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Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana Dr. Emilio Ravignani

versión impresa ISSN 0524-9767versión On-line ISSN 1850-2563

Bol. Inst. Hist. Argent. Am. Dr. Emilio Ravignani  no.48 Buenos Aires jun. 2018

 

Notas y Debates

La historia de la desigualdad en el largo plazo, entre la política y el mercado.

A propósito de Peter Lindert and Jeffrey Williamson (2016). Unequal gains. American growth and inequality since 1700, Princeton University Press: New Jersey.1

Jorge Gelman2

Artículo recibido: 08 de febrero de 2017

Aprobación final: 25 de abril de 2017

La historia de la desigualdad en el largo plazo, entre la política y el mercado.

A propósito de Peter Lindert and Jeffrey Williamson, Unequal gains. American growth and inequality since 1700, Princeton University Press, New Jersey, 2016.

Resumen

Este artículo analiza las contribuciones de un libro de reciente aparición a la rica historiografía sobre la desigualdad en los Estados Unidos en el largo plazo. Asimismo, contrasta esos aportes con los debates más generales sobre la temática y su potencial utilidad para el análisis del caso argentino.

Palabras Clave: Desigualdad ; Historia Económica ; Estados Unidos ; América Latina

Inequality in a long-run historical perspective: between politics and market

Some remarks concerning Peter Lindert and Jeffrey Williamson, Unequal gains. American growth and inequality since 1700, Princeton University Press, New Jersey, 2016.

Abstract

This article analyzes a recent book on long-run inequality in the United States, and its theoretical and practical contributions to that discussion. Besides, these contributions are assessed with broader debates on the topic, and is stressed their potential utility for the Argentine case.

Key Words: Inequality ; Economic History ; United States of America ; Latin America

La desigualdad tiene una larga historia, y al menos desde el neolítico parece haber signado a la humanidad, aunque su evolución no ha ido siempre en el mismo sentido ni ha cambiado con igual intensidad en los distintos momentos y lugares. También su análisis tiene una historia, claro que bastante más breve que su objeto de estudio, y al menos desde Karl Marx se ha ubicado en el corazón de las preocupaciones de analistas diversos. Menos suerte ha tenido el tema entre los historiadores, aunque desde mediados del siglo XX, gracias a economistas o a historiadores económicos como Simon Kuznets, ha conocido un desarrollo que ha sido especialmente importante para algunos pocos países del orbe.

Ese es el caso de los Estados Unidos de Norteamérica, del que ya se ocupara en su momento el Premio Nobel de Economía recién evocado, que registra una producción muy importante referida a la historia de la desigualdad y sobre el cual acaba de aparecer un nuevo libro notable por su ambición, por la riqueza de la información que pone en evidencia y por la sofisticación de los métodos que utiliza, lo que proporciona algunas novedades considerables en el conocimiento del tema. El otro punto a destacar de este nuevo libro es la profundidad de su mirada histórica, que abarca desde los tiempos coloniales para llegar hasta el más acuciante presente. Nos pareció entonces que valía la pena hacer una revisión detenida del libro, no sólo por lo que podemos aprender sobre el caso estudiado, sino también por la utilidad que puede tener para estimular el estudio y la reflexión sobre nuestra propia historia de desigualdad.

La obra que vamos a reseñar ha sido escrita por dos de los mayores especialistas en la historia de la desigualdad en el largo plazo a nivel internacional, y sin duda los mayores conocedores de esa historia para los Estados Unidos de Norteamérica. Tanto a título individual como en coautoría han escrito decenas de libros y artículos sobre diversas cuestiones relativas a la historia económica norteamericana, la historia de la globalización, de la desigualdad, entre muchos otros temas, que se han convertido en varios casos en clásicos a los que necesariamente hay que referirse cuando se aborda uno de esos tópicos para cualquier lugar del mundo. Porque, además, uno de los puntos fuertes de esos trabajos es su carácter explícitamente comparativo, elemento clave para poner en perspectiva cada uno de los casos analizados y para encontrar explicaciones sólidas a los fenómenos observados.3

En este sentido, al libro bajo escrutinio se lo podría considerar como la continuación o superación de otro también escrito a cuatro manos por los mismos autores, el clásico American Inequality, publicado en 1980 -casi cuatro décadas antes-, en muchos aspectos aún vigente y sumamente aleccionador para todo aquel que pretenda incursionar en temas históricos de desigualdad (Williamson & Lindert, 1980). Esa obra, quizás más que la que estamos analizando, marcó un punto de inflexión en los estudios sobre la desigualdad al proveer de lecturas historiográficas muy ricas y densas relativas a la temática, y a la vez al discutir y proponer metodologías novedosas y serias sobre estos problemas. Claro está que esos años transcurridos le han permitido a los autores avanzar decididamente sobre variados aspectos sobre los que antes apenas podían adelantar hipótesis, y que gracias al trabajo intenso hecho en estas décadas por ellos mismos -y por muchos otros autores cuyos resultados recogen en este libro- logran ahora construir una historia muy sólida de la desigualdad de los Estados Unidos durante más de 300 años. Al respecto, vale destacar que pese a que el título anuncia como punto de partida del análisis el año 1700, el marco temporal analizado es un tanto más extenso, ya que se retrotrae a mediados del siglo XVII.

De esta manera, en un abordaje que analiza unos 360 años de la historia del crecimiento económico y la desigualdad en ese país, los autores dividen la obra en 10 capítulos, en los cuales tratan, además del debate introductorio y las conclusiones, las diferentes etapas que a su criterio caracterizaron los principales movimientos de la economía norteamericana en sus vaivenes, tanto en lo referente al crecimiento como a la desigualdad, que son los dos ejes de la obra.

Esas etapas comienzan en el período colonial, caracterizado por un crecimiento económico de tipo extensivo, es decir que siendo importante el mismo acompaña el ya vigoroso incremento demográfico, pero apenas permite un muy lento incremento del ingreso per cápita. De todos modos, y pese a esta circunstancia, los autores llegan a una conclusión muy fuerte, que contradice aseveraciones tomadas por ciertas en la literatura internacional y puestas a circular con gran éxito por Angus Maddison en el mundo académico4: según sus nuevos cálculos ya antes de la revolución de independencia los ingresos per cápita norteamericanos eran superiores a los de su metrópolis inglesa y al de otros lugares de Europa para los cuales se han realizado mediciones.

Asimismo, los autores van más allá al destacar que Estados Unidos mantuvo casi ininterrumpidamente ese liderazgo desde entonces, con tres breves interrupciones: los años de la revolución de independencia; los que acompañaron y siguieron a la cruentísima guerra civil de mediados del XIX; y luego de la crisis del 30’, que si bien afectó a muchas partes del mundo, lo hizo más fuertemente en Estados Unidos, al menos en relación a Gran Bretaña y Europa en general.

Es decir que el liderazgo de los Estados Unidos en este indicador no es una novedad del siglo XX, tal como sostenía Maddison y es usualmente aceptado en los manuales de historia económica internacional, sino que habría comenzado mucho antes. Esto no quiere decir que esta economía fuese más grande con respecto a sus pares europeos, sino que contaba con un ingreso por habitante más alto. Así, en contraposición a lo indicado por Maddison de que hacia 1700 la relación del ingreso per cápita USA/GB era 0,83 (o sea que el primero tenía en promedio un 83% del segundo), para Lindert & Williamson era radicalmente distinto y a favor del norteamericano con una relación de nada menos que 1,66!

Incluso llegan a algunas conclusiones sorprendentes y que seguramente generarán dudas y debate en algunos lectores: el nivel de vida de los esclavos norteamericanos también era mejor que el de los pobres libres ingleses. Y si esto era así para los esclavos, mucho más lo era para el norteamericano promedio: como lo señalan en el capítulo tres, este último "comía mejor, era más alto y vivía más que el inglés promedio" (Lindert & Williamson, 2016: 43). Una de las razones que autoriza a los autores llegar a estas conclusiones, además de contar con un soporte empírico más sólido, es la utilización de métodos nuevos para calcular los ingresos, en especial el denominado ‘método Allen’ (por Robert Allen, el historiador económico que lo diseñó y puso de moda en los últimos años) -sobre lo que volveremos luego-, y que a juicio de Lindert & Williamson –con los que también coincidimos en ese sentido- permite hacer comparaciones internacionales e inter-temporales con parámetros más realistas.5

En todo caso ese período colonial, de muy lento crecimiento económico en términos per cápita, fue a la vez el de una sociedad caracterizada por niveles de desigualdad muy bajos en términos comparativos. Se trata de una historia bastante conocida, pero a la cual se pueden poner ahora cifras más precisas y matizadas regionalmente. Aún a pesar del sur esclavista, que en esta época era más rico y a la vez bastante más desigual que el norte, los niveles de desigualdad norteamericana eran bajos en términos relativos. Así, el GINI que logran calcular para 1774 -el año más intensamente trabajado por la literatura anterior y por estos autores- era de 0,441, bastante por debajo de los coeficientes calculados para Inglaterra, que estaba entre 0,522 a 0,593 o el de Holanda, aún más elevado por entonces.6 A su vez, presentan otra medición que refuerza la hipótesis del carácter igualitario norteamericano en el período colonial: según sus cálculos, el porcentaje del ingreso total retenido por el 1% más rico (indicador puesto de moda por el muy difundido trabajo de Thomas Piketty) alcanzaba al 8,5% por esos años, mientras que -para tener un dato comparativo- en la actualidad alcanza a cerca del 20% del total en el mismo país. Buena parte de la explicación de esos relativamente bajos niveles de desigualdad durante el siglo XVIII es conocida: la expansión de la frontera norteamericana hacia el oeste y las formas bastante abiertas de acceso a la tierra favorecieron una baja de la desigualdad en esas regiones, que compensaban la inequidad creciente en las zonas costeras y más urbanas del este, especialmente en el sur rico y esclavista.

Una nueva etapa se abriría con la revolución de independencia que, como adelantáramos, traería un primer gran impacto en el crecimiento económico estadounidense. Sobre este punto, los autores calculan que entre 1774 y 1800 el ingreso per cápita cayó cerca de un 20% (Lindert & Williamson, 2016: 84). La Independencia fue el primero de los tres episodios que generaron la momentánea pérdida del predominio en el ingreso per cápita norteamericano y seguramente también debió de haber afectado la distribución de la riqueza. Aunque no resulta fácil de medir por la debilidad de la información en esos años convulsionados, es probable que haya habido alguna mejora en la distribución de la riqueza y el ingreso, por la destrucción patrimonial que conllevan las guerras –y que normalmente afectan a los patrimonios más ricos-, y porque se aplicaron algunos cambios en las políticas fiscales que tendieron a reconocer las diferencias entre unos y otros. Un ejemplo fue el primer impuesto directo destinado a financiar la guerra, en ese momento con Francia, votado en el Congreso en 1798.

Otra cuestión digna de ser destacada como una novedad en este libro es el señalamiento de que ya durante estos años empezaría a producirse un movimiento de ‘reversal of fortune’ regional en detrimento del sur y a favor del norte, que obviamente se consolidaría en los años siguientes y sobre todo con la guerra civil. Pero según estos autores, ello ya venía avanzando a pasos raudos entre 1774 y 1840 (Lindert & Williamson, 2016: 94).

El cambio de siglo cerraría esta etapa constitutiva del país independiente, hasta entonces caracterizada por un crecimiento extensivo y altos niveles de equidad relativos y daría paso a una situación totalmente distinta que atravesaría el siglo XIX y terminaría en los albores de la Primera Guerra Mundial. Durante este largo período Estados Unidos experimentaría uno de los ciclos de crecimiento económico más potente, pero al mismo tiempo entre 1800 y 1860 atravesaría un muy enérgico aumento de la desigualdad. Esa primera etapa es casi un ejemplo del movimiento en la distribución del ingreso a la "Kuznets"; es decir, la asociación de un fuerte crecimiento económico moderno con una desigualdad en aumento. De hecho, este período de la economía norteamericana fue uno de los casos que el Premio Nobel utilizó para ilustrar su modelo, junto con el de la Inglaterra de la revolución industrial. No obstante, las explicaciones ofrecidas por Lindert y Williamson para analizar esta etapa son más amplias, acordes a la mayor abundancia de información disponible y a los largos debates que el modelo de Kuznets suscitara hasta el momento.

Las cifras del incremento de la desigualdad norteamericana durante este lapso de fuerte crecimiento económico son contundentes y, según nos explican los autores, fue el período en que más creció la inequidad en este país, al punto tal de llevarlo a niveles equiparables a otros países desarrollados, que hasta entonces eran mucho más desiguales. En este sentido, los cálculos realizados en base al coeficiente de Gini son elocuentes: mientras en 1774 estaba en 0,441, como señalamos antes, para 1860 había llegado a 0,529. Al mismo tiempo, se daba otro fenómeno interesante sobre la desigualdad: crecía en todas partes y en distintos niveles, es decir que no sólo se concentraba en los percentiles más altos. Las razones de este fenómeno, ancladas en ese ciclo de crecimiento económico, parecen haber sido varias. En primer lugar, puede haberse aminorado el efecto igualador de la frontera que, pese a su continua expansión, no evitó una cierta convergencia regional en la desigualdad. Es decir que la frontera, aunque seguía siendo menos desigual que las zonas más ricas del este, ya no era como antes... En segundo, un fenómeno análogo: el Norte, tradicionalmente más igualitario que el sur, estaba dejando de serlo.

Otro elemento general que observan en todo el territorio es una creciente concentración de la riqueza y de los ingresos derivados de ella: entre los extremos del período considerado el 10% más rico pasó de reunir el 48,8% al 72,7% de esos ingresos. En cuarto lugar, la urbanización crecía a pasos acelerados y con ello la desigualdad que caracterizaba a las ciudades (vale destacar que hacia 1860 el GINI rural era de 0,480 y el urbano alcanzaba a 0,585). A ello se añade un proceso de crecimiento de la distancia entre los ingresos de los trabajadores urbanos y los rurales, pero a la vez crecía en general la brecha entre los trabajadores calificados y los no-calificados (fenómeno denominado skill-premium). A esto último ayudaron al menos dos fenómenos: por un lado, una necesidad creciente de skills debido al desarrollo tecnológico y al aumento en la demanda también de trabajadores de cuello blanco; y por otro, el incremento sostenido de la mano de obra no calificada sobre todo por la fuerte inmigración europea de la época. En esta etapa de progresiva globalización la incorporación de trabajadores por la inmigración favoreció a la vez un crecimiento relativo del precio de la tierra en detrimento del trabajo. Este aspecto –y quizás este único- fue similar al movimiento de precios relativo que encontramos algunas pocas décadas después en Buenos Aires7 y en ambos casos fueron opuestos a lo que sucedía simultáneamente en varios lugares de Europa, donde la salida de esos mismos migrantes tenía un efecto descompresor de la desigualdad. Un factor adicional que empujó la desigualdad norteamericana hacia arriba fue la creciente distancia entre la población libre y los esclavos, cuyos ingresos quedaron estancados mientras crecían bastante los de los libres. Y, last but not least, los autores señalan al ya considerable desarrollo financiero de la época como un factor importante en la creciente desigualdad urbana y general, por las importantes ganancias del sector y los elevados ingresos de sus empleados más calificados.

En resumen, Lindert y Williamson muestran una ‘tormenta perfecta’ en esos primeros sesenta años del siglo XIX, en la que se combinan numerosos factores que hicieron que el potente crecimiento económico del período haya estado acompañado también de un muy significativo incremento de la desigualdad. Pero, al igual que el período colonial, esta etapa llegaría a su fin con una contingencia bélica, el estallido de la Guerra Civil, que conmovería muchos de estos factores, al tiempo que terminaría con el estatus ignominioso de los afroamericanos esclavizados.

Como es sabido esta guerra fue una de las más cruentas del siglo XIX, sin duda la más letal en el territorio norteamericano, y produjo también una fuerte caída en su economía. Obviamente la región que más sufrió en este sentido fue el Sur, cuyo ingreso cayó un 26% entre 1860 y 1870. El Norte, por su parte, sufrió mucho menos, aunque en promedio la economía a nivel nacional cayó un 6% en estos años.

Más allá de los estragos y cambios económicos, sociales y políticos causados por la Guerra, los autores señalan que se produjo también la mayor redistribución de riqueza en la historia del país. Veamos algunos datos: la liberación de los esclavos transfirió recursos desde la población libre hacia ellos; y, si bien sus ingresos siguieron por mucho tiempo (incluso hasta la actualidad) siendo inferiores al de los blancos, el impacto de este cambio fue significativo, en particular en el Sur. Un pequeño ejemplo de este fenómeno es el siguiente: si en 1860 el 59% de los ricos norteamericanos en el top 1% eran del sur, en 1870 éstos eran sólo el 18%. Obviamente, esta mudanza no se debió sólo a que éstos se empobrecieran relativamente, sino también a que hubo nueva creación de riqueza en regiones mucho más dinámicas y menos afectadas por esta guerra.

De todos modos transferencia de riqueza no es igual a mejora en la desigualdad: estas fuerzas recién señaladas con efecto igualador se compensaron con otras en sentido contrario. Especialmente la creciente suba de la desigualdad en el norte del país, que hizo que en suma el GINI general se mantuviera cercano al 0,51, no muy diferente del que había alcanzado al inicio de la guerra.

Una vez pasado este momento dramático, las cosas retomaron el camino de crecimiento iniciado hacia 1800 por lo menos hasta la Primera Guerra Mundial. Sin embargo este crecimiento no tuvo los mismos efectos en la desigualdad, sobre todo debido a lo que los autores llaman ‘fuerzas contendientes’. Así, si bien durante este período continuaban varios de los factores que promovieron la creciente desigualdad de los primeros 60 años del siglo, sin embargo hubo otros que la limitaron. Uno de ellos curiosamente tiene que ver con el final de la expansión fronteriza. Si bien, como dijimos, la frontera en expansión había funcionado por un lado como una válvula de escape a la presión desigualadora de las zonas de vieja colonización y a la vez esas nuevas regiones tenían en general niveles de desigualdad más moderados, los autores nos explican que su final tuvo el efecto paradójico de tender a equilibrar los ingresos de las distintas regiones del país (a la vez que se terminaban las super rentas de la zona californiana) y esa creciente convergencia interregional, nos dicen, frenaba algo de la desigualdad general. Parece razonable esta aseveración ya que la desigualdad general en un país o región se compone tanto de la que se produce entre las personas y grupos, como entre las distintas regiones. Por otro lado, los negros libres comenzaban a mejorar sus ingresos relativos, aunque en un movimiento extremadamente lento que sólo se aceleró hacia mediados del siglo XX con la lucha por los derechos civiles y que, pese a ello, aún hoy alcanzan ingresos promedio que son apenas un 70% del de los blancos (pág. 183).

El movimiento más notable que encuentran los autores en esta etapa sobre la desigualdad no es tanto en la distribución general, observada por ejemplo mediante el coeficiente de GINI, que se mantuvo bastante estable, como en cambios al interior del 10% más rico a favor de los super ricos: si el top 1% pasó del 9,8% en 1870 al 18% del ingreso total en 1913, no fue a costa de todo la población, sino de los ingresos de quienes integraban el 10% más rico. Durante estos años, los mismos pasaron del 39,3% al 40,6% del total del ingreso en 1910; es decir que su parte del total apenas creció. En cambio aumentó significativamente, como vimos, la parte que retenía el 1% más rico entre ellos, que pasó de quedarse con la cuarta parte de lo que recibía ese grupo privilegiado a alcanzar casi la mitad del total.

Hacia 1910-15 comienza una etapa bien distinta que, sin dejar de lado el crecimiento económico, va a producir, según los autores, el mayor movimiento de nivelación de los ingresos -o de disminución de la desigualdad- de la historia norteamericana. Este fenómeno, que los autores denominan "La Gran Nivelación" (The Great Leveling), tuvo lugar entre 1910 y 1970.

Durante ese período hubo un importante enriquecimiento del país, que benefició mucho más a los sectores medios y bajos de la población que a los más ricos. El dato que mejor ilustra este punto es que si el incremento del ingreso entre ambos extremos de esta etapa fue del 180%, el del 1% más rico creció apenas un 21,5%, mientras que el del restante 99% de la población lo hizo un 214,3% (Lindert & Williamson, 2016: 194). Para poner otro ejemplo numérico: si hacia 1910 el 1% más rico recibía el 18% del ingreso nacional (tal como mencionamos arriba), en 1970 su participación había vuelto a niveles similares a los de inicios del siglo XIX, con un 8 a 9% del total. Algo parecido sucedía con muchos de los países industriales de Europa, aunque éstos venían cayendo desde picos aún más altos y desde antes (por ejemplo el 1% más rico de Inglaterra alcanzaba el 30% del ingreso en 1870, para llegar a cerca del 20% en 1910 y al 8-9% en 1970).8 Sin embargo, según nos explican, la desigualdad no sólo bajó en Estados Unidos entre ese 1% más rico y el resto, sino que se redujo en casi todos los niveles.

¿Cuáles fueron entonces las razones que llevaron a esta mejora importante en la desigualdad norteamericana? Hubo razones que llaman ‘naturales’ (que tienen que ver con factores de mercado, tecnológicos, etc.) y otras claramente políticas en este movimiento igualador. A la vez algunas razones son comunes a los países industriales de la época y otras específicas a Estados Unidos.

Por un lado, coinciden con elementos señalados recientemente por Piketty en el segundo sentido: las guerras y la gran crisis de 1930 tuvieron efectos niveladores, ya que si afectaron a todos los sectores de la población, desde el punto de vista de la riqueza y el ingreso tuvieron un efecto más pesado sobre las elites, en quienes recayeron muchos nuevos impuestos para sostener el esfuerzo de guerra y cuyos capitales fueron fuertemente afectados/destruidos en esas coyunturas. Esto es algo que ya había acontecido durante la Guerra Civil. Pero además, y esto es un tema clásico que también recordaba el autor francés, la salida de estas coyunturas promovió la aplicación de políticas fiscales, tanto por el lado de los ingresos como de los gastos, fuertemente redistributivas en todo el mundo occidental, incluyendo claro está a los Estados Unidos. En un mismo sentido jugaron todas las reglamentaciones y restricciones al movimiento financiero (especialmente luego del crack de 1929-30), sector que habían señalado antes como un factor que promovía la desigualdad.

No obstante, Lindert y Williamson añaden una larga lista de factores que, sin desmentir el peso de los recién señalados, contribuyeron también a convertir esta etapa de la economía norteamericana en ese ‘gran nivelador’. Un elemento que parece haber sido significativo es la reducción de las desigualdades entre los asalariados. Y en ello se conjugaron diversos factores: por un lado el desarrollo industrial y la innovación tecnológica no parecen haber empujado tanto la demanda de skills en esta etapa, pero además y sobre todo hubo una muy fuerte expansión del sistema educativo que produjo una oferta de trabajadores calificados (el promedio de años de escolarización de adultos pasó de 8,23 en 1930 a 11,29 en 1970). Ello se sumó a una fuerte reducción de la inmigración –todavía particularmente europea- (su peso en la fuerza de trabajo bajó desde un 21% en 1915 al 5,4% en 1970) y de la oferta de trabajo no calificado, lo que redujo notablemente el skill premium. Con todo, dos déficits que indican en el tema durante estos años son que la equidad de género no parece haber mejorado, así como continuó muy lento el progreso de los ingresos relativos de la población negra, que recién empezó a registrar mejoras más significativas luego de los años 1860.

Sea como fuere, con los datos que los autores aportan no caben dudas de que se trató de un largo período en el que la desigualdad general se moderó mucho en los Estados Unidos. Las causas fueron variadas, desde las vinculadas al movimiento de la economía, la tecnología y la demografía, como a los fuertes shocks que significaron las guerras y la gran crisis y las políticas redistributivas tomadas por los gobiernos en consecuencia y a las que en parte se vieron empujados por los poderosos movimientos sindicales de esa parte del siglo. Aunque no lo señalan, no hay que olvidar que una porción de esas políticas también tienen que ver con el fantasma de la revolución y con el desarrollo de la guerra fría.

Por lo demás, un elemento que plantean es que el freno a la globalización por los acontecimientos dramáticos de esta etapa, también debe haber actuado como un moderador de la desigualdad interna. Esto es así, destacan los autores, porque al limitar la importación de bienes mano de obra intensivos de otras regiones y la salida de manufacturas capital intensivas desde los Estados Unidos, ello contribuyó a elevar los ingresos relativos de la mano de obra poco calificada local, bajando el peso relativo de los ingresos de los más calificados. Se trata de argumentos que vale la pena retener, porque de manera más brutal se los ha escuchado intensamente en la reciente campaña presidencial norteamericana, y no sólo de parte del candidato triunfante. Así el discurso xenófobo del ganador parece haber encontrado un receptor bien predispuesto a escucharlo, que consideraba que los inmigrantes -ahora latinoamericanos- los dejaban sin trabajo o hacían bajar sus salarios menos calificados.

Finalmente, el libro aborda el período más reciente de la historia económica del país, el que se inicia hacia 1970 y todavía no concluye, caracterizado por movimientos diversos en su crecimiento y sobre todo por un muy persistente y fuerte incremento de la desigualdad. Aquí de nuevo se conjugaron tanto factores de mercado como numerosas políticas públicas que, al contrario que en la etapa previa, promovieron esa creciente desigualdad en casi toda la escala. Apenas si aparecen unas pocas luces al considerar mejoras visibles en la equidad de género, tanto por los resultados de las luchas feministas como por factores de mercado y de desarrollo tecnológico que favorecieron la participación femenina en trabajos más calificados y de responsabilidad, como en la convergencia regional, sobre todo por el mayor crecimiento de las economías sureñas. Pero la situación de la población negra casi no mejoró en esta etapa, sino más bien siguió el mismo camino del empeoramiento general de la desigualdad.

De nuevo, el desarrollo tecnológico ahorrador de trabajo no calificado muy acelerado ayudó a incrementar los ingresos desiguales y las políticas comerciales de apertura promovieron la importación de bienes mano de obra intensivos, bajando más los salarios de los no calificados y subiendo los calificados. Ello se vio acentuado también por la creciente incorporación de mano de obra no calificada inmigrante, que llevó los guarismos de su peso en el total de la oferta laboral a niveles similares a los de 1900: si eran el 5,4% del total laboral en 1970, alcanzaron al 15% en 2005 (Lindert & Williamson, 2016: 227).

De manera que se conjugan diversos factores que empujaron la desigualdad hacia arriba, pero los autores señalan que si bien algunos de ellos no eran fáciles de evitar y se los puede observar actuando en varios países del mundo -especialmente los más desarrollados-, sin embargo esa desigualdad creció mucho más brutalmente allí. Esto es así porque se aplicaron iniciativas que la favorecieron, desarmando las políticas fiscales redistributivas, frenando el desarrollo educativo, abriendo más el mercado y liberalizando casi totalmente al sector financiero, como lo hicieron con bastante perseverancia Inglaterra y los Estados Unidos desde los gobiernos de Thatcher y de Reagan.

El libro termina en su capítulo décimo proponiendo algunas "Lecciones históricas para el futuro" sobre el crecimiento y la desigualdad. En este sentido destacan el peso de la política sobre los movimientos de la desigualdad y ponen de relieve un argumento que ellos y otros varios autores habían ya señalado con fuerza anteriormente: no hay incompatibilidad (trade-off) entre crecimiento y equidad. Más bien al contrario, señalan en concordancia con otros autores que es posible que una mayor equidad favorezca los procesos de crecimiento. Y esto más allá de cualquier consideración ética -que estos autores se abstienen de proponer en todo el libro-, probablemente sabiendo el poco efecto que esos argumentos puedan tener sobre los gobiernos. Y concluyen también con tres propuestas para mejorar la equidad sin afectar el crecimiento: mejorar la educación, implementar impuestos importantes a la herencia para frenar la desigualdad entre generaciones, y aplicar controles y regular al sector financiero que identificaron como un factor importante en la generación de desigualdad. Sin duda se trata de ‘consejos’ más bien moderados, limitados9 y sin embargo, ¡cuán lejos están de querer o poder ser adoptados por los gobiernos a los que se dirigen, empezando por el de su propio país!

En síntesis estamos ante un gran libro sobre un tema de central importancia en la vida de la sociedad norteamericana y del planeta todo. En él hallamos una gran cantidad de información nueva acerca del desempeño de la economía norteamericana y particularmente sobre la evolución de la desigualdad. También encontramos allí la aplicación de métodos novedosos y que han dado resultados relevantes para evaluar esos temas. En ese sentido, como señalamos, la aplicación al caso del ‘método Allen’ u otros similares ha probado ser auspicioso. Esa metodología, cuyo contenido no podemos explicar aquí en detalle, está permitiendo comparar de manera más segura los ingresos y el nivel de vida de diversas poblaciones del mundo en distintos momentos, al poner en relación los ingresos de cada lugar con unas canastas de subsistencia construidas ad-hoc en cada sitio con los bienes básicos más accesibles en ese lugar. Esto cambia otros métodos usados corrientemente, ya que considera los bienes efectivamente consumidos en cada lugar y sus precios, más allá de que sean o no bienes transables, cuyos precios son los usualmente usados para considerar la tasa de cambio entre monedas10, y reemplazando también a la extrapolación que se usa en muchos trabajos que toman la estructura de precios internacional conocida para fines del siglo XX llevándola hacia atrás.11 Como señalan los autores, ello fue decisivo en este caso para medir -al alza- los ingresos coloniales norteamericanos por ejemplo, al considerar el tipo específico de dieta en esa sociedad, muy distinta a la de Inglaterra y mucho más barata para aportar las mismas calorías. Este método no deja de tener varios problemas difíciles de resolver, especialmente para las sociedades más alejadas en el tiempo, para las que carecemos de datos seguros sobre la composición de las familias (que es la unidad de consumo e ingreso que se considera), el trabajo que aportaba cada uno de sus miembros, la parte de los ingresos que se obtenían por fuera de los salarios y a través de actividades de auto-consumo que en el pasado fueron muy significativas, etc.12 Sin embargo para este caso, como para muchos otros, este método está permitiendo obtener resultados que parecen muchos más seguros y creíbles que los usados previamente. Inclusive en América Latina se han producido ya algunos avances interesantes, aunque el camino por recorrer es todavía demasiado largo.13

Obviamente hay otras cuestiones en este libro que se pueden discutir o problemas que no están resueltos. Se podría señalar un ‘exceso de estilización’ de los procesos económicos analizados, ya que desaparecen muchas cuestiones, procesos y matices regionales y temporales que sin duda han afectado tanto el desempeño económico como la desigualdad en distintos momentos y lugares del país. Sin embargo, no parece razonable hacer esta objeción cuando se abordan más de tres siglos de historia en un libro que apenas tiene algo más de 300 páginas. Pero algunas cuestiones merecen mayor discusión. Varias los hemos ido señalando a lo largo del texto. Eso se hace especialmente importante cuanto más atrás vamos en el tiempo y la cantidad y calidad de la información disponible se torna menor y más débil. Ello llevó necesariamente a los autores a utilizar la información útil con métodos que aplican una serie de supuestos, que hacen más frágiles esos resultados. Así por ejemplo, un avance para medir la desigualdad en estas sociedades sin estadísticas de ingresos personales o familiares ha sido la construcción de lo que se llama las ‘tablas sociales’, que permiten, con una cierta cantidad de información disponible, distribuir a la población en varios segmentos para los que se puede aplicar una determinada cantidad de ingresos y así luego calcular la desigualdad total. Obviamente este método no deja de presentar problemas e incluye una serie de supuestos discutibles (y no verificables). Si se compara este trabajo con el clásico de Alice Hanson Jones para 1774, escrito unas cuatro décadas antes, no caben dudas de que el avance es notable. Esta autora utilizó como fuente para su estudio menos de un millar de inventarios post-mortem para las distintas colonias, y aplicando una serie de procedimientos buscó convertir esa pequeña muestra en algo representativo de la riqueza de los norteamericanos de la época.14 Con ello llegó a resultados que parecían razonables sobre la distribución de la riqueza (que es la información que aparece en esos inventarios y no sobre los ingresos), pero para decir algo sobre los ingresos de las personas y su distribución tuvo que realizar, como ella misma lo dijo, "asunciones heroicas" y así alcanzar resultados mucho más discutibles.15

La metodología utilizada en el libro que aquí comentamos significa desde ya un avance notable en relación a esa aproximación, pero no deja de presentar flancos débiles al tener que aceptar un conjunto amplio de supuestos para poder completar la información que las fuentes no otorgan. Así por ejemplo la cantidad de familias, el tamaño de las mismas, los ingresos derivados del capital (para el cual se utilizan las tasas de interés), la proporción de ingresos de autoconsumo y de salarios, la cantidad de días trabajados al año, y un largo etcétera. Problemas que, hay que decirlo también, los autores no ocultan sino que explican con detalle y ofrecen toda la información de que dispusieron para cada cuestión y las decisiones que tuvieron que tomar/asumir para llegar a esos resultados. Entre ellas no es la menor, y también lo señalan, que en cada uno de los segmentos en que dividieron a la población de esos años consideran para ellos unos ingresos ‘promedio’, es decir que se anula así la inevitable diversidad de ingresos que tiene que haber habido dentro de los mismos. De todos modos, a este lector no le caben dudas de que el tratamiento de este tema en la presente obra significa un avance importante en el conocimiento de una cuestión sobre la que difícilmente se llegue a tener certeza dada las características de la información disponible. Y ello es así porque los supuestos que utilizan están apoyados en mucho trabajo y bastante información aportada por estos y por muchos otros autores, verdaderas legiones de investigadores que han dedicado y siguen dedicando trabajosas horas, meses, años, a desentrañar estos problemas con infatigable voluntad. De manera que esos supuestos, que los hay en abundancia en toda esa primera parte del libro, son lo que podemos llamar "supuestos informados o educados" ("educated guesses") y aceptarlos por buenos, al menos hasta que nueva información y mejores métodos permitan ponerlos en cuestión y superarlos. En este caso no parece fácil suponer que esto ocurra pronto.

Otro tema de interés para nuestro caso es el tratamiento que hacen sobre la cuestión de la frontera y su incidencia en la desigualdad. Hay quizás una visión poco matizada, sobre todo para el período colonial y la primera parte del XIX, en que un cierto tono "Turneriano" nos muestra una frontera casi universalmente más igualitaria que las zonas de antigua colonización en el este. Existe una copiosa historiografía crítica sobre ese legado interpretativo de Frederick Jackson Turner que ha mostrado cómo muchas veces esa frontera se acompañó de desigualdad, super-explotación, esclavitud, sin contar obviamente con la expoliación inicial a los grupos indígenas desplazados o aniquilados.16 Los ejemplos rioplatenses pueden venir a cuento, ya que se ha podido observar que la frontera en sí no define el patrón de distribución (mejor o peor) sino que ello depende mucho de distintos factores, en especial las formas utilizadas para la distribución de los recursos, sobre todo la tierra.17 De todos modos es verdad que si hay algo característico de una situación de frontera es que la relación entre la tierra y el trabajo se da a favor del último por su escasez relativa. Ello debe haber favorecido una mejora al menos en los ingresos de los trabajadores, salvo que se desarrollaran sistemas coactivos de trabajo que los redujeran artificialmente.18 Ello parece claro en la comparación en los sistemas de colonización al norte y al sur de los Estados Unidos, el primero con fuerte presencia de granjeros y con una baja desigualdad relativa, el segundo con un sistema esclavista extremadamente desigual.

En todo caso, y para concluir este análisis, trabajando sobre estos temas para el caso argentino la lectura de este libro nos ha producido una gran envidia. Diríamos una envidia ‘saludable’ en la medida que también supone un nuevo estímulo a seguir dedicándole esfuerzos al tema, al observar el enorme trabajo hecho y las mejores posibilidades que tenemos para entender estos temas centrales de nuestra historia y de la humanidad toda. ¡Pero cuánto nos falta para siquiera acercarnos a ellos!

Esperemos que en algunos años podamos ser más optimistas al hacer esta comparación. Los problemas de crecimiento que tiene nuestro país y sobre todo la tremenda desigualdad que sufren las mayorías, nos imponen el desafío de estudiar estos temas con el mayor empeño.

Notas:

1 Agradezco los comentarios y sugerencias de Julio Djenderedjian y Juan Luis Martirén a este texto.

2 Instituto de Historia Argentina y Americana "Dr. Emilio Ravignani", Universidad de Buenos Aires/Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet), Argentina. Correo electrónico: jorgegelman@gmail.com

3 Apenas dos ejemplos de referencia obligada: Williamson (2011); Lindert (2003). Cabe destacar que la obra de Williamson de 2011 también cuenta con edición en español, realizada por editorial Crítica, Barcelona, 2012.

4 Por ejemplo en Maddison (2001)

5 Por ejemplo Allen (2001); Allen, Murphy & Schneider (2015).

6 La cifra norteamericana resulta al considerar a todos los hogares como poseedores de ingresos, inclusive a los de los esclavos. Si se toma sólo a los hogares de los ‘libres’, el GINI obviamente desciende un poco hasta 0,409. Lindert & Williamson (2016: 37).

7 Ver al respecto Gelman & Santilli (2015).

8 En el caso argentino, un estudio reciente sobre esos ‘top income’ durante el siglo XX pone de relieve que hacia 1970 el porcentaje del ingreso retenido por el 1% más rico era similar a los recién mencionados, de alrededor del 7-8% del total, aunque el movimiento de descenso recién se iniciaría hacia mediados de los años 1940, siendo que hasta entonces había crecido hasta alcanzar hacia 1942-43 más del 25% del ingreso total. La caída posterior en este indicador no se dio sólo durante el peronismo, sino que con algunos vaivenes se siguió profundizando hasta los inicios de los años 1970, cuando a partir de entonces la curva se revertiría. Alvaredo (2010: 253-298).

9 Nada dicen de la necesidad de otros cambios en las políticas fiscales, o sobre los temas de salud, tan importantes y tan desigualmente distribuidos en ese país, por mencionar apenas dos cuestionas bastante obvias.

10 Usados como parámetro para considerar el poder de compra de cada moneda en lo que se denomina PPA (Paridad de Poder Adquisitivo) o PPP en sus siglas inglesas (Purchasing Power Parity).

11 Lo que se denomina los "dólares Geary-Khamis 1990", que son usados en muchos trabajos de historia económica, entre ellos los de Maddison antes citados.

12 Un debate sobre los problemas y ventajas del método Allen, entre varios, fue publicado en Revista de Historia Económica Journal of Iberian and Latin American Economic History, 33 (1), 2015. Para el caso argentino se pueden ver los textos compilados por Daniel Santilli en Folia Histórica del Nordeste, núm. 26, 2016, Resistencia-Chaco.

13Algunos buenos ejemplos son Challú & Gomez Galvarriato (2015); Llorca-Jaña, y Navarrete-Montalvo (2015). También hemos hecho un primer trabajo aplicando este método para Buenos Aires durante la primera mitad del siglo XIX, Gelman y Santilli (en prensa).

14 Jones (1970; 1980). El mismo método fue usado con provecho en el trabajo pionero sobre desigualdad en el Río de la Plata entre los siglos XVIII y XIX por Johnson (1998) para Buenos Aires y por Frank (2004) para Río de Janeiro.

15 "...we can make a rough transition from the private wealth per capita to an estimate of private income per capita by another heroic assumption" (Jones, 1970: 129).

16 Un balance realizado hace algunos años en Argentina sobre esa literatura e incorporando el caso latinoamericano en Ratto (2001).

17 Así por ejemplo un caso con un patrón de distribución de la tierra bastante equilibrado en la frontera de la provincia de Buenos Aires, es el del partido de Azul, analizado en detalle en Lanteri (2011). Pero en partidos muy cercanos había patrones de distribución muy distintos. Un panorama completo sobre la distribución de riqueza en los partidos rurales de la provincia para 1839 en Gelman & Santilli (2006).

18 En este sentido es muy sugerente el modelo desarrollado por Domar (1970).

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