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Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana Dr. Emilio Ravignani

versión impresa ISSN 0524-9767versión On-line ISSN 1850-2563

Bol. Inst. Hist. Argent. Am. Dr. Emilio Ravignani  no.47 Buenos Aires dic. 2017

 

NOTAS Y DEBATES

Historia Reciente: apuntes sobre un campo de investigación en expansión

Marina Franco1

Daniel Lvovich2

Artículo recibido: 17 de julio de 2015

Aprobación final: 30 de diciembre de 2015

Historia Reciente: apuntes sobre un campo de investigación en expansión

Resumen

Este artículo se dedica a presentar las que consideramos características centrales del campo de la Historia Reciente, que en Argentina desarrolla en la última década un proceso de consolidación intelectual e institucional y una marcada expansión en la cantidad de investigaciones -plasmadas en tesis, artículos, libros y ponencias-. Repasamos para ello los principales problemas epistemológicos y políticos de esta área de la historiografía, presentamos algunos datos cuantitativos para dar cuenta del proceso de expansión, proponemos un balance de los principales nudos en que se concentra la producción y señalamos las áreas de vacancia y desafíos con que se encuentra el campo de la Historia Reciente en la actualidad.

Palabras clave: Historia Reciente ; Historiografía ; Dictadura Militar ; Violencia Política ; Memoria

Recent History: Outlines on an Expanding Research Field

Abstract

This article aims to present what we consider the main characteristics of the field of recent history, which in Argentina developed in the last decade a process of intellectual and institutional consolidation and a remarkable research progress, embodied in PhD. theses, articles, books and papers. In order to do it, we review the main epistemological and political problems that appears in this historiographical area, we present some quantitative data to account for the expansion process, and propose a balance of the main production topics, particularizing the vacancy areas and challenges that confront the field of recent history today.

Keywords: Recent history ; Historiography ; Military Dictatorship ; Political Violence ; Memory

En las últimas décadas se ha constatado en distintas latitudes el crecimiento de lo que ha dado en llamarse, según las diversas denominaciones nacionales, Historia del tiempo presente, Historia inmediata o Historia Reciente. Esta última es la más frecuente en Argentina y en varios países de América Latina, aportando una designación que define y recorta trayectorias profesionales, campos de estudio y pertenencias institucionales.

El concepto de historia reciente refiere, por supuesto, al estudio de pasados próximos, aunque esta obvia constatación no agota su definición. En diversos momentos se postuló que la cercanía en el tiempo resultaba un límite para la operación historiográfica, sea por la postulación de la necesidad de cierta distancia temporal como un requisito ineludible o por la constatación de la dificultad para acceder a los archivos necesarios para su estudio. Sin embargo, en la medida en que los historiadores han empleado diversas fuentes, incluidas con frecuencia las orales, y que se ha ampliado el universo de documentos disponibles, este último señalamiento ha perdido peso. Por su parte, en cuanto al distanciamiento, finalmente resulta menos relevante la consideración de una separación puramente temporal que la necesidad de una toma de distancia, una ruptura con el pasado -en el propio proceso histórico y en la conciencia de los contemporáneos- como condición esencial que permita la puesta en perspectiva histórica del pasado (Traverso, 2007: 81). En tal sentido, la "transición a la democracia", el juicio a los ex comandantes o aun la crisis de diciembre de 2001 pueden ser considerados como hitos simbólicos que implican cierta forma de ruptura con los pasados considerados cercanos; aunque, naturalmente, no por eso se agota el problema de la relación con el objeto estudiado, cuestión por demás presente para cualquier período y tema.

Más allá de esto, la distancia temporal existente con cualquiera de los momentos que se postulan como límite inicial del período considerado (1955, 1966, 1969, 1973 son algunas de las fechas que se han discutido para el caso argentino) resulta hoy más que considerable. Esta distancia ha sido superada, sin embargo, por el caso español, donde la historia del tiempo presente refiere a los procesos desarrollados en la península ibérica en las décadas de 1930 o 1940. Por otro lado, cabe aclarar que la distancia temporal no es un problema epistemológico para quienes hacen historia reciente desde otras tradiciones disciplinares como la sociología o la antropología, siendo este carácter interdisciplinario un rasgo central del campo que, a la vez, interpela las especificidades y las reticencias de la historiografía para ocuparse de objetos cercanos en el tiempo.

Ello nos conduce a un segundo elemento esencial y más relevante a la hora de definir las características actuales del campo. Entendemos que la historia reciente refiere a procesos históricos cuyas consecuencias directas conservan aun fuertes efectos sobre el presente, en particular en áreas muy sensibles, como el avasallamiento de los derechos humanos más elementales. Tal es el motivo por el que este tipo de historiografía surge, generalmente, en países que atravesaron situaciones de enorme violencia social o estatal -tales como contiendas bélicas o guerras civiles, formas de terrorismo estatal y situaciones de victimización de una parte de la sociedad– que generaron demandas de reparación y justicia de los sectores afectados y que continúan vigentes como problemas del presente incluso muchas décadas después de ocurridos los acontecimientos. Esta es también la causa por la cual suele existir una estrecha relación entre esta manera de hacer historia y las demandas de justicia, los movimientos sociales que las sustentan y las formas de memoria social que contribuyen a configurar su identidad. Así, buena parte del impulso para la investigación y las preguntas que orientan a este campo encuentran su origen en este vínculo, a la par que la memoria –entendida como las sucesivas y fragmentarias capas de significación que le otorgan diversos grupos a aquel pasado- se convierte en ocasiones en fuente y objeto de estudio a la vez. Dados estos motores de origen, se hace particularmente necesario afianzar la reflexión crítica y la vigilancia epistemológica de los historiadores acerca de los vínculos entre lo que se ha dado en llamar la cultura de la memoria y los intereses investigativos que orientan la tarea profesional.

Muy vinculado con ello resulta la evidente dimensión política del campo de la historia reciente. Un vínculo no solo explícito sino consciente entre el objeto de conocimiento, la actividad de conocimiento y la búsqueda de ciertos objetivos éticos, como "verdad y justicia". Este espíritu –que podríamos llamar "militante"-, muchas veces empático con determinados actores a los que se estudia, y manifestado también en la voluntad de muchos de convertir ese saber en un arma de intervención social, se presenta en tensión con el gesto crítico, el establecimiento de la necesaria distancia no sólo respecto, por ejemplo, a los mismos actores a los que se analiza, sino también respecto a las políticas de memoria que son tributarias de aquellas identidades. En los términos de esta tensión constituyente entre empatía y distanciamiento, la Historia Reciente se emparenta con otras tradiciones críticas de larga data, como la historia obrera, la historia social, la historia desde abajo, la historia de género.

Algunos indicadores3

En la Argentina, con el cambio de siglo, y probablemente al calor de las transformaciones sociales y políticas desarrolladas a partir de la crisis de 2001, la expansión memorialista y testimonial desplegada desde fines de la década de 1990 y la transformación de las políticas de la memoria del Estado desde 2003, el campo de la Historia Reciente ha tenido una muy marcada expansión, así como un proceso de institucionalización que le otorgó mayor visibilidad. De modo simultáneo, la Historia Reciente parece haber alcanzado un reconocimiento y legitimidad que unos pocos años antes resultaba difícil de imaginar. Por ello, algunos indicadores cuantitativos pueden ser elocuentes de estas transformaciones.

La Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP, en adelante) resultó pionera en este proceso. En conjunto con la Comisión Provincial por la Memoria (CPM, en adelante)4 organizó en 2002 el "Primer Coloquio Historia y Memoria. Perspectivas para el abordaje del pasado reciente" y en 2006 una segunda edición de ese evento. Estos coloquios brindaron algunos de los primeros marcos académicos para el abordaje de las problemáticas de la Historia Reciente. La misma Facultad en asociación con la CPM puso en marcha en 2003 la Maestría en Historia y Memoria, que resultó uno de los ámbitos privilegiados para el desarrollo de los estudios académicos sobre el pasado reciente.

En el mismo período, se potenció la presencia de mesas acerca de problemáticas de la Historia Reciente en diversas jornadas y congresos académicos. Seguir su evolución en las Jornadas Interescuelas/Departamentos de Historia resulta ampliamente revelador. En su octava edición, en 2001, en la Universidad de Salta, había 50 mesas de trabajo, de las cuales sólo dos o tres aludían específicamente a problemas de historia reciente. Dos años después, en su edición número nueve (Universidad Nacional de Córdoba, 2003), de las 66 mesas de trabajo, al menos 10 referían explícitamente a ese campo de estudios (relaciones entre historia y memoria, historia del tiempo presente, de las izquierdas, del mundo del trabajo, de las mujeres, de las dictaduras en el Cono Sur, de los movimientos sociales). Desde entonces se han agregado otras (exilios, organizaciones político-militares, archivos y fuentes) que en su gran mayoría han mantenido su presencia en las jornadas siguientes. En las XII Jornadas Interescuelas, desarrolladas en la Universidad Nacional del Comahue en 2009, se constituyó el eje "Historia, Memoria y pasado reciente" con 8 mesas, en las que se presentaron 114 ponencias y trabajaron 37 coordinadores y comentaristas. Si, además, tenemos en cuenta aquellos papers que se ocupaban de otros temas relativos a la década del sesenta en adelante debemos agregar otras 90 contribuciones, superando entonces la suma total la cifra de 200.5 En la XIII edición, llevada a cabo en la Universidad Nacional de Catamarca en 2011, sobre un total de 97 mesas, 19 se referían a problemas de Historia Reciente (es decir, un 18%), y los trabajos sobre esta temática sumaban 220 ponencias; mientras en la XVI edición, desarrollada en la Universidad Nacional de Cuyo en 2013, se organizaron 15 mesas sobre un total de 128, y se presentaron unas 280 ponencias sobre temas de Historia Reciente, que representan casi un 18% del total de los 1617 trabajos presentados.

En forma paralela comenzaron a desarrollarse eventos académicos específicos del campo, como el Coloquio Internacional "Problemas de Historia Reciente del Cono Sur", organizado en forma conjunta por la Universidad Nacional de General Sarmiento (UNGS, en adelante) y la Universidad Nacional de San Martín (UNSAM, en adelante) en 2007; las Jornadas "Historia, Genero y Política en los ‘70", organizadas por el Instituto Interdisciplinario de Estudios de Género de la Universidad de Buenos Aires (UBA, en adelante) desde 2004; las más nuevas Jornadas de Trabajo sobre Exilios políticos del Cono Sur, desarrolladas desde 2012; las Jornadas de Historia Reciente del Conurbano bonaerense, desde 2013; y las Jornadas de Historia Reciente de la Patagonia, que han tenido lugar desde 2014.

Sin dudas, el evento académico más representativo y sistemático del campo son las Jornadas de Trabajo sobre Historia Reciente (JTHR, en adelante), que se desarrollan desde 2003 a la fecha, primero con frecuencia anual y luego bienal. También aquí la significativa expansión del campo se advierte al considerar la evolución de la cantidad de ponencias presentadas y de participantes. En 2003, en la Universidad Nacional de Rosario (UNR, en adelante) se presentaron 38 ponencias y asistieron 82 participantes (ponentes, comentaristas, conferencistas, sin contar asistentes); en 2004 (UBA) hubo 64 ponencias y 115 participantes; en 2005 (UNLP), 54 y 114 respectivamente, y en 2008 (UNR), 126 y 180 respectivamente. En el año 2010 (UNGS) se presentaron 177 ponencias y participaron 252 personas; en 2012 (Universidad Nacional del Litoral) hubo 126 ponencias y 204 participantes y en 2014 (UNLP) las cifras fueron de 144 y 232 respectivamente.6 Desde 2010 se agregaron en el ámbito de las JTHR espacios de trabajo para tesistas de posgrado y talleres para docentes de nivel medio, que han expandido de manera importante el público convocado por esta temática y la reflexión sobre las problemáticas involucradas.

Otro indicador significativo es perceptible en el análisis cuantitativo de las temáticas de las tesis de posgrado. Si bien no contamos con series plenamente comparables provistas por las diversas instituciones universitarias, los datos disponibles son elocuentes. En el doctorado en Historia de la UNLP, desde 2001 se defendieron 73 tesis, de las cuales 14 (19%) se refieren a temáticas propias de la Historia Reciente. En la misma universidad, en el último lustro se defendieron cinco tesis en la Maestría en Ciencias Sociales y 10 en la Maestría en Historia y Memoria referidas a los problemas centrales del campo de la Historia reciente.7

En el Doctorado en Historia de la UNR, se han defendido desde 2010 a la fecha 28 tesis, de las cuales 5 (18%) son investigaciones sobre Historia Reciente.8 En la maestría en Historia del Instituto de Altos Estudios Sociales (IDAES, en adelante) de la UNSAM, solo una de las 18 tesis de maestría en Historia defendidas desde 2001 se inscribe en este campo. En otras áreas de la misma institución (Ciencia Política, Sociología de la Cultura, Historia del Arte, Antropología Cultural) existen al menos 15 tesis desde 2001 dedicadas a los temas más recurrentes del campo (grupos revolucionarios, represión y dictadura, memoria y derechos humanos).9

En el posgrado en Ciencias Sociales de la UNGS y el Instituto de Desarrollo Económico y Social (IDES, en adelante) se han defendido desde 2008 un total de 69 tesis, de las cuales 38 son de doctorado y 31 de maestría. De esas, 15 tesis (22%) corresponden a temáticas de historia reciente, entre las que 7 son de doctorado y 8 de maestría.10

La información sobre la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA es incompleta y referida sólo a aquellos que se inscribieron en su doctorado entre junio de 2010 y diciembre de 2014.11 No obstante, hemos contabilizado 51 inscripciones al Doctorado en el área de Historia, de las cuales 11 (21%) se refieren a problemas de Historia Reciente. Por su parte, en el doctorado de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA, se registran 44 tesis (8%) vinculadas a cuestiones del pasado reciente, sobre un total de 526 tesis registradas desde 2002 (incluyendo a todas las disciplinas).12

Otros indicadores resultan ampliamente significativos. En primer lugar, aunque no es exhaustiva y la presencia en el sitio supone una selección previa, la información acerca de los artículos de la página web historiapolitica.com, que reúne a estudiosos de ese campo de varias universidades nacionales, indica que del total de 461 publicaciones incluidas, 174 corresponden al período que se abre en 1955 y hasta la actualidad, es decir, casi el 38% del total.13 Por su parte, el sitio web –específicamente dedicado a esta temática- Red Interdisciplinaria de Estudios sobre Historia Reciente (RIEHR, en adelante) cuenta en la actualidad con 2.933 miembros, y un banco de tesis que suma 60 tesis de posgrado sobre Historia Reciente de Argentina y el Cono Sur.

Por último, aunque resulta complejo determinarlo con absoluta precisión debido a las variadas formas de adscripción disciplinar y temática existentes, alrededor de 50 investigadores de todas las categorías del CONICET y otros 50 becarios doctorales y postdoctorales de esa institución se dedican a temáticas propias de la Historia Reciente.

Sin dudas, el conjunto de estas informaciones muestra la sostenida expansión numérica de las investigaciones sobre el pasado reciente en la Argentina, en el marco de una creciente institucionalización del campo de la Historia Reciente.

Los temas, los problemas, los textos

Proponer una mirada analítica sobre la historiografía del campo que estamos considerando es una tarea difícil debido a su vertiginosa expansión en la última década. Aunque no contamos con cifras editoriales, probablemente sea uno de los campos más activos en cuanto al número de publicaciones, considerando que estas incluyen no sólo lo producido por historiadores sino también por especialistas de otras ciencias sociales, a lo que se suma una cantidad significativa de trabajos periodísticos y de relatos testimoniales. Se han intentado algunos balances de la producción existente, aunque la mayoría se atiene a un algún recorte temático específico y/o data de varios años atrás (Franco, 2005; Cattaruzza, 2008; Águila, 2008b y 2012; D’Antonio y Eidelman, 2013; Lorenz, [en prensa]; Romero, 2007). No es nuestra intención aquí desarrollar una exposición exhaustiva, sino más bien mostrar algunas líneas matrices de la evolución del campo, incluyendo una periodización general de ese proceso. Para ello, sólo ilustraremos el análisis con la mención de algunas obras de referencia, resultado de investigaciones sistemáticas ya concluidas y que constituyen aportes relevantes. Además, dadas las características de la producción, no haremos distinción alguna entre la disciplina de origen de los textos considerados, a menos que sea útil a los fines de nuestro análisis y para mostrar algunas derivas particulares.

Como se ha señalado, resulta imposible disociar la producción en historia reciente de los contextos políticos y memoriales y de los avatares en la esfera política, pública y judicial. Estos avatares han perfilado, orientado y limitado, con distintos niveles de percepción y reflexión sobre ello, las condiciones de producción y de enunciación de este campo intelectual. Así, han delimitado preguntas y preocupaciones académicas y soslayado otras, han detectado silencios frente a los cuales reaccionó la producción y han reforzado otros olvidos, voluntaria o involuntariamente. En todo caso, si la producción historiográfica tiene una autonomía sólo relativa respecto al campo de la política, en el caso de la Historia Reciente esa brecha suele resultar más tenue, con el riesgo de que los investigadores no acompañen su tarea con una reflexión sobre las condiciones memoriales e ideológicas en las que surgen sus preguntas de investigación.

La preocupación por los temas que hoy reconocemos como los motores de surgimiento del campo de la Historia Reciente en Argentina –es decir, los propios del terrorismo de estado–, es, en realidad, muy anterior al surgimiento del campo como tal y es contemporánea a los procesos dictatoriales. Hasta la actual expansión del campo, ese interés estuvo acaparado por la Sociología, la Ciencia Política y la Economía, con una marcada ausencia de la Historia. De hecho, esta evolución fue similar en los cuatro países del Cono Sur con historias políticas y desarrollos intelectuales comparables, porque las lecturas académicas estaban sujetas a un paradigma compartido en el cual si bien se podían advertir variables nacionales, los procesos eran percibidos en una dimensión estructural, regional e internacional. Así, en los años setenta, estos enfoques estuvieron vinculados a la preocupación por los procesos socioeconómicos que parecían explicar la emergencia de los nuevos autoritarismos (Portantiero, 1977; O’Donnell, 1973). En la década del ochenta, la atención se dirigió al autoritarismo, las transiciones y las nuevas democracias desde un paradigma politológico que redescubría la autonomía de la política frente a las explicaciones de tipo estructural, así como al estudio de las transformaciones profundas producidas por esos regímenes (O’Donnell, Schmitter y Whitehead, 1988; Linz y Stepan, 1996; Nun y Portantiero, 1987; Garretón, 1995; Lechner, 1987; Cavarozzi, 1983; De Riz, 1986 y 2000). En nuestro país, una preocupación esencial fue, además, la denuncia de las violaciones a los derechos humanos, que dio lugar a producciones específicas sobre el movimiento humanitario –vinculado a la fuerte atención epocal sobre los "nuevos movimientos sociales"- (Jelin, 1985; Leis, 1987-89) y los primeros trabajos abarcativos sobre el sistema represivo y las consecuencias del terrorismo estatal (Corradi, 1982-3; Villarreal, 1985; Duhalde, 1989; Marín, 1984). En la década de 1990, también se publicaron importantes trabajos politológicos que analizaron el rol de los partidos políticos (Yanuzzi, 1996), la relación entre esos partidos y los militares y la problemática de la legitimación del régimen castrense (Quiroga, 1994), así como aspectos de la transición (Acuña, 1995), mientras que la obra más abarcativa sobre el régimen instaurado en 1976, publicada en 2003, también es producto de politólogos (Novaro y Palermo, 2003).

Mientras los trabajos sociológicos y politológicos pioneros han devenido clásicos, aunque en ocasiones sus hipótesis hayan sido criticadas y se hayan propuesto otras, los estudios económicos permanecieron más estables. Entendemos que la trama de investigaciones que develaron el proyecto económico de la dictadura y sus resultados en términos de concentración del ingreso, endeudamiento, transformación del modo de acumulación y expansión del sector financiero y de los grandes grupos económicos no ha sido superada, en forma sustancial, en sus interpretaciones. Así, trabajos como los de Adolfo Canitrot, Eduardo Basualdo, Miguel Khavisse, Daniel Aspiazu y Jorge Schvarzer, entre otros, han sido discutidos en algunas de sus hipótesis, pero el paradigma global que construyeron para entender las transformaciones de los años setenta permanece en pie (Canitrot, 1980; Schvarzer, 1986; Aspiazu, Basualdo y Khavisse, 1986; Pucciarelli, 2004).

Un fenómeno paralelo fue, desde los años ochenta, la amplia producción periodística que ocupó un lugar significativo en el espacio público, desde el fin mismo de la dictadura, acompañando los avatares políticos y memoriales sobre el pasado reciente. En realidad, fue justamente la producción periodística la que supo responder a una demanda social concreta y creciente –a pesar de las fluctuaciones de interés– acerca de aquel pasado próximo. Todo el período postautoritario está marcado por la aparición de obras de investigación periodística que plantearon, mucho antes que las ciencias sociales, ciertos aspectos del pasado reciente como objetos legítimos de interés.14 Si la calidad interpretativa es variable, el interés por la reconstrucción minuciosa es característico de la mayoría de estos trabajos, proveyendo un importante aporte al conocimiento de ciertos temas.

En función de estos datos, la primera constatación es que en el caso argentino no ha habido "periodo de latencia" para pensar el pasado reciente vinculado al terrorismo de estado, es decir, no ha habido un interregno en el cual el tema no fuera abordado por la investigación profesional o las preocupaciones públicas, como sucedió en Europa con otros procesos en algunos aspectos comparables al argentino (Lvovich, 2007). En efecto, eventos tales como el Juicio a los ex comandantes en 1985 contribuyeron a generar las rupturas necesarias para pensar el pasado, a la vez que las luchas políticas sobre ese pasado resultaron siempre motores del debate y de la preocupación intelectual. Sin embargo, la historia –aquí sí nos referimos a la disciplina strictu sensu-, fue la que tuvo mayores dificultades para pensar el pasado reciente como un objeto válido de conocimiento. A grandes líneas, hasta fines de la década del noventa, en su mayor parte, la historiografía no incorporó ese pasado inmediato como horizonte de problemas históricos específicamente abordables, resultando habitual que sus objetos de atención especializada sólo se extendieran hasta las décadas de 1950 ó 1960.15 A su vez, esos temas eran abordados sin una reflexión epistemológica atenta a sus implicancias como objetos cercanos en el tiempo.

Si bien algunas narrativas historiográficas ya habían incorporado el terrorismo de Estado o el ciclo de violencia política y social de los años setenta,16 esta reticencia perduró hasta que, hacia fines de los años noventa, una serie de hechos sociales fueron dando espacio para algunos cambios en los discursos y representaciones sociales sobre el pasado dictatorial. La confesión de Adolfo Scilingo sobre los llamados "vuelos de la muerte" y las autocríticas de las cúpulas militares desde 1995, el surgimiento de la agrupación HIJOS el mismo año, el retorno de las masivas marchas callejeras en apoyo a los reclamos de las organizaciones de defensa de los Derechos Humanos a partir del vigésimo aniversario del golpe de Estado, el desarrollo de los "Juicios por la verdad" en distintas ciudades desde 1998, dan cuenta de esta transformación del clima político y cultural.17

Paralelamente a la emergencia de esta nueva preocupación por el pasado, en el ámbito intelectual fue tomando forma un campo temático particular que aportó una profunda renovación y dinamización en las formas de abordar el pasado reciente: los estudios sobre memoria. Muy fuertemente influido por procesos políticos y preocupaciones intelectuales de los países centrales –es el momento en que la Shoá se transforma en el tropos universal como lo define Andreas Huyssen (Huyssen, 2000) - la emergencia de este campo en la Argentina estuvo ligada al contexto histórico posterior a los indultos y el intento de "reconciliación" con el pasado propugnado como política de Estado, bajo los gobiernos de Carlos Menem. Así, impulsaba a este campo un compromiso no sólo intelectual sino básicamente ciudadano con las víctimas del terror estatal. A su vez, los estudios sobre memoria aportaron una reflexión clara y explícita sobre el lugar del investigador en relación al pasado reciente, y contribuyeron a reforzar una dimensión poco abordada por la historiografía argentina: la mirada regional y comparativa.18 En buena medida, entonces, en ese primer momento, el campo de la memoria fue un estímulo importante, planteando nuevas preocupaciones para el acercamiento al pasado cercano.

El albor del nuevo siglo se caracterizó, tanto en el caso argentino como en los países occidentales, por una "pasión memorialista". El discurso de la "memoria" comenzó a orientar un caudal creciente de políticas públicas y emprendimientos de la sociedad civil bajo el imperativo de "no olvidar". Los últimos años estuvieron marcados, además, por una auténtica "explosión" de las memorias de la militancia política y una repolitización general de las memorias sobre los años sesenta y setenta. Como señala Hugo Vezzetti, la apropiación política del tema por parte del Estado fue central para instalar un "nuevo régimen de memoria" postautoritario (Vezzetti, 2005: 46-63). Desde luego, el cambio también está vinculado con el lugar social que, material y simbólicamente, se abrió a las víctimas y protagonistas del pasado reciente desde el mismo aparato estatal a partir de 2003, con el gobierno de Néstor Kirchner. La declaración de inconstitucionalidad y nulidad de las leyes dictadas en los gobiernos de Alfonsín y Menem que impedían el enjuiciamiento de los responsables y ejecutores de las violaciones masivas a los Derechos Humanos en el período dictatorial, la expansión de la persecución penal de las responsabilidades militares y civiles, el reconocimiento de la responsabilidad del Estado en la represión ilegal, la participación en altas funciones públicas de una gran cantidad de antiguos militantes políticos de los años setenta y la creación de una amplia variedad de sitios de memoria, entre ellos, el erigido en el predio de la Ex Escuela de Mecánica de la Armada, son indicios claros.19

La construcción y afirmación de un campo legítimo para la Historia Reciente

Como se ha mostrado con los indicadores cuantitativos, en los años 2000 asistimos a un crecimiento exponencial de la producción sobre el pasado reciente. La nueva explosión tiene como disciplinas más dinámicas la historia, la antropología y la sociología, pero a ello se pueden agregar los múltiples acercamientos desde la ciencia política, la filosofía, el psicoanálisis, las artes y las letras, y en general todas las ciencias sociales, cuyos límites se difuminan en muchas ocasiones. Se apoya, además, en otro elemento significativo: el gran incremento de los recursos disponibles para la investigación en general, producto de la ampliación de la política estatal de financiación de las ciencias. Pero su mayor marca es, sin duda, la irrupción de la historiografía en ella.

Como hemos señalado, desde que se conformó profesionalmente, el campo de la historia del pasado reciente quedó asociado a los estudios sobre la última dictadura militar y, luego, paulatinamente a los llamados "años setenta". Desde luego no hay razones epistemológicas para ello, excepto las urgencias políticas y ciudadanas que impulsaron el surgimiento del campo. Aceptando esta marca de origen y esta preocupación estructurante, la producción se movió en dos polos dominantes, primero alternativos y luego superpuestos: la dictadura y la violencia estatal, por un lado, y la radicalización política desde fines de los años sesenta y la violencia insurreccional, por el otro, a su vez articulados con mayor o menor énfasis con enfoques memoriales de estos temas. Al igual que para otros objetos y períodos de la historiografía, estas miradas implican un desplazamiento de las viejas preocupaciones estructurales de antaño y han acompañado los cambios del mundo intelectual bajo el impacto del posestructuralismo y el giro lingüístico. Así, las preocupaciones dominantes de la historia reciente suponen una fuerte atención sobre los sujetos, sus prácticas y representaciones y la construcción de subjetividades e identidades.

El énfasis en la dictadura, la represión estatal y la radicalización política previa supusieron la sobrerrepresentación de ciertos temas: el estudio de la militancia política y social estuvo inicialmente muy anclada en la historia de las organizaciones armadas –lo cual ya implica un recorte temporal más cercano a los años setenta- y el estudio de la acción represiva clandestina, vinculada a los grandes centros de detención, la desaparición y sus denunciantes, los familiares y la lucha por los derechos humanos, escindiendo este periodo del ciclo previo. Todo confluye, entonces, en el marco de un problema organizador: la violencia política.20

En el caso de la militancia y las organizaciones insurreccionales, las inquietudes actuales se sitúan entre el balance crítico y la revalorización de las experiencias y proyectos políticos. Ello ha dado lugar a una producción amplísima que lentamente se desplaza hacia considerar más ampliamente una "nueva izquierda"21, esto es, períodos más tempranos en el tiempo –los años cincuenta y sesenta-, los grupos no armados, otros actores no siempre de clases medias y urbanas, los abordajes de género y distintas geografías de la movilización política y social.22 La preocupación por los fenómenos de de radicalización política también impulsó el estudio de las derechas, nacionalistas y católicas y sus transformaciones a la luz de las interpelaciones del peronismo y los cambios de la Iglesia Católica en esas décadas (Galván, 2013; Donatello, 2010; Cucchetti, 2010; Lvovich, 2013).

En el caso del estado dictatorial podría afirmarse que el objeto se ha complejizado para pensar el Estado represivo en sus muy diversas facetas, y ello ha permitido incluir otras víctimas –como sobrevivientes, presos políticos, exiliados- y otros períodos, que muestran la permanencia de las prácticas represivas y sus distintos actores y lógicas locales.23 Hay, además, otra pregunta antigua que ha adquirido una vigencia insistente en los últimos años: el problema de cómo pensar la dinámica entre el "consenso" a favor del orden dictatorial y represivo y las disidencias y resistencias, así como los efectos del miedo sobre diversos grupos sociales. Esta interrogación articuló buena parte de la reflexión intelectual más temprana sobre el terrorismo de Estado y en los últimos años se ha plasmado –aunque con cierta dificultad- en la investigación empírica.24

Más allá del Estado como mero aparato represivo y del poder dictatorial como meramente destructivo, en los últimos años se han afirmado –en la historia reciente y más allá de ella- también los estudios que piensan el aparato estatal en su faceta productiva y como una articulación compleja de lógicas, agencias estatales y sujetos, pensando –para nuestro campo- la complejidad de las burocracias, los conflictos y las relaciones de poder que estructuraron la gestión estatal en todos los niveles de gobierno, desde el ya clásico estudio sobre las Juntas Militares de Paula Canelo, hasta los trabajos más actuales sobre distintas áreas de gobierno y gestión pública, secretarías, gobernaciones y municipalidades en distintos momentos del pasado reciente.25 Vinculado con ello, también se desarrolla una creciente línea que estudia intelectuales, ideólogos y funcionarios civiles en las diversas vertientes ideológicas, en general conservadoras, católicas y/o liberales, que confluyeron en los gobiernos del período (Morresi, 2010; Vicente, 2014; Rodríguez, 2011; Galván y Osuna, 2014).

Desde el punto de vista de la sociedad, se viene produciendo en los últimos años una complejización y dispersión de los actores estudiados, en general en tanto protagonistas primero de la movilización social y el desafío al orden de los años sesenta, y luego de la represión -sectores obreros, pobladores rurales, mujeres, grupos profesionales específicos- y en distintas geografías. En particular, se han multiplicado los estudios sobre la historia de los trabajadores y del movimiento obrero, transitándose desde una historiografía concentrada en las preguntas por la resistencia o la inmovilidad obrera en la dictadura a un cuadro que, sin abandonar esas preocupaciones, busca un abordaje más complejo y matizado de la experiencia obrera en el régimen militar y los años que lo precedieron (Basualdo, 2010; Lorenz, 2013; Dicósimo, 2006; Schneider, 2006).26 Pero también ha crecido notablemente el interés por una historia menos centrada en la política en su sentido clásico, y más interesada en la trama social y cultural del pasado reciente: así, los jóvenes como grupo social, la familia, diversas formas culturales de época –de la música al humor, la publicidad y la educación- conforman nuevos objetos de atención especializada (Cosse, 2010; Cosse, Felitti y Manzano, 2010; Felitti, 2012; Levín, 2013; Carassai, 2014; Manzano, 2014).

De manera bastante más reciente aún, la fecha del golpe de Estado como referencia semiautomática de una experiencia histórica sustancialmente distinta y aislable del conjunto temporal se ha relativizado, y ello ha permitido inscribir –aún de manera incipiente- al terrorismo de estado en procesos de más largo plazo. (Pittaluga, 2008; Franco, 2012). A su vez, esa mirada más contextual también ha dado lugar a una comprensión más compleja del fenómeno dictatorial que permite salir del relato tradicional construido en la posdictadura (Franco, 2012).

Las fisuras que se están produciendo en el relato canónico –en buena medida derivado de la lectura de dos enemigos enfrentados que se hizo dominante en los años ochenta- también están abriendo un interés renovado por los actores civiles partícipes, colaboradores y coautores del proyecto autoritario –empresarios, intelectuales, eclesiásticos, sindicalistas, miembros del poder judicial y medios de comunicación-, y, en particular, han permitido poner el acento en la dimensión económica del régimen militar. Desde luego, este dinamismo también recibe impulsos desde afuera del mundo académico y tiene fuertes raíces en la centralidad de la política de derechos humanos del kirchnerismo y en su relación con los conflictos políticos del presente. Vinculado con ello, también viene siendo estimulado por la ampliación de la agenda judicial de derechos humanos y las políticas de algunas agencias del estado en relación con la desclasificación de documentos, que han puesto de relieve la participación de empresarios en la apropiación de bienes, el enriquecimiento ilícito, la connivencia con las autoridades militares y/o la directa autoría de hechos criminales. A su vez, esa agenda está siendo retomada por trabajos periodísticos de investigación que han contribuido a instalar el problema de la "complicidad" civil y un nuevo paradigma interpretativo en torno a la "dictadura cívico-militar". (Basualdo, 2006; Verbitsky y Bohoslavsky, 2013; Bohoslavsky, 2015). Una vez más, la agenda política y judicial está dinamizando preocupaciones e intereses en el campo académico, aunque el fenómeno es aún muy incipiente, por lo que no contamos todavía con trabajos universitarios acabados. Retomaremos este punto más adelante.

Por último, en la última década, la expansión descripta en términos de la producción empírica fue acompañada de un esfuerzo relativo por reflexionar epistemológica y metodológicamente sobre las características, alcances y dificultades del campo. Así, algunas obras pensaron estas cuestiones en diálogo con otras culturas historiográficas y enfoques de las ciencias sociales.27

Perspectivas y vacancias (a modo de cierre)

Aunque puede sostenerse que los objetos de indagación se han ampliado y complejizado exponencialmente en la última década, las claves para pensar la historia argentina reciente en torno a la violencia política no se han modificado a un ritmo similar, a la par que se ha reforzado la centralidad que el par sociedad movilizada/Estado represivo adquirió en los últimos años.

En relación a nuestras periodizaciones, si el tema privilegiado de la historia reciente argentina resulta ser el terrorismo de estado, la ruptura temporal en torno al 24 de marzo de 1976 –propia de los relatos posdictatoriales- se ha matizado y se ha insertado el despliegue de la represión legal o ilegal del Estado y las formas de movilización social en procesos previos y de más larga data. Aún queda mucho por hacer en ese sentido y, sobre todo, falta avanzar temporalmente y pensar los procesos sociales y políticos abiertos a partir de la posdictadura como objetos no reservados sólo a otras disciplinas, sino pasibles de ser abordados por la historia en sentido estricto.28 También resulta preciso romper la ilusión de ruptura absoluta que la democratización de 1983 produjo en los relatos memoriales y académicos, como precondición para la reflexión sobre nuestras propias condiciones de producción como historiadores. En definitiva, se trata de insertar la dictadura en un continuum histórico en el cual, sin perder las marcas específicas que singularizan al período, la ruptura histórica no resulte el único organizador de preguntas y problemas.

En lo relativo a la problemática de las delimitaciones espaciales y las escalas de abordaje, si bien se han multiplicado los estudios en diversas ciudades y regiones del país, aun es necesario profundizar en una compresión capaz de poner en cuestión las afirmaciones nacionales basadas en constataciones "porteñocéntricas". De hecho, también los estudios locales deberían ayudarnos a pensar otras periodizaciones que dejan a la vista la necesidad de matizar el impacto real de los cortes institucionales en distintas dimensiones de la vida colectiva así como en las subjetividades de diversos actores.29 Como en otras áreas de nuestra historiografía, es preciso avanzar en la construcción de historias recientes en escalas transnacionales, internacionales y comparativas, capaces de integrarse en tramas más amplias y a la vez de dar cuenta de las especificidades argentinas sin naturalizarlas.

En lo que tiene que ver con las perspectivas de análisis, consideramos que cierto predominio de la historia política debería complementarse con los enfoques provistos por la historia social. Resultará muy útil e iluminador analizar desde esta perspectiva a muy diversos actores: iglesia, empresarios, trabajadores, actores rurales, sindicatos, entidades intermedias, vecinales, escuelas, clases medias y bajas, e incluso revisitar bajo esta óptica a las fuerzas armadas y a los actores vinculados a la represión.30

Aprovechando esa misma perspectiva, aún es necesario avanzar en una complejización de la mirada y los instrumentos analíticos para estudiar el problema de las actitudes sociales, que aún permanece centrada en las preocupaciones –un tanto esquematizadas- entre el "consenso" y, más recientemente, la "complicidad". Esta sofisticación de las miradas debe atender necesariamente a la gradación de las actitudes individuales y colectivas en relación a los regímenes dictatoriales, al carácter frecuentemente contradictorio de sus expresiones, y ser altamente sensible a las diferenciaciones clasistas, geográficas, temporales, étnicas, etarias y a los diferenciales de poder de los actores involucrados.

Otro de los ámbitos que requieren muchos más estudios es el de las agencias estatales. Es preciso multiplicar los estudios que den cuenta de sus cambios, pero también de la permanencia de las lógicas burocráticas y de las múltiples formas de interpenetración entre el Estado y la sociedad civil. Aunque hay trabajos que comienzan a hacerse en diversos ámbitos, conocemos aún poco de instituciones como las universidades, los Ministerios o las políticas públicas. Incluso en temas que parecen sobreexplotados como el de la represión, también se requiere salir de los lugares más transitados como el énfasis en lo clandestino y en la verticalidad del aparato concentracionario para atender más a las burocracias estatales, a las prácticas regulares que gobernaron diversas instancias y niveles represivos, a las continuidades de muy largo plazo sin las cuales los fenómenos dictatoriales se tornan ininteligibles.

Por otra parte, aunque existen trabajos de investigación académicos y periodísticos sobre la guerra de Malvinas y que abordan las memorias y los sentidos construidos por distintos actores de aquel conflicto, carecemos de una historia política y militar sistemática de esa contienda bélica, así como de otros eventos importantes, tales como el conflicto del Beagle (Lorenz, 2012; Rodríguez, 2014).

Por último, es preciso señalar que hay áreas casi completas de nuestro pasado reciente que continúan siendo poco exploradas. Por ejemplo, sabemos muy poco aún de la historia política y social de los gobiernos de Arturo Frondizi y Arturo Illia, mientras el "Onganiato" apenas está comenzando a ser explorado.

En otros términos, la historia reciente está en condiciones de descentrarse de los objetos iniciales que configuraron inicialmente su ámbito de desarrollo y avanzar más hacia otros espacios definidos de manera más amplia por un "régimen de historicidad" contemporáneo (Hartog, 2007). De manera aún más relevante: la Historia Reciente no sólo está en condiciones de superar sus propios límites temáticos de constitución, sino que debe avanzar en redefinir su relación con la politicidad de sus objetos. No se trata de desprenderse de esa politicidad y del compromiso ético que es inherente a la tarea intelectual –en particular sobre estos temas-, sino de ciertos encorsetamientos que imponen las actuales formas de pensar la historia reciente. Del pensamiento "políticamente correcto" a la agenda política actual del Estado argentino, pasando por la agenda democrática y humanitaria de la posdictadura, bajo la cual fue tomando forma la historia reciente como ámbito profesional del quehacer historiográfico, diversos marcos han dado forma a nuestros esquemas de interpretación y promovido u ocluido preguntas y orientaciones. El uso de nominaciones nativas como categorías analíticas sin una previa revisión crítica –tal como en el caso muchas veces abusivo del concepto de genocidio o el más reciente de "dictadura cívico-militar"– o las dificultades para poder abordar críticamente ciertos temas –como las responsabilidades de las organizaciones armadas o los conflictos y limitaciones del "movimiento por los derechos humanos"- forman parte, sin dudas, de estos no siempre percibidos condicionamientos.

Si en todas las áreas de la historiografía la reflexión sobre las propias condiciones de producción resulta de central importancia, para aquellos que tratan con los pasados que se resisten a pasar ésta resulta ineludible. De esta operación –siempre precaria, dada la tensión fundante de nuestras preguntas-, dependerá, en buena medida, la orientación de nuestras potencialidades creativas para explorar las últimas décadas de nuestra historia.

Notas:

1 Instituto de Altos Estudios Sociales, Universidad Nacional de San Martin / Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, Argentina. mfranco@unsam.edu.ar

2 Instituto de Desarrollo Humano, Universidad de General Sarmiento / Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, Argentina. dlvovich@ungs.edu.ar

3 Este artículo fue escrito y aprobado para su publicación en 2015, por lo que tanto el relevamiento cuantitativo como el bibliográfico abarcan hasta ese momento.

4 Organismo público extrapoderes, con funcionamiento autónomo y autárquico creado en el año 2000, depositario del Archivo de la Dirección de Inteligencia de la Provincia de Buenos Aires, que desde entonces se convirtió en uno de los más importantes repositorios para la investigación judicial, periodística y académica del pasado dictatorial

5 Fuente: Datos proporcionados por Patricia Funes, citados en Lorenz (en prensa).

6 Elaboración propia en base a programas y actas de las Jornadas.

7 Información provista por las autoridades de los citados posgrados de la UNLP.

8 Información provista por las autoridades del Doctorado.

9 Información provista por las autoridades del IDAES.

10 Información provista por las autoridades del posgrado UNGS-IDES.

11 La información se obtuvo de las actas del Consejo Directivo disponibles en internet.

12 Información proporcionada por las autoridades de dicha Facultad.

13 http://historiapolitica.com/biblioteca/, visualizada el 20 de marzo de 2015. Agradecemos a Alejandro Cattaruzza la sugerencia de considerar esta página como un indicador relevante.

14 Algunos ejemplos icónicos: Vázquez (1984); Seoane y Ruíz Núñez (1986); Seoane (1990); Uriarte (1991); Seoane y Muleiro (2001); Larraquy y Caballero (2003); Verbitsky (1995 y 2006).

15 Entre las excepciones encontramos los trabajos de historiadores profesionales con fuerte vinculación a la militancia político social, como Falcón (1996) y Pozzi (1988).

16 Por largo tiempo el único relato historiográfico que integraba el período dictatorial fue el de Luis Alberto Romero (1993); y para el período inmediato anterior Tulio Halperin Donghi, (1994). La incorporación del último medio siglo en las colecciones colectivas de historia argentina es más reciente: En el caso de la Nueva Historia Argentina dirigida por Juan Suriano, en 2003 se publicó el tomo IX -Daniel James (dir.) (2003), y en 2005 el tomo X -Juan Suriano (dir.) (2005).

17 Cfr. Lvovich y Bisquert (2008: 59 y ss.)

18 En ese sentido, los trabajos de Elizabeth Jelin, las investigaciones financiadas por el Social Science Research Council y la conformación del "Núcleo de estudios sobre memoria" en el IDES han resultado un espacio renovador en toda la región y desde su primer proyecto sobre memoria colectiva y represión entre 1999 y 2001. Cfr. Jelin, E. (2002) y la colección de libros "Memorias de la represión", publicada por Siglo XXI España.

19 Así, por ejemplo, una publicación no académica como la revista Lucha Armada en la Argentina, editada por antiguos militantes desde el 2005 hasta la actualidad, logró reunir y articular miradas profesionales y testimoniales con un extraordinario nivel de repercusión y ventas.

20 Entre las obras de referencia que preceden a la expansión del campo y que crearon agenda de investigación, puede citarse Calveiro (1998) y Vezzetti (2002). En cuanto al estudio de las organizaciones armadas, son trabajos pioneros: Gillespie (1998) y Pozzi (2001). Más recientemente: Lanusse (2005) y Carnovale (2011). Sobre el aparato represivo, véase: Águila (2008). Sobre los organismos de derechos humanos: Filc (1997); Da Silva Catela (2001); Alonso (2011); Tahir (2015).

21 Véase el trabajo pionero de Tortti (1999: 205-34), y sus más recientes (2009 y 2014).

22 Por ejemplo, Brennan y Gordillo (2008); Oberti (2014).

23 Siguiendo el orden de los temas enunciados, véase Longoni (2007); Garaño y Pertot (2007); D’Antonio (2011); Yankelevich (2004); Jensen (2007); Franco (2008).; Izaguirre, et al. (2009); Eidelman (2010); Servetto (2010); Franco (2012); Águila y Alonso (2013).

24 Entre las indagaciones clásicas sobre el tema véase los trabajos ya citados de Corradi (1982-83); Calveiro (1998) y Vezzetti (2005). Empíricamente, Aguila (2008); Franco (2012); Lvovich (2009); Kahan (2014).

25 Canelo (2008), y sus diversos trabajos sobre ministerios y municipalidades; Rodríguez (2012). También los trabajos del equipo de antropología jurídica de la UBA, por ejemplo, Sarrabayrouse (2011); Villalta (2012).

26 Asimismo, dada la gran cantidad de trabajos en esta área, remitimos para un estudio detallado a Victoria Basualdo, "La clase trabajadora durante la última dictadura militar argentina (1976-1983): apuntes para una discusión sobre la resistencia obrera", Dossier No 13 de la colección "Memoria en las aulas", Comisión Provincial por la Memoria, en: http://www.comisionporlamemoria.org/investigacionyensenanza/dossiers/con%20issn/dossier14versionfinal.pdf, s/f.

27 Desde diversos lugares de enunciación, véase: Schwartzein (,1991); Da Silva Catela y Jelin (2002); Carnovale, Lorenz y Pittaluga (2006); Oberti y Pittaluga (2006); Franco y Levín (2007); Pittaluga (2010).

28 El período de la posdictadura fue abordado desde luego por la ciencia política abocada a la "transitología" y otros trabajos ya clásicos preocupados por la cuestión de derechos humanos y/o las memorias, por ejemplo, Acuña et al (1995); Crenzel (2008); Feld (2002); Galante (2014), Pucciarelli (2011).

29 Así ha quedado claramente expuesto en los casos de la provincia de Jujuy analizados por Ludmila Da Silva Catela (2010).

30 En relación con las Fuerzas Armadas hay un conjunto valioso de trabajos desde una clave más política, entre otros: López (1987 y 1994); Canelo (2006); Sain (2010); Mazzei (2012); Badaró,(2009); Salvi (2012).

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