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Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana Dr. Emilio Ravignani

versão impressa ISSN 0524-9767versão On-line ISSN 1850-2563

Bol. Inst. Hist. Argent. Am. Dr. Emilio Ravignani  no.51 Buenos Aires dez. 2019

 

NOTAS Y DEBATES

Reensamblar la política de los primeros peronistas (1945-1955)

Mariana Garzón Rogé1

Instituto de Historia Argentina y Americana "Dr. Emilio Ravignani"-UBA/Conicet, Argentina. Correo electrónico: mariana.garzon.roge@gmail.com

Artículo recibido: 30 de enero de 2019

Aprobación final: 20 de mayo de 2019

De enigma a paradoja. Reensamblar la política de los primeros peronistas (1945-1955)

Resumen

Este ensayo propone visualizar una red de aportes y debates sobre la historia de la política de los primeros peronistas, entre 1945 y 1955. Recorre una parte de la producción, incorporando escritos sobre 1) las experiencias del "interior" del país, 2) la vida partidaria y organizativa, y 3) el activismo sindical. En un primer momento, el texto reflexiona sobre el lugar que tuvieron los peronistas como actores de la política en los estudios "clásicos" del área. En un segundo momento, aborda los aportes que se realizaron desde la "historia política", ocupados en relativizar el énfasis en las determinaciones estructurales que signaron la formación del peronismo atribuyéndole una mayor autonomía a lo político. En un tercer momento, recupera el lugar que ha tenido la política en algunos de los últimos desarrollos de historia sindical y asociativa del período. La última parte del ensayo despliega el argumento central según el cual la dimensión política del peronismo ha dejado de ser imaginada como un "enigma" para ser concebida como un objeto paradojal, signado por la contradicción. Esta concepción, se plantea, es efecto de supuestos teóricos que las descripciones situadas podrían estar requiriendo revisar.

Palabras clave: Primer peronismo ; Política ; Historiografía.

From enigma to paradox. Reassembling the politics of the first Peronists (1945-1955)

Abstract

This essay proposes to visualize a network of contributions and debates of the last years on the politics of the first Peronists, between 1945 and 1955. It covers part of the academic production, incorporating writings on 1) the experiences of the "interior" of the country; 2) the party and organizational life; and 3) union activism. At first, the text reflects on the place that the Peronists had as actors of politics in the "classic" studies of the area. In a second moment, it approaches the contributions that were made from the "political history", occupied in relativizing the emphasis on the structural determinations that signaled the formation of Peronism, attributing greater autonomy to the political. In a third moment, it recovers the place that politics has had in some of the latest developments in trade union and associative history of the period. The last part of the essay displays the central argument according to which the political dimension of peronism has stopped being imagined as an "enigma" to be conceived as a paradoxical object, marked by contradiction. This conception, it is stated, is the effect of theoretical assumptions that the situated descriptions would be requiring to review

Key words: First Peronism ; Politics ; Historiography.

Las investigaciones sobre el primer peronismo no han dejado de expandirse desde 1955. A pesar de ciertas hipótesis sobre su normalización en la historiografía, todos los años aparecen nuevos libros, tesis, temas, archivos e interpretaciones.2 En el curso de esa expansión, ha habido lecturas de conjunto sobre diversas áreas de la bibliografía (entre otras, Plotkin, 1991; Torre, 2002; Macor y Tcach, 2003a; Rein, 2009; Acha y Quiroga, 2012a; James, 2013). Esos ejercicios permiten calibrar ubicaciones, detectar tendencias y debatir sobre las fronteras de nuestras inquietudes. Son, además, instancias de reflexividad para evaluar las herramientas que están en uso a la hora de investigar los años peronistas.

Este ensayo recupera, en ese ánimo, algunos de los caminos que tomó la investigación dedicada, específicamente, a la política de los peronistas durante la primera década. No se trata de un estado de la cuestión, sino de una invitación a visualizar una red de aportes y debates que están vivos en relación a ese tema y, a partir de allí, atender a los modos de concebir y registrar la política. El recorte de la bibliografía incorpora escritos sobre 1) las experiencias peronistas del "interior" del país, 2) la vida partidaria y las organizaciones políticas que se posicionaron como peronistas, y 3) el activismo sindical peronista. No se ocupa de otras aristas que, en clave de "historia política", también podrían haber sido incluidas. Una propuesta más abarcativa hubiera implicado reducir el espacio para transitar algunos de los argumentos y premisas por los que me interesa incursionar. Miradas sobre el asociacionismo, las políticas culturales, las políticas estatales, las trayectorias militantes y las segundas líneas, los marcos normativos del funcionamiento político, las formas de la etnicidad y las racializaciones, las políticas del sentimiento, la imaginación popular, las experiencias de consumo, hábitat, turismo, deportes, entre muchas otras, hubieran sido algunas entradas igualmente válidas.

En un primer momento, este texto reflexiona sobre el lugar que tuvieron los peronistas como actores de la política en los estudios que hoy se consideran "clásicos" del área. En un segundo momento, aborda los aportes que se realizaron desde la "historia política" ocupados en descentrar el análisis de la clave sociológica que ponía énfasis en las determinaciones estructurales que signaron la formación del peronismo -así como también del foco en la región metropolitana del país- para prestar una atención específica a lo político de la experiencia peronista. En un tercer momento, el escrito recupera el lugar que ha tenido la política de los trabajadores peronistas en algunos de los últimos desarrollos de historia sindical y asociativa del período.

La última parte reúne los argumentos que fueron perfilándose en el curso de las secciones anteriores en vistas a desplegar el argumento central y algunas derivas que desde allí se abren como posibilidades. Sostengo que la dimensión política del peronismo ha dejado de ser imaginada como un "enigma" que debía ser desentrañado para ser concebida como un objeto paradojal, como un fenómeno que tiene dos rostros contradictorios, sobre los cuales sería necesario definir proporciones. Esta concepción es efecto de supuestos teóricos que las descripciones situadas de más reciente factura podrían estar invitando a revisar.

El lugar de la política de los peronistas en algunos trabajos "clásicos"

Los debates iniciales sobre la adhesión que despertó el peronismo se focalizaron en sus causas. Se centraron en el proceso de industrialización sustitutiva de importaciones de los años 1930, bajo el supuesto de que el quiebre de 1945 encontraba su explicación en los cambios operados en la morfología social. Gino Germani apuntó que masas anómicas que habían migrado del campo a la ciudad habían encontrado en Juan Domingo Perón a un líder capaz de facilitar su integración a la Argentina moderna. Esos trabajadores "nuevos", los migrantes, que se suponía sin tradición de acción colectiva autónoma, eran quienes habían nutrido las filas del naciente movimiento (Germani, 1962). Los investigadores que retomaron estas ideas, para discutirlas, dieron por válido el enfoque concentrado en las causas, en el porqué de esa adhesión. Invirtieron la respuesta, prestando atención a otros actores: quienes habían sumado su apoyo al peronismo no habían sido masas en disponibilidad, sino el movimiento obrero organizado, fortalecido durante la década precedente al calor de los cambios sociales y del contacto con el Estado. Su apoyo había sido, entonces, parte de una estrategia en vistas a concretar reivindicaciones que eran anteriores ala emergencia del peronismo, a través de una alianza policlasista (Murmis y Portantiero, 1971; Little, 1979; Del Campo, 1983). El énfasis en la actuación de las dirigencias obreras anteriores, implicaba reforzar una asimilación entre comportamientos y grupos sociales que estaba presente en la mirada de G. Germani: esas dirigencias eran menos permeables a la atracción de las promesas peronistas, más autónomas, a diferencia de aquellos trabajadores recién llegados a la ciudad, imaginados como objeto dilecto de una seducción demagógica.

Este enfoque, decidido a determinar qué actores sociales habían tenido mayor peso en los orígenes del peronismo, naturalizó una forma de organizar la mirada sobre el fenómeno, centrada en el misterio del lazo que unía al líder con sus seguidores (¿por qué se hicieron peronistas?). Ese problema no nació en el laboratorio de algún sociólogo, fue parte de la lengua nativa de algunos de los primeros testigos del peronismo, especialmente de aquellos que participaron de las filas opositoras a él. Las dudas sobre la autodeterminación de quienes manifestaron su adhesión al coronel sonriente estuvieron presentes en el discurso público casi desde el mismo momento en el que algo como el peronismo vio la luz. Baste recordar aquellas preguntas retóricas, citadas por el historiador Daniel James, que el diario La Vanguardia proponía en sus columnas a pocos días del 17 de octubre en 1945: "¿Qué obrero argentino actúa en una manifestación en demanda de sus derechos como lo haría en un desfile de carnaval?"(James, 1987: 455). Más allá de las distancias entre el discurso académico y ciertos discursos sociales de época, las sospechas de manipulación, inmadurez, falta de consciencia, irracionalidad o clientelismo nutrieron dentro y fuera de la historiografía una misma galaxia de sentidos relativos a la ilegitimidad del populismo para existir como forma política de plena entidad. Esas sospechas fueron, además, supuestos rara vez cuestionados por quienes pugnaron por contradecir aquellas acusaciones de heteronomía optando por las nociones de estrategia o racionalidad. Al explicar el sentido del apoyo a Perón en función de su condición social (nuevos = heteronomía / viejos = autonomía) la pregunta por los modos en los cuales esos actores construyeron y validaron públicamente su adhesión al peronismo era obturada por la lógica del interés (material o psicológico).

Lo político adquirió una importancia capital en trabajos que intervinieron en aquel debate centrado en una explicación estructural del peronismo. Fue Juan Carlos Torre quien enfatizó la participación de la vieja guardia sindical en la coyuntura especial de 1945. Una serie de acontecimientos fue central en su interpretación para comprender el rumbo decisivo que tomaría la incorporación de las masas a la Argentina moderna. Oportunidades del momento habrían sido cruciales en la tracción de la historia en marcha, posibilitando la irrupción del peronismo. Al mismo tiempo, también fue J. C. Torre quien confirió a ciertos episodios clave en la relación entre movimiento obrero y primer peronismo el estatus de pruebas de que la pregunta por la política era menos interesante. Por un lado, la rápida disolución forzada del Partido Laborista que acompañó a la candidatura de Perón en las elecciones de 1946y, por otro, la renuncia del secretario general de la Confederación General de los Trabajadores en 1947. Ambos acontecimientos fueron vistos como signos del apagamiento de los términos excepcionales en los cuales el contrato entre Perón y el movimiento obrero se había establecido en octubre de 1945 (Torre, 1990, 1995).

La historia breve del activismo peronista había sido una "primavera de los pueblos", para evocar una bella imagen propuesta por Moira Mackinnon (1996). La clave para comprenderla había sido el "sobredimensionamiento" del lugar de los trabajadores en la vida política que se produjo en la coyuntura especial del fin de la Segunda Guerra Mundial (Torre, 1989). La idea de "sobredimensión" establecía una grilla evaluativa, confiaba en la existencia de un contrapunto más comedido que debería haber tenido la acción obrera en los inicios del peronismo, si la coyuntura no se hubiera precipitado tal como lo hizo (Torre, 2006). Después de ese momento de desmesura, la medida real del movimiento obrero en la política argentina se habría recuperado, obligando a los trabajadores a reubicar sus expectativas en el concierto peronista. Luego, el proceso histórico habría demostrado en cuánto aquel horizonte de expectativas, tramado por los laboristas al calor de la consigna "Braden o Perón", se había eclipsado de manera inevitable (Little, 1973). Que el dirigente del gremio de la carne Cipriano Reyes hubiera pasado de ser un paladín obrero de renombre nacional a aburrirse tras las rejas del "régimen" fue, en ese marco explicativo, menos un misterio que una muestra del error de cálculo de la reivindicada vieja guardia sindical.

Además de una alusión específica a la relación entre grupos sociales e intereses, entre cultura y voto, en las reflexiones sobre la composición social del primer peronismo hubo también una llave para comprender el supuesto salto que habría dado la historia argentina con la "irrupción" del peronismo en el marco de un proceso más extenso de integración de masas.3 La crónica que Félix Luna le había dedicado al devenir vertiginoso de los acontecimientos de 1945 era un componente nutricio para la interpretación según la cual los orígenes del peronismo fueron un momento de aceleración del tiempo histórico (Luna, 1971). Esa temporalidad tenía una función narrativa: explicó la conflictividad y las fricciones sociales que surgieron a lo largo de la década (Torre, 2002; Milanesio, 2010). 4

Estas propuestas analíticas se tramaron en el lenguaje de lo político, advirtiendo las rupturas y continuidades con procesos sociales o narrando paso a paso el devenir tumultuoso de los acontecimientos que tuvieron como corolario la victoria de Perón en 1946. Sostuvieron, sin embargo, un lugar menguado para la política de los peronistas, en femenino, para la política tal como la hicieron quienes se involucraron en la gestación de esa experiencia.5Un ejemplo de ello son los tres tomos de Perón y su tiempo de F. Luna publicados en los años 1980, en donde una declarada falta de interés por objetos como el Partido Peronista convivía con muchas páginas en las que imágenes y anécdotas buscaban retratar los avatares de la politiquería en las provincias y los enrevesados conflictos sublunares que poblaron las periferias de las agencias estatales en esos años(Luna, 1984, 1986, 1985). Oportunismo y cálculo eran características atribuidas a los actores que habitaban esas aventuras, poco significativas en términos de su impacto en la configuración de la experiencia peronista, pensadas más bien como efecto de dinámicas de poder que residían en otro lugar. Tulio Halperin Donghi retrataba a los políticos del peronismo en La democracia de masas como "cazurros" "llegados del radicalismo o del conservadorismo" que habían creído "que podrían participar de manera decisiva en la orientación del nuevo movimiento" (Halperin Donghi, 2000: 64). 6

En un andarivel diferente se desplegó otro acercamiento que, vinculado a los cuestionamientos que el posestructuralismo estaba realizando a los paradigmas deterministas, indagaba en la importancia de las ideologías, los discursos y las matrices significantes en vistas a fabricar la impactante hegemonía del peronismo (Laclau, 1978; De Ípola, 1979; Ciria, 1983; Sigal e Verón, 1986; Plotkin, 1993). A pesar de la atracción de esa propuesta, el estudio de los discursos, de la construcción de consensos y de la dimensión identitaria del peronismo no sobrepasó el plano de la producción de los discursos estatales y de las cúpulas peronistas. Esas iniciativas repararon en la necesidad de estudiar las instancias de circulación y recepción de los mensajes, pero no hubo un impulso en las investigaciones posteriores para avanzar en ese sentido. La gran excepción fue el libro, que quizás merece todavía una discusión en profundidad, sobre Doña María de D. James (2004). Este texto radicalizó un abordaje en la clave del paradigma de la sospecha, develando sustratos culturales que podrían haberse hojaldrado tras la lengua de una trabajadora peronista de la comunidad de Berisso.7 La dimensión política de la vida de María Roldán, para el historiador, tenía que ver más con un cautivante proceso de subjetivación que con el rastreo de las prácticas competentes de alguien que operaba en situaciones problemáticas de modo plural.

Enfoques de historia política: el peronismo en el "interior" y las experiencias partidarias

Las propuestas interpretativas que hemos evocado extendían sus alcances a la región metropolitana y a los ámbitos de jurisdicción nacional. Si las claves explicativas que estaban en discusión atribuían una importancia central a los cambios sociales, económicos y demográficos de una Argentina que, en los años 1940, hizo cuña en el fenómeno peronista para incorporar a las masas a la modernidad, ¿cómo comprender que el mismo fenómeno también hubiera tenido lugar en contextos en los que esos cambios no habían sido significativos, en los que los actores sociales no se parecían mucho a aquellas figuras de la "vieja guardia sindical"? La potencialidad de una exploración de los casos del "interior" del país parecía enorme para gestar nuevas hipótesis y poner en tensión las claves interpretativas vigentes.

Ignacio Llorente elaboró una tesis complementaria para comprender la variedad ideológica, social y cultural del peronismo en el "interior" (Llorente, 1977). Sin disrupciones con los trabajos producidos en clave sociológica, el autor apuntó que las explicaciones sobre los orígenes del peronismo eran válidas para las áreas modernizadas de la Argentina, en las que la polarización clasista había sido pronunciada y el componente obrero había sido decisivo. En cambio, en las provincias "amplios segmentos se hallaban insertados en una matriz de tipo tradicional" y el movimiento peronista había tenido características policlasistas en "la convergencia entre el nuevo Partido Laborista y el viejo Partido Conservador" (Llorente, 1977: 86-87). La publicación del libro de César Tcach sobre la relación entre Sabattinismo y Peronismo en Córdoba constituyó la verificación más acabada de esa tesis que proponía una "matriz conservadora" para el peronismo en el "interior" del país. Decía el historiador:

La tibieza de fe del peronismo en la fórmula organizativa "partido" no fue solo el producto de las ideas militares de Perón, tampoco el resultado exclusivo de su dominio carismático, menos aún el fruto de un modus operandi que encontró en los interventores su expresión más elocuente. La fuerza y la viabilidad de estas variables tuvo mucho que ver con datos previos: la carencia de tradiciones partidarias democráticas y el conservadurismo cultural de las élites conversas, que percibían a los partidos como facciones desintegradoras de la esencial unidad orgánica de la nación. El lugar privilegiado de este punto de vista, inspirado en el nacionalismo católico, permite relativizar las interpretaciones que identifican la ideología del naciente movimiento peronista con una mixtura de vetas preponderantemente forjistas, sindicalistas y socialcristianas (Tcach, 1991: 270).

El carácter anti statu quo, presente en la formación del peronismo metropolitano, había sido evaporado, en la provincia mediterránea, por el origen católico y conservador de una parte sustancial de los actores que se volcaron a ese movimiento sin por ello poner en cuestión sus valores anteriores. Esto explicaba que mientras en el Congreso de la Nación los diputados peronistas exaltaban a la Revolución Francesa, en la legislatura cordobesa pudieran declararse, sin contradicción, solidarios con Luis XVI (Tcach, 1991: 271).

La publicación en el año 2003 de La invención del peronismo en el interior del país editada por C. Tcach y por Darío Macor -historiador que se había consagrado a una lectura de los orígenes del peronismo santafesino también como combinación de tradiciones ideológicas potenciadas por la ausencia del "sobredimensionamiento" del lugar de los trabajadores en la vida local (Macor e Iglesias, 1997: 20)- cimentó una línea de abordajes que estaba en marcha y que sería muy fértil, dedicada al estudio de los peronismos en el "interior" (Kindgard, 2001; Macor y Tcach, 2003b; Prol, 2001; Rafart y Masés, 2003). 8 Una abundante producción académica sobre los lugares (localidades, ciudades y territorios) pobló el camino de este gran proyecto, beneficiado por mejores condiciones académicas de producción científica, dedicado a complejizar la historia del primer peronismo a partir del examen de sus variedades, matices y especificidades(Bona y Vilaboa, 2007; Martinez, 2008; Michel, 2008; Aelo, 2010; Solís Carnicer, 2010; Healey, 2011; Gutiérrez y Rubinstein, 2012; Prol, 2012; Salomón, 2012; Kindgard, 2013; Macor y Tcach, 2013a; Vargas, 2013; Camaño, 2014; Garzón Rogé, 2014; Solís Carnicer y Camaño, 2014; Alonso, 2015; Marcilese, 2015; Vezzosi, 2017).

Un año antes de la publicación del libro de D. Macor y C. Tcach había salido a la luz Los años formativos del Partido Peronista, de M. Mackinnon, texto que se convertiría en un hito para el estudio del Partido Peronista como objeto de investigación de pleno derecho (Mackinnon, 2002). Hasta el momento de esa publicación, se había dicho que el Partido Peronista era una "cáscara vacía" que nadie podría estudiar porque simplemente no había existido (Little, 1973; Luna, 1984). Como ha señalado Nicolás Quiroga(2012: 87), tanto el libro de M. Mackinnon como el trabajo de Carolina Barry(2009)9 sobre la organización de la mujeres peronistas que se publicó después, se tramaron sobre la armadura teórica provista por la idea de "modelo de partido" del politólogo italiano Ángelo Panebianco (1990). La tensión entre dos polos en la propuesta de M. Mackinnon, uno "democrático" y otro "carismático", por momentos yuxtapuestos con "sindicalistas" y "políticos", fue central para explicar el pasaje de un formato organizativo movilizado y reverberante de los primeros años a una estructura más disciplinada y vertical luego de 1951.

La importancia del partido no convenció, sin embargo, a quienes continuaron sosteniendo una convicción en la "tibieza de fe" del peronismo en esa forma organizativa.10A pesar de los datos que los estudios sobre el "interior" fueron relevando en términos de conflictividad interna y de oposición a la implantación de la verticalidad, los editores de La invención del peronismo en el interior del país prefirieron enfatizar lo que el Partido Peronista no había sido. La vida partidaria no podía limitarse a ganar, comentaban, la elección de una unidad básica. Estos prismas analíticos subrayaron la existencia de prácticas reñidas con la buena política, no las describieron como asuntos normales en los que la perspectiva de los actores podría haber hecho alguna diferencia.

A pesar de los desacuerdos en torno a la importancia de la organización partidaria entre Los años formativos del Partido Peronista y la introducción de La invención del peronismo en el interior del país (titulada "El enigma peronista"), ambos trabajos fueron ineludibles para (y a veces se maridaron en) las bibliografías sobre los estudios también llamados "extracéntricos", sobre el peronismo femenino o la organización territorial de las unidades básicas (Mackinnon, 2003; Aelo, 2004; Barry, 2004; Quiroga, 2004; Correa y Quintana, 2005; Panella, 2005; Aelo y Quiroga, 2006; Quiroga, 2008; Barry, 2009; Prol, 2009; Aelo, 2010; Quiroga, 2010; Marcilese, 2011; Garzón Rogé, 2012a; Prol, 2012; Rubinstein, 2012; Barry, 2013; Tcach y Philp, 2013; Melón Pirro y Quiroga, 2014; Aelo, 2016). 11 Como ha sido señalado en un texto que recorre en detalle esta bibliografía y los problemas relativos al estudio de la "vida partidaria", fue gracias a la propuesta de M. Mackinnon que el "tiempo de la política" se alejó "de la mera fricción confusa, desordenada y patética, o se distanciaba de lo que, en otras versiones, no era más que el voluminoso archivo de las consecuencias del conflicto social"(Quiroga, 2012: 86).

Las discusiones se entablaron a partir de los casos, a veces buscando sumar evidencias a aquellas hipótesis divergentes, a veces intentando combinar esas hipótesis. El estudio de la conformación de los elencos peronistas en la provincia de Buenos Aires realizado por Oscar Aelo, por ejemplo, ofreció un contrapunto a la idea de "matriz conservadora". El historiador constató que el vuelco de conservadores no había sido especialmente significativo, y que las dinámicas organizativas no habían estado tan reñidas con procedimientos democráticos de participación política como los escritos sobre Córdoba habían subrayado (Aelo, 2004, 2012). Recientemente, este autor ha reunido y sintetizado los resultados de investigaciones sobre distintas provincias, robusteciendo sus pruebas en relación a aquel debate (Aelo, 2015, 2016). Los datos hilvanados permitieron visualizar que, al menos en el plano del Partido Peronista, los conservadores no tuvieron mayor influencia que otros actores como militares, sindicalistas, radicales, católicos, nacionalistas y nuevos actores políticos. Más que hijo de una "matriz conservadora" el peronismo había sido un fenómeno "heterogéneo y polifacético".

"Tradición de mezcla" la ha llamado D. Macor. No estoy en desacuerdo con esta idea, en tanto y en cuanto no se considere -como parece hacerse, implícitamente, una y otra vez- que una vez definido el origen se habría obtenido la clave para interpretar el peronismo en su totalidad. Porque, entiendo, el crisol peronista no estuvo definido de una vez para siempre, y porque los actores políticos peronistas redefinieron, al vaivén de su actividad práctica, la identidad política que estaban contribuyendo a conformar (Aelo, 2015: 9).

En el marco de estas discusiones y a la luz de los estudios de caso, comenzó a suceder que determinar la militancia de los actores en espacios del espectro político-ideológico anteriores a la emergencia del peronismo dejó de ser un elemento suficiente para diagnosticarla naturaleza de ese fenómeno político. La fuerza del argumento inicial que C. Tcach y D. Macor habían postulado como interés central de los estudios subnacionales se fue debilitando. Si la procedencia de los actores que nutrieron al peronismo en el "interior" no era un contrapunto en relación a un peronismo obrerista y más moderno que habría sido el metropolitano, una eventual "especificidad" de los peronismos fuera de Buenos Aires se fue atenuando como cimiento de la proliferación de las investigaciones (Garzón Rogé y Quiroga, 2015).

En simultáneo, otra hipótesis fuerte, como fue la relativa a la organización partidaria en clave del "modelo de partido" de A. Panebianco, tampoco pudo ser confirmada sin problemas, dado que no pudo desplegarse fácilmente en escalas más pequeñas. Como también señaló N. Quiroga, la tensión entre "polos" que operaba en el corazón de la propuesta de M. Mackinnon no funcionó bien en los estudios de caso, ya que allí los actores eran difícilmente clasificables como perteneciendo a un sector "democrático" o a otro "carismático". Incluso la distinción entre "sindicalistas" y "políticos" no era tan evidente al avanzar en universos de análisis más pequeños. En el juego de las escalas, la dificultad de aplicar esta interpretación tuvo el efecto de impugnar la polarización nacional que Los años formativos del Partido Peronista había destacado, dado que no fue posible seguir imaginando a los "polos" nacionales como tales sin hacer la salvedad de que en la escala pequeña simplemente no dividían lo que suponíamos que debían dividir.12

En este panorama, la política de los peronistas en el interior fue abordada a partir de agendas de conversación tornasoladas, entre distintos enfoques que fueron proveyendo de sostén a las búsquedas organizadas en relación a los lugares (la conversación sobre los elencos locales y los liderazgos políticos, las dinámicas con la oposición, las experiencias organizativas, la condición de los territorios nacionales, las identidades y subjetividades políticas, entre otros). En la actualidad, "ya no es tan necesario llenar las casillas aun vacías de lo que sucedió durante el primer peronismo en las provincias o en las localidades, puesto que a medida que vamos conociendo lo que pasó aquí o allá no hay sino una sensación de reconocimiento"(Quiroga, 2016b:382).

Quisiera argumentar que este momento de saturación teórica (Glaser y Strauss, 1967) es probablemente una consecuencia de la estagnación en la que nos ubica insistir en el peso explicativo de la verticalidad. Pareciera que la verticalidad es algo externo que se impuso a los peronistas progresivamente hasta desembocar en la rigidez política del final de ciclo.13 Las investigaciones sobre el segundo gobierno son, de hecho, menos abundantes, en parte porque la pregunta todavía fundamental por la autonomía o la heteronomía de los peronistas resulta menos cautivante para el momento 1952-1955. El control de los medios de comunicación y un formato más críptico en el manejo de las internas del movimiento aminoraron la publicidad de los conflictos que otrora se habían expresado abiertamente. No sabemos concretamente, sin embargo, si esa mengua fue el reflejo de un congelamiento efectivo de los problemas. El foco en la verticalidad sesga una lectura en términos de resistencias, ahogos, estertores, en donde podría describirse la acción que terminó por crear y validar una armadura vertical. A menudo, lo que debe ser explicado resulta ser la explicación y vemos una crítica de lo que el peronismo fue antes que una descripción acerca de cómo fue que se transformó en lo que se transformó.

Adicionalmente, la identificación entre los cambios operados en la política peronista y los deseos o concepciones de J. D. Perón y sus adláteres más fogosos, en algunas oportunidades deja a los peronistas de a pie en posición de víctimas. No es seguro que ese relato se ajuste a la realidad histórica. Algunas investigaciones revelan que quienes tenían la misión de construir la "comunidad organizada" muchas veces ni siquiera tenían recursos para movilizarse y que, por más que quisieran disimularlo, siguieron padeciendo y produciendo las dinámicas faccionales que pretendían combatir. N. Quiroga cree, de hecho, que la "comunidad organizada" "no terminó en nada". Si un ensueño basado en la disciplina y la desmovilización existió, duró poco y fue sepultado en 1955. Lo que vino después del golpe de Estado, el estallido de la política peronista, invita a pensaren la dimensión fantasmática de la verticalidad (no estamos diciendo inexistente):

no fue el rosicler del nuevo día sino la misma coloratura de la lógica facciosa, en el marco de nuevos procesos represivos. Fue sobre esos grilletes y no sobre los ademanes corporativos de la "comunidad organizada" que el llamado peronismo de la resistencia construyó sus bases identitarias (Quiroga, 2016b: 385).

Para cerrar este apartado indiquemos que, además de un significativo aporte en términos empíricos y de reconstrucción de experiencias, los enfoques sobre el peronismo en el "interior" y sobre las experiencias partidarias modificaron las preguntas con las cuales nos acercábamos a lo político y las pusieron en tensión a través de un seguimiento situado de casos concretos. En esa tarea -por momentos narrativa, y por otros cargada de conceptualizaciones que no pudieron mantenerse incólumes en el plano de las evidencias-, punzaron claves interpretativas cruciales, como la distinción entre dos peronismos y dos Argentinas, el lugar de las determinaciones sociales y la "autonomía de la política" en la configuración de las experiencias situadas, la nitidez de clasificaciones identitarias entre "carismáticos" y "democráticos", la complejidad de los "juegos de escala" más allá de la clásica idea de las autonomías federales. Ninguna de las grandes hipótesis primó: el peronismo en el interior no tuvo una "matriz" específica, ni los actores estuvieron tan "polarizados" como hubiera sido útil para sostener una cartografía de poder en términos de negociación de grupos o de recursos. El panorama entonces quedó signado por la diversidad y su contenedor más eficaz pareció ser el de la contradicción, figurado a través de metáforas como la del "oxímoron peronista", que remite a una combinación de elementos de significado opuesto que dan origen a un nuevo sentido.14

¿Es posible pensar la política de los primeros peronistas de otro modo, sin ver contradicción, sin limitar la actividad del/a historiador/a a determinar una proporción adecuada de sus componentes? ¿Se puede salir del callejón de la pretensión por decidir, por clasificar, qué fue la experiencia política de los peronistas? Antes de avanzar por esa senda, revisaremos una última entrada en relación a la dupla política y peronistas: la del activismo obrero y sindical.

Miradas de historia social: peronismo, política y trabajadores

Los estudios sobre la adhesión obrera al peronismo tuvieron un derrotero separado de los enfoques enmarcados en la renovada historia política. Como vimos, la idea de "sobredimensionamiento" del lugar de los trabajadores en el momento inicial de la experiencia peronista permitió sostener la racionalidad de la vieja guardia sindical en su adhesión a J. D. Perón, a la vez que ofrecer certezas sobre las causas de su rápido ocaso. La política de los trabajadores quedó encapsulada entre 1944 y 1947. A partir de entonces, y más allá de ciertos eventos puntuales que fueron pensados como estertores de vitalidad, los trabajadores se habrían retraído hacia el campo de las luchas sociales en donde sus esfuerzos habrían estado destinados a dar mejores resultados que en las pantanosas arenas del poder peronista. Ese camino de luchas económicas y sociales, encendido, perdurable, se plasmó en la tesis de Louise Doyon, publicada en Argentina casi treinta años después de su defensa(2006). La política permaneció en la órbita del líder y del partido, y en algunos casos fue vinculada a las dirigencias sindicales burocratizadas que ya no eran representativas del movimiento obrero frente al Estado, sino algo más parecido a representantes del Estado frente al movimiento obrero.

Investigaciones posteriores desplegaron importantes facetas de ese argumento, rastreando todavía la pista de la autonomía. Muchas de ellas evaluaron hipótesis de racionalidad a distintas escalas, en las fábricas, en las comisiones internas, en ciertos procesos organizativos y en luchas específicas(Fernández, 2005; Rubinstein, 2006; Acha, 2008; Garzón Rogé, 2012b; Gutiérrez, 2012; Schiavi, 2014; Contreras, 2015; Nieto, 2015; Carrizo, 2016; Lichtmajer, Gutiérrez y Santos Lepera, 2016; Contreras, 2018; Nieto, 2018). Además de prolongar las hipótesis sobre los orígenes a los años peronistas, algunos de esos proyectos se propusieron discutir la tesis de los "sectores populares" que una historiografía liberal-progresista había impulsado para leer el lugar del peronismo como deriva de un proceso reformista iniciado en los años 1920y 1930(Gutiérrez y Romero, 2007; De Privitellio y Romero, 2005). En ánimos de mostrar "activismo" frente a la "pasividad", los análisis se centraron en las experiencias de "lucha" y "organización" (Acha, 2015b), en una reivindicación de los trabajadores como agentes de un cierto tipo, contra hegemónicos. Parte de esa producción académica subrayó la primacía del interés de clase por encima de cualquier tipo de colonización que el peronismo pudiera haber ejercido sobre los trabajadores, asunto que se vio reflejado en las distintas formas organizativas que desplegaron para resistir a esos embates (Acha, 2015b: 70). Así planteadas las cosas, movimiento obrero y peronismo tuvieron un vínculo externo, interactuaron, se influyeron mutuamente, se midieron. La actuación política de los trabajadores en el peronismo continuó siendo de un orden secundario en estos estudios en relación a la voluntad por sostener un proyecto de autonomía en el concierto peronista en el que habrían intentado sostener un lugar.

Un artículo publicado en 2004 en la revista Desarrollo Económico fue significativo para ese cuestionamiento de la historiografía de los "sectores populares" en la arena de los estudios sobre el primer peronismo. En él, Omar Acha desmintió que en ese período se hubieran aquietado las reverberaciones de la conflictividad social y se hubiera consolidado un destino reformista para los sectores populares. La noción de "sociedad política" descomprimió una tesis sobre el asociacionismo que no permitía dar cuenta de la específica conflictividad populista. A través del análisis de cartas enviadas a la Secretaria de Asuntos Técnicos de la Presidencia, O. Acha concluyó que la vida asociativa no sólo no se había vaciado (con las consecuencias gravísimas que ese vaciamiento habría tenido más adelante) sino que además habría podido coexistir "en los intersticios de una hegemonía autoritaria" de manera plebeya, beligerante, demandante (Acha, 2004: 228). Este texto habitó las bibliografías de aquella generación más joven de investigaciones, a pesar de que su invitación a imaginar qué habían hecho las asociaciones del mosaico peronista por fuera de la noción de interés de clase no fuera tan atendida. Reforzar la convicción de estar frente a un fenómeno ambivalente, contradictorio y hecho de tensiones, pareció en algún momento un horizonte suficiente para no condenar a los trabajadores peronistas por haberse dejado tentar por una experiencia que no estaba inscrita en su destino de clase.

Recientemente algunas investigaciones comenzaron a descercar la compartimentalización en esferas analíticas para indagar en sus conexiones. La exploración de los lugares de poder que ocuparon dirigentes sindicales peronistas en el ámbito parlamentario (Prol, 2011), el seguimiento de su participación como agregados obreros en las embajadas argentinas alrededor del mundo (Semán, 2017) o el estudio en profundidad de una organización central como la Confederación General de los Trabajadores (Contreras, en prensa) fueron entradas animadas por esta intención de refrescar la pregunta por el lugar de los trabajadores en el peronismo como fenómeno político.

Por su parte, otras investigaciones han aludido al problema política y trabajadores en el peronismo a partir del problema historiográfico del espacio público, examinando las prácticas asociativas ya no solo en vistas a tramitar sus demandas al Estado, sino también a comunicar públicamente sus disputas, que muchas veces eran del orden de la identificación política o de la vida facciosa de los grupos (Chamosa, 2012; Garzón Rogé, 2013; Acha, 2015c; Blanco, 2015). A contramano de lo que la historiografía de los "sectores populares" había señalado, esas indagaciones están mostrando que el espacio público no fue clausurado por el Estado peronista (a pesar de sus mutaciones, sobre todo durante la segunda presidencia), sino cifrado en una nueva lengua. En esa lengua se tramaron luchas, negociaciones y puestas en escena para definir diversas situaciones problemáticas y modelar las experiencias colectivas. Se trata de una oportunidad para superar el largo momento de la polémica con la historiografía de los "sectores populares" en el que pareció imperioso poner a prueba la idea de una naturaleza no reformista del movimiento obrero peronista en su contacto con el Estado.

Sin el horizonte historiográfico de polémica, otras pesquisas en pequeña dimensión mostraron imágenes en las que los procesos sociales eran inseparables de las tramas políticas locales.15 Las internas del peronismo y de los gremios asociados a él, los problemas lugareños y los lenguajes asociados a ellos, se anudan en esos escritos de modos intrincados, poniendo en vilo a las clasificaciones modélicas (moderno/tradicional, autónomo/heterónomo, democrático/carismático, beligerante/autoritario, etc.). Evoquemos algunos ejemplos. Un artículo reciente sobre la expansión de la CGT en Tucumán expuso la magnitud de la disputa entre organizaciones obreras provinciales durante la década, especialmente entre azucareros y ferroviarios, y cómo intervinieron diversas figuras del peronismo vernáculo y nacional en las instancias en las que se dirimieron esos conflictos. La descripción de esos escenarios permitió renovar imágenes acerca de cómo fue aplacado el fenomenal impulso de la Federación Obrera Tucumana de la Industria Azucarera, matizando la hipótesis ampliamente conocida de que fue el corolario de la política represiva del régimen hacia ese combativo gremio (Gutiérrez y Lichtmajer, en prensa). Otro artículo, también nuevo, sobre la acción colectiva conocida como Malón de la Paz, muestra la imbricación del conflicto intraperonista con las dinámicas políticas de la provincia de Jujuy, reflejando hasta qué punto fue la experiencia laborista uno de los cimientos de aquella movilización indígena que ha sido observada en no pocas oportunidades como signo de los límites de un proyecto étnico-cultural del peronismo (Kindgard, 2018).

Estos asomos en el panorama disciplinar, junto con otros, estimulan nuestra reflexión acerca de la magnitud de las dificultades que tendrá por delante una historia de la política de los trabajadores peronistas.16 Existen hábitos de investigación que oponen resistencia en ese camino. Quiero hacer alusión a dos de ellos que considero centrales. El primero es el de explicar comportamientos observados a partir de su asimilación a grupos sociales. Al clasificar los comportamientos como signos de otra cosa(ya sea de una pulsión contrahegmónica de los trabajadores frente al avance peronista, ya sea de la existencia de un consenso ante la aceptación de los "límites" de la experiencia en marcha, una pulsión reformista), se hace difícil captar qué otras cosas pueden haber estado haciendo los trabajadores peronistas y sus organizaciones durante el período: cómo interactuaron en el magma peronista y de qué modos participaron en la creación, el sostenimiento y la transformación de esa experiencia. Al investigar, por ejemplo, una huelga obrera tras la pista de la "autonomía", impugnamos la idea de "consenso pasivo" o la de "heteronomía" y construimos una historia alternativa de la adhesión obrera del peronismo. Vemos que solicitaban, por ejemplo, el reintegro de los compañeros despedidos e impulsaban la validación de su poder sindical, pero al focalizar la mirada en la dimensión contrahegemónica o resistente descuidamos cómo se interpenetraban estas solicitudes con las internas que tejían con otros peronistas, con otros gremios, en el seno del partido, en los cargos que pudieron ocupar en las agencias estatales. En cambio, al seguir a los actores sin preguntarnos por el sentido de la acción (¿resistían? ¿avalaban? ¿se dejaban dominar?) emerge la dimensión plural de ésta y la importancia de las competencias reflexivas de los actores para intervenir en los modos en los que ellos mismos eran interpretados, en mundos autointerpretantes (Cottereau, 2014). Un grupo ya no tendría intereses determinados que habría defendido, traicionado, desviado o hiperadaptado frente a la experiencia peronista, sino los intereses que construyó, sostuvo y transformó en su estarse haciendo permanente como grupo. La identidad peronista podría ser así investigada en el plano de las prácticas (y no de la correspondencia/no correspondencia entre grupos y comportamientos) (Garzón Rogé, 2017b). 17 Ese emplazamiento del problema de la identidad en el plano de la acción sería un fructífero contrapunto en la conversación con enfoques que interpretan la experiencia peronista en los términos más inasibles de la subjetividad y que establecen una correspondencia entre comportamientos y grupos (James, 2004). 18

Otro hábito arraigado es el de atribuirnos la prerrogativa de ser quienes definimos qué es la política, en lugar de dejarles esa tarea a los actores que estudiamos. Explorar la política, en femenino, como instancia hecha de acciones situadas y de procesos vividos por los propios actores y no en masculino, lo político, como dominio definido de antemano con reglas, actores y temas específicos establecidos en la investigación a los cuales se ajusta más o menos la experiencia histórica (Palmeira y Barreira, 2006; Berger y Gayet-Viaud, 2011), sería una oportunidad para afinar nuestras descripciones. Asuntos que pueden parecernos anecdóticos o pintorescos, al ser atendidos desde esta perspectiva, podrían ser la puerta de entrada a la política que buscamos registrar. En oportunidades, por ejemplo, los trabajadores peronistas afirmaban que "no hacían política", acusándose entre ellos de estar haciendo política, con el efecto de validar la idea de que era algo inaceptable, a la vez que cimentando modos específicos de hablar sobre lo que hacían y de criticar a otros. Es interesante observar en cuántas oportunidades la reivindicación de "prescindencia política" o de la "disciplina sindical" constituye una marcación de que estamos ante un momento específico de cocción de la política situada, muy lejos de las enrevesadas definiciones ideológicas o de las diatribas doctrinarias que son todavía frecuentes en algunos papers académicos sobre el tema. La distinción entre bases/dirigencias, para dar otro ejemplo, podría no ser una prerrogativa del investigador, sino una pista para describir cómo esa distinción fue, para los actores, una denuncia, un modo de hacer cosas con palabras (en términos de John Austin), de producir a las bases y a las dirigencias, de pretender disputarlas o evangelizarlas, y casi nunca el reflejo de un estado de cosas.

Desarmar estos hábitos requeriría revisar asuntos epistemológicos fundamentales, entre los que se destaca la relación entre sujeto y objeto de conocimiento. Adoptar una actitud de aprendices frente a la historia en la que los actores se manejaban de modos competentes y situados, una posición de mayor simetría, supone evadir la tentación de la clasificación y del develamiento de qué es lo que hacían y qué es lo que eran aquellos que supuestamente no sabían lo que hacían ni lo que eran.

Reensamblar al peronismo

A medida que la historiografía del área se robusteció, el primer peronismo fue pareciéndose más a un objeto paradojal, de dos rostros, profundamente contradictorio, ambivalente. La metáfora escogida por C. Tcach y D. Macor para aludir a esa rara condición fue la del "oxímoron" (Macor y Tcach, 2013b). Lo que en la mirada de esos autores fue un proyecto inconcluso, en las indagaciones sobre los trabajadores fue, en cambio, el resultado de la conflictividad. El poder peronista habría sido tabicado por una multitud de resistencias y oposiciones que no se resignaron al proceso de verticalización impulsado "desde arriba". Los avances del Consejo Superior habrían sido resistidos por los partisanos de los estratos más bajos de la organización. Los de la CGT, por las bases obreras y las dirigencias locales. Los del gobierno nacional, por las instituciones locales y los liderazgos intermedios. La historia del peronismo fue a menudo una historia de dos historias, la del impulso cenital descomedido y la de los intentos por frenarlo o mitigarlo "desde abajo".19

La figura del "oxímoron" o la de las "profundas contradicciones" es un efecto de la mirada analítica, distribuye datos en el marco de una interpretación elaborada por el observador. Ha sido un instrumento valioso, por cierto, para sustentar explicaciones sobre el fenómeno que contrarrestaran el aplanamiento del objeto peronista como creatura de un ser todopoderoso que domesticó a masas heterónomas o las decidió por el reformismo. Sin embargo, hemos visto que los polos que dan sostén al oxímoron, que tensan ese vínculo, cuando son observados en la escala más pequeña, se alteran tanto que dejan de estar polarizados. En las interacciones situadas se visualizan identidades mutables y porosas, actores que no ocupan un único sitial en el desarrollo de las tramas en las que se involucran, acciones que requieren de elementos muy diversos para cobrar cuerpo y no de un solo contexto decidido por el/la historiador/a.

Si desandamos la idea de que la acción de los peronistas tenía un sentido a ser interpretado (Cottereau, 1990) -sentido que sería la sustancia de la contradicción (autonomía/heteronomía, pasividad/conflictividad, utilitarismo/sentimiento, mensaje herético/consenso pasivo, cultura plebeya/cultura conservadora, autoritarismo/democracia, modernidad/tradición, etc.)- y en cambio rastreamos sus consecuencias, entonces podríamos describir cómo convivían en una misma situación asuntos sobre los cuales los actores evaluaban, decidían y gestionaban sin contradicción. Lo que hacían podía ser, en sus consecuencias, conveniente en una dimensión e inconveniente en otras dimensiones. Sin embargo, siempre tenía que ver con los juegos que los mismos actores tramaban y no con las grillas interpretativas exógenas frente a las que fueron, y siempre serán, indiferentes.

Cuando un grupo de trabajadores demandaba, luego de una huelga, la intervención provincial del municipio y la remoción de un intendente peronista, supongamos en Guaymallén o en Pergamino (Garzón Rogé, 2015; Arce y Salomón, 2017), podríamos ver una instancia práctica de legitimación de la verticalidad como consecuencia (y no como causa) de la acción de los actores. La construcción del "encuadramiento" adquiriría el aspecto de un "proceso vivo" (Fernández Álvarez, Gaztañaga y Quirós, 2017) y ahuyentaría el fantasma del peronismo como laboratorio de experimentos totalitarios que curiosamente suscitó tantas resistencias como adhesiones plebeyas. Al demandar una intervención, los actores se beneficiaban de una medida que, en su ejecución misma, hacía legítimo su uso y aceptable su existencia, y que también tenía consecuencias sobre sus prácticas y sobre la política que elaboraban. La verticalidad deja de ser solamente yugo, aunque no se puede dudar de que también fue yugo. Esta conclusión no es una contradicción de nuestros esquemas para mirarla, sino una consecuencia práctica de la acción. Ya no solo el carisma del líder, sino también la disciplina instalada "desde arriba", pierden su poder explicativo como motor de la domesticación de la militancia y se convierten en lo que es necesario describir en funcionamiento.

La posibilidad de atribuir una simetría de poderes a actores que fueron desiguales en términos de los efectos de su acción suele ser vista como un problema por los críticos de un enfoque pragmático. Ciertamente, no era lo mismo ser J. D. Perón que ser un peronista de a pie. El principio de simetría es metodológico, no da por sentadas a priori las desigualdades, sino que las pone en suspenso para comprender precisamente cómo se forjaron (Barthe et al., 2017). No hace falta negar que la CGT nacional avanzó sobre las seccionales provinciales para describir de qué modo esos planes se hicieron realidad para los trabajadores que hacían sus propias lecturas y balances en las provincias, que tenían sus pretensiones singulares en juego y que, en secuencias de acción específicas, fueron partícipes de lo que se convirtió en la CGT avanzando sobre las seccionales provinciales. Puede parecer enrevesado formularlo de este modo, pero existe un verdadero "efecto bucle" (Hacking, 2000)en el devenir del peronismo.20

Los peronistas durante la primera década tuvieron más poder del que quizás nunca habían soñado, pero también tuvieron más compromisos de los que podían celebrar o lamentarse públicamente. Ningún observador podría reprocharles no haber hablado lo suficiente de eso, pero tampoco podemos, por no tener pruebas, suponer que solo fueron víctimas del disciplinamiento, la verticalidad, los lenguajes de la obsecuencia o una pura reacción defensiva, enemistados con todos los embates que "desde arriba" pretendieron imponérseles.

Las fuentes documentales con las que trabajamos adquieren un relieve distinto cuando son pensadas como acciones, como rastros en la búsqueda de una legitimidad, ya no como reflejo de un estado de cosas o como huella de la que hay que desconfiar o revelar un secreto (Cerutti, 2011; Garzón Rogé, 2017a). Con esta perspectiva de las fuentes como acciones vivas en un pasado que fue un "presente que se resbalaba" (Lepetit, 1995), podemos atender a una enorme variedad de modos de la pasividad y de la actividad en el peronismo. Un desafío es describir esas acciones a través de las cuales los peronistas crearon, sostuvieron y modificaron esos modos de ser compartidos al interior de la autoridad peronista.

Más allá de lo dicho en pos de reensamblar la política peronista, sería un error negar la imaginación política del peronismo como fenómeno "contradictorio". En un sinfín de ocasiones los mismos peronistas evocaron esa dimensión "contradictoria", "ambivalente", de la experiencia política de la que decían sentirse parte. Un ejemplo de ello son los intentos por resolver ciertas críticas formuladas en términos de la "coherencia" ideológica del movimiento a través de una fórmula sentimental que indicaba que la adhesión al peronismo se alojaba más allá de las razones ("el peronismo es un sentimiento"). En esa respuesta, los mismos peronistas produjeron y validaron un modo de ser en política que anudaría razones gracias a la sutura desprolija provista por las emociones. También los antiperonismos esculpieron por mano propia la irracionalidad o la incoherencia como argumento de desprestigio del peronismo como forma legítima de hacer política, alimentando como contrapartida el orgullo peronista de ser capaces de "sentir" la política, capacidad de la cual los antiperonistas estarían impedidos.

Una vez más, si prestáramos atención a las situaciones en las que la idea del peronismo como fenómeno signado por la "contradicción" fue evocada por los actores, probablemente nos encontraríamos, más que con una reflexión nativa sobre la rareza ideológica, doctrinaria o histórica del peronismo, con escenarios en los cuales los peronistas estaban "definiendo situaciones" (Thomas, 2005), preocupados de modo activo y creativo por disputar qué era lo que estaba pasando.

En el párrafo final de Resistencia e integración, D. James evocó el pasaje de la novela No habrá más penas ni olvido de Osvaldo Soriano en el que un personaje reivindicaba "haber sido siempre peronista, nunca haberse metido en política" (Soriano, 1999: 23; James, 2005: 349). Ese final le servía al historiador para proponer la idea de que los trabajadores peronistas creían que el peronismo estaba más allá de la política y que esa creencia resultó ser una gran atracción para ellos. Lo cierto es que más allá de la interpretación que hizo D. James en el cierre maestro a un libro extraordinario, no es evidente la descripción de la escena que narró O. Soriano. ¿Realmente muchos peronistas "creían" que el peronismo "no era política"? ¿Ingenuidad, engaño, mentira, alucinación? Podríamos pensar que nuestra ignorancia es de orden semántico, es decir, que en esa escena se puede develar un rasgo del peronismo (por ejemplo, las creencias o motivos que estarían entre sus causas) o podemos pensar que nuestra ignorancia es de orden pragmático, es decir, que esa escena llama nuestra atención porque hay en ella algo que no comprendemos, por no conocer suficientemente qué es lo que los actores estaban haciendo en esa situación, más allá de que tuvieran una creencia o la otra -asunto por demás inverificable (Boullier, 2004)-.21 Tenemos el hábito de imaginar que nuestra ignorancia es del primer tipo, de apuntar a las creencias, de buscar un sentido, de desactivar el interés por las razones prácticas de la expresión de esas creencias.

Hemos llegado al final de este ensayo cuando se multiplican las posibilidades de avanzar. La historiografía sobrevolada da cuenta de múltiples tentativas por acrecentar y problematizar nuestros conocimientos sobre la historia de la política de los primeros peronistas, abriendo caminos para la reflexión que antes parecieron improbables. Las imágenes simplistas o patológicas ya no pueden sobrevivir. El peronismo fue una experiencia compleja, a menudo pensada como "contradictoria", "tensionada", "polarizada". Los estudios de caso producidos en los últimos años, no obstante, mantienen en vilo la vigencia de ese molde doble que si ha podido sostenerse en situación ha sido a costa de disociar lo general de lo particular, de forjar excepciones que poco a poco vamos viendo que son más regulares. Quizás se trate de una oportunidad para suspender esquemas dedicados a clasificar las prácticas de los actores en función de grillas establecidas de antemano por quien las investiga y permitir el reensamblado de aquello diseccionado o tensionado como efecto de las lentes analíticas.22 Contribuiríamos, de ese modo, a aplacar una ignorancia de orden pragmático que, fundada en la distancia temporal irremediable, es nuestra y no de los peronistas de quienes deseamos reponer la historia.

Notas:

1 Instituto de Historia Argentina y Americana "Dr. Emilio Ravignani"-UBA/Conicet, Argentina. Correo electrónico: mariana.garzon.roge@gmail.com

2 Algunos investigadores e investigadoras, luego de haber trabajado sobre la primera década, han ido migrando hacia los años de la proscripción. Sin embargo, el período 1945-1955 mantiene un interés académico preponderante. Testimonio de ello son los programas de los seis congresos organizados por la Red de Estudios sobre el Peronismo. En el último de estos eventos, realizado en agosto de 2018 en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, el Eje Política recibió alrededor de 75 ponencias distribuidas del siguiente modo: 1945-1955: 37; 1955-1966: 12; 1966-1983: 17; 1983-2001: 6; 2001-2018: 3.

3 Los trabajos más relevantes fueron reunidos en Manuel Mora y Araujo e Ignacio Llorente (Mora y Araujo y Llorente, 1980). Los supuestos que subyacen a esa discusión que vincula política, sociedad y cultura en relación a las sociabilidades, dimensión étnica y provincianía han sido revisados por N. Quiroga (Quiroga, 2016a). Un voluminoso y muy reciente libro ha sido dedicado a estudiar las elecciones de 1946 en toda la Argentina, refrescando el interés por los estudios en términos electorales del fenómeno peronista (Amaral, 2018).

4 El lugar del peronismo en la narrativa historiográfica sobre el siglo XX ha sido objeto de discusión en varios trabajos de O. Acha y N. Quiroga (Acha y Quiroga, 2008, 2009, 2012a).

5 Reivindico a lo largo de este ensayo, siguiendo a los antropólogos de la política, una distinción fundamental entre lo político y la política (Bazin, 1988; Palmeira y Barreira, 2006). Lo político, en masculino, alude a un dominio de actividades específico (distinto de lo económico, lo jurídico, lo artístico, lo social, etc.) que tiene límites definidos a priori por el investigador (un repertorio de temas, agentes y relaciones) y que le permite a éste evaluar los casos de estudio. La política, en femenino, en cambio, refiere a lo que las personas hacen, dicen hacer o identifican como política en el accionar de otros, y puede observarse y registrarse a partir de las clasificaciones y las prácticas clasificatorias de los propios actores, dado que se trata de actividades necesariamente contextuales, siempre vinculadas a relaciones y juegos que solo el análisis empírico es capaz de revelar. En esta línea, la política no tiene ningún límite más que los que socialmente son construidos por los actores y no existe ningún repertorio fijo de temas, agentes o vínculos que puedan adjetivarse como "políticos" más que aquellos que pasan a ser considerados como tales por los actores en el marco de las interacciones que traman entre sí (Palmeira y Barreira, 2006: 9-10).

6 Sobre la mirada de T. Halperin Donghi a la hora de comprender la identidad política peronista ver el trabajo de O. Acha (2015a).

7 Esperamos todavía el libro que el autor prepara hace años junto con Mirta Lobato sobre peronismo, comunidad, migraciones y cultura en la misma localidad bonaerense.

8 El trabajo de Raanan Rein sobre las "segundas líneas" del mando peronista había sido publicado también en esos años (Rein, 1998, 1999). El volumen de C. Tcach y D. Macor tuvo un segundo tomo diez años más tarde (Macor y Tcach, 2013a).

9 El antecedente a los trabajos de C. Barry sobre la organización de las mujeres en el peronismo (Barry, 2004, 2005, 2013) había sido el libro publicado en los años ochenta por Susana Bianchi y Norma Sanchís en torno al Partido Peronista Femenino (Bianchi y Sanchís, 1988).

10 C. Tcach y D. Macor disintieron abiertamente con el enfoque de M. Mackinnon: "Semillero de pleitos minúsculos, el partido [...]; vivió sujeto a tensiones que, incapaz de procesar por mecanismos democráticos, ensayó resolverlas a través de mecanismos centralizados de toma de decisiones, más precisamente, en virtud de un espacio peri-carismático -el Consejo Superior- concebido como una voluntad general (mimetizada con los deseos del líder) con legitimidad para subordinar y desconocer las voluntades provinciales, pensadas como soberanías subordinadas y débilmente institucionalizadas". (Macor y Tcach, 2013a: 12).

11 La idea de que los estudios sobre el "interior" del país son "extracéntricos" fue acuñada en la introducción del primer tomo de La invención. La misma tenía la intención de diferenciar dos tipos de peronismos, siguiendo el clivaje entre una Argentina moderna y una Argentina de matriz conservadora, que debían ser explicados por separado y que podían convivir historiográficamente. Esta nominación ha sido cuestionada por historiadores e historiadoras que debaten las implicancias de esa diferenciación en las investigaciones, como veremos más adelante. La noción de "interior" del país tampoco es inocua, entraña una mirada porteño céntrica y alude a una vida social fuera de Buenos Aires como a una zona desconectada, homogénea y tradicional. Sin embargo, las opciones no son siempre mejores, dado que hablar de "provincias", "territorios", "localidades", "experiencias subnacionales", etc., tampoco ha probado ser una opción capaz de dar cuenta de territorios complejos, fluidos y heterogéneos.

12 "¿cómo es posible pensar que el polo carismático se impuso si en su espiral de poder las subcoaliciones estuvieron pobladas de dirigentes "democráticos" o "sindicalistas"?" (Quiroga, 2012: 91-92).

13 Una mirada alternativa fue propuesta por el antropólogo Fernando Balbi (2007) quien explicó el vector hacia la verticalidad en términos, ya no de organización, sino de "concepciones peronistas de la política". Para él el encuadramiento fue el resultado del derrame de concepciones de la política trasladadas por J. D. Perón desde el campo militar al campo político, rápidamente adoptadas en el lenguaje de la lealtad/traición por parte de los activistas peronistas quienes, como los miembros de la sociedad cortesana de Norbert Elias, se "autoaccionaron" para ser dignos partícipes de esa configuración.

14 Esta es la definición de oxímoron que ofrece la Real Academia Española.

15 Al mismo tiempo, también emergen propuestas de análisis dedicadas a reforzar la importancia de atender a la historia del sindicalismo argentino en tanto "campo" (Aldao, 2016).

16 Algunas de las cajas de herramientas usadas en la historiografía sobre peronismo y asociacionismo han recibido atención (Acha y Quiroga, 2012b; James, 2013; Acha y Quiroga, 2015).

17 Una investigación todavía inédita de Christine Mathias sobre la actuación de los líderes indígenas que se vincularon con el peronismo durante la primera década muestra de qué manera los actores navegaron complejamente por las aguas de la identidad peronista frente a distintos contextos, interlocutores y momentos.

18 Otros trabajos han encarado más recientemente la historia de las subjetividades políticas durante el primer peronismo, en la estela de Ernesto Laclau, a partir de una perspectiva "desde abajo" (Barros et al., 2016). El legado de E. Laclau, según D. James (2013) y M. Karush (2016), debería ser sopesado nuevamente en el área de los estudios sobre el peronismo.

19 La introducción a la Nueva historia cultural del peronismo atestigua que la imagen del primer peronismo como "contradicción" no es exclusiva de los abordajes sobre lo político/la política. Nos permitimos citarla in extenso: "Lo que emerge más claramente de esta nueva historia cultural es una imagen de las profundas contradicciones que caracterizaron al peronismo. El peronismo movilizó las jerarquías de clase, aunque a menudo mantuvo la respetabilidad y la estética burguesa. Su mensaje herético buscó movilizar a las masas, aunque a menudo sus esfuerzos por institucionalizarse condujeron hacia una ideología oficial que enfatizaba la disciplina y los buenos modales. Abrazó a los cabecitas negra del interior y promovió la música folclórica como una alternativa a la nación blanca figurada por los liberales argentinos. Sin embargo, los peronistas, como los conservadores nacionalistas anteriores a él, acentuaron las raíces españolas de la música folclórica argentina, reinscribiendo su blanquedad. El nacionalismo peronista no siempre se llevó bien con la promesa del régimen de un estilo de vida moderno y confortable -una promesa cumplida gracias a las importaciones extranjeras. Si el populismo, como Laclau lo define, ocurre cuando "interpelaciones populistas" son dirigidas contra el bloque de poder dominante, entonces la contribución de este libro sugiere que esta estrategia política desencadenó un proceso complejo marcado por la contradicción, la ambivalencia y el conflicto. Estas contradicciones fueron inesperadas consecuencias del llamamiento de Perón y revelan las constricciones culturales dentro de las cuales el régimen operó" (Traducción del inglés) (Karush y Chamosa, 2010: 16). En un artículo reciente, Matthew Karush propuso pensar al peronismo como una "estructura dual", haciendo referencia a la noción de William Sewell para resolver el problema de la relación estructura/agencia. La fuerza cenital del peronismo es vista allí como una estructura mientras que las resistencias y objeciones impulsadas por los peronistas "desde abajo" son ubicadas en el plano de la agencia. En la dinámica entre ambas cosas se habría constituido la experiencia peronista con sus rasgos ambivalentes (Karush, 2016; Sewell, 1992).

20 Ian Hacking llama "efecto bucle" al fenómeno por el cual las categorías afectan la conducta de los actores, y el uso que éstos hacen de las categorías, afecta a su vez la definición de las categorías mismas.

21 La distinción entre estas dos actitudes de conocimiento epistemológicamente diferenciadas, una de orden semántico y otra de orden pragmático, ha sido clarificada por Jean Bazin (2017: 107).

22 La idea de "reensamblar la política" de los peronistas se inspira, con cierta libertad, en la propuesta de "reensamblar lo social" de Bruno Latour (2008).

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