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Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana Dr. Emilio Ravignani

versão impressa ISSN 0524-9767versão On-line ISSN 1850-2563

Bol. Inst. Hist. Argent. Am. Dr. Emilio Ravignani  no.56 Buenos Aires jan. 2022

 

Reseñas

Ricardo González Leandri y Pilar González Bernaldo de Quirós (eds.), Perspectivas históricas de la desigualdad y la cohesión social en América Latina. Siglos XIX y XX, Madrid, Sílex Universidad, 2020, 380 pp.

Hernán Otero1 

1Instituto de Geografía, Historia y Ciencias Sociales, CONICET–Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires

González Leandri, Ricardo; González Bernaldo de Quirós, Pilar. Perspectivas históricas de la desigualdad y la cohesión social en América Latina. Siglos XIX y XX. 2020. Sílex Universidad, Madrid: 380p.

El texto que nos ocupa, fruto de un productivo proyecto de investigación liderado por los editores y por el recordado Juan Suriano, parte de las preocupaciones del presente para indagar las formas que asumieron la cohesión y la desigualdad social desde fines del siglo XIX hasta mediados del siglo XX en América Latina. La vastedad del tema y del marco espacial y cronológico revela la capacidad de los editores para poner en valor, a partir de un conjunto representativo de casos, las posibilidades interpretativas del concepto de cohesión social en una región caracterizada históricamente por problemas estructurales de desigualdad.

El libro no tiene por objetivo explorar las dimensiones empíricas que asumieron la desigualdad y la cohesión sociales, lo que hubiera exigido otras fuentes y abordajes, sino sobre todo la evaluación de esos problemas realizada por intelectuales, doctrinas e instituciones, es decir, el análisis de la cohesión y desigualdad en tanto “sistemas de representaciones históricas”, como lo señalan los editores. De tal suerte, los capítulos que lo integran no abrevan tanto en la historia social más clásica sino, ante todo, en una historia socio-cultural de las reflexiones que esos problemas inspiraron. La mayor atención otorgada a la cohesión social es otro gran acierto de la propuesta, no sólo porque la desigualdad es una dimensión constitutiva –aunque, primordial- de la cohesión, sino porque ésta ha sido mucho menos visitada por los estudios propiamente históricos que la desigualdad. La focalización en la cohesión social como denominador común de los trabajos se sitúa en la tradición sociológica que abordó el tema desde los inicios mismos de esa disciplina, destacándose en particular la sociología francesa, desde la obra clásica de Émile Durkheim hasta autores como Jacques Donzelot, Pierre Rosanvallon, François Dubet y Robert Castel, tradición a la que remiten, con grados variables, todos los trabajos del libro.

Además de la introducción, que da cuenta también de los objetivos y características del programa de investigación en el que se enmarca la obra, el libro incluye 11 capítulos estructurados en tres partes y que mantienen múltiples puntos de contactos entre sí. La primera parte se consagra a los saberes y representaciones de la cohesión y desigualdad sociales concebidas como partes de narrativas históricas más generales. Basándose en el concepto de “economía moral de la cohesión social”, entendido como un zócalo de conocimientos compartidos por múltiples actores y disciplinas, Pilar González Bernaldo de Quirós reconstruye los saberes circulantes en la Buenos Aires de la Belle Époque. Ello le permite destacar los múltiples vasos comunicantes entre disciplinas y actores como así también la influencia de la sociología y la estadística en el proyecto de seguro social de Augusto Bunge y, de manera más general, en lo que la autora denomina como el “momento mutualista”. El caso porteño resulta de tal suerte comprensible a partir de la articulación entre la escala local y global, gracias al carácter transnacional de las redes de expertos y los congresos científicos. El carácter transnacional de la circulación de conocimientos y políticas y la articulación entre lo global y lo regional aparecen también en el estudio de Iván Olaya sobre la influencia del discurso eugenésico en la construcción de la infancia en América Latina durante la primera mitad del siglo XX, un tópico menos visitado que otros aspectos de esa doctrina. La impronta eugenésica es reconstruida mediante el seguimiento de los congresos latinoamericanos y las políticas sobre el particular, entre las que destacan la creación del Instituto Internacional Americano de Protección a la Infancia en 1927 y el Código Panamericano del Niño de 1948. En este proceso, la eugenesia contribuyó a redefinir y potenciar a la infancia en tanto categoría social y objeto de políticas específicas. Un fenómeno análogo es ilustrado por la construcción de la categoría trabajo y sus variantes, analizada por Laura Caruso a partir del rol desempeñado por la Organización Internacional del Trabajo (OIT) y su zaga de convenios, recomendaciones y conferencias internacionales. La periodización propuesta por la autora ilumina momentos de acercamiento y distanciamiento entre América Latina y la OIT como así también la tensión entre nociones de carácter universal y realidades regionales, como lo ilustra, por ejemplo, el trabajo indígena. Sabina Dimarco, por su parte, analiza las diputas de sentido en torno al surgimiento de la categoría de “desocupado” (es decir aquel quien no tiene trabajo por razones ajenas a sí mismo), mediante el estudio de la prensa socialista y de los mitins de desocupados impulsados por ese grupo político en tres coyunturas de crisis económica de la Argentina (1890, 1897 y 1901). La reconstrucción de las estrategias discursivas y no discursivas de los socialistas y de los desempleados puede leerse también como la conquista progresiva del derecho al trabajo frente a las concepciones tradicionales que veían al no trabajo como una forma de vagancia. Por último, el texto de Daniela Marino sobre el caso mexicano entre 1900 y 1920 explora el viraje desde el liberalismo hacia el paradigma posrevolucionario, fundado en la revalorización del indio y de la propiedad comunal de las tierras, discurso cohesionador en el que fueron decisivos tanto los actores de la nueva política agraria como la influencia de la antropología y la etnología.

La segunda parte del libro remite a las áreas institucionales que abordaron la cohesión y la desigualdad social. Destacan aquí los aportes de Ricardo González Leandri, quien reconstruye la higiene y la educación argentinas, dos campos fundamentales de intervención estatal del período 1890-1910. El análisis de estos campos incluye el tríptico clásico de este tipo de estudios, es decir los saberes; los expertos y las agencias estatales encargadas del diseño de políticas. El capítulo permite asimismo vislumbrar la influencia diferencial de las políticas en tanto vectores de cohesión, presente en ambos campos pero en cierto modo más evidente en la educación que en la higiene. La importancia de la educación como factor de cohesión social es abordada también por Francisca Rengifo en su estudio sobre la escolarización chilena entre la declaración de la obligatoriedad de la escuela primaria de 1920 y la reforma educativa de 1964. Gracias a los indicadores estadísticos producidos durante el período (deserción y rezago escolar, desnutrición, retraso cognitivo, etc.), el capítulo pone en evidencia la ambivalencia de la escuela en tanto institución de efectos inclusivos pero también desiguales, lo que permite a la autora discutir la compleja relación entre democracia y desigualdad social. Volviendo a este lado de la cordillera, Karina Inés Ramacciotti y Pablo Maddalena reconstruyen las ideas y debates sobre los accidentes de trabajo y las enfermedades profesionales entre la sanción de la ley respectiva en 1915 y el golpe militar de 1955. Más allá de los objetivos cohesionadores de la ley, vista como un mecanismo que favorece la reducción de las desigualdades, su aplicación se vio limitada no solo por su alcance restringido a la relación salarial sino también por las inequidades derivadas del acceso a la justicia y la salud, dependientes a su vez del tipo de trabajo y de la condición de género. A pesar de estas rémoras, que tendieron a reducirse durante el peronismo clásico, la ley permitió el paso de la lógica de la caridad a la de la indemnización basada en la doctrina del riesgo profesional.

La tercera y última parte aborda la dimensión étnica de la cohesión social, de importancia substantiva tanto en la historia de la región como en la agenda política actual. Ésta comenzó a conformarse progresivamente durante la primera mitad del siglo XX gracias a la puesta en discusión de la concepción liberal positivista del siglo precedente, como lo muestra el trabajo de Enrique Masés que analiza los cambios introducidos por el primer peronismo (1943-1955) tanto en el plano constitucional y legal como en las políticas e instrumentos que favorecieron el acceso a la tierra. Según el autor, estas medidas, sumadas a la activa agencia de los propios indígenas, permiten definir a este período como el momento de incorporación definitiva de los indígenas a la comunidad nacional. Isabel Cristina López Eguren y Osmar Gonzáles Alvarado, por su parte, reconstruyen la trayectoria de la intelectual Dora Mayer (1868-1959) quien, a pesar de sus contradicciones políticas en otros planos, se caracterizó por su activa y constante defensa de los derechos de los indígenas peruanos, al tiempo que, en contra de sus propias ideas, contribuyó a legitimar el papel público de la mujer. El caso peruano, país con uno de los más activos y poderosos movimientos indigenistas del mundo, es analizado asimismo por Juan Martín Sánchez, quien propone una periodización de la retórica indigenista y de la puesta en marcha de proyectos experimentales y académicos durante las décadas del cincuenta y el sesenta. Esta mirada de conjunto permite poner de manifiesto múltiples influencias, desde las propuestas estéticas del indigenismo literario de los años 20, no siempre tenidas en cuenta, hasta los paradigmas de las ciencias sociales norteamericanas y de organismos internacionales como la OIT.

En suma, tres puntos fuertes caracterizan Perspectivas históricas de la desigualdad y la cohesión social en América Latina. En primer lugar, la alternancia de escalas, desde la biografía individual hasta las instancias internacionales de los congresos de disciplinas científicas (en particular, la sociología, la estadística y la antropología) y de los organismos abocados, directa o indirectamente, a la cohesión social. Se trata de un punto relevante, ya que el análisis de las dimensiones transnacionales se fundamenta en hallazgos empíricos sólidos que le dan carnadura y no, como suele ser común, en la enunciación de mandatos historiográficos a la moda. Esta perspectiva global permite poner de manifiesto el punto de giro producido por la consolidación de los organismos internacionales en las narrativas y en las características asumidas por las redes de expertos, las agencias estatales y las políticas implementadas. Ello va acompañado de un repertorio significativo de países (la exhaustividad sería desde luego un requisito de difícil cumplimiento) como Chile, Perú, México y Argentina, representada por un mayor número de trabajos en parte por la nacionalidad del equipo inicial de colaboradores pero también por su carácter pionero en algunas temáticas.

En segundo término, la historia de las categorías que subyace a casi todos los textos puede ser leída también como una historia de la construcción de derechos individuales y sociales, desde la función social de la propiedad hasta el derecho al trabajo y, de modo más genérico, a los derechos implicados en las múltiples dimensiones del bienestar (educación, salud, etc.). Ello es así porque todos los autores parten de una mirada multidimensional de las políticas públicas, tributarias de derechos igualmente plurales e históricamente cambiantes.

Por último, y aunque pueda parecer obvio, debe destacarse la importancia de la dimensión étnica, un rasgo a todas luces central y estructural de las sociedades latinoamericanas, con implicancias decisivas para la cohesión social y nacional de los países de la región. Ello permite ir más allá de la desigualdad económica, de vital importancia desde luego, pero mucho más visitada por la historiografía disponible.

Aunque algunos capítulos incluyen discusiones teóricas sobre las relaciones entre cohesión y desigualdad, es claro que todos los autores utilizan una definición amplia de cohesión social, concepto que se caracteriza además por su alto nivel de abstracción inicial. Se trata, sin duda, de un acierto y de una opción metodológica válida para posibilitar el diálogo entre procesos y realidades disímiles. Sin embargo, la amplitud misma de la definición puede favorecer cierta dispersión ya que, más allá de las calidades intrínsecas de cada trabajo, la unidad de conjunto corre por momentos el riesgo de verse afectada por la relación desigual que cada artículo tiene con la cohesión social, relación que en ocasiones es explicitada por los autores y en otras aparece más diluida para el lector. Se trata, sin embargo, de una observación menor a un texto caracterizado por la solidez empírica de los trabajos, la atención permanente a la visión procesual de los conceptos y categorías y la vinculación bifronte con el pasado histórico y con las preocupaciones actuales que nos cuestionan como científicos sociales pero también como ciudadanos.

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