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Trabajo y sociedad

versión On-line ISSN 1514-6871

Trab. soc.  no.21 Santiago del Estero dic. 2013

 

DISEÑO DE IDEAS: CONSTRUCCION DE CONOCIMIENTOS

Reflexiones sobre arqueología y construcción de identidades para Santiago del Estero 

Discussion about archaeology and the constitution of identities in Santiago del Estero 

 

Constanza Taboada*

* Dra. en Arqueología. Investigadora Adjunta del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET). Instituto Superior de Ciencias Sociales del CONICET (ISES) - Instituto de Arqueología y Museo de la Universidad Nacional de Tucumán (UNT). Profesora Adjunta de las Carreras de Arqueología y de Técnico Universitario en Documentación y Museología Arqueológica de la Facultad de Ciencias Naturales e Instituto Miguel Lillo (UNT). constanzataboada@gmail.com

A la memoria de
Amalia Gramajo de Martínez Moreno
y Domingo Bravo

 


RESUMEN

El texto que presentamos reflexiona sobre diversos aspectos que vinculan arqueología e identidad. Pretende señalar posibilidades y límites de la arqueología para aportar a la construcción de identidades, mostrar los usos diversos que se le dan y cuál es nuestra posición al respecto. Como introducción hacemos un repaso histórico sobre los principales cuestionamientos teórico-metodológicos que la disciplina ha generado sobre el tema, para luego articularlo con una exploración sobre la apropiación/desidentificación que las investigaciones e interpretaciones realizadas sobre la arqueología de Santiago del Estero han ido generando en torno a la construcción de identidades locales. Se parte de un análisis sobre el impacto de los trabajos y teorías de los hermanos Wagner, para luego hacer una contraposición entre nuestras interpretaciones sobre algunos vínculos y aportes culturales que la arqueología puede rastrear y su aparente no apropiación como parte del componente identitario local.

Palabras clave: Arqueología; Identidad; Santiago del Estero; Hermanos Wagner; Patrimonio; Culturas arqueológicas.

ABSTRACT

This paper shows various aspects which relate archaeology and identity. Our aim is to point at the possibilities and limits of archaeology in the constitution of identities and its uses as well as to show our point of view. As an introduction we propose a historical review of the main theoretical and methodic questions that this discipline has originated so as to relate them with the discussion about the impact of Santiago del Estero archaeological research on the constitution of identities. Firstly, we analyze the Wagner brother's works and theories and then compare them with our own interpretation about some relationships and the cultural identity contribution that archaeology research can provide.

Key words: Archaeology; Identity; Santiago del Estero; Wagner brothers; Patrimony; Archaeological cultures.


 

SUMARIO

1. Introducción. 2. Arqueología e identidad. 3. La construcción de discursos arqueológicos (identitarios) en Santiago del Estero. 4. Para terminar. 5. Agradecimientos. 6. Bibliografía citada.

*****

1. Introducción

La versión original de este texto fue pensada y escrita para una disertación expuesta en las Jornadas de Extensión "Caminos de la Identidad" que organizó la Facultad de Humanidades, Ciencias Sociales y de la Salud de la Universidad Nacional de Santiago del Estero en mayo de 2011. Por tal razón, desde su solicitud y motivación inicial apuntó sobre todo al ámbito local no específico de la disciplina arqueológica. Nos parecía que plantear allí una temática actualmente muy vigente dentro de la especialidad, pero poco explicitada hacia fuera de este campo en lo que hace a los aspectos arqueológicos, podía aportar elementos para su reflexión e interiorización. A la vez queríamos manifestar en el espacio santiagueño nuestra posición y perspectiva de trabajo, en tanto actualmente desarrollamos varios proyectos de investigación arqueológica en la región1. Con el mismo sentido queremos ofrecer ahora el texto adaptado para su publicación.

2. Arqueología e identidad

A partir de lo que generalmente se cree sobre la arqueología, parecería lógico y factible que esta disciplina tuviera en sus manos la posibilidad, y aún la finalidad, de reconstruir identidades de origen. De darnos la clave sobre la identidad (y aquí se suele pensar en identidad étnica) de quiénes habitaron un territorio en tiempos pasados, y de establecer el vínculo que a ellos nos une. Actualmente se ha desarrollado una especialidad en este sentido: la "Arqueología de la Identidad" (Hernando 2002; Díaz-Andreu et al. 2005; Insoll 2007, etc.). Esta intenta analizar la identidad social o cultural de los grupos humanos del pasado y establecer una "genealogía" de nuestra propia identidad de sujetos modernos (Hernando 2002). Es un tema que ha generado gran interés y en los últimos años se ha hecho un esfuerzo por buscar desagregar esta historia identitaria tras los restos arqueológicos. Sin embargo, las identidades étnicas suelen ser inalcanzables o inaprensibles para la arqueología. Como lo es también la lengua de un pueblo, o su nombre histórico. Pero además, suele haber en esta expectativa puesta en la arqueología otros problemas. Por un lado, la concepción de una identidad única, primigenia, inalterada, que podría ser identificada, rescatada y devuelta por la arqueología a los sujetos actuales, cuando las identidades étnicas son aquellas que respecto de otro tipo de identidades sociales (de género, de edad, religiosas, etc.) suelen ofrecer una mayor maleabilidad, dinamismo y capacidad de asumir diversidad ante diferentes situaciones, y más aún a lo largo de tiempos extensos. Nos enfrentamos entonces a que no sólo no habría una identidad única a establecer sino que, aún definidas ciertas identidades en su pluralidad y contextos históricos, la continuidad inalterada hasta el presente resultaría también una construcción. Incluso -lo que parecería más simple-, establecer vínculos sincrónicos entre las entidades discretas que los arqueólogos solían definir instrumentalmente -por ejemplo, las "culturas arqueológicas" delimitadas fundamentalmente por los estilos cerámicos- con aquellos grupos que la historia y la etnografía han descripto y clasificado es también un problema complejo para todas estas disciplinas, pues las categorías usadas por cada una de ellas fueron definidas en base a criterios distintos y resultan por tanto muy difíciles de conciliar. Tal es el caso, por ejemplo, cuando se intenta buscar los referentes arqueológicos de naciones y parcialidades indígenas descriptas por los cronistas en base a una ordenación de la realidad que éstos recién empezaban a conocer, según patrones de racionalidad europea y bajo intereses coyunturales (económicos, evangelizadores, de disciplinamiento, de comunicación). Así, servían para diferenciar "naciones indígenas" las lenguas, inaprensibles para la arqueología, mientras se dejaba de lado la descripción de la cultura material y su estructura espacial que son los referentes con los que cuenta la arqueología para el estudio de los grupos sociales del pasado. Aunque es obvio que aquellas poblaciones y sujetos descriptos por los cronistas son los mismos que dejaron sus huellas a la arqueología, grupos, culturas, pueblos y naciones que la arqueología y la historia definen son meros ordenamientos de la realidad que no tienen por qué ser coincidentes entre sí, como lo hemos analizado recientemente para el caso particular de Santiago del Estero (ver Farberman y Taboada 2012). Por ello resulta tan complejo poder dar cuenta, tras todas estas categorías actuales y pasadas, y en todos los casos externas a las propias sociedades en estudio, de aquellas identidades sociales, de sus unidades políticas, de sus adscripciones étnicas. Y más aún vincularlas a las identidades que se manifiestan actualmente.
Por todo lo dicho, si bien hoy la arqueología se ha planteado incorporar dentro de sus fines el de dar voz a aquellos pueblos o grupos que no la dejaron escrita, y el de aportar elementos y saberes para construir y renovar memoria (Criado Boado 2001), gran parte de las relaciones que los grupos y sujetos actuales establecen con aquellos que identifica el arqueólogo son, en general, derivaciones que la propia sociedad y las personas realizan a partir de lo que la arqueología dice y hace, construyendo así sus identidades de forma dinámica y poniendo otros múltiples elementos en juego (ver, por ejemplo, Ruiz Zapatero 2002; Rodríguez y Lorandi 2005; Páez y Giovanneti 2008). Allí está quizás la mayor relación de la arqueología con la identidad. En el uso que distintos grupos hacen de ella y del pasado para construir o negar identidades y vínculos, según lógicas internas, intereses, expectativas, necesidades vitales, sentidos profundos, sentimientos de pertenencia, discursos de posicionamiento, políticas de descrédito o de reivindicación... legitimando herencias, justificando idiosincrasias, reconociendo allí el origen de características compartidas, apropiándose o identificándose con pasados valiosos o necesarios. Son elecciones a veces conscientes y en otros casos no, que toman de lo que la arqueología dice, hace y muestra aquello que más moviliza y afecta, o más sirve, o más impresiona. Por ello en la actualidad hay una preocupación creciente entre quienes trabajamos en esta disciplina respecto de que nuestras hipótesis sobre el pasado no son intrascendentes y pueden generar efectos sobre la sociedad. Efectos de sentido y de uso. Y existe también una conciencia cada vez mayor por parte de los investigadores de que no sólo sus
interpretaciones sino también, y acaso más, sus actividades y prácticas inciden sobre las comunidades locales donde realizan sus trabajos de campo. Generando preguntas y expectativas que creemos habrá que acompañar. Distinto es el caso de la relación más directa que sujetos y grupos sociales entablan con los restos de pasado con los que conviven a diario en los patios de sus casas o en los caminos rurales, donde no está mediando la disciplina arqueológica (ver, por ejemplo, Grosso 2008). No hay que dejar de considerar, por último, la interposición y significativa influencia que deriva de la gestión estatal de los restos arqueológicos y antropológicos, de su apropiación, patrimonialización, musealización, legislación, uso y manejo. Los resultados de estas actividades suelen ser incluso más visibles y más duraderos que las interpretaciones arqueológicas y que las actividades de campo del arqueólogo, generando repercusiones mucho más importantes a nivel de afección de sentidos y de imposición simbólica y en donde suele haber diversos intereses y disputas de poder y control en juego.
Como toda ciencia, la arqueología, sus objetivos y presupuestos no son ajenos al contexto social y político en el que surgen y se desarrollan (Leone et al. 1987; Gilman 1989, etc.). En este sentido, la arqueología ha recorrido un largo camino que va desde la búsqueda de ciudades perdidas y coleccionismo de objetos exóticos como actividad de élite, hasta su madurez como ciencia guiada por hipótesis y proyectos de investigación, pasando por el compromiso activo con causas sociales y políticas. La arqueología coleccionista, típica del siglo XIX y aún de principios del siglo XX, buscaba sobre todo participar de la aventura de conocer lo exótico y de acaparar ese saber. Poco a poco ese conocimiento se fue adquiriendo de forma más sistemática y científica pero fue igualmente quedando limitado a una circulación y apropiación dentro del ámbito académico especializado. Como contrapartida, en los años 70, la llamada Arqueología Social Latinoamericana (Lumbreras 1974; Mc Guire 1992; Patterson 1994; Politis 1995, etc.) buscó "impactar en la praxis, en la realidad social, y llevarla a un cambio de sus condiciones materiales de existencia" (Tantalean 2004). Esta nueva forma de asumir la arqueología fundó sus bases en un discurso crítico sobre lo que antes se venía haciendo como producto de intereses neocolonialistas, de las clases burguesas o del estado para sustentar mecanismos de dominación. Se planteó entonces hacer una "Arqueología Comprometida", crítica de los modelos positivistas y cientificistas de producción de conocimiento (Matos Moctezuma 1976). Sin embargo, una de las mayores críticas que se le hizo a esta perspectiva fue el de su insuficiente capacidad para trasladar su elaboración teórica-epistemológica al campo concreto de la investigación y práctica arqueológica, y sobre el uso político que los propios arqueólogos y otros actores daban a lo que la arqueología producía como ciencia (Tantalean et al. 2009). Ambas inquietudes constituyeron una invitación al replanteamiento de la disciplina arqueológica en el continente y llevaron a la problematización sobre el sentido social de la labor del arqueólogo.
Como consecuencia de lo que fue un largo proceso, hoy buena parte de los arqueólogos han dado un giro en la forma de encarar sus investigaciones. Tras largos años de una actividad inescrupulosa, o al menos indiferente a sus efectos, actualmente muchos arqueólogos están trabajando una nueva línea de búsqueda. Se debate sobre diversas maneras de enfrentar la práctica arqueológica de forma de superar aquellos extremos y sobre los problemas prácticos,éticos y de posicionamiento personal que han surgido de este desafío (por ejemplo, Endere 2000; Curtoni 2008; Medina Chueca 2012). Nuevas perspectivas intentan articular de forma respetuosa el trabajo arqueológico con los intereses, sentimientos, reclamos y expectativas de la sociedad o de grupos particulares sin dejar de lado las responsabilidades y posibilidades científicas (Delfino y Rodríguez 1991; Aschero et al. 2005, 2009; Nielsen et al. 2003; Delfino et al. 2006; Korstanje et al. 2011, entre varios otros). Posicionados así, uno de los anhelos que guía nuestro trabajo es revertir la tendencia academicista de imponer el quehacer arqueológico para trabajar de forma consensuada con las comunidades locales donde realizamos actividades de campo (Martínez et al. 2009; Rodríguez Curletto 2009; Taboada 2010; Medina Chueca 2010). Esto no implica que la arqueología abandone su rigor científico a la hora de sus investigaciones, sino que durante el proceso de investigación nos proponemos abrirnos a escuchar preguntas y
verdades generadas desde otros espacios, a buscar formas de acción sin imposiciones ni violencias y a respetar esas otras verdades. A trabajar no de forma unidireccional, sino articulando y dialogando; pero a la vez señalando los límites y aportes reales que la arqueología puede dar, para no generar expectativas imposibles de satisfacer y para no caer en manipulaciones políticas de ella, del patrimonio y de las comunidades involucradas. Intentamos aportar información científica a la vez que acompañar las preguntas e inquietudes que las sociedades se abren sobre su pasado, su origen, su historia y su posición actual, de forma de permitir a los pueblos seguir construyendo sus identidades en un proceso propio. Pero lo que la sociedad hace con los conocimientos arqueológicos es parte de ese proceso dinámico que los pueblos viven. Cada quien toma de lo que la arqueología dice, aquello que le sirve y lo reelabora o resignifica. Tendremos entonces un discurso arqueológico, orientado a aportar lo que desde esta ciencia se puede, y un discurso identitario que es el que la propia sociedad o grupo va generando.
Por todo lo dicho, aunque la arqueología se ocupe de diversas formas de identificar y definir grupos humanos con características culturales afines y de asignarles un nombre y una particularidad, resulta casi ocioso buscar concordancias entre identidades definidas de muy diversas formas sin una previa reflexión, particular y local en cada caso, de qué estamos buscando tras una identidad étnica o de origen, y más aún encadenarla a las concepciones identitarias actuales. Los problemas teóricos, metodológicos e ideológicos señalados, sumados a las expectativas sociales puestas en la arqueología, han influido para que los arqueólogos empiecen a buscar formas en que los procesos identitarios, en tanto procesos dinámicos y construcciones históricas, pudieran ser captados por la arqueología a partir ya no de la definición de entidades culturales estancas y discretas sino, por ejemplo, de elecciones, diferenciaciones y cambios operados en las prácticas y relaciones cotidianas y manifestados en los usos y consumos de ciertos objetos, rasgos y habilidades y en su contextualización en el espacio social de producción y circulación (De Certeau 1979; Bourdieu 1988; Shanks y Tilley 1987; Hodder 1990; Lemonnier 1992, etc.). Como veremos en el próximo apartado con un ejemplo para Santiago, aspectos como estos podrían servir como denotadores quizás más útiles de la trama histórica y de las consecuentes adscripciones o negaciones de identidad que ésta determinó a lo largo del tiempo y circunstancias locales (Taboada 2011, Taboada et al. 2012).
Pero se ha reclamado aún más: que la arqueología debe volcarse a la sociedad toda, debe mostrar el producto de sus investigaciones y hacerlo de una forma accesible al no especialista. Ya no es aceptable más el acaparamiento indiscriminado en laboratorios y museos de objetos e información procedente de excavaciones sin una devolución en tiempo y forma -tanto a la sociedad como a la comunidad académica especializada- de los resultados obtenidos en la investigación. Desde la legislación, el patrimonio arqueológico se considera una herencia. Visto así, somos responsables investigadores, gestores culturales, autoridades y sociedad. Debemos garantizar y promover su preservación, su estudio dentro de proyectos fundados y parámetros científicos y su aprovechamiento para la humanidad. Pero consecuentemente con esta protección ideal, debería haber una clara conciencia y límite sobre lo que ella genera a nivel de apropiación, decisión y control unilateral sobre su gestión en el que generalmente se cae. De hecho, su conceptualización es una construcción creada (Gnecco 2004) dónde el énfasis principal se puso en otorgar su administración al Estado y en guardarlo para la ciencia (Endere 2005). Por ello, el reclamo es el de una apertura a la participación dialogada sobre los usos que se le dará, donde se generen acciones y discursos inclusivos y no desde posicionamientos que promuevan subalteridad o desidentificación. Y una inclusión no sólo de la sociedad en general (término que incluye muchas realidades, pero en este caso un conjunto indiscriminado de personas que pueden gustar de la arqueología pero no necesariamente identificados con ese pasado y por lo tanto menos proclives a ser afectados por sus discursos, como turistas, intelectuales, cultores de la cultura, educandos, público en general), sino fundamentalmente de aquellos que sienten ese patrimonio como más cercano, sea por razones de identificación y
apropiación histórica, o por identidad construida en torno al mismo. En ellos impactará de forma muy diferente el uso que se haga de él, los discursos sobre el pasado que se asuman, lo que se decida exponer en un museo y la forma y modo en que se lo exhiba. Por ello, cobra particular importancia cuidar aquello que se dirá y mostrará en los textos y en las exposiciones museográficas. Hoy los museos suelen diseñarse dentro de los parámetros del marketing, y suelen estar destinados a personas ajenas a la cultura que se muestra. Mientras tanto, quienes se identifican con ella suelen no verse reflejados, cuando no desubicados, interpelados o violentados.
Es en este sentido, entonces, que la arqueología es constructora de discursos de identidad y en consecuencia también de identidades. Las interpretaciones propuestas por la arqueología y sus derivaciones y usos posteriores han generado que a lo largo de la historia se construyan modelos imaginarios, muchas veces estáticos, que han influido fuertemente en cómo una sociedad o un grupo determinado se ve y posiciona frente a otros, en cómo se identifica con el pasado, y en consiguiente en cómo se proyecta al futuro a partir de esa imagen propia y ajena. La arqueología ha sido así también productora consciente o inconsciente de mitos de origen o de referentes de prestigio (Ruiz Zapatero 2002). Esto ha servido, en muchos casos, a intereses nacionalistas, colonialistas o de las clases dominantes, aunque también en una búsqueda de compensación ha llevado a la politización de la arqueología a favor de diversos reclamos de grupos excluidos. Ese manejo suele conllevar por detrás estrategias que cambian el sentido histórico para acomodarlo a determinados fines o para impulsar diversas actitudes, tergiversando datos e ignorando otros y proyectando una imagen que posiblemente terminará influyendo en las valoraciones y actitudes hacia el pasado y la propia identidad. La evidencia arqueológica, en estos casos, deja de ser evidencia científica para convertirse en objeto de disputa o de legitimación.

3. La construcción de discursos arqueológicos (identitarios) en Santiago del Estero

Podemos entrar a mirar ahora un ejemplo de cómo ha jugado la arqueología en la construcción de discursos identitarios en Santiago del Estero. Aquí voy a empezar por retomar algunos resultados de una investigación que realizamos hace unos años sobre los hermanos Wagner y que estuvo dirigida por Ana Teresa Martínez e integramos con Alejandro Auat (Martínez et al. 2003, 2011). En las décadas del `20, `30 y `40, los hermanos franceses Emilio y Duncan Wagner, pioneros de la arqueología santiagueña, excavaron profusamente en Santiago del Estero. Con los datos obtenidos construyeron una interpretación de la realidad: propusieron que en las llanuras santiagueñas se habría desarrollado, hace miles de años, una grandiosa "Civilización Chaco-Santiagueña" que tenía un origen común con aquellas civilizaciones clásicas del Viejo Mundo, y que nada la unía a los grupos indígenas que los españoles habían observado cuando llegaron a estas tierras (Wagner y Wagner 1934). Las teorías de los Wagner implicaban:
-Una desvinculación entre las poblaciones indígenas reales y los materiales arqueológicos recuperados en Santiago del Estero.
-Una valoración positiva en términos de grandiosidad de los hallazgos de esta aparente fantástica civilización.
Esta fue la interpretación que en un momento y lugar histórico hizo la arqueología, por cierto no libre de subjetividades que tenían que ver con la formación y posición social de los Wagner en su Francia natal y en un Santiago que se asumía como reserva identitaria (Martínez 2003), además de con toda una serie de confrontaciones derivadas de su no pertenencia al campo académicamente reconocido en el país (Relaciones 1940; Martínez et al. 2003). Este planteo conllevaba una serie de ideas que, junto a la particular recepción que tuvieron en la sociedad santiagueña, la impactaron profundamente y hasta el día de hoy han servido a diferentes usos.
Algunos de estos aspectos podemos verlos aún hoy reflejados en símbolos, gestos e ideas en Santiago (Auat 2003). En su momento funcionaron para legitimar un pasado glorioso para la Provincia a la vez que rompieron lazos reales con las poblaciones originarias. No sabemos cuánto de esto hoy todavía se siente o se concibe así, pero, al menos como discurso y como símbolo, la Civilización Chaco-Santiagueña de bellas cerámicas y carente de personas reales sigue siendo el modo elegido para presentar a Santiago en museos, textos e imágenes (Taboada 2011). Este fue un discurso que de alguna forma deshistorizó los procesos que habían ocurrido en el territorio santiagueño antes de la llegada del conquistador europeo. Es claramente una construcción no sólo de un discurso que se forjó en la época de los Wagner, sino también un generador de identidad en cuanto a las connotaciones que fue motivando a lo largo de los años, al punto de poder considerarlo hoy casi un mito de origen (Martínez et al. 2003).
Y esto nos muestra no sólo cómo se crean discursos identitarios en torno a lo que la arqueología dice y hace, sino también cómo éstos pueden producir con el tiempo tanto efectos involuntarios como usos dirigidos a determinados intereses. Así, por ejemplo, desvincular a la materialidad arqueológica de las poblaciones reales que la produjeron fue -a lo largo de la historia y el mundo- una de las formas de crear nuevos lazos y referentes identitarios y de negar la vinculación, los reclamos y los sentidos de pertenencia e identidad, reales o creados -no importa-, que los grupos subalternos forjaban sobre sí mismos. Cambiar los nombres de los reyes constructores de un templo, borrar de la historia escrita las batallas perdidas, o sobreimplantar nuevos lugares de culto a los antiguos, fueron algunas de las tantas formas de modelar la historia y de generar vínculos identitarios con que desde antiguo los dominantes manejaban la imagen que servía al presente y que se buscaba dejar para el futuro.
Pero hoy nos preguntamos algo más sobre Santiago: cómo influyó la actividad de los hermanos Wagner ya no en la sociedad santiagueña urbana donde desplegaron sus teorías con grandes titulares y apoyo del grupo La Brasa, sino en las poblaciones mismas donde realizaban sus trabajos de campo. Cómo influyeron sus actividades de excavación; cuánto y qué llegó de sus interpretaciones a los oídos de sus ayudantes y de la gente que poblaba los lugares cercanos a sus campamentos y a su rancho de Mistol Paso ubicado en pleno monte santiagueño. Se dice que los hermanos tenían allí una especie de pequeño museo al que los niños de Icaño acudían al menos el día del comienzo de la primavera. Sabemos que hasta hoy se los recuerda en toda la zona. Nos preguntamos cómo se construyó esa memoria y qué relación identitaria establecieron los pobladores locales con los restos materiales que ellos exhumaron. O también cuánto les aportó en otros sentidos de pertenencia e identificación. Nuestro actual trabajo en la misma región nos devuelve algunas respuestas, expresadas en el recuerdo, la leyenda y la valoración que aun hoy los Wagner constituyen para, al menos, algunos pobladores de la región. Y que parece tener que ver también aquí fundamentalmente con el orgullo por ser de alguna forma coprotagonistas y foco donde sucedió un hecho significativo de la historia local -como fue el descubrimiento de una gran Civilización por parte de dos sabios-. Esta identificación con los hermanos Wagner más que con los autores de las piezas arqueológicas que ellos exhumaron podemos verla también en los titulares, intereses, preguntas y orientaciones de algunas notas realizadas recientemente por los corresponsales del interior en los diarios locales2. Paralelamente, nuestras excavaciones actuales en la zona generan otras preguntas entre los involucrados más cercanamente y entre aquellos que nada saben sobre los Wagner y su Civilización Chaco-Santiagueña.
Ahora bien, pasado el furor de las teorías de los Wagner no hubo otra interpretación arqueológica que calara tan fuerte en la sociedad santiagueña como para desplazarla del
imaginario local. Las investigaciones que le siguieron se enmarcan dentro del surgimiento de una arqueología claramente científica. Una de sus preocupaciones fue ordenar, clasificar y temporalizar. Se definieron contextos, culturas y fases arqueológicas y se las ubicó en el tiempo. Para el avance de la ciencia fueron muy importantes y sirvieron para ordenar en tiempo y espacio los materiales arqueológicos y procesos históricos (Reichlen 1940; Gómez 1966, 1975; Lorandi 1974, 1977, 1978; Gramajo de Martínez Moreno 1979; Togo 2007, etc.). Sin embargo, las interpretaciones que -por distintos medios- le llegaron a la sociedad santiagueña le aportaron una vez más una idea bastante irreal y clausurada del pasado, dividido en períodos y culturas, y sin agentes visibles que los desarrollen. Se habló así de las "culturas arqueológicas" Las Mercedes, Sunchituyoj y Averías, proyectando la idea de la existencia de tres grupos culturalmente distintos encadenados en una sucesión temporal. Esta nueva imagen se sobreimpuso parcialmente a la Civilización Chaco-Santiagueña de los Wagner resultando a la sociedad un panorama confuso si uno pretende comprender quiénes habitaban lo que hoy es la provincia de Santiago del Estero en tiempos prehispánicos, que hacían, cómo vivían, con quiénes interactuaban, cómo manejaban sus relaciones sociales, simbólicas e identitarias (Taboada 2011). Las "culturas arqueológicas", definidas en base a características cerámicas, no reflejaron los procesos sociales y estabilizaron entidades estancas, que además fueron generalizadas para todo el territorio. Sirvieron como instrumentos metodológicos que los arqueólogos del NOA crearon y usaron en un momento determinado para poder ordenar los materiales que encontraban, pero no implican correspondencia directa ni necesaria a gruposétnicos ni sociales como más de una vez se lo entendió. Así, por dar un ejemplo, encontramos que la llamada cultura Averias homogenizó bajo este aglutinante una diversidad de procesos, movimientos y aportes identitarios y étnicos que tuvieron como protagonista al estilo cerámico homónimo (Taboada 2011; Taboada et al. 2012).
Hoy la arqueología está en condiciones de aportar nuevas formas de mirar la evidencia arqueológica para generar otro tipo de preguntas y de interpretaciones. A pesar de que conceptos como el de Civilización Chaco-Santiagueña proyectaron por mucho tiempo una visión de homogeneidad en todo el territorio, y de que el ordenamiento en culturas arqueológicas dio la impresión de concebir el proceso como una evolución unilineal donde las culturas eran reemplazadas unas por otras, nuevas perspectivas permiten hoy reobservar el pasado del actual territorio santiagueño como un tiempo extenso y dinámico, y esa región como un espacio heterogéneo, donde sucedieron distintos hechos y procesos que no tienen por qué haber estado encadenados necesariamente unos con otros, ni ser desarrollos evolutivos donde las poblaciones se reprodujeran de generación en generación a partir de un origen común y compartieran identidades étnicas y políticas o, por el contario, surgieran nuevas culturas espontáneamente. Los aportes que las investigaciones arqueológicas han hecho a lo largo del tiempo permiten afirmar esto con seguridad. Las poblaciones que vivieron en lo que hoy es Santiago no fueron inalterables ni homogéneas a su interior, mantuvieron vínculos con otras poblaciones, fueron influenciadas por ellas, construyeron sus identidades a partir de la incorporación y negación de elementos, ideas, e incluso personas externas al propio grupo, tal como en la actualidad. Y estos procesos pueden ser pensados por la arqueología a partir del análisis de sus restos materiales. La presencia de ciertos rasgos estilísticos en la cerámica, de materias primas no locales, de cambios en las prácticas, costumbres y formas de vida, de modificaciones en las escalas de producción nos alertan sobre estos procesos de interacción y reacomodamiento que las poblaciones mantuvieron dentro y fuera de la llanura santiagueña (Taboada 2011).
No pretenderemos aquí historiar los procesos prehispánicos ni identitarios del territorio. Sería una tarea absurda no sólo por lo desmedido del propósito, sino también por el reduccionismo que implicaría cuando justamente intentamos señalar la diversidad de procesos particulares ocurridos y la imposibilidad de generalizar identidades. A modo de ejemplo de los fundamentos teórico-metodológicos expuestos anteriormente, voy a centrarme más bien en tratar de mostrar
cómo estamos concibiendo a las poblaciones que habitaron un sector en particular de la llanura santiagueña en épocas tardías previas a la Colonia. El sentido es ofrecer una visión sobre los procesos históricos y sociales ocurridos en el período más cercano al presente donde todavía las poblaciones de la región no habían entrado en contacto con los españoles y su relación con los aspectos identitarios locales actuales. Como veremos, podemos reconocer en estos procesos una multiplicidad de elementos que remiten a estrategias de configuración y reconfiguración, negación y apropiación de variados elementos identitarios en un proceso dinámico y lleno de complejidades.
Así, por ejemplo, el hallazgo de objetos de la llanura santiagueña en los valles de Catamarca en contextos incaicos, y de objetos y rasgos incaicos en sitios de la llanura, permite plantear que durante el momento de expansión incaica por el NOA, poblaciones de la llanura santiagueña entraron en contacto con los incas (Angiorama y Taboada 2008; Taboada y Angiorama 2010; Taboada et al. 2012). Nuestra hipótesis, que retoma elementos analizados anteriormente por otros autores (Lorandi 1978, 1980, 1984; Gramajo de Martínez Moreno 1982; Williams y Cremonte 1994; Pärsinnen 2003; Palomeque 2005, etc.), es que los incas establecieron vinculaciones o alianzas con las poblaciones que habitaban la llanura santiagueña en la zona central del río Salado. A raíz de ello habrían trasladado comunidades de la llanura a los valles como mitimaes para trabajar en diferentes actividades, entre ellas como olleros y tejedores, en lo cual eran muy diestros. Referentes arqueológicos de este acontecer serían, entre otros indicadores, las vasijas y los torteros muy similares a los "santiagueños" que se encuentran en abundancia en asentamientos controlados por los incas en los valles (Taboada y Angiorama 2010; Taboada et al. 2012). Estos y otros elementos "santiagueños" se hallaron en espacios de habitación y en contextos de uso, lo que permite sostener que no fueron producto de intercambio sino que efectivamente comunidades de la llanura vivieron entre las poblaciones de los valles y los incas durante cierto tiempo. Resultado de esa relación, y quizás fruto de contradones, serían los objetos de metal incaicos y valliserranos que los Wagner encontraron en Santiago del Estero y que no supieron cómo interpretar pues no se ajustaban a su ideas (Angiorama y Taboada 2008). Pero no solo esto, varios otros rasgos incaicos y andinos pueden hoy rastrearse en la arqueología santiagueña. Pautas de diseño cerámico y textil, materias primas no disponibles en la zona, el quichua y hasta una leyenda que dice que fue una princesa inca quien enseñó ciertas habilidades textiles en Santiago. La posesión por parte de las comunidades asentadas en la zona del río Salado medio de objetos metálicos incaicos y vallistas de clara denotación de poder simbólico o identitario (armas rituales o de investidura y objetos con denotación social vinculados a la vestimenta), la incorporación de nuevas pautas morfológicas y de diseño en la decoración de la cerámica Averias, la presencia de piezas que responden claramente a los patrones del estilo cerámico Yokavil desarrollado en los valles, una aparente mayor escala y organización extra familiar en el hilado y tejido, el uso de diseños incaicos, de vestimenta andina y quizás de materias primas no disponibles en el área y la posesión de bienes extraños a la región (caracoles del Océano Pacífico, cuentas de turquesa, etc.), nos permiten sostener que se desarrolló una importante red de mecanismos de intercambio durante ésta época, donde el mantenimiento de vínculos de alianza y el manejo de aspectos simbólicos pueden haber jugado de forma importante. Los elementos arqueológicos observados en los valles y en la llanura santiagueña, y la perduración en el tiempo de ciertos rasgos nos muestra que se estableció un proceso de interacción y de estrategias sociales que fue dinámico y que cobró vida propia, perdurando incluso luego de derrotados los incas y llegados los españoles. En ese proceso se dio la propagación, aceptación, apropiación y negación de elementos materiales significantes, prácticas y habilidades propias de cada región y grupo cultural. Las poblaciones y los sujetos involucrados no sólo vivieron y se movilizaron en idas y vueltas entre la llanura y los valles, sino que las ideas y las prácticas circularon y fueron apropiadas, negadas, o reelaboradas según las coyunturas. Es asi que encontramos que es solo cierta idea cerámica la que sale de Santiago, y son sólo ciertos rasgos o formas incaicas las que se registran en la llanura, en un proceso seleccionador no uniforme, ni homogéneo, con mayor
énfasis en ciertos lugares del Salado, y ausente en otras poblaciones de la llanura (Taboada 2011; Taboada et al. 2012). La propuesta que presentamos ofrece una visión bastante distinta a la idea difundida sobre el pasado prehispánico del territorio, aún cuando sus bases fueron planteadas a fines de los `70 y principios de los `80 por Ana María Lorandi a partir de sus trabajos en la Provincia y en contextos incaicos de Catamarca (1978, 1980, 1984). Como vemos, si salimos de la clausura de pensar culturas arqueológicas como compartimentos identitarios herméticos y restringidas a un territorio, podemos empezar a analizar los procesos que ocurrieron entre las poblaciones vecinas y las que lo habitaron, donde entraron en contacto diferentes grupos humanos, con identidades distintas pero permeables. El proceso de interacción descripto, que fue complejo, dinámico, y perduró en el tiempo aún en época de la Colonia después de que los incas fueran vencidos, nos interpela sobre las múltiples dinámicas que intervienen a la hora de configurar las identidades. En este caso, de las poblaciones prehispánicas de la llanura santiagueña que asimilaron ciertos rasgos y prácticas incaicos, andinos y vallistas mientras negaron otros, en un proceso donde seguramente influyeron imposiciones simbólicas por parte de los incas pero también estrategias de supervivencia y demarcación de las poblaciones locales. A su vez, la influencia de estas coyunturas y procesos en las poblaciones más tardías de la Colonia, y en las actuales también jugó y juega de formas diferenciadas, motivando la aceptación de ciertos elementos y el rechazo de otros para construir dinámicamente las identidades presentes. De hecho, hablar de que la llanura santiagueña formó parte del territorio de interés e influencia incaica visualiza en Santiago un componente que aunque siempre presente, no fue conocido, apropiado o asimilado como parte de su identidad, aún cuando a lo largo de los años varios investigadores dieron pistas sobre él (Reichlen 1940; Wagner 1944; Wagner y Righetti 1946; Pedersen 1952; Di Lullo 1964; Christensen 1970; Gramajo de Martínez Moreno 1982, además de Lorandi que formuló la hipótesis de forma acabada). Vemos aquí, una vez más, cómo los discursos arqueológicos interpelan y son apropiados u obviados de formas diferentes en la construcción de identidades actuales y cómo estas pueden diferir de lo que, en principio, podría aportar la arqueología.

4. Para terminar

Estas son cuestiones que hoy los arqueólogos nos planteamos sobre nuestras prácticas e interpretaciones. Sabemos que no son inofensivas, generan efectos, impactan en la realidad social, y por ello no podemos volvernos ajenos a las intervenciones que realizamos. Con este sentido es que hoy buscamos interactuar con las comunidades locales donde realizamos trabajos de campo. De igual forma apelamos a que se atienda con cuidado aquello que se dice y muestra en textos y exposiciones museográficas. Hoy la arqueología ha dejado de excavar por el gusto de coleccionar objetos o de aventurarse en mundos exóticos, está altamente profesionalizada y lucha incluso desde asociaciones y colegios profesionales para que se respete su especificidad y para que las excavaciones y la compra ilícita de objetos deje de ser pasatiempo de gustosos de la cultura o de quienes se sienten arqueólogos de oficio. Y en este proceso de abandonar el gusto por el objeto para desarrollar la ansiedad por la comprensión de los procesos históricos, se busca superar la clasificación y la descripción de materialidades para proponerle a la sociedad hipótesis sobe los procesos ocurridos y sobre los roles protagónicos que las sociedades indígenas tuvieron en su momento.
Pero la arqueología no es un viaje por el pasado, es una lectura desde el presente de lo que dejó el pasado. A partir de ello proponemos historias posibles que la ciencia y la sociedad en su diversidad considerará, rechazará, obviará o apropiará desde sus propias ópticas e intereses. Por eso la arqueología no reconstruye el pasado ni recupera la memoria, aporta a su construcción, como cualquier historia. Hace presente una realidad ausente y le otorga un sentido. Lo que quedó es aquello de los que nos valemos para plantear nuestras hipótesis. Pero esos restos son susceptibles de ser interpretados de diversas formas, no son unívocos. Es por ello que los
arqueólogos debemos no sólo proporcionar interpretaciones sino también explicar cómo se construyen para que la sociedad pueda reflexionar y tomar posición no sólo sobre los conocimientos que la arqueología genera sobre el pasado, sino también sobre los diversos usos que se le dan en el presente.

5. Agradecimientos

Quiero agradecer a la Decana de la Facultad de Humanidades, Ciencias Sociales y de la Salud de la UNSE, María Mercedes Arce, y a Marta Terrera, por la invitación y oportunidad para expresar mis ideas en las Jornadas "Caminos de la identidad". A Andrés Chazarreta, Director del Museo de Ciencias Antropológicas y Naturales "Emilio y Duncan Wagner", por el aval para desarrollar nuestro proyecto de investigación en la Provincia; y al personal del Museo por su disposición para colaborar con nuestro equipo. A Juan Sequeira, Intendente de Colonia Dora, a Miguel Pajón, y a la Familia Villalba y vecinos de Puente Negro y Mancapa por su recibimiento y apoyo para desarrollar los trabajos de campo en la zona. A Judith Farberman y Carlos Angiorama y a todos los colegas, tesistas y estudiantes del equipo de investigación por su entusiasmo y compromiso para llevar adelante el proyecto. Por último, a quienes más debo: a Ana Teresa Martínez y Alejandro Auat, que supieron mostrarme distintas miradas sobre este tema y compartir una de las investigaciones que más gusto me ha dado en la vida.

Notas

1 Nuestra investigación articula los siguientes Proyectos: PIP CONICET "Los escenarios de contacto entre las poblaciones prehispánicas de la llanura santiagueña y las andinas: procesos sociales, esferas de interacción y diversidad local. Encuentros y desencuentros de la arqueología y la historia" bajo mi dirección; PICT ANPCYT "Continuidad, cambio e identidades en Santiago del Estero. Miradas desde la arqueología y la historia sobre las sociedades indígenas" bajo la dirección de la Dra. Judith Farberman; y CIUNT UNT "Procesos locales e interacción regional entre las comunidades prehispánicas del piedemonte catamarqueño y área circunvecina. Arqueología, historia de las investigaciones, identidad y transferencia" bajo la dirección del Dr. Carlos Angiorama.

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EL LIBERAL. 14/11/2011. Investigadores buscan completar en Santiago un trabajo de los hermanos Wagner sobre pueblos originarios. http://www.elliberal.com.ar/ampliada.php?ID=18359

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Recibido: 21.08.12
Revisión editorial: 21.11.12
Aprobado definitivamente: 11.02.13