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Trabajo y sociedad

versión On-line ISSN 1514-6871

Trab. soc.  no.28 Santiago del Estero ene. 2017

 

DIMENSIONES DEL TRABAJO RURAL: IDENTIDADES Y PRÁCTICAS

Desafíos en el abordaje del trabajo rural en el norte de la  Patagonia: mujeres en forestación, horticultura y fruticultura 

Challenges in addressing rural labor in northern Patagonia: women in forestation, fruit and horticulture

Desafios na abordagem de trabalho rural no norte da Patagônia: mulheres em arborização, fruticultura e horticultura

 

Verónica Trpin María Daniela Rodríguez Silvia Brouchoud1* 

1 Las autoras de este artículo pertenecen al Grupo de Estudios Sociales Agrarios de la Universidad Nacional del Comahue. Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (GESA-UNCO-CONICET). Email: Verónica Trpin (vtrpin@hotmail.com); Daniela Rodriguez (dany_bolivar@hotmail.com); Silvia Brouchoud (silviabrouchoud@gmail.com)

 


RESUMEN

Este artículo tiene como propósito reflexionar sobre nuestra práctica investigativa en espacios rurales, sobre las tensiones y desafíos que implica ir como mujeres al campo sosteniendo miradas con "lentes" de género. En el quehacer de la investigación consideramos que ha sido necesario resignificar nuestras formaciones disciplinares para abordar y acercar comprensiones más complejas de las problemáticas regionales estudiadas: los procesos de trabajo y los sentidos de pertenencia construidos por los trabajadores y las trabajadoras en diversos circuitos de producción rural. Desarrollaremos algunas tensiones presentes en el trabajo de campo realizado en producción forestación, frutícola y hortícola en las provincias de Neuquén y de Río Negro, circuitos en los que se insertan varones y mujeres de origen migrante e indígena. Consideramos que estudiar espacios laborales y las experiencias que varones y mujeres transitan en torno al trabajo constituye un doble desafío: por un lado complejizar desde la etnografía los cruces entre clase social, género y etnicidad como campo problemático poco explorado en los estudios agrarios. Por otro lado, re-educar nuestra mirada desde los aportes feministas y no reproducir, ante actividades masculinizadas, los esquemas interpretativos que homogenizan la categoría trabajador, desdibujando las desigualdades de género presentes en los espacios rurales.

Palabras clave: Trabajo rural; Mujeres; Migrantes; Población mapuche; Forestación; Fruticultura; Horticultura.

ABSTRACT

This paper aims to reflect on our research practice in rural areas, about the tensions and challenges of women go to the field as holding glances with "lenses" gender. In the work of research has been necessary to consider our disciplinary backgrounds to address and bring more complex understandings of the studied regional issues: work processes and senses of belonging built by working men and women in various circuits rural production. Develop some tensions present in the fieldwork in production forestry, fruit and horticulture in the provinces of Neuquen and Rio Black, circuits in which men and women of migrant and indigenous origin are inserted. We believe that studying work spaces and experiences that men and women pass around work, is a double challenge: first to make complex, from ethnography, crosses between social class, gender and ethnicity as problematic unexplored field in agricultural studies. On the other hand, re-educate our gaze from the feminist contributions and not to reproduce, to masculinized activities, interpretive schemes which homogenize the worker category blurring gender inequalities present in rural areas.

Keywords: Rural labor; Women; Migrants; Population mapuche; Forestation; Fruit farming; Horticulture

RESUMO

Este trabalho tem como objetivo refletir sobre a nossa prática de pesquisa nas áreas rurais, sobre as tensões e desafios das mulheres vão para o campo como a realização de um olhar com "lentes" de gênero. No trabalho de pesquisa tem sido necessário resignificar nossas origens disciplinares para abordar e trazer entendimentos mais complexos das questões regionais estudadas: processos de trabalho e sentimentos de pertença construída por homens e mulheres que trabalham em vários circuitos de produção rural. Desenvolver algumas tensões presentes no trabalho de campo em produção florestal, frutas e horticultura nas províncias de Neuquén e Rio Negro, circuitos em que homens e mulheres de origem migrante e indígena estão inseridos. Acreditamos que estudar os espaços de trabalho e experiências que homens e mulheres passam em torno do trabalho, é um duplo desafio: primeiro tornar complexo, desde a etnografia, o cruzamentos entre classe social, gênero e etnia como campo inexplorado problemática em estudos agrícolas. Por outro lado, reeducar o nosso olhar a partir das contribuições feministas e não reproduzir, atividades masculinizadas, esquemas interpretativos que homogeneizar a categoria trabalhador esbater as desigualdades de gênero presentes nas áreas rurais.

Palavras chave: Trabalho rural; Mulheres; Migrantes; População mapuche; Arborização; Fruticultura; Horticultura.

Licencia Creative Common: https://creativecommons.org/licenses/by/4.0/legalcode


 

SUMARIO

1. Introducción. 2. Primer desafío: repensar el trabajo. 3. Segundo desafío: reconocer la presencia de mujeres "ellas" y mujeres "nosotras" en los espacios productivos. 4. Reflexiones finales. 5. Bibliografía

*****

1. Introducción

Este artículo tiene como propósito reflexionar sobre nuestra práctica investigativa en espacios rurales; sobre las tensiones y desafíos que implica ir como mujeres al campo sosteniendo miradas con "lentes" de género. En el quehacer de la investigación consideramos que ha sido necesario resignificar nuestras formaciones disciplinares; para abordar y acercar comprensiones más complejas de las problemáticas regionales estudiadas: los procesos de trabajo y los sentidos de pertenencia construidos por los trabajadores y las trabajadoras en diversos circuitos de producción rural. Desarrollaremos algunas tensiones presentes en el trabajo de campo realizado en forestación; fruticultura y horticultura en las provincias de Neuquén y de Río Negro; circuitos en los que se insertan varones y mujeres de origen migrante e indígena2.
Se parte de concebir que en las actividades estudiadas predomina una masculinización del trabajo; donde se construyen espacios "dominados por varones" en los que se suele desvalorizar el trabajo desarrollado por las mujeres. En dichos espacios nuestra práctica investigativa genera una ruptura con esa cotidianeidad; convirtiéndonos en ciertas ocasiones en "sujetas de sospecha" o sobre las que se ejerce control.
Consideramos que estudiar espacios laborales y las experiencias que varones y mujeres transitan en torno al trabajo; constituye un doble desafío: por un lado complejizar desde la etnografía los cruces entre clase social; género y etnicidad como campo problemático poco explorado en los estudios agrarios. Por otro lado; re-educar nuestra mirada desde los aportes feministas y no reproducir; ante actividades masculinizadas; los esquemas interpretativos que homogenizan la categoría trabajador desdibujando las desigualdades de género presentes en los espacios rurales.
Asumir estos desafíos; implica dar cuenta de las interseccionalidades de las desigualdades y preguntarnos de qué modo dar cuenta de las experiencias diferenciales. Ante conceptualizaciones que se sobreimponen a los/as sujetos/as en los análisis de relaciones laborales en espacios rurales: ¿Cómo captar la complejidad de las desigualdades? Si el/la otro/a es hablado/a desde las categorizaciones hegemónicas ¿Cómo sostener aportes que no fetichicen a los/as sujetos/as?
Estos interrogantes se hacen cuerpo en los propios recorridos que como mujeres que hacemos trabajo de campo "en el campo" vamos delineando. Los mismos expresan revisiones permanentes; lecturas de epistemologías feministas; debates en torno a las categorías conceptuales de género y perspectivas situadas. Se trata de apostar a dar debates en los propios grupos de investigación para desnaturalizar supuestos a la hora de construir objetivos; delimitar problemas y análisis.
La perspectiva de género no debería quedar circunscripta a incluir en los estudios sociales a las mujeres como una actora más; sino también los lenguajes que las hablan y complejizar las múltiples formas de opresión presentes en las relaciones laborales. Por eso consideramos relevante que tales apuestas no se delimiten a grupos que investigan sobre mujeres; sino habilitarnos a un cuestionamiento del estar siendo mujeres en la academia ante temáticas masculinizadas. La perspectiva de género nos atraviesa en la escritura; en el cuerpo; en el lenguaje; en decisiones en el trabajo de campo y en las posiciones políticas que asumimos en la producción de conocimiento a través de la investigación. Es intención de este trabajo reflexionar sobre los desafíos para intentar ya no "mirar el campo con un lupa" androcéntrica; producto de la matriz patriarcal con la que nos hemos formado sino pensarnos en un estar siendo parte de interpelaciones permanentes en el quehacer de la investigación.

2. Primer desafío: repensar el trabajo

Los enfoques y debates en torno al trabajo han estado vinculados a una serie de características centradas en los varones obreros urbanos. En este sentido; los aportes de la economía neoclásica han construido la categoría de trabajo asociándolo al trabajo asalariado (de la Garza Toledo; 2001) asimismo; como plantea Piñeiro (2008) los conceptos vinculados al trabajo se han hecho a partir del trabajo industrial. De esta forma; las relaciones laborales; que han sido un campo dominado por la sociología; fueron estudiadas especialmente en vinculación al trabajo industrial y al sindicalismo obrero urbano con presencia masculina.
La clase se ha constituido en un concepto dominante para interpretar las relaciones laborales; con primacía por sobre otras manifestaciones de desigualdad; limitándose en los análisis la posibilidad de observar las relaciones sociales basadas en relaciones productivas o económicas en diálogo con otras fundadas en términos nacionales; étnicos y de género. Este concepto movilizó así amplios debates que no abordaremos en este trabajo; pero que no podemos desconocer al recuperar los aportes que E. P. Thompson realizó desde la historia al"desestructurar" la categoría de clase y usarla en diálogo con los contenidos de la cultura. El insistente interés por recuperar el papel activo de una diversidad de actores sociales tradicionalmente invisibilizados se ve reflejado en esta afirmación: "las descripciones del orden social vistas desde arriba; son mucho más corrientes que los intentos por reconstruir una visión desde abajo" (1989: 18).
A partir de ciertas aperturas conceptuales; los/as investigadores/as del trabajo debieron asumir el desafío de librarse tanto del determinismo económico como de cierto etnocentrismo; mientras que estudiar relaciones laborales también implicó despojarse del androcentrismo3. Estos retos no nos son ajenos y se convierten en preocupaciones de nuestra práctica investigativa al abordar el trabajo rural; además que nos impulsan a reflexionar; desnaturalizar y buscar herramientas teóricas y metodológicas que nos permitan "mirar con otros lentes".
En el campo de los estudios sobre el trabajo; estas líneas abrieron indagaciones sobre la complejidad de las desigualdades; y las relaciones de clase como objeto privilegiado para investigaciones interesadas en poner de relieve la acción de los/as sujetos/as; sus identidades; y sus expresiones de resistencia en espacios rurales (Torres; 1997; Scott; 2000). Sin embargo; no resolvieron el estudio de experiencias diferenciadas que vivencian hombres y mujeres. Según Joan Scott (1999); la clase se torna en estos estudios en la identidad más importante y por ello otras relaciones de poder como las relaciones de género no son abordadas.
Algunas investigaciones sobre trabajo acentúan la subordinación de las mujeres; estableciendo una separación entre producción y re-producción; tomando el ámbito de la producción como una esfera estrictamente mercantil y el ámbito de la reproducción en la esfera doméstica. La aplicación del concepto de género al análisis de la producción apunta a superar esa escisión. Lo que se pretende es destacar que el género opera en ambas esferas y que la reproducción de las desigualdades de género continúa en el ámbito mismo de la producción.
Un primer elemento a tener en cuenta es la división sexual del trabajo que se establece al dividir el ámbito doméstico y no doméstico como esferas separadas asignando a las mujeres el rol de cuidado de los niños y el trabajo en el hogar. El énfasis de una mirada sobre el trabajo asimilada a lo productivo/masculino reflejan concepciones dominantes "sobre la diferenciación sexual del trabajo y la división tradicional de roles: varones productivos (y activos) y mujeres reproductivas (dependientes)" (Mallimaci; 2005: 120). Según dicha autora; serán los estudios feministas los que adviertan sobre la reproducción de dicho binarismo y la comprensión; por ejemplo; de las migraciones como exclusivamente laborales/masculinas sin contemplar las migraciones de mujeres.
Una consecuencia de dicha división es que la ausencia de valor de cambio del trabajo de las mujeres en el ámbito doméstico se asoció a las propias mujeres y tendió a trasladarse a las ocupaciones desempeñadas por ellas en el ámbito de la producción para el mercado. En este sentido nuestras inquietudes giran en torno a problematizar las miradas binarias en las producciones rurales.
La naturalización de los opuestos trabajo productivo/reproductivo pone a las mujeres en peores condiciones para la venta de su fuerza de trabajo en el mercado; dificultando el acceso de
las mismas a los empleos con mejores salarios; estabilidad y posibilidades de ascensos. Tales características han sido observadas en los espacios agrarios (Radonich y Trpin; 2013); visualizándose el papel subordinado de la mujer en el trabajo y el modo en que los estereotipos de género operan en la definición de las calificaciones y de las ocupaciones. En la construcción de las calificaciones sólo se toman en cuenta las cualidades asociadas a lo masculino -como la mayor capacidad de fuerza física-; mientras que las cualidades asociadas a lo femenino se delimitan en atributos naturales como la paciencia o la habilidad para destrezas que implican"delicadeza". Esta situación se evidencia en los modos de inserción y tareas que ocupan las mujeres en los circuitos productivos rurales; agrarios y no agrarios (Bendini y Pescio; 1997; Miralles y Radonich; 2003).
La diferencia salarial; la segregación de los empleos; el papel de los estereotipos de género en la definición de las calificaciones y ocupaciones; la escasa o nula representación de las mujeres en organizaciones gremiales; son algunos elementos que dan cuenta del modo en que el género opera más allá del ámbito privado. Estas variables reflejan cómo se reproducen esquemas diferenciales en la organización de la producción y del espacio social del trabajo para varones y mujeres. Cabe preguntarse qué experiencias vivencian las mujeres en los procesos de producción agrícolas y cómo accedemos a ellas.
Así como no pueden ya unificarse los sentidos que varones y mujeres le otorgan al trabajo ni las condiciones y relaciones laborales en las que los/las se ven involucrados/as; Mariela Pena le suma la advertencia de considerar "las experiencias de las mujeres" en plural; "indica no solamente que no existe la "mujer universal" como contrapartida del imaginario "hombre universal"; sino también la visibilización de lo masculino y lo femenino como categorías construidas e imbricadas con otras también culturales como la raza y la clase social" (2013: 10).
Las escasas investigaciones que abordan el trabajo o las acciones colectivas protagonizadas por mujeres en los espacios rurales dan cuenta de dichas complejidades. En la Argentina constituyen una referencia los trabajos de Norma Giarraca (2001) y de Karina Bidaseca (2007) sobre el Movimiento de Mujeres en Lucha consolidado en la década de 1990 y de Vanesa Vazquez Laba sobre mujeres insertas en la producción tabacalera en la provincia de Jujuy y la citrícola en Tucumán (2008); mientras que Cynthia Pizarro analiza el trabajo hortícola en Córdoba (2001). En el Grupo de Estudios Sociales Agrarios (GESA) se han realizado investigaciones sobre el empleo de mujeres en la clasificación y empaque de fruta y su presencia en la organización sindical y sobre las migrantes chilenas en las chacras frutícolas (Bendini y Bonaccorsi; 1997; Miralles; 2004; Radonich y Trpin; 2013).
Asimismo; Bidaseca4 (2010) profundizó investigaciones desde una perspectiva de género en clave poscolonial; en las cuales aporta a impedir la disolución de la memoria de los "pasados subalternos"; la crítica poscolonial busca en la Historia la fabricación de narrativas (Chakrabarty; 1998). Reconsidera la historia desde otro lugar; desde el lugar de los colonizados; y así intenta recuperar las "voces bajas" (Guha; 2002) de la historia. Introduce algunos textos desde la perspectiva del feminismo desde las márgenes; herramienta que permite escuchar las"voces bajas" de mujeres atravesadas por relaciones de poder y de desigualdad étnica (campesinas; indígenas; migrantes).
En México y Brasil se destacan estudios sobre organizaciones de mujeres campesinas e indígenas que ponen en el debate las luchas por la tierra y las identidades y las disputas en torno a la representación política; hegemonizada por los varones; politizando temas que hasta entonces eran considerados exclusivos de la esfera privada. Las relaciones de poder sustentadas en el seno de las propias organizaciones o movimientos sociales fueron motivo de tensiones y
demandas por parte de mujeres que al cuestionar identidades presentadas como fijas y naturales subvierte un orden desigual (Stephen; 1996; Espinoza; 2010).
El trabajo de las mujeres; y sobre todo el trabajo rural ha sido uno de los grandes ausentes en los enfoques y teorías que abordan las temáticas de trabajo. El trabajo femenino; ha sido construido como un ‘aporte/ayuda/contribución’ al trabajo masculino; lo que da cuenta; de aquellas relaciones de poder y de desigualdad; en las que muchas veces los hombres se sienten habilitados a poner en consideración la funcionalidad y a valorar el trabajo de las mujeres (Heredia; 2003). Es evidente la posición subordinada que tiene el trabajo femenino; y sobre todo; el trabajo rural femenino (Moraes y Medeiros de Melo; 2012; Pizarro; 2013; Moraes Silva y Medeiros; 2012; Moraes Silva et all. 2014) en vinculación con pertenencias étnicas y campesinas.
Las investigaciones mencionadas anteriormente comparten el trabajo de campo intensivo y la realización de entrevistas y observaciones de modo de describir y analizar las diversas experiencias de mujeres trabajadoras. Dichos estudios nos permiten pensar en términos de"interseccionalidades"; en tanto "sistema complejo de estructuras de opresión que son múltiples y simultáneas" (Crenshaw; 1991: 359). Este abordaje ayuda a visualizar de qué manera convergen distintos tipos de discriminación (Anthias; 2006); insistiendo en que "las estructuras de clase; racismo; género y sexualidad no pueden tratarse como «variables independientes» porque la opresión de cada una está inscrita en las otras —es constituida por y es constitutiva de la otras-" (Brah; 2004: 138).
Para Franklin Gil Hernández (2011); la interseccionalidad es un modelo de análisis de las diferencias sociales; permite comprender las relaciones de poder determinadas por posiciones que se cruzan y encuentran; como ser indígena; ser mujer y ser lesbiana. Las relaciones que se establecen entre diferentes categorías como clase; raza; género; sexualidad; entre otras no son siempre las mismas y hay diferentes formas de entenderlas. Puede tratarse de una doble o múltiple discriminación; de un efecto acumulativo -la suma de las diferentes discriminaciones posicionan al/ a la sujeto/a en mayor desigualdad-; o bien; puede ser que la sexualidad; género o sexo sean abordadas como metáforas raciales; donde la raza se construye como base en la diferencia sexual; así quienes manifiestan una sexualidad disidente son tomadas/os como inferiores; subordinados; poco racionales; genéticamente corrompido. Estas relaciones no operan en todos los sujetos ni en todos los momentos de la misma manera.
Por ello; consideramos que en el quehacer investigativo en temáticas vinculadas al trabajo rural; es necesario comenzar a abordar la realidad en su complejidad y comprender a los sujetos y a las sujetas desde todas las categorías que las atraviesan; interceptan y definen. Identificar las relaciones de desigualdad que se dan por múltiples opresiones o discriminaciones colabora en pensar en salidas integrales y a evitar; que nuestra intervención; pueda profundizar alguna de ellas.

3. Segundo desafío: reconocer la presencia de mujeres "ellas" y mujeres "nosotras" en los espacios productivos

Este desafío está inspirado en el trabajo de Blazquez Graf (2010) donde nos interrogamos ¿cómo desde el trabajo de campo podemos desafiar la reproducción de los esquemas y prejuicios sociales de género y expresar otros modos de comprender la complejidad de las categorías clase; género y pertenencia étnica?
Desde lo metodológico dicha inquietud se vincula a lo que Harding (2007) señala como las centrales contribuciones de las investigaciones feministas: "la incorporación de la experiencia de las mujeres como nuevo recurso empírico y teórico; el propósito novedoso para las ciencias sociales de estar a favor de las mujeres; y el nuevo objetivo de situar a la investigadora en el mismo plano crítico que el objeto explícito de estudio" (Pena; 2013:4); lo cual no define necesariamente el desarrollo de una metodología feminista sino la resignificación de las herramientas disponibles.
A partir de estas indagaciones resaltamos algunas experiencias de trabajo de campo en espacios rurales que permiten adentrarnos en el desafío de reflexividad; el cual nos ubica en una crítica a nuestro quehacer en la investigación:
Mujeres en la fruticultura
El Alto Valle de Río Negro; localizado en el norte de la Patagonia5; se ha caracterizado desde comienzos del siglo XX por ser una zona productiva destinada a la fruticultura. Esta actividad se basó históricamente en los pequeños productores que junto a su familia; absorbieron la puesta en producción y mantenimiento de las diferentes tareas rurales. Sin embargo; la época de cosecha de peras y manzanas no pudo sostenerse con la mano de obra familiar y la contratación de trabajadores temporarios fue una tendencia que se consolidó junto al proceso de expansión de la fruticultura; hacia mediados del siglo XX.
En la zona estudiada; la mano de obra temporal se caracterizó por la presencia de hombres que se movilizaban desde Chile solos o con su grupo familiar para la cosecha de fruta; y por el paulatino asentamiento en áreas rurales del Alto Valle; principalmente desde la segunda mitad del siglo XX; en vistas de las posibilidades laborales que otorgaba la fruticultura tanto para los hombres como para las mujeres.
Desde mediados de la década de 1960; en plena expansión productiva; fue la recolección de frutas –dada su estacionalidad-; la tarea que ofreció a las mujeres la oportunidad de acceder a un ingreso.
Las trabajadoras entrevistadas a lo largo de más de 5 años recuerdan la cosecha como el momento decisivo; que permitió conocer el Alto Valle e insertarse en un mercado de trabajo en el que las posibilidades de sostener diferentes tareas durante el año; garantizó parte de la reproducción familiar. Las mujeres recuerdan dos tareas que implicaban esfuerzo físico: la poda y la cosecha; con un énfasis en el desafío de "aguantar" el peso del trabajo; así como en los problemas que les ocasionaba trabajar y estar pendientes del cuidado de los/as hijos/as pequeños/as que las acompañaban a las chacras. A la sobre exigencia física se sumaba "estar en negro"; situación que las destinaba a una condición de vulnerabilidad respecto a los varones."En negro/lo negro" como negatividad; exalta esa representación de explotación sin derechos en la que se asumió el empleo en los espacios rurales por ser mujeres y migrantes. Si bien en los recuerdos "aguantar" la pesadez del trabajo garantiza permanecer en el puesto; en la producción frutícola se considera que las mujeres han realizado históricamente tareas "más livianas" o de menor calificación y valoración. El trabajo señalado como "más liviano" consiste en la recolección de fruta del suelo; involucra moverse entre los frutales con bolsas de nylon y agachadas; mientras los hombres transportan las altas escaleras y cargan las mochilas recolectoras sobre los hombros y delante del pecho para cosechar la fruta de los árboles. Las posiciones de los cuerpos de hombres y mujeres circulan por las chacras con diferente postura: mientras ellas con sus espaldas curvas zigzaguean entre planta y planta buscando en silencio las manzanas y peras caídas -generalmente estropeadas; marcadas por los insectos y podridas-; ellos; en una postura elevada sobre las altas escaleras recogen la fruta de tamaño; color y calidad suficientes para ser transportada luego para los galpones de empaque. Desde ese lugar en altura observan la tarea no reconocida e invisible de sus compañeras de trabajo que recuperan la fruta de menor valor; aquella cuyo destino no será la exportación en fresco sino la industria. Tareas desiguales para destinos de diferente valoración. Aún como parte de esta división del trabajo en las chacras; en la que las mujeres realizan tareas consideradas livianas; ellas recuerdan el desgaste y el cansancio; las horas interminables de trabajo "pesado".
El acceso a los relatos de las mujeres entrevistadas debió sortear la limitada legitimidad de sus experiencias; por no ser reconocidas como autorizadas para hablar sobre el trabajo rural por agentes del estado; por propietarios de predios productivos o por técnicos; todos puestos ocupados por varones y que constituyen en las producciones agrarias el primer eslabón en la cadena de informantes considerados "claves".
La tendencia de no formalización del trabajo de las mujeres rurales las descartaba como referentes a entrevistar ante investigadoras interesadas por el trabajo en las chacras. Los iniciales contactos con agentes del estado o con propietarios de los predios productivos
habilitaban la entrada en las chacras y la direccionalidad de las entrevistas: "Juan; David o Roque van a poder hablarte de las tareas del año". Incluso ante una mujer investigadora los referentes consideraban "peligrosa" su circulación solitaria por las chacras; dada "la presencia de muchos hombres". La insistencia de doble control sobre la investigadora: a quiénes entrevistar y cómo llegar a las informantes mujeres; denotaba las prácticas patriarcales de observar a una mujer sola en las chacras como un acto de sospecha o de "desorden" ante espacios masculinizados.
A lo largo de estas iniciales investigaciones sobre trabajo rural surgían dos desafíos a desnaturalizar: los hombres no habilitan las palabras de las mujeres presentes en la fruticultura; incluso sospechaban de quien trataba de recuperarlas. En este juego de posiciones fue necesario proyectar el acceso a las mujeres desde otros canales: la escuela fue uno de ellos. Allí las mujeres dejaban a sus hijos e hijas y participaban de diferentes actividades como el comedor escolar; la limpieza o las reuniones informativas. Allí estaban; arregladas para los eventos y dispuestas a dialogar con una mujer/investigadora calificada como "maestra". De este modo conocimos sus vidas; luego las casas; las chacras en las que trabajaban; a sus maridos; ya no desde intermediarios; sino dialogando en la cotidianeidad de sus quehaceres domésticos o mientras trabajaban. Ser mujer se transformaba en un recurso de acceso privilegiado aún desde las inquietudes que expresaban las informantes sobre las ausencias de la investigadora de su casa para realizar las entrevistas; la crianza de hijas en la ciudad; los compromisos laborales por ser "escritora de libros".
Este acceso privilegiado a sus historias no fue inicialmente deconstruido en términos de género y la relación con la clase; recuperando las indagaciones de las vidas de las mujeres sólo en sus experiencias como trabajadoras y migrantes. Un campo de interrogantes sobre las diversas opresiones que involucraban sus vidas en términos de género no eran escritas; no eran miradas; no eran problematizadas a pesar de acceder a sus voces. Mayores cruces teóricos e interpelaciones en el trabajo de campo serían necesarios para avanzar en las interseccionalidades y considerar el cuerpo de estas mujeres como una superficie en la cual se plasmaron los efectos del trabajo. Los tiempos y las actividades en sus días eran diferentes a las de los varones; así como los espacios habilitados para circular: la reconstrucción de una cartografía de su cotidianeidad constituye un desafío para observar las temporalidades y espacialidades diferenciales; además de los padecimientos y marcas corporales del trabajo.
Hombres y mujeres en la forestación en territorios fronterizos
La presencia de hombres y mujeres en el campo; territorio cordillerano de la provincia de Neuquén6; también se hace presente en un conjunto de actividades que responden a diversos mercados de trabajo vinculados a la tierra. En la zona de frontera; la actividad ganadera extensiva cobra relevancia en tanto principal actividad como sustento para consumo y reproducción social de las familias rurales: campesinas e indígenas. En las últimas décadas tiene importancia la actividad forestal; en territorios indígenas (mapuche); privados y fiscales.
Del trabajo de campo se puede distinguir el lugar de relevancia que comenzaron a adquirir integrantes de comunidades mapuche en el mercado de trabajo y en la decisión de destinar parte de su tierra a la plantación de pinos para forestación. Desde aquí; lejos de pensar en poblaciones indígenas estáticas que interactúan con población "no mapuche"; la circulación laboral protagonizada por la población indígena cobró importancia en términos cualitativos; donde predominan una heterogeneidad de posibilidades laborales enlazadas a apuestas estatales provinciales. No obstante; de manera "subterránea"; se pueden reconocer algunos ejemplos y desafíos en la apuesta del trabajo de campo desarrollado por mujeres en espacios rurales"masculinizados" y "etnizados" donde circulan condiciones cruzadas por el género.
Un primer aspecto a destacar se vincula a cómo el mercado de trabajo forestal se consolida con mano de obra indígena; tal como observa Karasik en otra región argentina "ese proceso se apoyó en sus comienzos en la incorporación de mano de obra aborigen ligada a formas de vida en parte mercantiles; delineando mercados de trabajo con rasgos que pueden caracterizarse como étnicamente tipificados" (2013: 232). De esta manera; la presencia de
población indígena como mano de obra refleja la funcionalidad de mercados de trabajo marcados por la precariedad de las condiciones de cada sector: la población indígena se visibiliza en algunos empleos marcada por la historia de despojo territorial" (Trpin y Rodríguez; 2014: 25-26).
Un segundo aspecto refiere al cruce entre las pertenencias étnicas y el género; cuando los lentes de género develan las diferencias entre los tipos de trabajo en el mercado forestal; haciendo uso en el caso de los hombres de su "fortaleza" para las tareas al aire libre y que requieren de esfuerzos con el cuerpo. De esta manera; son asignadas a las mujeres tareas vinculadas a un "mayor cuidado"; por ejemplo la siembra de semillas y elaboración de plantines en vivero. Una trabajadora expresa:

"es un trabajo que te lleva 15 días o 20 días. Una vez lo hicimos en dos días; porque es un trabajo muy duro te jode mucho la cintura y la cabeza cuando estás mucho rato agachada; así que entre más rápido lo haces mejor. Es muy incómodo para sembrar; te pones de rodilla; te levantas; y el cuerpo lo siente" (Registro de trabajo de campo; marzo 2014).

La limpieza y clasificación de semillas son tareas llevadas adelante por las mujeres empleadas en el vivero. El tema de las semillas dentro de ese espacio es un asunto exclusivo de las mujeres; apelando a su supuesta "paciencia" y "prolijidad". Las mujeres han aprendido a separar las semillas y han exigido a sus jefes algunas herramientas que ayudan a esta tarea. Aunque también se ocupan gran parte del año en la germinación de la araucaria7 con la plantación de piñones8.
Según expresan las mujeres del vivero provincial este es uno de los trabajos más sacrificados; porque requiere de una concentración de varias horas donde fijar la vista y además de una posición inclinada que genera problemas en la espalda.

"Esto es mucho trabajo; nosotras tenemos que sacarle toda la hoja; pasarle colador; limpiar la semilla; nos hemos arreglado con cosas simples; natural; a veces uno necesita un pedazo para hacer la zaranda que no hay; eso no lo han tomado en cuenta los jefes de provincia (...). Todo lo que nosotros hemos limpiado ha sido más manual. Hay semillas del año pasado; todo el trabajo es nuestro; cuando hay cosecha nos toca esta tareas" (Registro de trabajo de campo; agosto 2014).

Un tercer aspecto; se vincula a las relaciones que entablamos como mujeres investigadoras en el trabajo de campo con mujeres indígenas. El desafío consiste en no reproducir lo que Bidaseca (2010) señala como "retórica salvacionista"; es decir; prácticas de un feminismo hegemónico-occidental que no se ajustan a las visiones y experiencias de mujeres indígenas y rurales asalariadas. En este sentido Bidaseca advierte que "asumiendo la postura universalista de que nos une la experiencia común del "Patriarcado"; se dejan de observar y analizar las diferencias y la diversidad de las mujeres" (Ibíd.: 3).
La experiencia en el trabajo de campo dio cuenta de dejarnos interpelar por voces "otras" femeninas; que construyen distintas representaciones sobre el trabajo y el vínculo con el territorio. Por ejemplo el concepto de territorio excede un valor monetario y de cambio como lo es la tierra. El territorio engendra la vida de los integrantes de la comunidad; de manera armónica con los animales y la vegetación y se vincula con las palabras historia; conocimiento de los mayores y pehuén. De esta manera; mientas que para la visión etnocéntrica del mundo occidental la tierra es un medio de producción y como tal puede participar en el mercado como una mercancía; desde el punto de vista mapuche la tierra es concebida como territorio y totalidad del ser mapuche.
La hegemonía de relatos masculinizados; generalmente en lugares centrales en el mercado de trabajo forestal; evidenció ausencias de otros relatos y construcciones que se ponen en juego en las relaciones sociales y transformaciones en el espacio rural. Si bien existe una
cantidad de "barreras a sortear" para llegar a los relatos sobre las tareas que realizan las mujeres; es una decisión metodológica incorporar el género en nuestras investigaciones; como categoría teórica y a la vez empírica.

Hombres y mujeres hortícolas en el Valle Medio
Las decisiones a las que nos referimos anteriormente no surgen de manera espontánea; sino que comienzan a ser necesarias cuando el campo nos muestra sujetos; sujetas; procesos; espacios; formas que nos llaman la atención porque no podemos abordarlos/as desde los conocimientos provistos por nuestras formaciones disciplinares.
El tercer espacio abordado es el Valle Medio de Río Negro9; el cual es una región que coincide con parte de la cuenca media del río homónimo y que a diferencia de la especialización productiva y comercial del Alto Valle; se caracteriza por un alto grado de diversificación. Si bien su estructura productiva ya estuvo dinamizada por trabajadores migrantes; dicha región se caracteriza desde las últimas décadas del siglo XX; por la llegada de migrantes; principalmente; de origen boliviano que se dedican a la actividad hortícola.
Actualmente; esta zona ha desarrollado una expansión hortícola sin precedentes; y concentra en la actualidad el 48% de la superficie de la provincia destinada a la producción de hortalizas; destacándose el cultivo de tomate para industria; el de cebolla para el mercado interno y para la exportación y el de verduras para consumo en fresco destinada a mercados regionales y ferias locales.
De forma similar a lo que sucede en otros cinturones verdes del país; los sistemas hortícolas en el Valle Medio son gestionados y están hegemonizados en su mayoría por familias de nacionalidad boliviana. De esta manera; la horticultura se convierte en una posibilidad para los migrantes; formando; en palabras de Herrera Lima (2005); un nicho laboral "destinado" a migrantes.
El trabajo hortícola en la chacra es intenso y se constituye de diversas tareas que van desde la preparación del suelo; hacer los bordos; plantar las semillas o plantines; regar y carpir la tierra en determinados momentos; hasta la cosecha. Son tareas que requieren mucho esfuerzo físico y que implican cuerpos inclinados; cubiertos para protegerse del sol y manos en la tierra. En la chacra; los hombres y las mujeres bolivianas ocupan distintos lugares. Las mujeres bolivianas se hacen cargo de las producciones destinadas al consumo en fresco; es decir; a la producción de frutas y hortalizas que se destinan al consumo familiar y a la venta en ferias; actividad que suele realizarse en extensiones de no más de 5has y en la que ellas pueden trabajar con ayuda de sus hijos/as.
Los hombres; en cambio; son los encargados de las producciones a gran escala; destinadas al mercado o a la exportación; así como también de entablar los vínculos contractuales con las agroindustrias tomateras. Esta actividad; implica que el productor boliviano se conecte con actores del sector público o privado; convirtiéndose así en la cara visible de estas grandes producciones. En este sentido; la chacra es un espacio que se estructura en función del género; siendo en este caso; la escala de producción uno de los elementos que permiten definir/delimitar cuál es el espacio y las actividades que le "corresponden" a los hombres y a las mujeres. Fragmentos de entrevistas realizadas a productores bolivianos del Valle Medio dan cuenta de estos procesos; por ejemplo cuando Lisandro se refiere a la huerta de Mica –su esposa- diciendo "ella tiene sus flores ahí" cuando en realidad se refiere a la huerta; o cuando David nos contó que mientras el "ponía" tomate para una empresa; su mujer; Gregoria se encargaba de la "chacrita".
Las ferias municipales; son una alternativa de venta directa que se replica en diferentes municipios de Valle Medio: mientras que en Lamarque y Luis Beltrán las ferias se realizan el día sábado; a la mañana y a la tarde respectivamente; en Choele Choel son los domingos; lo que le permite a las productoras circular por ellas vendiendo sus verduras. Particularmente en Lamarque las mujeres tienen un gran protagonismo; se ubican en la plaza del centro; frente al municipio; y una vez armado el stand (tarea realizada por los maridos o los hijos varones);
arman y conectan la balanza electrónica; se colocan el delantal; los guantes y la cofia que cubre su cabello disponiéndose a atender al público. La feria visibiliza a estas productoras; generando la imagen de un espacio dominado por ellas.
Sin embargo; al interior de la feria hay espacios que nos les pertenecen. Por ejemplo; en Lamarque; mientras se desarrolla la feria con las mujeres y sus hijas en los puestos de venta; los hombres participan junto con la coordinadora municipal de una reunión en la que se discuten; organizan y deciden cuestiones vinculadas a la actividad. Esa reunión es un espacio de negociación y decisión importante para los/as productores/as ya que allí se organiza el abastecimiento y distribución de productos hortícolas; qué volumen se requiere y quién puede proveerlo.
La feria; al igual que la chacra es un espacio estructurado por el género. De esta manera; el ser mujer/hija/productora o ser hombre/hijo/productor define el lugar que se ocupa dentro de ella; el lugar del que se apropia cada uno/a de ellos/as.
Así; surge en los análisis la necesidad de incorporar una variable que permita comprender cómo se configuran estos espacios. La Geografía ha planteado que el espacio es una construcción social; incorporando la técnica; el trabajo y el tiempo como variables estructuradoras de esa construcción. Pero esa sociedad no es neutra; ni homogénea y mucho menos asexuada (Sabaté Martinez y otras; 1995). El género es una de esas variables que también forman parte de la construcción espacial; ya que los hombres y las mujeres valoran; acceden; se apropian y construyen los espacios de formas diferentes.
En este sentido; encontrar estas desigualdades en el campo implica una revisión al interior de la formación disciplinar: ¿Cómo desnaturalizar los presupuestos acerca del uso igualitario de los espacios? ¿Cómo superar lo discursivo mostrando con cuerpos; con caras; con nombres ese desigual acceso al espacio o esa desigualdad en la construcción del mismo? Estos son algunos de los interrogantes que nos planteamos en la práctica investigativa y que al generar incertidumbres; nos desestructuran y permiten la reflexión.

4. Reflexiones finales

Es preciso empezar a pensar desde dónde estamos hablando en nuestras investigaciones; para realizar aportes que contribuyan a abordar los estudios del trabajo rural; atendiendo las diferentes desigualdades que construyen sus subjetividades y atraviesan los cuerpos. Cuando se trabaja desde la perspectiva de los/las sujetos/as; anclados en su condición de clase; tenemos el desafío de pensarnos con una mirada geopolíticamente situada; desde el lugar de las múltiples opresiones que han trazado a esos/as sujetos/as; en términos étnicos y de género. Es por ello que; como sujetas que construimos conocimiento desde la universidad; con las implicancias que eso tiene como institución estatal; planteamos la permanente revisión teórica en diálogo con el trabajo de campo como uno de los desafíos centrales de nuestras investigaciones.
Por otro lado; resulta provocador un interrogante que plantea Segato (2010) ¿cómo el camino decolonial me alcanzó en mis prácticas disciplinares; académicas? La autora se contesta: progresivamente haciéndome usar la caja de herramientas de mi formación de una forma invertida; o sea; de una forma que la autora define como una "antropología por demanda"; que produce conocimiento y reflexión como respuesta a las preguntas que le son colocadas por quienes de otra forma serían; en una perspectiva clásica; sus "objetos" de observación y estudio; primero de una forma inadvertida; y después teorizada (Segato; 2006). Consideramos que el trabajo de revisión disciplinar no se agota en "invertir la caja de herramientas" sino también en incorporar otras miradas y aportes disciplinares e "invertir" las apuestas metodológicas.
En otras palabras; hemos considerado significativo dar cuenta de ciertos desafíos que nos involucran en el campo para ampliar nuestras opciones teóricas y metodológicas; considerando que la propia reflexividad "al contrastarse con la de los sujetos que estudia; se resignifica y encuentra un nuevo lugar" (Guber; 2005: 87). De este modo los estudios realizados involucran una reflexión teórica-empírica que nos ubica como investigadoras en el seno de relaciones con los y las informantes; las cuales interpelan los supuestos que llevamos y nuestra propia presencia como mujeres en el campo. Nuestra circulación en los predios productivos rurales portan marcas de género; nuestros cuerpos no circulan asexuados; tampoco sin identidades
étnicas; nacionales y de clase; aún desde nuestra preocupación por invisibilizarnos/"masculinizarnos" en ciertas ocasiones; ante espacios hegemonizados por varones trabajadores; varones agentes del estado; varones productores o empresarios. Problematizar las marcas que portamos consideramos que contribuye a mirarnos una y otra vez; intercambiar; descartar o incluir "lentes otras" para producir conocimiento que dé cuenta de las relaciones sociales que entablamos con los y las informantes. De este modo la reflexividad como enfoque relacional nos ubica en la permanente conjunción entre los desafíos teóricos; las prácticas de trabajo de campo y las decisiones e interpelaciones que experimentamos ante mujeres y varones en el espacio rural.

Notas

2 Las reflexiones que se encuentran en esta ponencia surgieron en los trabajos de campo y reuniones de trabajo que se realizaron en el marco de proyectos de investigación dependientes del Grupo de Estudios Sociales Agrarios, FADECs- UNCo.

3 María José Magliano (2009-2010) plantea que la incorporación de las perspectivas de género tuvo dos aspectos sumamente significativos, dos momentos: uno de deconstrucción y otro de reconstrucción del conocimiento. El primero consiste en la desconstrucción del conocimiento occidental androcéntrico que permitió rescatar a actores que habían estado silenciados y también reconocer el papel de lo femenino, de lo doméstico y lo cotidiano en los procesos de transformación histórica. Por otro lado, se da una reconstrucción del conocimiento en las ciencias sociales permitido por la incorporación de parámetros sensibles al género, lo que lleva a generar propuestas epistemológicas que ponen en tensión el paradigma positivista, objetivo, racional y neutral que había caracterizado a los estudios sociales.

4 El debate "eurocéntrico" entre los feminismos se construyó a partir de la mirada sobre las experiencias de las mujeres europeas, blancas y de clase media, marginando las realidades diferentes de ciertas mujeres como las campesinas latinoamericanas en su posición de doble subalternidad: la dominación patriarcal que les dificulta y/o impide lograr un locus de enunciación, y su entrañable vínculo con la naturaleza (la Pachamama, la madre-tierra; naturaleza como salvaje, asociada al carácter "emocional" de las mujeres vs. la cultura, la "racionalidad" masculina) que refuerza la esencialización entendida como mecanismo de opresión (Bidaseca, Vazquez Laba y Mariotti, 2006).

5 Alto Valle se denomina así al valle superior del Río Negro, es el área tradicional de la fruticultura del norte de la Patagonia, diferenciándose de las nuevas áreas de expansión de la actividad: Valle Medio en la provincia de Río Negro y la zona de El Chañar en la provincia de Neuquén.

6 El estudio se desarrolla en el Departamento Aluminé, localizado en el suroeste de la provincia de Neuquén y en la frontera con Chile.

7 Árbol conífero, nativo de la zona, que puede alcanzar hasta 50 m de altura, de hojas rígidas y verdes, flores poco visibles y fruto con una almendra dulce muy alimenticia. Pehuen según denominación mapuche.

8 Fruto y semillas de la araucaria. Las semillas o piñones son grandes, ricas en aceites y carbohidratos, y sirven de alimento humano.

9 Esta zona productiva está constituida en el área denominada Valle Medio, localizada en la cuenca media del río Negro, en el departamento Avellaneda, provincia de Río Negro.

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Recibido: 11.12.15
Revisión editorial: 07.05.16
Aprobado: 08.08.16

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