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Trabajo y sociedad

versão On-line ISSN 1514-6871

Trab. soc.  no.29 Santiago del Estero jun. 2017

 

ESPEJO DE LECTURAS

Apuntes de un artesano 

 

Esteban Piliponsky*

* Licenciado en Historia. Docente e investigador de la Universidad Nacional de Tucumán. Correo:  epili50@gmail.com 

A propósito del libro de Roberto Pucci (2016). Historia. Erudición, interpretación y escritura. Buenos Aires, Biblos. ISBN 978-987-691-523-6. 188 pag.

Frente a un nuevo libro de teoría y metodología de la historia, quizás la primera reacción sea preguntarse el para qué. Qué busca aportar una publicación sobre este manido tema. Más aún si se advierte con rapidez, como sucede en este caso, que no se pretende plantear ni un giro copernicano ni una síntesis superadora de lo existente, sino en algún punto incluso lo contrario, una defensa de la tradición de la profesión histórica. Es tan pertinente esta duda que el propio autor comienza el mismo dando cuenta de este cuestionamiento, y dedica todo el prólogo a ofrecer una respuesta.
Roberto Pucci, reivindicando el rasgo artesanal de la labor del historiador, defiende la pertinencia de escribir sobre su propia experiencia, influida por diversas vertientes. Por un lado su contexto, en lo temporal desde la época de estudiante en los agitados ’60 hasta la actualidad como docente, y en lo espacial la siempre convulsionada y estancada Argentina y dentro de ella la pequeña provincia de Tucumán, periferia de la periferia. Por el otro sus antecedentes personales, amante de la erudición y la investigación desde joven con diferentes producciones historiográficas en su haber, tiene a su cargo desde hace más de 15 años la cátedra de Metodología de la Historia de la Universidad Nacional de Tucumán, y ha sido un agudo observador crítico de la realidad social y política, exponiendo sus miradas en diversas tribunas a lo largo de carrera.
Parte de las inquietudes de ese perfil lo han llevado a mantener siempre un ojo en la reflexión de la propia práctica historiográfica, así como en el largo debate acerca del conocimiento posible en la disciplina, y como trasfondo de ello, en el estudio de la filosofía de la ciencia junto a su propio devenir. Este combo lleva al propio Pucci a describirse como un híbrido de epistemólogo a la fuerza, metodólogo improvisado, y práctico apenas diplomado en el taller de la disciplina histórica y en el gusto por su ejercicio. Aspectos que en realidad, como él mismo remarca, son propios (y deseables) de muchos de los propios colegas más allá de los itinerarios personales.
Conocer al autor de una obra es una parte fundamental de su lectura. Pero ente caso, explicitar la trayectoria personal de quien escribe la obra se vuelve al mismo tiempo un triste requisito, para acreditar la pertinencia del mismo a desarrollar un escrito con la visión holística que este propone. Pues no se trata de un catedrático de, por ejemplo, La Sorbona parisina como podría esperarse de quien emprende un proyecto así, sino de un norteño del país más austral del mundo. Hasta ahora entonces, solo podríamos justificar la mencionada pertinencia de Pucci para abordar la temática en cuestión, si es que tal cosa debiera o pudiera medirse. Veremos a continuación los que consideramos sus aportes
La primera clave para valorar este escrito es su bibliografía. La selección de las obras utilizadas y analizadas a lo largo de sus páginas, como la lista final clásica de cualquier publicación académica, ya es en sí mismo un descubrimiento en la academia argentina y en muchos casos en toda la hispanohablante. A las clásicas obras de reconocidos autores como Marc Bloch, Carlo Guinzburz o Eric Hobabawn, las cuales Pucci también pondera dentro de su propio escrito; aparecen la revalorización de autores menos utilizados para la temática como Krzysztof Pomian, Henri Marrou o Gerard Noiriel; y la enumeración y análisis de ediciones no traducidas al castellano, con su lógica limitación idiomática y de distribución, como las de Elton Geofrey, Richard Evans y Arthur Marwick. Naturalmente esta lista es solo una selección arbitraria de toda la existente en el escrito.
Por otro lado, Pucci propone encarar el análisis de la disciplina histórica desde una perspectiva amplia que abarca, desde una posición epistemológica general hasta aspectos técnicos cotidianos de la práctica profesional. Paradójicamente, quizás allí se encuentre lo más interesante pero al mismo tiempo el aspecto más vulnerable del escrito. Se apunta a un público que va desde el novel estudiante y potencial investigador, a quien expone las principales herramientas teóricas y prácticas del oficio (la cocina de la producción historiográfica podríamos decir), hasta el lector especializado, que podrá encontrar hipótesis sólidamente justificadas acerca del alcance del conocimiento histórico. El propio autor incluso, suma a la lista de los posibles interesados a los profesionales de disciplinas afines a la historia, y hasta a los meros consumidores de la misma que tengan interés por la forma en que ella se construye.
La amplitud de públicos apuntados explica al mismo tiempo que no se ahonde más en algunas cuestiones centrales. El libro tiene un tono introductorio y en ese sentido dicha falencia se vuelve inevitable. Sin embargo, en su defensa, son necesarios algunos contrapuntos: por un lado, la amplitud de aspectos tratados acerca de la historia no va en detrimento de la agudeza del análisis de los mismos. Los diversos temas examinados no sólo tienen un claro y conciso posicionamiento del autor, sino que proponen un camino para escudriñar con más atención cada uno de ellos. En ese sentido, la bibliografía vuelve a valorarse por la forma en la que Pucci la referencia.
Por otro lado el presente libro, resultado de las clases de Metodología dictadas por su autor como ya mencionamos, tiene una fuerte impronta docente. Por ello su redacción clara y amena hace la lectura amable para los especialistas y comprensible para los más novatos. Al mismo tiempo, atiende a las demandas de estos diferentes niveles proponiendo respuestas a cada uno, pero principalmente incitándolos a seguir en los temas de interés para construir su propia postura.
Luego del prólogo el libro cuenta con una introducción y tres capítulos: erudición, interpretación y escrituras. Estos aspectos, enumerados también en el título del volumen, implican una hipótesis en sí misma de cómo clasificar en tres estadios o momentos (simultáneos, no
consecutivos) la práctica historiográfica, que el autor retoma de otros pensadores y hace propio a la hora de estructurar su exposición.
La introducción es un análisis del estado actual de la epistemología, en donde la historia como oficio se inserta en tanto productora de conocimiento. Es una defensa férrea y sustentada de la ciencia moderna, surgida de su propia revolución hacia el siglo XVII, y contra quienes, como sostiene el autor, la atacan justamente por sus aspectos exitosos. El supuesto salvataje al racionalismo propuesto en la Nueva Epistemología fundada por Karl Popper, escuela dominante actualmente, es mostrado como la base gnoseológica del posmodernismo, principal corriente irracionalista contemporánea. El falsasionismo poperiano y de sus discípulos se caracteriza, en el estudio que estamos reseñando, como sostén de un escepticismo dogmático. En dicha escuela, la falibilidad del conocimiento científico no es ubicada como método o punto de inicio de una investigación, función que por cierto siempre estuvo presente en el fundamento de la ciencia moderna, sino como su conclusión: al no poder saber todo, no podemos saber nada.
Para desarrollar la crítica a estas ideas Pucci se apoya en el filósofo australiano David Stove, otro hallazgo del autor pues sus muy interesantes reflexiones no solo son mayormente desconocidas en la academia nacional, sino que sus únicas dos traducciones al castellano son prácticamente inhallables en Argentina incluso en las bibliotecas especializadas, como puede dar cuenta quien suscribe. Stove caracteriza a la teoría de Popper como una de las tantas “doctrinas del velo”, en tanto pone en el centro del pensamiento el límite a conocer cualquier fenómeno en forma absoluta y concluye relativizando todo saber posible. La Nueva Epistemología no fue entonces como su creador pretendía, un salvataje del racionalismo científico frente al llamado positivismo, que en realidad nunca existió en la forma que este describió. Tampoco fue una superación de los “grandes relatos” del SXIX, sino en realidad una contracara de lo mismo. Nuestro libro intenta una explicación histórico-social de las razones del surgimiento y éxito a nivel global de esta clase de teorías “del velo”, emparentadas entre sí, y se arriesga luego a extender el análisis para el caso argentino.
Ya centrándose en la historia como disciplina, el capítulo que trata sobre la erudición considera a la misma como la clave epistemológica de la historia. Sin erudición, afirma Pucci, no hay conocimiento auténticamente histórico, y esto implica la aspiración de un conocimiento lo más completo posible del tema que se pretende investigar. El capítulo refleja el hastío de su autor hacia una historiografía que considera excesivamente abundante en el medio, la cual denuesta el lugar central de las fuentes históricas y se sostiene en los análisis teóricos o modélicos.
Esta necesidad de manejar la mayor información posible sobre un tema, cobró mayor dificultad en los últimos años en tanto se han multiplicado las formas de producir registros en las sociedades, siendo el último y más increíble fenómeno en ese sentido la aparición de internet, también atendido en el libro. Lejos de las comparaciones pintorescas que comparan la tarea del historiador con la de, por ejemplo, un detective, Pucci en cambio directo y sin contemplaciones lo asemeja a la tarea mucho menos valorada de un cartonero. Esto por una metáfora entre los dos oficios, en tanto ambos utilizan y revalorizan lo que es considerado por la mayoría como desperdicio. Pero también en muchos casos como una vinculación literal, pues quien emprende la tarea de historiador puede encontrarse revolviendo en montañas de polvo y papeles tratados casi como basura en alguna biblioteca, archivo o depósito, público o privado, en busca de algún registro para su investigación, escenario muy común en nuestro país.
Frente a lo inconmensurable que resulta al lector la monumental tarea que se describe en el libro como requisito para encarar una investigación histórica, explicada con pasión en el marco de la batalla abierta contra la historiografía teorizante y poco empírica, resurge el oficio docente del autor que dedica unos párrafos a matizar lo anterior. A sabiendas de que la inmensidad de un proyecto es una de las razones más comunes del fracaso de los mismos, sobre todo entre los nóveles, Pucci remarca la necesidad de reconocer los límites y proyectar un trabajo a la altura de lo realizable.
En el capítulo referido a la interpretación se retoman aspectos de la sociología del conocimiento abordados en la introducción, pero con la mirada puesta en la disciplina histórica en particular. En este apartado se desarrolla una de las ideas centrales que atraviesen todo el escrito: la producción historiografía crea un conocimiento auténtico de lo social. Dicho saber histórico, apoyado en un método, genera una explicación de hechos y procesos del pasado que son útiles y necesarios para la comprensión de toda sociedad por sí misma y no pueden ser asemejado con la mera opinión o el “subjetivismo” extremo en el que buscan posicionarlo corrientes posmodernas como la del giro lingüístico. Es una clara defesa del realismo crítico, es decir aquel que pese a reconocer sus límites considera posible producir conocimiento, en contra del escepticismo dogmático.
Si al referirse a la erudición el autor rechaza el uso excesivo de la teorías sociales en donde los hechos son subsumidos a los modelos, al hablar de la interpretación aspira a exponer cual es el lugar de la mencionada teoría dentro del oficio en cuestión. El historiador, sostiene Pucci, expone los hechos y los interpreta. Ya en la forma de exponerlos, los está interpretando. Por ello, siguiendo las ideas de Arthur Danto, afirma que no existe una crónica de los sucesos que no tenga interpretación, como tampoco se puede escribir una historia puramente interpretativa sin relatar una concatenación de hechos. Aparece entonces también el vínculo entre interpretación y escritura: la forma en que las investigaciones de los historiadores son socializadas es mediante la narrativa, que es la suma de la exposición y la interpretación.
El punto de equilibrio entre el apego a las fuentes y la lectura crítica que el historiador hace de las mismas, es el desafío central de la interpretación y uno de los más atendibles en el proceso general de producción. El autor aquí es implacable con las diversas filosofías de la historia que basan sus análisis en leyes históricas prefabricadas y donde los sucesos deben ser acomodados a la estructura. Incluso rechaza en particular a un modelo de producción marxista, apegada en tal nivel a la teoría que el acontecimiento se borra casi por completo y el valor explicativo se vuelve nulo. El autor la considera “historia ideológica, de neta predominancia teorizante”. Quizás hay aquí una crítica desmedida hacia un investigador y una escuela que no existen tal cual en la realidad. La caracterización de Pucci no sería aceptada por los autores citados, y ubicar a los mismos en la forma mencionada generaría fuertes debates.
Sin embargo, para quienes estamos habituados a la lectura de textos históricos identificamos rápidamente el tipo de textos al que apunta esta crítica, y sin duda existen grandes obras cuyo importante trabajo erudito o la gran pluma para la redacción, se ven empañados por una ponderación de la posición ideológica que desdibuja su capacidad explicativa. Nuestro autor propone en cambio, junto a la necesaria contrastación y verificación de las fuentes, primeramente rechazar el “argumento triunfalista” el cual ubica como necesario y racional los procesos tal como sucedieron, para contemplar en cambio otras opciones que no se concretaron y las razones por las que esto se dio así. Luego la ecuanimidad entre sostener las preguntas con las que se aborda una investigación y la “capacidad de asombro”, y por ende adecuación de aquellas, ante lo que se descubre en el trabajo empírico. Y finalmente el equilibrio entre la necesaria crítica a la “Historia Oficial” emanada desde los diferentes sectores de poder, y la utilización de las evidencias para sostener el discurso.
Para finalizar, en el capítulo que trata sobre escritura se comienza analizando el ataque hacia los textos de historia que los ubican peyorativamente como un género más de la literatura de ficción. Frente a ello la posición del autor es muy original, pues reconoce dicha cercanía pero no por lo ficcional de la historia sino por lo realista de la literatura. “Toda novela es novela histórica” afirmó John Lukacs, y Pucci recoge este argumento para sostener que cualquier escrito ficcional pretende mostrar e interpretar algo de su contexto. En muchas ocasiones las investigaciones que se realizan para producirlos, son más rigurosas que la de muchos historiadores. La diferencia está en el permiso que el escritor de ficción tiene respecto a estos, de crear personajes o situaciones, en tanto el historiador asume el compromiso de relatar solo lo que puede sostener con documentación que así sucedió. Y no solo ello, sino que debe permitirle al lector reconstruir su itinerario de
investigación exponiendo en cada caso las evidencias utilizadas. Esto se realiza mediante la llamada “doble narrativa”, que implica notas al pie (o sus numerosas variables) para narrar en simultáneo a la historia analizada, el derrotero de la propia indagación.
Lejos de ser la última etapa cronológica de un trabajo de historia, la escritura es analizada como un proceso que comienza junto con el mismo a partir de la forma en que se decide apuntar, organizar y clasificar el material que se va acumulando. El autor llama “lectura caníbal” al proceso mediante el cual el investigador debe vincularse con las fuentes, tanto primaria como secundarias, en tanto no debe utilizarlas como su creador original las ha preparado para el público general, sino que debe desagarrarlas y reclasificarlas según la necesidad de su propia pesquisa.
Para concluir, Pucci critica una forma difundida de escritura estructurada intencionalmente en la ambigüedad y complejidad de su forma. Este estilo, muy habitual en la historiografía contemporánea, intenta dar cuenta de lo paradójica y equívoca que resulta la realidad que se pretende reflejar. Pero si los procesos y hechos son complejos, la tarea explicativa es justamente hacerlos claros y precisos. La ambigüedad, remarca el autor, es una falacia del conocimiento que no refleja profundidad. Esta posición no da respuesta al simplismo que dice combatir. Los escritos históricos son bien recibidos cuando apelan a diversos recursos retóricos y literarios, pero su prioridad debe estar en hacer inteligible al lector el fenómeno que se busca reflejar.

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