políticos y sociales (y George es peculiarmente sensible), cosas muy distintas podrán leerse en poco tiempo de algunas de sus plumas, como muestra bien la revista Mente (1920).44 Allí campea el grupo "Justicia", formado por Saúl Taborda, Carlos Astrada, Emilio Biagosh, Deodoro Roca, Ceferino Garzón Maceda y Américo Aguilera, volcado ahora a un revolucionarismo que bebe de varias fuentes. Éste es ya otro momento de un filón mucho más preciso de esas elites intelectuales, intensificado en su radicalidad y a la vez retraído de las calles. Puesto que parece haber noticias de Córdoba Libre en una fecha tan avanzada como 1922, no sólo se impone un trabajo minucioso sobre el curso de la Asociación sino también el desglose de aquellas menciones genéricas que funcionaron como fórmula identitaria para designar la novedosa articulación del tipo de liberalismo progresista que esa asociación expresó hacia 1918. De momento, es probable que parte de las energías depositadas allí hayan sido parcialmente reconducidas, al calor de la radicalización de una porción de ella, hacia otras empresas como Mente. Los elementos ponderados hasta ahora, sugieren en 1919 un umbral bastante atinado.

Notas:

1 Instituto de Antropología de Córdoba, Universidad Nacional de Córdoba – Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, Argentina. Correo electrónico: anaclarisaa@yahoo.es

2 Instituto de Antropología de Córdoba, Universidad Nacional de Córdoba – Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, Argentina. Correo electrónico: victorialopez84@gmail.com. Agradecemos a los evaluadores la lectura atenta y los comentarios, que sirvieron para repensar muchas cosas y que seguimos tanto como fue posible y entendimos alimentaban el propósito inicial del artículo.

3 En verdad, en el hecho de que suela tratárselos por separado, o como capítulos de sectores naturalmente enfrentados, opera aún el muy efectivo corte establecido por la propia Reforma Universitaria respecto de sus antecedentes.

4 Dos estaciones, es decir dos momentos en los que, más que reconocerse una evolución universal o lineal, se advierte la densificación y parcial reorganización de ciertos elementos, algunos en común -un origen estamental o una genérica fe liberal- y otros nuevos. Respecto del liberalismo, la noción ha sido utilizada por Nicola Mateucci, "Liberalismo", en Mateucci (2000).

5 Aunque larvada, la discusión es tan larga como el trabajo silencioso del supuesto, que implica la sobredeterminación de la política secular por la papal y la condición parejamente reactiva de la ciudad. En otra dirección, y entre otros, pueden verse: Terzaga (1973); Moyano (2007) y nuestro propio proceso a la imagen en Agüero (2010).

6 La vida de la Sociedad Literaria Deán Funes coincide casi exactamente con la instalación del "círculo de Antonio del Viso", del que varios de sus miembros participan, en el poder provincial, y en consecuencia con la formación de la Liga de Gobernadores. Tanto Del Viso (1877-1880) como Miguel Juárez Celman (1880-1883) tuvieron por secretario a Ramón J. Cárcano, presidente de la Deán Funes en sus primeros años. José del Viso, hermano del Gobernador, también integraba la sociedad y, al igual que Cárcano (su amigo y compañero en Derecho), tendría por padrino de tesis a Miguel Juárez Celman. Sus tesis, sonadas a escala nacional merced al conflicto entre laicos y católicos y dirimidas en un consorcio entre poderes local/nacionales, recurren en las pertenencias: mientras que Del Viso la dedica a Cárcano "leal amigo y condiscípulo", éste lo hace a su familia, a Antonio del Viso y al propio Juárez Celman. Véase Del Viso (1883) y Cárcano (1884). Sobre el "círculo de Antonio del Viso", ver Chaves (1997).

7 A más de los citados en otros pasajes, remitimos a Agüero (2016a y 2016b); y López (2013).

8 Aunque el trabajo reposa en una serie que alcanza a 1919, fecha que parece señalar un debilitamiento sustantivo de Córdoba Libre, Gardenia Vidal acerca una mención de 1922, que agradecemos y sería deseable ponderar con detenimiento.

9 Esto implica al menos a la parte más visible de esa cohorte, reorganizada por parcelas al calor de los reacomodamientos del autonomismo, su fusión en el PAN o la creciente inquina entre Roca y Juárez Celman (muy sensible en la existente entre Joaquín V. González y Cárcano hacia mediados de la década).

10 La instalación de la fórmula radical Loza-Borda en el gobierno provincial, en 1916, representó un movimiento curiosamente regresivo frente a la administración demócrata de Cárcano que la había precedido. Aunque esa gestión integró a muchos egresados y estudiantes universitarios en funciones intermedias, entre ellos Deodoro Roca o Arturo Capdevila, su orientación político y cultural contrastó también con la que Yrigoyen imprimía al gobierno nacional, y derivó casi inmediatamente en la escisión entre radicales azules y rojos. De estos últimos saldría buena parte de los socios más activos de Córdoba Libre, que allí convivirían con demócratas progresistas, independientes y socialistas.

11 Y esto hace que la referencia al autonomismo sea orientadora pero no excluyente.

12 Véase la noción de liberalismo progresista (o progresivo) en Real de Azúa (1964).

13 Si bien el asociacionismo experimenta en la ciudad de Córdoba, al igual que en el resto del país, un significativo repunte tras la caída del rosismo, sólo comienza una expansión sostenida al iniciarse la década de 1870. Entre 1850 y 1930 se crearon en Córdoba más de mil asociaciones (más precisamente, hubo 1126 creaciones en 80 años), de muy distinto tipo, duración y vitalidad; más de la mitad (60%) entre 1912 y 1930. De ese total y sobre toda la etapa, un 14% es caracterizado por Vagliente como sociocultural. En los años que aquí interesan, ese porcentaje es levemente mayor, un 16%. Vagliente (2010).

14 Es de destacar que la Sociedad no parece haber contado con personería jurídica.

15 El periódico se editó en la ciudad de Córdoba entre 1879 y 1881, variando su subtítulo de "Periódico científico-literario y de costumbres", en su primera época, a "Literatura, ciencias, poesías, variedades", en la segunda. Puede verse una breve reseña sobre la publicación en Proyecto Culturas Interiores, http://culturasinteriores.ffyh.unc.edu.ar/iec002.jsp?pidf=5D2KJW&po=R

16 La cita corresponde al artículo 7 del Reglamento de la Sociedad. Ver Sociedad Deán Funes (1878: 4).

17 Art. 67 del Reglamento ya citado (Sociedad Deán Funes, 1878). Allí también se preveían los mecanismos para el manejo de discusiones, interrupciones, etc. en las sesiones: "Art. 33. Ningún socio podrá ser interrumpido mientras habla. Art. 34. Podrá, no obstante, el Presidente por sí o por petición de uno de los socios interrumpirle, llamándole a la cuestión o al orden si hubiese faltado a ellos. Art. 35. Si él u otro pretendiera no haber faltado al artículo anterior, lo decidirá una votación sin discusión". Citado de Sociedad Deán Funes (1878: 8).

18 Arts. 7 y 62 del Reglamento ya citado (Sociedad Deán Funes, 1878). Un colaborador de la revista sostenía que la prohibición de tratar temas religiosos o políticos en la Sociedad Deán Funes se justificaba, entre otras cosas, porque "ellos destruirían todos los vínculos que han unido a los socios bajo la sombra de un mismo tema...", es decir, del cultivo de las ciencias y la literatura (El Pensamiento, Córdoba, núm. 4, 8 de junio de 1879).

19 Asimismo, pareciera que esas producciones de los socios alimentaban las páginas del periódico que publicaba la sociedad: "Pedimos a los sres. Socios […] que den cumplimiento a lo dispuesto en la última sesión de la Sociedad y en el Reglamento del Periódico respecto al artículo que debieran mandar al 'Pensamiento'. Siendo todos jóvenes inteligentes e ilustrados no creemos que sea por falta de ideas que aún no han dado cumplimiento con esa prescripción", El Pensamiento, Córdoba, núm. 32, 21 de diciembre de 1879.

20 Por ejemplo, Ramón J. Cárcano, primer presidente de la Sociedad, tenía 18 años al momento de su creación; los firmantes del Reglamento de 1878 tenían entre 17 y 22 años (José del Viso 17, Cornelio Moyano Gacitúa 20, Luis Filemón Posse 21, Elías Yofre 22); otros socios como Adán Quiroga y Joaquín V. González eran aún más jóvenes (14 y 15 años respectivamente, en 1878 - aunque como se señaló, pueden haber ingresado siendo alumnos del Monserrat o bien más tarde). José Figueroa Alcorta firma, entre otros, el Reglamento de 1881, contando en ese entonces con 21 años. Por otro lado, aparentemente también era socio el español Antonio Rodríguez del Busto, no estudiante ni egresado, y un poco mayor que los anteriores (30 años en 1878).

21 Señala Vagliente que no pocas veces los conferencistas designados renunciaban al "honor" otorgado y se designaban otros; y que la práctica de escribir discursos para que otra persona los leyera era relativamente común aunque despertaba fuerte rechazo. Vagliente (2010: 273).

22 El Club Social había sido fundado en 1871 con los objetivos de "cultivar los vínculos de amistad entre los habitantes de la ciudad; fomentar el espíritu de asociación y proporcionar a las personas que lo componen entretenimientos cultos y honestos". Citado de Club Social (1876: 3). Con elevadas cuotas de ingreso y unas más moderadas mensuales (25 y 3 pesos respectivamente), reunía a la elite social en un espacio recreativo y distinguido, realizando bailes y banquetes, entre otras actividades.

23 El Pensamiento, Córdoba, núm. 8, 6 de julio de 1879.

24 Nota de la Sociedad Deán Funes al rector Alejo Guzmán, fechada 2 de octubre de 1882. Libro 21, folio 242, Archivo Histórico de la Universidad Nacional de Córdoba.

25 Cabe destacar que, según Chaves, en este círculo "se destacaba el elemento profesional universitario [...] junto con políticos de vieja trayectoria y reconocida convicción liberal como Del Viso y Manuel Lucero". Chaves (1997: 147).

26 El Pensamiento, Córdoba, núm. 1, segunda época, 31 de julio de 1881.

27 El Reglamento de 1881, ligeramente diferente del anterior, establecía: "Art. 50. Son absolutamente prohibidas las polémicas verbales sobre el contenido de los trabajos presentados, salvo el caso del art. 51. Art. 51. Las disertaciones no podrán versar sobre puntos esencialmente religiosos ni sobre política militante" (Sociedad Deán Funes, 1881: 13). Así se introducían, de alguna manera, ciertas precisiones (las cursivas son nuestras).

28 Cárcano (1965: 43). El joven correntino Juan N. Pujol Vedoya, tal su nombre completo, era hijo del también correntino Juan Gregorio Pujol (1817-1861), abogado egresado de la Universidad de Córdoba en 1838, gobernador de su provincia natal entre 1852 y 1859 y ministro del Interior durante la presidencia de Santiago Derqui. Según Cárcano, tras el escándalo Pujol hijo abandonó sus estudios y dejó Córdoba.

29 Desde el 15 de marzo de 1878, las dependencias del Poder Ejecutivo Provincial cambiaron sus horarios para permitir que los estudiantes cursaran sus estudios por la mañana y trabajaran por la tarde. El Progreso, Córdoba, 12 de marzo de 1878, citado en Cucchi (2015:118).

30 El presente apartado absorbe parcialmente la voz "Asociación Córdoba Libre" publicada en Proyecto Culturas Interiores (http://culturasinteriores.ffyh.unc.edu.ar/iac002.jsp?pidf=FM3IZA&po=F). Entre los materiales anexos a ella, pueden verse el programa, uno de sus manifiestos y la nómina de integrantes confirmados hasta el momento.

31 Entre ellos, Pianetto (1991); Tcach (2008); Navarro (2009); Vagliente (2010); Vidal (2005 y 2007).

32 Es preciso distinguir entre las invocaciones a la Asociación Córdoba Libre que interesa aquí y el uso retórico de la fórmula "Córdoba Libre", con la que el propio Arturo Orgaz inclinó a identificarla. Véase Orgaz (1919). Distinguimos asimismo esta asociación de la más episódica (y con menos consecuencias) con la que intentó rodearse el conflicto universitario desde mediados de 1918. Esa asociación, de vocación nacional, tuvo por nombre Pro-Córdoba Libre, y estuvo capitaneada por la Federación de Asociaciones Culturales, llegando a tener filiales en, al menos, Buenos Aires y Rosario.

33 Ver "Manifiesto" (agosto de 1916), en Roca (2009).

34 Hacia 1914 los tres integraban, junto a Saúl Taborda y otros, el llamado "Círculo de autores".

35 La Voz del Interior, Córdoba, 13 de noviembre de 1918.

36 Según Bustelo, la revista se publica al menos hasta diciembre de ese año. Natalia Bustelo, "La Montaña. Publicación de Córdoba Libre", en Proyecto Culturas Interiores, http://culturasinteriores.ffyh.unc.edu.ar/iec002.jsp?pidf=VZ62FN1IP&po=F, consultado el 01/01/2016. Puede verse también allí la transcripción del primer editorial de la revista.

37 El programa completo y el manifiesto, ambos fechados el 2 de noviembre de 1918, pueden verse en Proyecto Culturas Interiores, http://culturasinteriores.ffyh.unc.edu.ar/iac002.jsp?pidf=FM3IZA&po=M.

38 Como sugiere el trabajo de Alan Sosa sobre el barrio de Los Talleres de Alta Córdoba, que señala allí y en barrio Güemes la efectiva aparición, entre 1920 y 1921, de un complejo de "Biblioteca, Baños, Gimnasio y Lavaderos Populares", bajo gobierno demócrata y con la implicación de algunas de las figuras de Córdoba Libre (como Dardo Rietti, que cuanto menos había firmado el manifiesto de 1916). Véase Sosa (2016). En otro orden, Romina Otero ha mostrado el protagonismo de este consorcio liberal-progresista en la sanción de la Ley Provincial de Becas de Perfeccionamiento Artístico de 1922, cuyo proyecto decisivo fue estimulado por Deodoro Roca y Carlos Astrada (ya de vuelta de Alemania) y que involucró en la Legislatura a Carlos Suárez Pinto y Amado Roldán, también provenientes de Córdoba Libre. Y aunque los dos últimos no siempre acordaron, ciertamente lo hicieron en aspectos sustantivos en orden al potencial democratizador de la instancia: su rol reparador para muchos artistas pobres, la necesidad de limitar las exigencias en cuanto a la ciudadanía o residencia en la ciudad. Con esas becas viajaron a Europa Francisco Vidal, Antonio Pedone, Héctor Valazza y, junto a ellos, José Malanca, quien destinaría la propia a su viaje americano. Véase Otero (2015).

39 La Voz del Interior, Córdoba, 7 de septiembre de 1918.

40 Como muestra de manera elocuente el célebre discurso de clausura ofrecido por Deodoro Roca en el Congreso Nacional de Estudiantes, realizado en Córdoba en julio de 1918; discurso que une a motivos liberales y democráticos de diverso orden un criollismo por momentos terrible.

41 Y esto a pesar de los muchos trabajos, algunos muy buenos, consagrados a ellos, entre los que pueden mencionarse Ansaldi (1991); Beato (1993); Boixadós (2000); Chaves (1997 y 2005); Moyano (2006); Pavoni (2016); Valdemarca (2003).

42 Agulla intentaba allí responder una cuestión fundamental: cómo se había alterado entre 1916/18 y 1966 la estructura de poder urbana, cómo se había operado el tránsito entre una elite del poder (que controla toda la estructura y actúa en nombre de su propio estrato) representada por la aristocracia, a otra expresada por la burguesía. Su trabajo principiaba allí donde el nuestro se detiene, pero su pertinencia es extrema en un aspecto: que la aristocracia cuyo eclipse le parecía la clave del proceso que interesaba, provenía de la etapa anterior. Respecto de esa aristocracia, la descripción seguía demasiado de cerca el trabajo de Manuel Río, y se resentía de ello, a despecho de las muchas consideraciones agudas de Agulla. El que esa aristocracia fuera tan medular en el trabajo a partir de 1918 y tan poco en las consideraciones de partida, contribuía sin duda a una imagen algo plana de esas elites. Véase Agulla (1968); Río (1901). La misma descripción de la sociedad local se encuentra en Río (1910) y (1967), en este último caso publicado en forma póstuma.

43 Así tanto Cárcano como Julio Argentino Roca adquirirán o mantendrán estancias norteñas, y ese espacio será el de sus reencuentros aún en una fecha tan tardía como 1913. Incluso de reencuentros en los que el tema de la granja, sus producciones e innovaciones, parece haber sido tan central como la política. Véase Cárcano (1969).

44 Lucas Domínguez Rubio, "Mente. Publicación de crítica social", en Proyecto Culturas Interiores, http://culturasinteriores.ffyh.unc.edu.ar/iec002.jsp?pidf=2Z6WFNDIP&po=R, consultado el 15 de febrero de 2016.

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