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Trabajo y sociedad

versión On-line ISSN 1514-6871

Trab. soc.  no.16 Santiago del Estero ene./jun. 2011

 

 

PERSPECTIVAS TEÓRICAS SOBRE EL TRABAJO Y LA CULTURA

El alma en venta: Apuntes para un debate teórico sobre el trabajo de cuello blanco en empresas multinacionales

Souls on Sale: Notes for a Theoretical Debate about White Collar work  in Multinacional Enterprises

Diego Szlechter[1]

RESUMEN

La Segunda Guerra mundial provoca la desaparición de viejos estilos de vida en el mundo occidental. Una de las causas de este fenómeno se compone de drásticos cambios en la estructura ocupacional de occidente, especialmente en EEUU, que resultaron en una nueva clase media de administradores surgidos de los college devenidos muchos de ellos gerentes de las grandes corporaciones. La emergencia de los gerentes como asalariados pone en cuestión la idea de una clase asalariada homogénea al estilo marxista debido a la expansión de actores tales como burócratas, profesionales, que no se agotan en una explicación dualista o dicotómica de la sociedad. Los estudios acerca del trabajo gerencial se enmarcan dentro de los debates acerca de la transición del llamado "fordismo" hacia el "posfordismo" o de producción en masa a la producción flexible. Estas discusiones suelen soslayar o relegar a un papel secundario la cuestión de las transformaciones en la identidad y la subjetividad dentro del espacio de trabajo. Sostenemos en este trabajo que el espacio laboral ocupa un rol fundamental en la conformación de la identidad. Este supuesto se opone a los pronósticos más optimistas del llamado posfordismo que consideran que la esfera extralaboral es la que imprime su sello sobre el mundo del trabajo. La intención de este artículo es indagar, por un lado, cómo abordan las Ciencias Sociales en general y los debates sobre las Clases Medias, la Sociología del Trabajo y la Sociología de las Organizaciones en particular, la cuestión del trabajo gerencial y por otro, qué aportes realiza la bibliografía en este campo para intentar esclarecer qué tipo de subjetividad propician las empresas para con sus mandos gerenciales y qué implicancias conlleva en la práctica laboral concreta de éstos. Es así como se presentarán 3 debates fundamentales que han surcado el camino para acercarnos a dilucidar esta cuestión: la discusión sobre calificación y competencias, la perspectiva de la cultura laboral y, por último, la teoría del capital humano.

Palabras clave: Trabajo gerencial; Capital humano; Competencias; Cultura laboral; Corporaciones

ABSTRACT

Second World War caused the disappearing of older life styles in western world. One of the reasons of this phenomen relies on drastic changes in the occupational structure in western world, especially in the US, which result in a new middle class of managers that emerged from colleges who became big bosses in corporate America. Those salaried managers questioned the idea of a homogeneous salaried class in the Marxist way due to the expansion of players such as bureaucrats, professionals, who doesn´t deplete in a dualist or dichotomist explanation of society. Labor studies about managers are framed into the debates around the transition from fordism to posfordism or from mass production to lean production. These discussions used to relegate to a secondary roll the issue of the transformations in the identity and subjectivity at work. We stress in this article that work engage a fundamental roll in the configuration of identity. This postulation opposes to most optimistic forecasts of the so called posfordism, which regard the world outside work as one that outweighs world of labor. The intention of this article is to inquire, on one side, the way Social Sciences in general and the debates around Middle Classes, Sociology of Work and Organizational Sociology in particular, the issue of managerial work and on the other side, which contributions make bibliography in this field in order to clear up what kind of subjectivity corporations promote to their middle management and what implications carry on their everyday work. Therefore, we introduce 3 fundamental debates who have plowed the road to try to elucidate this issue: the debate about qualification and competences, the labor culture perspective and human capital theory.

Keywords: Management work; Human capital; Competences; Labor culture; Corporations

SUMARIO

Introducción.El manager en la literatura de Ciencias Sociales.El manager y las clases medias.Breve historia de la gerencia.El manager en los debates de la Sociología del trabajo y de las Organizaciones.La emergencia del actor.El debate en torno a la noción de calificación y competencias.El gerente como empresario de sí mismo: los aportes de la Teoría del Capital Humano.Conclusiones.Bibliografía citada

*****

Introducción

La Segunda Guerra mundial provoca la desaparición de viejos estilos de vida en el mundo occidental. Una de las causas de este fenómeno se compone de drásticos cambios en la estructura ocupacional de occidente, especialmente en EEUU, que resultaron en una nueva clase media de administradores surgidos de los college devenidos muchos de ellos gerentes de las grandes corporaciones. La emergencia de los gerentes como asalariados pone en cuestión la idea de una clase asalariada homogénea al estilo marxista debido a la expansión de actores tales como burócratas, profesionales, que no se agotan en una explicación dualista o dicotómica de la sociedad. Sin embargo, en cada país, el proceso de formación de la clase media es diferente. En la Argentina así como en el resto del mundo occidental, la emergencia de la clase media en términos de educación (a través de la generalización de la educación) y de estructura ocupacional, sería impensable sin la idea de movilidad social (que en el régimen estamental pre capitalista no existía), posibilitado por el enriquecimiento dado por la estructura del mercado.

Los estudios acerca del trabajo gerencial se enmarcan dentro de los debates acerca de la transición del llamado "fordismo" hacia el "posfordismo" o de producción en masa a la producción flexible. Estas discusiones suelen soslayar o relegar a un papel secundario la cuestión de las transformaciones en la identidad y la subjetividad dentro del espacio de trabajo. A lo sumo estas cuestiones son vistas como efectos de dichas transformaciones y no como fenómenos que guardan un rol protagónico en dichos eventos. Sostenemos en este trabajo que el espacio laboral ocupa un rol fundamental en la conformación de la identidad. Este supuesto se opone a los pronósticos más optimistas del llamado posfordismo que consideran que la esfera extralaboral es la que imprime su sello sobre el mundo del trabajo. Estos enfoques optimistas vislumbran una época en la cual el sujeto logrará desarrollar todo su potencial subjetivo aprovechándose de la creciente intelectualización del trabajo. Las Ciencias Sociales en general y la Sociología del Trabajo y de las Organizaciones[2] en particular, al analizar las transformaciones del mundo del trabajo y el paso de la automatización al trabajo "inmaterial", relegan a un segundo plano la problemática de las mutaciones en el mundo laboral desde la perspectiva de los actores; poco se habla de los responsables de implementar los cambios dentro del mundo laboral, los managers. Se presentará un recorrido alrededor de los debates teóricos acerca del trabajo de estos gerentes ya que generalmente son los empleados de nivel jerárquico medio (gerentes, supervisores, jefes) los encargados de implementar las políticas corporativas. A pesar de no ser ni los dueños ni accionistas de las empresas para las cuales trabajan, éstos actúan en defensa de los intereses corporativos. Es necesario entender esta forma de consentimiento (Burawoy, 1989) o servilismo voluntario (Durand et al., 2006) desde la subjetividad que se propicia en estos sujetos dentro de los espacios de trabajo y en el desarrollo de sus carreras. No es la intención de este artículo hurgar en la perspectiva de los actores, ya que eso requeriría un trabajo de campo que trasciende los objetivos del presente trabajo, sino presentar el debate teórico en torno a la cuestión del trabajo en los mandos gerenciales. En otras palabras, nos preguntaremos, por un lado, cómo abordan las Ciencias Sociales en general y los debates sobre las clases medias, la Sociología del Trabajo y la Sociología de las Organizaciones en particular, la cuestión del trabajo gerencial y por otro, qué aportes realiza la bibliografía en este campo para intentar esclarecer qué tipo de subjetividad propician las empresas para con sus mandos gerenciales y qué implicancias conlleva en la práctica laboral concreta de éstos. Es así como se presentarán 3 debates fundamentales que han surcado el camino para acercarnos a dilucidar esta cuestión: la discusión sobre calificación y competencias, la perspectiva de la cultura laboral y, por último, la teoría del capital humano.

¿De qué manera esta literatura estudió a los managers? ¿Qué papel juegan éstos dentro de los debates históricos de las Ciencias Sociales, la emergencia de las clases medias con el surgimiento de administradores asalariados dentro de éstas, la Sociología del Trabajo y la Sociología de las Organizaciones, en relación al abordaje recibido por otros grupos dentro del espacio organizacional? ¿Qué los diferenció de otros grupos, como ser los accionistas o los obreros más calificados, dadas las dificultades de comprender a los managers a partir de categorías tradicionales como las de trabajadores u hombres de negocios?[3].

El manager en la literatura de Ciencias Sociales

El manager y las clases medias

Con el propósito de aprehender las formas variadas en que los actores practican y definen su modo de pertenencia a la clase media, Weber introdujo las nociones de posición de clase (consistente en un poder económico) y estatus social (honor o prestigio), confiriéndole así un lugar destacado al consumo, por un lado, y a la cultura y los bienes simbólicos, por el otro (o, más estrictamente, a los patrones de socialización y a los estilos de vida), en la conformación de las clases sociales. Este pensador y sus seguidores pusieron de relieve la dimensión cultural y simbólica de las clases sociales y de la clase media en particular. Decidió poner su acento en las clases sociales como prácticas, en sus redes sociales, en sus formas de adscripción y su modo de dar significado a sus vidas (Liechty 2002).

Weber ve unas sociedades más complejas que las que veía Marx. Para eso, utiliza el concepto de clases sociales en plural, que no es lo mismo que grupos sociales, si bien reconoce que estos últimos existen y guardan relación con las clases sociales. El autor divide a la sociedad en grupos de status, los cuales comparten ciertos consumos culturales y se representan con determinados atributos y distinciones. Así, el prestigio social compartido conforma un grupo de status, que significa estilo o modo de vida. Cuando unos actores individuales comparten oportunidades de vida (capacidades que les permiten acceder a bienes y servicios limitados y valiosos, las cuales se manifiestan en términos de poder) en el mercado (el cual implica relaciones de intercambio, a diferencia de las relaciones de producción marxistas), es cuando se puede hablar de una clase social. Weber sostiene que los factores subjetivos y simbólicos son centrales: los grupos existentes apelan al prestigio, la distinción y los hábitos.

A mediados del siglo XX, se comienza a hablar de una "nueva clase media" (Mills, 2002), que incluía a profesionales asalariados, técnicos, administrativos y oficinistas. Wright Mills identificaba a los gerentes como casos especiales de asalariados de alto rango que ponían en evidencia las complejidades del capitalismo avanzado; en efecto, en dicho período se había producido una inédita separación entre propiedad y control en las funciones cotidianas de las grandes corporaciones empresariales, transfiriéndose así enormes cuotas de poder de los propietarios a los gerentes. El autor también puso de manifiesto los valores que dichos estratos encarnaban, que tendían a identificarse con los valores nacionales norteamericanos, como la aspiración individual por la movilidad social.

Con respecto a las investigaciones sobre clases medias en la Argentina, aunque éstas han sido sin duda importantes, no han problematizado histórica y contextualmente la categoría misma de clase media, sus condiciones de producción y de uso y su variabilidad histórica; en general, se la ha tratado mayormente como una población predefinida por el investigador y no se ha privilegiado la indagación de las prácticas y las perspectivas de los actores (Garguin 2006 y 2007). Garguin (en Visacovsky, 2009) postula que la identidad de clase media comienza  a cristalizarse con la llegada del peronismo, ya que con anterioridad a dicho período su conceptualización era un tanto difusa, debido a que encarnaba un concepto restringido de nación (homogéneamente blanca, europea y abierta a la movilidad social ascendente de todo el que lo intentara). Es a partir de la diferenciación con el migrante interno beneficiario de la política social del peronismo, que comienza  perfilarse la identidad de clase media.

El grupo social –en términos de Weber- conformado por gerentes de grandes empresas en la Argentina, constituye un fenómeno relativamente novedoso en relación a Europa y EEUU. En Latinoamérica en general y en la Argentina en particular, la sutil "división del trabajo" entre propietarios, gerentes y trabajadores no se da hasta entrados los 70 con el comienzo de la apertura de la economía argentina a la inversión extranjera directa y la irrupción de la corporación multinacional en la escena económica. Esto hace que la caracterización del gerente aparezca en forma relativamente tardía con respecto al llamado primer mundo, por un lado, y que los procesos de concentración económica generen una menor dispersión y diferenciación entre gerentes medios y altos en términos de acceso al mercado de bienes y servicios y consumos culturales. En una investigación etnográfica llevada a cabo en Buenos Aires a principios de la década del 2000, Tevik (en Visacovsky, 2009) habla de una  "clase media profesional", sector que creció con las políticas económicas de la década de 1990, con altas competencias obtenidas en instituciones educativas privadas, que se desempeña en compañías multinacionales, con posiciones gerenciales en las áreas de servicios o finanzas.

Respecto al campo de la investigación etnográfica del trabajo de mandos medios de grandes empresas, se puede citar a Darrah et al. (1998) que realizan trabajo de campo con familias que alguno de sus miembros trabaja en empresas tecnológicas del valle de San Francisco. Estos analizaron los usos de la tecnología dentro y fuera del ámbito de trabajo y la manera en que se imbrican en las relaciones intrafamiliares. La compra de aparatos tecnológicos para la familia provee la infraestructura necesaria para convertir a la familia en una unidad productiva. Las razones que arguyen estas familias residen en la carga de trabajo, así como en la realidad que sus compañeros de trabajo hacen lo mismo. Así, la vida familiar termina configurándose en torno a las demandas del trabajo. La lógica de la eficiencia productiva impregna las relaciones interpersonales en la familia. La penetración tecnológica, que no es más que la penetración de patrones de conducta del ámbito de trabajo, genera que cada vez más facetas de la vida familiar estén sujetas a la lógica de la eficiencia. Las "competencias" aprendidas en capacitaciones corporativas sirven para manejarse en la complejidad de las frenéticas vidas de los trabajadores.

Martin (1999 analiza los efectos de las transformaciones en el mundo del trabajo sobre la personalidad de los trabajadores. Este se pregunta: ¿Cuál es la persona ideal que emerge de los dramáticos cambios acaecidos en el ámbito cultural, político y económico? De la regularidad mecánica de la cadena de montaje al ideal del trabajador flexible en constante cambio, ¿qué sucede con los valores otrora anclados en la estabilidad y la conformidad? El autor sostiene que la gente está cambiando su actitud frente al cambio. Esta se manifiesta en la imperiosa necesidad de estar capacitándose. El sujeto pasa a componerse de una colección flexible de activos, siendo éste propietario de su cartera de inversiones. El individuo pasa a constituirse en una minicorporación en la cual debe tomar decisiones acerca de la inversión, alimentación y administración de sus activos. Se pasa del individuo/ciudadano orientado por los intereses de la nación al individuo/empresa orientado por la lógica del capital global. Martin define la personalidad de este nuevo trabajador en términos de un "estilo maníaco", personaje sobreadaptado a su entorno, al cual lo analiza en términos de planificación de su cartera de inversiones. El objetivo es la multitarea, ser capaz de estar en más de un lugar a la vez, jugando al golf mientras se negocia con un cliente o esquiando mientras se toman decisiones de inversiones financieras.

Breve historia de la gerencia

Durante la primera etapa del capitalismo descripta por Boltanski (2002), parecía estar más claro quién era quién. Los profesionales de áreas técnicas tanto como los ejecutivos de la administración estaban claramente diferenciados de los trabajadores de planta. Estos mandos intermedios formaban parte de la tecnoestructura (Galbraith, 1968). Como consecuencia de esta dicotomía que se manifiesta, López Ruiz se propone analizar a los managers (si bien él los define como ejecutivos) a partir de categorías típicas ideales. Su teorización girará en torno a un debate sobre 2 tipos ideales: trabajadores de altas rentas y capitalistas en relación de dependencia.

En cuanto al primer tipo ideal, si se toman en sentido estricto, los managers son trabajadores, ya que venden su fuerza de trabajo a la corporación a cambio de un salario. Su vínculo se explicita a través de un contrato de trabajo. Sin embargo, su lugar dentro de la empresa está lejos de corresponderse con los trabajadores en sentido tradicional. Estos no son dueños de las empresas siendo motivo suficiente para que sean considerados como trabajadores. Tengamos en cuenta que los trabajadores de altas rentas, por más que simulen serlo y aspiren a ello, no forman parte de lo que C. Wright Mills dio en llamar "la elite de poder". De igual manera, los trabajadores de altas rentas se diferencian de los demás trabajadores, formando un contrapunto de lo que llamaríamos "los trabajadores de bajas rentas", los cuales desarrollan servicios de baja calificación y baja remuneración. Sin embargo, sostiene el autor, la renta, como valor cuantificable, no parece ser el mejor indicador para describir un ethos social en formación.

Al analizar el siguiente tipo ideal de "capitalistas en relación de dependencia", el autor afirma que, al consultar a los ejecutivos acerca de su posición dentro de la empresa, la mayoría de los entrevistados afirmaban ser más hombres de negocio que trabajadores. Sin embargo, ellos parecen ser dueños de un capital distinto del que detentan los dueños o accionistas de las empresas para las cuales trabajan: los managers son propietarios de un capital/destreza y ese capital incluye actitudes esenciales como la flexibilidad y el desapego de esquemas tradicionales –y también de lugares, personas y cosas- y la capacidad, sagacidad y astucia para la toma de decisiones que impliquen riesgo. Como consecuencia de esto, a pesar de la libertad de movimiento de capitales que, según parece, existe en el mercado del capital/destreza, decide el autor llamar a los poseedores de dicho capital "capitalistas en relación de dependencia". La estrategia seguida por el autor es fundamentar ideológicamente la constitución de este tipo ideal a través de la teoría del capital humano, uno de los ejes alrededor del cual girará nuestro trabajo.

Volviendo a las primeras etapas del capitalismo industrial, es importante aclarar que el nacimiento de la gestión empresarial comenzó a comienzos del siglo XX y tuvo como consecuencia el nacimiento de un nuevo grupo social de directores y administradores asalariados, designados posteriormente con el término de managers, al cual se le fue transfiriendo progresivamente la gestión operativa de las grandes empresas, quedando relegados los propietarios, en general, al papel de accionistas (Chandler, 1977). Henri Fayol (Fayol et. al, 1916), uno de los padres fundadores de la disciplina, deseaba desarrollar una doctrina administrativa que permitiese, por un lado, la afirmación de la gestión empresarial como una profesión con sus propias reglas, consumando la ruptura respecto de un estilo de dirección cuya legitimidad derivaba de la propiedad y, por otro, abrir la vía para una enseñanza profesionalizada.

Boltanski y Chiapello (2002) han llevado a cabo una investigación, en la cual indagaron acerca de las características que asume lo que ellos llaman "el nuevo espíritu del capitalismo". Esta investigación no toma como objeto de estudio a los managers (Boltanski lo había hecho con su trabajo seminal "Les Cadres" en 1982), sino que basa su investigación en un análisis comparativo, entre las décadas del 60 y del 90 del siglo pasado, de la literatura sobre management. Sería simplista, apresurado y en exceso aventurado, afirmar que el discurso sobre los managers se corresponde con el discurso de los managers.

Boltanski y Chiapello (2002) presentan un esquema de desarrollo histórico del capitalismo dividido en 3 etapas, en el cual los gerentes justifican y legitiman su trabajo alrededor de 3 ejes, los cuales van variando su peso relativo dependiendo de la etapa en que se encuentran dentro de dicho desarrollo histórico. Cada una de las etapas representa una combinación diferente entre necesidad de autonomía, búsqueda de seguridad y apelación al bien común como forma de legitimar la defensa de los intereses corporativos en general y el trabajo cotidiano gerencial en particular.

La primera etapa, la cual comienza a finales del siglo XIX, coloca su epicentro en la figura del burgués emprendedor y en la descripción de los valores burgueses. Así, Sombart (1913) destaca la figura del capitán de industria, del conquistador heroico, haciendo énfasis en el juego, la especulación, el riesgo y la innovación. La aventura capitalista se ve dinamizada por el desarrollo de los medios de comunicación y el avance del trabajo asalariado, lo que permite a muchos jóvenes emanciparse de sus familias y sus comunidades locales. Como contrapartida,  la figura del burgués y de su moral proporciona los elementos de seguridad gracias a una combinación original que suma a las disposiciones económicas innovadoras (avaricia, espíritu de ahorro, tendencia a racionalizar la vida cotidiana en todos sus aspectos, el cálculo, la previsión), disposiciones domésticas tradicionales (la importancia de la familia, el linaje, el patrimonio, la castidad de las hijas para evitar las uniones desafortunadas, dilapidando así el capital, el carácter patriarcal de las relaciones con los empleados) (Braudel, 1979). Las justificaciones ligadas al bien común estaban relacionadas con un utilitarismo vulgar que pretendía justificar los sacrificios que exigía el avance del progreso.

En el período de entreguerras, la pequeña burguesía pasaba a formar parte de las clases medias gracias al ascenso de un nuevo grupo social, "los cuadros" (en términos de Boltanski), de los cuales los pequeños burgueses comenzaban a formar parte. Hasta mediados del período de entreguerras, el sueldo era raramente el principal recurso de los miembros de la burguesía (el término salario estaba reservado a los obreros), por lo que solían poseer importantes rentas patrimoniales, como ser bienes inmuebles y valores financieros (rentas, obligaciones), los cuales fueron erosionados especialmente como consecuencia de la crisis del 30. Los ingenieros, y con ellos grandes fracciones de la burguesía, entraron dentro de la esfera del trabajo asalariado, lo que supuso un drástico descenso de su nivel de vida hasta que, una vez terminada la segunda guerra mundial, el nacimiento del Estado de bienestar generó una reestructuración de los recursos económicos, lo que redundó en un nuevo estilo de vida de los profesionales.

La segunda etapa se desarrolla entre la década de 1930 y la de 1960. A raíz de las transformaciones sufridas producto del estado de Bienestar, los nuevos dispositivos de seguridad de la burguesía no se fundamentaban más en rentas patrimoniales, sino en jubilaciones de los mandos medios, en los diplomas de éstos que aseguraban un nivel creciente de sus salarios, en las posibilidades de hacer carrera a lo largo de toda la vida (lo cual facilitaba el acceso al crédito), en aumentos de salarios en función de la evolución de los precios al consumo y en el empleo de por vida en la misma organización en las grandes corporaciones, a la vez que éstas les ofrecían a los gerentes todo tipo de servicios sociales (como ser comedores, cooperativas de compra, colonia de vacaciones, clubes deportivos) (Boltanski, 1982). La pequeña burguesía pudo lograr vivir como burgueses dentro del régimen salarial.

En esta época, el énfasis pasa desde el empresario individual a la organización. Este se corresponde con el desarrollo de la gran empresa industrial centralizada y burocratizada. La figura heroica pasa a ser la del director, quien, a diferencia del accionista que pretende enriquecerse personalmente, busca hacer crecer indefinidamente la organización de la cual forma parte, a través de las diferentes técnicas de gestión relacionadas con la producción en masa. Para los jóvenes diplomados las oportunidades que se les presentaban en estas organizaciones les resultaban "excitantes", ya que podían acceder rápidamente a posiciones de poder desde donde podían "cambiar el mundo" y alejarse definitivamente del reino de la necesidad. La seguridad es proveída a estos jóvenes a través del gigantismo de estas empresas, las cuales ofrecen no sólo la posibilidad de hacer carrera a largo plazo, sino que también podrían disfrutar de vivienda social, centros de vacaciones, etc., siguiendo el modelo del ejército. La referencia al bien común estaba asegurada no sólo en la creencia en una correspondencia entre progreso industrial y social, sino también en un ideal cívico, basado en la producción en masa, la distribución, el consumo de masas y la colaboración entre grandes firmas.

Vidich y Bensiman (1995) describen el origen de los gerentes asalariados, enmarcándolos en la nueva posición de EEUU en el mundo a partir de la posguerra, los cuales logran un nivel de prosperidad que sobrepasó sus perspectivas de éxito. Los estilos de vida de estos trabajadores de cuello blanco sufrieron un brusco cambio: al encontrarse tan exitosos en sus propios estándares, los miembros de esta clase fueron forzados a abandonar un pasado que no los había preparado para esas posiciones. Muchos eran descendientes de padres rurales e inmigrantes cuyas culturas habían rechazado. Probablemente su experiencia universitaria fue la fuente desde la cual su nuevo estilo de vida podía ser construido. La cultura de universidad de EEUU y sus creadores –los profesores- son de suma importancia como modelos para diseñar los nuevos estilos de vida de la clase media. Los años inmediatamente posteriores a la Segunda Guerra (1945-1952) se produce una explosión de la vida de campus (literatura, arte, música, teatro, museos, como principales formas de usar el tiempo libre – reserva de modelos de estilos de vida). Ese estilo de vida es llevado a los suburbios de las grandes ciudades. La vida en esos lugares emula a la vida de campus. Hoy en día la universidad tiene una función primordial apoyando los patrones de estilo de vida de la nueva y ascendente clase media y sus hijos. Paralelamente a la universidad, la literatura europea y la publicidad presentaron modelos para la clase media alta. Quizás la creación de nuevos modelos ocurrió tan rápido que los individuos que buscaban estos estilos de vida no podían absorberlos en una sola generación, o quizás la velocidad del éxito de la clase media y su movilidad desde la 2da Guerra ofrecía demasiadas oportunidades para adoptar u descartar una sucesión de estilos de vida. Estos grupos conforman la llamada clase media alta, la cual históricamente fue la columna vertebral de la comunidad debido a su participación cívica y su apoyo a los asuntos culturales. Tanto la urbana como la regional posee su base económica en la gerencia media alta. Una de las principales variantes de esta clase en términos ocupacionales la constituye el grupo de jóvenes ejecutivos que viajan por el mundo. Su vida consiste en desarrollar contactos, tender redes, ya que eventualmente el contacto correcto puede llegar a redituar. Estos pueden manifestar pensamientos críticos frente a su empresa o a la lógica del capital, siempre y cuando éstos no amenacen a sus trabajos. Se produce una intelectualización del idealismo radical; la política se convierte en una actividad cultural, como escuchar música.

Es en esta época cuando surgen en Francia los empleados que Boltanski llamó en francés "cadres" (directores asalariados, diferentes categorías de técnicos y organizadores) (Boltanski, 1982). La multiplicación de propietarios constituidos por personas jurídicas más que físicas, las limitaciones a la propiedad privada de las empresas a causa del desarrollo de los derechos de los asalariados y la existencia de reglas burocráticas que restringen las prerrogativas patronales en materia de gestión de personal, son interpretadas como muestras de un cambio en profundidad del capitalismo, caracterizado por la atenuación de la lucha de clases y por una disociación de la propiedad del capital y del control sobre la empresa (que es transferido a la tecnoestructura (Galbraith, 1968)).

A partir de la década del 80, los principales dispositivos de seguridad se han visto quebrantados. Junto con este proceso, concluyó la seguridad de la carrera a largo plazo de la cual disfrutaban estos cuadros gerenciales. La seguridad proporcionada por los diplomas ha disminuido, las jubilaciones se encuentran amenazadas (especialmente en los países desarrollados) y las posibilidades de promoción no están aseguradas (al menos dentro de la misma organización). La potencia de movilización de los managers de la segunda etapa es puesta en cuestión, mientras que las formas de acumulación se han vuelto profundamente transformadas.

La tercera etapa del capitalismo, debe corresponderse con uno mundializado. La buena vida de los managers se ve amenazada, ya que el interés colectivo de los capitalistas en tanto que clase se choca con los intereses particulares de los operadores atomizados en competencia en el mercado. Ninguno de estos últimos quiere ser el primero en ofrecer una buena vida a quienes contrata, porque esto redundará en un aumento automático de los costos de producción, lo cual constituiría una fuerte desventaja frente a la competencia exacerbada. Sin embargo, a la clase capitalista en su conjunto le interesa que las prácticas gerenciales, especialmente en lo que respecta a los managers, permitan conservar la adhesión de aquellos de los que depende la obtención de beneficios. El desarrollo de esta tercera etapa dependerá del interés que las empresas multinacionales (hoy por hoy dominantes del comercio mundial de bienes y servicios) tengan en mantener una zona pacificada en el centro del sistema-mundo dentro del cual los managers encuentren un espacio donde poder formarse, criar a sus hijos y vivir con seguridad.

Dado que la preocupación característica de los 3 períodos del capitalismo es la necesidad de movilización y motivación del personal de las empresas (si bien la forma que adoptan los medios y fuentes de movilización difieren en cada época), sobre todo de los managers, entonces, ¿Cómo dar sentido al trabajo hoy en las empresas? Esta es una de las cuestiones centrales que preocupan a las organizaciones.

La clave para el análisis de las prácticas de gestión empresarial específicas de cada etapa del capitalismo constituye la crítica que le hace el mismo capitalismo en general y el management en particular a una etapa anterior a la cual se debe superar[4]. De esta manera, Boltanski y Chiapello (2002) analizan la manera en que la literatura de management critica al capitalismo de tipo familiar, mientras que la literatura de los 90 lo hace contra las grandes corporaciones jerárquicas y planificadas.

La década del 60 se caracteriza por una fuerte insatisfacción de los managers y por dificultades de gestión ligadas al gigantismo de las empresas. Estos mandos medios (por un lado el arquetipo del mismo, el ingeniero y en segundo orden el enlace de la dirección que transmite las directivas de arriba abajo y eleva los reclamos de abajo a arriba) pelean por compartir el poder de decisión, lograr mayor autonomía, ser informados de la marcha de los negocios. Las estructuras empresarias habían crecido hasta niveles insospechados, mientras que los mandos medios más jóvenes –los cuales acreditaban ya una sólida formación universitaria- se sentían encerrados dentro de un sistema de gestión autocrático y centralizado. En el marco de la necesidad de separar la propiedad de la dirección, nacen los directores asalariados, que estaban reclamando mayor autonomía.

Las soluciones propuestas a la burocratización de las grandes empresas fueron la descentralización, la meritocracia y la dirección por objetivos. Así, la autonomía reclamada se conjuga con la dirección por objetivos en la descripción detallada de los límites y atribuciones del puesto de trabajo por un lado y, por otro, en la asignación para cada uno de objetivos coherentes y alineados con los de la empresa. De esta forma, la empresa logra mantener motivados a los managers, mientras que éstos ganan en autonomía. Se eliminan los criterios "subjetivos" de promoción y ascenso, ya que ahora se podía evaluarlos de manera "objetiva" e impersonal a través del grado de cumplimiento de los objetivos. La arbitrariedad en la gestión da lugar a la "equidad". Lo que subyace es una crítica al mundo doméstico, gobernado por juicios personales y el nepotismo. Ahora a los managers no se los evaluará por antigüedad (la cual evoca fidelidad a la empresa o al empresario) sino por la eficacia, por lo que las relaciones sociales no debieran ser más provechosas para el desarrollo de una carrera dentro de la corporación. La crítica a la meritocracia se basa en realidad en una crítica a los derechos adquiridos a través de las titulaciones, que aseguraban un puesto de por vida.

El proyecto de la década del 90, si bien prolonga el movimiento de "liberación" de los managers[5] y la flexibilización de la burocracia, pasa a poner en tela de juicio a las jerarquías en sí mismas. La década del 60 preservaba el respeto por el oficio de jefe, lo único que se pretendía era clarificar las jerarquías y hacerlas más "justas", de fundarlas en base al mérito y la responsabilidad. En cambio, en la década del 90, la crítica a la jerarquía se funda en tanto sistema de dominación. La "demanda de los clientes" y la presión competitiva exige liberar a todos los asalariados (y que corran ellos mismos con los riesgos de estas amenazas externas). Probablemente lo que Bourdieu (1998) llama la inflación de títulos haya causado, entre otros factores, la necesidad de la eliminación de jerarquías[6]. Esta autonomía conseguida tiene como correlato un aumento de la inseguridad laboral, si bien esta última es exaltada por los autores más famosos de la literatura sobre management: "Esta evolución provoca la inseguridad en el empleo y sobrecargas de trabajo, pero posibilita al mismo tiempo un espacio que suscita exaltaciones y da al personal la posibilidad de actuar como empresarios en el seno de las sociedades que los emplean" (Moss Kanter, 1992).

La noción clave para mantenerse en carrera es la de empleabilidad, la capacidad de desarrollar ciertas competencias que sean apetecibles en el mercado y que constituye el capital personal que cada uno debe administrar inteligentemente. Como la empresa no puede prometer ni estabilidad laboral ni desarrollo de una carrera a largo plazo, lo que le queda es invertir en las competencias de sus miembros, los cuales están muy interesados en desarrollar, para mantener sus condiciones de empleabilidad. De aquí que surjan programas corporativos que premien a sus mejores managers con MBA (Master in Business Administration) en las escuelas de negocio más destacadas. Es así como surgen sistemas de evaluación basados mucho menos en datos cuantitativos y más en aspectos actitudinales tales como liderazgo, comunicación, iniciativa, capacidad emprendedora, toma de riesgos, etc., los cuales son en realidad características que pasan a engrosar el capital humano de sus poseedores[7].

El saber-estar (en el lugar correcto, con la persona correcta) reemplaza al saber-hacer de una época anterior. Por otro lado, esta economía de relaciones implicó el establecimiento de relaciones afectivas oportunistas que incluyen las relaciones laborales, pero que la trascienden, abarcando los estudios, las amistades, el amor, la familia, etc.[8] Los dispositivos que reclaman el compromiso total de los seres humanos para con sus trabajos logran poner al servicio de las organizaciones las propiedades más humanas: los afectos, la moral, la creatividad. Estos provienen de las más refinadas técnicas psicológicas y cognitivas y porque son tan "humanas", penetran más profundamente en el sujeto, produciendo determinados tipos de subjetividades y logrando instrumentalizar al ser humano a través de aquello que los hace precisamente humanos.

Esta organización de "iguales" producto de la democratización del conocimiento (al menos entre los managers) se facilita en tanto y en cuanto este conocimiento contribuye a los objetivos empresarios (Drucker, 1993). Las características de las nuevas empresas de este período se sintetizan en lo que la literatura sobre management llama "las empresas esbeltas" que trabajan en red con otras, organizándose el trabajo en equipos orientados hacia la satisfacción del cliente y generando unos trabajadores "movilizados" gracias a la visión de sus líderes. El conocimiento y la información, en lugar de la explotación de la mano de obra, pasan a ser fuentes de productividad y de obtención de beneficios.

Sin embargo, las empresas siguen existiendo, ya que no se disuelven en la red, por lo que cuando las multinacionales no colaboran entre sí, desarrollan encarnizadas luchas competitivas. Consecuentemente, se hace imperioso organizar (por intermedio de una dirección definida por unos pocos) a estos seres autoorganizados y creativos, sin tener que recurrir al "autoritarismo" de las jerarquías. Se debe "inspirar" a los managers por medio de los líderes visionarios, garantizando su adhesión para con los objetivos empresarios sin tener que recurrir a la coerción. Las organizaciones se convertirán en "educadoras" o formadoras. Se deberán organizar y alinear las competencias y se crearán nuevas profesiones como la de coach, ese compañero "personal" que permite a cada cual desarrollar todo su "potencial". A cada manager en la empresa se le invita a desarrollarse personalmente. Al solicitarse todas las capacidades de la persona, la tarea del coach consistirá en que el empleado se conozca mejor y que descubra lo que es capaz.

La forma de "hacer carrera" de los nuevos managers ya no se funda en el ascenso en la pirámide jerárquica, ya que éstas han sufrido un achatamiento. La carrera se debe hacer tomando en cuenta al mercado en general. Al carecer muchas veces de un poder formal, lo que queda es hacerse valer a través de las competencias y el carisma, desarrollando una economía de relaciones a través de las redes que van tendiendo en procura de información y ayuda, aprovechándose del talento de los otros. El manager ya no necesita ser un experto técnico, sino que es un ser que permanentemente desarrolla competencias. Si, tal como sostienen Boltanski y Chiapello (2002), la historia de la gestión empresarial es la historia de la sofisticación de los medios de dominación de cuanto ocurre en la empresa y en su entorno, junto a la "liberación" de los managers, cabe preguntarse cuáles son las modalidades de control que se ejercen sobre éstos. Es el modelo de las competencias, de las aptitudes que permanentemente deben ser reactualizadas bajo una creciente instancia de examen que selecciona cuerpos en un mercado laboral restringido, quien puede controlar de manera eficaz a estos individuos. No existe infinidad de soluciones para controlar lo incontrolable, por lo que lo único que queda es el autocontrol. La coacción pasa desde la exterioridad de las prácticas organizacionales al interior de las personas. De aquí surge la necesidad de la motivación del personal, de su implicación y alineación con los objetivos empresariales, la búsqueda del placer en el trabajo.

Sin embargo, surge un nuevo actor que vigila y controla el buen accionar de estos managers: el cliente. Este último pasa a ocupar el lugar de la jerarquía en el control. ¿Para qué fundar el control en una jerarquía  que implica la estabilidad de una carrera dentro de la empresa, cuando el autocontrol resulta más eficaz y menos costoso? Los equipos, formados por "pares" y compañeros de trabajo (ahora clientes internos), pasan a ejercer el control de manera mucho más sutil. El control jerárquico dio lugar a uno de tipo mercantil, que supone una relación libre entre 2 partes formalmente iguales. El que decide si el manager sirve o no a los objetivos organizacionales, ya no es el jefe, sino el mercado.

El capitalismo, a lo largo de su historia, había logrado escindir los mundos de trabajo y de "vida". La literatura de management de los 90 se rebela contra esta separación. El tiempo fuera del trabajo, dedicado a la afectividad, pasa a ser importante para el desarrollo de las redes, ya que al desaparecer, al menos en parte, las jerarquías, lo único que queda para mantener el autocontrol es la confianza. Las competencias necesarias para vivir en red se aprenden por fuera del espacio de trabajo.

El manager en los debates de la Sociología del trabajo y de las Organizaciones

La emergencia del actor

La imposibilidad de ceñir la investigación a un solo debate dentro de la Sociología del Trabajo se centra en que las investigaciones acerca de los managers desde una perspectiva crítica y no funcionalista, no suelen abundar en la literatura de Sociología del Trabajo en general y en la latinoamericana en particular.[9]

Tal afirmación se sustenta en el análisis que Abramo y Montero (2000) realizan acerca de la conformación del campo de la Sociología del Trabajo y la forma que adopta la emergencia del actor empresario en este continente. A partir de la década del 80, con la crisis de la deuda externa, la globalización de la economía y los cambios en los patrones internacionales de competitividad, se transforma radicalmente el contexto de la disciplina. Así, la economía en su versión tecnocrática le gana espacio a la política, por lo que el tema pasa a ser la medida del ajuste a los nuevos patrones hegemónicos a nivel internacional, para poder recuperar capacidad competitiva e insertarse nuevamente en "el mundo" para poder recuperar el crecimiento. Este proceso posee una marcada influencia en la Sociología del Trabajo, la cual vuelve a poner el tema de la modernización en el centro de las discusiones, pero ya no identificada con la idea de cambio social sino con la adecuación necesaria a un nuevo paradigma, un best way "posfordista", "toyotista", ligado al lean production, a la empresa esbelta, desjerarquizada. Es de esta forma que comienzan a desaparecer los sujetos, especialmente la clase trabajadora en tanto sujeto, emergiendo el empresario como centro de la atención y de las investigaciones. Este empresario, representado por el gerente de la gran corporación globalizada, modernizada, inserta en la economía internacional, sale victorioso frente al Estado "elefantiásico" y la gran "burocracia sindical". ¿Cuál sería la medida del éxito de este actor? La "imperiosa" adecuación a los nuevos patrones de competitividad dominantes a escala global.

No es el caso para Francia, donde autores de la talla de Benguigui et al. (1970) -el cual diseñó una tipología de empresa para estudiar a los cuadros-, y Boltanski (1982) abrieron un nuevo campo de investigación, el cual ha agregado una abundante y frondosa pesquisa. Probablemente junto con Bouffartigue (Bouffartigue y Gadea (2000), Bouffartigue et. al (2001) y Bouffartigue (2001)) han fundado la llamada sociología de los llamados cadres en francés. Luego de lo que en Francia se da en llamar la gran ruptura de los cuadros (Bouffartigue et. al, 2001), la sociología francesa adoptó la figura del manager, para analizarlo desde una perspectiva crítica y comparable con el incipiente debate internacional que comienza a darse, como ser Brunel (2004), Françoise y Livian (1995), De Gauléjac (2005), Gadéa (2003), Livian (comp.) (2006), Villette (2003), Villette y Vuillermot (2005) y desde la antropología Flament (2002).

La imposibilidad de encontrar una correspondencia vernácula directa de los cuadros franceses, hace que dicha literatura deba ser tenida en cuenta con la mayor de las precauciones. Sin embargo, a nivel latinoamericano, desde un enfoque sociológico que excede el de la sociología del trabajo, comienza a vislumbrarse un nuevo campo que toma al manager como centro de sus abordajes. Luci (2007) realiza un estudio acotado a 3 empresas transnacionales en Buenos Aires, analizando la gestión de la carrera de los managers. La autora sostiene que lejos de ser la consecuencia de una "performance del resultado", una carrera de éxito en las empresas estudiadas se revela como el corolario de un trabajo complejo de administración de un amplio conjunto de cuestiones que exceden lo estrictamente laboral (...) que podría ser denominado una estrategia de gestión de sí. Por otro lado, Fígari (2007) analiza en perspectiva crítica la noción de competencias a nivel corporativo, estudiando la formación de los empleados en grandes empresas de Buenos Aires. La tesis que sostiene la autora postula una relación entre la formación/capacitación (pedagogía) empresaria y la recomposición de nuevas formas de control. En esta investigación, realizando lo que llama una lectura educacional crítica de las organizaciones, sostiene que la gestión por competencias, la mejora continua y la formación empresaria aportan un escenario analítico privilegiado desde la perspectiva de la Pedagogía del trabajo crítica.

López Ruiz (2004) en su tesis doctoral presentada en la Universidad estadual de Campinas en Brasil, se centra en el ethos de los ejecutivos de empresas transnacionales. Este ethos, definido en términos weberianos, incluye la noción de trabajo, aunque lo trasciende, por lo que la preocupación del autor es comprender las diferentes facetas del nuevo espíritu del capitalismo. López Ruiz estudia este ethos a través de un análisis comparativo en términos históricos de la literatura internacional sobre los managers desde principios del siglo XX frente al discurso y las prácticas de management actuales en Brasil. Es discutible la postura metodológica del autor, el cual encaró su investigación comparando 2 objetos de estudio muy complejos de comparar: por un lado autores como Weber, Sombart, Whyte, Schumpeter, Burnham con su influyente trabajo The Managerial Revolution y Bauer con su estudio sobre los egresados del ENA entre 1960 y 1990 devenidos en cuadros de grandes empresas, los cuales escribieron durante la primera mitad del siglo XX acerca del ascenso de la pequeña burguesía y su transformación en mandos gerenciales de las grandes organizaciones. Por otro lado, el discurso de los managers de empresas transnacionales hoy en día en Brasil. Esta comparación entre las teorizaciones sobre los managers y los discursos de los mismos actores, requiere al menos un recorrido por las diversas mediaciones que ayudan a correlacionar la literatura con el nivel del discurso. Consideramos que la propuesta metodológica del autor no resuelve esta complejidad.

El debate en torno a la cultura laboral

Dentro de la Sociología del Trabajo, el debate acerca de los aspectos simbólicos y significativos del trabajo surgen a mediados de la década del 70 del siglo pasado, como respuesta al paradigma teórico estructuralista imperante desde la segunda Guerra Mundial. Con enfoques teóricos prestados desde diversas disciplinas como la antropología y la psicología, se comienza a indagar acerca de temas tales como el contenido simbólico del proceso de trabajo, la orientación de los individuos hacia el trabajo, la construcción de las identidades laborales y la ideología de la empresa. Sin embargo, salvo en Francia (como se menciona al comienzo de este apartado), pocos trabajos toman como punto de partida a la gerencia en sí misma salvo cuando de trataba de analizar las relaciones entre la cultura dominante y la obrera.

Volviendo al debate internacional sobre cultura laboral, el enfoque cultural sobre el trabajo surge como reacción a los procesos de modernización industrial y de urbanización de la posguerra. La preocupación giraba en torno al destino y la adaptación del hombre frente al vertiginoso cambio industrial y tecnológico de la posguerra (López Pintor, 1986; Brown, 1982).

En Estados Unidos, en enfoque cultural de la Sociología Industrial y del Trabajo se nutrió del interaccionismo simbólico de la Escuela de Chicago de los años 20 y 30 del siglo pasado, aunque también recogió elementos importantes de la Teoría weberiana de la acción social (bajo el prisma parsoniano) y del análisis estructuralista sobre las ocupaciones y las profesiones (Watson, 1987: 28-59). El interaccionismo pone su interés en procesos de interacción de los individuos, dejando en un segundo plano aspectos externos, estructurales o de condiciones materiales de posibilidad que determinan las conductas de los mismos. Trabajos como el de Hughes (1958) iban por ese camino, aunque su interés como el de sus colegas de Chicago, estaba centrado en situaciones de trabajo de los "inadaptados" al sistema, por lo que no se hizo hincapié en las funciones gerenciales. Sólo varios años después, la Sociología de las Organizaciones comienza a inspirarse  en estas ideas para estudiar las interacciones y adaptaciones entre las distintas "subculturas" que se mueven dentro de las organizaciones, ya sea de grupos ocupacionales o la misma cultura gerencial.

Sin embargo, el enfoque elegido para dichas investigaciones sería el estructural – funcionalista parsoniano (Ibarra Colado en De la Garza, 2000: 255), por lo que el "contexto" (macrosocial y no el organizacional) es dejado de lado. Desde una perspectiva parsoniana, la cultura organizacional es mirada como un objeto en sí mismo con sus particularidades específicas o, en otras palabras, sistemas institucionalizados de valores que orientan la acción. Se hace hincapié en la consistencia, la armonía, el orden y el consenso, negando el conflicto de intereses o la presencia de otras culturas. Tal como la formula la Escuela de las Relaciones Humanas, el enfoque cultural sostiene que la productividad de la organización es consecuencia de la cohesión social dentro de la misma. La discusión sobre cultura organizacional o corporativa surge a finales de los años 70, centrando su debate en torno a la vinculación entre el comportamiento del individuo y las estructuras de la organización. El comportamiento será abordado desde la perspectiva de los valores y las creencias que propician la unidad y la integración en torno a la organización (Deal y Kennedy, 1982).

Por otro lado, volviendo a las subculturas organizacionales, Guadarrama Olivera establece 3 dimensiones básicas con el fin de relacionar la cultura organizacional con las subculturas ocupacionales: la ideología compartida por los miembros de la misma ocupación, la formas culturales por medio de los cuales éstos comparten o expresan sus ideologías y los ritos de pasaje, a través de los cuales se socializan las formas de ver y actuar en el mundo propias de cada ocupación. Frente al deseo de autonomía de cada subcultura o grupo ocupacional, se encuentra la llamada "cultura corporativa", la cual intenta imponer su dominio sobre las otras, sea de manera consensuada o por medio de la coerción (Trice, 1993).

El campo de las identidades profesionales y ocupacionales en el que la cultura se relaciona con el saber adquirido en el trabajo o para el trabajo constituye un antecedente en el estudio del llamado managerialismo (Deetz, 1992). En sus orígenes, este enfoque fue estudiado en términos parsonianos de "modelos profesionales ideales" que servían de inspiración a los individuos en el proceso de elección profesional (Guadarrama Olivera en De la Garza, 2000: 221). Hoy en día, la Sociología del Trabajo francesa ha abandonado la perspectiva institucionalista, identificándose más con el análisis interaccionista simbólico (aunque no sólo de este análisis), incorporando en el estudio de las identidades laborales a los actores y sus contextos sociales de interacción. De aquí nace el interés por investigar cuestiones tales como la gestión de los recursos humanos y las relaciones de poder dentro de las empresas (Courpasson, 1994).

De esta fuente surgen también las llamadas teorías del management o formas modernas de organización corporativa, las cuales toman a la cultura de la empresa como punto de referencia y frente a la cual el management debe adaptarse, buscando formas de control basada en el consenso. Uno de los libros "seminales" de esta literatura (en términos de cultura) es el de Peters y Waterman "En busca de la excelencia" (1982), libro que forjó las premisas básicas de gobierno de la conducta de los individuos dentro de la organización y de la invención de sus identidades, y que forma parte de lo que Ibarra Colado llama literatura de la excelencia: las organizaciones deben construir un escenario que proporcione a los individuos un sentido figurado de ellos mismos como sujetos de excelencia, haciéndolos responsables directos del destino de la organización; la introyección de esta imagen, que se funda en la exaltación de la perfección narcisista y la capacidad emprendedora, permitirá a las organizaciones aprovechar todas las energías del individuo, quien trabajará en los márgenes de sus capacidades con el único objeto de ser el mejor (Ibarra Colado en de la Garza, 2000: 265). Ante la poca claridad y especificidad de la idea de excelencia, la traducción operativa queda resguardada de críticas. La aplicación de estándares de desempeño (muchas veces con criterios subjetivos), los procedimientos de evaluación y los sistemas de recompensa, se ven grandemente facilitados. La exaltación del individuo como el ideal de la organización (y su correspondiente exigencia de iniciativa, proactividad, capacidad de trabajo bajo presión, compromiso para con los objetivos organizacionales) fue funcional con las grandes reestructuraciones que se produjeron durante las décadas del 80 y 90. Es interesante la formación de subjetividades dentro del mundo de las empresas, ya que las diferentes técnicas de motivación, la gestión participativa y la cultura del liderazgo no son sino tecnologías de gobierno de los sujetos que permiten que las cosas se hagan. Las nuevas prácticas laborales tienden a conformar un nuevo tipo de subjetivación, en la cual la nueva identidad que se pretende construir es la del hombre libre que se hace cargo de sí mismo.

La figura del manager es paradigmática, ya que éste constituye el ideal de la empresa, al cual todos deben aspirar. Más allá que la literatura muestre al toyotismo y a la reingeniería como visiones organizacionales contrapuestas, el compromiso introyectado por los empleados, aceptando los indicadores de la excelencia, genera que cualquier necesidad de ajuste se funde en que son los empleados los que deben correr con la responsabilidad de los fracasos. La razón de estos fracasos radicaría en que los empleados no estuvieron suficientemente alineados con la cultura corporativa[10].

Dentro del debate latinoamericano, los estudios culturales sobre el trabajo tuvieron su punto de inflexión a mediados de los 70, al derrumbarse las teorías estructuralistas sobre el desarrollo latinoamericano (ver Sztulwark, 2002) y de las concepciones evolucionistas sobre la clase obrera.

- Surge entonces un nuevo campo de análisis, conocido como cultura obrera, cultura del trabajo o cultura laboral. Sin embargo, el foco sigue estando en la clase obrera, ya sea para analizar las condiciones socioproductivas de los procesos de trabajo las cuales ayudan a explicar las condiciones de existencia de los mismos -dentro y fuera del trabajo- o para indagar acerca de la acción obrera.

- Surge también otro enfoque que se centra en la reproducción social de los individuos, circunscribiendo la relación entre factores estructurales y subjetivos que orientan a los individuos dentro y fuera del trabajo. Así, se analizan trayectorias de trabajo, identidades profesionales, culturas y subculturas ocupacionales, procesos de cualificación y las filosofías gerenciales (Guadarrama Olivera en De la Garza, 2000: 224). Si bien este último enfoque podría haber incluido como objeto de estudio a los managers, en general las investigaciones también tomaron como punto de referencia a la clase obrera.

El debate en torno a la noción de calificación y competencias

El segundo debate que enmarcará nuestra investigación se centra en 2 ejes: la cuestión de la calificación por un lado y, por otro lado, la noción de competencias, esta última más relacionada con nuestros propósitos y con nuestro objeto de estudio. Estos debates constituyen verdaderos nudos gordianos de la sociología del trabajo, ya que "indagar acerca de la calificación ha sido al mismo tiempo tomar posición en cuanto al papel de la división del trabajo, el control de la mano de obra y la relación entre cambio técnico y organización" (Carrillo e Iranzo en De la Garza, 2000: 179). Debatir acerca de las calificaciones es "poner en relación el funcionamiento del sistema educativo y del sistema productivo" (Tanguy, 1994: 185). Es aquí donde todo un cuerpo de ideas con el nombre de teoría del capital humano va a tener una influencia preponderante, si bien llama la atención que tanto en la Sociología del Trabajo en general como en el debate sobre calificación y competencias en particular, dicha influencia quede velada y prácticamente no se la mencione.

Comencemos por la discusión teórica sobre calificación en el trabajo, la cual se centró pura y exclusivamente en los saberes obreros. Recién cuando comienza a surgir una clase intermedia entre el empresario capitalista y el obrero (la llamada tecnocracia por Galbraith, 1967), se da lugar un cierto debate sobre los trabajadores de cuello blanco (Wright Mills, 2002).

¿Qué significa calificación? Carrillo (1994) lo define en términos generales y un tanto confusos como "los atributos del individuo, las exigencias de los puestos de trabajo o la resultante de la estructura de clasificaciones en relación con su remuneración". Esta confusión no es privativa del autor sino que forma parte del debate sobre esta cuestión.

En los clásicos (2da mitad del siglo XX), la influencia marxista fue preponderante. Para Marx, la calificación depende de las formas concretas que asume la división del trabajo, factor determinante del aprendizaje y del valor de la fuerza de trabajo (Carrillo e Iranzo en De la Garza, 2000: 180). La división del trabajo, producto de revolución industrial, ha fragmentado el saber obrero, el cual perdió su capacidad creadora integral y artesanal, por lo que la especialidad pasa a constituir la ausencia de toda formación (Marx, 1973: 284 y 285). Marx vislumbra un determinismo histórico, ya que la descalificación progresiva encontrará en un futuro al hombre en apéndice de la máquina. La división científica del trabajo adquiere su máxima expresión con Taylor y la organización científica del trabajo. La gran contribución de Taylor al desarrollo del capitalismo industrial fue la entrada en masa de obreros no calificados a la industria. La filosofía que subyace al autor se puede resumir en la separación entre la concepción y la ejecución. Mediante esta separación, se puede reducir la necesidad de mano de obra calificada, a la par que surgían las escuelas de negocios en EEUU dedicadas a formar a los cuadros dedicados a la planificación sistemática. Coriat (1981) llama a este proceso "expropiación del saber obrero" a manos de los técnicos. Más adelante, Ford logró poner en las máquinas y la tecnología los saberes de los técnicos, por lo que los "mandos medios" pasaban a ocuparse ya no de aspectos técnicos, sino de la supervisión y la vigilancia.

Las críticas a los planteamientos tayloristas surgen de 2 vertientes contrapuestas: por un lado, la Teoría Organizacional anglosajona, la cual se desarrolla a partir de los experimentos en Hawthorne llevados a cabo por el antropólogo Elton Mayo (Mayo, 1933), el cual funda la Escuela de las Relaciones Humanas[11], llevando a la psicologización de las relaciones laborales (y al nacimiento posterior de las teorías del comportamiento y de la gestión de los recursos humanos). Apoyados en los resultados obtenidos empíricamente, los autores de las relaciones humanas desecharon las explicaciones desarrolladas en la etapa anterior sobre las causas centrales del rendimiento; en su lugar, demostraron la importancia de la organización informal como determinante de la respuesta psicológica del trabajador y de la cohesión social de los grupos de trabajo (Mayo, 1933). Como consecuencia de este trabajo, el contexto específico de trabajo pasa constituir un lugar estratégico, por lo que las empresas se avocarán a contar con un código social informal alineado con las finalidades de la empresa e intentarán lograr la cooperación de los trabajadores transformando sus conductas. Es la única manera, se argumentaba, de aumentar la productividad y eliminar el descontento obrero (Ibarra Colado en De la Garza, 2000: 251). Es fundamental la obra de Roethlisberger y Dickson (1939) Management and the Worker para darle sustento teórico a la nueva concepción de la organización: "toda empresa cumple con 2 funciones esenciales, fabricar un producto y proporcionar satisfacción en el trabajo. La primera función es atendida por la organización técnica y el imperativo de la eficiencia, mientras que la segunda corresponde a la organización humana". Así, esta última se basa en las relaciones interpersonales gobernada por la lógica de los sentimientos. Es ahí donde apuntarán las políticas de gestión de los recursos humanos. De esta manera, a través de una interpretación interesada de los estudios empíricos de Hawthorne, se logró encauzar el conflicto social propio de la civilización industrial.

En suma, el acento puesto sobre el grupo explica una parte de la seducción de las relaciones humanas cerca de las direcciones. Ella deja esperar un resultado al menor costo: el de poder cambiar los comportamientos de los subalternos sin cambiar ella misma (Mottez, 1972). Otro autor de capital importancia en esta etapa es Chester Barnard, el cual en 1938 publicó The Functions of the Executive, conceptualizando a la organización como sistema social cooperativo, el cual abarca actividades físicas, biológicas, sociales, concientemente coordinadas, cuyo balance interno y externo debe mantenerse en equilibrio. De esta manera, se justificará un modelo organizacional en el cual las finalidades del sistema estarán por encima de las individuales. Esto se conseguiría a través del consenso entre los miembros de la organización. Las funciones del ejecutivo radicarán en conciliar las demandas de los grupos informales con los objetivos organizacionales. La vía de este balance yacía en lograr la identificación de todos los empleados con los objetivos de la empresa. Consecuentemente, el tipo de autoridad que debe ejercer el ejecutivo será generar el consenso y la cooperación necesarios para lograr dichos objetivos organizacionales, trascendiendo la tradicional forma coercitiva (Barnard, 1938).

Por otro lado, surge una vertiente de raíces marxistas dentro de la sociología del trabajo francesa (es por eso que autores como Maurice et. al (1982), sostienen que la Sociología del Trabajo francesa nace en respuesta a las formulaciones fordistas-tayloristas como a la Escuela anglosajona de las Relaciones Humanas). La noción de la calificación y posteriormente de las competencias surge desde esta escuela gala, centrándose en el actor obrero. Por otro lado, la Escuela de las Relaciones Humanas pasa a centrar su debate en torno a los móviles del comportamiento humano y a los estilos y sistemas de mando gerencial. Según Bernoux (1985), la lógica y racionalidad de esta escuela como de la taylorista, se encuentra del lado empresarial. Como se puede vislumbrar, no surgió corriente alguna que ponga su acento en las competencias y calificaciones de los mandos gerenciales en perspectiva crítica. Se trataba de estudiar desde un lado a las "víctimas" o desde el otro los sistemas de gobierno empresarios que mejor logren alinear a dichas "víctimas". Llama la atención la falta de un debate crítico acerca de la formación de los managers, dadas las influencias e implicancias de las actitudes en torno al trabajo de éstos hacia los rangos jerárquicos más bajos.

Las tesis de raíces marxistas que más se acercaron a examinar a los mandos gerenciales surgen a partir de la década de 70, en un contexto de crítica hacia la relación entre cambio técnico y sus efectos en la organización y la calificación. En estas tesis, se sostiene que la técnica ha sido concebida como instrumento de control social y de la polarización de calificaciones. La crítica del determinismo tecnológico da lugar a un determinismo respecto del contexto social: la tecnología responde a los requerimientos de la sociedad, los cuales han sido creados por las necesidades del capital, el control de la fuerza de trabajo y la reducción de los requerimientos de calificación obrera (Carrillo e Iranzo en De la Garza, 2000: 183). Uno de los exponentes de esta vertiente fue Braverman (1974), el cual realiza un análisis marxista del proceso de trabajo, lo que hace resaltar el poder de clase de la gerencia en el manejo de la organización. La descalificación y expropiación del saber obrero por parte del cuerpo de técnicos y profesionales al servicio del capital va acompañado de un aumento exponencial de la ganancia empresaria. Dentro del mismo debate, Marglin (1977) sostiene que la división del trabajo capitalista está moldeada por el interés de los patrones de ejercer un férreo control social. Como se puede observar, sigue estando ausente un análisis de los encargados de llevar a la práctica las directivas patronales hacia los obreros: los mandos medios. El sociólogo Freyssenet (1977) se acerca un poco más hacia este grupo, arguyendo que el cambio técnico está produciendo una polarización de las calificaciones: mientras los técnicos se sobrecalifican, los trabajadores se descalifican. Gorz (1983) critica a la automatización, a la vez que sostiene que los empleos y los conocimientos quedarán concentrados dentro de lo que él llama "la elite del trabajo".

Probablemente los sucesos de mayo del 68 en París (y su correlato en EEUU y en otras latitudes), hayan obligado a los empresarios a poner la mirada sobre la calificación de sus empleados. De esta manera surgen a comienzos de los 70 las nuevas formas de organización del trabajo (ampliación y enriquecimiento del trabajo, grupos semiautónomos de producción, etc.), basados en una recalificación y mayor autonomía de los trabajadores. Sigue sin haber mención de lo que sucede con los mandos gerenciales.

La crisis del modelo taylorista-fordista cobra gran fuerza a comienzos de los 80, dando lugar a la expansión del llamado toyotismo y la especialización flexible. Autores como Kern y Schumann (1989) y Piore y Sabel (1984), comienzan a hablar, entre otras cosas, de construcción de relaciones laborales más horizontales con el achatamiento de la pirámide organizacional. Es interesante que inmediatamente con este debate surjan las grandes reestructuraciones de fines de los 80 y comienzos de los 90[12].

La calificación requerida en estas nuevas organizaciones productivas más "chatas" e integradas sería la resultante de la combinación de competencias que abarcan el comportamiento general de la fuerza de trabajo (Carrillo e Iranzo en De la Garza, 2000: 188-189). Es aquí cuando es posible vislumbrar ciertas correspondencias entre la noción de competencias y la Teoría del Capital Humano, la cual la analizaremos más adelante: ya no bastaría sólo con manejar un oficio, sino que también será necesario saber trabajar en equipo, poseer "habilidades de comunicación", ser "proactivo" teniendo capacidad de responder a situaciones inesperadas y, por sobre todo, estar alineados con los objetivos de la empresa (y no del sindicato). Es por eso que este nuevo perfil de trabajo obliga a los autores a sustituir la noción de calificación (más restringida a un saber técnico) por la de competencias Este cambio no sucede sólo dentro de la clase obrera sino (y especialmente) dentro de los mandos gerenciales.

La noción de competencias ha sido empleada en la economía, el trabajo, la educación y la formación (Ropé y Tanguy, 1994). La complejidad de la definición de este concepto se debe a que, en un principio, intentaba dar cuenta de la complejidad de los saberes técnicos  necesarios por parte de los obreros, pero al ampliarse el concepto a capacidades humanas más generales en un contexto de flexibilidad productiva, su definición pasó a ser más difusa (quizás precisamente por encontrarnos en un contexto donde reina la flexibilidad se hace necesario que su medición sea cada más subjetiva y determinada por cada empleador ...). Es interesante que en Latinoamérica, la noción de competencias esté asociada a la de empleabilidad[13], al uso de los recursos, a habilidades interpersonales, de comunicación, etc. (Gallart y Jacinto, 1995) o a las competencias intelectuales, técnicas, básicas, comportamentales y de orden (Novick, Miravelles y Senén González, 1996). Es posible explicar esta tendencia a la poca precisión en su definición y medición mediante la diferenciación que hacen Ropé y Tanguy (1994) entre calificación y competencia: mientras que la calificación puede ser definida en forma homogénea, la noción de competencias remite a atributos y trayectorias individualizadas.

Dentro de los autores críticos de la noción de calificación y competencias, se encuentra Castillo (1996), cuando señala con preocupación el predominio de un discurso que confunde implicación (rasgos de carácter social) con calificación. El autor sostiene que, en las empresas, las competencias técnicas pasan a ser condiciones de mínima, mientras que cada vez más se ponderan cualidades comportamentales y actitudinales en el trabajo.

Dentro del contexto latinoamericano, es posible afirmar que, al igual que su correlato europeo, el debate cobre calificación y competencias se centró en la población obrera. Este debate se profundiza a fines de los 80, junto con la profundización del modelo neoliberal, la apertura de mercados, las privatizaciones de las empresas públicas y la búsqueda de competitividad internacional. Se comienzan a importar (especialmente desde EEUU) técnicas y filosofías organizacionales. Los discursos emparentados con estas filosofías logran articular aspectos macroeconómicos con asuntos microlaborales. ¿Qué es lo que afirman estos discursos? Sólo a través de la elevación de la calificación de los recursos humanos será posible elevar los niveles de productividad y competitividad de las empresas (y a su vez de los ingresos de los trabajadores). Este discurso se implementó especialmente en empresas con tecnología de punta, de capital extranjero y orientadas a la exportación.

Es sumamente sugerente la forma en que Novick y Senén González (1994: 104) resumen los nuevos requisitos de calificación para los obreros y su relación directa con las nuevas funciones gerenciales: "facultades de razonamiento, aumento en las capacidades cognitivas de percepción, de abstracción, de resolución de problemas, de iniciativa del trabajador, de desarrollo de capacidades de cooperación", en síntesis, lo que se requiere es una combinación de un saber-ser con un saber-hacer. Estas nuevas facultades requeridas por el empresariado de grandes empresas se producen en un marco de suma flexibilidad de los mercados internos de trabajo. Este proceso ayuda a comprender con mayor claridad esta nueva calificación, ya que se establece una gran flexibilidad en términos macroeconómicos (para realizar los ajustes cuantitativos necesarios en el empleo) y por otro, una gran flexibilidad microeconómica dentro del espacio de trabajo, para hacer los ajustes cualitativos con los empleados y su actividad (polivalencia, multicalificación, alineación con una "cultura" de aprendizaje ante los cambios en la tecnología, "emprendedorismo" interno, asunción de riesgos, en fin, un sinnúmero de tecnologías de gobierno y de control de la fuerza de trabajo).

De esta manera, el concepto de calificación pasa a extenderse a una diversidad de ámbitos, como ser: nuevas tecnologías (Leite, 1995), organización del trabajo (Novick y Senén González, 1994), sistemas de carrera y remuneración (Carrillo, 1993), mercados internos de trabajo (Carrillo y Hualde, 1990), institucionalización de sistemas de capacitación y entrenamiento (Novick y Gallart, 1997), vinculación con un nuevo sistema educativo (Novick y Senén González, 1994) y (Novick y Gallart, 1997), nuevas relaciones laborales (De la Garza, 1993), la manera en que la empresa percibe al empleado y su interacción con él (Candia, 1996).

Los promotores de las nuevas competencias fueron fundamentalmente los gestores de políticas públicas en materia de empleo, vinculando la producción con la formación profesional. Dichas políticas fueron destinadas a 2 sectores, uno de los cuales se corresponde con nuestro objeto de estudio: mano de obra con perfiles ocupacionales que demandan las empresas. A modo de ejemplo, el programa Chile Joven, establece que el aprendizaje alternado debe combinar, en forma simultánea, la capacitación en aula y taller con la práctica en una empresa, y la capacitación para el trabajo independiente (Carrillo e Iranzo en De la Garza, 2000: 202). Lo que subyace a este tipo de programas es que se intenta formar empleados "emprendedores" que corran ellos mismos con los riesgos propios de un empresario, sea en un trabajo informal como en el autoempleo.

Incluso en los medios educativos (incluyendo los posgrados de negocios) está ganando terreno la educación basada en competencias. ¿Cuál es el tipo de capacidad básica que se pretende transmitir en la formación o educación por competencias? "La capacidad de aprender" (Mertens, 1996: 33), que en realidad se traduce en la práctica, la preparación para sufrir cambios permanentes en el entorno laboral y en el mercado de trabajo. Un tema central del enfoque de la competencia laboral es que intenta invadir espacios que trascienden lo laboral, requiriendo una institucionalización del sistema (nos referimos acá con aspectos otrora exclusivos de la reproducción de la fuerza de trabajo). Así, surgen debates académicos sobre redes sociales y su aprovechamiento para los objetivos empresarios o una educación superior atendiendo a las demandas del mercado, cuestiones que veremos con profundidad a la hora de analizar la Teoría del Capital Humano y su vinculación con el trabajo de los managers).

El gerente como empresario de sí mismo: los aportes de la Teoría del Capital Humano

Sorprende ver la escasa atención prestada a la Teoría del Capital Humano en el cual la literatura de Ciencias Sociales se fundamenta. Es justamente en esta Teoría donde se forja lo que Foucault (2007) llama "el empresario de sí mismo". Es así como en los Estudios Organizacionales (especialmente en la vertiente de la Teoría Crítica de la Organización) comienza a conformarse un nuevo espacio de confluencia teórica, que Ibarra Colado llama "el efecto Foucault". En este abordaje teórico, las organizaciones comienzan a ser consideradas como espacios en los que se producen, a la vez, relaciones materiales y simbólicas entre agentes sociales diversos, ubicados en una estructura institucional y culturalmente referida (Burchell et al., 1991). De esta manera, se hace posible reunir, en una sola aproximación, las relaciones de significado con las de producción. ¿Qué factores contextuales y estructurales hicieron que el abordaje foucaultiano del poder penetre el terreno de las empresas?

Probablemente uno de los hitos haya sido la caída del muro de Berlín, la cual constituyó un símbolo de desprestigio de cualquier aproximación marxista – estructuralista de la realidad social, bajo el argumento del fracaso del socialismo real como proyecto de organización social. Por otro lado, el resurgimiento del neoliberalismo, ya no como teoría sino como forma de actuar, como principio y método de racionalización que sustenta su viabilidad en la participación de los sujetos como corresponsables de su propio gobierno (Foucault, 2007). De aquí que la ubicuidad de la matriz poder/conocimiento (y su correlato en la llamada sociedad del conocimiento o de la información, la gestión del conocimiento, el aprendizaje organizacional, etc.), esté tan presente en la literatura de management. El hecho de considerar a las organizaciones como espacios de gobierno, en los que confluyen saberes y prácticas que ordenan y diferencian a sujetos y a poblaciones, permitió reconceptualizar el papel de los discursos en las organizaciones y reinterpretar los instrumentos administrativos como prácticas sociales vinculadas al ejercicio del poder (Ibarra Colado en De la Garza, 2000: 276).

De aquí se deriva la importancia de indagar a través del mundo de vida del trabajo, la constitución de la subjetividad del manager. Tal como sostiene Burawoy (1989), una manera de entrar al asunto es analizando cómo las políticas de recursos humanos buscan la creación de una identidad entre empresa y trabajador, lo que a veces logran. En otras palabras, si la relación de trabajo es una relación social, entonces en la relación entre los diferentes niveles jerárquicos se abre la posibilidad de conflictos y constitución de cierto tipo de identidades (Hartley, 1992).

La Teoría del Capital Humano constituye un punto de confluencia teórica a la hora de estudiar a la figura del manager. Nuestro supuesto se funda en que tanto la cultura del trabajo y los sentidos que le otorgan al mismo los managers, así como la gestión de las competencias de la que se deriva su carrera profesional, se inscriben dentro de una forma de producción de sociedad –de sujetos- proveniente del neoliberalismo norteamericano fundada en la Teoría del Capital Humano.

La lectura que hace Foucault de los neoliberales se enriquece con nuestra propia lectura de los mismos a la luz de los resultados sociales que arrojó aquello que se conoció como "neoliberalismo". En tal sentido, la Argentina presenta múltiples observables empíricos que nos permitirían analizar hasta qué punto la teoría de dichos autores ha dejado huellas en el comportamiento y actitud de la gerencia, como ser los cursos de capacitación ejecutiva de las empresas transnacionales, donde se objetivan los comportamientos sociales, se registran y se procuran otorgarle una determinada dirección, imprescindible del objetivo estratégico de producir cuerpos productivos en extremo acordes al medio cultural laboral que pretenden construir las corporaciones.

En la lección del 14 de marzo de 1979, Foucault (2007:255) describe esta Teoría, sosteniendo que el interés en estudiarla radica en la apuesta que hace por reinterpretar en términos económicos y nada más que económicos todo un dominio que, hasta ahora, podía considerarse y de hecho se consideraba como no económico. La economía política clásica jamás analizó el trabajo mismo, sino que lo neutralizó mediante su reducción al factor tiempo. Lo que hacen los cuadros teóricos neoliberales, es tratar de reintroducir el trabajo dentro del campo del análisis económico. El primero que lo hace es T. Schultz, profesor de economía de la Universidad de Chicago de 1946 a 1974 y premio Nóbel de economía en 1979, quien entre las décadas de 1950 y 1960, publicó una serie de artículos cuyo balance figura en un libro publicado en 1971 y titulado Investment in human capital: The role of education and of research. Más o menos en los mismos años, Gary Becker publicó un libro bajo el mismo nombre y, por último, centrado en un análisis sobre la escuela y el salario, Mincer publicó otro libro seminal de dicha teoría. Es este último quien acuña el concepto de Capital Humano.

Basando su análisis en la Teoría de la utilidad marginal, el marco general del análisis económico (en la Teoría del Capital Humano) debe ser el estudio del modo como los individuos asignan recursos escasos a fines que son excluyentes entre sí (Foucault, 2007: 260). Así, Becker, citando a uno de los fundadores de doctrina económica neoliberal, Robbins, sostiene que la economía es la ciencia del comportamiento humano (...) como una relación entre fines y medios escasos que tienen usos que se excluyen mutuamente" (1962: 16).

Schultz y Becker dicen: en el fondo, ¿Por qué trabaja la gente?, para contar con un salario. ¿Y qué es un salario? Un salario es un ingreso. Desde el punto de vista del trabajador, el salario no es el precio de venta de su fuerza de trabajo, es un ingreso. Así, los neoliberales, citando a Fisher, un matemático que fue profesor de Yale, declaran: un ingreso es sencillamente el producto o rendimiento de un capital. A la inversa, un capital es todo lo que implique ingresos futuros. El salario es, por lo tanto la renta de un capital. Es así como nos acercamos al concepto de competencias: el capital, cuya renta es el salario, está constituido por el conjunto de los factores físicos, psicológicos, que otorgan a alguien la capacidad de ganar tal o cual salario. El trabajo pasa a constituir un capital, una aptitud, una idoneidad, una "máquina", ya que el capital es indisociable de su poseedor (Foucault, 2007: 262).

Sin embargo, el trabajador ya no será una máquina en términos tayloristas-fordistas, en términos negativos. Es una máquina en sentido positivo, porque va a producir flujos de ingresos (Foucault, 2007: 263). Aquí el trabajador aparece como una empresa para sí mismo, formando parte de una economía y una sociedad hecha de unidades-empresas. De alguna manera se produce un retorno al homo economicus, pero ya no como socio del intercambio, sino el hombre como empresario de sí mismo, eligiendo la estrategia que genere una optimización de su inversión. Vemos esto claramente al analizar los costosísimos MBA (Maestrías en Administración de Negocios) que los managers eligen realizar (financiados al menos en parte por las empresas pero con una inversión importante de sus tiempos), los cuales cumplen con la función de invertir en nuevas competencias (traducidas en redes de relaciones con sus compañeros y profesores, los que a su vez muchos de ellos son directores de grandes empresas), las cuales generan un retorno para ellos mismos y para sus empresas.

En cuanto a la composición de este Capital Humano, sostienen estos economistas, que el mismo está compuesto de elementos innatos y otros adquiridos, haciendo hincapié en los elementos que se pueden adquirir[14]: Si, como plantea la hipótesis de la Teoría del Capital Humano, la productividad de un individuo depende en parte de sus capacidades heredadas al nacer y en parte (más importante) de sus capacidades adquiridas por la vía de inversiones, su nivel salarial en cada período de la vida variará directamente en función de las dimensiones de la reserva de capital humano que disponga en ese momento (Riboud y Hernández Iglesias, citado por Foucault, 2007: 266).

¿Cómo se forma el Capital Humano? A través de inversiones educativas, pero estas inversiones son mucho más amplias que el mero aprendizaje escolar o profesional. Lo que compondrá esta inversión será, por ejemplo, el tiempo que consagran los padres a los hijos ("tiempo de calidad"), el cual debe verse como inversión capaz de constituir un capital humano. De aquí surgirán análisis "ambientales" de la vida del niño y podrán calcularse los retornos de la inversión. La migración pasa a ser considerada una inversión para obtener una mejora en los ingresos. El migrante (figura encarnada en el gerente nómade) es un empresario que invierte (en viajes, en adaptación a un nuevo lugar).

Esto permite arribar al análisis del progreso técnico que problematizaba Schumpeter (1911). Este sostenía que la innovación permitía contraponer la baja tendencial de la tasa de ganancia que tanto preocupaba al capitalismo. ¿En qué consistía la innovación? Descubrimiento de nuevas técnicas, nuevas formas de productividad, nuevos mercados, nuevos recursos de mano de obra, todo esto como producto de la renta de cierto capital, el Capital Humano, el conjunto de las inversiones que se han hecho en el hombre mismo (Foucault, 2007: 272).

Ahora bien, ¿qué función tiene la generalización de la forma empresa?, se pregunta Foucault Por un lado se trata, desde luego, de multiplicar el modelo económico, el modelo de la oferta y la demanda, el modelo de la inversión, el costo y el beneficio, para hacer de él un modelo de las relaciones sociales, un modelo de la existencia misma, una forma de relación del individuo consigo mismo, con el tiempo, con su entorno, el futuro, el grupo, la familia (Foucault, 2007: 278). El complejo vínculo del manager para con su trabajo, requiere desemarañar el entramado de relaciones entre el espacio de producción y el espacio de reproducción. Si se hace necesario "invertir en la formación, en las relaciones (el llamado networking), cotizar en el mercado (no sólo buscar empleo), desarrollar sus capacidades y agregar valor a la carrera (dentro de la cual la vida y la profesión de deben incluir y no al contrario), entonces carrera y "vida" se tornan cada vez menos distinguibles" (López Ruiz, 2004: 46, traducción nuestra).

Conclusiones

Está más que claro que la explosión en los debates acerca del trabajo de los gerentes se remonta a fines de la década del 70 y comienzos del 80. Es en ese período que la creciente competencia internacional comenzó a erosionar la supremacía económica de EEUU. Los productores norteamericanos se enfrentaron con amenazas sin precedentes de la competencia extranjera, por lo que el "retorno del actor" se manifestó en el seno de los defensores de nuevas prácticas laborales en términos de "humanización del trabajo". Comenzaron a tener más demanda de sus servicios (especialmente en forma de consultoría), especialmente en las compañías líderes. Una nueva ola de pensamiento gerencial comenzó a irradiar, desde best sellers hasta artículos científicos, conferencias profesionales, manuales de gestión y en la currícula de las principales escuelas de negocios. Inspirados en diversas fuentes (el interés japonés en la administración de la calidad total –TQM-, el surgimiento de los sistemas socio-técnicos en Europa Occidental y la proliferación de los distritos industriales); todo un movimiento débilmente amalgamado que bregaba por formas más "igualitarias" y participativas de cultura organizacional que las que eran la norma en la producción en masa (Smith, 2006). El léxico gerencial se expandió hasta incluir nuevas concepciones tales como "lean production" (producción ligera), "learning organization" (la organización que aprende), "sistemas de trabajo de alto desempeño", "equipos autodirigidos" y "especialización flexible".

La principal corriente en este sentido, sostenía que los nuevos regímenes gerenciales hicieron más que avanzar estos objetivos gerenciales, como los de productividad mejorada o calidad. Además, éstos propiciaban profundizar el sentido, la autonomía y el logro que los trabajadores mismos obtenían de sus tareas. Este tipo de recompensas simbólicas en el trabajo, fortalecidas con beneficios materiales tales como la participación en las ganancias, mejoras en los modos de retribución y seguridad laboral, llevarían finalmente al consentimiento y el compromiso que un siglo de fordismo había fracasado en conseguir (Smith, 2006). Se había llegado a un punto de inflexión histórico. Ahora, el éxito de la empresa capitalista dependía de su habilidad para otorgar poder a sus propios empleados.

A medida que el interés en las teorías del empowerment (empoderamiento) crecía, lo hacía también el escepticismo acerca de sus principales postulados (Smith, 2006). Esta mirada escéptica se basaba en que la "lean production" era una forma de hiper-taylorismo, ya que ésta usaba las presiones normativas que ofrecía la lealtad al grupo como un medio de intensificación del proceso de trabajo (el llamado management by stress). Asimismo, suscribiendo a la lógica de la Escuela del Proceso Laboral, los críticos desarrollaron una concepción alternativa a las nuevas prácticas laborales, las cuales eran vistas como portadoras de un novedoso sistema de control laboral, el cual a su vez era más sutil y pernicioso del que el capitalismo industrial haya tenido registro. Este abordaje aceptaba la premisa según la cual las nuevas prácticas laborales manifestaban sustanciales continuidades con los antiguos regímenes gerenciales, en cuanto ellos también pugnaban por limitar la capacidad de conflicto y de organización del trabajo. Ahora, sin embargo, las técnicas de management intentan controlar no sólo los comportamientos expuestos de los trabajadores, sino también sus más íntimas convicciones. En otros términos, las nuevas prácticas laborales tratan de alinear de manera más cercana las mentalidades de los trabajadores con los intereses de las empresas, lo que tendría como efecto "controlar las experiencias, pensamientos y sentimientos subyacentes que guían las acciones [de los empleados]" (Kunda, 1992: 11). Consecuentemente, el surgimiento de términos tales como "despotismo hegemónico" (Burawoy, 1989), "autonomía coercitiva" (Smith, 1990), así como control "hegemónico posfordista" (Kunda, 1992).

Por más de una década los investigaciones han estado polarizados entre estas 2 visiones (Smith, 2006). En los años recientes, sin embargo, éstos han comenzado a incomodarse ante las restricciones que esas perspectivas imponen a nuestros esfuerzos de dar sentido a las nuevas prácticas laborales.

Precisamente, en un contexto diferente, Smith (2006) ha hecho hincapié en los presupuestos compartidos tanto por el abordaje del "empowerment", como del "control", dado que más allá de las diferencias obvias entre los 2, se esconden limitaciones significativas, las cuales son compartidas por ambos puntos de vista: Los 2 abordajes adoptan posiciones fuertemente deterministas que tienden a marginar cualquier noción de agencia humana. Ambos se enfocan de manera unilineal en las estructuras gerenciales, ignorando las condiciones sociales y organizacionales que mediatizan sus efectos. Ambos portan con visiones teleológicas para discurrir sobre la transformación de los espacios de trabajo, como si esta transformación llevase hacia consensos perdurables en el tiempo (Smith, 2006). Mucha de la intensidad de este debate ha surgido por el hecho que ambas visiones están atadas a nociones altamente prescriptivas de la empresa capitalista. Es por este tipo de condicionamientos teóricos que Hodson (2001) lamentó el "chaleco de fuerza" dentro del cual estas corrientes se encuentran atrapadas.

Es así como los enfoques procesuales y constructivistas (Visacovsky, 2009) pueden ayudar en gran manera a comprender este fenómeno. Estos abordajes sugieren que las clases sociales –como la vida colectiva toda– no son el mero resultado o efecto causal de estructuras determinantes externas, sino un proceso continuo de formación y transformación. El objetivo de una investigación fundada en estas teorías sería el de indagar la historia y cotidianeidad de la constitución de la clase media en específicos ámbitos espacio-temporales. La clase media (como todas las clases) se produce como resultado de la relación entre ciertas posiciones sociales que devienen en precondiciones en las que los agentes actúan, pero a la vez redefinen. Numerosos estudios han mostrado, más allá de la heterogeneidad de los actores involucrados y la diversidad espacio-temporal de sus rasgos distintivos, la construcción de estilos de vida, visiones del mundo y disposiciones comunes en grupos humanos que tendieron a construir ciertas homogeneidades y que se autodenominaron o fueron denominados por otros como clase media (Gay, 2002). Con ello se abrió un extenso territorio para analizar la formación de la clase media a partir de las diversas prácticas de los propios actores, tal como lo requiere una investigación que tome en cuenta la agencia humana. Kandel ofrece una buena muestra de cuán amplio puede ser el uso de la noción de clase media como identidad en la Argentina, y cuán heterogéneo puede resultar lo incluido en la categoría si no se la interroga, tratando de descubrir las realidades económicas de quienes dicen integrarla (Visacovsky, 2009).

Es evidente que la visión crítica de las Ciencias Sociales (incluida la Sociología del Trabajo) acerca del trabajo gerencial muestra serias limitaciones si persiste en un determinismo que obtura la perspectiva del actor. Por otro lado, las visiones más optimistas que nacen del seno de las Teorías del Management poco aportan a la comprensión de la realidad cuando dentro de sus objetivos manifiestos está la defensa de los intereses corporativos (máxime cuando muchos de sus defensores trabajan como consultores de las grandes empresas transnacionales). Es por eso que el retorno al actor debe incluir indefectiblemente al mismo actor y no a las teorías sobre el actor. Es ahí cuando junto al consentimiento y el control, encontramos resistencia.

Notas

[1] Investigador Docente del Instituto de Industria de la Universidad Nacional de General Sarmiento. Doctorando en Ciencias Sociales en la UNGS-IDES. Correo electrónico: diego_szlechter@yahoo.com.ar

[2] Es necesario aclarar que dentro del campo de la Sociología de las Organizaciones existen ejes de debate compartidos con la Teoría de las Organizaciones. En este trabajo, rescatamos la perspectiva de la Teoría Crítica de las Organizaciones, ámbito de discusión por demás fructífero, si bien muchas veces relegado a un segundo plano en las reuniones científicas de los estudios organizacionales.

[3] Resulta por demás pertinente la teorización que presenta López Ruiz (2004) acerca de los ejecutivos de empresas transnacionales. ¿Son hombres de negocios o simplemente trabajadores?

[4] Cabe indagarnos hasta qué punto las nuevas prácticas de management y recursos humanos no son sino sofisticaciones de la vieja razón instrumental puesta en práctica en las relaciones sociales en el ámbito de trabajo. Mostrando la antigüedad de ciertos comportamientos "civilizados", Elias describe el comportamiento cortesano de una manera que pareciera estar describiendo la gestión de las competencias y de la carrera en general dentro de una empresa en la actualidad: "Las cortes de los grandes señores son como escenarios en los que cada uno trata de labrar su fortuna. Esto no puede conseguirse más que alcanzando el favor del príncipe y de los nobles más importantes en la corte, por lo que hay que esforzarse todo lo posible por hacerse bien quisto (sic). Lo mejor para ello es hacer creer al otro que se está dispuesto a servirle en todo momento y con todas las fuerzas (...). Para esto está la cortesía, que nos hace reflejar tal determinación en nuestra compostura que el otro queda convencido de nuestra voluntad de servicio (...). Este es el resultado más habitual de la cortesía, que concede una gran ventaja a quien la practica. (...) Sólo lo que es perceptible por los sentidos es lo que llama la atención de los hombres superficiales ... " (Elias, 1993: 62).

[5] Las demandas de autenticidad y libertad propias de mayo del 68 en París, como así también de movimientos sociales surgidos en otras latitudes con similares reivindicaciones, fueron tomadas en cuenta por el capitalismo, pero en lugar de servir como crítica radical al mismo, se autonomizaron  esos conceptos como objetos que valen por sí mismos. La alienación del trabajo fue separada de la alienación mercantil. Por otro lado, el rechazo contra la masificación y la homogeneización de la vida, trajo como consecuencia una obsesión constante por la innovación que apacigua, al menos temporalmente, dichas angustias (Boltanski y Chiapello, 2002: 150 y 152).

[6] Tampoco debemos caer en la ingenuidad de la eliminación de las jerarquías que hacen creer las empresas a partir de la década del 90. El nuevo vocabulario solapa las simetrías (Fígari, 2007). Tal como lo plantean Stolovich y Lescano (1996), la operación de enmascaramiento requiere instalar la uniformidad, como lugar desde el cual se maquilla el conflicto y las diferencias. No obstante, las jerarquías siguen plenamente vigentes, sólo que encubiertas tras las "luces" de las individualidades que se "hacen responsables" en un grupo y en el macro grupo.

[7] En Telecom existió un "Manual de competencias" que estipulaba los grados de asimilación de ciertas características personales que debían encarnarse en cada cuerpo. Se le otorgaba particular importancia a los siguientes conceptos: "empleabilidad", "proactividad", "polivalencia", "flexibilidad" y "autocompetencia".

[8] En su crítica contra la tesis habermasiana de una nueva legalidad imperante en la sociedad en general y en las organizaciones en particular, basada en una racionalidad comunicativa y dejando atrás una de tipo instrumental, Fígari (2007), basándose en estudios realizados en grandes empresas en Buenos Aires, sostiene que es posible objetivar el fortalecimiento de una racionalidad instrumental sustentada en tecnologías de orden simbólico. Más que respeto y valorización de la subjetividad prefiere hablar de nuevas "colonizaciones" de la subjetividad y del modelamiento impuesto tras los dispositivos pedagógicos y comunicacionales.

[9] Tal como sostiene Fígari (2007), en los últimos 20 años, la bibliografía francesa procedente de la Sociología del Trabajo y de las Calificaciones ha sido fructífera al encarar estudios sobre los efectos de la denominada modernización empresaria en las nuevas demandas de calificaciones competencias, en los sistemas de calificación profesional, en los modelos de profesionalización. Resulta menos nítida la preocupación por la reconfiguración del espacio cultural/político, como lugar sustancial de recomposición del orden hegemónico empresario.

[10] Sería interesante indagar acerca de los fundamentos de la obediencia y aceptación voluntaria de la subordinación incluso a costa de la propia seguridad personal.

[11] Sin embargo, muy pocos (salvo Ibarra Colado, en De la Garza, 2000: 250) mencionan a Hugo Münsterberg como el padre fundador de la psicología industrial, pionero en la psicología aplicada al lugar de trabajo y precursor de la escuela de las relaciones humanas. En 1891 participó en el primer Congreso internacional de psicología, celebrado en EE. UU., en el que William James le invitó a trabajar en el laboratorio de psicología de la Universidad de Harvard. Münsterberg relacionó las habilidades de los nuevos empleados con las demandas de trabajo de la organización. La psicología de Münsterberg y la eficiencia industrial estaban directamente relacionadas con las propuestas del taylorismo. Su mayor aporte en psicología en términos históricos es la del desarrollo de una teoría de la conciencia en la línea propuesta por James, si bien va un poco más lejos al suprimir la voluntad y reducir con ello la conciencia a sensación y conducta, siendo uno de los motores de la transformación de la Psicología en una "ciencia general de la conducta". Estos resultados dieron lugar a las primeras técnicas de selección de personal. Uno de los aspectos más importantes relacionados con la etapa previa a la Escuela de las Relaciones Humanas es la consolidación de las disciplinas que facilitarán el gobierno de sujetos y organizaciones: la contabilidad y la psicología industrial. En el caso de la psicología, comenzarán a diseñar una serie de técnicas y programas que apoyarán el manejo, primero y la constitución, después, de las identidades de los sujetos en la organización (Ibarra Colado en De la Garza, 2000: 250).

[12] Si bien el concepto de anarquías organizadas (Cohen y March, 1974) nació a comienzos de los 70 y estuvo relacionado con organizaciones tales como escuelas, universidades, centros de salud y organismos públicos, las cuales se caracterizaban por la poca claridad de sus objetivos, la indeterminación o la amplia variabilidad de sus procesos y medios de trabajo y por una participación fluida, casual y variable en la toma de decisiones, dicho concepto es muy pertinente para mirar desde una perspectiva crítica al llamado achatamiento de la pirámide, eliminación de jerarquías o formas informales de trabajo en equipo que caracterizarían a las empresas de comienzos de la década del 80. Tal como sostiene Ibarra Colado, la importancia de este concepto no radica en señalar la importancia de este tipo de organizaciones poco estructuradas, ni en señalar su grado de desorden, sino que la fortaleza del concepto radica en describir y explicar un principio distinto de orden, en el cual el aparente acoplamiento flojo de las estructuras queda reemplazado por otros medios de control estricto, aunque menos evidentes. El orden se encontraría velado por detrás de la aparente laxitud de la organización, a través de lo que Bourdieu dio en llamar violencia simbólica. Por un lado, éstos se presentan como "capitalistas en relación de dependencia", empresarios de sí mismos dentro de una estructura organizacional, formando parte de equipos y pasando de uno a otro. Por otro lado, no dejan se ser empleados de la empresa, para la cual deben serle útiles y "rentables".

[13] La empleabilidad marca la doble acepción que el término competencia tiene en la lengua española: ya nos remitamos a la competencia en tanto que aptitud; ya acudamos a ella en cuanto a disputar con otro por un mismo puesto de trabajo.

[14] Y si uno quiere tener un hijo cuyo capital humano sea elevado, entendido simplemente en términos de elementos innatos y elementos adquiridos, necesitará hacer una completa inversión, vale decir, haber trabajado lo suficiente, tener ingresos suficientes, tener un estatus social tal que le permita tener por cónyuge o coproductor de ese futuro capital humano a alguien cuyo capital propio sea importante (Foucault, citando la tesis de Becker sobre la elección de la cantidad y calidad de los hijos en función del capital humano que quieren transmitir sus padres, 2007: 268).

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Recibido: 12.5.10
Aprobado definitivamente: 29.9.10

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