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Trabajo y sociedad

On-line version ISSN 1514-6871

Trab. soc.  no.18 Santiago del Estero Jan./June 2012

 

CAMPO Y CIUDAD: ESCENARIOS LABORALES

Cambio agrario y nueva ruralidad: 
Caleidoscopio de la expansión sojera en la región pampeana   

Agrarian change and new rurality: Kaleidoscope of soya expansion   in the Pampa region  

 

Carla Gras*

* Socióloga. Investigadora del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET), Universidad Nacional de General Sarmiento, Argentina E-mail: blason@arnet.com.ar // sgras@ungs.edu.ar

 


RESUMEN

En las últimas décadas, y en el marco de las tesis sobre la configuración de nuevas ruralidades, los pueblos y pequeñas localidades han vuelto a concitar la atención de las ciencias sociales. Lo rural se define como un espacio crecientemente polisémico, donde se redefinen los antes coincidentes contornos entre lo rural y lo agrícola. Nuestro interés en los pueblos rurales de la región pampeana parte de esa constatación y pretende, al mismo tiempo indagar en las implicancias de las transformaciones que se derivan de las profundas mutaciones operadas en el modelo de producción agropecuaria, las cuales involucraron, entre otros aspectos, una dinámica de "ganadores y "perdedores".
La existencia de población que vive en pueblos y localidades rurales pero que no tiene relación laboral con el sector agropecuario, y de un mundo agrario profundamente transformado son los dos elementos cuyos reflejos, en los modos de configurar estos territorios nos interesa comprender. Nos interesa explorar cómo esta suerte de diferenciación entre "ganadores" y "perdedores" se expresó en las posiciones detentadas por los productores en las comunidades locales, tanto en lo que refiere a su lugar en la población y en la economía. Exploramos las diferenciaciones socioculturales que se generan y las tensiones y complejidades que adquiere la integración social en un mismo territorio, lejos de aquella idea de la comunidad que la define por la similitud u homogeneidad relativa de sus componentes, y por su estabilidad.

Palabras clave: Ruralidad; Modelo agrario; Diferenciación social

ABSTRACT

In the last decades, and in the framework of the thesis on the configuration of a new rurality, villages and small towns have drawn the attention of the social sciences. Rurality is defined as increasingly polysemic, where the previous boundaries between rurality and agriculture have redefined. Our interest in the rural villages of the Pampa region stands on this understanding, and introduces another key process related to the deep changes caused by the development of a new model of agricultural production, which involved a dynamic of "winners" and "losers".
The existence of population living in rural towns and villages that has no relationship with the agriculture and of an agricultural sector profoundly changed are two main driven forces whose consequences on rurality we aim to understand. We are interested in exploring how this differentiation between "winners" and "losers" has affected the social positions held by farmers in local communities as well as their importance in local population and economy. We explore the cultural distinctions and tensions regarding social integration and the extent in which it departs from the idea of community defined by the relative similarity or homogeneity and the stability of its components.

Key words: Rurality; Agricultural model; Social differentiation


SUMARIO

Introducción. 1. Sobre los pueblos estudiados. 2. La recomposición post-2001 en los pueblos. 3. Pueblos sojeros: ¿pueblos chacareros? 4. ¿La comunidad perdida?: Narrativas locales sobre la diferencia. Bibliografía.

Introducción

En las últimas décadas, y en el marco de las tesis sobre la configuración de nuevas ruralidades, los pueblos y pequeñas localidades han vuelto a concitar la atención de las ciencias sociales. Un elemento central en esas tesis refirió a la conformación de lo rural como un espacio crecientemente polisémico: lugar de trabajo de población que vive en ciudades, residencia de trabajadores que no se ocupan en el sector agropecuario, territorios donde se producen bienes y servicios que no son sólo de origen agropecuario. En estas perspectivas, el foco ha estado puesto en las características de la ocupación y el empleo en estos territorios y la medida en que ellas – al redefinirse los antes coincidentes contornos entre lo rural y lo agrícola – complejizan el estudio de la ruralidad o de lo rural. Nuestro interés en los pueblos rurales de Argentina parte de esa constatación y pretende, al mismo tiempo indagar en las implicancias de las transformaciones que se derivan de las profundas mutaciones operadas en el modelo de producción agropecuaria, las cuales involucraron, entre otros aspectos, la expulsión de un número no menor productores, la persistencia en condiciones defensivas y/o de pobreza de unos, y la expansión de otros, en particular de las capas empresariales.

La existencia de población que vive en pueblos y localidades rurales pero que no tiene relación laboral con el sector agropecuario, y de un mundo agrario profundamente transformado son los dos elementos cuyos reflejos, en los modos de configurar estos territorios – los pueblos –, nos interesa comprender. En otras palabras, partiendo de la histórica impronta que la actividad agropecuaria dio en Argentina a una diversa trama de asentamientos que no sólo contiene a los pequeños poblados sino también a localidades de mayor tamaño – alcanzando incluso a ciudades intermedias -, nos preguntamos sobre los efectos que tuvo la evolución reciente de la actividad agraria sobre los tejidos sociales locales.

Construimos una relación problemática entre ambos procesos a partir de situar nuestra indagación en un punto de inflexión: la recomposición que siguió a la desestabilización de la estructura agraria en la década de 1990 en la región pampeana en Argentina. En efecto, la conformación de un nuevo modelo agrario - asentado sobre la innovación tecnológica, la apertura externa, la reestructuración de la institucionalidad pública y las formas de regulación de la producción y distribución de la riqueza- generó un escenario de crecientes dificultades para la persistencia de la llamada producción familiar, no sólo en aquellas regiones consideradas marginales para el desarrollo histórico del agro argentino, sino también en la rica región pampeana, donde la presencia "chacarera" – vocablo con el que tradicionalmente se nominó a los productores cuya explotación se basa en el empleo de trabajo familiar y alcanzan ciertos grados de capitalización – ha sido característica.

Nuestro análisis focaliza en el sur de la provincia de Santa Fe, área integrante de la zona agrícola núcleo de la región pampeana1. Los datos censales son elocuentes respecto del impacto que las transformaciones asociadas al nuevo modelo tuvieron en la estructura agraria: los departamentos del sur santafecino – Constitución, Caseros, San Jerónimo, Belgrano y Gral. López -, registraron una disminución del 23% en el total de explotaciones agropecuarias entre 1988 y 2002, que alcanza al 31% entre las de 50 a 200 hectáreas. Debe recordarse que durante la década de 1990, la reconversión tecnológica – que impulsó un aumento sostenido de las escalas productivas - y los aumentos de producción coexistieron de manera compleja con bajas de precios de los productos y pérdida de rentabilidad (consecuencia del esquema económico que puso en juego la convertibilidad de la moneda por aquellos años). Pero además de la expulsión, hubo quienes se expandieron mientras que otros persistieron en condiciones de mayor o menor precariedad (Gras, 2009). Así, la mayor heterogeneidad, que incluyó la producción de nuevos cortes en la estructura social, fue el rasgo característico del fin de siglo.

La devaluación de la moneda local en 2002 benefició a los sectores exportadores y cambió nuevamente la estructura de precios relativos en el agro. En el plano externo, se registra en los últimos años un fuerte aumento de los precios de las materias primas en el mercado internacional, en particular de la soja, principal producto de las explotaciones pampeanas. En ese contexto, se observarán durante toda esta última década la producción de cosechas récord, la expansión de la superficie agrícola y el aumento de la rentabilidad del sector agropecuario. Ello propició una mejora significativa en los niveles de ingreso de aquellos productores que lograron sostenerse en la actividad.

Al mismo tiempo, las nuevas formas organizativas que cristalizaron en la última década dieron lugar a la emergencia de nuevos perfiles sociales, con la mayor profesionalización de la actividad y la puesta en juego de renovadas formas de apropiación, uso y gestión de la tierra, el capital y la mano de obra. Como hemos planteado en otros trabajos (Gras, 2009; Gras y Hernández, 2009a), el mundo de la producción familiar capitalizada se reconfiguró de manera profunda atendiendo no sólo a las posiciones detentadas en la estructura agraria en términos del volumen y composición de los recursos controlados, sino también al mayor o menor "éxito" con que los sujetos se apropiaron del nuevo modelo agrario tanto desde el punto de vista de las prácticas productivas como del de sus horizontes de sentido.

Esta reconfiguración junto con el contraste entre un momento de ahogo financiero e incertidumbre sobre la continuidad en la producción, y otro momento de expansión y obtención de mayores ingresos y rentas, está en la base de las cuestiones que aquí nos ocuparán. En efecto, nos interesa explorar cómo esta suerte de diferenciación entre "ganadores" y "perdedores" se expresó en las posiciones detentadas por los productores en las comunidades locales, tanto en lo que refiere a su lugar en la población y en la economía, como al liderazgo material y simbólico que históricamente mantuvieron en sus sociedades. En otras palabras, lo que nos interesa es comprender el correlato de la recomposición de perfiles sociales en las dinámicas micro sociales, en particular la pérdida de centralidad de un tipo de productor familiar ideal/idealizado: aquel que articulaba la propiedad de la tierra y el trabajo físico de la familia en la explotación, y cuyo bienestar era de algún modo respetado por sus pares y vecinos en tanto producto de un "esfuerzo visible" para todos.

Cabe en este punto subrayar nuevamente el escenario empírico de nuestra indagación: el corazón de la región pampeana. Es este un territorio fuertemente interpenetrado por el mundo urbano: la ciudad de Rosario, la segunda en importancia luego de la Capital Federal, y capital de la provincia de Santa Fe, se encuentra ubicada a menos de100 km de las comunas que estudiamos. Desde la primera modernización agraria, se constituyeron como verdaderos centros de servicios de la producción agropecuaria – de lo que dan cuenta los centros de acopio, las oficinas bancarias, los comercios de venta de insumos, los talleres de reparación de maquinaria -, que, sin embargo, mantenían mediaciones – los parajes rurales - con la ciudad. Desde los años ´70 esas mediaciones se desvanecen progresivamente, y aquellos pueblos devinieron en lo que, en continuidad con Albadalejo (2004), podemos denominar "agro-ciudades". De allí que también interese explorar algunos elementos asociados a esa ruptura. Para ello, daremos cuenta del modo en que estas comunas han recibido a grupos migrantes del norte del país. Estos grupos no llegan atraídos específicamente por el trabajo en el sector agropecuario, no se insertan predominantemente en estas actividades, sino que muchas veces subsisten en empleos precarios, recibiendo planes sociales del estado nacional, provincial o de las propias comunas. Este hecho, entre otros, permite interrogarse acerca de las tensiones implicadas en el mito – que aún pugna por sostenerse – del carácter incluyente del desarrollo del agro para la nación, particularmente cuando se asienta sobre la figura del productor, esto es, enfatizando su condición de productor de riqueza2.

En los puntos que siguen, retomamos primero estas cuestiones desde la lectura que ofrecen los datos estadísticos de la encuesta que en 2007 relevamos en el área bajo estudio, que refieren al total de la población residente y no sólo a los actores agrarios, y las observaciones realizadas a lo largo de nuestra investigación. Los últimos apartados recuperan el punto de vista de los actores, a partir del material recogido en entrevistas en profundidad y una aproximación etnográfica a las comunas estudiadas.

1. Sobre los pueblos estudiados

Nuestro análisis se basa en un estudio circunstanciado de tres localidades, Alcorta, Maciel y Bigand, ubicadas geográficamente en el corredor Rosario – Buenos Aires, una de las áreas más importantes de producción de soja del país, donde también se ubican industrias e infraestructura asociada a la exportación. Alcorta, en el departamento de Constitución, es la segunda ciudad de ese departamento y se encuentra a 100km de la ciudad de Rosario y 300 km de la capital provincial. Bigand, en el departamento de Caseros, dista 70 km de Rosario y 240 de la ciudad de Santa Fe. Por su parte, Maciel, en el departamento de San Jerónimo, se encuentra a 63 km de Rosario, y 100 de Santa Fe. Administrativamente, los tres pueblos son comunas, que abarcan tanto las zonas que corresponden al trazado urbano como zonas rurales aledañas, habiendo obtenido esa categoría entre fines del siglo XIX y principios del XX.

Las tres cuentan, según los datos del Instituto Provincial de Estadísticas y Censos (IPEC) con poblaciones que varían entre 5.000 y 8.000 habitantes. En relación con la evolución reciente de su dinámica poblacional, la información censal permite observar procesos muy distintos: así, mientras Alcorta y Maciel evidencian entre 1991 y 2001 cierto estancamiento relativo (la población total registra una evolución positiva del 1.9% y 6.25% respectivamente, en ese período intercensal), Bigand muestra un mayor crecimiento (+13% en el mismo período). En octubre de 2010 se ha realizado el último Censo Nacional de Población y Vivienda, por lo que aún los primeros resultados alcanzan como máximo nivel de desagregación el departamental3. No obstante, las proyecciones elaboradas por el IPEC hablan de un comportamiento que mantiene el patrón comentando: la población de Alcorta y Maciel se incrementa en un 4% mientras que en Bigand el crecimiento ronda el 8%. Este comportamiento agregado incluye movimientos migratorios; según la información que hemos recogido, al menos en Maciel y en Bigand, se registra la llegada de población proveniente de las regiones del Noroeste (NOA) y el Nordeste (NEA) del país.

Cuadro 1: Evolución de la población total (1991 – 2010)

El desarrollo de estos pueblos estuvo asociado al modelo agro-exportador que hacia mediados del siglo XIX empezaba a consolidarse. Los tres llevan los nombres de grandes terratenientes que dieron sus tierras en arriendo o en aparcería a familias de inmigrantes europeos. Estas familias residían en los parajes cercanos al pueblo, donde se ubicaban la estación de tren, el almacén de ramos generales y las primeras escuelas. Posteriormente, muchos devinieron propietarios, en particular a partir de las condiciones generadas por la política del primer gobierno peronismo en torno a las leyes de arrendamiento, que también favorecieron la adquisición de maquinarias. Estos procesos dieron lugar a la conformación de un importante sector de pequeñas y medianas explotaciones, con cierto grado de capitalización. El ascenso social que esto implicó para muchas familias está en la base de la percepción que los llamados chacareros tendrían sobre su lugar en el ámbito local, en especial en lo que refiere a la relación entre la mejora en sus condiciones de vida y el desarrollo de los pueblos.

A lo largo de las décadas siguientes, estos pueblos fueron creciendo, albergando a una trama social crecientemente diversificada. La misma reflejaba no sólo el emplazamiento de servicios (educativos, comerciales, financieros, de esparcimiento) sino también de una actividad industrial ligada de manera directa o indirecta al complejo agroalimentario, que se sumaba a la actividad de las cooperativas de comercialización de materias primas agropecuarias. Talleres metalmecánicos, frigoríficos, molinos, fábricas de alimentos son ejemplos de esa radicación industrial que encontramos en las localidades estudiadas, que atestiguan a su vez, el proceso de modernización de la producción agraria. La población también se incrementó con el cambio de residencia de los productores quienes, en búsqueda de mayores comodidades, dejaban sus chacras o los parajes cercanos para vivir en ellos.

De ese modo, y a la par que avanzaba la modernización agraria, se observa un proceso de reorganización del espacio que marcó la pérdida de importancia de los parajes circundantes y, en consecuencia, de las mediaciones con lo urbano. En tal sentido, podemos decir que Maciel, Alcorta y Bigand son pueblos "urbanizados", que no forman parte de la ruralidad profunda del país. Su estructura demográfica actual muestra comportamientos característicos de los centros ubanos, que implican ciclos largos con natalidad baja a edades mayores y una mayor esperanza de vida. Según los datos socioeconómicos que recogimos en estas localidades, a través del relevamiento por encuesta, la estructura de edades muestra en un extremo, un peso relativo bajo de los niños (hasta 6 años) y en el otro, de las franjas de mayor edad (60 y más años). Ambas representan el 10% y el 13.6% respectivamente de la población total (es decir, del conjunto de habitantes de las tres localidades). La población adulta (30 a 59 años) representa el 36.3% del total mientras que los jóvenes (de 18 a 29 años) alcanzan al 22.3%.

2. La recomposición post-2001 en los pueblos

Mencionamos anteriormente la profunda reestructuración operada en el sector agropecuario en las últimas décadas, y la consecuente expulsión de productores, en especial, los de menor tamaño. En trabajos anteriores, encontramos que lejos de tener efectos homogéneos - como sugiere la idea de "despoblamiento rural", en rigor, un proceso de más larga data, una de cuyas consecuencias ha sido el crecimiento de las ciudades pequeñas y medianas4 e intermedias –. Las mutaciones en el mundo de la agricultura familiar se reflejaron de manera compleja en los pueblos, poniendo en primer plano el problema de la integración social en estos territorios. Como mencionamos, hubo "ganadores" y "perdedores"; las narrativas que hemos recogido en relación con esto nos revelan las consecuencias objetivas y subjetivas que los procesos recientes tuvieron ya no sólo sobre el sector agropecuario sino también en los tejidos sociales locales.

En estos pueblos, no todos los expulsados de la producción agraria vendieron sus tierras; algunos las dieron en arriendo, lo que les permitió vivir con ingresos considerables, consecuencia de la revalorización de la tierra en los últimos años. Con sus rentas, muchos de ellos abrieron comercios o invirtieron en el negocio inmobiliario, creando una interesante dinámica económica a escala local. Otros continuaron trabajando en el sector agropecuario pero ahora como contratistas de maquinaria. Algunos, en los últimos años, han vuelto a la producción, en tierras arrendadas. En menor medida, también están los que desarrollan actividades no agrarias, como cuentapropistas y en micro-emprendimientos (Gras et. al., 2005).

Con posterioridad a la crisis de 2001, la rentabilidad del sector se vio sustantivamente mejorada, entre otros factores por el abandono de la convertibilidad del peso nacional al dólar, vigente desde 1991, y el incremento de los precios de los commodities en el mercado mundial. En la provincia de Santa Fe, la superficie sembrada con soja aumentó de 2.354.520 hectáreas en 1994/95 a 3.427.400 hectáreas en la campaña 2007/08; mientras que la producción creció de 5.650.097 toneladas en 1994/95 a 8 11.480.000 en 2007/08. En estos años, el precio promedio FOB por tonelada pasó de 295 dólares en 1997 a 474 en 20085. Este desempeño global de la producción agraria destinada a la exportación no modificó el patrón de acumulación cuyas bases cristalizaron en el fin del siglo XX, sustentado, como ya señalamos, en la producción a gran escala y en un proceso altamente concentrador.

Ciertamente, el aumento de los precios agrícolas no tuvo efectos homogéneos entre los productores, tanto en un nivel general, como entre los que residen en los pueblos estudiados. Así, mientras algunos pudieron "acomodar" sus deudas para persistir en condiciones defensivas, otros se fortalecieron, experimentando una sustantiva mejora en sus ingresos y condiciones de vida. Cálculos de la Universidad Nacional de Rosario estiman que en el sur de Santa Fe una explotación de 200 hectáreas – con toda la tierra en propiedad - obtuvo con la producción de soja en la campaña 2008/09 (coincidente con una de las sequías más importantes de las últimas décadas) un margen neto por hectárea que osciló entre $927 y $1988 por hectárea6, esto es, entre 230 y 497 dólares por hectárea7. Cabe señalar que, según datos proporcionados por el Ministerio de Agricultura, Ganadería y Pesca de la Nación, en 1994/95, el margen neto por hectárea para la producción de soja (de primera) era de 161 dólares8.

Una cuestión en debate refiere a la medida en que la mayor producción e ingresos globales que en su conjunto generó la agricultura de exportación (en particular la soja y otros como el trigo, el girasol y el maíz), impulsaron el crecimiento y desarrollo económico local y regional. Es importante retener en tal sentido, que si en todo momento histórico ello depende de múltiples factores (políticos y económicos), en la Argentina contemporánea la relación entre el desarrollo agropecuario y los territorios se ha complejizado de manera notable. Así, en la actualidad las posibilidades de control local de los recursos y la producción agropecuaria han disminuido, tanto por las características de los actores más dinámicos de la cadena agroindustrial – que no residen y no tienen vínculos estables con los territorios donde producen – como por la transformación de las capacidades estatales para regular los sistemas económicos, y la diversificación de formas de coordinación en lo que refiere a la acción pública en sus distintos niveles.

Las 3 comunas atestiguan una mejora en su nivel de actividad económica en la última década: como muestran los datos de nuestra encuesta, en 2007, el nivel de desocupación – tomado sobre el total de la población económicamente activa – se ubicaba en torno al 7%, aunque coexistía con un nivel significativo de subocupación (30%). Una de las referencias más extendidas que nos hicieron los distintos interlocutores durante nuestro trabajo de campo habla de la reactivación de actividades como la construcción, los servicios y el comercio, que muchos asocian a los mayores ingresos obtenidos por los agricultores en los últimos años, y en menor medida a algunas actividades industriales, que tienen distinta presencia en cada uno de las comunidades. En Bigand, por ejemplo, hay dos fábricas, una de galletitas que ha tenido una importante expansión en los últimos años, y otra de carrocerías; en Alcorta, la única fábrica grande produce zapatos y emplea además de población local, a jóvenes migrantes de Paraguay; finalmente en Maciel, existe un frigorífico, cuyo devenir en las últimas décadas ha sido azaroso. En los 3 pueblos, encontramos además una diversidad de pequeños talleres (de herrería, rectificación y reparación de automotores y maquinaria, hasta metalúrgicos), en buena medida de carácter familiar.

Sin embargo, y como señala Cloquell (2007) en su estudio sobre el sur santafecino, la recuperación de las economías locales posterior a 2001 no revirtió las condiciones estructurales de la década anterior, profundizándose "la polarización de la población de las comunidades santafecinas" (pág. 64), que tiene un extremo a los actores conectados a la producción agropecuaria (productores pero también contratistas, acopiadores), que incrementaron sus ingresos, y en el otro a los que no tienen inserción en las nuevas tramas productivas y subsisten a través de la asistencia pública. "Existen dos realidades que parecen juntarse en un espacio que los reúne, pero donde se ha debilitado mucho la construcción en comunidad" (pág. 67-68).

Los datos de nuestra investigación ofrecen elementos consistentes con las conclusiones de esta autora, a partir del análisis de los ingresos de los hogares. Vale aclarar que los datos que analizamos (relevados en el último trimestre de 2007) refieren tanto a hogares de productores como de población ocupada dentro y fuera del sector agropecuario. A partir de esa información, construimos una estratificación de los hogares que distingue situaciones en función de la distancia del nivel de ingresos de cada hogar respecto de la línea de pobreza9. Ello permite observar – como expresa el siguiente cuadro – que en las 3 comunas estudiadas un conjunto importante de hogares y población se encuentra bajo la línea de pobreza, mientras que otro aún mayor está en riesgo de "caer" en la pobreza ante mínimas modificaciones en las condiciones de existencia.

Cuadro 2: Distribución de los hogares por niveles de ingreso, según lugar de residencia (en %)

Resulta interesante destacar la presencia de hogares que reciben planes sociales (en su mayoría desde el Estado nacional)10. Según los datos que provee nuestra encuesta, el 8% de los hogares tienen al menos un miembro beneficiario de planes sociales (la mayor parte de sus perceptores son mujeres) Su importancia presenta diferencias al considerar cada comuna en particular, lo que muestra relación con las características de sus respectivas tramas ocupacionales: así, Maciel registra la mayor proporción de hogares que perciben algún plan social (11.5%), seguido por Alcorta (8%), y Bigand, donde su peso relativo es menor (5%).

Si bien estas cifras se opacan al compararlas con las de las capitales provinciales, no debe dejar de notarse que señalan la existencia de grupos de población que subsisten sin una inserción estable en los sistemas productivos locales.

Como veremos más adelante, esto tiene consecuencias en la construcción de comunidad, tanto en términos de la integración social como del ejercicio de ciudadanía.

Los contextos de empleo y ocupación en los 3 pueblos presentan una importante diversificación, reflejando las transformaciones en las ruralidades pampeanas. Ello puede observarse en el Cuadro 3 que analiza la ocupación principal del jefe de hogar y los sectores de actividad en que se insertan.

Cuadro 3: Ocupación principal del jefe según sector de actividad (en %)

Como puede apreciarse, si bien la conexión con el sector agropecuario – incluyendo la ocupación en actividades agroindustriales, como cooperativas y plantas de procesamiento – involucra al 32% de los jefes de hogar, la predominancia de otras actividades debe ser subrayada: el 46% se inserta en otros sectores de actividad.

Si se considera ahora la composición de ingresos de los hogares, observamos que el 30% de los mismos incluye los provenientes del sector agropecuario (en forma exclusiva o combinada con otras fuentes). Pero entre ellos, poco más de la tercera parte los obtiene a partir de la propia explotación.

Cuadro 4: Hogares con ingresos laborales por actividades en el sector agropecuario. Total y por localidad de residencia (en %)

Cuadro 5: Hogares con ingresos laborales por actividades en el sector agropecuario según origen de los mismos. Total y por localidad de residencia (en %)

Asimismo, hay que mencionar que, si se considera el peso de los productores en el total de los hogares (tengan o no ingresos agropecuarios o ingresos laborales), su importancia decrece aún más en términos relativos: en efecto, sólo el 12% de los hogares está integrado por productores en actividad. Es necesario señalar que este dato no es coincidente con el brindado anteriormente – el 4% de los jefes de hogar tiene como ocupación principal la de "productor" - ya que el jefe de hogar puede o no estar ocupado en la explotación – en la gestión, el trabajo directo u otras tareas -, definiéndose otro integrante del hogar como "productor". También puede suceder que el jefe mantenga la gestión de la explotación, tercerizando la mayor parte de las tareas, y trabaje en otra actividad, definiendo a esta última como su ocupación principal (por ejemplo, cuando tiene un comercio o se dedica a una actividad profesional).

Estos datos estarían señalando que la producción agropecuaria, y en particular la agricultura, que caracteriza a estas zonas, involucra a agentes que no residen en los pueblos. Teniendo en cuenta la disminución sistemática que desde hace décadas registra la población rural, puede entonces conjeturarse que se trataría principalmente de sujetos que no viven en el pueblo ni en sus áreas circundantes. Como hemos señalado en otro trabajo (Gras y Hernández, 2009a), un factor que también incidió en la reorganización socioproductiva del agro es la creciente presencia de capitales de origen extra agrario: contadores, médicos, arquitectos, e inversores de distinto tipo se interesaron en el agro, generando una diversidad de formas asociativas para participar de la actividad, entre ellas los llamados pools de siembra (Barsky y Dávila, 2008; Grosso, 2010).

Estos rasgos – baja importancia relativa de los productores directos y los trabajadores allí empleados, existencia de un mercado de trabajo en torno a la cadena agroindustrial – reflejan la dinámica del actual modelo agropecuario y sus impactos en los territorios. En los puntos que siguen, nos detenemos en estas cuestiones.

3. Pueblos sojeros: ¿pueblos chacareros?

Es común escuchar, entre propios y ajenos, que la actividad agropecuaria es el eje principal de la vida de los pueblos en el sur de Santa Fe. "El campo mueve todo" es la narrativa y percepción más extendida entre los lugareños. Las mismas otorgan a los agentes agrarios y en particular al "productor" un lugar preponderante en la economía y la sociedad locales. Sin embargo, como vimos, los datos de nuestra encuesta parecen relativizar ese lugar: en los 3 pueblos estudiados, sólo el 12% de los hogares está integrado por productores en actividad. Este dato – elocuente en sí mismo – refleja sin dudas los impactos de las transformaciones macroeconómicas y sociales del nuevo modelo agrario en el nivel territorial: el mismo es un indicador de procesos como la expulsión de unidades productivas y la expansión de una figura paradigmática como el pequeño propietario rentista.

En estos pueblos, la mayoría de quienes continúan en la producción (93.7%)11, maneja explotaciones menores a las 200 hectáreas. Con respecto a las modalides de tenencia de la tierra, la mayor parte está conformada por propietarios - 82.2% (una pequeña fracción combina la propiedad de la tierra con algún otro modo de tenencia) – mientras que el resto arrienda o toma tierras a porcentaje de producción. Respecto de las actividades realizadas en la explotación, la primacía de la soja resulta insoslayable: en el 97,8% de los casos constituye la actividad principal. Sobre estos, para el 13,4 % de los casos el cultivo de soja constituye no solo la principal sino la única actividad realizada en la explotación. El 86,6% restante combina la producción de soja con la de trigo, y con la de maiz, en menor medida. Solo el 2,2% identifica a la ganadería como actividad principal de la explotación.

Es decir, se trata en líneas generales de explotaciones pequeñas, globalmente identificadas con el mundo de la agricultura de tipo familiar (capitalizadas), aquellas que, como señalamos anteriormente, más fuertemente registraron las consecuencias de los cambios implicados en la expansión del nuevo modelo agrario. Ello estuvo acompañado de situaciones paradójicas y contrastantes en términos de su posición en las sociedades locales. Como analizamos en otro trabajo (Gras y Bidaseca, 2011), históricamente, en los pueblos y colonias pampeanas, los chacareros - o los "gringos", como se los llama también en alusión a las corrientes migratorias europeas de fines del siglo XIX e inicios del XX - fueron el grupo dominante en la comunidad; los criollos, el grupo subordinado, en términos de clase y etnia. Los gringos fueron los propietarios, mientras que los criollos eran los trabajadores agrícolas sin tierra, empleados temporariamente por un patrón colono en la chacra. Kristie Anne Stølen demuestra cómo los gringos en la década de 1970/80 controlaban los recursos materiales de la comunidad, las instituciones y organizaciones locales como la iglesia, los consejos escolares, etc. (Stølen, 2004).

Durante los años '90, la tierra, su patrimonio principal, dejaría de permitirles niveles de bienestar que permitieran sostener su distinción respecto de otros grupos y clases sociales. En efecto, de acuerdo con las entrevistas realizadas, en esa década ser propietario permitía acceder a un ingreso equivalente e incluso menor al de un salario promedio de un empleado público. Los siguientes ejemplos dan cuenta de este proceso:

Orlando, en los '90 tuvo que vender la propiedad que había recibido de su padre para afrontar deudas contraídas con el banco y la cooperativa local. Luego de eso, se dedicó a la prestación de servicios agropecuarios durante algunos años, y luego reingresó a la producción como arrendatario, en una zona periférica, en la que se dedicó a la ganadería. Finalmente, en los últimos años, mediante una asociación con un comerciante primero y con un grupo de inversionistas después, recuperó la condición de propietario y está avanzando hacia la fase de comercialización de su producción. Orlando cuenta que: "En la década del 90, mi cuñado ganaba $700 y yo tenía que sembrar 100 hectáreas de soja para ganar lo mismo que él, doce meses, $6000, doce meses , o sea, no teníamos ni siquiera un sueldo" (Entrevista, 2006)

Por su parte, Héctor, propietario de 1100 hectáreas recibidas por herencia de su padre en una isla, solo apta para ganadería, tuvo durante los años '90 que trabajar como pintor –además de hacerlo con su padre en la explotación- pues el ingreso generado por la actividad era insuficiente: "yo me pregunto cómo vivieron mis viejos, mis abuelos... con 30 hectáreas, mi abuelo se venía en bici desde Rosario a trabajar. Y nosotros igual: mi esposa trabajaba en la Comuna, ganaba más que yo y que mi viejo y tenía seguro médico. Yo, con el campo, no podía vivir así que tuve que salir a pintar casas porque no daba para mi viejo y para mí también." (Héctor, entrevista, 2009)

Ahora bien, el escenario que se inaugura en 2002 abrió un ciclo en el que ser propietario de una fracción de tierra, por pequeña que esta fuera, habilitaba posibilidades de negocios impensadas pocos años antes. Cabe señalar que una hectárea en la zona alcanza actualmente valores de mercados que rondan los U$D12.000, cuando en los años ´90 era de U$D3.000. El entrevistado antes citado marca ese contraste cuando señala: "la soja dio lugar a poder cobrar mejor... antes acá tenían vacas en los campos, como las vacas no convenían a los colonos, entonces nos las llevan a la isla. Como aumentó mucho el alquiler de la tierra, si antes tenían 100 animales en 30 hectáreas, ahora nos llevan los animales a la isla, nosotros se los atendemos y ellos en esas 30 hectáreas plantan soja y les recontra sobra plata, o las alquilan" (Héctor, entrevista, 2009). Otro entrevistado, Lorenzo, comerciante, hijo de chacareros que se fundieron varias décadas atrás, comienza a comprar campo en superficies pequeñas que da a trabajar a productores de la zona constituyendo sociedades en las que él pone el capital y los otros el trabajo y la gestión. Actualmente tiene 23 hectáreas, de las cuales 3 son para ganadería exclusivamente: "Las doy a trabajar. Es un acuerdo de palabra, no hay nada firmado. Lo trabaja B., yo pongo el campo y él todo lo demás. Vamos al 50 y 50. Figura todo a nombre mío, porque como yo soy un pequeño productor a mí me cobran menos. Si figuraba él había que pagar más. Por esas 20 hectáreas, saco $2000 por mes, y soy un bacán. Por eso te dije, yo fui un indigente y ahora soy rico. Las otras tres, tengo un puestero en la isla que se encarga." (Entrevista, 2009)

En las imágenes socialmente circulantes estos pequeños propietarios, pasaron a ser vistos, prácticamente, como "los ricos del pueblo", especialmente en los relatos de los entrevistados no conectados a la actividad agropecuaria. En los de sus propios protagonistas, como hemos visto, se marca el contraste entre la experiencia vivida en la década de los '90 y la situación actual, aunque distan de legitimar esas imágenes. Sin embargo, algunos indicios en lo que atañe a sus consumos dan pauta de este cambio: la adquisición de nuevos autos, de viviendas o de departamentos en Rosario y otras ciudades para que puedan trasladarse los hijos para estudiar; la posibilidad de posponer el ingreso de éstos al mercado de trabajo, prolongando la condición de estudiantes plenos, entre otros.

Por otro lado, el nuevo escenario consolidó y amplió otras tendencias iniciadas en la década anterior, entre ellas, las del denominado "mini rentismo". Si bien por diferentes razones, nuestra encuesta no lo captó como un rasgo significativo12, la fase cualitativa del trabajo de campo permitió identificar un número considerable de casos de rentismo. En efecto, como se ha esbozado en los ejemplos anteriores, tanto en el de Héctor como en el de Lorenzo, se evidencia que para aquellos propietarios que no tenían posibilidades de ampliar la escala de superficie para alcanzar un umbral de rentabilidad mínimo, la cesión de tierras ha resultado, en un contexto de precios altos de los arrendamientos, una alternativa atractiva. Más aún, algunos propietarios han decidido optar por esta estrategia aún pudiendo mantenerse en actividad, dado que la cesión de tierras les garantiza un ingreso seguro, sin riesgos y sin esfuerzo, como ellos mismos lo han definido.

Estas situaciones plantean interrogantes acerca de cómo se actualiza la identidad del "productor" con los pueblos, esto es, esa relación históricamente construida que subsumía y superponía al chacarero con los pueblos. Esa relación se vio tensionada no sólo por la pérdida de importancia numérica de los productores en las últimas décadas, sino también por los ingresos que la soja reportó para muchos de los que lograron persistir, instalando distancias entre los productores que se beneficiaron de los buenos precios de la soja, del resto de los habitantes locales: los comerciantes, los trabajadores estatales, los empleados, y también de aquellos chacareros que les "fue mal", y debieron vender sus campos.

En el marco del conflicto suscitado en 2008 entre el gobierno nacional y los sectores de la producción agropecuaria en torno a los derechos de exportación (retenciones)13, estas tensiones y distancias adquirieron visibilidad. En nuestro trabajo de campo, pudimos observar dos situaciones en torno de las cuales dichas tensiones se expresan, las cuales son indicativas del modo en que el lugar de los productores se significa en sus pueblos y pequeñas ciudades. La primera tiene que ver con un aspecto que es también un nudo controversial en los debates políticos y académicos sobre el llamado "modelo sojero"14: la centralidad de la actividad agropecuaria en la economía y la medida en que dinamiza la actividad de otros sectores y en que su crecimiento se traduce en un mayor bienestar de la población.

Para los productores entrevistados, su actividad favorece a los pueblos puesto que, según sostienen, compran allí sus insumos e invierten en la compra de viviendas o de maquinaria (recordemos que muchas de las fábricas de maquinaria están localizadas en las provincias pampeanas). Al mismo tiempo, no son pocos aquellos no vinculados al "campo" que comparten esa opinión: "Cuándo van a entender en este país que si el campo no anda, no anda nada, y más en un pueblo como éste que todos vivimos del campo" nos dijeron el dueño de un locutorio y su cliente en Maciel. Y es que en buena medida la figura del chacarero sigue resumiendo, para muchos, ciertos valores como el esfuerzo del trabajo propio o la preocupación por la vida social local – que atestiguan las instituciones que fundaron y sostuvieron a lo largo del siglo XIX y XX –. Sin embargo, esa suerte de "superioridad moral" que la figura del chacarero ha reclamado también comienza a ser objeto de debate. Retomamos esta cuestión más adelante.

Otros pobladores cuestionan esta centralidad que se arrogan los productores como motores de la actividad económica local. Esto es visible en particular en Bigand y en Alcorta, pueblos donde la bonanza sojera se nota más claramente que en Maciel, entre otros factores por la menor importancia relativa que habrían tenido en aquellas la salida de explotaciones, vía venta de la tierra.

"Yo no sabía que Saturni (la fábrica de carrocerías) tenía tantas fuentes de trabajo. La de Mauri (la de galletitas) está muy bien organizada; es una fábrica con comillas, signos... todo el mundo en blanco, todos tienen sus vacaciones, horas extras se pagan el doble. Y eso la gente te lo dice. Noté eso de la gente de campo, que necesita de muy pocos empleados (...) El colono tiene un empleado, un empleado ponele en época de cosecha, y después... No es tampoco que... Da de comer, pero tampoco es que... (Josefina, maestra en Bigand, mayo de 2008)

Josefina, cuyo marido es transportista, y forma parte de la llamada red que articula la producción agropecuaria y agroindustrial, enfatiza otros elementos que aluden, por un lado, al modo en que los distintos actores de esa cadena participan del contexto de altos precios de la soja; y por otro, a las diferencias que, expresadas en el nivel del consumo, se habrían generado entre los productores y el resto de los habitantes de la sociedad local. Ambas referencias aluden a lo que Albadelejo y Bustos Cara (2009) caracterizan como propio del pasaje del pueblo chacarero al "pueblo sojero": las redes de los productores ya no coinciden necesariamente con las de vecindad; incorporan actores y vínculos que están fuera del ámbito local.

"Del año pasado a este año quieren cambiar las máquinas, es una cosa... nosotros para cambiar un auto, me entendés... tenemos plata ahorrada para comprar un autito, y no (podemos). (El precio) empezó a subir, y terminamos comprando un usado (...) Ella y Edith (esposas de productores) dijeron "ahora con cien hectáreas no vivís". Yo me quedé así, y le dije "qué queda para un empleado si vos no vivís con cien hectáreas de campo". No vivirás como si tuvieras trescientas, pero ¡¡qué no vas a vivir!!" (Josefina, entrevista mayo de 2008).

La segunda situación que observamos – y que anticipamos un poco más arriba – refiere a la reconfiguración del lugar del productor en la sociedad local y las formas en que otros grupos sociales lo construyen simbólicamente, lo cual no es otra cosa que el modo en que esos otros resignifican los procesos operados tanto entre los productores como en la propia sociedad. Como se destacó, para algunos el chacarero sigue resumiendo valores fundamentales en los que otros se reflejan: el esfuerzo y el trabajo. Estos valores fundaron y siguen formando parte de una suerte de entendimiento común que hace a la percepción de pertenencia a una misma comunidad. Pero para algunos, ese entendimiento común deja de ser naturalizado y comienza a ser objeto de reflexión.

Josefina: "Yo creo que está muy ambiciosa la gente del campo, es mucha la ambición. Mucha, los mató la ambición. Aunque bueno, no sé cómo debe ser si te meten la mano en el bolsillo. Pero como es tan monstruosa las cifras que manejan (...) Tienen la locura de comprar y comprar, por miedo a, no sé por miedo a qué.
Entrevistadora: ¿Qué compran?
J: Mercadería es lo mínimo, camiones, fumigadores... las chatas. Y a la semana compran un auto, y al mes una chata para la hija"
(Josefina, entrevista mayo de 2008).

Lo que parece estar en juego en esta reflexión es el desmoronamiento de ciertas condiciones que estructuraban la vida local, que no son otras que las que ligaban a los sujetos por lo que poseían en común: ser trabajadores, ya fuera de la chacra, de un comercio, de la escuela o de la cooperativa. El incremento de las desigualdades económicas; el hecho de que, como sucede entre los rentistas, se poseen buenos ingresos que se derivan de la condición de propietarios y no de trabajadores; o bien, que como consecuencia de los cambios tecnológicos, los productores "trabajen menos" (aunque hagan otro tipo de tareas, propias del management más profesional), son elementos que redefinen los contornos de la comunidad y las formas de solidaridad pública, aspecto que como expresa Gorz (1988) es constitutivo de los agrupamientos colectivos a los que la sociología tradicionalmente ha designado como comunidad.

4. ¿La comunidad perdida?: Narrativas locales sobre la diferencia

En un apartado anterior, se señaló la presencia de población proveniente de migraciones internas, es decir, grupos que llegaron a las comunas estudiadas desde otras regiones del país. Los datos recogidos a través de la encuesta relevada en 2007 permitieron observar que un 13% de los jefes de hogar proviene de otras provincias argentinas. Existen diferencias entre los 3 pueblos cuando se compara el peso relativo que en cada una adquieren estos migrantes: en Maciel y Bigand son el 17.6% y el 18.5% respectivamente, mientras que en Alcorta representan el 7%.

Los migrantes de las provincias del Noroeste tienen una importante presencia en Alcorta, registrándose una corriente reciente proveniente de la provincia de Santiago del Estero. En Bigand, la corriente migratoria más importante tuvo lugar en los años '80 con la llegada de población originaria de la provincia de Entre Ríos, en el marco de la expansión de obras de infraestructura –cloacas, red de gas, pavimentación, planes de vivienda- que constituyeron una importante fuente de empleo, y de cuya finalización resultaron otras, dado que hicieron posible la expansión o consolidación de pequeñas y medianas industrias presentes en la localidad (especialmente la fábrica de galletitas y la fábrica de acoplados). En Maciel, el desarrollo del frigorífico a fines de los años '60, dio lugar a la llegada de un contingente de trabajadores provenientes del Chaco y también del norte de la provincia de Santa Fe. En la última década, y muy especialmente desde 2007, toma un nuevo impulso la llegada de migrantes a esta localidad, como resultado de la expansión de la construcción y de la reapertura del frigorífico.

Nuestro trabajo etnográfico nos permitió observar las interacciones sociales entre estos grupos ubicados en distintas posiciones del espacio social, en cuyo marco se habilitan nuevas - y se reconfiguran las preexistentes – relaciones de solidaridad, de conflicto y exclusión. A diferencia de la migración extranjera de mediados y fines del siglo XIX, la llegada de contingentes de migrantes internos del norte del país fue deslegitimada por las identidades asociadas a la pampa gringa, blanca y europea. A medida que iban llegando, en los años ´70 primero y más fuertemente a lo largo de los ´90, se fueron ubicando en barrios marginales de los pueblos. Para muchos residentes, esos barrios no "forman parte del pueblo", a pesar que se ubican a pocas cuadras de sus cascos centrales. La relación entre los residentes históricos y estos "recién llegados" siguió una dinámica que recuerda a la de los "establecidos y marginados" analizada por N. Elias (1998) respecto de los diferenciales de poder dentro de Winston Parva, la pequeña comunidad inglesa donde realizan su estudio.15

Aún hoy estos migrantes no son reconocidos como parte de la sociedad local; algunos residentes incluso los asocian con el aumento de delitos (en especial, los robos menores) que en estos años, al igual que las grandes ciudades, también conocieron estas localidades. Los ven como una amenaza a la seguridad de una comunidad que se auto percibía como homogénea.

Resulta elocuente en tal sentido el relato de Amelia, una maestra de escuela primaria de Bigand. En nuestras conversaciones, Amelia comentó largamente sobre los crecientes problemas de aprendizaje y conducta que encontraba en la escuela, haciendo referencia en más de una ocasión a cambios ocurridos en el pueblo en los últimos años. Dos referencias se repetían en su relato: el crecimiento económico del pueblo y el aumento de la población residente. Amelia otorgaba a cada una valoraciones contrarias, pero fuertemente imbricadas, reflejando así las complejas dimensiones de los procesos señalados en los párrafos precedentes. En efecto, el crecimiento económico había implicado para Amelia ventajas – en el nivel de empleo, o en la mayor actividad económica en general – pero también desventajas – en su opinión, sintetizadas en la llegada de nuevos habitantes-:

"Yo te digo, en los últimos tres o cuatro años ya nadie sabe quien vive al lado de su casa. Ya bien tipo ciudad, no se sabe qué hace el otro... (En estos años hubo) crecimiento económico y crecimiento del pueblo, de invasión...la otra vez me reía con el presidente de la Comuna y le decía que iban a tener que cerrar la frontera, acá no entran más, porque nos están contaminando, vivíamos bien y nos están contaminando. ¿Vos sabes que no es mía solamente (esta impresión)? Con la gente que hables, se sienten invadidos ¡Cuánta gente que no conozco! te dicen. ¡Cuántas caras..! Van a la escuela y preguntan: y estos chicos ¿de quién son estos chicos? Antes en la escuela se sabía el historial de cada chico, le ocurría algo y se conocía el historial de cada uno, cómo iba a reaccionar ante cualquier situación, estaba con algún problema de salud y la maestra ya sabía porque el chico lo había manifestado de alguna forma, pero ahora ya no conoces" (Entrevista, 2008).

La escuela – todavía en estas localidades la totalidad de la oferta educativa es pública – es uno de los lugares donde más visible se hace (en un sentido material y simbólico) la presencia de los recién llegados, visibilidad que además se fortalece por ser quizás uno de los pocos lugares de interacción entre los antiguos y los nuevos residentes. En efecto, no son pocos los interlocutores que refirieron no haberse acercado nunca – en sus recorridos cotidianos por su pueblo – a los barrios nuevos, aquellos que crecieron con la llegada de los nuevos residentes.

Desplegando lo que podría pensarse como una teoría nativa de la dinámica reciente de la sociedad local, Amelia describió en nuestra conversación a la existencia de dos grupos o, en sus palabras, de dos "sociedades" al interior de Bigand. "(Una) sociedad es la estable, la otra es la que va y viene. La estable es la que tiene su trabajo". La otra sociedad, la "inestable" no se recorta, sin embargo únicamente sobre la condición ocupacional (quienes allí son englobados están desocupados, pero más frecuentemente trabajan en empleos precarios). Se recorta, en cambio, sobre otras características, como su relación con las instituciones (ya que, en general, no pertenecen ni participan de ellas), pero básicamente, sobre su condición de recién llegados, ajenos a la historia y las costumbres lugareñas. Sobre todo en Alcorta y en Bigand, donde las marcas del mayor movimiento económico se advierten más claramente que en Maciel (a través, por ejemplo, de las nuevas construcciones y la circulación de costosos vehículos), fueron frecuentes las referencias a los nuevos residentes como "malas familias", cuyas costumbres son diferentes a la idiosincrasia de los pueblos. Indicador de ello son las menciones a que "viven pidiendo a la comuna", aún cuando tengan trabajo; o que se "vienen desde el Norte, mujeres solas con hijos, familias con 5 ó 6 hijos, sin saber cómo van a vivir", como nos dijo una funcionaria de la comuna de Bigand.

Los migrantes son construidos, así, como un "otro" diferente, que conformaría un grupo social con características que los hace no sólo distintos sino también inferiores. En tal sentido, opera una dinámica de la estigmatización consistente, como señala Elias en "la capacidad de un grupo de colocarle a otro la marca de inferioridad humana y de lograr que este no se la pudiera arrancar, (como) función de una figuración específica que conforman los dos grupos conjuntamente" (1998: 88). En estos pueblos - cuyas narrativas maestras remiten históricamente al trabajo esforzado de los hombres de campo y su figura mítica, el colono de origen europeo -, esa marca de inferioridad se relaciona con la "aceptación de la caridad" que caracterizaría a los migrantes, lo cual hablaría de personas que no buscan organizar su vida y proveer al sustento propio a través del esfuerzo y el sacrificio. "Es una situación cómoda, es una situación de comodidad que están viviendo y nada...total voy reclamo y me lo dan, voy y pido y me lo dan, el hospital les da la leche, las vacunas" (Amelia, entrevista mayo de 2008).

Pero si en el clásico estudio de Elias sobre los Establecidos y los Marginados, esta configuración no se definía por relaciones de clase, sino por el tiempo que cada grupo llevaba residiendo en la comunidad suburbana por él analizada, aquí las diferencias que se derivan de esa condición – que suponen que un grupo por su raigambre al lugar, conoce mejor las reglas adecuadas para manejarse y comportarse – operan sobre desigualdades de clase. En efecto, los recién llegados son también los "pobres".

"Usted me decía que hay familias que están en situación de pobreza.
Sí, sí, hay. Pero toda gente que ha venido de afuera. Al venir tanta cantidad no todos son (...) Están, así, retiradas en las afueras. ¡No son villa, eh! Están afuera, en la periferia, digamos. Son casitas precarias. Bueno, ese (la llegada de esta gente) es un problema. Por ejemplo, la gente ya del pueblo, está mejor, tiene hecha ya su casita, después la comuna ha hecho barrios también. El obrero logró tener su casita. Pero... gente que está acá y ha venido del norte de Santa Fe, de Chaco, como ha habido... se han asentado en Rosario, así... Un pariente que llegaba acá y veía que acá tenía trabajo, llamaba a los otros parientes y por ahí sí, llegó un momento que era mucha gente de afuera y que no había dónde localizarlos a todos, pero bueno, se fueron acomodando digamos. Hay mucha gente que ha venido, ya te digo, del norte de Santa Fe, de Chaco"
(Evangelina, trabajadora de la comuna de Bigand, mayo de 2008).

Como se observa en la entrevista anterior, no siempre la desigualdad de clase resulta en dinámicas de estigmatización como las comentadas. En todos los pueblos hay otros pobres, integrados por el trabajo pero también por el trato familiar que habilita el conocimiento interpersonal propio de contextos de proximidad.

Estos grupos diferenciados, asentados sobre la condición de pobladores de larga data de unos, y de migrantes de otros, fueron los que más crudamente se expresaron en las distintas prácticas y representaciones sociales analizadas. Sin embargo, en ese proceso se actualizan antiguas diferencias socioculturales: en efecto, no se trata solamente de la "invasión" de los migrantes, sino también de la reconfiguración material y simbólica del lugar de los "gringos", como se conoce también a los productores de la zona, en la sociedad local.

Los distintos aspectos aquí abordados refieren a un proceso de profundas transformaciones que, con centro en el sector agropecuario y en los sujetos a él vinculados, tienen impactos en los pueblos, localidades y pequeñas ciudades que desde hace varias décadas constituyen su lugar de residencia.

Los aspectos señalados resumen una variedad de situaciones que hablan de procesos de diferenciación y fragmentación social. Una dimensión central de los mismos es, sin dudas, el desplazamiento de productores, el cual está vinculado con el fortalecimiento de otros productores y la aparición de nuevos inversores, que en general no viven en los pueblos. La fragmentación se advierte también en el desgajamiento de los productores que aún siguen en actividad – en los pueblos conviven los que "la están levantando", los nuevos rentistas, y los que para persistir intentan ampliar su escala y deben enfrentarse a contratos de arrendamiento cada vez más onerosos –; la llegada de migrantes; los hogares que todavía dependen de la asistencia social.

Las diferenciaciones socioculturales que se generan dan cuenta de las tensiones y complejidades que adquiere la integración social en un mismo territorio, lejos de aquella idea de la comunidad que la define por la similitud u homogeneidad relativa de sus componentes, y por su estabilidad. Nuestro trabajo permite observar cómo estos rasgos han mutado, haciendo visibles procesos de fragmentación y diferenciación social. Al mismo tiempo, dejan ver el carácter socialmente construido de estos agrupamientos, donde la conflictualidad es un elemento central para comprender las condiciones bajo las cuales se conforma una comunidad.

Notas

1 El trabajo se enmarca en una investigación recientemente finalizada, "Crisis de la agricultura familiar: impactos sociales, económicos, culturales y políticos en tres comunas rurales de la región pampeana", financiada por la Agencia de Promoción Científica y Tecnológica, bajo mi dirección y la co-dirección de la Dra. Karina Bidaseca. Los datos que presentamos provienen de dos fuentes principales. Los datos cuantitativos son resultado del relevamiento de una encuesta aplicada a una muestra estadísticamente representativa de hogares y población. Se realizaron entrevistas personales (cuestionarios semiestructurados) a personas de ambos géneros mayores de 18 años de todos los niveles socioeconómicos, residentes en las localidades de Alcorta, Maciel y Bigand. Se aplicó un muestreo probabilístico de tipo aleatorio polietápico; el tamaño total de la muestra fue de 1082 casos con un nivel de error de +/-2,7 y +/-2,9 respectivamente, para distribuciones simétricas con un nivel de confianza de 95%. Las encuestas fueron relevadas entre septiembre y diciembre de 2007. Los datos cualitativos corresponden a sucesivos trabajos de campos realizados durante 2007, 2008 y 2009 en las tres localidades, desarrollando un enfoque etnográfico.

2 Este estatuto del productor desplaza en la construcción del mito, el papel y dinámicas específicas de las distintas clases sociales agrarias, homologando la presencia de grandes empresarios a la de productores de tipo familiar, o las de productores con diversas conexiones con los territorios.

3 La comparación 2001-2010 muestra que en los departamentos donde se ubican estas localidades la oblación total aumentó en la última década. El que más creció en términos absolutos y relativos es el departamento de San Jerónimo.

4 La comparación entre los Censos nacionales de población de 1991 y 2001 muestra que los asentamientos que registran las mayores variaciones porcentuales son las de hasta 10.000 habitantes. En efecto, las localidades de hasta 1.000 habitantes se incrementan en un 33%, las de 1.000 a 3.000, 29% y las de 3.0000 a 10.000, 26%.

5 Fuente: Estimaciones Agrícolas, www.sagpya.mecon.gov.ar.

6 El primer valor es el obtenido por una explotación con un rendimiento de 25 quintales por hectárea, el segundo corresponde a explotaciones que alcanzaron 40 quintales.

7 Fuente: www.fcagr.unr.edu.ar/Extension/Agromensajes/25/11AM25.htm (consultado el 4-11-10)

8 A precios en dólares constantes a 2008/09. www.siia.gov.ar/index.php/margenes-agropecuarios

9 Los estratos de ingresos han sido construidos sobre el criterio de distancia del ingreso total del hogar respecto de la línea de pobreza (LP), tomando valores del 1º trimestre de 2007 ofrecidos por el INDEC. De este modo, son HOGARES POBRES aquellos cuyos ingresos se ubican por debajo de la LP, el estrato MEDIO EN RIESGO INMINENTE está compuesto por los hogares cuyos ingresos la superan sólo en un 25% de su valor, mientras que el MEDIO EN RIESGO por aquellos que se ubican a una distancia mayor de la LP, pero sus ingresos no alcanzan a duplicar su valor. El estrato MEDIO PLENO está compuesto por aquellos hogares cuyos ingresos superan dos veces el valor de la LP pero no llegan a cuadruplicarlo. Por último, el estrato MEDIO ALTO Y ALTO está compuesto por los hogares cuyos ingresos al menos cuadriplican la LP.

10 Los datos son de 2007 cuando aún no se había implementado la Asignación Universal por Hijo, lo que ocurrió en noviembre de 2009.

11 Subrayamos nuevamente este hecho: en la zona existen explotaciones de mayor tamaño, muchas integra empresas aún más grandes en términos de la superficie total trabajada, cuyos titulares residen en otros lugares. Lamentablemente, no disponemos de información de calidad sobre este último aspecto.

12 Entre otras, destacamos los casos en los que al no ser considerada la actividad principal quedaba invisibilizada por otras actividades; en otros casos, esto ocurría por arreglos entre parientes, de diferente grado de formalidad.

13 El incremento de la alícuota a las retenciones a las exportaciones agropecuarias en marzo de 2008 - que llevaba dicho impuesto del 35% al 44% en el caso de la soja – y la adopción del carácter móvil para la misma con el objeto de acompañar las variaciones de los precios internacionales de los commodities, disparó el conflicto entre el "campo" y el gobierno. Durante casi 4 meses se sucedieron cortes de rutas y movilizaciones, que adquirieron la mayor magnitud en la región pampeana; los productores agropecuarios sostuvieron restricciones o directamente suspendieron la comercialización de sus productos. En uno de los momentos más álgidos del conflicto, la presidenta C. Fernández de Kirchner calificó los cortes de ruta de los productores agropecuarios como "piquetes de la abundancia". La discusión parlamentaria organizada en torno del proyecto de ley enviado por el Poder Ejecutivo, para ratificar el decreto presidencial culminó, luego de varias semanas de largos debates, con la no aprobación de la medida en el Senado de la Nación. Para un análisis del conflicto, ver Gras y Hernandez, 2009b y Gras, 2010.

14 Para una revisión de los mismos y los hitos que trazaron la expansión de los agronegocios (y la iconización de la soja) véase Gras y Hernandez, 2009a.

15 Estos están relacionados con el grado de cohesión interna y de control comunitario que posibilitan un papel decisivo en las relaciones de fuerzas entre grupos.

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Recibido: 30.8.11
Aprobado definitivamente: 5.10.11

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