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Trabajo y sociedad

versión On-line ISSN 1514-6871

Trab. soc.  no.29 Santiago del Estero jun. 2017

 

PROFESIONES, OFICIOS Y MODOS DE VIDA

Mujeres invisibles. Políticas del ocultamiento entre mujeres que hacen comercio sexual 

Invisible Women. Politics of secrecy among women who perform commercial sex 

Mulheres invisíveis. Política do segredo entre as mulheres que fazem sexo  comercial 

 

Santiago Morcillo* 

* Doctor en Ciencias sociales. (CONICET-IISE-UNSJ-UBA) Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas; Instituto de Investigaciones Socioeconómicas, Universidad Nacional de San Juan, Universidad de Buenos Aires. Correo: santiagomorcillo@gmail.com

 


RESUMEN

En este artículo exploro las implicancias políticas de las prácticas de desdoblamiento y ocultamiento que llevan a cabo mujeres dedicadas al comercio sexual a fin de mantener en secreto su inserción en la “prostitución”. Para ello me baso en el análisis de observaciones y entrevistas con mujeres que hacen comercio sexual bajo diferentes modalidades y en tres ciudades: Buenos Aires, San Juan y Rosario. Ello me permite conocer las diferentes tácticas que las mujeres emplean para manejar la información y las formas de eludir o enfrentar su estigmatización.
Aquí propongo una lectura política de los efectos de dichas tácticas, tanto a nivel de las construcciones simbólicas que estas habilitan o impiden como en relación con los procesos de organización y politización de estas mujeres. De esta forma busco dejar abiertas algunas preguntas que surgen de la reflexión sobre las posibilidades y los riesgos de los secretos/ procesos de visibilización para diversos sujetos estigmatizados y en distintos contextos socioculturales.

Palabras clave: Prostitución; Visibilización; Estigma; Ocultamiento; Secreto

ABSTRACT

In this article I explore the political implications of the practice of splitting and hiding performed by women engaged in commercial sex in order to keep secret its insertion in the "prostitution". For this I rely on the analysis of observation and interviews with women who perform commercial sex under different modalities and in three cities: Buenos Aires, San Juan and Rosario. This allowed me to learn about different tactics women use to manage information and ways to avoid or confront stigmatization.
Here I propose a political reading of the effects of these tactics, both at the symbolic constructions they enable or hinder and in relation to the processes of organization and politicization of these women. Thus I seek to pose some questions arising from reflection on the possibilities and risks of secret / visibility process for various stigmatized subjects and in different cultural contexts.

Keywords: Prostitution; Visibility; Stigma; Hiding; Secreto

RESUMO

Neste artigo eu exploro as implicações políticas da prática de desdobramiento e ocultamento que fazem as mulheres envolvidas em sexo comercial, a fim de manter em segredo sua inserção na "prostituição". Para isso análiso as observaciones e entrevistas com mulheres que fazem sexo comercial sob diferentes modalidades em três cidades: Buenos Aires, San Juan e Rosario. Isso me permitiu aprender sobre as diferentes táticas que as mulheres usam para gerenciar informações e formas de evitar ou enfrentar a estigmatização.
Aqui, apresento uma leitura política dos efeitos dessas táticas, tanto nas construções simbólicas que permitem ou dificultam como em relação aos processos de organização e politização destas mulheres. Assim eu procuro deixar abertas algumas questões que emergem da reflexão sobre as possibilidades e os riscos da visibilidade / segredo para vários sujeitos estigmatizados em diferentes contextos culturais.

Palavras-chave: Prostituição; Visibilidade; Estigma; Esconderijo; Segredo

Licencia Creative Common: https://creativecommons.org/licenses/by/4.0/legalcode


 

SUMARIO

1.Introducción. 2. Secreto, estigma (y política). 3. Contextos y metodología. 4. Desdoblarse construirse un doble. 5. Políticas del secreto, capturas y rupturas. 6. “Que se entere el mundo”. 7. Pueblo chico… La visibilidad como panóptico. 8. Reflexiones finales 9.Bibliografía.

*****

1. Introducción1

En la última década se han dado en Argentina una serie de transformaciones legales, políticas y culturales que han habilitado, de la mano de la ampliación de derechos, procesos de visibilización de buena parte de la población usualmente aludida como LGBTI o del arco de la “diversidad sexual”. Sin embargo las formas de visibilización más masiva que han desplegado estos colectivos en los últimos años, no parecen replicarse (¿aún?) en el caso de las mujeres que hacen comercio sexual. Salvo para las relativamente pocas que optan por militar públicamente por los derechos de las trabajadoras sexuales, o las que se retiran de la actividad (y entonces su visibilización bajo la figura de víctima o “sobreviviente” se hace más viable dada su mayor legitimidad), buena parte de estas mujeres optar por mantener su vinculación en el mercado sexual en secreto y separada del resto de sus vidas cotidianas.
A diferencia de otros sectores laborales, solo desde mediados de la década de 1970 han comenzado en diversos lugares del globo procesos de organización política de las mujeres que hacen comercio sexual. A pesar de su rápida expansión internacional, estos han estado atravesados por complejidades y rodados de conflictos. Una primera fase ha sido el pasaje de las protestas de prostitutas, más o menos inorgánicas, a organizar grupos de presión y luego sindicatos (ver las críticas de Gall, 2007, 2016; Mathieu, 2001; Mathieu, 2003; Phoenix, 2017). Algunas autoras señalan que el movimiento de trabajadoras sexuales, pese a ser ignorado muchas veces en los debates feministas sobre prostitución, viene creciendo y fortaleciéndose en las ultimas décadas (Kingston, Sanders y Hardy, 2010). Aun así, a nivel global todas las actividades vinculadas al mercado del sexo reflejan un bajo grado de organización colectiva entre las/os trabajadoras/es sexuales (sea que se identifiquen así o de otras formas). Según Gall (2007), esta particularidad del mercado del sexo se suma a la baja tasa de sindicalización en el sector servicios en general y en las ocupaciones donde hay mayoría de mujeres y/o de grupos racializados. Otros señalan la falta de experiencia en la organización política y las rivalidades entre las propias prostitutas (Mathieu, 2001, 2003) o la sobrecarga de trabajo la crianza de los/as hijos/as y las tareas domésticas, los bajos niveles educativos y una serie de problemas socioeconómicos asociados –especialmente entre quienes hacen comercio sexual callejero- (Hardy,
2010). Más allá de estos puntos, todos los estudios coinciden en señalar que uno de los principales obstáculos para la organización es la profunda y arraigada estigmatización que sufre este grupo (además de los textos citados arriba, Aravena, et al., 2016; Gaspar, 1985; Justo von Lurzer, 2004; Kong, 2006; Lamas, 1996; Morcillo, 2013, 2014, 2015; Olivar, 2013; Pheterson, 1989; Piscitelli, 2006, entre otros). El “estigma de puta” se cierne como forma de control sobre la sexualidad de todas las mujeres trazando divisiones jerarquizadas entre “putas y santas” (Juliano, 2002, 2003; Pheterson, 2000). Si bien algo de estas divisiones parece ceder entre las nuevas generaciones de mujeres que tienen otras concepciones sobre sexualidad, la estigmatización y marginación hacia las que hacen comercio sexual ha mostrado ser persistente.
Una escena puede resultar ilustrativa respecto de las complejidades de la organización y la visibilidad entre las que hacen comercio sexual. En una reunión pública a mediados de los 90, de la mano con la lucha contra el VIH, y cuando las prostitutas comenzaban a intentar organizarse en México, la forma de lograr su participación fue disponiendo una cabina con un micrófono desde donde ellas podían hablar, pero sin ser vistas (Lamas, 1996). Estos eventos, así como las movilizaciones usando máscaras a las que referiré más adelante, abren un interrogante ¿Cuáles son las políticas de la visibilidad que pueden desplegar las mujeres que hacen comercio sexual? Para comenzar a responder resulta clave conocer primero con qué tácticas lidian ellas con el estigma. A partir de describir estas tácticas, espacialmente lo que llamo “desdoblamiento”, haré una lectura política del uso del secreto a fin de volver a pensar los procesos de organización y visibilización de las mujeres que hacen comercio sexual. En este artículo sostengo que esta forma de manejar la información pone de relieve, además de las experiencias de estas mujeres, los rasgos sociales que muestran, en silencio, su subalternidad.

2. Secreto, estigma y política

Para la gran mayoría de las prostitutas la forma más común de lidiar con el estigma es mantener en secreto su inserción en el mercado sexual. Por supuesto este secreto está expuesto a vulnerabilidades en las distintas coyunturas. En otro artículo he considerado el funcionamiento del secreto en relación a los vínculos familiares y afectivos de las prostitutas (Morcillo, 2017). Ahora me interesa pensar este uso del secreto –y la táctica del desdoblamiento- en relación a sus posibilidades y limitaciones en términos políticos.
A principios del siglo pasado Simmel (1906) analizó el papel del secreto en el marcote cierta preocupación por el anonimato y la posibilidad de ocultar informaciones que venían aparejadas a la modernidad. El ideal de la transparencia aparecía estrechamente ligado a la democracia. De entonces a esta parte las posibilidades de circulación de la información han transformado radicalmente las fronteras entre lo público y lo privado generando la impresión –también preocupante- de que todo se hace público (Bauman, 2011).
Conceptualmente un secreto implica una relación negativa y una separación entre quien tiene una información y de quién se oculta, su “destinatario”. Esto produce la acumulación de una tensión que pugna por emerger, proceso que puede darse de tres formas: la brusca revelación, la paulatina secreción y/o una comunicación voluntaria2. Sin embargo, intento aquí no leer este esquema desde una mirada iluminista sobre el secreto (la transparencia como positiva y el ocultamiento como negativo), sino buscando pensar al secreto como un tipo de manejo o distribución de la visibilidad entre otros (Birchall, 2016). En este sentido, desde una perspectiva feminista algunas autoras han señalado que trazar una equivalencia directa entre voz y agencia o entre silencio y opresión podría llevar a
desconocer el potencial político de las formas del secreto y el silencio (Parpart y Kabeer, 2010). Una lectura en clave política del secreto permite notar que no tener capacidad para mantener un secreto significa perder el control sobre cómo nos ven, los cual nos deja vulnerables frente a la coerción (Hardon y Posel, 2012). Entonces, si bien las luchas del lxs disidentes sexuales se han articulado a partir de la visibilización como forma de poner al descubierto las formas de opresión, también el secreto puede constituir una forma de resistencia primaria para grupos oprimidos. Algunos colectivos, dejando de lado tanto el ideal de transparencia como el derecho a la privacidad –ligados al ideario liberal del individuo- y desconfiando de las estrategias de la visibilidad y las políticas de la identidad/diversidad –fácilmente cooptadas por la espectacularidad comercial-, optan por reclamar su“derecho a la opacidad” como forma de resistir a un régimen de visibilidad injusto (Birchall, 2016).
Cuando pensamos el secreto en relación al estigma, también resulta clave considerar la visibilidad. Goffman (1986) abordó este punto al plantear la diferencia entre “desacreditados/as” y“desacreditables” según la visibilidad de los atributos estigmatizantes. Si bien los individuos portadores de un estigma pueden hallarse en ambas categorías en distintos momentos, cada una de estas situaciones habilita un repertorio de manejos muy distintos. Así, por ejemplo, la situación de un individuo afrodescendiente es completamente diferente de quien tiene relaciones con alguien de su mismo sexo. La situación de las mujeres3 que hacen comercio sexual es distinta de estos dos ejemplos pues, como señala Goffman, ciertos atributos que conforman el estigma de la prostituta, si bien pueden ser ocultados –e incluso tal vez sea deseable o conveniente ocultarlos a algunos públicos– deben ser sistemáticamente exhibidos frente a otros auditorios, especialmente los clientes.
En un artículo reciente se interroga por las posibilidades de transformación del estigma asociado a la prostitución, punto que, según el autor, no fue abordado desde la perspectiva goffmaniana (Weitzer, 2017)4. Esta laguna en el marco conceptual originalmente planteado por el interaccionismo simbólico (aunque útil e ineludible), indica la necesidad de complementar con una mirada que tenga en consideración aspectos más amplios de las relaciones de poder en el marco de las interacciones y, especialmente, que reponga la lógica agonística de la acción social. Además de la literatura dedicada a la prostitución puntualmente, quiero señalar dos claves de lectura que alimentan mi perspectiva. Richard Parker y Peter Aggleton (2003) han abordado la cuestión del estigma en relación al VIH y desde allí han sugerido una relectura politizada de la estigmatización. Los autores proponen que la estigmatización como proceso social “sólo puede ser comprendida en relación a las nociones más amplias de poder y dominación” y afirman que “el estigma juega un papel clave en la producción y reproducción de las relaciones de poder y control” (2003: 16), por ende establece asimetrías entre los grupos sociales. Parker y Aggleton se valen de la concepción foucaultiana del poder/saber como fuerza que produce sujetos a partir de la diferencia (lo que para Goffman aparece como “desviación”). Así, se puede elaborar un marco conceptual combinando ambas miradas, “dentro de este marco, la construcción del estigma (o, más simplemente, la estigmatización) conlleva subrayar las diferencias significativas entre categorías de personas, y a través de ese énfasis, su inserción en sistemas o estructuras de poder” (2003: 17). También el enfoque de James Scott sobre las relaciones entre dominados y dominantes resulta sugerente para comprender en un entramado de poder más amplio cómo puede funcionar el secreto en las relaciones entre personas estigmatizadas y normales. A partir del estudio de distintos grupos subalternos, Scott plantea la necesidad de concebir el accionar de estos bajo dos modalidades: discurso oculto (hidden transcript5) y discurso público (public transcript). Este
último representa una “descripción abreviada de las relaciones explícitas entre los subordinados y los detentadores del poder” (2000: 24), y el discurso oculto remite a

la conducta ‘fuera de escena’, más allá de la observación directa de los detentadores de poder. El discurso oculto es, pues, secundario en el sentido de que está constituido por las manifestaciones lingüísticas, gestuales y prácticas que confirman, contradicen o tergiversan lo que aparece en el discurso público. (2000: 28)

Según los grupos dominados se encuentren o no bajo la mirada de los dominantes (visibles u ocultos), emergerán el discurso público o el discurso oculto respectivamente. Entre uno y otro hallamos lo que Goffman (1986) llama tácticas de “encubrimiento”, que constituyen uno de los primeros aprendizajes de las personas estigmatizadas. Lo que más adelante llamaré “desdoblamiento” es parte del proceso más general de manejo del estigma y la identidad –que incluye también fijar límites y fronteras para la sexualidad (Morcillo, 2011)–. Aquí me refiero a “desdoblamiento” para aludir especialmente al tipo de ocultamiento que se busca, una se desdobla para ocultarse tanto aquí como allí, tanto dentro como fuera del ambiente. Desdoblar no remite a una identidad originaria unificada, sino que justamente muestra los pliegues que la atraviesan, la identidad como sutura está necesariamente cargada de pliegues, de allí que sea posible desdoblarse. Sin remitir a una identidad “verdadera”, muestra la ficcionalidad de todas las identidades. El desdoblamiento, como forma específica del encubrimiento, produce entonces un doble ocultamiento (frente a los clientes y frente las familias), pero a su vez produce efectos políticos específicos.
A continuación, tras describir la metodología empleada, abordaré: los elementos que componen el armado del desdoblamiento; el papel que juegan la policía, las organizaciones y las diferencias en las dimensiones de las ciudades, ampliando o restringiendo las posibilidades de gestionar la información. El análisis de las tácticas de desdoblamiento nos muestra que producir un secreto implica una dimensión activa, pero también que las condiciones contextuales imponen límites a dicha capacidad de producción, especialmente para quienes se encuentran en una situación de vulnerabilidad.

3. Contextos y metodología

Si bien la prostitución no aparece directamente penada en la legislación argentina, las transformaciones legales que han comenzado en la última década han contribuido a criminalizar el comercio sexual. La problemática de la llamada “trata de personas con fines de explotación sexual” ha recibido creciente atención a nivel global en las últimas décadas. En este contexto han tenido auge ciertos enfoques que, al subsumir las distintas formas del comercio sexual bajo la figura criminal de la “trata”, acercan la mirada abolicionista al prohibicionismo. En Argentina, se han multiplicado las ordenanzas y leyes que prohíben la habilitación de cabarets en cada vez más ciudades –entre ellas Rosario y San Juan-, se ha vedado la publicación de avisos para ofertar servicios sexuales –sin ninguna distinción- y se presentaron proyectos de leyes para la penalización de los clientes de prostitución. Además, en la gran mayoría de las provincias –incluyendo a San Juan- continúan vigentes códigos contravencionales que sancionan el comercio sexual callejero, principalmente bajo la figura de “prostitución escandalosa”. Esta sanciona a quienes estén ofreciendo públicamente relaciones sexuales a cambio de dinero en forma “escandalosa”, algo que no es definido claramente por lo cual son los agentes policiales y los comisarios quienes imponen su criterio haciendo así de “juez y parte”. Esta normativa no respeta las garantías ciudadanas básicas e instaura una suerte de “estado de excepción” (Tiscornia, 2004). Además, en San Juan también se pena “prostitución peligrosa”, donde la “peligrosidad” radica en la transmisión de enfermedades venéreas. Las sanciones a estas faltas se incluyen tanto como un agravante al escándalo o como una falta en sí y se indica un “tratamiento forzoso”. Este carácter compulsivo de los exámenes y tratamientos médicos, vulnera los derechos hoy consagrados por la “ley Nacional de Sida”6. Además del usual hostigamiento a la prostitución callejera, los controles policiales se han extendido al sexo comercial puertas adentro, homogeneizando las formas de intervención bajo la óptica de la “trata” (Daich y Varela, 2014). Todo este panorama legal permite pensar que el marco vigente contribuye directamente a normalizar los abusos policiales contra prostitutas y las detenciones arbitrarias, clandestiniza la actividad y además apuntala los estereotipos que ligan a las prostitutas con el delito.
En relación a la metodología, para poder conocer la variedad de experiencias de las mujeres en torno a la gestión de la información he abordado distintos escenarios de comercio sexual buscando la mayor variabilidad posible. El trabajo de campo, realizado en el marco de mi tesis doctoral entre 2008 y 2013, incluyó distintas modalidades o estratos de comercio sexual7 y tres ciudades (Buenos Aires, Rosario y San Juan) con características disímiles. Estas diferencias incluyen aspectos económicos, sociocultural, de moral sexual, legales, y del desarrollo de organizaciones que nuclean a las personas que realizan comercio sexual. Buenos Aires, una metrópolis urbana y moderna, es la ciudad donde tienen mayor importancia las organizaciones, mientras que en San Juan, una ciudad pequeña, periférica y de aires conservadores, no existía ningún tipo de organización en el período en que realicé trabajo de campo. Estas ciudades presentan grandes diferencias en cuanto a las posibilidades de posicionamiento de las mujeres: una megalópolis como Buenos Aires brinda un cierto “anonimato” que abre diversas posibilidades a la visibilización de las y los estigmatizados, una ciudad pequeña como San Juan funciona como una suerte de panóptico donde la marca estigmatizante se vuelve omnipresente. La tercera ciudad, Rosario, me permitió obtener mayor diversidad para la muestra al incorporar una ciudad de tamaño intermedio, enriquecer las posibilidades comparativas y dar mayor propiedad y rigor al análisis que de ellas se deriva. Pero además Rosario es una ciudad muy significativa en esta temática. La importancia que históricamente ha tenido el comercio sexual en la ciudad de Rosario ha sido documentada por varios estudios8. También, especialmente a partir del asesinato de la dirigenta Sandra Cabrera, la organización de trabajadoras sexuales (AMMAR CTA) ha tenido un destacado papel en la ciudad y es una referencia fuerte para las mujeres que hacen comercio sexual allí.9
He incluido algunos mapas con las localizaciones aproximadas para dar una idea de las dimensiones de las ciudades y la distribución espacial de los escenarios. En Buenos Aires el trabajo de campo, observación incluida, abarcó: las plazas de “Once” y “Flores”, el barrio de Constitución, Villa del Parque, Palermo y la zona “Costanera Sur” y tres “boliches” o “night clubs” localizados en Almagro, Balvanera y Recoleta.


Mapa 1: Zonas de trabajo de campo en la Ciudad de Buenos Aires10

Las zonas en que hice trabajo de campo en Rosario fueron las calles Av. Provincias Unidas, Av. Presidente Perón (ex-Godoy) y la zona de la Terminal de ómnibus, las calles aledañas y en algunos “privados”, y en cabarets en los barrios de Pichincha11 y del Centro..


Mapa 2: Zonas de trabajo de campo en la Ciudad de Rosario

Finalmente, en la ciudad de San Juan trabaj é en las zonas de: Av. Rawson, las calles aledañas a la terminal de ómnibus, Av. Benavidez y la plaza Aberastain; y dos “boliches” ambos cercanos a la Av. Circunvalación (que rodea la zona más céntrica de la ciudad).


Mapa 3: Zonas de trabajo de campo en la Ciudad de San Juan

A partir de una multiplicidad de entradas al campo –a través de contactos con las organizaciones, por “bola de nieve” o por comunicación directa- conformé una muestra intentando buscar la mayor diversidad posible de entrevistadas. La muestra quedó conformada por 35 mujeres entrevistadas, de cuyas edades iban desde los 21 a los 52 años. Las entrevistas semi-estructuradas fueron complementadas con la observación y reiteradas charlas informales cara a cara que aportaron datos contextuales útiles para una comprensión más profunda. Las entrevistas fueron grabadas previo consentimiento y garantizando el anonimato (aún así una entrevistada prefirió no ser grabada). Se realizaron en distintos horarios y lugares (en bares, en las calles o plazas –durante las horas de poca afluencia de clientes–, en las sedes de las organizaciones y en las casas de las propias entrevistadas). Los lugares respondían a la comodidad de las entrevistadas y/o la necesidad de mantener el secreto respecto de su familia y encontrar un lugar seguro y discreto para ellas.

4. Desdoblarse: construirse un doble

Doble nombre, doble teléfono celular, dos formas de vestir ¿son elementos de una “doble vida”? Pensar las maniobras que las mujeres que hacen comercio sexual llevan a cabo intentando eludir la estigmatización y control en términos de “doble vida” puede entenderse como una forma de disociación, lo que ha llevado a algunas/os investigadores a ver un carácter patológico en estas prácticas (por ejemplo Farley y Barkan, 1998). Pretendo alejarme de esta idea de “disociación” tanto por su sentido patologizante que presupone una identidad originaria y unificada, como por su carácter binario que puede implicar una ceguera respecto de los tránsitos y permeabilidades entre identificaciones. En cambio, busco comprender las diferentes experiencias que encarnan estas mujeres y las torsiones entre sus performances sin presuponer una unidad.

El mundo social, que tiende a identificar la normalidad como la identidad entendida como constancia consigo mismo de un ser responsable, es decir previsible o, como mínimo, inteligible, […] propone y dispone todo tipo de instituciones de totalización y de unificación del Yo. La más evidente es por supuesto el nombre propio (Bourdieu, 2011: 124)

Empecemos por el nombre, el nom de guerre o “nombre artístico” (tal como lo llamaban algunas entrevistadas), es decir aquel que las mujeres usan para hacer comercio sexual. Anahí (24, San Juan), aunque llevaba poco tiempo en el comercio sexual, después de que un cliente la saludara por su nombre mientras caminaba con su familia por el centro de San Juan, ya había aprendido la utilidad de decir otro nombre a los clientes. Usar otro nombre es una táctica para intentar desligar los vínculos que se entablan en el comercio sexual de otros entramados de relaciones. Por sí sola esta táctica no evita los inconvenientes que surgen del cruce de mundos, pero tiene un papel clave pues permite disolver la interpelación en la confusión, generar una otra en espejo, desdoblarse.
Otro ingrediente del desdoblamiento es la ropa. Inés (24 años, Buenos Aires) marcaba la diferencia en las vestimentas asociándolo a sus distintos roles, en el comercio sexual y como madre.“Me visto de una manera para trabajar, pero después cuando salgo con mi nene me visto de otra”. Deby (21, SJ) decía que en su casa ni loca se sacaba “el jogging y las zapatillas”. La mayoría de las entrevistadas usaban ropas particulares para trabajar. Al igual que el “nombre artístico”, tener dos vestuarios contribuye a un doble propósito: por un lado las vestimentas específicas sirven para montar un personaje apuntando a erotizar a los clientes y por otro lado vestirse “normal” actúa como un también como “desidentificador”12. Las formas de vestirse, cómo y cuánto se exhibe el cuerpo varía según las zonas, las edades –y sobre todo entre travestis y mujeres13 –; pero siempre hay un traje distinto para la escena del comercio sexual.
Esta distinción a veces se combina con la distancia: algunas mujeres dejan su ropa y se cambian en un lugar distante de sus hogares, por ejemplo Irene dejaba todos sus “trajes de” en una habitación que alquilaba junto con una compañera en la zona. Para ella el traslado era parte de su preparación, sumando luego la vestimenta y el maquillaje.

Cuando me subía en el tren, yo ya era otra persona. O sea, cambiaba de personalidad. Y cuando venía de allá para acá…y te digo, me pintaba para decir, para salir a la guerra. (Irene, 49 BA)

Desarticulando los mundos se producen a la vez una construcción de otro personaje, según Irene “para salir a la guerra”, y una desidentificación del mundo de “la casa”. Así como vestirse y maquillarse de formas distintas, poner una distancia y hacer comercio sexual en un lugar alejado del hogar son formas de segregar los auditorios y preservar el secreto. A diferencia de otros/as trabajadores/as, las mujeres que hacen comercio sexual separan su hogar del lugar donde ocurren los encuentros con los clientes no sólo para trazar límites entre trabajo y vida privada, también buscan sostener el desdoblamiento y así manejar la información que las estigmatiza.
Si la visibilidad es un problema para quienes son estigmatizadas, entonces también los espacios estarán marcados por estas distinciones. Goffman (1986) señala que para las personas estigmatizadas el espacio se divide entre lugares “prohibidos” (de donde son expulsadas por su estigma), de “retiro” (donde no necesitan ocultar su estigma) y una clase intermedia (donde pueden ser tratadas “cortés o penosamente”). Esta distinción, aunque útil, resulta un tanto esquemática si pensamos menos los espacios como constituidos por interrelaciones y no como estáticos. La “zona” o el cabaret operan como un lugar de retiro para las mujeres que hacen comercio sexual, pero nunca pueden estar seguras de que no vaya a aparecer algún conocido –transformándolo en espacios de la clase intermedia que plantea Goffman–. La relativa libre circulación de los varones por el espacio público y, sobre todo, por los espacios donde de vende sexo marca un cierto nivel de riesgo inevitable. La efectividad de la separación espacial entre hogar y trabajo -sea por la distancia y/o por estar en lugares puertas adentro- como táctica para proteger el secreto está limitada por la imposición de visibilización que conllevan
ciertas modalidades del comercio sexual14 y por la potencial omnipresencia de la mirada masculina. Además, la posibilidad de llevar a cabo esta maniobra también depende del tamaño de la ciudad en cuestión. En este sentido podemos comenzar a ver que Buenos Aires, Rosario y San Juan son tres escenarios bastante disímiles respecto al desdoblamiento y su efectividad.
Cuando las mujeres no pueden alejarse demasiado optan por trabajar en horario nocturno para reducir su exposición y/o se aseguran de no llevar clientes a su casa15. En el caso de Vanesa la separación era llevada al extremo y transformada en un aislamiento en su propio hogar, que funcionaba como un refugio segregado del resto de su vida –excepto por su hermana que también hace comercio sexual–.

Yo me autoencuartelo. Quizás es mío. Es psicológico mío. Pero yo no me doy con nadie. No voy a una reunión a la escuela. No, nada. Por el sólo miedo de que alguien me conozca. O que alguien me haya visto. Y que no… después no le digan a alguno de mis hijos o me señalen o… No, soy muy… yo vivo en mi casa y no salgo de mi casa. Ni a mi casa llevo a nadie tampoco. Más que a mi hermana que sabe todo (Vanesa, 36 ROS)

Muchas mujeres optan por desmarcarse del mundo del comercio sexual y buscan reducir el riesgo de ser identificadas como “prostitutas” en otros ámbitos, pero ¿por qué Vanesa se aislaba de esta forma tan extrema? A causa de un escándalo mediático sobre el tráfico de drogas, el nombre legal de Vanesa había sido publicado en la prensa. Tras esto ella sentía que todas sus tácticas de desdoblamiento eran inocuas y optaba por cortar sus vínculos perdiendo capital social e incrementando su vulnerabilidad. El peligro de la exposición, o lo que es lo mismo, la falta de recursos para proteger la información, acaban llevando a un ostracismo y la reducción de la sociabilidad como única forma de supervivencia. Es posible que se trate de un caso relativamente infrecuente (“quizás es algo mío”, advierte ella) pero sirve para ejemplificar lo que podría suceder cuando actores más poderosos destruyen los intentos de ocultamiento.

5. Políticas del secreto, capturas y rupturas

Como otras tácticas de las/os subalternas/os, el desdoblamiento y ocultamiento están continuamente expuestos a fuerzas que pueden derribarlos. En el caso de las que hacen comercio sexual, además de individuos del entorno (las compañeras, las ex-parejas, los parientes demasiado curiosos, los clientes indiscretos, etc.), interviene la fuerza del Estado. Según Goffman, la “documentación” que permite establecer una identidad personal se presenta sólo “ante quienes están particularmente autorizados a controlar una identidad, a diferencia de los símbolos de prestigio y estigma que están al alcance del público en general” (1986: 77). Aun cuando las prostitutas puedan hacer alguna negociación, esta posibilidad indica una asimetría fundamental entre las fuerzas policiales y quienes hacen comercio sexual. Mediante el acceso a los documentos, el registro que la policía produce al enviar una citación, ligando la información nombre-domicilio, destruye el desdoblamiento que pretenden el “nombre artístico” y la locación lejana al hogar16. Algunas mujeres ensayaban un último escamoteo frente a la interpelación de la autoridad

Antes había muchas causas, te abrían, venían con un papel, un formulario, tu nombre, pero yo antes zafaba, le daba cualquier número para que nunca llegue a mi domicilio, ¿viste? Pero ahora ya cambió las leyes, ahora ya no es como antes que vos le dabas cualquier domicilio e iba a cualquier lado… te citan, ¿viste? Ahora no sé cómo se manejan, yo cuando veo un patrullero me meto hasta acá, me meto al café, me meto al locutorio; no quiero que me agarre el patrullero. Ahora te hacen una multa y te hacen hacer trabajo comunitario, depende cuántas actas hayas tenido. (Valeria, 36 BA)

Valeria se esconde de la policía y ya no pelea por la parada. Detrás de este cambio a una actitud más pasiva y menos riesgosa, está la relación que sostiene con su esposo, quien desconoce su involucramiento en el comercio sexual. Los múltiples relatos de mujeres cuyas familias y/o parejas conocieron su secreto por la intervención policial, muestran la omnipresencia de su poder para desmantelar el ocultamiento. Si bien en ambos casos son posibles las negociaciones (Daich y Sirimarco, 2015; Morcillo, 2017), la institución familiar aparece como la principal socia de las fuerzas de seguridad, la familia juega un papel de control que se articula con las fuerzas policiales en un movimiento de pinzas limitando el accionar de las mujeres que se dedican al comercio sexual.
De formas más sutiles o más repentinas, las fuerzas policiales suman tensión al secreto. Por ejemplo cuando llegaba una citación al domicilio (revelación) o cuando tras varias detenciones los familiares comenzaban a tener sospechas y acababan dando por sentado el motivo de las ausencias (secreción). Aun sin haber sido detenida, Irene había contado a su sobrina: “me sentí con la necesidad de contárselo por el tema de que me llevaran presa. Entonces, yo tenía que confiar a alguien para decirle en qué lugar estoy presa, ¿me entendés? También por seguridad mía y de mis hijas.” Incluso cuando no hayan sufrido ninguna detención las mujeres pueden contar su involucramiento en el comercio sexual preventivamente a alguien de confianza pues si “pasa algo” debe haber alguien al tanto (es decir se ven forzadas a hacer una comunicación para evitar una revelación de su secreto). Sea en las revelaciones, en las secreciones o en las comunicaciones, en la mayor parte de los casos el accionar de la policía tiene un rol clave al definir cómo se gestiona ese secreto. En la contratara de este rol subyace la imposibilidad de hacer denuncias a la policía lo cual muestra la vulnerabilidad de quienes se ven más asediadas que protegidas por las fuerzas de la ley.
El relato de Nelly permite ver cómo en el marco del secreto interactúan los procesos de estigmatización y una legislación poco clara potenciando la vulnerabilidad:

Te ponían el acta, decían que habías hecho disturbio en la vía pública. ¿Qué disturbio? Si venías a ganarte un mango, ¿de qué disturbio me estás hablando? No venía ni desnuda ni nada por el estilo, venía como viene una persona normalmente a trabajar, con un jean, todo tapado, no era que estaba mostrando nada para decir: “esta mujer está haciendo escándalo en la calle”. Pero bueno, el policía te dice: “¿qué quiere, que le ponga que está haciendo disturbios o que está ejerciendo la prostitución?” Pero más vale que elegís el disturbio, no vaya a ser que me llega un acta a mi casa que diga que estoy ejerciendo la prostitución. (Nelly, 43 BA)

La estigmatización y una legalidad ambigua que favorece las arbitrariedades hicieron que Nelly, para preservar su secreto y mantener el ocultamiento, se haya visto obligada a aceptar una acusación injusta. El ocultamiento del estigma protege del sufrimiento directo y la discriminación; pero a la vez la necesidad de mantener el secreto puede tornarse una vulnerabilidad y limitar más aún las maniobras de las subalternas. Por ejemplo, Gaspar (1985) indica que “hacer un escándalo” es una táctica común que las prostitutas de Rio de Janeiro usan para amenazar a los clientes que no quieren pagar. La posibilidad de usar esta táctica desaparece, o disminuye, en el caso de las que deben ocultar su secreto, incluso ellas pueden quedar expuestas al chantaje. Aquí la capacidad de revelar el secreto con que amenazan las fuerzas de seguridad amplifica las asimetrías en el enfrentamiento e incluso pone en entredicho qué tipo de ciudadanía pueden ejercer quienes se dedican al comercio sexual.

6. “Que se entere el mundo”

Susy sabe que cuando la arrestan tiene que pedir que conste qué ropa llevaban puesta, tiene que rechazar la probation17 e ir a juicio; pero también sabe que no todas sus compañeras soportan ir a juicio, que las varias citaciones y luego subir al estrado y hablar públicamente intimidan a la mayoría de las mujeres. Susy llevaba varios años militando, con mayor o menor intensidad, en una organización de “mujeres en situación de prostitución”18 –sin embargo, a pesar de la línea abolicionista de su organización, elije no retirarse del mercado sexual (tal vez por eso sus idas y vueltas). Cuando le mencioné que algunas tenían miedo de participar en las organizaciones debido a la exposición que ello podría suponer, ella me respondió casi interrumpiéndome:

A mí no me interesa, que se entere el mundo, eso es lo que quiero, que se entere. Que se entere que estamos… Que hay personas que estamos en esa situación. ¿Si no qué? Es como meter todo debajo de la alfombra. Ocultar un montón de cosas que nos pasa a la gente y la gente cree que pasa en las películas, nada más. Porque pasa a la vuelta de la casa de uno. (Susy, 49 BA)

Participar de una organización puede brindar una red de relaciones y nuevas perspectivas para lidiar con el estigma. Aunque para la mayoría de las entrevistadas el precio de la visibilización era demasiado elevado y resultaba inconcebible abandonar el ocultamiento, algunas de las que participaban en organizaciones relataban un cambio de perspectiva. A partir de las discusiones con compañeras comenzaba paulatinamente a declinar la dinámica de ocultamiento para pasar a la discusión pública.
En la medida en que supone abandonar el secreto, este cambio de perspectiva involucraría el paso, a nivel individual, desde un discurso oculto a un discurso público (Scott, 2000). Es decir que implicaría abandonar las formas de resistencia que se mantenían en un sector alejado de la vista de los poderosos y pasar a un terreno de confrontación abierta para poner en cuestión las concepciones estigmatizantes. Estos desplazamientos permiten un posicionamiento diferente respecto al estigma y una respuesta distinta al desdoblamiento y ocultamiento frente a la mirada de las/os otros.

En algunos lugares no lo podía decir. Yo hoy lo digo en la escuela, les digo en que trabajo, siempre había sido “ama de casa”. Yo lo digo “soy trabajadora sexual”, porque yo lo tengo asumido, entendés, pero fueron viajes, charlas, discusiones, debates, entendés. […] Hoy gracias a mi organización yo puedo sentarme en una mesa y contar cosas porque lo hablo en la organización […] se me abrió la cabeza y puedo contar sin vergüenza ni tapujos y decir este es mi trabajo y con esto banqué a mis hijos y los sigo bancando. (Marisol, 45 ROS)

Militar en una organización habilitaría para reconceptualizar la estigmatización y poder revalorizar la propia posición, en el caso de Marisol como en varios otros, vía la conexión del “trabajo sexual” con la manutención de los hijos. Aun con el peso que tiene la maternidad, la militancia representa una ruptura de los roles de género más tradicionales y una salida a discutir públicamente sus asuntos.
Sin embargo, en muchos casos eran justamente los vínculos familiares y especialmente las relaciones de pareja, como en el caso de Valeria, los que tensionaban las relaciones con las compañeras y la posibilidad de militar activamente en una organización.

Valeria: [Sé que] tienen un lugar donde ellas luchan por los derechos, hay otra asociación que también, pero nunca me metí en eso para no afiliarme
Santiago: ¿Por qué?
Valeria: Tenés que afiliarte, al afiliarte sabe hasta el pueblo que vos sos... Entonces, yo nunca me afilié a nada
Santiago: ¿no?
Valeria: nunca
Santiago: ¿tampoco fuiste a reuniones?
Valeria: He ido a reuniones que a veces se hacen por nuestros derechos, he ido, antes
pagaban un colectivo, íbamos a hacer quilombo porque nos reprimían mucho y no queríamos tanta represión. […] Iba yo a la marcha porque las que no íbamos, viste, siempre había quilombo, “¿por qué no fuiste a la marcha por nosotras?”. Íbamos antes a la marcha, pero ya como empecé a abrirme ya no quería marchas. No sé nada de la lucha.

La experiencia de Valeria respecto a las organizaciones representa las posiciones intermedias entre las militantes y las que no tienen ningún vínculo con organizaciones. Su participación parecía estar más motivada por su relación personal (no politizada) con algunas militantes y por querer evitar los conflictos con otras compañeras que por una convicción política. Para las que no eran militantes el temor a que se devele el secreto que protegen con el desdoblamiento -y el consecuente estallido de su identidad familiar y/o conyugal- era el principal motivo para evitar o restringir su participación en las organizaciones.
Estos temores hacia las prácticas políticas militantes se expresaban en dos puntos: el registro de su nombre “verdadero” y otros datos a través de la “afiliación” a las organizaciones, y la exposición pública en los medios de comunicación o en manifestaciones.


Imagen 1. Manifestación de AMMAR CTA frente al Ministerio de Justicia y Derechos Humanos19

El mecanismo de usar máscaras en las manifestaciones, si bien no siempre se utiliza, pone de relieve las dificultades del paso a la escena pública. Según Lilian Mathieu “las prostitutas están inevitablemente privadas de algunos aspectos importantes de la protesta, como su imagen pública” (2003: 44). La imposibilidad de abandonar el ocultamiento se hace visible, paradójicamente, al exhibir el rostro cubierto. Las marchas donde se usan máscaras que visibilizan y politizan cuerpos sin rostros muestran las formas complejas en que siempre conviven la exhibición y el ocultamiento dentro del mismo closet (Sedgwick, 1990).
El uso de máscaras –tal como sucedía en las primeras “marchas del orgullo gay” en los 90 en Argentina- es usual entre las mujeres que asisten por primera vez a una manifestación pública para
hacer algún reclamo en relación al comercio sexual, es decir aquellas que (¿aún?) no se visibilizan. En los últimos años hemos podido presenciar varias de estas manifestaciones de la mano del recrudecimiento de la persecución policial en el marco de la llamada “lucha contra la trata”. Este grado intermedio en el pasaje de un discurso oculto a uno público muestra, por un lado, que el momento de la visibilización requiere no sólo convicciones personales sino también contemplar riesgos y correlaciones de fuerzas –de las organizaciones, la policía, el apoyo de aliados, etc.–. Por el otro lado, permite evaluar qué posibilidades discursivas existen para cuestionar abierta y públicamente las ideologías que sostienen el estigma y nos pone a pensar sobre las fronteras de la visibilización como estrategia.
El otro punto problemático que inhibía a algunas de participar en las organizaciones era el registro en la afiliación. Si más arriba vimos cómo el registro que llevaba a cabo la policía desmantelaba las tácticas de desdoblamiento, para algunas entrevistadas el llenar con sus datos una ficha de afiliación también representaba un riesgo. Además el problema de la registración aparecía en otras cuestiones.

[Teniendo una libreta de salud] saltaría como si fuera un trabajo en blanco, y yo no llevaría a mi hijo a ningún lado donde tenga que decir que trabajo de esto […] Teniendo esa libreta, como que… esto se transformaría en un trabajo digno, en blanco… Pero es mentira, yo llego a llevarlo a mi hijo a algún lado público y digo que soy prostituta, el dedo marcador va a estar siempre sobre él. No. Yo me cuido mucho con el tema de salud, pero no… En las organizaciones y en esas cosas no me metas porque no me gusta. (Luli, 25 BA)

Para algunas de las entrevistadas las demandas por una cobertura de salud y aportes jubilatorios como “trabajadoras sexuales” no eran viables ni deseables porque eran incompatibles con mantener su secreto. Luli, que se autodenominaba como “escort” y fue la que declaró ingresos más elevados, decía que era un problema tener un registro y una obra social, no tanto por su estigmatización, sino por la de su hijo. Según ella, este era el motivo para mantenerse completamente alejada de las organizaciones como forma de proteger a su hijo (y a su vez protegerse del juicio moral que él mismo podría hacerle).
De todas formas, más allá de los temores que suscita, participar en una organización no siempre significa “salir del closet”20, aunque militar en esta situación pueda ser políticamente controvertido. Tras haber entrevistado a mujeres con diverso grado de involucramiento en las organizaciones pude observar que participar de una organización, aun con una militancia intensa, no implica, necesariamente, haber comunicado la implicación en el comercio sexual a la familia o amigas/os. Mantener el secreto, o al menos cierto grado de reserva, en ciertos ámbitos –especialmente en la familia–, era una opción para algunas de las que participaban en organizaciones en Buenos Aires, pero esto sería difícil en Rosario y prácticamente imposible en San Juan.

7. Pueblo chico… La visibilidad como panóptico

Las distintas ciudades incluidas en el trabajo de campo me permitieron conocer experiencias contrastantes en relación a la efectividad del desdoblamiento, los deseos y las posibilidades de sostener el ocultamiento. Mientras en San Juan la mayoría de las entrevistadas habían sufrido una revelación de su secreto, en Rosario las experiencias se hallaban más distribuidas y en Buenos Aires la mayoría o le comunicó a alguien (confidente) o lo mantiene más o menos oculto.

Cuadro 1. Experiencias de revelación, secreción/ocultamiento o comunicación según ciudad

Un factor clave para comprender estas diferencias es el funcionamiento del control policial, muy incrementado en San Juan según las entrevistadas, pues repercute directamente sobre las posibilidades de mantener el ocultamiento (sobre todo si, además de los antecedentes y la detención, el maltrato de la policía deja huellas en el cuerpo).

Santiago: ¿Y ahí cómo fue con tu familia, ellos no sabían, o cómo manejaste ahí la cosa?
Úrsula: Ellos no sabían, pero se empezaron a enterar cuando empecé a caer presa. Porque nada… salía moreteada cada dos por tres, y creían que tenía un amante, alguien que me vivía golpeando (Risa leve) Y no era así. O cuando me perdía dos o tres días y era que estaba presa. (Úrsula, 42 SJ)

Si bien en los últimos años el hostigamiento policial sobre las modalidades de comercio sexual puertas adentro parece haberse incrementado en la ciudad de Buenos Aires (Varela y Daich, 2013), las proporciones en las tres ciudades aquí incluidas no se ven transformadas. Según datos de la única encuesta a trabajadoras sexuales de cobertura en varias provincias, en Rosario el acoso policial sería de un grado intermedio y en Buenos Aires el más bajo a nivel nacional (Ceil-Piette/CONICET, 2007).
La interpretación se complementa considerando el papel de las organizaciones, tanto al proteger a las mujeres (en cierta medida) de los abusos policiales, como al propiciar las salidas del ocultamiento. La inexistencia de organizaciones en San Juan al momento del trabajo de campo contribuye para comprender las diferencias, por contraste con Rosario y Buenos Aires donde las organizaciones son de las más fuertes a nivel nacional.
Ya he dicho que las dimensiones de las ciudades más pequeñas impiden alejarse del hogar para hacer comercio sexual. Además, el tamaño relativamente reducido de San Juan hacía que las mujeres sintieran temor de ser reconocidas tanto cuando trabajaban como en las calles o incluso en cabarets, y también al encontrarse con clientes indiscretos en contextos inapropiados. Otras investigaciones han señalado el problema que suponen los chismes para el manejo de la información relativa a la sexualidad en ciudades pequeñas (Jones, 2010)21. Esta preocupación aparecía entre algunas entrevistadas en las otras dos ciudades, pero en San Juan se incrementaba por la circulación de los relatos de quienes habían sufrido la experiencia de la revelación. Según Giddens

La prostitución está directamente relacionada con la desarticulación de pequeñas comunidades, el desarrollo de grandes áreas urbanas y la comercialización de las relaciones sociales. En las pequeñas comunidades tradicionales las relaciones sexuales estaban controladas por su propia visibilidad, mientras que en las nuevas áreas urbanas se establecen con facilidad conexiones sociales más anónimas. (2000: 154)

Aunque ninguna de las tres ciudades constituye una “pequeña comunidad tradicional”, San Juan tampoco es una “gran área urbana” y sí mantiene rasgos tradicionales. Es importante recordar que la ciudad no es equivalente a lo urbano, la primera implica sólo una densidad poblacional y construcciones estables mientras que lo segundo aparece cuando una ciudad forja su vida entorno a las pluralidades, las intermitencias, el conflicto, lejos de las tradiciones, donde se relajan los controles sociales y el espacio público permite invisibilidad (Delgado Ruiz, 1999). En San Juan las mujeres percibían una mayor discriminación y las miradas de sus conciudadanos/as que las enjuiciaban, repetían “la sociedad nos mira mal” con mayor frecuencia, había más preocupaciones por el anonimato en la entrevista y fue el único lugar donde una entrevistada pidió que no usara grabador por miedo a que se revelara su implicación en el comercio sexual.
Para algunas mujeres esta situación, que las expone más a la revelación o la secreción, también es preocupante pues menguaría las chances de retirarse y dedicarse a un trabajo socialmente valorado (y legítimo para los roles asignados a las mujeres)

Tampoco me quiero andar quemando en esto por ejemplo. Yo lo que quiero es ser enfermera. Entonces voy a estar trabajando en un lugar público, donde va a ir mucha gente, y me va a ver ponele un cliente. Entonces el cliente va a decir “mirá, la enfermera aquella…” O así, ¿viste? es el miedo… (Daniela, 26 SJ)

Los temores de que el “estigma de puta” invada otras esferas de la vida se incrementan donde la moral sexual es conservadora y las relaciones de género responden a una lógica patriarcal férrea, tal como sucede en San Juan22. Además, investigaciones llevadas a cabo en esta ciudad han mostrado la poca recepción hacia las problemáticas asociadas al género entre los agentes de la justicia (Ávila y Kirby, 2014). Aquí es importante recordar que el lenguaje de los secretos supone que, a veces, no se trate únicamente del contenido de la información ocultada sino del derecho a hablar de ello (Bellman citada en Hardon y Posel, 2012). Esto explica por qué, aun cuando el tamaño relativamente pequeño de la ciudad hacía que varias de las entrevistadas en San Juan sospecharan que su secreto era conocido, no podían hablar abiertamente de ello, tal como implica la militancia política en esta situación. Las sanciones (y las internalizaciones) de esta moral sexual también configuran un peor escenario para establecer comunicaciones tácticas que puedan preservar el secreto.
Todo este contexto, la fuerte estigmatización y la ausencia de posibles aliados/as, han hecho la visibilidad sea experimentada como vigilancia desde un panóptico pues en cualquier interacción aparece el riesgo de ser identificada como “puta”. En los últimos años esta situación ha comenzado a tranformarse en sintonía con los recientes crecimientos del movimiento feminista en Argentina, AMMAR ha podido encontrar una referente y alianzas para tener una filial en San Juan y crecer políticamente. Sin embargo, aunque muchas de las que hacen comercio sexual dicen apoyar la causa de sus compañeras trabajadoras sexuales, aun sigue siendo muy difícil conseguir que se hagan públicamente visibles. Perder la posibilidad de controlar la información en un contexto muy adverso, la visibilización aparece como gesto muy arriesgado. Esto pone de relieve una vez más la necesidad de considerar situacionalmente los sentidos que marcan el pasaje (o no) del silencio a la voz.

8. Reflexiones finales

Lejos de los estereotipos de la prostituta feliz (“mujer de vida alegre”) o la esclava sexual, encontramos a la gran mayoría de las mujeres que hacen comercio sexual cuyas experiencias cotidianas están atravesadas por el desdoblamiento, manteniendo su actividad en secreto, incluso para su entorno más próximo. Aunque este secreto es varias veces develado, como hemos visto, las dificultades para visibilizarse abiertamente subsisten debido al estigma y ello, en el marco de una cuasi ilegalidad del comercio sexual, pone en entredicho las posibilidades de acceso a la ciudadanía de estas mujeres. En los últimos años parece comenzar a haber mayor aceptación social para el discurso del trabajo sexual, especialmente entre las nuevas generaciones, no obstante sigue siendo muy costosa la visibilización para las trabajadoras sexuales y el abolicionismo -en su versión cuasi prohibicionista que desató la lucha anti trata- sigue siendo la política oficial del estado.
Varios grupos estigmatizados recurren al secreto como forma de protegerse de la degradación simbólica. Para las mujeres que hacen comercio sexual, las tácticas de desdoblamiento –expresadas en nombres, teléfonos, vestimentas y distancia en el espacio– buscan desidentificar y crear otra identidad para trabajar en el “ambiente” y a la vez ocultarse fuera de él. Apunta a mantener oculta la información que estigmatiza desarticulando distintos “yo” y mundos de relaciones. Pero, a diferencia de lo que ocurre con gays y lesbianas, esta táctica se ve amenazada, además de las miradas y la indiscreción de cualquiera, por el registro y la detención que establece la policía. Las fuerzas de la ley, sumadas y amplificadas por los medios de comunicación, operan capturando y destruyendo el desdoblamiento, así operan en articulación con las familias como tradicionales instituciones de control de la sexualidad de las mujeres. Paradójicamente participar en las organizaciones, en tanto demandan identificación y visibilización, también representa una apuesta riesgosa en este sentido (y también son los vínculos familiares y de pareja los que representan el mayor riesgo). Militar en una organización con una política identitaria pone a las mujeres en un dilema pues exponen el nombre o el cuerpo (y el rostro) en la esfera pública. Además, otras condiciones como habitar una ciudad pequeña y conservadora reducen las posibilidades de las vulnerables de optar por la invisibilidad como forma de protegerse, amplifican el riesgo y hacen omnipresente el control e inminente la revelación del secreto.
La paradoja del “hombre invisible” -quien, habiendo logrado la fórmula para la invisibilidad, elige cubrirse de vendajes para recordarnos que es un sujeto y obtiene respeto sin ser invadido ni controlado (Delgado Ruiz, 1999)- puede servir para contraponer con la subalternidad de estas “mujeres invisibles” hipervisibilizadas y controladas en tanto que putas/escandalosas; pero ocultas en tanto sujetas de derechos. Para ellas la infrapolítica del secreto como forma de resistencia encuentra límites tanto frente a las instancias de control que fuerzan su revelación como frente a las que proponen el cuestionamiento del estigma y la visibilización. Entonces se hace indispensable evaluar la correlación de fuerzas e identificar las condiciones adversas: una ciudad pequeña, la moral sexual conservadora y la ausencia de organizaciones fuertes, suponen un panorama que desalentará la visibilización y fomentará el difícil intento de sostener el secreto. Este escenario pone en cuestión las potencialidades, los límites de una política de la visibilidad. Pero el dilema en que se encuentran las que se dedican al comercio sexual nos lleva más allá de una limitación en las opciones personales y la ponderación de riesgos y beneficios entre ocultamiento y visibilización. ¿Qué lugar otorga nuestra sociedad a quienes tienen como medio de subsistencia una actividad desplazada a los márgenes de la legalidad –aunque según el paradigma abolicionista no debería ser sancionada por la ley- y para quienes el precio de eludir el estigma significa renunciar a la palabra pública? ¿Cuál es el estatus de ciudadanía de quienes están obligadas a forjarse sus propios medios –individuales o colectivos- para protegerse del asedio de las fuerzas que supuestamente deberían garantizar los derechos de todas/os?23
Quiero dejar planteadas dos cuestiones más que surgen de este análisis. Primero: en el marco de sociedades que se estructuran bajo fuertes asimetrías de clase, género, raza, etc. resulta clave preguntarnos qué sujetos tienen la capacidad para mantener un secreto a salvo y cuáles están obligados(as) a hacerlo y sin ninguna garantía ni protección. El mencionado reclamo por un “derecho a la opacidad” -como forma de evitar ser leído en relación a categorías impuestas- insta a pensar otras líneas de acción más allá de las políticas identitarias y de la visibilidad del yo. Segundo, es importante recordarnos que el secreto es también una práctica corporeizada –tal como se puede vislumbrar en las distintas prácticas involucradas en el desdoblamiento-. Queda claro que poner el cuerpo y dar la cara para demandar derechos suponen una apuesta política de bajo rendimiento en términos individuales y que sí puede tener un costo elevado en términos de pérdida de capital social. Este riesgo que se corre persiguiendo un objetivo político es algo que parece ser olvidado cuando algunos sectores desdeñan las fuerzas políticas de las que se manifiestan con una máscara, y al mismo tiempo olvidan criticar la estigmatización que sufren quienes deben cubrir su rostro para hacer oír su voz.

Notas

1 Quiero agradecer a Felipe Gonzáles que, como “librero digital”, me ayudó a conseguir textos interesantes, a mis colegas del Grupo de Estudios sobre Sexualidades que leyeron y comentaron una primera versión de este artículo y, muy especialmente, a todas las entrevistadas sin quienes este trabajo no existiría.

2 “La revelación implica un alivio brusco de la tensión que anula la separación y por consiguiente el secreto. [...] La comunicación, en lugar de abolir la separación, preserva el secreto pero alivianando su peso y tensión. La comunicación implica una elección y transforma el secreto en el “soporte de un lazo social ambivalente”. A diferencia de la revelación, la comunicación del secreto se realiza a confidentes elegidos por decisión, quienes pasan a ser “depositarios” – amigos, íntimos, pares – distintos de los destinatarios excluidos. Lo interesante, dice Zempleni, es que contrariamente a la creencia, la proximidad social de los depositarios y los destinatarios es una de las condiciones corrientes de la comunicación del secreto […] Por último, según Zempleni, la secreción es sin duda el medio más corriente de regulación de la tensión y de la preservación del secreto y constituye su“propiedad más remarcable y paradójica”. El secreto parece no poder subsistir como tal sin mostrarse de alguna manera a sus destinatarios, mediante fragmentos o señales, lo que no significa que exista revelación o comunicación.” (Pecheny, 2003: 138-139)

3 Las posibilidades del manejo de la información marcan una diferencia importante entre mujeres y travestis. Esto supone que mientras que las mujeres tienen contactos heterogéneos dentro y fuera del ambiente, las travestis se vinculan casi únicamente con personas ligadas al “ambiente”. En el sentido común hay una asociación casi directa entre travestismo y prostitución.

4 Aunque la propuesta de Weitzer para luchar contra el estigma tiene una veta práctica, se echa en falta una perspectiva crítica de la interacción entre la estigmatización y otros vectores de opresión como la clase y raza (ver las críticas de Chapkis, 2017; Phoenix, 2017).

5 Menciono las expresiones en inglés pues es importante considerar la nota del traductor al español quien refiere la siguiente explicación de Scott: “‘transcript se usa casi en el sentido jurídico (procés verbal, acta judicial) de la transcripción completa de lo que se dijo en un juicio. Esta transcripción completa incluye, sin embargo, también actos que no usan el habla, como los gestos y las expresiones faciales’. Según esa explicación, transcript debería traducirse en español corno ‘declaración’. En otros momentos del texto, la palabra transcript parece significar ‘guión preestablecido’; en otros más, simplemente ‘lenguaje’ (lenguaje público / lenguaje oculto). Pero todos esos términos resultan a la vez ambiguos y estrechos. Por ello, hemos preferido traducir transcript por ‘discurso’.” (Scott, 2000: 25)

6 La ley 23.798 busca evitar la estigmatización, sostiene la voluntariedad de los exámenes y la confidencialidad de los resultados.

7 Siguiendo los términos nativos se puede distinguir entre comercio sexual “de calle”; puertas adentro los cabarets o whiskerías y departamentos o “privados”. Por último, las “escorts” trabajan en un nivel más“exclusivo” –y excluyente, por sus tarifas más altas- usualmente son independientes y contactan telefónicamente o vía web con sus clientes

8 A los estudios de Múgica (2001, 2009) se puede agregar, entre otros, el libro de Zinni e Ielpi (1992)

9 También en Rosario tienen gran vigor organizaciones vinculadas a la diversidad sexual y las políticas de salud pública (sobre todo las relativas al VIH/sida y otras ITS).

10 He incluído estos mapas con las localizaciones aproximadas para dar una idea de las dimensiones de las ciudades y la distribución espacial del trabajo de campo.

11 Este barrio concentraba la prostitución durante la época de reglamentarismo (Múgica, 2001)

12 Goffman llama así a los signos que tienen a quebrar una imagen pero en una dirección positiva deseada por el actor, se oponen a los “símbolos de estigma” que llaman la atención sobre una degradante incongruencia de la identidad (1986: 58-59).

13 Esta es otra diferencia importante, pues para las travestis la vestimenta juega además un rol muy específico en la construcción identitaria (ver el capítulo de Zambrini, en Pecheny, Figari y Jones, 2008). Para ellas, aquel vestido que es escondido en la habitación familiar será el mismo que es exhibido con osadía cuando pasa a la prostitución, como señala Josefina Fernández (2004).

14 La dinámica específica del mercado sexual online requiere un análisis más extenso. Sin embargo, las escorts o aquellas que anuncian sus servicios sexuales por Internet, usando páginas web o redes sociales, tienen también mecanismos para ocultarse y un riesgo de ser identificadas-capturadas, en este sentido funciona, grosso modo, de forma similar al mercado sexual offline, al menos a los fines del análisis aquí propuesto (he comenzado a desarrollar algo de este punto en Morcillo, 2017)

15 Sólo dos de las entrevistadas tenían relaciones con clientes en sus casas, una sólo lo hacía excepcionalmente y con clientes que conocía de varios años, y la otra, para evitar robos y reducir costos, había decidido vivir en el mismo departamento que alquilaba para trabajar.

16 Aunque son los agentes privilegiados para esta maniobra, ella no es patrimonio exclusivo de la policía, los controles sanitarios también pueden operar de esta forma –por ejemplo en San Juan, donde se imponen dichos controles y se viola la confidencialidad-. En el estudio de Soto (1988) es posible ver cómo los controles de profilaxis pueden funcionar como control social y eran mucho más frecuentes durante el período de dictaduras. Además, como acabamos de ver con el caso de Vanesa, también funcionan así los medios de comunicación con el escaso cuidado por las subalternas y el afán por exhibirlo todo (ver también Justo, 2011).

17 Procedimiento legal donde el imputado de un delito con pena menor a tres años de prisión solicita la suspensión del juicio a prueba y se compromete a cumplir un conjunto de “reglas de conducta” señaladas en el código penal.

18 En Argentina las organizaciones de mujeres que se dedican al comercio sexual se hallan divididas en posiciones que replican las líneas del debate feminista: por un lado las que se reivindican como “trabajadoras sexuales”, la Asociación de Mujeres Meretrices de Argentina (AMMAR CTA), y por el otro aquellas que sostienen una posición abolicionista y se autodenominan “mujeres en situación de prostitución”, la Asociación de Mujeres Argentinas por los Derechos Humanos (AMADH), antes conocida como AMMAR Capital.

19 Buenos Aires, Junio de 2015 Imagen de AMMAR Documentos disponible en https://www.youtube.com/channel/UCN3-tkXNFOHbhI9AB1z8FrA

20 Es cierto, como señala Eve Kosofsky Sedgwick (1990), que nunca es posible salir completamente del closet pues en cada interacción frente a desconocidos/as emerge una presunción de heterosexualidad, en nuestro caso presunción de sexualidad gratuita o no comercial. No obstante aquí me refiero a casos donde no se había “salido del closet” con la familia.

21 El trabajo de Jones sobre la sexualidad adolescente en Trelew muestra cómo el contexto de una ciudad de dimensiones reducidas representa la amenaza constante de los chismes. Siguiendo a Simmel, afirma que en un círculo reducido es difícil mantener secretos, pues los miembros están demasiado cerca unos de otros y la frecuencia de los contactos tienta a contarlos.

22 Un estudio sobre las creencias religiosas permite ver los contrastes en términos de moral entre las tres ciudades aquí incluidas. Buenos Aires aparece caracterizado con la mayor incidencia de valores progresistas y afines a la autonomía sexual de las mujeres –por ejemplo en relación al aborto-. Rosario ocupa un lugar intermedio, mientras que San Juan y Cuyo aparecen signados por un estilo conservador y tradicional en relación a la sexualidad, expresado por ejemplo en la mayor oposición a la educación sexual o al aborto como derecho de las mujeres (Mallimaci, 2013). Otros puntos pueden colaborar a ilustrar el contexto sanjuanino. Por ejemplo, en 2010 San Juan se convirtió en el puntal de la oposición al matrimonio igualitario (o matrimonio entre personas del mismo sexo), y en 2012 fue elegido como sede del Encuentro Nacional de Mujeres como forma de cuestionar el tono patriarcal imperante en esta ciudad.

23 El que AMMAR CTA esté, al momento de escribir este artículo, anunciando el lanzamiento de una línea telefónica atendida por las propias trabajadoras sexuales para denunciar la “violencia institucional” funciona como síntoma de esta situación de profunda exclusión.

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Recibido: 21.03.16
Recibido con modificaciones: 07.04.17
Aprobado: 24.05.17

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