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Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana Dr. Emilio Ravignani

versão impressa ISSN 0524-9767versão On-line ISSN 1850-2563

Bol. Inst. Hist. Argent. Am. Dr. Emilio Ravignani  no.56 Buenos Aires jan. 2022

http://dx.doi.org/https://doi.org/10.34096/bol.rav.n56.10887 

Notas y Debates

De laboratorios y política: sobre Hilda Sabato, Repúblicas del Nuevo Mundo. El experimento político latinoamericano del siglo XIX

Of Laboratories and Politics: On Hilda Sabato, Repúblicas del Nuevo Mundo. El experimento político latinoamericano del siglo XIX

1El Colegio de México

Resumen

Esta breve reseña describe las aportaciones que hace a la conversación historiográfica el libro de Hilda Sabato, sugerente síntesis de los innovadores trabajos que, en las últimas décadas, se han hecho sobre la política latinoamericana durante las primeras décadas de vida independiente. Se apuntan algunos temas y problemas que merecen discutirse y profundizarse.

Palabras clave Siglo XIX; Hispanoamérica; Republicanismo; Ciudadanía

Abstract

This short review describes the contributions that Hilda Sabato makes to the historiographical conversation in this suggestive synthesis of the innovative work on Latin American politics produced during the last few decades. It also points to some issues and problems that deserve to be analyzed and discussed with greater depth.

Keywords 19th Century Spanish America; Republicanism; Citizenship

Con este libro, Hilda Sabato reseña uno de los grandes “experimentos” en la historia global de la política: la reconstrucción, en clave republicana, de la legitimidad, la autoridad pública y los aparatos de gobierno en la América que antes perteneciera a España, tras el colapso de los imperios atlánticos. La autora revela cómo, en la estela de las revoluciones que conmovieron el espacio transoceánico entre fines del siglo XVIII y las primeras décadas del XIX, se construyó, a escala continental, un zoclo común sobre el que se fincó la multitud de experiencias de fragmentación, conflicto y reconstrucción que caracterizó la política latinoamericana durante las décadas que siguieron a las independencias. Se trata de una política que, rechazando la trascendencia (p. 32), se encerró en este mundo; por la que las comunidades políticas que se instituían a sí mismas sobre y por medio de la “voluntad” del “pueblo.”

Así, a pesar de la enorme diversidad –social, económica, geográfica— dentro y entre los países que conformaron lo que después se llamaría América Latina, la soberanía popular se convirtió en el núcleo duro, esencial e ineludible, de un nuevo orden republicano. La soberanía engendraba a la nación en dos dimensiones, hacia afuera y hacia adentro. Aquella comunidad que era su raíz y asiento era la que debía tomar su lugar dentro del concierto de las naciones. El derecho a gobernarse a si misma que tenía una comunidad de iguales era fuente exclusiva de legitimidad política y lo que tejía los lazos que unían a sus miembros. Salvo excepciones –Haití, brevemente; el Brasil imperial hasta 1889; México, que dos veces experimentará –breve y fallidamente– con regímenes monárquicos, los restos del imperio británico en América– el republicanismo dibujará, entonces, la cancha del juego político y enunciará sus reglas en el Nuevo Mundo posrevolucionario.

Sabato identifica tres “dimensiones [esenciales] de la vida política” (p.15), que representan miradores privilegiados para explorar la lógica y los engranajes de la república en Hispanoamérica: las elecciones, la milicia y la “opinión publica.” Constituyen vías, distintas pero a menudo complementarias, para la intervención popular en la política. La historiadora argentina, que se ha desmenuzado el papel de las “armas, votos y voces” en las trayectorias de la política rioplatense del siglo XIX, abre ahora su lente de indagación, para analiza las distintas expresiones, modulaciones y combinaciones de estos elementos del gobierno del pueblo, para descubrir cómo pautaron la abigarradísima política de la América Latina.

El analizar estas prácticas y espacios republicanos le permite rastrear continuidades, reconocer puntos de inflexión y comparar experiencias a lo largo de más de cinco décadas. La clave republicana hace legibles unas experiencias políticas marcadas por la inestabilidad y la violencia, revelando el sentido de lo que había sido descrito como un “caos épico” (p. 118). El seguir su evolución le permite trazar el arco de vida de una manera particular y novedosa de concebir y hacer política, que apuntaló la construcción de naciones –algunas efímeras, la mayoría duraderas–, el establecimiento de complejos esquemas territoriales de soberanía compartida y la redacción de numerosas constituciones, cuya corta vida y limitada eficacia rara vez sofocaron la fe de sus artífices en la necesidad y conveniencia de promulgar una ley fundamental. Le permiten también apuntar cómo, hacia el último cuarto del siglo XIX, cambiaron la operación y la significación de estas prácticas dentro de la cosa pública. Su domesticación –cuando no su extinción– a manos de un Estado que apostaba a “la estabilidad y la disciplina” antes que a la movilización y al combate (p. 203), puso fin a la república que había nacido de la revolución.

Repúblicas del Nuevo Mundo es una síntesis –elegante, breve y contundente–, que permite, a golpe de vista, aprehender las claves de la política latinoamericana del primer medio siglo de independencia. Representa también un corte de caja, particularmente bien logrado por quien es a un tiempo artífice y lectora aguda y voraz de aquello que nos dio por llamar la “nueva” historia política latinoamericana. La etiqueta, que suena más a campaña de marketing que a categoría analítica, no es muy útil. No lo es tampoco, por resultar casi un oxímoron, la de “revisionista”, o incluso la de “neoliberal”, que frecuentemente se utiliza de manera imprecisa o de mala fe.1 Pero el libro de Sabato muestra que algo –importante– hemos ganado con este cambio de rumbo historiográfico, y nos obliga a reflexionar sobre sus límites y puntos ciegos y, sobre todo, sobre lo que queda por hacer.

Resulta difícil etiquetar la producción historiográfica amplia y diversa que, a partir de la década de 19802, volvió a interesarse por lo político, que cuestionó –sobre todo para los procesos independentistas– a la “nación” como marco natural, atemporal y transparente de la historia y manifestó un escepticismo aplomado frente a los guiones que habían articulado nuestras visiones del pasado. La madurez de esta corriente historiográfica –basta revisar la nutrida bibliografía– hizo posible la escritura de este. La autora supo aprovechar, además de su robusta investigación sobre Argentina, los numerosos trabajos de colegas que quisieron mirar el siglo XIX de manera distinta e indagaron sobre la cultura y los lenguajes, las prácticas y las instituciones políticas de la Hispanoamérica independiente sin asumir que encontrarían sólo héroes patriotas combatiendo a quienes no lo eran, caudillos rodeados de huestes feroces o superestructuras falazmente democráticas impuestas sobre una realidad feudal por una élite –hipócrita o despistada– cuyas ideas exóticas no amainaban su rapacidad.

Al escudriñar, desde perspectivas y dentro de espacios muy diversos, a los términos de la política decimonónica, estos autores partieron de que no eran mentira, dado que los hispanoamericanos –indios y españoles– eran demasiado católicos, barrocos y tradicionales; demasiado puntillosos, manirrotos y apasionados; demasiado atrasados, pobres y desiguales para ser modernos, liberales o republicanos. Al despegarse de estas imágenes anquilosadas, estas investigaciones revelaron personajes y paisajes más dinámicos y más complejos, geografías de poder estructuradas por la lucha –en el discurso y sobre el terreno– por la soberanía; espacios poblados por electores y milicianos, tinterillos, panfletistas y manifestantes que participaban en redes marcadas por la asimetría de poder, por lo que quedaba del corporativismo virreinal, por nuevas jerarquías y relaciones de explotación y dentro de las que, a pesar de todo, la “subordinación rara vez implicaba sumisión” (p. 187).

Estas investigaciones dan cuenta de repertorios políticos que incluían, como recursos legítimos, elecciones “fraudulentas” pero ineludibles y determinantes; los forcejeos en torno a la mesa electoral, en los papeles públicos, en el congreso y a veces en el campo de batalla; que reconocían la “voz del pueblo” como fuente incuestionable de autoridad, tanto en el debate legislativo como en la revolución. Pintan, podría haber dicho O’Gorman, pasados cuajados de posibilidades distintas y desenlaces imprevisibles. Se trata de imágenes que en su momento resultaron más elocuentes y relevantes para quienes intentaban entender el presente movedizo e incierto que en varios países de la región enmarcó la “transición democrática”.

Repúblicas del Nuevo Mundo se finca en un gran número de experiencias complejas y de una diversidad apabullante, que la autora opta por comprimir y destilar, para exhibir el esqueleto de la política latinoamericana durante el primer medio siglo de vida independiente. Esta estructura, alega Sabato, es un armazón republicano. Salvo excepciones notables (Myers, 1995; Rojas, 2009; Entin, 2018), los historiadores de las ideas políticas en América Latina han preferido mirar el liberalismo, considerando quizá que la república era su corolario natural. Sabato, sin embargo, acierta al privilegiar al republicanismo. Los contornos variables y desdibujados de aquel se han prestado a que los historiadores hayamos encontrado liberales por todos lados –incluidos entre los conservadores–, y nos hayamos enfrascado en disquisiciones circulares sobre el liberalismo en Iberoamérica. El liberalismo latinoamericano resulta así, a menudo, un instrumento torpe para diseccionar la dinámica de la política decimonónica.3

La república, en cambio, aunque también heterogénea y proteica, es, además de ideología, retórica y aspiración, forma de gobierno.4 Enraizada en la soberanía popular, engendró en América prácticas, sociabilidades y una esfera pública peculiar que Sabato analiza con provecho, aunque se extraña –digo, cometiendo el pecado de querer que el libro reseñado incluya lo que hubiera investigado yo– que no profundizara su análisis a otros elementos de las construcciones republicanas, como las constituciones y los congresos. Su libro evidencia el arraigo y persistencia de la república en el Nuevo Mundo, frente a lo efímero que fueron sus encarnaciones paradigmáticas en el Viejo. De manera quizá más trascendente, demuestra que “la volatilidad” de la política hispanoamericana –su conflictividad, su violencia-- no fue producto de “una modernización ‘fallida’ “, ni de la incapacidad de los latinoamericanos “de jugar el juego de la república, sino, por el contrario, de una manera de entender e implementar sus reglas” (p. 13, p. 195).

Repúblicas del Nuevo Mundo remite a un laboratorio no sólo porque la política republicana, contenciosa y contingente por definición, fue, en las naciones recién nacidas del naufragio de la Monarquía Católica, una política experimental, cuyos artífices forjaron, una y otra vez, “soluciones diversas y siempre parciales” a los desafíos que enfrentaban (p.10). Pero el ensayo de Sabato es también una especie de reporte de laboratorio: rastrea las distintas iteraciones de los elementos constitutivos de la República para seguir su trayectoria –nacimiento, desarrollo y declive– dentro de un amplio marco cronológico y geográfico. Esto le permite identificar las variables, los contextos y presiones que confluyeron para moldear el experimento republicano hispanoamericano.

Por otra parte, desde la perspectiva de la historia intelectual, la estrategia de la autora resulta muy sugerente: se acerca al andamiaje ideológico de la República no como genealogista ni como entomóloga, sino como ingeniera. De este modo, no pretende reconstruir la trayectoria intelectual del “humanismo cívico,” que de la antigua Grecia llegó –aparentemente sin que J.G.A. Pocock se diera cuenta— a la América en la que se hablaba español y se desconfiaba de Maquiavelo. Tampoco quiere describir con detalle los extraños bichos que la “idea republicana” engendró en Hispanoamérica. Refiere en cambio cómo funcionaba, en general, una máquina que se ajustó a distintas circunstancias, nacionales pero también regionales y locales, económicas y demográficas. Se trata de un ejercicio especialmente sugerente para quienes nos interesamos en la historia de las ideas, sin tener claro aún el trabajo que éstas realizan dentro del proceso histórico.

Así, Repúblicas del Nuevo Mundo deja claros la potencia y el arraigo de la “soberanía popular” como principio, eje rector y frontera de la política, como andamiaje ideológico de una república de tenor marcial. Imprimió razón, sentido y orden al aparente desorden que era la política decimonónica. Movilizó y legitimó la acción colectiva en el espacio público. Generó conceptos de nación y pueblo fuertemente determinados por los ideales de unidad y unanimidad, con lo que moldeó una “visión de lo político que estigmatizaba al ‘otro’ como ilegítimo” y acotó no sólo los espacios para el pluralismo, sino las posibilidades de éxito “a la hora de procesar el antagonismo a través de canales institucionales” y no violentos (p. 66).

El experimento resulta menos ilustrativo cuando distingue un caso atípico. Hilda Sabato publicó este libro en inglés, en 2018, para que “la renovada discusión [iberoamericana] sobre la política en el siglo XIX […] alcanzara a públicos más allá de la región y con la expectativa […] de incidir en los debates sobre las revoluciones atlánticas, el republicanismo y la modernidad política que suelen no incluir a esta parte del mundo en sus disquisiciones”. Su esperanza resultó, como escribe ella misma, “excesiva” (p. 6): el libro inspiró debates muy interesantes, en inglés… entre latinoamericanistas.5 En cambio, aunque el interés de Sabato se centra en las antiguas posesiones españolas, a lo largo de su ensayo se asoma la otra república americana. Habrá quien arguya que, en estadística, no tiene caso estudiar al outlier. Sin embargo, las conexiones y diferencias con la experiencia estadounidense que esboza Sabato resultan, sin duda, provocadoras, y se extraña no hubiera profundizado más.

Como nación y sociedad poscolonial, Estados Unidos compartió problemas y desafíos con sus “repúblicas hermanas” menores. La del norte, sin embargo, parece haberlos procesado con menos sobresaltos. La autora subraya acertadamente que las rebeliones que sacudieron la vida política estadounidense –las rebeliones del whisky (1794), de Fries (1799), de Dorr (1842) y el motín de Baltimore (1812)–, respondían, al igual que las que desestabilizan a las naciones hispanoamericanas, a motivaciones y reclamos populares. Seguían una lógica republicana: los rebeldes reaccionaban en contra de restricciones o imposiciones –sobre todo fiscales– que a su ver violaban sus derechos como ciudadanos, la voluntad y la autonomía del pueblo soberano.

Sin embargo, con la importantísima excepción de la Guerra Civil (1861-1865), que, como alegara Abraham Lincoln, amenazó con destruir “al gobierno del pueblo, por el pueblo, para el pueblo”, en Estados Unidos estos movimientos no pusieron en jaque a la autoridad (p. 119). Fueron reprimidos –y en los casos de Fries y Dorr, litigados– sin que su carácter republicano preocupara demasiado a los que los aplastaron. Sabato apunta así que Estados Unidos representa un “caso único,” cuyas “innovaciones políticas que encauzaron al régimen en un derrotero relativamente estable en el largo plazo” (p. 212). Suponemos, sin embargo, que la estabilidad de la “Unión más perfecta” no se fincó en lo ocurrente que eran sus integrantes. La interrogante se plantea, pero no se resuelve. ¿Habría que haber pensado, al escribir este libro, en un “Nuevo Mundo” que incluyera a la república del norte? ¿Podría inscribirse en la conversación historiográfica estadounidense como lo hace en la latinoamericana?

Nos quedamos entonces con las ganas de saber más sobre la experiencia republicana estadounidense. De manera similar, la transición, en América Latina, a la república de fin de siglo resulta a un tiempo intrigante y desconcertante. Hacia la década de 1870, la política republicana se estabilizó, se sosegó, se volvió predecible, incluso conservadora. Se entiende que, como explica la autora, las presiones de la guerra –civil e internacional--, que se recrudecieron a partir de la década de 1860, llevaran al cuestionamiento, a la reforma y, eventualmente, a la abolición de las milicias ciudadanas, tan eficaces en las escaramuzas políticas, pero mucho menos en conflagraciones de mayor calado (pp. 200-201). También es comprensible que la integración de América Latina a la economía global aumentara los incentivos –y probablemente los recursos– para asegurar el orden. Podemos suponer incluso que la agitación constante y la violencia que iban aparejadas a las “negociaciones borrascosas”6 de la política republicana, que los historiadores encontramos tan fascinantes, no lo fueran tanto para quienes las padecían.

Sin embargo, estos procesos se llevaron a cabo en contextos y con actores diversos, pautados por ritmos distintos. Las críticas al (des)orden de las cosas no eran nuevas como no lo era tampoco la preocupación “por la inestabilidad política” (p. 200). ¿Cómo se volvieron, en algún momento, ésta más apremiante y aquellas más convincentes? La idea y la retórica republicanas pierden su capacidad de moldear la esfera pública y movilizar a la población, pero no quedan claros los mecanismos que llevaron a que se desdibujaran, y si el cambio de paradigma político se vio acompañado –¿facilitado? – por un cambio en principios torales y discursos públicos. Así, el vigoroso ensayo de Sabato arroja luz sobre un siglo XIX denso y complejo, cuyos entresijos y engranajes nos eran, hasta hace relativamente poco, desconocidos. Nos deja claro, como ciudadanos, que importa la fórmula que construyamos para “vivir juntos”. A los historiadores nos deja mucha tarea por hacer.

Bibliografía

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Rafael Rojas, R. (2009). Las Repúblicas de Aire: utopía y desencanto en la revolución de Hispanoamérica, México: Taurus. [ Links ]

Notas

1Vale la pena rescatar, sin embargo, la avezada crítica de Luis Fernando Granados, cuando apunta que los artífices de esta corriente parten “de que la política no puede ser entendida como mero reflejo de los procesos sociales y económicos, sino que debe tenerse como un ámbito fundamentalmente autónomo”, y que esto resulta problemático al pretender aprehender una realidad ancha y compleja. Granados (2010: 18).

2Existen, sin embargo, antecedentes importantes: Tulio Halperin Donghi (1972); Edmundo O’Gorman (1947; 1977).

3Véase Fowler y Morales (1999); me parece que haber evitado discutir a los conservadores más radicales es uno de los problemas centrales de mi Para mexicanizar el Segundo Imperio. El imaginario político de los imperialistas. Pani (2001).

4Véase el hermoso texto de un republicano del siglo XX, Nicolet (1982).

5James Sanders en European Review of Latin American and Caribbean Studies, 105, 2018, Book Review 9; Timo Schaefer en H-LatAm, disponible en https://networks.h-net.org/node/23910/reviews/2716748/schaefer-sabato-republics-new-world-revolutionary-political (consultado Julio 7, 2021); Michael T. Ducey en The American Historical Review, 124:5, 2019, pp.1923-1925; Will Fowler en Journal of Latin American Studies, 52, 2020, pp-423-466; Guy Thomson en Estudios Interdisciplinarios de América Latina y el Caribe, 31:2, 2020, pp.135-137.

6La expresión es de Will Fowler (2011), para describir los pronunciamientos mexicanos.

Recibido: 12 de Julio de 2021; Aprobado: 30 de Septiembre de 2021

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