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Trabajo y sociedad

On-line version ISSN 1514-6871

Trab. soc.  no.21 Santiago del Estero Dec. 2013

 

ESTRUCTURAS FAMILIARES: PAUTAS MATRIMONIALES Y DIMENSIONES DE GÉNERO Y EDAD

"Salieron de la sartén para caer en las brasas". Inserción laboral, segregación  residencial y pautas matrimoniales de los chilenos en Neuquén durante la década de 1980. 

ʺOut of the pan falling in the embersʺ. Employment, residential segregation and marriage patterns of Chileans in Neuquén province during the 1980s. 

 

Joaquín Perren*

* Doctor en Historia (Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires). Investigador del Nodo "Centro de Estudios de Historia Regional" de la Unidad Ejecutora en Red "Investigaciones Socio-Históricas Regionales" del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CEHIR-ISHIR-CONICET). Docente de las facultades de Economía y Humanidades de la Universidad Nacional del Comahue.

 


RESUMEN

El presente trabajo pretende estudiar los migrantes chilenos en la ciudad de Neuquén durante la década de 1980. Con ese objetivo en mente, primero echaremos un vistazo al contexto que sirvió de escenario al proceso migratorio que pretendemos analizar. Para ello, exploraremos la estrategia de crecimiento llevada adelante por el Estado provincial y los cambios que la misma imprimió en la población y en la sociedad neuquina. En segundo lugar, analizaremos, a partir de la información suministrada por la Encuesta Permanente de Hogares, la inserción de los transandinos en la estructura ocupacional de la capital provincial. En tercer término, pasaremos revista de los patrones residenciales desplegados por la población de origen chileno en el ejido municipal neuquino, tomando en consideración diferentes indicadores clásicos de segregación y utilizando cartografía temática elaborada con sistemas de información geográfica. Por último, gracias al escrutinio de fuentes nominativas albergadas en el Archivo del Registro Civil, examinaremos las pautas matrimoniales de quienes arribaron desde el otro lado de la cordillera.

Palabras clave: Estudios migratorios; Mercado laboral; Segregación residencial; Pautas matrimoniales; Historia regional

ABSTRACT

This work studies the Chilean migrants in Neuquén city during the 1980s. To that end, we first analyzed the context of this migration process, exploring the growth strategy of the provincial State and the changes generated in the population and in the society. Secondly, we analysed, based on information provided by a permanent survey of households, the inclusion of the Chilean in the occupational structure of the provincial capital. Thirdly, we examined the residential patterns shown by the people of Chilean origin in the city, taking into consideration different classic indicators of segregation and using thematic cartography made with geographic information systems. Finally, thanks to the use of nominative sources of the civil registry archive, we analyzed marriage patterns of those who arrived from the other side of the mountain range.

Keywords: Migratory studies; Labour market; Residential segregation; Marriage patterns; Regional history


 

SUMARIO

1. El escenario: una ciudad intermedia de crecimiento acelerado. 2. Los chilenos en Neuquén: una aproximación a su inserción ocupacional. 3. Los migrantes chilenos y su distribución en la ciudad: una aproximación al fenómeno de la segregación. 4. Pautas matrimoniales de los chilenos en Neuquén. 5. Consideraciones finales: ¿Melting pot, pluralismo cultural o modelo veneciano? Bibliografía. Fuentes documentales.

*****

Hacia fines de la década de 1980, el obispo de Neuquén, Monseñor Jaime de Nevares, dedicaba una de sus homilías a la problemática de los chilenos en la capital provincial. A la hora de caracterizar a quienes llegaban del otro lado de los Andes, el religioso no dudaba en afirmar que se trataba de "hombres, mujeres y niños concretos, con sus penas, sus angustias, su dolor y que no vienen como turistas"1. Cuando buceaba en torno a las causas del flujo, las palabras del sacerdote eran igual de enfáticas: la mayoría de los transandinos venía "huyendo de las condiciones políticas y económicas de su país"2. La parte más dramática del discurso vendría cuando De Nevares se detuvo en las condiciones de vida que los migrantes padecían una vez arribados a la ciudad: además de un indisimulable sentimiento de desarraigo, los miles de residentes chilenos debían lidiar con una "legislación adversa" que generaba innumerables inconvenientes para cubrir sus necesidades sanitarias, educativas y habitacionales. Luego de describir con lujo de detalles cada una de las dificultades que a diario enfrentaban, el obispo cerró su alocución con una afirmación que contenía un fuerte contenido de denuncia: "(Los chilenos) han salido de la sartén para caer en las brasas"3.
Tomando esta frase como disparador, el presente trabajo se propone estudiar la integración de los migrantes chilenos en la ciudad de Neuquén durante la década de 1980. Con ese objetivo en mente, primero echaremos un vistazo al contexto que sirvió de escenario a los fenómenos que pretendemos estudiar. Para ello, exploraremos la estrategia de crecimiento llevada adelante por el Estado provincial y los cambios que la misma imprimió en la población y en la sociedad neuquina. En segundo lugar, analizaremos, a partir de la información suministrada por las Encuesta Permanente de Hogares, la inserción de los transandinos en la estructura ocupacional de la capital provincial. En tercer término, pasaremos revista de los patrones residenciales desplegados por la población de origen chileno en el ejido municipal neuquino, tomando en consideración diferentes indicadores clásicos de segregación y utilizando cartografía temática
elaborada con sistemas de información geográfica. Por último, gracias al escrutinio de fuentes nominativas albergadas en el Archivo del Registro Civil, examinaremos las pautas matrimoniales de quienes arribaron desde el otro lado de la cordillera.

 

1. El escenario: una ciudad intermedia de crecimiento acelerado4

La década que enmarca el presente artículo se caracteriza por una serie de transformaciones demográficas de enorme importancia. La más evidente de ellas fue el impresionante crecimiento de la población neuquina, que prácticamente se duplicó entre 1980 y 1991: sus 90 mil habitantes se transformaron en cerca de 170 mil. Al igual que a nivel provincial, dos fenómenos ayudan a entender un crecimiento de esta envergadura. Por un lado, debemos mencionar un incremento vegetativo que se mantuvo entre los más altos de la Argentina: una mortalidad en caída libre fue acompañada por una natalidad que, aunque en baja, siempre estuvo por encima de la media nacional (Taranda et al, 2009). Por el otro, el crecimiento migratorio llevó a la ciudad de Neuquén a posicionarse como una de las áreas receptoras de mayor progreso durante la segunda mitad del siglo XX. A excepción de Ushuaia, la pequeña capital de Tierra del Fuego, no hubo centro urbano que haya recibido, siempre en términos relativos, una mayor afluencia migratoria (Lattes, 2007: 40-43).
Este masivo desplazamiento poblacional, que explica el ingreso de Neuquén dentro de las quince urbes más pobladas del país, no podía dejar de afectar la estructura de edad. Gracias al aporte migratorio, compuesto mayoritariamente por una población en edades fértiles, la proporción de jóvenes se mantuvo a niveles muy altos: durante toda la década de los ochenta, cerca del 40% de los habitantes de la capital provincial tenía menos de 14 años. Por la misma razón, los ancianos tuvieron una participación que, aunque en alza, se encontraba entre las más bajas registradas a nivel nacional. Puede que un dato nos brinde luz al respecto: el peso de la población mayor a sesenta años en la ciudad de Neuquén era, en 1991, un 22% menor que en el conurbano bonaerense; es decir, en comparación a una de las áreas que mayor cantidad de migrantes recibió durante el siglo XX (Pececca, 1997 y Dirección Provincial de Estadística y Censos, 1991). La transición demográfica, que en los distritos de la Pampa Húmeda había concluido hacia 1950, estaba dando sus primeros pasos en la capital de una de las nuevas provincias patagónicas.
Este conjunto de transformaciones demográficas tuvieron su origen en cambios que sacudieron la estructura económica de la joven provincia de Neuquén. Si bien desde los tiempos del Territorio Nacional fue visible la explotación de las riquezas del subsuelo, ésta se destacaba por su escasa participación en el total nacional (Favaro y Vaccarisi, 2005: 124-125). Al mismo tiempo, el carácter público de la empresa a cargo de los recursos servía para entender la fuga de la renta petrolera hacia otros escenarios de mayor relevancia demográfica y política. Sin esa importante fuente de ingresos, las autoridades locales contaban con lo percibido en concepto de impuestos menores para financiar sus esqueléticos presupuestos. La tenue presencia oficial dejaba a una industria insignificante, a una próspera agricultura de oasis y a una ganadería en crisis como únicas actividades dinamizadoras de un espacio mayormente incomunicado. Todo esto contribuyó para que, en términos económicos y sociales, Neuquén mostrara síntomas de atraso respecto del conjunto del país (Perren, 2007).
La década de 1960, sin embargo, actuó como divisoria de aguas en el tratamiento de algunos de los problemas estructurales que afectaban a la provincia de Neuquén. Recordemos que su provincialización, en 1958, se puso en marcha un proceso de construcción estatal que fortaleció
la presencia oficial en diferentes áreas hasta entonces descuidadas, entre las que destacaban la salud y la educación. Los fondos que comenzaban a ingresar en concepto de regalías por la explotación de hidrocarburos hicieron que la "mano visible" del estado se extendiera sobre la superficie neuquina. Precisamente en un discurso sostenido en la oposición entre centralismo y federalismo, se apoyó el Movimiento Popular Neuquino (MPN) -un partido provincial basado en antiguas redes locales de lealtad- para convertirse en gobierno en 1963. Primero como fuerza neoperonista en el marco de una reñida competencia electoral y luego convertido en partido hegemónico, el MPN basó su legitimidad en un accionar público que venía a remediar -con dispar éxito- las deudas internas que afectaban a la nueva provincia. Podría afirmarse que estamos en presencia de un Estado que, al decir de Arias Bucciarelli (1997: 51-52), "planificó la distribución de ingresos, expandiendo e incorporando una sociedad en permanente cambio (...) que tenía al partido provincial como forma de articular sus intereses".
Más allá de los avances y retrocesos que Argentina experimentó en materia de explotación de hidrocarburos, lo cierto es que, en el caso neuquino, divisamos un lento tránsito hacia la producción de petróleo que tuvo su génesis en la década del sesenta. Algunos acontecimientos particulares -entre ellos el descubrimiento de nuevos yacimientos o el incremento de las regalías durante el segundo peronismo (Favaro y Vaccarisi, 2005: 126)- acentuaron un perfil que alcanzó su forma más acabada hacia mediados de los ochenta. La instalación de diferentes complejos hidroeléctricos, por su parte, ayudó a fortalecer esa imagen que tenía a Neuquén como proveedora de energía. Al mismo tiempo, y de algún modo tributario de esta orientación, se expandieron una amplia gama de actividades, localizadas en el sector oriental de la provincia, entre las que se destacaban la construcción y la prestación de servicios.
La estrategia de crecimiento que predominó en el periodo analizado impactó de lleno en la estructura urbana de la ciudad de Neuquén. La expansión radial y el desarrollo de la infraestructura de la ciudad permitió a Neuquén adquirir uno de los rasgos decisivos de la modernización urbana: la especialización espacial (Moya, 2003: 170). Un sistema de transporte que extendía sus brazos permitió poner distancia entre el hogar y el trabajo. La combinación entre la extensión de las redes de aguas y cloacas, creó las condiciones para el traslado de muchos hacia áreas poco tentadoras algún tiempo atrás. Los barrios cercanos al centro, ahora atendidos por una amplia gama de servicios, se consolidaron desde el punto de vista urbanístico, perdiendo en ese tránsito su característico aroma a campamento provisorio. El Barrio Nuevo, Villa Farell, Villa Florencia o Belgrano, pero especialmente los nuevos barrios contiguos al Centro (Santa Genoveva, Alta Barda y Cumelén), se sumaron al tejido urbano contando con muchas de las características que, durante los sesenta, habían sido exclusiva propiedad del damero original de la ciudad (Mapa 1).


Mapa 1 Ciudad de Neuquén hacia fines de los ochenta
Fuente: Elaboración propia a partir de planos del Dirección Provincial de Estadística y Censo

Además de la sustancial mejoría de algunos barrios, otras áreas de la ciudad fueron delimitando sus funciones. Un distrito financiero, bautizado microcentro, en un intento por acortar las distancias con los grandes centros urbanos, se extendía a lo largo de las tres primeras cuadras de la avenida más importante de la ciudad. La fiebre financiera de finales de los setenta actuó como verdadero big bang en la instalación de nuevas sucursales y de incentivo a la remodelación de las primeras entidades bancarias de la ciudad. Al sur de esta zona, en el corazón del bajo, las calles Sarmiento y Alcorta se consolidaron como el principal paseo de compras de la ciudad. Sus ocho manzanas concentraban los primeros supermercados, hoteles de cierto relieve, y muchas de las firmas nacionales que desembarcaban en la región. Por último, la búsqueda de tierras a un menor costo y la normativa municipal empujaron a la industria hacia la periferia de la ciudad. Luego de la sanción del nuevo código de planeamiento urbano, tres fueron las áreas destinadas al sector secundario. Las dos primeras, que albergaban al nuevo parque industrial neuquino, concentraban los emprendimientos de mayor dimensión, muchos de los cuales se instalaron en la ciudad por las ventajas que otorgaba la ley provincial de promoción industrial. La tercera, emplazada en el oeste de la ciudad, estaba reservada a la pequeña industria, las manufacturas no industriales y los depósitos5. Así, aserraderos, hornos de ladrillos, herrerías y talleres mecánicos se concentraron en las cercanías de vecindarios que se incorporaban, en los ochenta, a la marea urbana neuquina.
La especialización funcional de ciertas zonas de la ciudad tuvo su correlato en materia habitacional. Conforme esa elite parroquiana de mediados de siglo proyectaba su mirada más allá de los límites provinciales, se fue conformando un vecindario exclusivo al noroeste del área céntrica. Cuando la prensa local describía esta área de la ciudad no dudaba en caracterizarla como un "barrio con mansiones enclavadas en medanos de arena"6, haciendo referencia al contraste existente entre la ausencia de pavimento y lo faustuoso de las viviendas. Aunque no se trataba de una zona residencial de elite, tal como el modelo de Burgess (1924) sugería, lo más encumbrado de la sociedad neuquina tenía allí una mayor presencia relativa. Para encontrar un fenómeno de las características insinuadas por el sociólogo norteamericano debemos internarnos en la década de los noventa, cuando los primeros "barrios cerrados" trajeron consigo pautas habitacionales -y por supuesto culturales- mucho más compactas7. Los ochenta, en todo caso, albergaron los gérmenes de lo que, poco tiempo después, se convirtieron en gatted communities: algunos clubes desarrollados en la periferia que funcionaron como opciones residenciales para quienes querían escapar del "ruido de la ciudad".
Lo mismo podríamos decir de los sectores populares neuquinos. Siguiendo un tópico recurrente de los estudios urbanos, la segregación residencial socioeconómica fue el rasgo distintivo de la estructura de la ciudad. Un minucioso reporte, elaborado por la Secretaria de Obras Públicas, nos brinda un retrato de las condiciones de vida en las nuevas áreas periféricas de la ciudad:
"La falta de comunicación directa a los sectores de asentamiento, la carencia de servicios de infraestructura, la precariedad de la mayoría de las viviendas y la falta de ordenamiento, acarrea serios trastornos de convivencia en el medio y como consecuencia un aislamiento social, cultural y económico de los centros urbanos desarrollados"8
Estos espacios albergaron la parte más baja de la pirámide social y, en especial, trabajadores manuales que habían llegado a la ciudad atraídos por las opciones que ofrecía el mundo de la construcción. Siguiendo un patrón que ya tenía una larga tradición en la ciudad, se instalaron en terrenos fiscales reforzando una urbanización contrapuesta a la grilla. Sus calles estrechas e irregulares, que serpenteaban las ondulaciones del terreno, formaban manzanas de diversos tamaños y en su seno abundaban las viviendas atrapadas por la falta de planificación. En estas condiciones, no es extraño que estas "villas de emergencia" presentaran un complejo cuadro de"hacinamiento y falta de salubridad"9
.

2. Los chilenos en Neuquén: una aproximación a su inserción ocupacional

Además de los llegados de otras provincias argentinas y del interior neuquino, inmensa mayoría de quienes conformaban la población migrante, la ciudad de Neuquén se destacó por una importante presencia de chilenos: durante los años ochenta, su peso relativo se mantuvo en el orden del 10%. Si bien incidencia de los transandinos dentro del total de la población experimentó una caída vertical a lo largo del siglo, su participación dentro del grupo de los extranjeros siempre estuvo por encima del 80% (Benencia 2003: 474-475). Las razones que explican esta prolongada presencia en la región se vinculan con causas económicas que atravesaban a las provincias de la Araucanía chilena. Al decir de Rodríguez (1982), se trataba de áreas "predominantemente rurales y con zonas de minifundio y estructuras agrarias que han sido incapaces de generar empleos para su creciente población activa". Puede que una cifra puntual nos ilustre sobre la preponderancia de las provincias del Valle Central dentro del flujo transandino: de acuerdo a cifras oficiales, cerca del 60% de quienes se asentaron en Neuquén y sus alrededores en la década de 1980 había nacido en las provincias de Malleco y Cautín (Sassone y Matossian, 2011:101); distritos cuyas principales actividades eran la silvoagropecuaria y, en menor medida, la minera y pesquera (Vitoria y Holubica, 1990: 18).
Junto a estas características, a las cuales podríamos ubicar en el casillero push, deberíamos mencionar algunos factores de atracción coyunturales que explican la continuidad del flujo durante de las décadas de los setenta y ochenta. Entre 1970 y 1975, tal como afirma Orsatti (1982), la preferencia por la Argentina es probable que se haya sido originada por un aumento del 20% de los salarios reales en un contexto de fuerte demanda de mano de obra por actividades típicamente ocupadas por migrantes limítrofes, a lo que resulta necesario sumar un tipo de cambio favorable que debió mejorar considerablemente el poder de compra en el país de origen. Si bien estos factores variaron considerablemente desde fines de la década de los setenta debido al desembarco de recetas neoliberales, Argentina siguió siendo atractiva para los chilenos, en tanto exhibió, hasta por lo menos 1987, una mejor performance que Chile en materia de actividad económica y de salarios. A estas condiciones generales, que abarcaban al conjunto nacional, debemos sumar la situación particular de la provincia de Neuquén que, durante la década de 1980, circuló por la senda de crecimiento económico en un país que ingresaba en una etapa signada por el estancamiento (Perren 2007).
Para comprender el importante caudal de migrantes que se instalaron en la ciudad de Neuquén hace falta mencionar dos elementos adicionales. El primero de ellos se relaciona con las condiciones políticas de Chile que empujaron al exilio a miles de ciudadanos, muchos de los cuales se sintieron atraídos por el ambiente de relativa calma que, hacia comienzos de los ochenta, gozaba Neuquén en relación a otros escenarios en los que la persecución era la norma. Mucha importancia tuvo en este tipo de migración, que se solapaba con la de origen económico, la labor política desarrollada por el obispado de Neuquén, a través de instituciones como la pastoral de migraciones o la social, así como la temprana puesta en marcha de instituciones defensoras de los derechos humanos (Mombello, 2002: 113-123). El segundo de los elementos se vincula a lo geográfico. Los pobladores de la IX Región, como vimos mayoritarios entre quienes llegaron a la ciudad, vieron facilitado su desplazamiento a la capital neuquina por la gran cantidad de pasos fronterizos disponibles en la provincia, la mayoría de los cuales eran asiduamente utilizados desde los tiempos del Territorio Nacional (Bandieri, 2005). Entre ellos, es justo destacar, por su peso específico, Puyehue, Tromen y Pino Hachado: cada uno registró, entre 1975 y 1983, una media superior a los 5 mil ingresos anuales (Sassone y Matossian, 2011: 100).
Estas continuidades básicas, sin embargo, convivieron con un viraje en materia de dinámicas de movilidad: un patrón migratorio rural-rural, vinculado con actividades estacionales, lentamente fue eclipsado por un modelo de asentamiento familiar cuya inserción laboral se desarrollaba en empleos urbanos. Algunos resultados que obtuvimos en una investigación basada en fuentes nominativas puede que nos brinden luz al respecto (Perren, 2009). Cuando relevamos la información contenida en las actas matrimoniales del Registro civil neuquino, percibimos que, en la década de 1960, eran muy habituales los oficios desplegados en los bordes rurales de la ciudad, entre los cuales descollaban declaraciones como "peón" o "jornalero". En los ochenta, en cambio, este tipo de ocupaciones había experimentado un notable retroceso. Mucha importancia tuvo en ello la caída en desgracia de la actividad frutícola, el avance de la ciudad sobre áreas productivas y el reemplazo en las chacras de la mano de obra chilena por"trabajadores golondrina" venidos de las provincias más postergadas del norte argentino (Benencia 2003: 476-477).
Ahora bien, si los empleos ligados al mundo de las chacras comenzaban a escasear, ¿en que sectores de la economía los chilenos asentados en Neuquén se ganaron la vida?
La respuesta dada por Muñoz en un reciente trabajo pareciera no dejar lugar a dudas: "los rubros en los que se ubicaban laboralmente de manera mayoritaria son la construcción (en el caso de los varones), las mujeres en el servicio doméstico y ambos sexos en el comercio y la gastronomía" (2005: 102). Sin de dejar de ser cierta, creemos que este tipo de miradas, panorámicas por excelencia, pueden ganar en complejidad si nos detenemos un instante en la información suministrada por la Encuesta Permanente de Hogares. Lo primero que surge de una atenta mirada del comportamiento laboral de los migrantes transandinos durante la década de 1980 es el hecho que la construcción, aunque sumamente relevante, estuvo lejos de ser un rubro hegemónico. En 1983, por ejemplo, un 35% de la población económicamente activa (PEA) de origen chileno estaba empleada en el sector (Cuadro 1). Un segundo aspecto interesante es que el peso de la construcción no fue uniforme en el tiempo. Lejos de eso, observamos un comportamiento con leves oscilaciones que acompañaron los vaivenes de la economía provincial y nacional: el 35% correspondiente a 1983 mudó a cerca del 40% en 1985, retrocediendo a menos de un tercio de la PEA en 1987 (Cuadro 1). Un tercer aspecto que emerge de la lectura de los datos oficiales es la importante participación del sector terciario, tal como advertía Muñoz, aunque mostrando un comportamiento opuesto al que señalamos en el caso de la construcción. El pico de participación, con cerca de la mitad de la PEA, lo registramos en 1983; mientras que el punto más bajo a mediados de la década de 1980 cuando la participación del sector descendió hasta llegar al 45% (Cuadro 1). Eso nos muestra a las claras
que la construcción resultaba, por su capacidad de generar ingresos, como una primera opción laboral y que, cuando este sector perdía capacidad de crear empleos, los servicios aparecían como una alternativa potable para los chilenos asentados en la ciudad.

Cuadro 1 Distribución por sectores de la economía de la población mayor a 15 años según lugar de nacimiento (porcentaje). Neuquén: 1983-1985-1987

Fuente: Elaboración propia en base a datos de la Encuesta Permanente de Hogares
Referencias: La categoría Otros incluye Agricultura, transporte y finanzas

Para descubrir diferencias con otros grupos migratorios centrar nuestra mirada en la prestación de servicios y, dentro de ella, en la administración pública. En las labores de la orbita oficial, desde las profesionales hasta las que no requerían calificación alguna, observamos una fuerte presencia de quienes llegaban de otras provincias y de los neuquinos, tanto nacidos en la ciudad de Neuquén como venidos del interior provincial. Para sostener este punto basta con decir que, durante la década de 1980, cada una de estas sub-poblaciones tuvo a cerca de la mitad de sus integrantes desempeñándose en un sector en el que el papel del Estado como empleador era muy difícil de ocultar. Estas cifras contrastan con el impacto de tal tipo de actividades tuvo entre los chilenos: en el mismo periodo, aquel osciló entre un cuarto y un tercio de la PEA. A la hora de buscar las razones de esta distinta inserción ocupacional debemos hablar de las trabas legales que existían para que la población extranjera pueda acceder a un cargo en el Estado provincial; obstáculos que eran bastante menores en el caso del municipio de Neuquén. Esta clase de impedimentos nos ayudan a entender por qué, para una fecha tan cercana como 2005, solo uno de cada ocho chilenos trabajaba para el Estado neuquino (Muñoz, 2005: 102).
Veamos ahora la distribución por estratos de la población de origen transandino en el periodo que nos interesa. El crecimiento del sector terciario, al igual que la construcción, hizo de los asalariados la categoría ocupacional más repetida: durante la década de 1980, tres cuartas partes de la población económicamente activa podía ubicarse en ese casillero (Tountoudjian y Vitoria, 1990: 61). Es interesante observar cómo, a medida que descendemos en la grilla socio-ocupacional, la participación de los trasandinos cobraba mayor dimensión. De acuerdo a cifras provistas por el "Programa Estructura Social Argentina", ejecutado hacia comienzos de los ochenta por el Consejo Federal de Inversiones y la CEPAL, cerca de la mitad de la PEA de
origen chileno correspondiente al departamento Confluencia desempeñaba labores como obreros de diversa calificación y casi un sexto de la misma se empleaba en el servicio doméstico o en labores inestables (Cuadro 2). Estos datos son consistentes con los que obtuvimos, para el caso de la ciudad de Neuquén, en una investigación basada en la utilización de actas matrimoniales: en la década 1980, cuatro de cada diez contrayentes se ubicaban en las mismas coordenadas ocupacionales (Perren, 2009: 110-111).

Cuadro 2 Inserción ocupacional de la población económicamente activa. Departamento Confluencia, 1980.

Fuente: Consejo Federal de Inversiones en base al "Programa Estructura social Argentina"

La población no asalariada completaba el panorama ocupacional de los transandinos. Como en muchos mercados laborales urbanos del país, esta categoría incluía mayoritariamente a trabajadores por cuenta propia, trabajadores familiares sin remuneración y patrones de empresas de reducidas dimensiones (uno o dos trabajadores). La nota distintiva de esta categoría, especialmente de la segunda de las opciones mencionadas, es que encubría buena parte de los asalariados empleados en el mundo de la construcción. Bajo esta modalidad de contratación, los empleadores evitaban en pago de cargas sociales, sumiendo a los trabajadores en una situación de extrema precariedad laboral10. La falta de documentos, que afectaba a la mayoría de los chilenos que residían en la capital neuquina, volvía habituales situaciones de"hiperexplotación": los indocumentados, amén de obtener salarios inferiores a los empleados en blanco, quedaban expuestos a incumplimientos de pago y a despidos arbitrarios. Después de todo, como señalaba Leonor, una migrante llegada a la ciudad hacia fines de los ochenta, "cuando vamos a tocar una puerta para quejarnos nos dicen son chilenos, no tienen documentos, ¿qué hacen acá?´"11.
Para comprender las causas de la mayor presencia relativa de los migrantes ultracordilleranos en la base de la pirámide ocupacional debemos atender a la interacción entre el origen rural y el bajo nivel de instrucción de este flujo. Sabido es que los ámbitos donde predominan las actividades agropecuarias se caracterizan por contener factores que condicionan el acceso y las posibilidades de permanencia de la población en el sistema educativo formal. Si tuviéramos que enumerar las limitaciones más frecuentes, no deberíamos olvidar el grado de dispersión poblacional, que trae consigo la necesidad de recorrer amplias distancias para asistir a la escuela, y la superposición de los ciclos productivos y los escolares (Tountondian y Vitoria, 1990: 36).
A estos condicionantes debemos sumar los obstáculos que enfrentaba la población infantil de origen chileno para inscribirse en el sistema educativo neuquino. El más importante de ellos fue, sin lugar a dudas, la disposición n˚ 323 del Consejo Provincial de Educación. Esta norma permitía la inscripción de los hijos de chilenos en las escuelas a condición de que, en un plazo de 90 días, presentaran "la documentación personal y escolar que regularice su situación en el establecimiento escolar en el que concurra"12. El problema residía en que el periodo contemplado por la norma era exactamente la mitad del establecido por la ley nacional para realizar dichos trámites. Esto hacía que la disposición fuera, en palabras de un representante de la Pastoral de Migraciones neuquina, "una mala herramienta jurídica, ya que el artículo primero los autoriza a inscribirse y el segundo los discrimina, no permitiendo pases, constancias, ni certificaciones de estudios, hasta tanto no regularicen su situación"13 . La combinación entre factores estructurales y una legislación muchas veces inconveniente nos ayuda a entender por qué, hacia fines de los ochenta, la población chilena presentaba un nivel de instrucción mucho más bajo que el exhibido por los nacidos en la ciudad y en otras provincias argentinas (Cuadro 3).

Cuadro 3 Nivel de instrucción de la población mayor a 15 años según lugar de nacimiento (porcentaje). Neuquén: 1983-1985-1987

Fuente: Elaboración propia en base a datos de la Encuesta Permanente de Hogares
Referencias: Nivel Bajo: sin instrucción y primario incompleto; Nivel Medio: primario completo y secundario incompleto; Nivel Alto: secundario completo y universitario incompleto/completo

Con todo, y pese las trabas señaladas, observamos con el paso del tiempo un mejor desempeño de los transandinos en materia educativa. Gracias a ello, los migrantes chilenos parecieron haber equilibrado sus oportunidades de ingresar en empleos alejados del mundo de la construcción. Este fenómeno puede comprenderse a la luz de la multitud de establecimientos que se abrieron paso en los nuevos barrios de la ciudad, pero también por medio de un aprendizaje de las dinámicas propias del empleo urbano. En una suerte de ciclo de integración (Gribaudi, 1987), la población trasandina mostró una mayor predisposición hacia ciertos comportamientos, mayormente ausentes en la década de 1960, que permitieron una mayor adaptación a un escenario que ganaba en complejidad. Si la fuerza de los vínculos personales posibilitaba una rápida inserción laboral en un rubro que crecía a gran velocidad, también dificultaba enormemente la movilidad profesional. Con esto queremos decir que la densidad de las redes sociales no siempre toma la forma de capital social, sino que, en determinadas circunstancias, puede operar como un techo a las expectativas de progreso, favoreciendo la emergencia de "cápsulas ocupacionales". La posibilidad de incorporar credenciales y sumarse a círculos de sociabilidad que no eran necesariamente "fuertes", fue la base donde se sostuvieron comportamientos multiprofesionales. El mejor desempeño en materia educativa no deja de ser un buen síntoma, aunque no el único, de una nueva actitud que abonó el terreno para el abandono de los empleos manuales y la incorporación en ocupaciones no manuales.
La década de 1980 es una excelente mirilla desde donde observar la elevada correlación existente entre los indicadores educativos y la diversificación profesional de los migrantes chilenos. En esos diez años, en simultáneo al creciente peso de los empleos ligados al sector terciario, la población de origen transandino comenzó a experimentar un mayor nivel de instrucción. La proporción de chilenos en el peldaño inferior de la escala educativa descendió, entre 1983 y 1987, de cerca del 40% al 28% (Cuadro 3). Esto quiere decir que un 12% de la población trasandina se alejó del casillero que agrupaba a quienes no reunían ningún tipo de formación o acreditaban un paso incompleto por el nivel primario. Esa caída, bastante más violenta que la registrada por la población local, tuvo como reflejo natural un alza de los migrantes alojados en los niveles medios y superior del sistema educativo. Si a comienzos de la década poco más de la mitad de la población había transitado con éxito el nivel primario, hacia 1987 esa proporción se incrementó hasta llegar al 76%, afectando más intensamente a quienes habían logrado sortear el nivel secundario y pudieron incorporarse al sistema universitario (Cuadro 3). Una consecuencia lógica de este proceso fue la paulatina aparición de la población chilena en los estratos superiores de la estructura ocupacional. Aunque lo hizo en menor medida que otros grupos migratorios, fue considerable su peso entre los "profesionales bajos" y, en menor medida, entre los "profesionales altos" y en el estrato "no manual alto" (Perren, 2009).

3. Los migrantes chilenos y su distribución en la ciudad: una aproximación al fenómeno de la segregación

En la presente sección abordaremos el problema de la integración de los migrantes desde un ángulo diferente, aunque no separado de la distribución ocupacional que consideramos más arriba. Encontrar trabajo y un lugar donde vivir fueron dos de las preocupaciones que desvelaron a los migrantes en su llegada a la ciudad. No podríamos decir que la segunda de las problemática señaladas constituya una novedad dentro de la amplia literatura sobre migraciones. En los años sesenta, antes de la formación de un campo académico dedicado a los estudios migratorios, Germani había posado su mirada en los patrones residenciales como una clave para explicar la rápida asimilación de los inmigrantes a la sociedad anfitriona. Esa Argentina integrada, a salvo del mosaico étnico norteamericano, era el lente utilizado para explorar en un pasado que se analizaba retrospectivamente (Devoto, 2003: 321). Pese a actuar como catalizador para el desarrollo de una frondosa literatura (Baily 1985; Borges, 1991; Frid, 1991; Moya, 2003; Da Orden, 2005), esta valiosa inquietud pocas veces avanzó más allá de la pampa húmeda y, menos aun, cruzó el límite impuesto por la clausura del ciclo inmigratorio masivo. El periodo abierto por la crisis de 1930 actuó, en cierto sentido, como una frontera blindada que no ha permitido el estudio de las pautas de residencia para épocas más recientes (Perren 2007: 332-333)
Este vacío de conocimiento justifica un pormenorizado estudio acerca de la distribución espacial de los chilenos en la ciudad de Neuquén; es decir, de un grupo migratorio no-europeo en una aglomeración intermedia que tuvo su hora de mayor crecimiento en la década de 1980. Una forma de alcanzar este objetivo es utilizando una de las medidas de segregación más tradicionales: el índice de concentración (IC). Recordemos que este indicador vincula la presencia de una sub-población con la distribución que ésta tendría si su instalación fuera aleatoria. Pero la importancia de esta herramienta radica, no tanto en medir la presencia relativa de un grupo en particular, como en su capacidad de establecer comparaciones entre grupos de diferentes tamaños. Una mirada atenta a los stocks absolutos o porcentajes, como la que utilizamos en otros trabajos (Perren 2006, 2007 y 2010), complicaría la observación de la sobrerrepresentación de un conjunto de migrantes poco significativo en algún sector de la ciudad. Precisamente de esto último surge la segunda ventaja operativa de este instrumento. A diferencia de otros indicadores, como el índice de disimilitud o de segregación, mucho más preocupados por la mezcla habitacional en términos generales, el IC nos permite observar lo sucedido en unidad espaciales más acotadas.
Una lectura superficial del Mapa 2 es suficiente para advertir que la población trasandina presentaba, durante el periodo comprendido entre 1970 y 1991, una mayor concentración en ciertas secciones de la ciudad (Perren 2008). En aquella área que reunía las mejores condiciones habitacionales, coincidente con el distrito central de la aglomeración, descubrimos una escasa presencia relativa de los migrantes transandinos. Un ID de 0,3 es una prueba fehaciente de que los chilenos se encontraban claramente sub-representados en ese cuadrante de la capital neuquina. En los barrios más consolidados de la ciudad, aquellos que ocupaban la franja meridional del ejido, observamos una creciente concentración de chilenos: si, en los años sesenta, IC apenas rozaba 0,7 (Perren 2006), en las dos décadas siguientes esa cifra trepó hasta alcanzar la unidad (Perren 2008). Dos factores ayudan a entender este comportamiento. Por un lado, es probable que los recién llegados hayan adquirido algunas de las parcelas que el mercado inmobiliario ofrecía en generosos planes de pago en algunos de los barrios de mayor expansión de la ciudad (en especial El Belgrano). Por el otro, no deberíamos descartar la posibilidad que la radicación en estas coordenadas espaciales haya sido el punto de llegada de un prolongado itinerario por la ciudad. Como ya dijimos, la lenta extinción del asentamiento temporal ligado al calendario agrícola y el reforzamiento de comportamientos urbanos son fundamentales para explicar la aparición de trayectorias de más largo aliento. De todos modos, la mayor presencia trasandina en los barrios más antiguos de la ciudad, a los cuales por comodidad ubicamos en un primer anillo de la estructura urbana neuquina, no es suficiente para torcer esa tendencia que asociaba a este flujo con los asentamientos más alejados del centro. De ahí que en la "nueva periferia", aquella que se desplegó en los ochenta hacia el noroeste, el IC de los chilenos se haya disparado a niveles extraordinarios (1,8), mostrando a las claras una realidad de segregación residencial (Mapa 2).

Mapa 2 Índice de concentración (Ic) de los migrantes chilenos por área de la ciudad. Neuquén, 1970-1990.

Fuente: Elaboración propia con ArcView GIS 3.3 a partir de planos del DPEC

Estas cifras no podrían ser comprendidas en toda su dimensión sin antes compararlas con las exhibidas por otros grupos migratorios. Los migrantes de otras provincias, por ejemplo, tendieron a agruparse en los barrios que conformaban el "centro extendido" y su presencia perdía intensidad conforme nos alejamos de las áreas más consolidadas de la ciudad, donde las redes de servicios eran menos densas y predominaban las ocupaciones escasamente calificadas. No estaría mal si dijéramos que en el cruce de su elevado grado de instrucción y un origen mayormente urbano, ambos traducibles en una mejor posición socio-ocupacional, encontramos una llave para explicar el comportamiento centralizado de este grupo.
Los migrantes del interior provincial, en cambio, mostraron un patrón que podría sintetizarse de la siguiente manera: mientras en el casco original de la ciudad encontramos una proporción menor a la esperable, en el primer anillo su participación era igual al porcentaje de la población radicado en el sector (1,1) y en los barrios del segundo anillo su presencia era bastante más intensa (1,3) (Cuadro 4). Esta disposición en el tablero urbano, bastante alejada de una situación cercana a la equidistribución exhibida en los sesenta, fue resultado de la menor intensidad del flujo nacido en los departamentos de mayor atraso relativo. Cuando la provincia daba sus primeros pasos, el éxodo del interior era considerable y su reversión un tópico repetido de la retórica planificadora oficial. Conforme el Estado provincial fue extendiendo sus brazos sobre el territorio neuquino, la cantidad de migrantes de este origen fue disminuyendo. La creación de empleos públicos en las comarcas cordilleranas hizo de la movilidad una alternativa sólo para quienes sobrevivían en los márgenes de estas sociedades rurales. Esta situación favoreció el traslado de una población de escasa instrucción que se ocupó en los eslabones más débiles de la estructura ocupacional. No es extraño, entonces, que los llegados del interior neuquino hayan mostrado un comportamiento habitacional semejante al de los transandinos, aunque de forma bastante más atenuada.

Cuadro 4 Índice de Concentración (Ic) de diferentes grupos migratorios por áreas de la ciudad. Neuquén, 1970-1990.

Fuente: Elaboración propia a partir de las actas matrimoniales del Archivo de la Dirección Provincial de Registro Civil de Neuquén.

El Censo Nacional de Poblaci ón y Vivienda de 1991 nos brinda información en la misma dirección. Al igual que en el periodo comprendido entre 1970 y 1990, los migrantes llegados del otro lado de los Andes se asentaban en las áreas que reunían las peores condiciones de habitabilidad: la presencia ultra-cordillerana era escasa en los radios censales que no mostraban situaciones de pobreza y cobraba dimensión en aquellos espacios que tenían al grueso de su población con necesidades básicas insatisfechas. Como podemos observar en el Mapa 3, la participación de los chilenos en los radios céntricos alcanzaba, en el mejor de los casos, el 5%; mientras que, en el cuadrante noroccidental de la ciudad, la misma se encontraba por encima del 40% y rozaba, en algunos radios censales, el 70% del total de la población. No muy diferentes son los resultados que obtuvimos cuando aplicamos técnicas más sofisticadas: un coeficiente r de 0,58 nos habla de un importante nivel de correlación positiva entre los porcentajes de pobreza estructural y de migrantes limítrofes (Perren 2012). Eso significa que ambas variables se comportaban de un modo similar en el espacio urbano: a mayor proporción de población con Necesidades Básicas Insatisfechas (NBI), mayor era también la representación de los migrantes limítrofes sobre el total.

Mapa 3 Distribución espacial de la población nacida en países limítrofes. Ciudad de Neuquén (1991)

Fuente: Elaboración propia en base a datos suministrados por la Dirección Provincial de Estadística y Censo de Neuquén (DPECN)

Aunque se trate de un ejercicio estad ístico, que no implica una relación de causalidad, el análisis de correlación nos brinda elementos para reforzar la hipótesis que venimos barajando: en parte por su origen rural y en parte por su inserción en la base de la estructura ocupacional, los migrantes limítrofes, mayoritariamente transandinos, se instalaron en aquellas áreas de la ciudad que se abrieron paso en la marea urbanizadora de los ochenta, donde los servicios eran una cuenta pendiente y las condiciones del hábitat eran deficientes. Residir en el centro de la ciudad constituía una opción que complicaba el andamiaje de una trayectoria social ascendente. El periódico pago de un alquiler y las obligaciones que nacían del suministro de los servicios, significaban que una considerable masa de recursos debía ser canalizada hacia áreas que no eran precisamente las de subsistencia. En ese contexto, era seductora la posibilidad de ocupar un terreno periférico a la espera de una situación propicia para acceder a la propiedad en las áreas más consolidadas o, como finalmente sucedió, forjar allí redes que facilitaran la incorporación de estas barriadas al tejido de la ciudad (Perren 2011).
La única excepción a este esquema de asentamiento periférico lo constituye la franja de complejos habitacionales oficiales que se abría en abanico hacia el noroeste de la ciudad, donde la incidencia de la población chilena era verdaderamente pobre (Mapa 3). Para quienes llegaban del otro lado de los Andes, la mayoría de ellos indocumentados, la posibilidad de acceder a alguna de viviendas ofrecidas por los estados nacional y provincial dependía de cumplir cada uno de los requisitos establecidos por el Fondo Nacional del la Vivienda (FONAVI) y el Instituto Provincia de Vivienda y Urbanismo de Neuquén (IPVUN)14. Dos eran las exigencias más difíciles de cumplimentar para las familias chilenas que arribaban a la ciudad. Por un lado, para ser cubiertos por alguno de los planes de viviendas sociales, más de la mitad de los integrantes de los núcleos familiares solicitantes debían ser nativos. Por el otro, y en caso que sea satisfecha la primera de las condiciones, los miembros trasandinos debían haber tramitado ante las autoridades locales el Documento Nacional de Identidad (DNI). Esto último no era algo sencillo en la medida que los trámites para acceder a la residencia precaria, paso indispensable para obtener el DNI, requerían de gestiones que demoraban meses y de un dinero que, en la mayoría de los casos, no estaba disponible (Muñoz Villagrán, 2005: 75). Esta clase de restricciones son claves para entender las razones que hacía que, para una fecha tan cercana como 2005, sólo uno de cada seis chilenos había accedido a una vivienda oficial y la mayoría de quienes habían alcanzado este beneficio lo hizo por la vía de la naturalización (Muñoz Villagrán 2005: 76).

4. Pautas matrimoniales de los chilenos en Neuquén

Este recorrido por la década de los ochenta no estaría completo si no hiciéramos una breve escala en las pautas matrimoniales de quienes llegaron de Chile. Pero, ¿qué importancia puede tener estudiar un hecho tan personal y, por momentos, insondable como la formación de un matrimonio?
Más allá de los enigmas que entraña este acontecimiento, sólo asequibles mediante estudios biográficos, lo cierto es que una muestra suficientemente amplia nos permitiría detectar ciertas tendencias y disminuir el peso de los factores individuales. A grandes rasgos, podríamos decir que los matrimonios nos brindan pistas alrededor de tres aspectos íntimamente imbricados (Devoto, 2003: 329). Las personas se casan, como es lógico imaginar, con alguien a quien conocen personalmente, ya sea con anterioridad al desplazamiento o bien en el marco de algún espacio compartido en la ciudad. Las pautas matrimoniales desnudan, además, ciertas convenciones acerca de lo que constituye un "buen matrimonio". Una elección "conveniente" no sólo podría atribuirse a una determinación social o una libre elección individual, sino a la influencia ejercida por el entorno familiar y el conjunto de relaciones sociales que rodean al individuo15. Pero esta percepción, asimilable al concepto de habitus de Bourdieu (1987: 78),
debe ponerse en juego dentro de un escenario que no siempre brinda las condiciones para que se haga realidad. La abundancia o escasez de los hombres o mujeres puede hacer que este anhelo quede recluido al campo de los deseos. Podríamos decir, entonces, que el matrimonio "implica un ámbito de sociabilidad compartido, la influencia de un mercado (cantidad de hombres y mujeres disponibles) y los valores puestos en juego por aquellos que eligen pareja" (Devoto, 2003: 329-330).
Dicho esto, estamos en condiciones de sumergirnos en las pautas matrimoniales de quienes llegaban del otro lado de los Andes. Siguiendo un patrón de larga tradición, que ya era visible en la década de 1960 (Perren 2012), los migrantes chilenos presentaron una fuerte endogamia nacional. Este fenómeno es especialmente visible en el caso de los hombres: uno de cada dos migrantes se casaba con una mujer de la misma nacionalidad. En este caso, el traslado inicial de los hombres, relacionado con el desempeño de tareas frutícolas primero y con su inserción en el mundo de la construcción después, hizo las veces de vanguardia a una migración familiar de largo aliento (Toutoundian y Vitoria, 1990: 18). El creciente peso de esta forma de movilidad permitió opacar las antiguas migraciones individuales y temporales. El segundo lugar del ranking fue ocupado, con un quinto de los enlaces, por los migrantes del interior provincial. Aquí se observa a la perfección cómo los grupos menos centralizados tradujeron la cercanía espacial en afinidad matrimonial. Con un 17%, las migrantes de otras provincias y las nacidas en la ciudad completaban un cuadro en el cual el tamaño de la población no se reflejó automáticamente en las opciones nupciales (Cuadro 5).

Cuadro 5 Patrones matrimoniales de la población de origen chileno. Neuquén, 1980-1989 (porcentajes)

Las mujeres llegadas de Chile presentaron algunas particularidades que las alejaron del comportamiento seguido por los hombres de ese origen. Su mayor peso dentro de la estructura demográfica neuquina y el creciente traslado de mujeres solas es importante para explicar su menor índice de endogamia nacional: si cerca de la mitad de los chilenos contrajeron nupcias con una compatriota; en el caso de las mujeres esa proporción sólo involucraba a un tercio (Cuadro 5). El evidente desequilibrio a favor de las mismas, fenómeno que se hizo fuerte en los ochenta, amplió el menú de opciones para las migrantes trasandinas. Los migrantes llegados de otras provincias, con un porcentaje superior al 30%, encabezaron este listado. No muy lejos se encontraban los nacidos en el interior de la provincia. Pese a su menor importancia dentro de la ciudad, no deja de llamar la atención el fluido diálogo que estos últimos tuvieron con el otro grupo migratorio menos centralizado. Para confirmar este punto, basta con decir que uno de cada cinco enlaces protagonizado por chilenas tuvo a un migrante neuquino como contrayente.
Así como el origen de los migrantes -como atributo asociado a variables como ruralidad y nivel de instrucción- nos proporcionaba algunas pistas sobre su inserción ocupacional, la localización en el tejido urbano se nos presenta como un elemento imprescindible cuando de elegir una pareja se trata. En este sentido, los barrios y vecindarios que se abrieron paso en la periferia funcionaron como un sub-mercado matrimonial que tuvo a los estratos inferiores como protagonistas. Esta afirmación podría ser puesta a prueba si ubicáramos a los migrantes transandinos debajo del microscopio. La fuerza de las relaciones tejidas en la periferia de la ciudad se refleja a la perfección cuando analizamos las actas matrimoniales. Comencemos por los varones. El 86% de los mismos registró su domicilio, al momento de contraer nupcias, en elárea suburbana de la capital. Y dentro de esa masa de migrantes, cuyo número se acerca al centenar, el 90% formalizó su pareja con una mujer que habitaba en cualquiera de las franjas exteriores de la estructura urbana neuquina. Si pudiéramos aislar cada uno de estos anillos veríamos una realidad rica en matices. Los barrios más cercanos al centro tuvieron una mayor comunicación con los restantes espacios de la ciudad: el 65% de los chilenos del primer anillo contrajo matrimonio con mujeres domiciliadas en las mismas coordenadas urbanas. En la nueva periferia, en cambio, la situación pareciera ser otra. Que cerca del 85% de los chilenos que la habitaban hayan encontrado una pareja que compartía este atributo es una buena señal de la fuerte segregación de los espacios sumados tardíamente a la marea urbanizadora neuquina (Cuadro 6).

Cuadro 6 Homogamia residencial por origen (migrantes del interior provincial y chilenos). Neuquén, 1980-1989 (porcentajes)

Lo sucedido entre las mujeres debería ser leído de la misma manera. Su escasa centralización puede ser demostrada echando mano a los registros matrimoniales: ocho de cada diez chilenas vivía en los márgenes de la ciudad. Y, dentro de este universo de migrantes, el 86% contrajo nupcias con alguien que residía en los barrios y vecindarios de la periferia (Cuadro 6). Pero, como vimos con los hombres de similar origen, las diferentes franjas que dieron color a la estructura urbana de la ciudad fueron dueñas de algunas particularidades: si las migrantes transandinas del primer anillo alcanzaron una homogamia residencial apenas superior al 60%, para las que habitaban en la nueva periferia ese indicador trepaba hasta el 82%. Parece claro, entonces, que los barrios del primer anillo, más consolidados desde el punto de vista urbanístico, actuaron como espacios híbridos con un fuerte vínculo con el resto de la ciudad; mientras que el segundo anillo, cuya población mayoritariamente se empleaba en los peldaños inferiores de la estructura ocupacional, tuvo una vida autónoma, en gran medida replegada sobre sí misma.

5. Consideraciones finales: ¿Melting pot, pluralismo cultural o modelo veneciano?

Luego de este recorrido, ¿Qué conclusiones podemos alcanzar en relación a la inserción de los chilenos en la ciudad de Neuquén?
De una mirada del comportamiento ocupacional, residencial y matrimonial de los trasandinos, salta a la vista que no existió nada parecido a una fusión cultural a gran escala. Tomando distancia de cualquiera de las acepciones del melting pot (adaptación de los migrantes a una cultura pre-existente o bien consecuencia de una "fusión" entre las corrientes migratorias), Neuquén -como muchas ciudades intermedias- pareciera escapar a cualquier descripción que tenga a la uniformidad como norte16. Tampoco la experiencia de los chilenos, salvando las obvias distancias con los tradicionales escenarios de novecientos, se ajustó al modelo propuesto por los defensores del pluralismo cultural. Es difícil ver en Neuquén una continuidad absoluta del universo de relaciones previo al traslado. Antes bien, los barrios periféricos albergaron sociabilidades que tuvieron a la proximidad espacial como condicionante fundamental. Si bien el universo de relaciones premigratorio debió cumplir un papel de importancia en los momentos que siguieron al traslado, su influencia fue perdiendo intensidad conforme nos alejamos de ese punto. Compartir alguna área de la ciudad, por el contrario, sirvió de base a un mundo de relaciones de más largo aliento que, como vimos, podía condicionar la elección de una pareja.
El estudio de los chilenos en una ciudad intermedia también nos brinda la oportunidad de reflexionar en clave teórica. Esa idea algo rígida, tan propia de la escuela de Chicago, que tenía
a los migrantes como marionetas de un escenario que brindaba escasas oportunidades, puede ser contrastada a la luz de la experiencia neuquina. Si pensamos a los migrantes como sujetos racionales que utilizaban diferentes clases de recursos para cumplir con sus objetivos, es complicado identificar a los barrios segregados como focos de anomia. En todo caso, parece lógico entenderlos como "sitios donde los recién llegados, apelando a su cultura y habilidades premigratorias, respondieron con inteligencia y con bastante éxito a nuevos desafíos" (Moya, 2003: 142). De esa mayor apertura teórica nació la idea de "asentamiento", que vino a reemplazar una de las imágenes más repetidas de la sociología norteamericana: el enclave étnico.
Puede que a primera vista este viraje no sea más que un juego de palabras, sin mayor influencia en el estudio de la estructura urbana. Una mirada más atenta, sin embargo, nos permitiría observar un profundo cambio en el abordaje de los espacios que formaban a las ciudades de rápido crecimiento. A cierta distancia de esa naturaleza insular que encerraba la idea de guetto, los asentamientos mostraban una mayor comunicación con el resto de la sociedad y, por supuesto, eran el lugar de residencia de diferentes grupos migratorios. En el fondo, se trata de otra forma de imaginar a la sociedad que abandona a la homogeneidad como horizonte y consideraba a la heterogeneidad como un rasgo inevitable. Los guettos, aunque guardaban distancia respecto de la cultura dominante, aparecían como abanderados de aquella manera de pensar la ciudad. Después de todo, en su interior se reproducía, a una escala menor, una anatomía desprovista de rugosidades. La idea de asentamiento, en cambio, toma un punto de partida opuesto. Entiende que las sociedades son en esencia heterogéneas y, por ese motivo, conviven en su interior grupos, familias e individuos que interactuaban desde esa diversidad (Devoto, 2003: 346). El secreto para mantener la unidad de este "todo fragmentado" se aloja en la fuerza de los mediadores. Esa geografía llana que cubría con su manto a los diferentes espacios de la ciudad, era relevada por otra más interesada en las diferencias, pero también en las conexiones que enlazaban a los sectores que la conformaban. De ahí que analizar esos puentes que unían a los diferentes islotes que daban vida a Venecia, usando la inteligente metáfora de Devoto (2003: 346), sea una tarea necesaria para comprender, desde un lugar periférico como la Patagonia, la dinámica migratoria desarrollada en la Argentina durante la segunda mitad del siglo XX.

Notas

1 Revista de CALF, "De las brasas a la sartén", nº 111, año 10, marzo de 1988, p. 13.

2 Ibídem, p. 13.

3 Revista de CALF, "De las brasas a la sartén", nº 111, año 10, marzo de 1988, p. 13.

4 Esta sección retoma y sintetiza las descripciones realizadas en Perren (2011 y 2012).

5 Diario Río Negro, "Recuperar el orden", General Roca, 12 de septiembre de 1981, pp. 6 y 7.

6 Las noticias de CALF, "Viajar: ¿a qué precio?", Neuquén, marzo 1980, p. 28.

7 Una clara muestra de ello es la construcción de barrios insulares que ofrecían para los sectores más pudientes de la sociedad un circuito de sociabilidad prácticamente impermeable y una amplia gama de actividades recreativas. Hacia comienzos de la década de los noventa, un importante diario regional decía que "vivir en el Rincón es una señal en el reducido universo de políticos, profesionales y empresarios" (Archivo Histórico de la Provincia de Neuquén, Caja Barrios, carpeta 136, folio 143-144).

8 AHMN, Asesoría técnica de normalización de asentamientos ilegales, Secretaria de Obras Publicas, Municipalidad de Neuquén, 1983, fº 6 (las negritas son nuestras).

9 AHMN, Asesoría técnica de normalización de asentamientos ilegales, Secretaria de Obras Publicas, Municipalidad de Neuquén, 1983, fº 6.

10 La "desobrerización" de los sectores populares y el aumento sostenido del cuentapropismo constituyen la prueba más palpable de la expansión de la llamada economía negra que comenzó a privar a los trabajadores de la protección de la amplia legislación social de la Argentina. Cfr. Nun (1987)

11 Revista de Calf, "De la sartén a las brasas", n˚ 111, 1988, p. 8.

12 Ibidem, p. 8.

13 Ibídem, p. 5.

14 Ambas instituciones encuentran su respaldo jurídico en la ley nacional 21.581 y en su modificatoria, la ley 23.579.

15 Esto significa que las modalidades de encuentro con la pareja se vinculan con formas de sociabilidad estrechamente emparentadas con el medio social de pertenencia (en el caso de las clases medias pueden ser universidades, locales de entrada selectiva o áreas residenciales compactas), de manera tal que la elección del cónyuge tiene lugar dentro de grupos social y culturalmente homogéneos. Cfr. Torrado (2003: 227-228).

16 Un buen grupo de investigaciones se propusieron indagar los procesos migratorios limítrofes en diferentes ciudades del interior argentino. Dentro de esta producción, que en términos generales discute la idea de una sociedad integrada, deberíamos mencionar: Almandoz (1997: 491-521), Karasik y Benencia (1998: 569-594), Bernasconi (1998: 639-659) y Benencia (2000: 299-336).

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Fuentes documentales

Archivo Histórico de la Municipalidad de Neuquén, Asesoría técnica de normalización de asentamientos ilegales, Secretaria de Obras Publicas, Municipalidad de Neuquén.

Archivo Histórico de la Provincia de Neuquén, Caja Barrios, carpeta 136.

Diario Río Negro, 12 de septiembre de 1981.

Revista de CALF, nº 111, año 10, marzo de 1988.

Dirección Provincial de Estadística y Censo de Neuquén, Información por departamentos, departamento Confluencia, Demografía, tabla 050719 "Población de 14 años y mas por estado conyugal según sexo y edad Año 1991 Departamento Confluencia - Provincia del Neuquén".

Recibido: 30.06.12
Revisión editorial: 11.02.13
Aprobado definitivamente: 21.03.13