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Trabajo y sociedad

versión On-line ISSN 1514-6871

Trab. soc.  no.16 Santiago del Estero ene./jun. 2011

 

PERSPECTIVAS TEÓRICAS SOBRE EL TRABAJO Y LA CULTURA

La cultura en juego. El deporte en la sociedad moderna y post-moderna*

The culture at play. Sport in modern and post-modern society

Silvia Capretti**

* Agradezco las sugerencias y recomendaciones de dos árbitros anónimos de Trabajo y Sociedad que me llevaron a examinar ciertos desarrollos latinoamericanos sobre la temática de mi artículo que mi formación académica en Italia no me había permitido registrar convenientemente. Un somero balance de mis lecturas sobre los aportes latinoamericanos, particularmente, argentinos, sobre el deporte, las consigno en un Anexo final.

** Doctora en Sociología e Investigación Social, Università degli Studi di Verona, Italia. Actualmente investigadora visitante en la Maestría en Estudios Sociales para América Latina de la Universidad Nacional de Santiago del Estero, Argentina. Correo: silvia.capretti@libero.it.

RESUMEN

El deporte constituye hoy un fenómeno universal de singular complejidad e importancia. En los últimos años las ciencias sociales han llegado a considerarlo hasta como metáfora de la sociedad entera. El propósito de este artículo es la búsqueda de nuevos recursos analíticos en la comprensión de los muchos escenarios que toma el deporte, tanto en la sociedad moderna como post-moderna. Se muestra la relación entre deporte y cultura para comprender cómo el deporte refleja los más amplios procesos sociales y cómo contribuye, a la vez, a modificarlos. La tesis central es que el deporte, en todas su manifestaciones, pone en marcha una dinámica en la cual las dimensiones micro y macro de lo social se compenetran en una práctica cultural llena de significados, cuyo estudio permite entender aspectos importantes de la sociedad.

Palabras clave: Deporte; Cultura; Sociedad moderna; Sociedad post-moderna.

ABSTRACT

Nowadays sport represents a phenomenon of singular importance and complexity. In the last years, the social sciences have been looking at sport as a metaphor for the entire society. The aim of this article is to find new analytical tools to better comprehend the diverse scenarios that sport is taking under itself both in the modern and postmodern society. The article shows the relation between sport and culture in order to understand how sport reflects a wide range of social processes and how, at the same time, it contributes to modify them. The central thesis is that sport, in all its aspects, starts a dynamic in which the macro and micro social dimensions co-penetrate each other in a full of meaning cultural practice. Its study allows us to understand important aspects of society.

Keywords: Sport; Culture; Modern society; Post-modern society.

SUMARIO

Introducción. 1. Deporte, cultura, sociedad.2. El deporte como metadiscurso de la so­ciedad moderna. 3. Post-modernidad y post-deporte.4. Riesgo, emoción, performance.5. A modo de conclusión.Anexo. El deporte en las ciencias sociales en América Latina.Bibliografía.

*****

Introducción

La actividad física y el deporte constituyen en el mundo actual un fenómeno uni­versal de singular complejidad e importancia. Su constante desarrollo y crecimiento –que se ha dado con fuerza en el siglo XX– como así también sus cambios permanentes y novedosos crean espacios diversos donde circulan ofertas y demandas de productos y servicios deportivos que producen impactos decisivos en la cultura de las sociedades[1] (Erdociaín, Solís, Isa 2001; Arbena 2000). En las últimas décadas el deporte ha sido revaluado por las ciencias sociales, que han llegado a considerarlo hasta como metáfora de la entera sociedad y lupa de la mutación social tout court[2]. El deporte es manifestación expresiva, estilo de vida, modelo de comportamiento, medio de comunicación, ideología, pasión, tecnología, charla cotidiana[3] (Porro 2001): la danza y el juego – y especialmente, el juego deportivo– constituyen manifestaciones capaces de destacar con extraordinaria eficacia la red subterránea de las relaciones entre los grupos y los individuos en la sociedad (Elias, Dunning 1992).

El propósito de este artículo es la búsqueda de nuevos recursos analíticos en la comprensión de la multiplicidad de escenarios y sentidos que toma el deporte en la sociedad moderna y post-moderna occidental. Nuestro objetivo es mostrar la relación entre deporte y cultura para comprender cómo el deporte refleja los más amplios procesos sociales y cómo contribuye, a la vez, a modificarlos. La configuración simbólica del deporte, su polisemia y su significación social le dotan de hecho una gran capacidad de penetración en ámbitos sociales muy diferenciados, puesto que está estrechamente relacionado al concepto de performance[4] y se expresa siempre a través de una performance (aunque estas sean siempre relativas al contexto, a la persona, al tiempo, etc.) (Bausinger 2009). El deporte – siendo un fenómeno de acción pensada que se manifiesta como interacción reglada entre un actor, el contexto y otros actores en un sistema simbólico convencional (Russo 2004) – en todas su manifestaciones pone en marcha una dinámica en la cual la dimensión micro y la macro de lo social se compenetran en una práctica cultural llena de significados, continuamente negociados y negociables.

1.Deporte, cultura, sociedad

Como cualquier otro aspecto de la cultura humana[5], la actividad físico-deportiva se inscribe dentro de los sistemas socioculturales desde los cuales se definen las características que la conforman y, asimismo, dentro de sociedades especificas. El deporte, definido por Augé (1982:16) «hecho social total» en palabras de Mauss, refleja las tendencias sociales del momento histórico en cual se enmarca, configurándose y funcionando como un sistema social completo: es un fenómeno tan relevante a nivel social que contiene elementos característicos de la sociedad en sí misma y pone en movimiento la totalidad de las instituciones de la sociedad. Supone de hecho una fuerte heterogeneidad de aspectos incluso contradictorios: juego y espectáculo; negocio y pasatiempo; pasión y burocracia; fair play y violencia; normatividad y loisir; diversión y fatiga, disciplina; procesos de socialización y de selección, diferenciación.

El deporte es uno de los fenómenos más amplios y difundidos en nuestra época; uno de los sucesos de nuestro tiempo, hecho individual y social de grande intensidad, así como una forma hoy muy popular de utilización del tiempo de ocio[6] (Seoane 2003). Su expansión puede ser considerada una de las primeras manifestaciones de la mundialización, con respecto del incremento del número de participantes, de los intereses mediáticos y de las inversiones económicas (Hobsbawm 1991). Padiglione (1996) propone algunos argumentos que justifican el éxito del deporte cuando habla de su capacidad simbólica de representar la tensión entre la unidad y lo múltiple, el orden y el caos, la interpretación compartida y el rumor polisémico: capacidad que puede ser completada con un cierto potencial de canalización del sentido del mundo. Cagigal (1975), en cambio, centra en el carácter competitivo concretado en la espectacularidad. El deporte es un concepto sui generis, dotado de una irresistible capacidad de penetración cultural y dilatación social con diferentes comportamientos, valores, marcos expresivos y cognitivos. El deporte entra de hecho con fuerza tanto en la dimensión social macro como en la micro.

Desde una dimensión macro podemos analizar las prácticas físico-deportivas como sistema de relaciones, con respecto a sus propias estructuras de juego: el reglamento, las técnicas o modelos de ejecución, el espacio de juego y socio motor, el tiempo deportivo, la comunicación motriz y las estrategias motrices (Hernández 1994). Veremos así como los universales del deporte pueden adquirir contenidos práxicos muy variables que acojan, según los grupos sociales y sus culturas de referencias, prácticas diferentes o, incluso, divergentes (Parlebas 1988). Así el sistema deportivo es en sí mismo complejo ya que debe ajustarse a los diferentes colectivos y grupos sociales que las conforman de acuerdos a sus valores y culturas. En efecto, diferentes colectivos o estados sociales pueden dotarse de deportes diferenciados que les permitan reconstruir y expresar su identidad colectiva[7]. También sucede que la misma práctica deportiva sea interpretada de forma diferenciada como mecanismo de distinción e identidad colectiva de acuerdo a un determinado estilo de vida[8].

En este sentido son muy destacables las aportaciones de Porciello (1991, 1995a, 1999) que aplica en el sistema deportivo el marco conceptual de Bourdieu sobre los campos de lo social, el habitus como principio no elegido de todas las elecciones y la dinámica de reproducción de las prácticas sociales basadas en el criterio de la distinción. De tal forma que estructuras diferenciadas de percepción, concepción y acción interpretan, expresan y configuran tanto los aspectos cognitivos eidos) como los aspectos emocionales ethos) de los diferentes grupos sociales[9]. Sin embargo, el deporte, aunque haya seguido un proceso de desarrollo que lo ha hecho un "campo" en el sentido de Bourdieu (1983), un ámbito socialmente delimitado, autónomo y dotado de fuertes estructuras de sentido y significado, es un complejo de actividades con implicaciones sociales cuyos significados abrazan ámbitos diferentes de lo estrictamente referencial: el deporte puede ser leído no sólo como un hecho lúdico-agonístico estructurado, sino también como un hecho cultural, económico, jurídico, político, científico con fuertes influencias en lo social.

Desde una dimensión social micro el deporte tiene muchas implicaciones a nivel individual. En la práctica deportiva el actor tiene que buscar un equilibrio entre los que Callois (1981) define como ludus y paidia, entre las necesidades del individuo por un lado de compartir un sistema de reglas formalizadas y por otro de autoafirmarse. El proceso favorece la gestión de los impulsos contrarios, entre una aptitud de socialización y una de individualización y favorece la construcción de la personalidad, que se desarrolla a través de una dimensión corpórea, emotiva, psicológica en un marco situacional  estructurado y reglamentado a nivel social.

Sin embargo, es notorio que las dimensiones macro y micro no representan dos ámbitos distintos del vivir social e individual, sino presentan amplios espacios de interpenetración. Como en cada realidad pública está presente una dimensión subjetiva, en cada realidad íntima están presentes aspectos sociales (Dubar 2004). Por lo tanto hay que profundizar más el tema. Hay que considerar el sistema deportivo en general desde una dimensión interpretativa. A este respecto la definición que ofrece Turner (1988) según la cual los grupos ordenan tanto los aspectos sensoriales como los ideológicos mediante la práctica ritual (en este caso deportiva), debe complementarse con un marco teórico que otorgue mayores posibilidades de lectura, interpretación e instrumentalización por parte de los actores sociales. En este sentido la apuesta de Geertz (1988:189) por concebir el ritual como juego profundo es enriquecedora. Desde su planteamiento, los símbolos cognitivos y expresivos son «fuentes intrínsecas de información en virtud de las cuales puede estructurarse la vida humana, son mecanismos extrapersonales para percibir, comprender, juzgar y manipular el mundo». La conceptualización del juego profundo nos permite leer las prácticas culturales como representaciones, donde las metáforas dominantes son la del teatro y la del juego (Alabarces 2000) y tratar  el fenómeno deportivo como un texto, cuya principal función va a ser siempre interpretativa. Sin duda el sistema deportivo es una fuente importante de socialización y formación de identidad (Medina 1996) y lo es, sobre todo, porque permite una lectura y una interpretación contextualizada de los referentes básicos y de las contradicciones axiomáticas de la sociedad[10] (Sánchez 2003a).

Desde este posicionamiento el sistema deportivo puede ser tratado e interpretado desde otras perspectivas. En un contexto de personalización, el deporte permite celebrar el mérito, el rendimiento y la competitividad entre iguales. Pone de relieve la incertidumbre y el carácter cambiante de la condición individual y colectiva, presentando al mismo tiempo un cuadro de vida más complejo y contradictorio del que podrían hacer pensar la creencia en unos valores claros y definidos del sistema deportivo: frente al trabajo sistemático, la fuerza del azar; frente a la justicia y la equidad, la injusticia de la suerte o la trampa que señala los limites, siempre imperfectos, de los códigos de justicia (Bromberger 2000).

Por otro lado, se puede dar también una interpretación contextualizada del juego deportivo como juego profundo, permitiendo establecer el debate sobre las relaciones entre el individuo y la colectividad. Así obliga a reflexionar sobre la piedra angular de la teoría social desde un lenguaje simbólico generalizado que rebasa el ámbito especializado del experto. De hecho la configuración simbólica del sistema deportivo es eficaz para pensar los conflictos estructurales básicos de la sociedad, ya que teatraliza la contradicción democrática esencial, que enmarca diferentes tensiones: entre principios igualitarios y prácticas jerárquicas, entre comunidad e individuo, entre lo impersonal y lo personal (Sánchez 2003a). Además, sintetiza los valores más sobresalientes de la cultura occidental: ofrece al grupo a celebrarse a sí mismo y permite múltiples interpretaciones debido a su estructura abierta y su carácter polisémico. Por eso no deben extrañarnos su instrumentalización por diferentes grupos sociales y las luchas de poder que se producen en torno y dentro de él. El deporte se puede configurar también como campo de luchas, arena política que más que anular los conflictos sociales reales los recoge y amplifica.

De todas formas el deporte – fenómeno tan universal y versátil a la vez – nos habla de la sociedad y de la cultura y su estudio nos permite entender algunos aspectos importantes de la condición humana. Muy claramente argumenta Alabarces:

el deporte puede ser visto como cultura: porque recorre formaciones donde se articulan sentidos sociales, en distintos soportes, interpelando una diversidad de sujetos; de manera plural, polisémica, hasta contradictoria. Porque [ ... ] el deporte puede ser leído, en su multidimensionalidad, como uno de los escenarios privilegiados para atisbar las representaciones que una sociedad hace de sí para sí misma, para interpretar – en el sentido denso que propone Geertz – el complejo cúmulo de negociaciones de estatus y jerarquías que el universo deportivo espectaculariza, para comprender las razones que otorgan fuerza simbólica a su repertorio identificatorio, para buscar –de manera sesgada, oblicua, utópica– las formas en que ese mismo escenario permite no sólo la puesta en escena de lo que se es; también la simulación de lo que se quiere ser/hacer. De manera privilegiada, por su centralidad metafórica, su convocatoria renovada, su persistencia identificatoria (Alabarces 1998:6-7).

El hecho de establecer correspondencias entre deporte y sociedad puede ayudar a explicar su importante valor simbólico en la pluralidad de constelaciones de sentido de modernidad y post-modernidad. En efecto, el proceso de diferenciación y complejidad de organización de las sociedades empezado con la modernidad hace que el hombre se encuentre a sí mismo confrontado no sólo con múltiples opciones de cursos de acción, sino también con múltiples opciones de posibles maneras de pensar el mundo[11]. Como destaca Bell (1989), el problema principal de la sociedad contemporánea es de inteligibilidad. Los individuos que deben moverse entre las diferentes esferas de lo social reciben mensajes divergentes y contradictorios que complejizan el mundo de la vida y generan crisis de sentido al no poder construir una visión coherente y totalizadora de los sistemas de sentido y significado (Delgado 1992). Es aquí cuando se desvela el papel del rito deportivo y de su magia, ya que éste se convierte en un sistema de referencia donde el individuo armoniza los datos y experiencias a los que parecía haber abandonado el sentido y se constituye como una de las principales fuentes de sentido de nuestra sociedad[12].

2.El deporte como metadiscurso de la sociedad moderna

Como se mencionaba, el deporte es expresión cultural de la sociedad y del tiempo en el cual es pensado, practicado y disfrutado. Sólo limitándonos a la historia más reciente, el sistema deportivo se ha visto cada vez más encarnado en el último siglo en las características básicas del periodo moderno. En el proceso de modernidad aparecen los deportes reglados, sujetos a normas civiles en el espacio y en el tiempo[13]. Guttman (1995) señala y analiza el catálogo distintivo del deporte moderno en un listado que sirve igualmente como representación social de la modernidad: secularización, democratización, especialización, burocratización, cuantificación y récord[14]. Esta última característica, el récord, es la que mejor la define. Es posible además hacer un paralelo entre deporte y organización taylorista del trabajo: en ambos los ámbitos se realizan procesos de especialización y mecanización de las prestaciones. El deporte, como dice Guttman (1995), se ha encaminado desde "el rito a la marca" y representaría una forma diferente de trabajo en la cadena de montaje. Desde sus formas más incipientes hasta sus manifestaciones más elaboradas del presente, el deporte refleja y refuerza de hecho la medicalización, la cientificación y la racionalización de la expresividad humana. Con la modernidad el atleta llega a ser visto cada vez más como una máquina eficiente, basando la ética del deporte en la performance "máxima".

El desarrollo del sistema deportivo se encuentra así íntimamente ligado al proceso de modernización de la sociedad industrial, participando y recreando sus características esenciales[15]. De hecho la implantación de los deportes modernos en Occidente se inició junto con la nueva sociedad industrial[16]. Investigaciones demuestran que su progresiva institucionalización frente a otras prácticas físicas tradicionales se deben precisamente a la correspondencia con las categorías claves del sistema capitalista industrial (Russo 2004; Lagadrera 1992). Y ello porque el sistema deportivo, a partir de sus características estructurales, permitía la traducción y transmisión lúdica de los valores básicos de las sociedades modernas: la idea de civilización ligada a la idea de modernización y calidad de vida, de mejoramiento de la salud, tanto individual como colectiva; el concepto de progreso como superación constante, la estima al trabajo ordenado y sistemático como clave para conseguir éxito; el afán competitivo unido al desarrollo de competencias; el desarrollo de la igualdad, donde cualquiera puede practicar pero donde la competición debe ser entre iguales; la noción de justicia como ajuste a los propios estatutos, reglamentos, leyes; y la búsqueda de victoria y el éxito (Lagardera 1995). Unos valores que se mantienen en tensión entre sí (¿hasta dónde el afán de éxitos compromete la salud o la igualdad entre competidores?) y que son clave en las sociedades meritocráticas cimentadas en la evaluación de las aptitudes que establecen sistemas estipulados de clasificación (Bromberger 2000; Sánchez 2003a). Esto ha provocado que se considere la práctica deportiva como claro indicador, al tiempo que un eficaz instrumento, de modernización[17].

En una interesante observación, Alabarces (2009) destaca como, paradójicamente, esta capacidad del deporte de representar el imaginario democrático del mérito, de la igualdad y de la justicia se expresó con fuerza también en Países, como los de América del Sur, donde la afirmación de estos valores parecía más difícil: a través de "narrativas compensatorias" los héroes populares del deporte reponían una democratización imaginaria de lo público, que la política negaba sistemáticamente. El deporte se instituyó a lo largo del siglo XX como un espacio vicario, un lugar donde desplegar éxitos en contextos de agudas desigualdades. Que sus protagonistas más destacados fueran actores provenientes de las clases populares – con futbolistas, peloteros y boxeadores a la cabeza – permitió la difusión de narrativas exitosas que proponían en el plano simbólico un relevo (imaginario) de las invariablemente injustas condiciones de vida de las sociedades latinoamericanas[18].

La fuerte relación entre deporte y modernización se hace además visible con nitidez en el nacimiento de los sentimientos nacionales. Fue Hobsbawm uno de los primeros historiadores en señalar la importancia del rol de los deportes modernos en el proceso de "invención" de las naciones modernas, especialmente en la construcción "desde abajo" de los nacionalismos (Hobsbawm 1991). A lo largo del siglo pasado el deporte constituyó de hecho un aporte fundamental para la creación de las naciones modernas y ha influido en (o ha sido utilizado como instrumento para) los procesos de nacionalización[19]. Según los sociólogos de la escuela figuracional, el deporte de marcas sirvió también como representación simbólica de la competición entre estados y como símbolo de estatus de esas naciones (Elias, Dunning 1992). Un ejemplo apropiado en este sentido nos llega de Archetti, que, estudiando  la creación del imaginario nacionalista argentino, escribe:

la expansión del deporte en la Argentina se puede asociar al desarrollo de la sociedad civil ya que las organizaciones y clubes deportivos generan espacios de autonomía y participación al margen del Estado. En ese contexto particular las prácticas deportivas y, en especial, los deportes de equipo permitirán establecer un "espacio nacional" de competencia real, de movilidad social, ya que los mejores deportistas de las provincias podrán hacer carrera en Buenos Aires, y de unificación territorial y simbólica. La prensa y la radio en la década del veinte jugarán un papel crucial en esta dirección El Gráfico [ ... ] enfatizará la importancia de los deportes de equipo ya que permiten que una nación se exprese, que sus integrantes tengan una "conciencia nacional" y superen las identidades locales de clubes o de provincias, y porque hacen posible que las diferencias de estilo, en competencia con otros equipos, puedan ser pensadas como manifestaciones de "estilos nacionales" (Archetti 2005:5).

Siguiendo Archetti el deporte y a la danza[20] son «espejos y máscaras al mismo tiempo» (Archetti 2003:41): espejos donde una sociedad se ve a sí misma y máscaras que son miradas por los otros. Y eso es posible porque forman parte de las que el Autor llama "zonas libres" de la cultura, es decir espacios, afuera de las instituciones públicas, para la mezcla, la aparición de híbridos, la sexualidad y la exaltación de desempeños físicos. En las sociedades modernas, el deporte, los juegos y el baile son sitios privilegiados para la expresión y el análisis de la libertad y la creatividad cultural, que pueden hasta ser conceptualizados como amenaza a las ideologías oficiales (Archetti 2003). El sistema deportivo proporciona un marco interpretativo en el que el individuo y los grupos, a través de la imaginación y de la creatividad del juego deportivo, se insertan en el desempeño de roles inscritos en la configuración de la red de dinámicas colectivas.

Por lo tanto, el poliédrico fenómeno deportivo que nació con la modernidad se instituyó desde su aparición como mecanismo ritual y semántico capaz de reproducir, gracias a su plasticidad, los matices de las relaciones y de los procesos sociales. A medida que con la post-modernidad la complejidad social vaya creciendo, esta potencialidad simbólica del deporte será destinada a amplificarse de manera proporcional.

3.Post-modernidad y post-deporte

Las grandes civilizaciones se sostienen gracias a los mitos, a las narrativas que dan sentido a la esperanza social, que socavan el miedo colectivo. La modernidad (occidental) se ha apoyado en mitos: el bienestar social, el pleno empleo, el colectivismo, etc. Pero tales discursos empiezan a desgastarse en el crepúsculo del siglo XX. El desencanto de los valores de la modernidad abre la puerta al temor y la incertidumbre de las acciones contemporáneas del ser humano. La modernidad era un canto al futuro, a la idea de progreso. La post-modernidad es, en cambio, el miedo al futuro que puede obligar a resguardarse en el pasado, recuperando la nostalgia como una herencia idealizada (artesanía, búsquedas de raíces genealógicas, antigüedades ...) (Díaz 2003). La sociedad está cambiando en un devenir todavía incierto y cada vez más complejo, también para los analistas, que para referirse a "lo que está ocurriendo" hacen uso del prefijo post (modernismo, fordismo, industrialismo, materialismo, etc.). Esto señala a las claras que no existe una denominación evidente para reflejar el nuevo modo de relaciones sociales al que nos lleva el actual ciclo de crisis de valores modernos. Podemos sin embargo tratar de sintetizar los rasgos distintivos de la post-modernidad para analizar cómo estos procesos están relacionados con el sistema deportivo (Sánchez 2003a).

- Un proceso de personalización multiforme que lleva a la realización de prácticas a la carta.

- El narcisismo contemporáneo como corporeísmo que implica el relevo de la ética por la estética.

- La multiplicación de los sistemas de valores y de los universos simbólicos.

- El aumento del poli culturalismo que provoca que ya no haya una identidad, sino identificaciones múltiples.

- El desarrollo de la sociedad de la comunicación generalizada conceptualizada como sociedad informacional.

- El tribalismo como medio de integración, donde el ámbito de socialidad son los micro grupos.

- La extensión de las solidariedades blandas como compromisos efímeros y solidaridades débiles.

- La aparición de la conciencia ecológica y sus consecuencias globales de nuestras acciones.

- La conciencia de vivir en sociedades de riesgo, de que la vida se desarrolla en los límites.

Además hay que considerar el cambio de las coordenadas que sostenían la modernidad: el espacio y el tiempo (Horcajo 2003). En el post-modernismo no hay bases sólidas para marcar líneas divisorias entre local y global. Con la globalización el mundo se encoje y la creación de un ciberespacio contribuye a la disolución de los confines. Esto debilita la sensación de vivir dentro de una geografía local y aumenta la de estar en un espacio cultural universal. Se modifica también la percepción tradicional de tiempo, ahora caracterizado por la velocidad y, consecuentemente, por el cambio. La necesidad compulsiva de buscar siempre lo nuevo y lo diferente lleva a vivir el tiempo más rápidamente y a acelerar exponencialmente el ritmo de vida (siguiendo también los ritmos apremiantes de la sociedad de la información y de la comunicación). Una de las consecuencias más inmediatas del diferente modo de entender el tiempo y el espacio es la existencia de una hiperrealidad: la realidad se nos confunde, se nos mezcla con la cultura creciente del consumo de imágenes y de espectáculos. El entretenimiento "espectacular" es central en la vida de hoy pero la constante mezcla de imágenes promovida por el espectáculo nos lleva a la confusión de la realidad que nos rodea, a una hiperrealidad, donde, según la definición de Eco (1973), se da una abolición de la distinción entre la cosa real y la imitación[21].

Y ello ha tenido su correspondencia en el ámbito del sistema deportivo que se ha complejizado, personalizado, espectacularizado y globalizado. No substituido, sino superpuesto y ampliado. Los rasgos que caracterizaban el modelo del deporte moderno por lo que hace referencia a los tipos de deportes, características sociológicas de los practicantes, valores de referencia (competición, récord, ...), redes asociativas (clubes, federaciones), tipologías organizativas, etc., se han visto descentrados y desplazados por la creciente proliferación de nuevos modelos que han ocupado el espacio deportivo. En el deporte hoy de hecho se desvanecen también buena parte de los mitos fundacionales[22]. Estudios de prospectiva aplicada, como el llevado a cabo por Porciello (1995a), han dibujado las líneas básicas de la actual dinámica deportiva, en la cual se identifican señales de renovación de las prácticas y una transformación de aspectos estructurales.

a.   Tendencia a la individualización y personalización de las prácticas, consecuencias de la necesidad de realización y de autonomía personales en la elección y en la manera de practicar las diferentes actividades (hay cada vez más especializaciones de los deportes clásicos: el baloncesto por ejemplo se puede traducir en mini basket, basket en silla de rueda, beach basket, street ball, etc.).

b. Combinación e hibridación de diferentes prácticas deportivas, que permite hacer un "zapping deportivo" y obtener actividades con fuerte impacto mediático y emocional. La búsqueda de expresividad (y, por otra parte, de crear nuevas necesidades de consumo) genera un universo mestizo y diferenciado de nuevas prácticas motor-bike, air-surfing, paragliding, bunge-jumping, fitness, freeclimbing, etc.).

c.   Tecnologización como símbolo de modernidad e innovación, que causa una "artificialización" del deporte a través de instrumentos para mejorar las performances y modificar los movimientos y la manera de apropiarse del cuerpo.

d. Puesta en escena de la aventura y el riesgo.

e.   Difusión de las prácticas e incorporación de diversos colectivos sociales como personas con discapacidad, tercera edad, etc.

f.   Deslocalización y ecologización de las prácticas clásicas. Se privilegia el contacto con la naturaleza y el aire libre.

g.   Feminización tanto por el número de mujeres practicantes como por los valores que acompañan las nuevas modalidades.

Si en la modernidad se habla de rigidez (con directa relación al fordismo), en la post-modernidad el imperativo es la flexibilidad[23]. Los "post-deportes" son prácticas circulares, flexibles, fugaces, en lo que el espectáculo es una condición de la práctica. No cabe duda que estamos hablando de una nueva forma de compromiso con implicaciones en muchos ámbitos del sistema deportivo ya que se realiza al margen de los actores institucionales tradicionales. En efecto el descenso en la práctica de los deportes modernos tradicionales tiene consecuencias inmediatas y deja el lugar a las nuevas prácticas lúdico-deportivas, que pueden realizarse en espacios colectivos no convencionales, deportivizando la ciudad (como los deportes urbanos, el footing o el roller) o en nuevos lugares, templos del cuerpo, como los gimnasios para el  fitness. Lo que legítima las nuevas formas de deportes, en particular, es la emoción corporal, el placer que debe ser experimentado aquí y ahora, la auto-expresión, lo divertido, la forma física y psicológica, los cuales son emblemas de la actual cultura individualista occidental (Horcajo 2003).

Hoy como ayer, el deporte sigue siendo de hecho una vía, un medio de compensación del aburrimiento, de la rutina y de la ausencia de experiencias emocionales. Es una búsqueda de otros estados de conciencia a través de experiencias transformadoras o físicamente estimulantes, que causan un cambio cualitativo en la sensación de estar vivo.

4.Riesgo, emoción performance

Si la sociedad contemporánea está marcada por híper individualismo competitivo, narcisismo dirigido, crisis del sentido, pluralidad de códigos, complejidad, contingencia y riesgo no debe sorprendernos que el subsistema deportivo siga el mismo andamiento. Se habla de sociedad del riesgo (Beck 2000) y no es una contingencia la actual proliferación de deportes extremos y de riesgo; se habla de "sociedad del experimentado" Schulze (1992) y el deporte es uno de los ámbito más importantes donde vivir fuertes emociones; se habla de sociedad de la performance (Bausinger 2009) y el deporte de marcas confirma la tendencia.

En cuanto a la definición de sociedad de Beck (2000), podemos interpretar el deporte como un espacio donde los individuos experimentan de forma voluntaria el riesgo para después hacer frente, en mejores condiciones, al riesgo social de un futuro incierto (Sánchez 2003b). Los neo-deportes nacen alrededor de los ochentas, justo cuando la crisis del Estado del Bienestar se hace evidente. Los riesgos dejan de ser colectivos y se privatizan, cayendo desde el Estado sobre los individuos. Ante una sociedad cada vez más reflexiva, donde la percepción de la contingencia (social, política, económica, ecológica, etc.) y de las incertidumbres futuras va en aumento y donde los individuos deben enfrentar riesgos calculados y planificados para evitar riesgos contingentes de futuro amenazador, el sistema deportivo genera un ámbito nuevo, los neo-deportes de aventura o los extremos, donde encontramos situaciones análogas y percepciones comparables a las que se dan en el sistema sociocultural. Por lo tanto el deporte puede ser tratado como uno de los más importante mecanismos rituales de los que se ha dotado nuestra cultura para su reproducción. Los neo-deportes de riesgo no sólo satisfacen la necesidad de un encuentro placentero con la naturaleza y de retorno del espacio natural, sino ante todo funcionan como campos de vital ritualización del riesgo y interpretación de las diferentes éticas de contingencia de la sociedad contemporánea.

Schulze (1992) habla de "sociedad del experimentado". Es una sociedad que no establece más valores, que no supera tareas y no alcanza objetivos a largo plazo. Esta sociedad está en cambio orientada a proyectar a corto plazo y a generar experiencias que puedan transmitir una satisfacción emocional. Esta tendencia ha tenido repercusiones en el deporte, que se concentra cada vez más en el récord, en las performances extremas, en las grandes victorias y los ganadores excepcionales (los medios de comunicación contribuyen porque no problematizan) y se caracteriza por una constante búsqueda hedonística, al punto que a menudo la diversión no es una forma inmediata de experiencia sino una obligación social de lograr vivir algo como puro placer. En la vida cotidiana toman relevancia el espectáculo y la intensidad, lo que lleva a la formación d neo-tribu, comunidades emocionales temporales que tienen lugar en medio de la neutralidad y transparencia generalizada que caracteriza la sociedad post-moderna (el que sea efímero es una parte indispensable de su atracción) (Maffessoli 1990). Significativos ejemplos de neo-tribalismo son las uniones masivas típicas de los espectáculos, como los partidos de fútbol: los espectáculos que nos concentran nos atraen hacia esta intensidad porque queremos (o necesitamos) tomar estos eventos como extraordinarios en nuestra vida rutinaria[24].

Pero el deporte ofrece más: ofrece la posibilidad, a pesar de derrotas, de llegar al récord. Vivimos hoy en la sociedad de la victoria y del alto rendimiento, donde la competición es una importante categoría interpretativa de lo social pero donde no hay lugar para una cultura de la derrota (Bausinger 2009). Sin embargo el deporte tiene una fuerte potencialidad en este sentido, porque enseña a incluirla en el proceso existencial como elemento ineludible de la vida. Para poder ganar, la derrota tiene que ser elaborada según el típico movimiento del cabeceo de la nave: cada caída tiene que ser utilizada para volver a levantarse y lanzarse hacia lo alto, hacia la victoria.

5.A modo de conclusión

Estudiando las relaciones entre deporte y cultura nos damos cuenta de estar frente a un dúplice y paradójico proceso. Por un lado la sociedad sigue deportivizándose en un sentido general que sobrepasa el contexto histórico y temporal de las prácticas agonísticas clásicas: el deporte entra en el lenguaje cotidiano y de las empresas, en la moda, en la manera de comportarse[25], entra en las ciudades en las que se crean nuevos espacios de socialización y de participación ciudadana[26]. La metáfora deportiva está colonizando la vida pública[27]. Pero a esta deportivización de lo social corresponde un proceso, simétrico y especular, de des-deportivización del deporte: el agonísmo codificado en reglas, estructurado en instituciones y hasta ritualizado en símbolos, ha perdido el poder ordinativo con respecto de las infinitas recientes variaciones del deporte y su diversificación comercial (Porro 2001).

Así que, a modo de conclusión, podemos destacar dos líneas para estudiar la relación entre deporte y cultura. Nos podemos preguntar como el deporte entra en la cultura, deportivizándola. O al revés, al mismo tiempo como la cultura entra en el deporte, transformándolo, en un juego de espejos y retornos. La penetración del deporte en la cultura no se ve de hecho sólo en la valorización cultural del deporte. Toda la cultura actual puede ser leída a través de términos deportivos. Las estructuras deportivas están impregnando diferentes ámbitos y contextos culturales: el deporte produce a nivel social y cultural conceptos e imágenes guía que la sociedad absorbe, deportivizándose. En el deporte con diferentes grados hay gratuidad, con respecto de una elección; combatividad, con respecto de un obstáculo; competición, con respectos de sí mismos y del adversario; lo imprevisible, con respectos de los resultados y riesgos (Viotto 1994). Y ellos se encuentran también en otros ámbitos culturales. Como sugiere Bausinger (2009) la cultura deportiva penetra en el tejido social a través de modelos propios del deporte, o mejor dicho, en la cultura surgen modelos que ya están presentes en el deporte y que van asumiendo características de particular evidencia, en una continua hibridación y compenetración. Para el Autor la deportivización de la cultura se da, por ejemplo, en la amplia difusión de competiciones. Los concursos son parte importante de la actual cultura del entretenimiento, donde los principios de competición clasificación son elementos de éxito (por ejemplo muchos format en la televisión toman prestado estos conceptos propios del deporte, así como el Guinness, donde se busca el récord en los ámbitos más raros).

La deportivización se manifiesta también en el predominio y en la búsqueda del factor lúdico en la vida cotidiana junto a la improvisación. El deporte contiene características distintivas y creativas, que se concretan sobre todo en la capacidad de improvisar, de combinar el real presente y el irreal posible en una estrategia de acción. Estas mismas características la podemos encontrar también en otros ámbitos como el de la música (tanto en el jazz, en el rap o en el trabajo del dj) o el del teatro (conceptualmente el deporte-teatro se apoya a la dimensión deportiva: los temas vienen asignados por el publico y tienen que ser desarrollados libremente en el escenario) (Bausinger 2009).

Además el deporte vive de tensión emotiva, falta de sentido y de corporeidad. Se buscan emociones fuertes, hasta el último minuto de cada partido, que se nutren de la incertidumbre del resultado final, así como se esperan siempre nuevas sorpresas y emociones haciendo, por ejemplo, zapping frente a la televisión. En el deporte falta el sentido, porque tiene innata una maravillosa inutilidad (sólo después de su aparición viene clasificado culturalmente como útil para el bienestar físico, social, etc.). Hoy encontramos esta función de "entretenimiento" también en muchos acontecimientos culturales o artísticos, donde – más que en la tradicional transmisión de valores – el valor se radica en su misma expresión, en su capacidad de "entretenimiento" y de "diversión", en su capacidad – como diría Yúdice (2002) – de llegar a ser "recurso" (también económico) para la sociedad. En fin vivimos hoy en la cultura de la "corporeidad", donde el cuerpo es expuesto y puesto en escena (incluso en los seminarios para gerentes no se necesita tanto el traje como la experiencia de corporeidad). Vivimos en una cultura narcisística y hedonística del cuerpo, que llega a ser un autentico objeto de identidad que tiene que ser realizado también (tal vez sobre todo) a través del deporte.

Por otro lado, como ya hemos visto, las pautas culturales de la sociedad entran y dan forma al deporte. Una de las tendencia que hoy no deja indemne ningún proceso cultural es la globalización, que ejerce su fuerza también en nuestro ámbito de interés, trasformando el deporte en elemento mediático, de mercado, de espectáculo. Así que el deporte se transforma en "recurso", dando origen a una inmensa y global industria deportiva, que lo uniforma a nivel mundial[28]. El deporte es ahora una parte más del sistema económico y está cada vez más presente en el mercado del trabajo. El concepto de deporte tradicional cede el paso a un deporte que en tanto producto se consuma como un servicio personal ofrecido en el mercado del tiempo libre. Un producto de consumo significa que tiene que ser beneficioso económicamente, objeto de intereses económicos, comercialmente atractivo y con capacidad para competir en mercados dinámicos. Al ir desarrollándose el deporte como producto de consumo, ha ido adquiriendo estas características, lo que conduce a que sus practicantes y espectadores sean, en realidad, consumidores. Nace así un nuevo perfil de deportista, claramente diferenciado del practicante del deporte tradicional (Trucco 2003) y de espectador, cuya identificación con el equipo o con el atleta pasa por el modelo del star system (que transforma las épicas populares en anécdotas de jet-set con estrellas deportivas efímeras, de la duración de un programa de televisión) y se convierte en consumo socio-estético (Alabarces 2009).

Pero el deporte global refleja también el balance de poder actual entre y dentro naciones y, al presente, es también la incorporación de la elite de poder del deporte con representantes de otros grandes negocios. Esto incluye gurúes mediáticos, personal de marketing y representantes de corporaciones transnacionales (Maguire 2003). Así que, tanto en la formación como en el desarrollo del deporte global surgen cuestiones fundamentales acerca de la lucha de civilizaciones y el poder cultural (se piense, por ejemplo, a los procesos de nacionalización y post-territorialidad de las prácticas deportivas: con la globalización se liberan de los confines del Estado Nación y la más libre circulación de atletas plantea nuevos problemas jurídicos, como ha quedado demostrado en Europa con el polémico "caso Bosman").

A modificar el deporte a nivel social encontramos además otro proceso conexo a la globalización, es decir la mediatización, que transforma cada práctica deportiva en evento y cada evento en una forma-espectáculo (a menudo mezclada a otras formas-espectáculos como la información, el talk-show, la ficción).

El deporte es entonces un ámbito muy presente en lo cotidiano. Es una manifestación única, capaz de conformarse como un universo cultural de dimensión planetaria susceptible de atravesar barreras idiomáticas, políticas y religiosas e instaurarse en las costumbres de millones de seres: «el deporte se instituye en nuestras sociedades (en el mundo) como práctica privilegiada de lo elementalmente humano, lugar donde la diferencia desaparece, el mundo se reconcilia y el conflicto cede para permitir gritar los goles de Salas, Ronaldo o Batistuta» (Alabarces 2003:17). Tiene la potencialidad de ser elemento de unión social a través de valores como la igualdad, la solidaridad, la lealtad, que – aunque no sean universales – pueden lograr a hacer comunicar en manera recíproca las culturas. En un contexto donde las cuestiones identitarias, multiculturales, de integración, de género, etc. son cada vez más urgentes, el deporte, en su connotación más límpida, puede dar esperanza de recomposición a una sociedad post-moderna híbrida, fragmentada y "líquida". Se trata de un fenómeno con un gran impacto social, que genera hondas pasiones, reconstruye identidades colectivas y despierta profundos sentimientos de pertenencia. El espacio deportivo se ha convertido en un lugar de reunión donde se re-liga la sociedad y se materializa la comunitas, es decir un espacio ritual, según la definición de Turner (1988), que hace posible obviar las diferencias estructurales entre los individuos y que propicia la comunión entre quienes usualmente se encuentran separados estructuralmente por diferencias de rol y estatus[29] (Sánchez 2003a).

Por lo tanto el deporte puede ser tratado como provincia de significado (así como la define Schutz) suficientemente autónoma y integrada con la vida social para imponerse como objeto de estudio cultural que explica emociones, representaciones y pone en marcha dinámicas de juego profundo. Es un importante elemento para comprender procesos societarios, de ritualización y de simbolización, porque tiene una función simplificadora del mundo, que al reflejar en cierta medida los valores de la sociedad y de la cultura, al mismo tiempo contribuye activamente a su modificación. «Es un recoge-mitos» – escribe Porciello (1995b:305[30]) – «un cuerpo simbólico del cual la sociedad hace uso para contar sus esperanzas, sus fantasmas, sus miedos. Examinarlo según su forma más clásica o más insólita tendría que poder informarnos sobre la cultura que lo produce y le confiere sentido». En definitiva su estudio puede colaborar en dar respuestas a demandas sociales que aún no han sido satisfechas desde ámbitos como el técnico, el científico o el mediático. La esperanza es que las ciencias sociales no se dejen escapar esta posibilidad.

ANEXO

El deporte en las ciencias sociales en América Latina

Los estudios sociales e históricos sobre el deporte se originaron en Gran Bretaña, donde autores como Elías y Dunning (1992) y Hobsbawm (1991) comenzaron a indagar en el surgimiento del deporte moderno. En el mismo contexto donde nace el deporte, nace así también el interés por estudiar – más allá del reconocido carácter lúdico – las funciones sociales latentes que se asignan, en cada momento y lugar específicos, a las diversas prácticas que comprenden ese campo.

En Latinoamérica los estudios sobre el deporte han desarrollado una tendencia que privilegia el proceso de formación de identidades socioculturales en el marco de los espectáculos futbolísticos como objeto de investigación (Villena Fiengo 2003a). Esta inclinación por la articulación de temas culturales con temas políticos tiene su fundación en los trabajos de Roberto Da Matta, que se dedica a analizar de qué modo el estilo de fútbol brasilero expresa la identidad de su pueblo (Da Matta et al 1982) y de Eduardo Archetti, que observa la construcción de identidades masculinas en hinchadas argentinas (1985). Posteriormente este antropólogo ampliará su fecunda producción hacia el estudio de la formación de un imaginario nacionalista en los discursos del periodismo deportivo (2001, 2003).

Luego de un prologado paréntesis, a final de los noventa vuelve a aparecer el interés de las ciencias sociales por abordar al deporte, a partir de los trabajos encabezados en Argentina por Pablo Alabarces, que plantean al fútbol como un ritual en el que se desarrollan y se construyen las identidades socioculturales contemporáneas (1998; Alabarces et al 1998; Alabarces y Rodríguez 1996). En esta época la aceleración de los  procesos sociales de comercialización, transnacionalización e hipermediatización convierte el deporte en nuevo objeto de estudio también de otros investigadores del continente. Pero los esfuerzos son todavía individuales (Santa Cruz 1995; Panfichi 1997; Guedes 1998; AA. VV. 1998a).

La definitiva habilitación de legitimidad académica del deporte se alcanza gracias a la actividad del Grupo de Trabajo sobre "Deporte y sociedad" en el seno del CLACSO que, desde su primera reunión internacional en Bolivia en 1999, establece un marco institucional que facilita la creación de vínculos entre investigadores que de manera aislada venían realizando trabajos puntuales sobre esas temáticas. En este nuevo  contexto se consolidan dos líneas de investigación (Villena Fiengo 2003a). La primera se vincula a las identidades de rol que se expresan a través de la "subcultura" de los hinchas y se centra particularmente en el comportamiento simbólico y los códigos morales de conducta[31]. La segunda se focaliza en el proceso de construcción, a través del espectáculo deportivo, de las identidades de pertenencia, es decir identidades territoriales (regionales, locales, (post)nacionales, genéricas, generacionales, de clase, etc.)[32].

Se encuentran además observaciones sobre otros deportes (AA. VV. 1998b; Lovisolo, Lacerda 2000), así como no faltan aportes en otras áreas de investigación, como la del género (Lovisolo, Helal 2009; Binello et al 2000), de la globalización y post-modernidad (Rodríguez 2003; Santa Cruz 2003; Helal 2003; Villena Fiengo 2003b; Cajueiro Santos 2000) o de la comunicación (Martínez et al. 2009; Helal et al 2009; Salerno 2005; AAVV 1999), aunque la mayoría de todos los trabajos sigan recorriendo como eje central el tema de la identidad.

En definitiva, la perspectiva latinoamericana tiende a considerar el deporte (que según una clásica naturalización suele igualarse en todo el continente al fútbol), como un escenario secular privilegiado desde el cual «preguntarnos y buscar respuestas a la más fundamental de las preguntas:¿quiénes somos?» (Villena Fiengo 2003a:28). La constante preocupación en América Latina por la construcción de identidades nacionales (Ortiz 1991) se manifiesta también en este campo de investigación, en el cual se puede señalar casi una "tradición teórica" a «considerar al fútbol como un ritual comunitario, como un drama social y/o como una arena pública, como un espacio comunicativo denso en el cual se entrecruzan múltiples discursos verbales, gestuales e instrumentales (gráficos, sonoros, etc.), a través de los cuales los diversos actores participantes en el drama, como son los jugadores, entrenadores, dirigentes, periodistas, hinchas y detractores, expresan apasionadamente sus conceptos y valores no sólo sobre el juego, sino también sobre su vida, anhelos, frustraciones y esperanzas» (Villena Fiengo 2003a:28). Tal vez, parafraseando a Geertz, se podría decir que los estudios latinoamericanos, privilegiando metodologías cualitativas y interpretativas, muestran una inclinación por abordar el deporte (y centralmente el fútbol) bajo el modelo del juego profundo que se constituye en un comentario dramático sobre la vida, en sus dimensiones emocionales, morales e intelectuales (Villena Fiengo 2003a; Alabarces 1998, 2003).

Notas

[1] Según el estudio de los hábitos de actividad física y deportiva (Encuesta Secretaría de Deporte y Recreación - INDEC) el deporte interesa la mitad de la población argentina. Los niveles de práctica deportiva alcanzados en el País oscilan entre el 40,6 % y el 53,6 % (Erdociaín, Solís, Isa 2001).

[2] El deporte ha sido por largo tiempo casi ignorado por las ciencias sociales: en América Latina su estrecha relación con populismo y dictaduras no ha favorecido su legitimación académica hasta mediado de los noventa (Alabarces 2003) y en otros Países una suerte de esnobismo intelectual lo ha siempre colocado sobre la vertiente negativa de la dicotomía trabajo/tiempo libre (Balbo 2001). Sin embargo, si hace unos pocos años todos los textos dedicados al análisis del deporte en América Latina debían comenzar con la frase "poco o nada se ha estudiado sobre el tema en nuestro continente", ahora el argumento de ausencia ya no es válido (Alabarces 2010). Desde los pioneros trabajos de Roberto Da Matta (1982) y de Eduardo Archetti (1985), la reflexión latinoamericana sobre el deporte se expandió y muestra ahora cierta solidez. Una síntesis sobre el estado del arte se encuentra en el anexo de este trabajo.

Por lo que concierne estudios publicados en otros Países, clásicos son los trabajos de Caillois (1981), Huizinga (1973), Vinnai (1970), Brhom (1982), Augé (1982), Bourdieu (1983), Elias y Dunning (1992), Bromberger (1995), que han abierto el camino a una rica y variada producción sobre el tema. Para un cuadro general y exhaustivo véanse, por ejemplo,  Porro (2001) y Russo (2004).

[3] Los abordajes de estudio del deporte son esencialmente cuatro: la teoría neo-sistémica, la teoría sociológica de la acción, la perspectiva fenomenológica y la etnometodológica (Sanguanini 2004). Así como el debate fundamental en la teoría social alrededor de la capacidad del deporte de reproducir los valores de la sociedad se articula en dos abordajes principales: por un lado la óptica funcionalista evidencia, por encima de todo, las ventajas integradoras del deporte y por el otro lado los posicionamientos críticos de la teoría del conflicto analizan el deporte como un aparato ideológico legitimador del orden establecido. Todas las perspectivas, sin embargo, establecen la profunda interrelación entre deporte y sociedad (sobre todo moderna) y le conceden el papel de mecanismo socializador e integrador.

[4] Con el término performance entendemos una «dialéctica de "flujo", es decir, un movimiento espontáneo en el que acción y conciencia son uno, y "reflexividad", donde los significados, valores y objetivos centrales de una cultura se ven "en acción", mientras dan forma y explican la conducta. Una performance afirma nuestra humanidad compartida, pero también declara el carácter único de las culturas particulares» (Schechner 2000:39).

[5] Entendemos la cultura así como la define Geertz (1988), como puro sistema simbólico, que tiene que ser analizado como un texto. La cultura es el conjunto de rasgos distintivos, espirituales y materiales, intelectuales y afectivos, que caracterizan a una sociedad o grupo social en un periodo determinado. El término "cultura" engloba además modos de vida, ceremonias, arte, invenciones, tecnología, sistemas de valores, derechos fundamentales del ser humano, tradiciones y creencias. A través de la cultura se expresa el hombre, toma conciencia de sí mismo, cuestiona sus realizaciones, busca nuevos significados y crea obras que le trascienden.

[6] Desde un fenómeno social el deporte se ha convertido hoy en la sociedad occidental en una necesidad social (Fumagalli, Bertinato 2005). El panorama deportivo sigue modificándose y expandiéndose rápidamente, tanto que se siente la necesidad de un "deporte para todos", es decir, casi un "derecho" al deporte (Declaración de Barcelona, Filippi 2005).

[7] Véanse la identificación de Argentina con el fútbol o el polo (Archetti 2001), de Brasil con el fútbol (Guedes 2009), de EE. UU. con el béisbol, el básquet o el fútbol americano o de Pakistán con el cricket (Medina 2002).

[8] Véanse Bromberger (1995) donde analiza diferentes estilos futbolístico en Italia y Francia; Archetti (2005) que identifica una contraposición, en el fútbol de inicio '900, entre estilo "criollo" y  "británico"; Guedes  (2009) y Alabarces (2009) que estudian las diferencias entre el fútbol brasileño y argentino.

[9] Antropólogos como Bromberger (1999) o Augé (1999) ha tratado el espectáculo deportivo como un ritual característico de las sociedades modernas y democráticas sujeto a interpretaciones y estilos diferenciados.

[10] La relación entre deporte e identidades socioculturales (sobre todo nacionales) es una constante en los estudios latinoamericanos, que ponen al centro de sus investigaciones la fuerza simbólica y representativa del fútbol. Para profundizar, véase el Anexo.

[11] Siguiendo Weber podríamos decir que el proceso de modernización de las sociedades occidentales se desarrolla en dos direcciones. Una, nos dirige a un proceso de racionalización/secularización que participa de una lógica creciente de diferenciación y autonomización de los subsistemas sociales y de sus criterios de validez. Otra, conduce a un proceso de individualización que lleva a una mayor emancipación/autonomización del individuo. «La modernidad pluraliza instituciones y estilos de vida, cosmovisiones y estructuras de plausibilidad» (Beriain 1990:103).

[12] «Participar como jugador y/o espectador en algunos deportes ha llegado a convertirse en [ ... ] una de la principales fuente de sentido en la vida de numerosas personas» (Elias y Dunning 1992:267).

[13] El control del tiempo ha sido una dimensión clave del deporte moderno. Dicho control está presente en toda la vida moderna: el taylorismo como modo científico y cronometrado de dominar a la fuerza laboral en la fábrica o la asistencia a espectáculos deportivos que sólo aparece cuando aparece el tiempo de ocio como tiempo liberado de trabajo (Díaz 2003).

[14] Un trabajo más temprano de Rojek (1995) asume el mismo acercamiento pero identifica cuatro características de la práctica deportiva moderna: privatización, individualización, comercialización y pacificación.

[15] Se entiende la modernización en la dirección de la sociedad occidental (véase, para profundizar el tema de la relación deporte/modernización, Digel 1995).

[16] El deporte moderno – en cualquiera de los múltiples significados – tuvo su origen en Inglaterra, a partir del siglo XVIII, mediante un proceso de transformación de juegos y pasatiempos tradicionales iniciado por las elites sociales (Velásquez Buendía 2001).

[17] Se señala la importancia de los programas de desarrollo del deporte en sociedades tercermundistas como elemento para dinamizar hasta las estructuras económicas, bajo la noción de que como el deporte es un fenómeno de la modernidad, promover el deporte significa promover la modernización y la calidad de vida de la sociedad (Bausinger 2009; Sánchez 2003a). Otros programas utilizan el deporte para solucionar problemas de exclusión social (por ejemplo de inmigrantes en Europa) (Mosquera Gonzáles et al 2003). Sin embargo, según un posicionamiento crítico el deporte constituye la reproducción de los valores de la sociedad capitalista funcionando como una superestructura ideológica positiva (es la institución del reino del positivismo), neutra (nunca llega a cuestionar el orden establecido), integradora (es un modo de comportamiento, un modelo social ideológicamente valorizado) y ritual (se ha convertido en el ámbito del la mitología profana auspiciado por los mass-media, objeto de un gran consumo que hace que éste sea vivido como cultura cotidiana) (Brhom 1982).

[18] Arquetípico es el caso de Maradona, que significó durante casi veinte años (entre 1978 y 1994) la posibilidad de que un deportista exasperadamente plebeyo condensara los significados nacionales argentinos exitosamente, en el mismo momento en que su País se debatía entre dictaduras sangrientas, guerras perdidas, crisis económicas y neoconservadorismos radicalmente excluyentes (Alabarces 2009).

[19] El deporte moderno surgió en el ámbito de la esfera privada e inició su crecimiento y difusión en el seno del Estado liberal, a través de organizaciones civiles tales como clubes, federaciones, asociaciones que dispusieron de autonomía para configurar, organizar, reglamentar y sancionar la práctica deportiva. La aceptación, expansión y capacidad de movilización de masas que junto con el proceso de industrialización fue adquiriendo lo convirtió en un fenómeno socio-cultural y económico que el Estado no podía ignorar, en virtud de las posibilidades que ofrecía para satisfacer determinado tipo de intereses políticos. Con la aparición del Estado contemporáneo – o Estado social, Estado de bienestar – los poderes públicos dejan de ser ajenos a los procesos e intereses sociales, surgiendo una política decididamente intervencionista y reguladora en el terreno deportivo como consecuencia de la nueva orientación social de la política. Así, el deporte pasa a ser considerado políticamente como un servicio social que el Estado debe proporcionar a los ciudadanos para su beneficio y bienestar personal. Este móvil ha terminado por convertir a los equipos deportivos en delegaciones nacionales, representantes directos del honor y del prestigio nacional, y a sus éxitos en servicios al Estado, en motivos de orgullo nacionalista y en medios de incrementar el sentido patriótico de la población. Además la intervención del Estado en el terreno deportivo puede ser leída como finalidad de despolitización, que utiliza el deporte como medio de distraer a la opinión pública de los problemas políticos (posiciones éstas desde donde es lícito inferir que debajo de la retórica oficial y privada sobre el deporte subyacen intereses políticos, económicos e ideológicos que han sido los que orientaron los discursos y las decisiones de los poderes públicos y de las empresas privadas en el terreno deportivo) (Bausinger 2009; Velázquez Buendía 2001).

[20] Archetti (2003) habla del fútbol, del polo y del tango por lo que concierne Argentina. Otro ejemplo es lo de Brasil: según Guedes (2009) el fútbol, la capoeira y la samba son unos de los vehículos máximos de construcción identitaria nacional.

[21] Las imágenes se convierten más reales que lo real. Se pierde el origen de la copia "simulacra" (Baudrillard 1983). El mundo resulta hecho de copias, simulaciones y representaciones donde no hay originales y se disuelve la distinción entre realidad y ficción.

[22] Uno de los valores olímpicos que se descartó fue el amateurismo en los ochenta. La profesionalización de la competición no puede más ser sostenida por el Estado, que cede poder al mercado. Las sociedades comerciales andan constituyendo las federaciones. En los noventa se rompe el mito de la pureza biológica de la competición, con el reconocimiento explícito del dopaje entre los atletas. Y un tercer mito destronado es el del fair play de la organización olímpica que se desveló en los juegos de Atalanta 1996. Esta corrupción denunciada en el seno del COI forma parte de la demistificazión social de las Olimpiadas (Díaz 2003).

[23] Como parte del sistema económico también el mundo deportivo se "flexibiliza": hay más flexibilidad organizativa, del producto deportivo, de la gama deportivas (Díaz 2003).

[24] Para Maffessoli (1990) el neo-tribalismo que se da en los espectáculos es parte de los procesos de masificación de la post-modernidad, que nos transforman en una cifra o en un mero espectador. El Autor insiste de hecho que no se confunda la presencia de estas uniones intensas con la posibilidad de dar origen a nuevas bases y principios de solidariedad.

[25] Cabe destacar las múltiples significaciones que el término "deportivo" ha ido adquiriendo. "Deportivo" puede referirse a una actitud de lealtad no sólo en las prácticas deportivas: es un valor reconocido también en ámbitos de la comunicación y de los conflictos y no está necesariamente relacionado al deporte. Además "deportivo" puede referirse a una persona "super-entrenada", así como, en fin, sporty, en inglés, caracteriza un modo particular de presentarse y de una estilización física (Bausinger 2009).

[26] Véase Sánchez (2003a).

[27] «Asistimos a una suerte d deportivización de la agenda cotidiana (que en la mayoría de los casos se naturaliza como futbolización), según la cual todo debe ser discutido en términos deportivos. Como dicen Armstrong y Giulianotti, a partir de la experiencia italiana de Berlusconi, asistimos a un "doble proceso de politización del fútbol y futbolización de la política" (Armstrong y Giulianotti 1997:16), enunciado que puede incluso hoy reconvertirse en la "despolitización del fútbol y la futbolización de la política"» (Alabarces 2000:16-17).

[28] Hay unas tendencias globales relacionadas a la creación de una "cultura deportiva universal". En primer lugar con la avanzadilla de la conciencia ecológica se expande el "eco-deporte", relacionado a un "eco-turismo" y un "eco-marketing" (Trucco 2003). En segundo lugar en la emergente cultura física se quiere armonizar espíritu y cuerpo, de acuerdo a una unificación de la experiencia corpórea occidental a la oriental. Lo "exótico" (que para otras culturas es nada más que algo local) da color y nuevo plusvalor al tradicional deporte occidental. La expresión corpórea de una cultura no es entonces "sólo" la interpretación filosófico-religiosa y la representación de la estructura social, sino también se transforma en una práctica híbrida y menor afuera de la cultura de origen (Bausinger 2009). Al mismo tiempo, en la difusión de un deporte global hay, al contrario, también una reivindicación de lo local. Ya Simmel aseguraba que en periodos de fragmentación e inseguridad económica la gente se refugia en los valores seguros, tradicionales y sólidos. De ahí la vuelta a ciertos nacionalismos como fórmula para contrarrestar la homogeneidad globalizante (el notorio proceso de glocalización introducido por Bauman), que proponen también recuperar antiguos deportes rurales y casi perdidos para encontrar identidades propias que les definan antes el Estado en el que se integran.

[29] Villena Fiengo (2003a) pone en guardia de no caer, en el análisis, en un romanticismo ingenuo, sino más bien de considerar estos "sentimientos comunitarios" con distancia y hasta con ironía, porque los mismos pueden también producir efectos de reforzamiento de las diferencias estructurales, mediante el conjuro catártico de las fuerzas disgregantes, a la manera de otras celebraciones festivas, como, por ejemplos, los carnavales.

[30] La traducción es nuestra.

[31] Véanse, entre otros, Alabarces, Zucal 2008; Garriga Zucal 2007; Moreira 2005; Ferreiro y Fernández 2005; Conde 2005; Alabarces 2004; Pimenta 2003; Ferreiro 2003; Cajueiro Santos 2003; Antezana 2003; Elbaum 1998.

[32] Véanse, entre otros, Helal 2009; Burgos 2007; Ramírez Gallego 2003; Gil 2003; Ferreiro 2003; Dávila y Lodoño 2003; Soares 2003; Bayce 2003; Alabarces 2002; Helal et al 2001; Soares 2000; Villena Fiengo 2000; Ferreiro, Brailovsky y Blanco 2000; Halpern 1999; Levatti 1998.

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Recibido: 1.7.10
Recibido con modificaciones: 16.10.10
Aprobado definitivamente: 4.11.10

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