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Trabajo y sociedad

versão On-line ISSN 1514-6871

Trab. soc.  no.29 Santiago del Estero jun. 2017

 

IMÁGENES Y MAGNITUDES DEL TRABAJO

Como echarle agua al mar: alteridad y distinción en la construcción identitaria de un movimiento de trabajadores desocupados

Like pouring water into the sea: otherness and distinction in the identity construction of a movement of unemployed workers 

Como jogar água no mar: Alteridade e distinção na construção da identidade de um movimento dos trabalhadores desempregados 

 

Santiago Nardin*

* Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, CONICET / Instituto de Investigaciones Gino Germani (CONICET-I IIGG-UBA) Coreo: santiagonardin@gmail.com

 


RESUMEN

En este artículo revisamos la construcción identitaria en una cooperativa del Programa Argentina Trabaja ligada a un movimiento de trabajadores desocupados, desde la experiencia de sus integrantes, interesados en las tensiones que atraviesan su constitución. Alteridad y distinción serán nociones centrales de este trabajo, ligadas a dos fenómenos que estructuran la experiencia de las fracciones marginalizadas: los procesos de organización colectiva y de diferenciación social. Ambas remiten a dinámicas de construcción identitarias (grupales e individuales) alrededor de las cuales se organizan pautas legítimas de acción y sociabilidad. Sugeriremos que una y otra constituyen lógicas diferenciales de demarcación de fronteras subjetivas que entran en tensión con la definición de los criterios de pertenencia a la cooperativa y al movimiento, y que por lo tanto inciden en la configuración de la politicidad popular.

Palabras clave: Alteridad; Distinción; Territorialización; Redes de mediación.

ABSTRACT

In this article we analyse the identity construction in a cooperative of the “Argentina Trabaja” program, linked to a movement of unemployed workers, attending at the experience of its members, and interested in the tensions that cross its constitution. Otherness and distinction will be central notions of this work, related to two phenomena that structure the experience of marginalized fractions: the processes of collective organization and social differentiation. Both refer to dynamic construction of identity (individual and group) around which legitimate patterns of action and sociability are organized. We suggest that these are subjective forms of demarcation of border that define the criteria for membership of the cooperative and the movement, and therefore affect the configuration of the popular politicity.

Key words: Othernss; Distinction; Territorialization; Patronage.

RESUMO

Neste artigo fazemos uma revisão da construção da identidade dos participantes de um programa de emprego “Argentina trabaja” num movimento dos trabalhadores desempregados. Nós estamos interessados nas tensões que atravessam a sua constituição. Alteridade e distinção serão noções centrais para este trabalho, ligadando dois fenômenos que estruturam a experiência das fracções marginalizadas: os processos de organização coletiva e de diferenciação social. Ambos referem-seà construção dinâmica da identidade (individual e grupal) em torno do qual se organizam os padrões legítimos de ação e sociabilidade. Sugerimos que ambos são formas de demarcação subjetiva de fronteiras que forçam os critérios de adesão ao movimento, e, portanto, envolvendo a formação da politicidades populares.

Palavras-Chave: Alteridade; Distinção; Territorialização; Tramas de mediação.

Licencia Creative Common: https://creativecommons.org/licenses/by/4.0/legalcode


 

SUMARIO: 1 Introducción; 2 Alteridad y distinción: el otro radical y el otro semejante; 2.1. Alteridades constituyentes; 2.2. Distinción: “obligación biográfica”, inscripción territorial y despolarización política. 3 El caso de estudio: la conformación de una cooperativa del Programa Argentina Trabaja inserta en un movimiento de trabajadores desocupados del municipio Esteban Echeverría; 4. Luchar por la cooperativa, trabajar para el barrio; 5 El carácter bifronte de “los que no trabajan”; 6 A modo de cierre. ¿Contra quién? Las tensiones del “nosotros” entre la alteridad y la distinción.7 Bibliografía

*****

1. Introducción1

Los debates en Argentina acerca del estatuto político de las fracciones marginalizadas de la clase trabajadora, -sus orientaciones y capacidades, así como las formas que debía asumir la orientación estatal-, reconocen un antecedente importante en las discusiones sobre la pobreza en la década del ochenta (Grondona, 2014). Unos años después, el ciclo de protestas desatado contra las políticas neoliberales iluminó nuevas dimensiones de este fenómeno; el “milagro sociológico” (Svampa, 2003) que debía ser desentrañado consistía en explicar cómo aquella experiencia de desempleo masivo, a la vez que fragilizaba a los individuos, se volvía la plataforma a partir de la cual se organizaban colectivos que protagonizaron las protestas más relevantes de la década.
A lo largo de este período se fueron expandiendo las políticas sociales como forma de sutura precaria de la brecha entre empleo y supervivencia, y con ello una serie de entramados territoriales que, desde dentro y fuera de las estructuras tradicionales del Partido Justicialista, densificaron los barrios populares deviniendo un nuevo ámbito de politicidad, acción contenciosa y pugna por los recursos de la asistencia social. Estas “redes de resolución de problemas” (Auyero, 2012) se montaron sobre tramas de ayuda mutua preexistentes y se sostuvieron en representaciones culturales compartidas (asimétricas y jerárquicas) entre mediadores y clientes. La noción de “inscripción territorial” elaborada por Denis Merklen (2010) intenta asir esta dinámica más allá de la estricta carencia de una relación salarial, como una forma de estructuración de las clases populares a través del barrio que
moldea formatos de acción colectiva y ofrece vínculos con los servicios sociales básicos y con instituciones locales y extraterritoriales.
Desde la antropología social, Julieta Quirós (2006, 2011) ha aportado una mirada sugerente en relación al impacto simbólico que produjo la generalización de los programas de asistencia en épocas de elevado desempleo, pero que quedaron instalada en la cotidianeidad del mundo popular urbano; para ella el plan no constituye solamente un recurso material, sino que se trata de un objeto dotado de atributos y significaciones sociales en disputa, que puede referir a un conjunto variado de recursos que brinda el Estado, y del que los sujetos manejan diferentes grados de conocimiento. Así entendido, el plan es un “lenguaje colectivo, manejado y entendido por todos” (Quirós, 2006) que se halla inmerso en tramas relacionales que involucran sujetos e instituciones.
Tanto para esta autora como para Ferraudi Curto (2014), el campo de estudios sobre politicidad popular ha contribuido a reproducir una serie de escisiones en torno a su objeto de estudio: moralidad versus instrumentalismo; política versus vida cotidiana; autonomía versus heteronomía; clientelismo versus piqueterismo. Estas escisiones reproducirían dos imágenes morales de la política –el puntero y el piquetero- dificultando la comprensión de ciertas continuidades experienciales de los sujetos participantes2. Asumiendo como problemática esta separación analítica y metodológica para asir las trayectorias y las representaciones de los sujetos marginalizados en relación a la política popular, nos proponemos explorar otras vías de indagación, en diálogo con esta perspectiva, y enfocándonos en el caso de una organización piquetera.
Trabajos recientes han señalado por su parte que las categorías conceptuales elaboradas en contextos pretéritos ya no resultan operativas para iluminar los fenómenos actuales de la política territorial; “ni punteros ni piqueteros” ha sido la expresión que estos investigadores propusieron para dar cuenta de la incomodidad de los actores en el campo, así como de la existencia de nuevas formas de organización comunitaria3 (Forni et al, 2014). En este trabajo nos interesaremos por las formas en que estas “viejas” categorías operan como principios de construcción de la realidad social de las clases populares. Punteros, clientelismo y piqueteros, entre otras, se han transformado en nociones que atraviesan las representaciones del mundo popular.
En este artículo revisaremos la construcción identitaria en una cooperativa del Programa Argentina Trabaja ligada a un movimiento de trabajadores desocupados, desde la experiencia de sus integrantes, interesados en las tensiones que atraviesan su constitución. Alteridad y distinción serán nociones centrales de este trabajo, ligadas a dos fenómenos que estructuran la experiencia de las fracciones marginalizadas: los procesos de organización colectiva y de diferenciación social. Ambas remiten a dinámicas de construcción identitarias (grupales e individuales) alrededor de las cuales se
organizan pautas legítimas de acción y sociabilidad. Sugeriremos que una y otra constituyen lógicas diferenciales de demarcación de fronteras subjetivas que entran en tensión con la definición de los criterios de pertenencia a la cooperativa y al movimiento, y que por lo tanto inciden en la configuración de la politicidad popular.

2. Alteridad y distinción: el otro radical y el otro semejante

2.1 Alteridades constituyentes

En referencia a este problema mencionaremos algunos aportes de los estudios culturales británicos. Richard Hoggart (2013) observó para la sociedad inglesa de mediados de siglo XX que la clase trabajadora perfilaba un “ellos” como figura coral cuyo personaje principal era el “jefe” –tanto del ámbito público, como privado- y que transponía al mundo moderno y urbano, la relación entre campesino y propietario de la tierra. Esta contundente frontera es constitutiva de una cultura obrera que reconoce un “arriba” en la estructura social frente a un “nosotros” definido por las relaciones de solidaridad centradas en las barriadas y la fábrica.
Las elaboraciones de Stuart Hall (2003) constituyen un aporte significativo a los estudios sobre la identidad, entendida como un “punto de sutura”, un efecto temporario e inestable. Esta lectura rompe la visión estática y monolítica de Hoggart de dos bloques mutuamente excluyentes al referir a la identidad como un concepto estratégico y posicional, no esencialista; como un punto de encuentro entre discursos y prácticas que nos interpelan para fijarnos en una posición determinada y, por otro lado, los procesos de subjetivación, aquellos que nos vuelven sujetos activos, susceptibles de decirnos4.
Hall re-ubica el lugar la alteridad en la construcción identitaria cuya “unidad” se realiza al interior de un juego de poder y exclusiones, y de la que resulta cierre no totalizado, constantemente desestabilizado por aquello que excluye.

(…) las identidades se construyen a través de la diferencia, no al margen de ella. Esto implica la admisión radicalmente perturbadora de que el significado “positivo” de cualquier término –y con ello su “identidad”- sólo puede construirse a través de la relación con el Otro, la relación con lo que él no es, con lo que justamente le falta, con lo que se ha denominado su afuera (…) Toda identidad tiene como “margen” una exceso, algo más. La unidad, la homogeneidad interna que el término identidad trata como fundacional, no es una forma natural sino construida de cierre, y toda identidad nombra como su otro necesario, aunque silenciado y tácito, aquello que le “falta”. (Hall, 2003: 18-19).

En el desarrollo de Hall la noción de alteridad constituyente es central para asir los procesos de construcción de identidades. Retomaremos esta sugerencia analítica para ingresar al estudio de las identidades colectivas de los movimientos de trabajadores desocupados en las que confluyen múltiples nudos de sentido que se articulan de manera compleja, centralmente referidos a la demanda de trabajo y a la acción de corte de vías públicas (Maneiro, 2012).
Una serie de investigadores se dieron la tarea de buscar las razones de esta alquimia que posibilitó el “estar juntos” de estos movimientos. En Merklen (2010) es la referencia a lo territorial el punto que posibilita la re-afiliación vía el despliegue de vínculos en el barrio; en Massetti (2004) cobra centralidad el estar ahí en la ruta –el “ámbito-momento”- que se produce durante la acción de protesta
lo que aglutina a los sujetos; Svampa y Pereyra (2003) por su parte, han procurado reunir ambas dimensiones de la construcción de la identidad bajo la expresión “entre la ruta y el barrio” -que le da título a su obra-.
En trabajos realizados en el marco de nuestro equipo de investigación hemos utilizado la noción de “trípode general de los movimientos” para referir a “la vinculación orgánica entre una forma particular de protesta, los piquetes, un sector específico de la clase trabajadora, los trabajadores desocupados investidos de la identidad de piqueteros y una demanda hegemónica, empleo y/o sus sucedáneos precarios, los planes asistenciales.” (Maneiro, Farías, Santana, 2009: 219).
En esta definición, el énfasis está puesto en el valor social del trabajo como productor de una demanda legítima que habilita la acción de protesta. Este trípode a su vez reenvía a la doble vía de la experiencia de los trabajadores desocupados (Maneiro, 2009) que refiere a los emprendimientos barriales y comunitarios por un lado, y a las acciones de beligerancia por el otro. Estos elementos se entrelazan a la vez que mantienen dinámicas diferenciales, constituyendo polos que tensionan una identidad común.
La perspectiva que proponemos en este trabajo se enfocará en observar la construcción del “nosotros” como un proceso de demarcación interioridad/exterioridad, sin desconocer que los elementos de heterogeneidad propios de una identidad compleja -como la que configura un movimiento-, implican el reconocimiento de un “otro” en el “nosotros”.

2.2. Distinción: “obligación biográfica”, inscripción territorial y despolarización política

En este apartado retomamos las elaboraciones centradas en la construcción de distinciones al interior de las fracciones de trabajadores marginalizados, es decir, de grupos que comparten ámbitos de sociabilidad y cuentan con trayectorias laborales igualmente precarias (Murard y Laé, 2013)5. Siguiendo la propuesta de Farías (2013) este abordaje propone una inversión en la mirada clásica de las investigaciones latinoamericanas sobre la marginalidad; si allí el eje estaba puesto en la vinculación entre el adentro y el afuera, aquí la mirada analítica se dirige a observar los adentros del afuera. No se indaga en las distancias subjetivas entre marginales e integrados, sino que se atiende a las distinciones que emergen al interior de sectores que sufren procesos de marginalización, y que reconfiguran los vínculos sociales y formas de solidaridad que construyen.
Este proceso en nuestro país se vincula con la crisis económica y social resultante de la reestructuración del régimen de acumulación operado a partir de la dictadura militar de 1976 que pauperizó a la clase trabajadora, primero vía el deterioro del salario real, y luego –a partir de la década del ´90 por efecto de las “reformas estructurales” y la desindustrialización- por medio del aumento extraordinario del desempleo.
Estas transformaciones pusieron en crisis al empleo en tanto estatuto que incorporaba garantías no mercantiles y que oficiaban como una base de recursos a partir de las cuales el trabajador podía estabilizar el presente y proyectar su futuro. Castel (2009) ha definido el debilitamiento de los vínculos ligados a la condición salarial como un proceso de desafiliación aludiendo también a las nuevas formas de relacionamiento precario con el trabajo y los soportes de proximidad.
La construcción del asalariado como figura legítima se vio cuestionada por estas transformaciones, alterando los soportes sociales que permitían su individuación, así como los procesos de reconocimiento social asociados a su figura. Se heterogeneizaron las experiencias de quienes viven de su trabajo, a la vez que se solapan con otras figuras como el trabajador precario, el desocupado, el subocupado, el beneficiario, etc. (Farías, 2013) En esta brecha que se abre entre
empleo y supervivencia se densifica la inscripción territorial de las clases populares ligada a la emergencia y consolidación de políticas de asistencia.
Estas políticas establecen un nuevo tratamiento de la cuestión social que recortan a los perceptores a partir de sus carencias y exigen de parte de ellos una activación autónoma para salir de ese estado de privación. En tanto “beneficiarios” quedan excluidos de la lógica del derecho, y deben aceptar el hecho de que reciben un beneficio de la comunidad frente a la que quedan en deuda. Esta obligación biográfica interpela al sujeto a producir un relato en el que comprende su situación desde la falta y demuestra que realiza las acciones necesarias para superarla (Merklen, 2013): “Lo que está a la vez diseñado como “liberación” y “responsabilización” del individuo por su activación puede tornarse en obligación y condenarlo a una suerte de recitación perpetua de su propia historia.” (Merklen, 2013, 83).
El reconocimiento forzado de la situación de carencia en que el sujeto se encuentra en tanto asistido, vigoriza la producción de diferenciaciones respecto de un otro semejante como mecanismo de afirmación identitaria ante la negatividad de la propia condición. Frente a la necesidad de mostrar constantemente el esfuerzo asceta (Murard y Laé, 2013) que realizan los asistidos para abandonar su condición, desarrollan una estrategia de desplazamiento del estigma6 que pesa sobre ellos. Como veremos más adelante en los relatos, son los otros quienes “no trabajan”, o los “ignorantes” y“manipulados” por las redes de mediación clientelar.
En la forma de construcción de estos “otros” emergen personificaciones que no son las clásicas de la relación salarial: los vecinos, los beneficiarios de planes y los integrantes de las redes de mediación (Farías, 2013). A diferencia de la lógica de la alteridad en la que el otro se presenta con un antagonismo radical, completamente escindido, en este caso asistimos a la construcción de un otro con el que se comparten sociabilidades comunes (lugares, relaciones, estilos de vida).
A modo de cierre de este apartado, mencionaremos dos aspectos asociados a la expansión de las estrategias de distinción que refieren a la segregación territorial y a los efectos sobre la politicidad.
El análisis de la segregación socio-espacial remite al establecimiento de límites y fronteras sociales en el campo de las representaciones sociales y en las prácticas de los sujetos (Carman et al, 2013). El confinamiento espacial como correlato de la fractura social, produce sociabilidades cada vez más limitadas a círculos sociales objetivamente homogéneos, se fragilizan las relaciones de los trabajadores descalificados con el mundo del trabajo y se concentran cada vez más en barrios con alta densidad de pobreza (Soldano, 2013). Las sociabilidades que se producen al interior de estos territorios restringidos y la escasa circulación por otras zonas, invisibiliza otras alteridades (como las que se producen en el ámbito salarial clásico), y modela una representación de la (des)igualdad limitada a las imágenes que ofrece su entorno cotidiano. En este contexto emergen las distinciones vinculadas al reconocimiento de habitar un territorio estigmatizado7.
Finalmente, recuperamos el trabajo de Martuccelli y Svampa (1997) para preguntarnos por la vinculación entre estos procesos de polarización social –y espacial- y despolarización política. En la articulación analítica que proponemos, asociamos esta noción de despolarización política con la expansión de las distinciones: “Los sectores populares se diferencian cada vez más internamente, la existencia de ciertas prácticas comunes no resultan suficiente para crear una identidad colectiva, y
ninguna identidad política les devuelve el sentimiento unitario. La marginalidad impide una conflictualización de las relaciones de dominación.” (Martuccelli y Svampa, 405).
Los sujetos populares marginalizados carecerían de ese otro antagónico que se visibiliza en el mundo laboral (el patrón), a partir del cual se establece un juego de posiciones y jerarquías -al que subordinarse o rebelarse-. Retomando las preocupaciones de los estudios de la marginalidad, uno de los problemas centrales en la construcción identitaria de estas fracciones es la dilución de ese “otro antagónico” que afecta al reconocimiento de los lugares sociales y la construcción de solidaridades de los sujetos. Paradójicamente, en estos contextos de segregación, la distancia institucional respecto del Estado (Sigal 1981) se vuelve una dimensión estructurante de las pautas de acción de los sujetos populares: a la vez que emerge como una posible alteridad, el Estado es también quien debe proveer las soluciones de integración para estos sujetos.

3. El caso de estudio: la conformación de una cooperativa del Programa Argentina Trabaja inserta en un movimiento de trabajadores desocupados del municipio Esteban Echeverría

En este artículo analizamos 4 entrevistas en profundidad que fueron realizadas en 2012 a integrantes de un movimiento de trabajadores desocupados8 de Esteban Echeverría localizados en dos zonas: Las Lomas, por un lado, y los barrios La Esperanza y San Jorge, por el otro. Estos barrios reúnen alrededor de 150.000 habitantes (según censo 2010), se localizan a unos 30 km de Capital Federal y utilizan como principal medio de trasporte el colectivo que los moviliza hasta el centro de Monte Grande –cabecera del municipio- donde se ubica la estación de tren que llega hasta Constitución. La mayor parte de las circulaciones son barriales o locales, especialmente en el caso de La Esperanza y San Jorge.
Estos territorios se encuentran en el límite de la mancha urbana y se caracterizan por una inserción relativamente reciente en la trama del conurbano bonaerense. La urbanización de los barrios –como resultado de la autoconstrucción- data de fines de los ´70 y principios de los ´80 en el caso de La Esperanza y Las Lomas. Este proceso no fue acompañado por la provisión de los servicios sociales básicos, en un municipio que presenta uno de los índices más bajos de desarrollo de infraestructura urbana en todo el conurbano. Los barrios cuentan con pocas calles asfaltadas por las que circulan los colectivos y donde se encuentran las pocas instituciones estatales, como escuelas, o salas de salud.
A nivel organizativo existe un denso entramado en los barrios en cuestión, de hecho “San Jorge” es el producto de una toma de tierras en el 2002. Todos los entrevistados, integrantes del movimiento de trabajadores desocupados han transitado por redes de mediación clientelar, percibido planes de asistencia y sufrido situaciones de empleo precario y desocupación.
En este contexto socio-ocupacional que reseñamos el lanzamiento del Programa Argentina Trabaja constituye una novedad de relevancia. En el año 2012 (cuando fue realizado el trabajo de campo) en las localidades de Monte Grande y 9 de Abril (a las que pertenecen los barrios estudiados), según un relevamiento del diario La Nación9, se conformaron 138 cooperativas de trabajo sobre 218 del total de Esteban Echeverría.
El Programa Argentina Trabaja se inserta en un nuevo ciclo de políticas sociales que produce un hito de mutación en la cuestión social a partir de la articulación con las políticas de empleo y de desarrollo socio-productivo. En este proceso los perceptores del Plan Jefes y Jefas de hogar, fueron derivados hacia otros planes como el “Seguro de Empleo y Formación”, y al “Plan Manos a la Obra”. Este último, -principal antecedente del Argentina Trabaj- promovía la generación de empleo desde la economía social y el desarrollo local a través de créditos, subsidios y asistencia técnica (Massetti, 2011).
El Programa fue creado por decreto presidencial en agosto de 2009 y contempló una primera etapa de creación de 100.000 puestos de trabajo distribuidos mayoritariamente en los 24 municipios del conurbano bonaerense. El PAT establece la creación de cooperativas para la realización de obras de infraestructura urbana orientadas a los barrios más vulnerables, por las que sus integrantes– denominados “efectores sociales”- deben cumplir 40 horas semanales y percibía en 2012 un ingreso mensual de $1200 a los que en algunas cooperativas se sumaban “incentivos” por presentismo -$250- y productividad -$300-. Los cooperativistas son inscriptos en un régimen de monotributo social lo que les permite contabilizar años de aportes y acceder –con fuertes deficiencias- a una cobertura social.
Para Hopp (2013), el Argentina Trabaja constituye una experiencia de “asociatividad forzada” que es representado por sus integrantes como una “estrategia laboral transitoria”, valorada como un trabajo pero que no solidifica la organización cooperativa más allá del programa ni cristaliza la necesidad de una salida colectiva al desempleo; antes bien, los pone frente a la situación de recomenzar individualmente la búsqueda de otro trabajo.
Esta autora señala otra dimensión interesante del PAT para nuestro objetivo: la realización de estas obras en los mismos barrios de residencia, especialmente cuando son llevados adelante por mujeres, moviliza una serie de tensiones relacionadas con simbolizaciones espaciales de las jerarquías y estructuras sociales, que ponen en juego los roles y formas de ocupación del espacio hegemónicos de acuerdo al género, impactando significativamente en la experiencia de los integrantes de las cooperativas.
Finalmente, mencionaremos algunos datos relevantes referidos al ciclo de protestas protagonizado por los movimientos de trabajadores desocupados que tuvo como objetivo principal la inclusión en el PAT.
Para Maneiro (2013) este proceso de movilización se caracteriza por la activación de una“estructura de oportunidades políticas” abiertas con la crisis económica de 2008/2009 y que se clausura con los festejos por la conmemoración del bicentenario en 2010. Al mes de haber sido realizado el anuncio por la Presidenta de la Nación, el 22 de septiembre de 2009, veinte organizaciones de desocupados –entre las que se encuentra las que se analizan en este artículo- realizan una jornada de protestas y bloqueos de vías públicas en Capital Federal, provincia de Buenos Aires y trece provincias del interior del país. Bajo la consigna “Cooperativas sin punteros”10 este conjunto de organizaciones demandaba ser incluidos en la gestión de las cooperativas que estaban siendo instrumentadas vía los municipios y las redes políticas del partido de gobierno –no sin conflictos internos-. Esta aparición pública rompe cinco años de relativa invisibilización pública y mediática en la que se hallaban las organizaciones de desocupados (Farías, Nardin, Santana, 2013).
En este ciclo se registraron 37 “hechos” –entendido como el conjunto de acciones coordinadas bajo un mismo recurso organizativo-, y 96 “acciones” –la unidad más reducida que anuda todos los componentes movilizatorios en un tiempo y espacio dados- (Maneiro, 2013) Los dos hechos de movilización más contundentes se producen el 1° de noviembre y 1° de diciembre de 2009 y consisten en acampes frente al Ministerio de Desarrollo Social, el primero de 30 horas de duración, y el segundo de 40 horas. Este ciclo encuentra un cierre parcial en mayo de 2010, cuando luego del anuncio de medidas de luchas simultáneas por parte del frente de organizaciones movilizadas, el gobierno resuelve reconocer -parcialmente- el reclamo y admitir su participación autónoma en el PAT.

4. Luchar por la cooperativa, trabajar para el barrio

En esta parte del análisis presentaremos una serie de elementos que contribuyen a la elaboración de la identidad de la cooperativa y el movimiento, en la que se inscribe la experiencia de sus integrantes, movilizando en ellos una reflexión sobre sus propias representaciones y trayectorias. Este primer momento dará cuenta de un “nosotros” más bien monolítico y constituido en la confrontación con una serie de alteridades radicales; en la distancia con el municipio, las fuerzas de seguridad y las personificaciones involucradas a las redes de mediación municipales (punteros y perceptores) se fundamenta la integración al colectivo.
Este modo de presentación del análisis del material empírico que escinde en dos momentos – alteridad y distinción-, responde a criterios expositivos pero sobre todo el carácter exploratorio de este trabajo.
La cooperativa que funciona en los barrios “San Jorge” y “La esperanza” cuenta con un módulo para la realización de tareas de saneamiento en un arroyo localizado en los fondos del barrio, en el marco de un convenio con ACUMAR (el organismo público interjurisdiccional que implementa acciones de control y gestión ambiental sobre la cuenca Matanza Riachuelo). La de “Las Lomas” por su parte está encargada de hacer veredas, obras en la plaza y otros espacios públicos del barrio. La obtención de la cooperativa y de los módulos de obra para trabajar en los barrios donde se asienta el movimiento se lograron luego de una represión que tuvo lugar en la plaza del centro de Monte Grande, cuando un grupo de militantes se encontraba negociando con funcionarios municipales el ingreso al Programa.
Este acontecimiento se vuelve un hito central en el relato de los militantes que participaron y se integra a su vez al relato oficial del movimiento en el que la lucha y la movilización son el modo legítimo de acceso a los recursos de la política social. Como mencionamos previamente, el anuncio del PAT implicó una reactivación del proceso de movilización de estas organizaciones a partir del cambio en las estructuras de oportunidades políticas que (re)anudó las dos vías de la experiencia de estos movimientos (Maneiro, 2013), convocando a los vecinos de los barrios a integrarse a la disputa por las cooperativas. Así, las trayectorias de muchos de sus integrantes, especialmente el itinerario de ingreso al movimiento vía la cooperativa, quedaron ligadas directamente con este episodio represivo.

“E: Y en relación a la cooperativa, ¿vos cuando entraste al movimiento, entraste directamente a la cooperativa?
R: Entré al movimiento por la cooperativa (...) yo estaba en mi casa, también, nos habíamos quedado sin trabajo, estábamos tirando currículums y mi tía, Liliana, nos dijo si nos queríamos anotar en la cooperativa, que estaban anotando. Y, bueno, el tema de participar en la organización, si quería. O sea, yo a los piqueteros no los podía ni ver. Es más, decía: “Para qué mierda cortan la ruta”. Y después… Es más, antes de que salga la cooperativa, para que nos salga, tuvimos que ir a Monte Grande, a hacer una marcha que nos reprimieron. Ahí fue mi primera marcha y mi primera represión (...).Teníamos vergüenza de que nos vean los vecinos. Nos escondíamos atrás de los carteles que veíamos, nos escondíamos. Y después empezó el agite, todo, y como que nos empezó a copar, copar. (...) Escuchamos que empezaban a gritar, todo. Nosotros: “Eh, qué bueno, ganamos las cooperativa”. Nos levantamos, miramos y venían todos corriendo. Y nosotros todos nos decían: “Corran, corran”. Era la primera vez que fuimos a una marcha. Es más, fuimos re pintadas, re bien vestidas, ¿viste? Y mi tía nos dijo: “¿Adónde van ustedes?” “A una marcha”. “Sí”, dice, “¿pero cómo van a venir así? Se tienen que venir así nomás”. “Ah, pero qué sé yo” (...) Y después pasábamos por entremedio de los policías caminando. O sea, como que al ir así, todas pintadas, bien vestidas, como que ni pensaban que estábamos nosotros ahí. Pasábamos re tranqui (...) Pero otros compañeros sí que recibieron balas de goma. Y después, cuando se hizo una asamblea en el barrio, después de esa represión, como que los compañeros que venían hace rato militando, tenían miedo que los nuevos que habíamos entrado, no querramos saber nada, irnos. No, al contrario. Nos gustó y nos quedamos.”
(Luciana, 27 años, cooperativa de La Esperanza/San Jorge, 2012).”

En este relato se condensan una serie de elementos que iremos retomando a lo largo del trabajo, aquí nos centraremos en el hecho movilizatorio y la posterior represión como un hito que corporizó la experiencia de la alteridad a partir de la confrontación con el municipio y las fuerzas de seguridad – que enlaza con las vivencias de violencia institucional que experimentan los jóvenes de los barrios populares-, pero que en este caso se inserta en la construcción de un “nosotros” que lucha por una demanda legítima, el trabajo.
La espacialidad en que ocurre la represión no es un dato meramente contextual; el centro de Monte Grande es una de las zonas más opulentas del municipio, donde se emplaza la sede del gobierno local y donde además pretendían los funcionarios locales que las cooperativas del movimiento desarrollaran su trabajo.

“Nosotros ingresamos al Argentina Trabaja con una represión. A nosotros nos reprimieron, cortamos lo que es el centro de Monte Grande, la plaza frente al municipio, estuvimos reclamando (…) no estábamos pidiendo que nos regalen nada, un trabajo. Y nada, acá en Echeverría el intendente Grey fue eso, mandó reprimir, y nos dio y nos dio, y nos corrió (…) pero a gomazo limpio, nos corrieron, nos dieron, nos surtieron. Creo que después a la semana, nos mandó a decir que quería hablar con nosotros y nos dio ahí la cooperativa, porque primero nos fajó y después nos dijo: “Bueno, tomen”. Pero tampoco fue fácil, porque él nos quería mandar el centro a juntar hojas, o a barrer, y nosotros queríamos hacer trabajo para el barrio. Trabajar, trabajar, no estar barriendo. Y fueron ocho, más de ocho meses.”
(María, 32 años, cooperativa de Las Lomas, 2012

En el fragmento de María la noción de trabajo legítimo que habilita la acción directa se densifica en dos sentidos: en relación a la cualidad de la tarea, -excluyendo una actividad considerada degradante como juntar hojas- y territorialmente, centrada en el barrio donde se vive y no en el centro.
En este primer momento, el vecino emerge como una figura normativa y legitimadora: de ellos hay que esconderse para no ser vistos en una movilización, y para ellos (el barrio) debería ser el beneficio del trabajo de la cooperativa. Más adelante complejizaremos los sentidos que circulan alrededor del vecino en los relatos de los cooperativistas, en este punto mencionaremos que el vecino como otro constituyente del yo –en una dimensión intersubjetiva de la identidad- proyecta los estigmas propios y pretéritos de la entrevistada en relación a los piqueteros y las acciones de protesta que menciona Luciana en el fragmento citado. Así, este hito (la represión de una acción directa legitimada por el derecho a trabajar en el barrio para los vecinos) inserta el yo en un “nosotros” desplazando la mirada negativizante desde el propio sujeto que ahora realiza la acción de protesta, hacia el vecino.
Ahora bien, la posibilidad de elaborar el episodio represivo de esta forma no se produce de manera automática ni espontánea. El relato oficial del movimiento se moviliza a través de actividades internas de formación y debate que posibilitan esta elaboración. Esto se evidencia en la reflexión de Luciana sobre la represión del 26 de junio de 2002 que terminó con el asesinato de Darío Santillán y Maximiliano Kosteki –militantes de dos movimientos de desocupados-:

“(…) todos los años nos muestran talleres y videos de lo que pasó, (...) Vi cuando mataron a Darío, todo por tele. Pero es como que ahora, participando del movimiento, es como que se me mete en la cabeza y digo: “Si hubiese pensado distinto, capaz que hubiese estado en ese momento”.
(Luciana, 27 años, cooperativa de La Esperanza/San Jorge, 2012).

5. El carácter bifronte de “los que no trabajan”  

El movimiento: la afirmación de un “nosotros” frente a la “obligación biográfica” degradante

Como ya mencionamos, el principio de articulación identitario del movimiento se sostiene en una noción informal de derechos que anuda la acción de protesta con la reivindicación del trabajo. De acuerdo a nuestra conceptualización, esta afirmación del “nosotros” requiere la construcción de un otro constituyente que en este caso remite también a las redes de mediación estatal-partidarias, y en particular al modo en que éstas acceden al Argentina Trabaja y al estatuto que le otorgan a lo laboral.

“De repente, les iban a dar a los punteros y nosotros íbamos a quedar… Tuvimos que salir a la calle y aguantar una represión (…) para que, después de eso, se concientice este señor, el Intendente, y nos tire un par de cupos para el Argentina Trabaja. Pero si no hacíamos todo eso, si nos quedábamos calladitos, no íbamos a estar, las organizaciones no iban a estar. Iban a hacer todo, como en todos lados, por los punteros.”
(Alfonso, 58 años, Cooperativa de La Esperanza/San Jorge, 2012)

En las cuatro entrevistas que analizamos todos relataron experiencias previas de participación en redes de mediación clientelar –Alfonso incluso cuenta que “trabajaba en política electoral” y que “ayudaba a conseguir votos para el intendente”- y se alejaron de manera conflictiva de ellas. Las críticas al funcionamiento de estos entramados sirven de soporte para la lectura positivizante que realizan del movimiento y la cooperativa asentada en el reconocimiento de una participación activa en oposición a la lógica manipuladora y pasiva de las redes de mediación clientelar.
Estos relatos expresan valoraciones diferenciales en torno a los criterios de merecimiento y formas legítimas de acceso a los recursos de la política asistencial.
Quirós (2011) estudió comparativamente las tramas de sentido involucradas en las formas de significación de estos criterios en una organización piquetera y en la red partidaria del peronismo de Florencio Varela. En su planteo, al interior de una organización de desocupados, la “lucha” remite a la movilización de un esfuerzo colectivo, a un “hacer común” que se transforma en merecimiento y funda el “derecho a”11. En el relato de Alfonso, la crítica a los punteros se asienta en la ilegitimidad del acceso al PAT, -que es obtenida vía la participación en la red de mediación municipal-, dado que considera que no se realiza ninguna acción para conquistarlos sino que es “bajado” desde el Municipio hacia quienes se quedan “calladitos”.
En esta representación, el plan en manos de un puntero queda corrompido por este vicio de origen, y se desplaza por la red de mediación hacia el “cliente” que también es deslegitimado. En el relato de Luciana se asocia la figura del mediador con un perceptor que “no valora que es un trabajo”.

“E: Y para vos ¿quiénes creés que tendrían que recibir, entrar, al Argentina Trabaja?
R: Y… Gente que en verdad necesite. Porque hay gente que por ahí tiene un re negocio, y en el negocio no tenés recibo de sueldo ni nada, pero tenés un ingreso, y esa gente me parece mal que esté. O esa gente que no trabaje y le pague al puntero $300 y cobra 900, pero cobra algo, ¿entendés? Hay gente que no valora que es un trabajo. Esa gente no me gustaría que esté.”
(Cecilia, 28 años, Cooperativa de La Esperanza/San Jorge, 2012)

Por el contrario, en la consideración de los militantes del movimiento –y en oposición a esta representación sobre los mediadores y clientes- hay una deliberada voluntad de convertir en trabajo digno, ésta política social algo ambigua que constantemente corre el riesgo de convertirse en un plan, derramando su carga negativizante sobre quien lo percibe.

E: Y si tuvieras que cambiar algo, del Argentina Trabaja, ¿qué cambiarías?
R: Que sea un trabajo. Que no nos traten como que es un plan. Yo no lo considero, igual, ya un plan. Es un plan pero… Yo lo considero como la fuente de ingreso de mi casa. Y que lo tengo que cuidar. Y yo no sé si al presidente, al que esté no se le ocurre sacar, me quedo sin trabajo, vamos a decir. Y bueno, voy a tener que salir a buscar mi trabajo. Pero me gusta más este. (…) Yo no sé hasta cuándo va a seguir o hasta cuando no. Pero me gusta este trabajo. Y lo considero un trabajo.
(Cecilia, 28 años, Cooperativa de La Esperanza/San Jorge, 2012)

La estabilidad precaria y las dificultades de proyectar son dimensiones centrales de la experiencia de quienes, como Cecilia, han tenido una larga trayectoria de percepción de planes sociales (Nardin, 2013). Este fenómeno se inscribe en la dinámica de inscripción territorial de las clases populares, proceso en el que el propio Estado se vuelve el desorganizador de la vida cotidiana de los sectores populares, vía la implementación de políticas de asistencia a poblaciones focalizadas y por períodos limitados. El despliegue de estas políticas empuja a los grupos subalternos a una pugna constante por el sostenimiento u obtención de nuevos recursos –siempre insuficientes y con fecha de caducidad- transformándolos en una especie de cazadores urbanos inmersos en una multiactividad forzosa en la búsqueda de recursos siempre escasos (Merklen, 2010).
Como ha observado Farías (2013), los sujetos que son perceptores de planes sociales –o de “políticas de inserción” en términos de Castel (2009)-, se ven compelidos a contar una historia, una autojustificación basada en un relato biográfico de sus carencias que los vuelva pasibles de ser asistidos.
Así, en el intento de convertir el plan en un trabajo, Cecilia se ve enfrentada a las obligaciones biográficas que le impone la lógica institucional del PAT: “Mucha pobreza querían ver para dártelo. Al más pobre le iban a dar, igual, por más que uno tenga un inodoro es pobre también. (…) Como que te investigaban mucho”.
La resistencia de Cecilia al imperativo de “contar una historia” se vincula con la comprensión del Argentina Trabaja desde una noción informal de derecho en el que se inscribe la identidad colectiva del movimiento; este “nosotros” ofrece una posibilidad de reconocimiento positivizante frente a la imposición degradante con la que se identifica la “obligación biográfica” del relato de la carencia.

Como echarle agua al mar

Ahora proponemos indagar cómo la imagen de un “otro” anclado en su condición de “no trabajador” opera no solamente en la construcción de la oposición movimiento/puntero afianzando la identidad colectiva, sino que también se recrea al interior del propio movimiento como principio de distinción individualizante entre sus integrantes, actuando como fuerza centrífuga que amenaza la estabilidad de ése “nosotros”.
En el marco de la lucha por el ingreso al PAT y la obtención de los módulos de trabajo, los movimientos conquistaron una serie de cupos que les permitieron incorporar vecinos a las cooperativas. Este proceso de crecimiento y de apertura de la organización hacia el barrio revitalizó la discusión en torno a los criterios de integración y pertenencia.

“E: ¿El grupo se mantiene desde que empezó la cooperativa, o fueron rotando, cambiando, digamos?
R: No, se mantienen e ingresaron nuevos, que eran los que andaban por ahí, que andaban con punteros y no sabían para dónde ir, digamos, que se fueron metiendo en distintas cooperativas. Y algunos vinieron para acá.”
(Luciana, 27 años, cooperativa de La Esperanza/San Jorge, 2012).

La expansión de diversas tramas de mediación de recursos ligadas, en un caso a redes estatal-partidarias y en otros, a las organizaciones de desocupados y movimientos piqueteros, constituyeron el panorama heterogéneo de densificación de instituciones informales de los barrios populares del conurbano bonaerense desde mediados de la década del noventa–pero que venía desarrollándose hacia fines de la dictadura-. Entendidas como “redes de resolución de problemas” (Auyero, 2012) son unámbito que le permiten a los sujetos obtener recursos de otras fuentes no derivadas del trabajo formal asalariado. Ahora bien, estas redes no se definen estrictamente por la distribución de recursos materiales sino por su inscripción en sistemas simbólicos particulares que brindan marcos de comprensión de la experiencia de la pobreza, la segregación y de las redes de politicidad en la que se participa.
Desde esta perspectiva los entramados territoriales en los que los sujetos se insertan, devienen una dimensión central para volver inteligible los modos en que significan las personificaciones y bienes involucrados en la mediación de recursos. Las representaciones en torno al ingreso, así como de los criterios de pertenencia pueden ser una buena forma de atender a la comprensión de estas dinámicas de sociabilidad y politicidad que, como intentamos mostrar en este artículo, se hayan atravesadas por lógicas de alteridad y distinción.

“R: Yo cuando entré, a mí me hicieron los tres meses de prueba, teníamos tres meses de prueba acá, venir, cocinar, ayudar. Creo que eso se tendría que volver a hacer. Tener un tiempo determinado para conocer al nuevo compañero y que el nuevo compañero nos conozca a nosotros y sepa donde se está metiendo, entre comillas. Para mí que esto tendría que funcionar de nuevo, porque hay gente que por ahí no va, no les gusta la forma que tenemos de hacer las cosas. Y les da igual el plan o las cooperativas o lo que sea, y después por ahí viene otro que sí le gusta, y se queda sin ese lugar, y es como echarle agua al mar, ¿no?”
(María, 32 años, cooperativa de Las Lomas, 2012)

En el relato de María el establecimiento de pautas de ingreso es lo que permite delimitar la frontera que instituye el “nosotros” respecto de aquellos que en el tránsito por diversas redes de mediación de recursos, intentan ingresar al movimiento desconociendo “la forma que tenemos de hacer las cosas” o que asumen una actitud pasiva ante el desafío de convertir su participación el Programa en un trabajo –“les da igual el plan o la cooperativa”-. Este relato entraña también una operación de distinción respecto de un otro semejante –en tanto ellos también han tenido vínculos con punteros a lo largo de su vida-, que remite a la diferenciación de quien no ha logrado correrse de la marca negativizante que le impone la imposición biográfica de las políticas de asistencia.
Aun así, el esfuerzo asceta como imperativo de la distinción se activa al interior de la cooperativa produciendo diferenciaciones que tienen como base la separación entre los que trabajan más y menos. En este relato de Cecilia, referido al modo en que se organiza el proceso de trabajo, emerge con claridad la diferenciación.

“E: ¿Y hay algún compañero que ayude más que otros?
R: Sí. Hay compañeros que trabajan más que otros. Y hay compañeros que te lo hacen ver, y te lo echa en cara también. (…) las personas más mayores que nosotros son las que más laburan. Que uno mismo, que es joven ¿entendés? Yo veo la diferencia y me pongo mal (…) Pero ellos mismos como que se autoexigen también. Uno le dice “No, dejá que lo hago yo”, y no, lo quiere hacer esa persona y bueno. ¿Qué le vamos a hacer? Son gente grande que ya… cerrada, le vamos a decir. Pero después viene la echada en cara que uno no nos gusta porque nosotros estamos diciendo “no lo hagás”, y vos lo hacés igual es porque vos querés, nadie te está obligando, pero la echada en cara te molesta, porque vos le decís que no. Y ahí viene el debate…”
(Cecilia, 28 años, Cooperativa de La Esperanza/San Jorge, 2012)

La mirada negativizante que pesa sobre el perceptor de un plan, que lo vuelve objeto de sospecha, ha sido experimentada por los entrevistados que aquí analizamos a lo largo de su trayectoria como“asistidos”. Como describimos en los primeros apartados del análisis, mediante la inscripción en el discurso de derechos que propone el movimiento, se intenta desplazar el estigma e invertir la carga de la deuda que impone la obligación biográfica; frente al derecho vulnerado es el Estado quien debe responder a la demanda legítima. En este momento del análisis identificamos el establecimiento de distinciones y jerarquías entre semejantes -dentro y fuera del movimiento- que, afincado en el imperativo asceta, descarga sobre el otro un juicio individualizante que refuerza la carencia y la pasividad. Así, ante la pregunta sobre el impacto de la Asignación Universal por Hijo en el barrio, Luciana –que no tiene hijos- reitera en dos ocasiones sus dudas acerca de la utilidad de la medida: “Sí, la habrá ayudado. Pero a la vez también veo que… No sé, no quiero pensar que las chicas se embarazan por eso, para no trabajar y tener una asignación.
Cuando las distinciones entre los integrantes del movimiento se intensifican, los criterios formales que regulan la participación y distribución de recursos entran en tensión. La expresión de María“Estamos mirando mucho lo que hace el otro” en el fragmento que presentamos a continuación da cuenta de un momento de conflicto interno en el que la lógica individualizante –que reenvía a las dinámicas de intervención estatal vía las políticas de asistencia- erosiona los consensos colectivos y cuestiona la productividad identitaria en su capacidad de amalgamar elementos heterogéneos.

“R: (…) Él no se tiene que llevar, él se tiene que llevar. Las marchas, él faltó, él no fue, estas cosas. Estamos mirando mucho lo que hace el otro y no lo que hace uno.
E: Y para vos ¿Cuáles tendrían que ser los criterios para distribuir las cosas?
R: ¡Uh, criterios! Esa fue la discusión de ayer. Los criterios tendrían que ser… Ahí, ya tenemos cinco criterios hechos. Son el aporte, el trabajo… El aporte, el trabajo… “¡Ayudame,
Cachi!” [Le dice a otra compañera]. La formación de base, no, sí, formación de base, las marchas, y el presentismo (…) Esas cuestiones.
E: Entonces esos son los criterios que tienen como decididos entre todos.
R: Ahora. Sí, en este momento. Pero nada, ayer era la discusión que algunos no estamos de acuerdo en que sean cinco. Y nada, se arma la discusión y se terminan hablando cosas que, a veces, nada que ver. Pero esos son los criterios. A mí parecer tendría que haber otro tipo de criterios.
E: ¿Cuáles te parece a vos que tendrían que ser?
R: Y, primero, el respeto acá adentro. El respeto, después el aporte si quieren, y la formación. Y las marchas, yo creo que eso está más que sabido. El movimiento se construyó con marchas. Creo que no hay que ponerlo como criterio porque todo el que entra acá sabe que tiene que marchar porque es una forma de salir a luchar. Y hacerse ver y que la gente vea que somos personas que no tenemos un trabajo, que necesitamos. Que no tenemos las cosas que necesitamos, si no, no estaríamos acá. Entonces, creo que lo de la marcha no tendría que ir, porque todos entramos acá sabiendo.
E: ¿Y el trabajo?
R: ¡El trabajo! El trabajo también iría ahí, pero yo creo que son más importantes otras cosas. Que también, el trabajo es importante, porque nos estamos sacando los ojos, a ver quién vino y quien no vino. Pero yo veo como más (…) Creo que al tener respeto entre todos los compañeros, creo que lo del trabajo va a ir marchando. Porque si vos respetás a tu compañero vas a venir a laburar a la par de él. No podés estar en tu casa sentado, mientras el otro está transpirando la camiseta. Con respeto llegamos a todo.”
(María, 32 años, cooperativa de Las Lomas, 2012)

En este relato, “trabajo” y “marchar” deben subordinarse al “respeto” en la consideración de los criterios de funcionamiento y distribución de recursos. La noción de respeto emerge para reponer un sentido de grupalidad ante las tensiones que producen las diferenciaciones internas, a la vez que inscribe la responsabilización del sujeto ya no ante el Estado que lo escruta –subordinando al perceptor-, sino ante su par del movimiento -“Porque si vos respetás a tu compañero vas a venir a laburar a la par de él”-.

6. A modo de cierre. ¿Contra quién? Las tensiones del “nosotros” entre la alteridad y la distinción

En el artículo propusimos una aproximación a la construcción de la identidad colectiva de un movimiento de trabajadores desocupados con el objetivo de indagar ciertas dinámicas de sociabilidad y politicidad que atraviesan a las fracciones más precarizadas de los sectores populares urbanos. Lo hicimos a través del análisis de representaciones de los militantes de la cooperativa en relación a dos acontecimientos: la represión en la plaza frente a la Municipalidad, y la organización interna del movimiento y del proceso de trabajo en la cooperativa. Dos momentos que remiten a la ya mencionada doble vía de la experiencia de estos colectivos de desocupados, una actualización de la ruta (en este caso la plaza) y el barrio. En cada uno de estos ámbitos intentamos indagar el modo que se ponen en acto la construcción de alteridades y de vinculación entre pares.
La productividad identitaria del movimiento anclada en una noción informal de derechos que anuda la demanda de un trabajo –no degradante y en el barrio- con una acción directa legitimada, se vuelve un soporte que le permite al sujeto correrse de la carga estigmatizante que impone la obligación biográfica de la percepción de planes sociales en otros ámbitos. Las alteridades -como otredades radicales- que emergen en este momento refuerzan la grupalidad, no sólo cohesionando al movimiento, sino también a partir de la asunción de cierto grado de representación de los intereses de su barrio por el que se moviliza.

R: Al principio no teníamos nada cuando empezamos con la cooperativa. Era más lindo porque uno peleaba por tener las herramientas. Y antes era más lindo porque no tenés nada y te dan más ganas de estar en la calle porque decís “es para mi barrio”. Al principio lo veía de otra forma, ahora es como que… Algunas veces nos peleamos porque nos faltan herramientas, porque se llevan a la casa y no las traen… O se rompe una máquina y no avisan… Es como que… todo es pelea.
(Cecilia, 28 años, Cooperativa de La Esperanza/San Jorge, 2012)

Como puede leerse en el relato de Cecilia, la hipótesis del ámbito-momento (Massetti, 2004) como productor de identidad parece no ser suficiente para cristalizar un colectivo heterogéneo. En la experiencia cotidiana del trabajo de la cooperativa estas personificaciones antagónicas parecen diluirse12 y estallar otro tipo de conflictos. En este cambio de escenario también se fragiliza la asociación positiva entre el movimiento y el barrio, donde se entabla una disputa por el reconocimiento del trabajo realizado.
En el relato de Cecilia se combina un sentimiento de frustración –“Como que te desgasta”-, y voluntad militante -“Hay que concientizar a la gente”- que da cuenta de las tensiones que atraviesan la cotidianeidad del trabajo en la cooperativa y el movimiento. La ponderación de la lucha por la obtención de la cooperativa puede ser leída como el intento de restituir la imagen de un antagonismo en un territorio políticamente despolarizado y territorialmente segregado; como una forma de reponer la alteridad diluida en la distinción.

Notas

1 Versiones preliminares de este trabajo fueron presentadas como ponencias en Congresos (Nardin, 2015a; 2015b)

2 “Mientras la literatura disponible sobre piqueteros se veía preocupada por demarcar fronteras –políticas, ideológicas, programáticas- entre las organizaciones existentes, mis interlocutores me mostraban que sus relaciones no estaban predeterminadas por su pertenencia a una de esas organizaciones; mientras la bibliografía oponía el piquetero (del movimiento social) y el puntero (del peronismo), mis interlocutores vivían situaciones en que esos rótulos guardaban continuidades, y cuya oposición podría ser irrelevante; la expresión “estar con” (los piqueteros, los peronistas), que las personas usaban para referir a lo que hacían, revelaba el carácter relacional y situacional de sus pertenencias colectivas.” (Quirós, 201: 21)

3 “Una visión que permita señalar continuidad y rupturas es aquella capaz de comprender la complejidad del caso bajo estudio, teniendo en cuenta que la transposición de marcos teóricos originados en un contexto diferente puede inducir a conclusiones incorrectas. El uso de categorías como clientelismo o la antinomia autonomía/heteronomía no hubieran permitido comprender la red organizacional surgida en Villa Palito. Las redes clientelares sirven para señalar un tipo de red que existía en el barrio previo al programa de urbanización y que hoy ha desaparecido. Los vecinos del barrio no fueron receptores de “favores” sino que fueron capaces de organizarse y convertirse en actores protagonistas del proceso de diseño e implementación de la política de urbanización. (…) Asimismo la antinomia autonomía/heteronomía tampoco permite abordar la complejidad del fenómeno que se estudia, donde existió una movilización activa de vecinos del barrio que lograron conformarse como un actor político con capacidad de negociación frente al poder estatal y cutos principales reclamos, vinculados a la tierra y la vivienda, no se han visto alterados al vincularse activamente con el poder estatal.” (Forni et al, 2013: 209-210).

4 “Las identidades son, por así decirlo, las posiciones que el sujeto está obligado a tomar, a la vez que siempre «sabe» (en este punto nos traiciona el lenguaje de la conciencia) que son representaciones, que la representación siempre se construye a través de una «falta», una división, desde el lugar del Otro, y por eso nunca puede ser adecuada —idéntica— a los procesos subjetivos investidos en ellas. La idea de que una sutura eficaz del sujeto a una posición subjetiva requiere no sólo que aquel sea «convocado», sino que resulte investido en la posición, significa que la sutura debe pensarse como una articulación y no como un proceso unilateral, y esto, a su vez, pone firmemente la identificación, si no las identidades, en la agenda teórica”. (Hall, 2003: 18-19)

5 Desde esta perspectiva, Farías (2013) exploró las continuidades y cortes subjetivos que expresan los perceptores de planes, integrantes de movimientos de trabajadores desocupados, y trabajadores precarios, bajo la hipótesis de que se construye una figura social híbrida que condensa elementos del mundo del trabajo asalariado con otros del mundo de los planes de asistencia –y que se manifiesta diferencialmente en cada perfil mencionado-.

6 “El estigma es una manera que tiene un grupo social de marcar la desviación a determinadas reglas formales o informales, de hacer conocer que se está infringiendo las costumbres en común, yendo más allá de determinados valores que cementan la vida cotidiana, la cohesión social, al menos vigente todavía para un grupo.” (Rodriguez, 2009, 12)

7 “Las contestaciones de los sectores populares a los procesos de segregación en los que se ven involucrados incluyen un amplio repertorio de prácticas materiales y simbólicas. Ellos luchan contra la segregación, por ejemplo, procurando desmarcarse de los estigmas que pesan sobre ellos: ya sea alegando no pertenecer al grupo que los cobija o, por el contrario, reivindicando esa pertenencia; ya sea justificando las circunstancias que desembocaron en su presente, o construyendo otros referentes de identidad anclados en el pasado o el futuro, concebidos como prósperos. Los sectores más vulnerables también disputan su permanencia en la ciudad buscando su efectiva integración a la misma, a través del acceso a los servicios que le son retaceados por el Estado.” (Carman et al, 25)

8 Por los objetivos del trabajo hemos decidido modificar los nombres de los barrios y las personas entrevistadas para preservar su anonimato.

9 Tomamos este dato dada la escasez de información oficial sobre el PAT, especialmente desagregada a nivel de los municipios. Ver "Crecen sin control las cooperativas sociales y abundan las quejas", La Nación online, 10/03/2013. Capturado el 28/07/2015.

10 “Dentro de un telón de densificación de las relaciones del poder ejecutivo nacional con las redes municipales– lo cual supone la revitalización de los mediadores político-estatales (popularmente llamados “punteros”)– que se expresan públicamente como autoritarias y “clientelares”, pero inserto en una tensa vinculación entre una serie de medidas democratizantes y un discurso gubernamental signado por el clivaje entre “pobres” y “ricos” el proceso de movilización de las organizaciones de trabajadores desocupados y su consigna aglutinante:“cooperativas sin punteros” interpeló a diversas fracciones sociales y tensó el ambiente político.”. (Maneiro, 2013: 10)

11 Vale citar este fragmento de Quirós que precisa el objetivo de su consideración, a propósito del estatuto de la lucha y de las marchas en los movimientos: “Y decir que lo merecido depende de la cantidad, es decir también que, en definitiva, existe por y en virtud de esa cantidad. No me parece del todo satisfactorio entender la lucha – y la retórica de la lucha- como una mera “resignificación” de recursos de origen público o gubernamental. Esta idea, corriente en la sociología de los movimientos, supone que a lo largo de un recorrido de circulación, un mismo objeto –el plan, por ejemplo- es cargado de nuevos sentidos por los agentes que lo intercambian, distribuyen, demandan, consiguen: más que significar o re-significar objetos, la lucha los produce. El plan, la mercadería, la cooperativa, son y están ahí por un esfuerzo invertido. Un esfuerzo de carácter colectivo –la cantidad que los hace, por el principio de derecho de hacer-merecer, bienes que pertenecen a ese colectivo.” (Quirós, 2011: 205)

12 No hemos podido desarrollarlo aquí, pero habría que matizar ésta afirmación con la presentación de la figura del inspector del Municipio que releva el trabajo que realiza cotidianamente la cuadrilla y con quien la cooperativa ha tenido una serie de conflictos significativos para los entrevistados.

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Recibido: 10.07.16
Revisión editorial: 25.06.17
Aprobado: 25.06.17

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