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Trabajo y sociedad

versión On-line ISSN 1514-6871

Trab. soc.  no.27 Santiago del Estero jun. 2016

 

ESPEJO DE LECTURAS

Mujeres que trabajan a orillas del río Mapocho 

 

Cecilia Canevari*

* UNSE, INDES. Correo: ceciliacanevari@gmail.com.

A propósito de Carolina Bastías de la Maza, Consuelo Hayden Gallo y Daniela Ibáñez Carvajal. "Mujeres de la Vega. Género, memoria y trabajo en la Vega Central de Santiago." Consejo Nacional de la Cultura y las Artes. FONDART (2011). Santiago, Chile.

 

Este libro cautiva desde la tapa, en la que sorprenden los trazos de un borrador de lápiz que se asoma por debajo de las letras del título y que se ha conservado quizás con la intención de traslucir que el trabajo está en movimiento, no ha terminado aún, que continúa su marcha. Una banana, una tajada de sandía y frutas con un toque naïf invitan a ingresar en una edición muy cuidada que alienta a recorrer el mercado de la Vega Central a orillas del río Mapocho, en Santiago de Chile.
El prólogo es de Ximena Valdez, una autoridad reconocida por sus trabajos en torno al mundo campesino, las familias rurales y las mujeres trabajadoras; se la pueda definir como una de las pioneras del feminismo latinoamericano que ha puesto de relieve la invisibilización de las mujeres campesinas en los estudios sociales y económicos.
El acercamiento al mercado es una etnografía que entrelaza historias de mujeres que trabajan en el mercado del presente con historias del pasado. Se presenta en un tejido de imágenes, anécdotas, noticias periodísticas, poemas, canciones, que de a poco nos van invitando a entrar en este universo amplio y diverso.
Las fotografías que acompañan al texto entremezclan antiguas imágenes de pasados remotos, con aquellas que acompañan las biografías personales y otras que hablan del presente. Detalles pequeños pero significativos como un saquito de té, un puerro o la foto de un celular donde una mujer muestra la imagen de su hija que ha muerto. Las fotografías hablan, son texto.
Recorrer un mercado es una experiencia habitual para muchas personas, y en las ciudades latinoamericanas nos encontramos con mercados de diferentes dimensiones. Algunos son famosos y enormes, como Chichicastenango en Guatemala o el de Sonora de Ciudad de México, y otros pequeños e ignotos, pero seguramente en cada uno podemos encontrar expresiones del alma de esa ciudad, formas culturales que se reúnen para mostrar sus comidas, sus artesanías, su tonada, su forma de vestir. Un mercado es un espacio de encuentros entre quien compra y quien vende, pero también entre la tradición y la modernidad, entre lo rural y lo urbano, el pasado y el presente, un encuentro de clases dirigentes y populares, de comunidades y trabajadores/as que se especializan en diferentes faenas. El mercado es una gran reunión donde interactúan diversos agentes sociales. Y este libro se propone mostrar estas multiplicidades que se ponen en diálogo en un determinado territorio, pero centrando la atención en las mujeres como protagonistas de la historia que nos relata.
El texto se organiza en dos partes. La primera es una historia de la Vega central y las veguinas, textos que firman las autoras del libro. Luego se adentra en las mujeres dentro de esta historia que se recupera. La segunda parte presenta las historias de vida de once mujeres que en primera persona comparten su recorrido vital y su relación con el mercado.
El proceso de modernización surge como una tensión permanente en las historias que se relatan en la primera parte del libro. El mercado tuvo presencia desde el período colonial en las márgenes de la ciudad, y si bien hay diferentes versiones de fechas, es claro que los inicios del siglo XX ya se presenta como Mercado de la Vega Central. Se describen los mecanismos para el control de la higiene, la basura, la organización del mundo campesino que se arrima a la ciudad en los primeros procesos migratorios. Se busca el orden y la limpieza, pues allí radica el progreso. Pero la limpieza no se comprende solamente como higiene sino también como limpieza social, para erradicar el comercio sexual y los tugurios (lugares de bohemia y alcohol) de los alrededores del mercado que es necesario disciplinar.
La preocupación de la limpieza se resuelve luego de dos incendios bastante seguidos a mediados de los 70, cuando ya había comenzado la dictadura de Pinochet y en la memoria ha quedado repicando la incógnita de si fueron intencionales, y se recuperan distintas versiones. Lo cierto es que los incendios llevan a múltiples refundaciones. Había presiones para que se privatizara y en ese sentido se forma una agrupación de comerciantes que se denomina Comunidad Mercado de la Vega Central S.A. y que se mantiene gracias a un proyecto y esfuerzo comunitario y popular. En el contexto de un nuevo modelo económico en el país que impulsa el neoliberalismo, con el surgimiento de cadenas de supermercados, la Vega asume el desafío de adaptarse para sobrevivir. Hay cambios en la vida del mercado, los/as comerciantes se vuelven más individualistas, menos solidarios/as, buscando solamente la ganancia. Luego del incendio hay un paso de la familiaridad a la crisis y al extrañamiento. Se compartía la fiesta, la alegría y la amistad, había también celebraciones en tono familiar. Hay un sentimiento de que la modernización arrasa con lo comunitario. Sin embargo pervive la idea de que el verdadero veguino tiene una mentalidad solidaria.
De todas maneras en el mercado perduran características que se contraponen con los grandes supermercados que tienden a la concentración de grandes capitales, y en el plano de las relaciones humanas, allá se pierde el diálogo, el intercambio directo. Esta permanente presión modernizadora, sigue vigente hasta hoy por parte de quienes consideran que el mercado es parte del pasado y un obstáculo para el progreso.
El libro centra su atención en el papel que juegan las mujeres en la construcción de la identidad veguina. Las mujeres conforman entre el 30 y 40% del total de personas que trabajan allí haciendo un promedio histórico. Obviamente hay una división del trabajo por sexo y ellas se concentran en los puestos de frutas y verduras, abarrotes y meseras. También participan en el sindicato, aunque algunas opinan que antes tenían más protagonismo.
En la segunda parte se presentan las historias de vida. Son once mujeres y cada una de ellas es presentada con una foto en color que ocupa toda la página, en donde se descubre un gesto, una mirada, un detalle que da inicio a la presentación. Ellas son Chili, Abuela, Licha, Abuelita, Mary, Rosita, Jessica, Paula, Venus, la Colocolina y Luisa y sus relatos se presentan sin mediaciones. Su infancia, sus amores, hijos e hijas, su modo de llegar a la Vega y sus expectativas de futuro, se repiten para cada una.
La historia más trágica sin duda es la de la Abuelita que tiene 75 años y ha sufrido la pobreza, el abandono y la violencia de su padre, de su pareja, del Estado. Pero sin embargo la foto de la Abuelita es la que nos muestra la sonrisa mas amplia y contagiosa. Ella vende dulces en un carrito.
Hay historias de migraciones desde países vecinos o del interior de Chile, historias de amores y desamores. Venus tiene la piel negra y llegó de Ecuador con 30 dólares en el bolsillo y una gran esperanza. Luego de un tiempo pudo traer a su hija y ahora vende café y galletas durante la noche entre las 22 y las 11 de la mañana, porque la Vega tiene actividades a toda hora.
Jéssica dice que fue criada en el mercado, que la mamá la traía y la acomodaba en un cajón allá abajo. Así que es veguina desde el nacimiento. Licha lo conoció a Arturo en la Vega y a pesar de que ella es algo mayor que él, hace 37 años que están juntos y trabajan allí. Licha dice: ¡A mí me fascina todo en la Vega! Valoran conversar con los clientes y las clientas, el acto de la venta no es un simple intercambio comercial sino que es un momento de diálogo, cómo se prepara, este condimento para qué se usa, qué tiempo de cocción. Esto en los supermercados no ocurre, repiten.
Las voces de estas mujeres presentan detalles de sus experiencias vitales, que son femeninas. Femenina es la voz que habla, pero femenina es también la inquietud de las autoras que se han fijado en estos detalles. Femeninos los problemas que enfrentan, las emociones, sus preocupaciones por sus hijos e hijas, el lugar que ocupa la pareja, pero también la decisión de no tenerla para evitarse complicaciones. Femenina es la manera de conversar, de trabajar, o el temor de caminar solas de noche por la calle. Ellas hablan de un trabajo que tiene un gran significado en sus vidas. La mayoría es autónoma y no depende de un jefe, sino de su propia energía cotidiana para ganarse la vida. Al volver a la casa, cargando alimentos del mercado, llegan para cocinar y cuidar. A Mary la ausencia de la casa durante tantas horas le da culpa, porque le duele el suicidio de su hija adolescente y se pregunta qué podría haber hecho para evitarlo. Femenino es el puente de tránsito permanente entre el mundo público y el privado. La Vega está en esa frontera.
En este libro se escuchan los gritos ofreciendo frutillas a mil pesos, o las voces que preguntan "¿qué va a llevar mi reina?", se huele el romero y el ajo, el perfume de las flores y del café recién hecho, se siente en calor de las amistades, se percibe el sabor de las lágrimas y el ritmo de la historia.
Una frase se repite: Después de Dios está la Vega. Esto marca un orden de importancia, en donde la máxima jerarquía está en lo divino, pero también habla de la providencia, porque ese dios es quien provee y la Vega es proveedora. Nutre, a nadie le va a faltar algo para comer, a nadie le va a faltar un trabajo grande o pequeño para realizar. La Vega es para muchas mujeres una piedra de salvación para ellas y sus familias. En la Vega abunda la solidaridad. "Con la fruta mandé a mis hijos a la universidad", "aunque no tenía una moneda, nunca me faltó un plato de comida". Aquí nadie se muere de hambre. Tampoco de soledad.

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