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Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana Dr. Emilio Ravignani

versão impressa ISSN 0524-9767versão On-line ISSN 1850-2563

Bol. Inst. Hist. Argent. Am. Dr. Emilio Ravignani  no.51 Buenos Aires dez. 2019

 

HOMENAJES

Ezequiel Gallo (1934-2018). Un maestro de la historia

Por Fernando Rocchi1

Universidad Torcuato Di Tella, Argentina.

Ezequiel Gallo (1934-2018) fue profesor en la Universidad de Essex y en la Torcuato di Tella, e investigador en el Instituto (luego Universidad) Torcuato Di Tella, donde también fue luego profesor emérito. Doctor en Historia Moderna por la Universidad de Oxford, realizó su tesis sobre las colonias agrícolas santafesinas, renovando por completo su historia económica y social. Entre sus libros más destacados figuran La pampa gringa (1983); Farmers in Revolt. The Revolution of 1893 in the Province of Santa Fe, Argentina (1976); y, en colaboración, La Argentina del ochenta al Centenario (1980); La formación de la Argentina moderna (1967); y La república conservadora (1972).

Ezequiel Gallo fue un gran historiador; aunque siempre decía que lo que más le importaba era ser recordado como maestro. Hace más de diez años escribí una semblanza de Ezequiel que creo totalmente vigente: "En la Argentina no escasean los buenos historiadores, aunque el número se reduce dramáticamente si consideramos cuántos de ellos han tenido discípulos. Menos, muchos menos, han logrado que esos discípulos usen en su trabajo cotidiano las enseñanzas de quien los ha guiado y se han convertido en maestros, como ha sido el caso de Ezequiel Gallo. Los que tuvimos la fortuna de contar con su guía tan rigurosa como desprendida conocimos lo que realmente significa esa palabra. Con él aprendimos que la consulta en los archivos era la práctica más sana para salir del diletantismo de hipótesis peligrosamente deductivas. Con él perdimos la ingenuidad de esos hallazgos livianamente originales sobre la historia argentina que el enfoque comparado con el resto del mundo convertía en conductas casi inherentes a la especie humana. Con él aplicamos el implacable cedazo de la lógica argumentativa para conjugar el trabajo empírico con la interpretación. Y con él descubrimos que la pasión por la historia debía reflejarse en un lenguaje cuidado y trabajado, que los lectores encontraran atractivo".

Aquellos que lo conocimos, aprendimos cuatro cosas del Ezequiel Gallo historiador que marcaron nuestra propia vida como historiadores. La primera fue la generosidad, a la que veía en un doble aspecto. En primer lugar, implicaba el reconocimiento a los historiadores que habían escrito antes y a los cuales era necesario destacar. Esto no hacía más, decía Ezequiel, que intentar ser profesional en lo académico y actuar de buena fe en lo personal. En segundo lugar, tal reconocimiento se extendía a los que se iniciaban en la profesión y estaban comenzando con sus investigaciones. A algunos de ellos era necesario dedicarles mucho tiempo, mucha energía y hasta apoyo psicológico cuando flaqueaban. Con algunos de ellos, establecía una relación profunda y se convirtieron en discípulos; Ezequiel Gallo no concebía la profesión histórica sin discípulos.

La segunda enseñanza de Ezequiel Gallo fue evitar la candidez, sorpresa y pretendida originalidad en una investigación histórica que el exceso de entusiasmo motivado por la búsqueda de la novedad nos lleva a veces a sentir. Esto no solo se lograba en la lectura de lo que ya había sido publicado sobre ese tema (una práctica que es parte inseparable de la tarea del investigador), sino en el análisis de contextos comparativos. Era necesario, decía Ezequiel, estudiar un proceso o un acontecimiento en relación con la historia de otras sociedades, de otras economías, de otras culturas. El enfoque comparativo incluía, también, un viaje en el tiempo de doble vuelta. Por un lado, llevaba a analizar lo que había ocurrido antes de lo que estábamos investigando, algo que nos quitaba muchas veces la ingenuidad de pensar que estábamos escribiendo sobre una experiencia fundacional. Por otro lado, nos decía que era necesario estudiar lo que ocurría después, para evaluar la relevancia temporal de aquello que habíamos estudiado.

La confrontación de ideas que Ezequiel promovía se desarrollaba en un ambiente de discusión y debate que evitaba el vedetismo. Era enemigo de la provocación académica gratuita -el término que los franceses habían llamado épater le bourgeois- como actividad deportiva. Esta actitud, que generalmente tiene más efectos negativos que positivos, decía, puede llevar a los cinco minutos de fama de quien la ejerce, aunque aporta poco al avance del conocimiento, que es lo que buscamos. Esta conducta, que podía ser tolerable y hasta simpática en un joven de veinte o treinta años, resultaba patética en alguien de más de cincuenta: podía terminar pareciéndose a la decadencia de los últimos años de Truman Capote, llenos de chispa, ocurrencia, escándalo y provocación francamente penosa.

La tercera enseñanza era justamente lo opuesto de la candidez y la sorpresa, lo que terminamos por llamar la visión evangélica de la historia. Así como hay predicadores evangélicos que, ante cualquier avance del conocimiento remiten-si lo aprueban-a que no es una novedad, sino que estaba escrito en la Biblia, había historiadores que reaccionaban ante el entusiasmo de una nueva interpretación de la historia con desgano diciendo que Fulano o Zutano ya lo había dicho. Esta idea, solo muy parcialmente cierta (siempre hay alguien que en una oración o párrafo de un artículo ha dicho algo que se asimila), podía ser un fuerte impedimento al avance del conocimiento. Era como decir que la teoría de la relatividad de Einstein y el principio de incertidumbre de Heisenberg no eran novedosos porque ya Heráclito había dicho que no nos bañamos dos veces en el mismo río. Nos enseñó que la idea de un "libro definitivo", un concepto muy popular en el mundo académico de los Estados Unidos, era una franca contradicción con el avance del conocimiento que había inaugurado la revolución científica en el siglo XVII. Y a pensar que siempre se puede hacer algo nuevo. Pocas veces he visto a alguien más entusiasmado con una novedad historiográfica como a Ezequiel Gallo. Y eso fue contagioso.

La cuarta enseñanza que nos dejó Ezequiel fue el trabajo sobre la narrativa. Siempre decía que había que tener empatía (y hasta compasión) por el lector: esforzarse por escribir bien, darle a algún otro colega (o no colega) el texto para que viera cómo podía mejorarse, trabajar para corregirlo. Recordaba una escena memorable de La Abadía de Northangern de Jane Austen sobre cuán aburrida puede ser la historia. Catherine les confiesa a sus acompañantes en una salida campestre que no puede leer la "historia, verdadera historia solemne", de peleas de papas y reyes, con guerras o pestilencias, pues no entendía por qué era tan aburrida si seguramente gran parte de ello debía ser una invención. El cuidado del estilo, algo que llevaba más transpiración que inspiración y requería de tiempo, era una de sus obsesiones.

Aprendimos mucho de Ezequiel Gallo. Y lo quisimos mucho. En la vida generalmente se cosecha lo que se siembra. Por eso su muerte nos dejó un vacío tan grande.

Notas:

1 Universidad Torcuato Di Tella, Argentina.

2 Rocchi, F. (2007). Una pasión inquebrantable por la historia: Ezequiel Gallo y la historiografía argentina. Revista de Instituciones, Ideas y Mercados, núm. 46, pp. 13-33.

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