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Trabajo y sociedad

versión On-line ISSN 1514-6871

Trab. soc.  no.31 Santiago del Estero dic. 2018

 

IMÁGENES Y MAGNITUDES DEL TRABAJO

Las mujeres trabajadoras en la industria gráfica de los años sesenta y setenta: participación sindical, agencia contenciosa y discursos de género

Mulheres trabalhadoras na indústria gráfica dos anos sessenta e setenta: participação sindical, agência contenciosa e discursos de gênero

Women workers in the printing industry during sixties and seventies: union participation, contentious agency and genre discourses

Pablo GHIGLIANI** 

1** Investigador del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) con sede en el Instituto de Investigaciones en Humanidades y Ciencias Sociales (IdIHCS) de la Universidad Nacional de La Plata. E-mail: pablo.ghigliani@gmail.com

RESUMEN

Este artículo se basa sobre la siguiente premisa: que las relaciones de explotación económica son al mismo tiempo relaciones complejas y cambiantes de dominación y subordinación de género, entre las clases y al interior de las mismas. Con este horizonte como paradigma, estudia el creciente proceso de movilización de las trabajadoras de la industria gráfica entre 1966 y 1976. Para ello se divide en tres partes: a) un estudio cuantitativo de la evolución de la presencia femenina en los puestos directivos sindicales de la Federación Gráfica Bonaerense, en las listas electorales de las distintas agrupaciones gremiales y en las comisiones internas entre los años 1966 y 1975; b) un estudio de la agencia de las mujeres en los conflictos sindicales del período que combina evidencia cualitativa y cuantitativa; y c) un análisis cualitativo del modo en que lo femenino se hace presente discursivamente en la revista del gremio.

Palabras Clave: Federación Gráfica Bonaerense; industria gráfica; clase obrera; sindicalismo; género

ABSTRACT

The paper is based upon the following proposition: the relations of economic exploitation are simultaneously complex and changing relations of domination and subordination, among and within classes. With this paradigm as intellectual horizon, the paper studies the growing mobilization process of female workers of the printing industry between 1966 and 1976. It is organized in three parts: a) a quantitative study of the evolution of the presence of women in the headquarters of the la Federación Gráfica Bonaerense, the competing electoral lists and the shop-floor committees between 1966 y 1975; b) the quantitative and qualitative study of the women agency in the labor conflicts of the period; and c) a qualitative analysis of how the female is discursively treated by the trade-union magazine.

Key words: Federación Gráfica Bonaerense; printing industry; working class; trade-unionism; gender

RESUMO

Esse artigo se baseia sobre a seguinte premissa: as relações de exploração econômica são ao mesmo tempo relações complexas e cambiantes de dominação e subordinação de gênero, entre as classes e ao interior das mesmas. Com esse horizonte como paradigma, analisa o crescente processo de mobilização das trabalhadoras da indústria gráfica entre 1966 e 1976. Para isso divide-se em três partes: a) um estudo quantitativo da evolução da presença feminina nos postos diretivos do sindicato Federación Gráfica Bonaerense, nas chapas eleitorais das distintas agrupações gremiais e nas comissões dos lugares de trabalho, entre os anos 1966 y 1975; b) um estudo da agência das mulheres nos conflitos sindicais do período, que combina evidencia qualitativa e quantitativa; y c) uma análises qualitativa do modo em que o feminino se faz presente discursivamente na revista do sindicato.

Palavras chave: Federación Gráfica Bonaerense; indústria gráfica; classe operária; sindicalismo; gênero

SUMARIO

Introducción; 2. Historia de las mujeres y estudios de género; 3. La participación femenina en la FGB: un ejercicio de cuantificación; 4. Conflictividad laboral y agencia femenina; 5. De la historia de las mujeres al análisis de género; 6. A modo de cierre; 7. Bibliografía; 8. Documentos.

1. Introducción

Con intensidad y temporalidades diversas según lenguas y países (Baron, 1991; Canning, 1992; Perrot, 2009; Scott, 2008), se ha venido consolidando desde los años setenta la idea de que para escribir la historia de las tramas complejas de opresión, dominación y explotación es esencial investigar las intersecciones entre clase, género, raza y etnia.

En particular, la insistencia en que las relaciones de explotación económica son al mismo tiempo relaciones complejas y cambiantes de dominación y subordinación de género, entre las clases y al interior de las mismas, ha estimulado desde entonces la revisión crítica de las categorías asexuadas, y por lo tanto masculinizadas, predominantes en la historiografía de la clase obrera. También en Argentina estas ideas fueron poco a poco ganando terreno de la mano de las discusiones planteadas, principalmente, por historiadoras.1 Concibo este artículo como una autocrítica, aunque tardía por

1 El artículo de Dora Barrancos (2004-5) ofrece un exhaustivo e ineludible estado de la cuestión no solo sobre el progreso de la historia de las mujeres y los estudios de género en la historiografía local, sino también sobre sus influencias teóricas. Para el mundo del trabajo, Mirta Lobato (1990, 1993, 2004, 2007) es una referencia clave.

cierto; un primer paso hacia la incorporación de la perspectiva de género en mis investigaciones sobre la industria gráfica.

2. Historia de las mujeres y estudios de género

Desde muy temprano, las historiadoras feministas advirtieron los riesgos que acarreaba la integración académica de la historia de las mujeres como una simple historia compensatoria (Kelly, 1976), como una sub-disciplina separada del resto y, por lo tanto, sin consecuencias teóricas generales para la investigación del pasado. A principios de los noventa, Ava Baron (1991) retornaba sobre idéntico problema con su denuncia de la guetificación de los estudios de las mujeres, y luego del género, en el campo de la historia del trabajo. Un proceso (y un progreso), que como señalaría más tarde Joan Scott (2008), en sus comienzos tendió a dejar inalterados los marcos analíticos y las categorías asexuadas y masculinizadas reconocidas y aceptadas por los historiadores sociales de la clase obrera.

Esta segregación, sin embargo, no impidió a este movimiento intelectual visibilizar la agencia de las mujeres y sus problemas específicos. Y quizás más importante aún, poner de manifiesto que la relación entre los sexos es social (Kelly, 1976) y que, por ende, el sexo debe conceptualizarse en términos históricos (Scott, 2008). Gradualmente, el uso de la categoría género devino la marca distintiva de este reconocimiento; y también, de que la relación entre los sexos es una de las determinaciones estructurantes de la organización social. Es que, como sintetiza Gamba (2007), esta categoría enfatiza la dimensión social e histórica de la organización de la diferencia sexual como diferencias de género construidas como relaciones sociales de poder, es decir, relaciones asimétricas que atraviesan toda la trama social sobre las que se asientan la dominación masculina y la subordinación femenina. En su empático pero crítico repaso de las teorías feministas sobre el género, Donna Haraway (1991: 220) concluía que todas sus versiones compartían la pretensión de comprender “la especificidad de la opresión de las mujeres en el contexto de culturas que distinguen entre sexo y género”.2 Sospecho que esta afirmación mantiene su validez para las producciones teóricas elaboradas desde entonces, tanto dentro como fuera del campo feminista. Como derivación lógica de estos principios, la categoría género insiste en los orígenes sociales y relacionales de las identidades subjetivas de mujeres y hombres, y entiende que los conceptos normativos dominantes que pretenden limitar y contener el sentido de lo femenino y lo masculino en esquemas binarios y excluyentes son contestados por sentidos alternativos y desbordados por la práctica social. Es una categoría que no se limita al sistema de parentesco y la socialización primaria; desde esta perspectiva toda institución, por ejemplo un sindicato, se asienta sobre relaciones y nociones de sexo y género a las que, a su vez, reproducen y transforman. Una vez aceptadas estas premisas, el género deja de ser una faceta más del mundo del trabajo para convertirse en uno de sus principios estructurantes. Por lo tanto, no se trata, parafraseando a Ava Baron (1991), de agregar mujeres a los estudios del trabajo y batir; ni tampoco, parafraseando a Scott (2008), de escribir género dónde antes escribíamos mujeres. Pero, ¿de qué se trata entonces?

El mayor desafío para una historia social del trabajo radica en el paso de las formulaciones teóricas al examen de los procesos empíricos de formación de clase. Es relativamente sencillo reconstruir el protagonismo de las mujeres en las huelgas y conflictos, o examinar la discriminación salarial, o estudiar la división sexual del trabajo, o identificar la inclusión de demandas femeninas en las agendas obreras del pasado. Otra cosa muy distinta es desentrañar cómo operaron las relaciones sociales de

También, las investigaciones recientes de Andrea Andújar (2007, 2016), Silvana Palermo (2009), Débora D’Antonio (2000), Débora D’Antonio y Omar Acha (2000), Laura Rodríguez Agüero (2014), por la rigurosidad e imaginación con las que persiguen los vínculos entre género y clase. La lista no pretende ser exhaustiva. 2 En realidad, para ser fiel al núcleo de la crítica de Haraway, el reconocimiento de las oposiciones binarias y universalizante sobre las que, afirma esta autora, se construyó el concepto del sistema sexo-género, debería ser acompañado por la incorporación al análisis de las múltiples relaciones que constituyen sujetos de identidades inestables y cambiantes (las construcciones raciales, la subordinación étnica, las rivalidades nacionales, la normatividad de las orientaciones sexuales, etc.). sexo y clase, y el género, en la estructuración de relaciones de poder y jerarquía inter e intra-clase que se traducen en explotación, dominación y opresión. Lo que, a su vez, requiere el estudio de múltiples relaciones para indagar los heterogéneos procesos de formación e identidad de la clase obrera. Relaciones dentro y fuera de la producción que incluyen las que mantienen entre si los y las trabajadoras, y las que, trabajadores y trabajadoras, mantienen con la patronal, sin olvidar el papel que en estas tramas juegan la intervención estatal con sus disposiciones y funcionarios.

Aunque distintas en sus enfoques, las investigaciones de largo plazo de Thomas Klubock (1992, 1995) sobre un enclave minero de cobre en Chile, de Ann Farnsworth-Alvear (2000) sobre el sector textil en Medellín, Colombia, o de Lara Putnam (2002) sobre la inmigración jamaiquina para la producción bananera en Puerto Limón, Costa Rica, ofrecen tres modelos exitosos de cómo incorporar la perspectiva de género al estudio del trabajo. En Argentina, pesquisas como los de Silvana Palermo (2009) sobre la huelga ferroviaria de 1917, Andrea Andújar (2016) sobre las luchas petroleras de 1932 en Comodoro Rivadavia, Débora D’Antonio (2000) sobre la huelga de la construcción de 1936, o Laura Rodríguez Agüero (2014) sobre las luchas docentes mendocinas en los setenta, son valiosos ejemplos de cómo unir la visibilización de la agencia de las mujeres y el género: en el primer caso, mediante el análisis de las interpretaciones culturales sobre la diferencia sexual que acompañaron las acciones colectivas de las militantes y las familias obreras; en el segundo, mediante un agudo estudio de las motivaciones que llevaron a las mujeres (trabajadoras pero también madres, esposas, hermanas e hijas de los obreros ocupados en las empresas) a intervenir en los conflictos y la pesquisa de las redes sociales desde las cuales contribuyeron a modelar el lenguaje de derechos involucrado en las contiendas a partir de nociones generizadas de lo justo; en el tercero, mediante el estudio de las representaciones de género presentes en los acontecimientos; y en el cuarto, mediante el análisis de las tensiones y articulaciones de las identidades de género y clase, y los efectos materiales de la división sexual del trabajo.

Este artículo busca emular estas últimas investigaciones. Su punto de partida fue la producción de evidencia cuantitativa para respaldar una hipótesis básica: que durante el proceso de organización y movilización de la clase obrera en la industria gráfica de los años sesenta y setenta aumentó la participación gremial de las mujeres. En esta tarea pude observar que ello produjo cambios en los lugares que ocupaban hombres y mujeres dentro de la organización sindical que fueron acompañados por un aumento de la agencia femenina en los conflictos y por discursos disímiles sobre el papel de la mujer en los diferentes ámbitos de la vida social y gremial. Es evidente que estos fenómenos deben ser situado en el marco de las transformaciones globales que llevaran a Eric Hobsbawm (1995) a postular la existencia en la posguerra de una verdadera revolución social y cultural; esos cambios que modelaron el clima de época sintetizado en el epítome los años sesenta, y que produjeron profundas alteraciones en el modelo de la familia patriarcal y enmarcaron en occidente el renacimiento de los movimientos feministas. En Argentina, experiencias organizativas contemporáneas a los procesos aquí analizados, como las del Movimiento de Liberación de Mujeres, la Unión Feminista Argentina o el Movimiento de Liberación Femenina, atestiguan localmente estas transformaciones globales (Barrancos, 2007).

Este artículo toma este contexto como un supuesto y deposita toda su atención en la industria y el gremio. Se divide en tres partes: a) un estudio cuantitativo de la evolución de la presencia femenina en los puestos directivos sindicales de la Federación Gráfica Bonaerense (FGB), en las listas electorales de las distintas agrupaciones gremiales y en las comisiones internas entre los años 1966 y 1975; b) un estudio de la agencia de las mujeres en los conflictos sindicales del período que combina evidencia cualitativa y cuantitativa; y c) un análisis cualitativo del modo en que lo femenino se hace presente discursivamente en la revista del gremio.

3. La participación femenina en la FGB: un ejercicio de cuantificación

El propósito de esta sección es demostrar que el crecimiento de la participación de las mujeres en los cargos representativos de la Comisión General Administrativa (en adelante CGA) del gremio durante el período, se replicó, aunque de manera más moderada, a nivel de comisiones internas.

Para ello es importante, primero, establecer la cantidad de mujeres que trabajaban en la industria y la cantidad de afiliadas al gremio. Es posible cuantificar tentativamente ambas variables a partir de censos y padrones.

Lo que FGB organizaba, o mejor, lo que pretendía organizar, no encontraba correspondencia exacta en las estadísticas producidas por los relevamientos del Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (INDEC). Es indudable que el grueso lo componía la fuerza de trabajo ocupada en Imprentas, Editoriales e Industrias Conexas; pero no toda, dado que el personal ocupado en Diarios, Periódicos y Revistas con Imprenta Propia incluía, entre aquellos censados como empleados, u ocupados en tareas no productoras de bienes, a las y los periodistas afiliados al Sindicato de Prensa. Además, la FGB tenía personería sobre establecimientos de la agrupación censal Fabricación de Papel y Productos de Papel, el coto del Sindicato de Papeleros. También sobre la Producción de Tintas para la Imprenta, una actividad categorizada en el convenio gráfico, que figuraba en ambos censos en el rubro Fabricación de Sustancias y Productos Químicos. Un caso similar era el de los fabricantes de los barnices que se usaban en las imprentas. En síntesis, el alcance concreto de la personería gremial de la FGB en la década del sesenta era un derivado del proceso de institucionalización de la negociación colectiva; no simplemente el reflejo de una industria de fronteras nítidas e incuestionables.

Ello no obstante, los censos nacionales económicos de 1963 y 1974 son las mejores fuentes disponibles para llevar adelante esta tarea, al menos, para la Capital Federal (INDEC, 1964; 1975).3 Omito aquí desagregaciones más refinadas de las estadísticas para concentrarme de modo indicativo en las Imprentas, Editoriales e Industrias Conexas, agrupamiento censal que comprendía a la mayoría de las potenciales afiliadas al sindicato.

En 1963 fueron censados 1641 establecimientos bajo este rubro con un total de 16732 varones y 2201 mujeres en la categoría obreros y 3733 varones y 967 mujeres en la categoría empleados; mientras que en 1974, fueron censados 1659 establecimientos, 15608 varones y 2638 mujeres en la categoría obreros, y 3137 varones y 1110 mujeres en la categoría de ocupados en tareas no productoras de bienes. Si sumáramos el resto de los rubros y de las áreas geográficas sobre las que la FGB tenía personería gremial, es posible concluir que entre 1963 y 1974, la masa de potenciales afiliados superó en todo momento los 20 mil.4 También, que la industria ocupaba alrededor de 4 mil mujeres para mediados de los setenta. Es posible observar, además, que en un escenario de virtual estancamiento del número de establecimientos y del personal total ocupado, creció levemente el porcentaje de las obreras y empleadas en la principal actividad de la rama. Si tenemos en cuento los altos niveles de rotación existentes en la industria, las mujeres que efectivamente trabajaron en el sector en el decenio estudiado debieron ser, sin duda, muchas más. Pero es imposible calcular este fenómeno.

¿Cuántas de estas mujeres pertenecían al gremio? Cuento con un solo número preciso acerca de la cantidad de afiliados y afiliadas: en las elecciones de 1967 había 1600 mujeres empadronadas sobre un total de 11 mil posibles votantes (Federación Gráfica Bonaerense, 1967). Carezco de datos certeros para los años subsiguientes pero los informes de la Secretaría de Organización sugieren que a partir de 1970 la afiliación creció sensiblemente.5 En 1974, las publicaciones del gremio solían fijar la cantidad de socios en 15 mil. Dado el crecimiento de la proporción de mujeres en la industria es razonable especular, a su vez, con un aumento correlativo del porcentaje de afiliadas.

Ahora bien, ¿cómo aproximarnos al grado de participación de estas mujeres en la vida sindical de la FGB?

Una alternativa es contabilizar la presencia femenina en las listas electorales de las distintas agrupaciones sindicales y en los cargos directivos del gremio. La primera y elemental conclusión es que se observa un crecimiento en ambas instancias hasta el segundo semestre de 1974, cuando la intervención ministerial le retiró al gremio la personería, que otorgó meses después al Sindicato Gráfico Argentino (SGA).

Por ejemplo, en las elecciones de 1966, en las que se impuso el peronismo con la Lista Verde encabezada por Raimundo Ongaro, se presentaron tres listas, en total 138 candidatos, y ni una sola mujer. En los hechos, se trataba de un retroceso respecto a 1964. En dicha ocasión, entre los 125 candidatos de las tres listas intervinientes en las elecciones, tres eran mujeres, aunque todas ocupando puestos marginales. En cambio, son cuatro las mujeres que integraron la boleta de la lista Verde en 1968, la única que se presentó a los comicios. Una de ellas, Haydeé Savastano, pro-secretaria de la comisión interna de Kraft, un taller grande de la rama, fue elegida Pro-Tesorera, cargo que desempeñó hasta la intervención gubernamental de 1969, ocupando transitoriamente la Secretaría General durante una de las tantas detenciones sufridas en esos años por Ongaro. Tanto, o más importante aún, fue el llamado a elecciones de Comisión Femenina, órgano nominalmente incorporado al estatuto desde 1959, pero que jamás había sido constituido. Alicia Fondevila, la primera mujer en incorporarse a los cuadros dirigentes rentados del sindicato por la Lista Verde en diciembre de 1966, y Enriqueta Castro fueron dos de sus integrantes (Federación Gráfica Bonaerense, 1969; 1970).6 En las elecciones gremiales de 1970 y 1972 continuó esta tendencia positiva con el ingreso de seis mujeres a los cargos directivos: Savastano (ya como Tesorera), Margarita González (en el cargo de Pro-Secretaria de Asistencia Social), y el resto como vocales de la CGA, entre ellas Castro. En 1974, el número de integrantes de la lista Verde a la CGA se elevó a ocho, siendo también mujeres las dos representantes de jubilados. En el mismo año, además, hubo 15 mujeres entre los 108 congresales de la Federación Argentina de los Trabajadores de las Artes Gráficas (FATAG). En total, entre las dos elecciones, fueron 24 las mujeres que formaron parte de la lista Verde, mientras entre 1966 y 1972, contabilizando todas las elecciones de la FGB y la Federación Argentina de Trabajadores de la Imprenta (FATI), solo 12 mujeres habían integrado sus boletas.7

Para ponderar mejor el significado de estos pequeños avances cuantitativos recordemos que las mujeres participaron por primera vez en un congreso de la FATI en 1967 como parte de la delegación de la FGB.8 Una foto publicada en el periódico de la federación muestra a una de ellas, Alicia Fondevila, haciendo uso de la palabra; la acompañaba una breve nota que afirmaba: “sus nombres son ya jalones para la futura actividad femenina en nuestras luchas”.9 Fondevila fue elegida como Prosecretaria de la FATI formando parte de la delegación que acompañó a Ongaro en el famoso Congreso Normalizador de marzo de 1968.10 Tiempo después, en 1972, sería elegida Secretaria General, pero debido a las disensiones políticas que llevaron a la división de la organización, terminó asumiendo el cargo de la flamante FATAG. Hasta donde alcanza mi conocimiento, fue la primera mujer que llegó a la conducción nacional de un gremio (así lo sugieren también Moran, 2014 y Basualdo, 2007).11 Rememorando estos acontecimientos, la Memoria y Balance de 1973 concluía con excesivo optimismo: “En Gráficos hace rato que concluyeron las viejas discriminaciones y la mujer dejó de ser invariable candidata a suplente del hombre o una simple destinataria de puestos decorativos” (Federación Gráfica Bonaerense, 1974: 47).

Si me detuve especialmente en la mención de Haydeé Savastano, Alicia Fondevila, Enriqueta Castro y Margarita González es porque durante todos estos años conformaron el riñón del ongarismo.12 Las cuatro eran solteras y rondaban los cuarenta años en 1966. Las tres primeras comenzaron como delegadas de encuadernación en sus respectivos talleres ligándose a agrupaciones peronistas; la última, trabajaba como empleada administrativa del taller Jorman durante los sesenta (es allí donde trabó amistad con Fondevila). Esta última y Savastano, las de mayor protagonismo, militaban sindicalmente ya en los años cuarenta y tenían vínculos familiares con obreros de la industria. Castro, en cambio, se afilió al gremio en 1954; dos años después ya era delegada del taller Fumagalli y secretaria de organización de la comisión interna de Lamson Paragon a finales del sesenta. Fondevila y Castro integraron la comisión directiva de la Lista Verde en 1958, la primera como Secretaria de Prensa y Propaganda y la segunda como vocal (Agrupación Gráfica Sindical - Lista Verde, 1958), y como señalé más arriba, fueron elegidas para la primera Comisión Femenina del gremio en 1968.13 Finalmente, las cuatro integraron la CGA del gremio y la federación en esos años (en la secretaría general, en tesorería y en asistencia social), sufrieron la cárcel y compartieron el exilio con Ongaro y su familia (Moran, 2014; Basualdo, 2007). Aunque ciertamente escasos, estos rasgos de sus trayectorias permiten pensarlas en términos generacionales. Son útiles para distinguirlas de la generación más joven que motorizó algunos de los conflictos fabriles más importantes de la rama a principios de los setenta, y que serán objeto de análisis de la próxima sección.

Es relativamente fácil observar lo que sucedía en las alturas; mucho más difícil es examinar cuál era el grado de participación en los talleres. Para ello, reconstruí la composición sexual de las comisiones internas de 384 empresas para el período 1967-1974. El relevamiento no es completo porque no poseo datos de todos los establecimientos y son muchos los casos para los que no cuento con información para todos los años. Sin embargo, es una herramienta invalorable para una aproximación a la presencia femenina en los organismos de base de la FGB.

Hasta el momento, son 1921 los delegados cargados en la base, de los cuales 197 son mujeres que se encuentran distribuidas en 95 empresas. En 50 de estos establecimientos, 63 mujeres ejercieron la secretaría general de la comisión interna. Este último dato, de todas formas, es engañoso: 17 de estos casos eran pequeños talleres que ocupaban menos de 10 personas, muchas veces todas mujeres, y que por lo tanto poseían una sola delegada que figuraba en los informes de la FGB como secretaria general. De manera similar, otros siete casos registrados en la base contaban con solo dos delegadas que, por ende, figuraban ocupando los cargos de secretaria general y secretaria adjunta.

El resto (26) son empresas más grandes; en ellas, las mujeres fueron secretarias generales de comisiones internas integradas también por hombres. Algunos ejemplos relevantes. En Basilio Parisi mujeres y hombres se alternaron al frente de la comisión interna entre 1967 (año para el cual el padrón

11 La nota “La mujer en el gremio gráfico. La Comisión Femenina”, escrita evidentemente por un hombre, destacaba que Alicia Fondevila “fue la primer mujer que en comicios libres y por voluntad de las bases fue designada en el secretariado de la Federación de Trabajadores de la Imprenta. Con cien años de vida en el país, por primera vez entre los gráficos y en el movimiento obrero nacional una mujer alcanzaba las más altas responsabilidades sindicales…” (Federación Gráfica Bonaerense, 1970: 6). Años más tarde, en “Compañera: Alicia Fondevila”, a propósito de su elección al frente de la FATAG, se afirmaba: “No vamos a caer en la estadística. Que sea la primera mujer que llega a la conducción de un gremio a nivel nacional importa no por esa circunstancia en sí, sino por concretarse en ella un hecho de estricta y natural justicia”, El Obrero Gráfico, 494, setiembre de 1972.

12 En el opúsculo escrito por Emilio Corbière (1987) para el 80 aniversario de la fundación de la FGB, las incluye en la lista de los activistas más cercanos a Ongaro durante los sesenta y setenta junto a Ismael Ali, Francisco Calipo, Oscar Domingo Francomano, Román Assie y Oscar Caso. Este último, sin embargo, prominente en los sesenta, rompió posteriormente con el ongarismo, encabezando en 1974 la opositora y derechista lista Celeste y Blanca con el respaldo de la Unión Obrera Metalúrgica y las 62 Organizaciones. electoral registraba 55 afiliados, 31 mujeres y 24 hombres) y 1973. En Boldt Impresores también hubo alternancia desde 1972. En Escala, luego de tres períodos de rotación masculina, una mujer accedió al cargo de secretaria general en 1971, siendo reelegida al año siguiente. Otro caso de relevancia lo constituye Finkel en el cual en 1970 tanto la secretaría general como la adjunta fueron ocupadas por mujeres. En Stein y Teichberg la presencia femenina en su comisión interna fue predominante durante todo el período. Similar es el caso de IVISA (94 hombres y 39 mujeres afiliadas en 1967), donde si bien no fue predominante, si fue permanente, incluyendo altos cargos como los de secretaria adjunta y organización.

Sin embargo, el panorama cambia por completo cuando analizamos las empresas más importantes, por tamaño y tradición, de la rama gráfica. En Fabril Financiera, de lejos, con sus 1500 empleados la empresa más grande del sector, nos encontramos con una sola mujer delegada (en 1971 y por un solo mandato) junto a los 62 obreros que formaron parte del cuerpo de delegados entre 1967 y 1973. Entre estos últimos además, al menos desde 1970, casi la mitad fueron reelegidos. Sin embargo, en 1967, poco más del 10 % de los afiliados en la empresa eran mujeres.14 En Abril, otra de las grandes fábricas de la rama, con un plantel de 700 trabajadores y 11 % de afiliación femenina, nos encontramos nuevamente con una sola mujer entre los 37 delegados del período bajo análisis.15 Peor aún era la situación en otras empresas grandes del sector dónde, aunque el padrón de 1967 pone en evidencia paridad en la afiliación, no hubo delegadas a lo largo del decenio analizado: Alejandro Bianchi (89 mujeres y 94 hombres) y Bromberg (42 mujeres y 50 hombres). Tampoco encontramos representantes femeninas en empresas líderes como Atlántida (una sola mujer entre 563 afiliaciones) o Códex (14 sobre 154).

Esta desigual distribución según el tamaño de los establecimientos es un factor importante a la hora de explicar la débil presencia de las trabajadoras en los plenarios de delegados, una instancia organizativa clave en la formulación de la política de la FGB en esos años, debido a la preponderancia que tenían en dicho espacio los representantes de las fábricas más grandes y tradicionales de la rama. Aunque cómo veremos a continuación, ello no explica todo. Incluso conflictos motorizados por mujeres solían tener voces masculinas en la prensa y los plenarios.

4. Conflictividad laboral y agencia femenina

En esta sección sostengo que a principios de los setenta creció la agencia contenciosa femenina en un contexto de aumento de la conflictividad laboral en la rama, cuyo patrón de comportamiento experimentó en 1971 cambios cuantitativos (hubo más huelgas que en los cuatro años anteriores) y cualitativos (se produjeron las dos primeras de las 24 ocupaciones acaecidas en la industria antes del golpe) (Ghigliani, 2015a). En verdad, la primera toma de fábrica del período, la del Establecimiento Gráfico Palermo, fue el 18 de diciembre de 1970. Junto a la ocupación de Códex del 3 de enero de 1971 anunciaban alteraciones en el repertorio de la acción colectiva: el crecimiento de las tomas, a veces, con puesta en producción de los talleres de la rama. Estas medidas fueron respaldadas, cuando no directamente promovidas, por la nueva Secretaría de Organización de la FGB.

Esta proposición encuentra sustento, en principio, en la evidencia textual y fotográfica, si bien dispersa y fragmentaria, que ofrece El Obrero Gráfico.

14 En 1955, en cambio, cuatro mujeres formaban parte de la comisión interna de 41 miembros de Fabril Financiera, todas por encuadernación. Pero es probable que los datos incluyan a Fabril Encuadernadora, cuya comisión interna estaba totalmente en manos femeninas en 1973. Fabril Financiera contaba con una sección de encuadernación en la época bajo estudio cuyos delegados eran hombres.

15 Se trata de Asunción Borda, elegida secretaria adjunta de la comisión interna en 1972; una mujer cuya militancia gremial en la lista Verde la llevó a la CGA del gremio en 1968, año en que fue elegida como representante por la rama Composición Mecánica, toda una rareza si tenemos en cuenta que eran contadas las mujeres en este oficio. En el período bajo estudio, y tomando todas las listas intervinientes, fueron solo 12 las mujeres candidateadas a las comisiones de rama para participar de las paritarias: cinco por encuadernación, tres por administrativos y tres por oficios varios.

Comencemos por la asamblea extraordinaria del gremio del 29 de enero de 1971 para decidir medidas de movilización y acción directa en apoyo de los dos talleres ocupados. En su alocución, expresaba Haydeé Savastano: “También quiero hacer una mención particular a las mujeres de Gráfica Palermo, por estar en la primera línea de la acción, en la ocupación del taller, en la olla popular o en los actos, a veces llevando a sus pequeños hijos en brazos.”16

La cobertura del conflicto que se encuentra en la revista se concentraba más en sus causas que en los y las protagonistas: el atraso en los pagos, las suspensiones, la paralela renovación de la maquinaria, las maniobras de vaciamiento y, finalmente, el lock-out patronal que había derivado en la asamblea que decidió la ocupación y puesta en producción del taller. Informaba, también, sobre la producción de envases de cartón bajo control obrero, el desalojo policial y la posterior instalación de una olla popular en una parroquia cercana. No obstante, las fotos publicadas confirman la presencia de varias mujeres de edades diversas, varias jóvenes, tanto en la ocupación como en la olla popular pero la revista no brinda ningún tipo de información sobre las formas concretas asumidas por la agencia de estas trabajadoras. Solo la mención de Savastano y las fotografías permiten reparar en la composición sexual de los protagonistas.

¿Qué otra información obtuve sobre este taller y sus operarias? Por ejemplo, que al momento de elaborarse el padrón electoral de 1967, la Gráfica Palermo empleaba alrededor de 120 personas y que 95 estaban afiliadas a la FGB, entre ellas, 24 mujeres. También, que cuando estalló el conflicto, dos de estas mujeres integraban el secretariado de cinco miembros que conducía la comisión interna, desempeñándose en los cargos de perfil más administrativo: tesorería y actas. Pude contabilizar que fueron diez los integrantes del secretariado, cinco mujeres y cinco hombres, entre 1967 y 1970. Esta paridad numérica, sin embargo, no debe llevar a conclusiones apresuradas: los cargos más importantes los ocuparon hombres, que a su vez, fueron reelegidos por más de un período, mientras las mujeres no. Este patrón, hombres reelegidos en sus cargos y mujeres que solo ejercen un mandato, se repite en otros talleres.

Sin más data disponible, interpreto que las palabras de Savastano eran el fruto de la valorización positiva del activismo femenino, más que el resultado de las características concretas del acontecimiento; que lo que expresaban era la creciente sensibilidad por el rol gremial de la mujer, visible en otras notas y en las fotografías publicadas en El Obrero Gráfico.17 Se manifestaba asimismo en actos simbólicos que afirmaban este sentido, como la elección de una trabajadora de Gráfica Palermo como presidenta honorífica de la asamblea extraordinaria del gremio. Sin embargo, la voz cantante en los plenarios de delegados a lo largo de todo el conflicto fue masculina: la del secretario general de la comisión interna

Casi un año después, el protagonismo de las mujeres ocupó más claramente el centro de la escena durante la toma y puesta en producción de Fumagalli. Como en Gráfica Palermo, el cierre que motivó la ocupación estuvo precedido por suspensiones y maniobras de vaciamiento. Era la culminación de un largo proceso: si el taller contaba en 1967 con una fuerza de trabajo que rondaba la centena, cuatro años más tarde solo quedaban 23 mujeres y siete hombres.

La producción bajo gestión obrera de la planta fue un éxito. Confeccionaron más de cuatro mil cuadernos que distribuyeron en Capital Federal y, con la ayuda de la FATI, en varias provincias. Para ello, tuvieron que superar el boicot de Celulosa Argentina Ledesma que les negó la provisión de papel, enfrentar el corte de los servicios y desoír las amenazas policiales de desalojo.

Las deserciones producidas a lo largo de las semanas redujeron el número final de los ocupantes a 16 mujeres y cuatro hombres. En las fotografías publicadas se aprecia que la mayoría eran jóvenes, característica destacada en una nota enviada a la revista por una afiliada del gremio.18

16 El Obrero Gráfico, n° 488, enero-febrero de 1971.

17 Por citar dos ejemplos: la publicación de una foto de cuatro encuadernadoras durante la ocupación y puesta en producción de Codex, establecimiento en el que las mujeres eran un puñado, con el título “Las compañeras de Codex trabajaron con fe”; o el homenaje, con foto y todo, a una trabajadora de la rama periodística de Codex que ni siquiera pertenecía al gremio bajo el título “La mujer y su lucha”. Las notas de la revista especialmente dedicadas a la cuestión de la mujer serán el objeto de la próxima sección.

Pero una vez más, el que hablaba en los plenarios era un hombre. Y nuevamente son escasos los datos concretos de las crónicas, aunque parece razonable concluir, aunque más no sea por una cuestión aritmética, que en Fumagalli sin la agencia de las mujeres la ocupación habría sido imposible.

La juventud de las mujeres involucradas es un tema recurrente en la prensa del gremio también en otros conflictos. Por ejemplo, en la toma de Graf Art de julio de 1972; o en la ocupación de Sol S.R.L. de setiembre de 1973, originada por el despido de cinco trabajadoras de un pequeño taller cuyo personal era femenino casi en su totalidad. La foto que ilustra la noticia muestra 13 mujeres posando frente a la cámara, algunas de ellas apenas adolescentes, y un solo hombre, en un segundo plano. Las fotografías son útiles para contrarrestar los efectos de sentido del abuso del universal masculino como género neutro o no excluyente, lo que tornaba invisible la presencia de las mujeres, aún en casos en los que eran protagonistas casi exclusivas. La escueta cobertura sobre la ocupación de Plano Color ofrece un ejemplo palmario. Si no fuera por la visita de Ongaro al taller, ilustrada por una foto en la que se lo ve rodeado de jóvenes trabajadoras, no habría quedado registro alguno de la agencia femenina sepultada por el lenguaje sexista de la prensa gremial. Otro ejemplo notorio lo brinda la extensa cobertura del duro conflicto de IVISA por la reincorporación de 16 despedidos en mayo de 1974. Solo mediante las fotos es posible registrar la presencia de numerosas mujeres jóvenes en las instalaciones ocupadas, la olla popular y otras actividades.19 En este caso, además, la obtención de un acta del Ministerio de Trabajo me permitió establecer que un mínimo de seis entre los despedidos eran mujeres, incluidas una delegada y la mismísima secretaria adjunta de la comisión interna.20 Y documentación adicional, el padrón electoral de 1967, sugiere que se trataba de un taller con alta afiliación femenina (un tercio aproximadamente en dicho año).21

En síntesis, la evidencia recogida permite presumir que la cuestión generacional fue una característica saliente de la agencia contenciosa femenina de principio de los setenta. Un brutal volante opositor de agosto de 1974 parece confirmar esta presunción. Su título era A ti, joven mujer gráfica y su elemental objetivo, apartarlas de los conflictos. Comenzaba con la siguiente exhortación: “No caigamos en la tentación de violar el Pacto Social. No nos dejemos seducir por los que vociferan aumentos de salarios porque si la industria no tiene ganancias se descapitaliza el país”.22

¿Qué otras estrategias metodológicas seguir para ponderar la agencia femenina en los conflictos de principios de los setenta ante la escasa elocuencia y el lenguaje sexista de las descripciones ofrecidas por El Obrero Gráfico?

Una posible vía cuantitativa es inferir el crecimiento del activismo de las mujeres a partir de las tasas de afiliación femenina de 1967 en los talleres en los que se produjeron conflictos entre 1971 y 1974.

21 Puede ser oportuno señalar, para ilustrar los crecientes riesgos personales que en 1974 entrañaba la acción colectiva de un gremio enfrentado con el gobierno, que apenas dos meses antes, el 21 de marzo, una joven activista de IVISA había sufrido un intento de secuestro y que durante el conflicto se produjeron 17 detenciones que incluyeron a una trabajadora y su bebé de cuatro meses. Seguramente no fue la única porque las detenciones se llevaron a cabo en la olla popular y la división sexual del trabajo en los conflictos les atribuía la tarea de cocinar. En este caso, igualmente, las detenciones se produjeron durante el acarreo de los víveres, tarea que llevaban a cabo, por lo general, los hombres del gremio.

22 A ti, joven mujer gráfica, volante. Más adelante afirmaba: “NO tengamos sentimentalismos: apoyemos la sentencia de la AAA para que sean fusilados ONGARO, TOSCO, JAIME, SALAMANCA, FIRMENICH, QUIETO, DE PASCUALE, GUILLAN, GRECO, CORAL, ATILIO LOPEZ, GAGGERO, GALIMBERTI, CESIO, ANGELELLI y la gran comparsa de delincuentes trosco-marxi-clasi-comu-monto-anarco-mao-guevarista”. Firmaban: Alianza Antiimperialista Argentina. Juventud Sindical Peronista. Lista Celeste y Blanca en apoyo del Pacto Social CGT-CGE. El volante fue publicado en el diario Noticias, el 13 de agosto de 1974. Tuve oportunidad de acceder al original y comprobar la fidelidad del contenido y de las organizaciones firmantes.

Fuente: Base de Datos sobre Conflictividad en la Rama Gráfica (1966-1976) - Elaboración propia sobre la base de documentación gremial y el Digesto de Información Laboral (DIL).

Teniendo en cuenta que el porcentaje de mujeres en la rama no superaba el 20 %, el cuadro es significativo y apuntala la hipótesis de un crecimiento. Si solo consideráramos las ocupaciones de fábricas la preponderancia de talleres con altos porcentajes de fuerza de trabajo femenina sería aún mayor.

Otra aproximación posible es la sugerente correlación positiva existente entre conflicto y elección de mujeres en los cargos dirigentes de las comisiones internas. En Bromberg, con más de 40 % de afiliación femenina, recién encontramos una mujer en la secretaría de organización en 1970. Pero luego de la toma del establecimiento de 1972, otra mujer fue elegida como secretaria adjunta. En American Chemical, cuya comisión interna se organizó tardíamente, en 1972, luego de las tomas del mismo año fueron elegidas dos mujeres para los cargos de secretaria adjunta y secretaria general. En el caso de Graf Art ya mencionado, la primera mujer que formó parte de su comisión interna lo hizo en 1970; luego de la toma de cinco días la secretaría general pasó a ser ocupada en 1972 por una mujer, reelegida además por dos períodos. A la ocupación de Plano Color de 1973 le sucedió la organización de la comisión interna y la elección de una secretaria general (quien sería víctima a los pocos meses de un intento fallido de secuestro). En el mismo año, el conflicto de Rotativos Venus fue paralelo a la elección de una mujer al frente de la comisión interna. Finalmente, Lamson Paragon, Oucinde, Verlini y ARP fueron otros de los talleres ocupados en esos años que contaban con un alto porcentaje de mujeres en sus plantas, aunque salvo el último, con escaso protagonismo femenino en sus comisiones internas.

Antes de concluir esta sección, quiero señalar que las secretarias generales de Graf Art, Plano Color y Rotativos Venus integraron las listas de las Lista Verde en 1974, las dos primeras como candidatas a delegadas de la FATAG, la última para formar parte de la CGA. Que la irrupción de mujeres pertenecientes a una nueva generación en las boletas electorales del ongarismo fuera el fruto del activismo y el reconocimiento en las plantas es un dato que no debe pasarse por alto. La intervención de la FGB por el Ministerio de Trabajo interrumpió esta amalgama entre mujeres pertenecientes a distintas generaciones de activistas. Fueron desplazadas, todas, por los funcionarios estatales que bajo el mando del Ministro Ricardo Otero, dirigente de la UOM, respaldaron al grupo de dirigentes gráficos afines a las 62 Organizaciones que habían roto con la Lista Verde pocos meses atrás.23 Serían ellos, hombres todos, quienes conducirían el nuevo sindicato. La mayoría provenía de

23 No puedo dejar de citar en este artículo las palabras de Ricardo Otero en la cena agasajo a la nueva conducción gremial del flamante SGA. En su diatriba contra los dirigentes desplazados (“una gavilla de delincuentes comunes que había asaltado la ex Federación Gráfica para ponerla al servicio de la patria socialista”), y en especial, contra Ongaro (“ese iluminado que dividió el movimiento obrero”), refiriéndose a la CGT de los Argentinos, señalaba: “Esa CGT que no representó ni a la abuela ni al matriarcado, ésa es la que derrotaron ustedes y ésa es la voluntad de los trabajadores gráficos” (31). El Obrero Gráfico, 1, número 2, Época Liberación, febrero 1975 (Sindicato Gráfico Argentino, subrayado mío). No es mi intención sobre-interpretar el exabrupto pero no deja de ser curioso, y hasta quizás sintomático, a juzgar por las consecuencias efectivas del triunfo de la lista Azul y Blanca que terminó con el ingreso creciente de mujeres a la CGA. En la misma revista, una nota titulada “A las compañeras gráficas”, informaba que en sintonía con la creación de la Comisión

los establecimientos más importantes del sector en los que el ongarismo había tenido dificultades para encontrar apoyo, y en los que las mujeres carecían de protagonismo. La lista Azul y Blanca del peronismo ortodoxo no incluyó ninguna mujer entre los 15 candidatos a la CGA; pero tampoco la Lista Gris, una alianza entre Política Obrera, el Partido Comunista y el Partido Socialista de los Trabajadores.24 También en este caso, los candidatos provenían de establecimientos grandes con baja (y a veces nula) afiliación femenina, y en cuyas comisiones internas reinaban los hombres. El ongarismo, en cambio, se apoyaba cada vez más en los talleres recientemente organizados de las nuevas ramas (flexografía y formularios continuos), con fuerte presencia de mujeres en sus plantas.25

En síntesis, los datos producidos permiten aventurar que los años setenta fueron testigos del crecimiento de la agencia contenciosa femenina y que la misma estuvo motorizada por las nuevas generaciones de trabajadoras. Algunas jóvenes activistas de base surgidas de estas luchas se incorporaron en 1974 a las listas del ongarismo ampliando así el círculo de mujeres dirigentes de la vieja generación. La intervención ministerial expulsó a todas por igual; así que solo podemos especular sobre las potenciales confluencias y tensiones de esta concurrencia generacional. Lo que sí es posible hacer, en cambio, es indagar cuáles fueron los correlatos discursivos del creciente protagonismo femenino. A ello está dedicada la siguiente sección.

5. De la historia de las mujeres al análisis de género

El objetivo de esta sección es avanzar en el análisis de los discursos de género que enmarcaron el protagonismo creciente de las mujeres en la FGB. En particular, de aquellos que buscaban esclarecer y precisar el sentido de la participación sindical de la mujer. O más precisamente, de algunos de los trazos que emergen de las páginas de El Obrero Gráfico. El sentido de lo masculino será tocado solo eventualmente y de manera tangencial; pero comencemos señalando que el título de la revista fundada en 1907 reflejaba el control que los obreros calificados ejercían en la época sobre el mercado laboral interno mediante la prohibición del trabajo de mujeres y niños (Badoza, 1994; 2004; Bil, 2007). También, que estas políticas de control basadas en la exclusión seguían vigentes en los sesenta, aunque debilitadas; la FATI, por ejemplo, recurría a este tipo de estrategias para defender los puestos de los linotipistas (varones) frente al avance del cuerpo de perforadoras (mujeres) que producían las cintas para las nuevas linotipos automáticas (Ghigliani, 2015b).26 Estas disputas envolvían, además, cuestiones salariales ya que el trabajo de las perforadoras, por caso, no era categorizado en el convenio colectivo con la misma calificación que la de un linotipista. No obstante, es sintomático que la estrategia gremial fuera la exclusión y no la elevación de la calificación atribuida a las perforadoras. Tensiones de este tipo proliferaron en la época, azuzadas por el cambio tecnológico que desde finales de los cincuenta amenazaba la posición estratégica de puestos de trabajo casi exclusivamente masculinos (en el sentido de Womack, 2007, ver Ghigliani, 2013). Cambios que conllevaron, a su vez, la aparición de ramas nuevas con fuerte presencia de mano de obra femenina como flexografía y formularios continuos (Ghigliani, 2015b). En cualquier caso, lo cierto es que la maquinización de las tareas venía alentado la contratación de trabajo femenino desde las primeras décadas del siglo, sobre todo en encuadernación; entre las conquistas del convenio de 1938, por ejemplo, ya destacaba la igualación de los salarios de hombres y mujeres por idéntica tarea. Así, llegados a los setenta, y como ya se señaló en este artículo, cerca de un 20 % de la fuerza de trabajo en la industria estaba compuesta

Nacional de la Mujer por la CGT, el gremio establecería su propia Comisión de la Mujer. Señalé que el estatuto de 1959 estableció la Comisión Femenina; no he podido chequear si el estatuto del nuevo SGA mantuvo este organismo.

24 La lista Azul y Blanca llevaba una sola mujer sobre un total de 56 candidatos, en calidad de representante de rama; era la secretaria general del taller Ángel Estrada que en 1967 contaba con una afiliación de 40 hombres y 12 mujeres.

25 También en un sector tradicionalmente adverso para la organización sindical como los diarios, pero en ellos predominaban los hombres. Sobre las nuevas ramas, ver Ghigliani (2015b).

26 Pregón de los Gráficos Argentinos. Federación Argentina de Trabajadores de la Imprenta, Septiembre-Octubre de 1967, I, 1. En este caso se establecía que un porcentaje de las máquinas linotipo operadas mediante cinta debían ser atendidas exclusivamente por linotipistas.

por mujeres. Es por ello que el nombre de la revista era cada vez menos representativo de la verdadera composición sexual de los talleres. Y sin embargo, todos los números publicados entre 1971 y 1974 ilustraron sus tapas con un musculoso obrero del pintor Ricardo Carpani; un gesto a contramano del reconocimiento y la atención que la cuestión de la mujer comenzaba a recibir en El Obrero Grafico. Un estereotipo masculino, por otra parte, ajeno a una industria cuyos trabajadores (y trabajadoras) destacaban, y aún destacan con orgullo en sus testimonios, la cultura de la vanguardia del gremio, compuesta por tipógrafos y linotipistas, rasgo que a sus ojos los distinguía de otras industrias. No era la fortaleza física el eje alrededor del cual giraba la identificación masculina entre los gráficos.27

Pues bien, ¿qué sentidos enmarcaban esta mayor sensibilidad de El Obrero Gráfico por el papel de la mujer en el gremio y la industria?

Un rasgo saliente del discurso editorial de la revista era el énfasis en los intereses y objetivos comunes de los hombres y mujeres de la clase obrera; el postulado subyacente era la complementariedad de los sexos. Este rasgo formaba parte de una interpelación en la que la dominación de género dentro de la propia clase y de la organización gremial no tenía lugar. Un enfoque presente incluso entre las dirigentes de la vieja generación, aunque en tensión con otros contenidos discursivos que parecían sugerir precisamente lo contrario. La intervención de Haydeé Savastano en la asamblea extraordinaria de 1971 vuelve a ser oportuna en este contexto. Refiriéndose a las jóvenes mujeres presentes en la toma de Gráfica Palermo, evocaba:

Ellas me recuerden cuando hace 28 años atrás las mujeres gráficas, las pocas “locas” como nos tildaban, íbamos al Sindicato para coordinar con los compañeros las soluciones que a diario se presentaban. Al principio pensábamos que se nos podría subordinar o relegar en la forma discriminatoria con que esta sociedad ha tratado y maltratado a la mujer. Pero luego comprobamos que en la casa de los trabajadores había valores distintos a los que impone la casa del patrón y los organismos de un Estado que sirve a los patrones. Existía y existe en el gremio un profundo respeto por la mujer, compañera de lucha contra iguales injusticias y por los mismos ideales de liberación plena de la persona humana y del pueblo.28

Este enfoque permeaba las notas sin firma que El Obrero Gráfico dirigía a las mujeres, provenientes, como se desprende del análisis de sus perfiles enunciativos, tanto de plumas masculinas como femeninas. ¿Expresaba una preocupación? Incluso cuando se reconocía la existencia de conflicto entre hombres y mujeres, como en la contratapa De mujer a mujer de 1973, se lo asociaba al fruto de diferencias más que a la dominación, y se le restaba importancia frente a lo que mancomunaba a los y las trabajadoras:

Mucho se ha escrito acerca de la mujer, acerca del feminismo, acerca del eterno enfrentamiento - para bien y para mal - entre la mujer y el hombre. Mucho se ha hablado de las diferencias y de las similitudes.

Pero existen dos palabras felizmente impuestas por el peronismo que minimizan el conflicto “compañero” y “compañera”. Compañera de su hombre, de sus hijos, de sus hermanos trabajadores y trabajadoras, la mujer ha trascendido las paredes de su hogar. Identificada con todos, comprende que el pueblo es también su familia, con lo cual cada hogar deja de ser la célula aislada de la sociedad para transformarse en una célula viva del organismo social.29

La menor participación sindical femenina no encontraba en estas interpelaciones explicaciones sociales y materiales. Se la reducía a un problema de conciencia que llevaba a la mujer a replegarse en

27 A sus ojos (realicé 18 entrevistas y todas aludieron a la cultura de los gráficos) y a los de la mayoría de los historiadores del movimiento obrero. No puedo discutir aquí la pertinencia de la imagen. Digamos que muestra tanto como oculta. Impone sobre el conjunto atributos que pertenecen a un segmento reducido de trabajadores y oculta los peligros (contaminaciones y amputaciones) y la fuerza física que requerían determinadas tareas (como el traslado y colocación de las bobinas), y que la industria no se limitó ni siquiera en sus orígenes a la producción de diarios y libros (Bil, 2007; Badoza, 2008).

el hogar y aislarse. Por ello, notas como La mujer y el sindicalismo insistían en explicarles a las mujeres del gremio que no estaban solas, que a su lado encontrarían a las compañeras y compañeros de trabajo, y que todos juntos debían construir un frente unido e indisoluble. La conclusión era la de siempre, la necesidad de unirse alrededor de los intereses de clase, la insistencia en que la conquista de una vida más humana requería de la participación de todos los hombres: “Para ello la lucha sindical debe ser llevada a cabo por todos los hombres en un pie de igualdad y en todos los niveles de responsabilidad, caso contrario la mujer estará marginada, o se automarginará de un proceso que la necesita para salir adelante y vencer (…) también son sus derechos los que se discuten en las comisiones, las asambleas, las paritarias.”30

Estas interpelaciones constituían la base de un programa acotado de reivindicaciones específicas: la denuncia de la desigualdad salarial y de las violaciones de las leyes de maternidad. Su sentido provenía de un marco discursivo en cuyo centro yacía la explotación: la avaricia patronal para bajar costos suplantando el trabajo masculino por el femenino. Del mismo modo, se interpretaba y encaraba sindicalmente el problema de la segregación de las mujeres a los puestos menos calificados y peor pagos de la industria, como encuadernación o la producción a domicilio de sobres y bolsas, siempre por debajo del salario mínimo.

Estos alegatos, además, estaban articulados alrededor de valores tradicionales ligados a significantes tales como hogar, familia, maternidad y poseían fuertes resonancias maternalistas. Vinculaban la demanda de los derechos laborales a la condición de madres (reales o potenciales), así como a principios del siglo XX, las feministas locales habían asentado en la condición de madres la demanda de derechos sociales, civiles y, en algunos casos, también políticos (Nari, 2004).

Para El Obrero Gráfico la denuncia de las malas condiciones de trabajo femenino formaba parte siempre de un discurso sobre la familia. Todas las notas destinadas a las mujeres partían del mismo axioma: su rol en la reproducción doméstica. Ellos sufren no poder mantener a sus familias, ellas su desintegración. Sus padecimientos laborales son el preludio de discusiones sobre el hogar, la vivienda, el costo de vida, la previsión social, la desprotección del supremo derecho a la maternidad.

Idéntico sentido expresaba de un modo muy trasparente una nota periodística destinada a analizar la relación entre salarios y precios. En ella, la figura central de la narrativa era el ama de casa y sus conocimientos prácticos.31 A su vez, la presentación en la revista de la nueva “Sección de las compañeras” es otro indicador del creciente protagonismo femenino en el gremio pero también de la persistencia de estos valores tradicionales. El objetivo de la sección, explicaba la publicación, consistía en suministrar “datos de utilidad”, “secretos” y “rebusques” para la reproducción doméstica.32

La división sexual del trabajo en la sociedad patriarcal permanecía por fuera de todo cuestionamiento. Por el contrario, y como destacara el clásico artículo de Kaplan (1982), se encontraba en la base de una conciencia femenina que promovía la lucha tanto por la defensa de los derechos que dicha división entrañaba, como por la obtención de las condiciones materiales que garantizaran el buen ejercicio de los roles (conservadores, por cierto), que ellas, trabajadoras y madres, debían cumplir para la efectiva reproducción del hogar proletario.

Estos marcos de referencia no agotan, sin embargo, el universo de los sentidos sobre lo femenino presentes en El Obrero Gráfico. Hay dos notas que muestran la existencia de discursos de género más sofisticados y menos complacientes. O si se quiere, una conciencia femenina asentada sobre otros principios. No es posible analizar ni la recepción, ni la representatividad de estos discursos, pero la sola enunciación de los mismos puede interpretarse como una disputa sobre los sentidos prevaleciente en la revista. La primera es de abril de 1972 y la firma una afiliada reciente y presumiblemente joven a

30 “La mujer y el sindicalismo”, El Obrero Gráfico, n° 486, agosto-setiembre de 1970.

31 Por ejemplo: “hemos consultado a nuestras propias esposas que son las que todos los días viven y sufren el penoso panorama que se vive en la carnicería, en el almacén, en el supermercado”, en “¿Dónde están los aumentos?”, El Obrero Gráfico, 489, marzo-abril-mayo de 1971). En el Desde la Base, boletín de la comisión interna del diario La Nación, de diciembre de 1974, en la nota “Jefes y Encargados: ¿amigos o enemigos?”, los trabajadores se lamentaban por la imposibilidad de “comprar algún artículo del hogar que haga más llevadera la tarea de la mujer en la casa”. Eran nueve los integrantes de la comisión interna, todos hombres.

juzgar por su número de carnet; la segunda es de abril-mayo de 1973 y pertenece a la escritora Irma Cairoli, quien contribuía asiduamente en la revista y en las actividades culturales del gremio.

Comencemos por la primera, publicada tras el conflicto protagonizado por las trabajadoras del taller Fumagalli.33 Su punto de partida era la especificidad de la lucha emancipatoria de las mujeres, a la que ubicaba como parte de la lucha general del pueblo por la conquista de sus derechos y su liberación, pero a la que presentaba, además, como un “combate contra la opresión de las costumbres, los prejuicios y la discriminación”.

A partir de esta premisa, la autora denunciaba las consecuencias de la división sexual del trabajo en la rama que confinaba a las mujeres a los peores trabajos, categorías y salarios. En contraste con la armónica mirada del discurso de género analizado, avanzaba en un tema tabú señalando que las secciones en las que eran mayoría solían estar representadas “por el único hombre de la misma o por un compañero de otra sección”. También recordaba la lucha de las trabajadoras de Kraft para acabar con el destajo y hacer valer su derecho al aguinaldo, frente a “las dilaciones del sindicato y las vacilaciones de los compañeros”.

Luego criticaba la doble carga laboral de la mujer recurriendo a una jerga de uso extendido en el gremio desde las primeras décadas del siglo: la doble vacante. Todas las corrientes político-sindicales de la FGB habían bregado para que los obreros no aprovecharan la jornada laboral nocturna de 6 horas en los diarios para ocupar dos puestos de trabajo. Esta conducta era objeto de una dura condena moral por parte del activismo. El queserismo o la doble vacante era un comportamiento masculino de los oficios calificados (tipógrafos, linotipistas, maquinistas). Las mujeres no tenían lugar en las líneas productivas de los diarios, salvo como administrativas. Por todo esto, la sintética formulación acuñada por esta trabajadora, a la que imagino como una militante con una sólida formación política, y quizás con estudios universitarios dada la calidad literaria del artículo, es brillante como interpelación a los hombres y mujeres del gremio: “Generalmente, no se reconoce el esfuerzo necesario para cubrir esa doble vacante, la de ama de casa y la de obrera”. En este sentido, es oportuno subrayar que la familia no emerge en esta nota como objeto imaginario del deseo femenino, por el contrario, y en referencia a las jóvenes obreras de Fumagalli, aparece más bien como vector del conservadurismo: “Siendo solo un puñado y apenas salidas de la adolescencia - cuando el resto de los compañeros había renunciado a la lucha - ellas desafiaron a la empresa y a la policía, lucharon contra la presión familiar y demostraron que las nuevas generaciones femeninas no están dispuestas a dejarse atropellar.”

En esta línea argumental, por lo tanto, no era la conciencia lo que limitaba la participación efectiva de las mujeres sino un conjunto de factores. No obstante, la crítica del fenómeno reconocía también la necesidad de luchar contras sus manifestaciones subjetivas cuando concluía que “los prejuicios contra la mujer (…) están arraigados incluso en el espíritu de las propias compañeras”.

La contribución de Cairoli, en cambio, abordaba el problema de manera general sin entrar en la situación existente en la rama y el gremio, al que la escritora no pertenecía; pero su argumento compartía premisas similares. Por ejemplo, la denuncia de la división sexual del trabajo que asigna a la mujer el grueso de las tareas reproductivas: “La mujer se encuentra trabada por las dificultades derivadas de su doble tarea en la casa y en el trabajo. La falta de jardines de infantes, guarderías, comedores escolares, junto a la despreocupación oficial por capacitarla técnicamente a fin de que se desempeñe en forma adecuada, mantiene la mano de obra disponible para ser más fácilmente utilizada

y explotada.”34

De este modo, su argumento se distanciaba de la línea editorial de El Obrero Gráfico. Así, el factor clave para explicar la limitada participación sindical femenina era la ausencia de políticas públicas, y no la falta de conciencia que estaba por detrás del tono pedagógico y paternalista de las notas de la revista. Cairoli atacaba de manera explícita la marginación de las mujeres de la vida pública: “en el campo gremial dónde esta discriminación es más absurda y arbitraria, también se produce”. Finalmente, definía las diferencias salariales como una insubordinación injusta de sexos

33 “La mujer gráfica…”, op. cit.

34 “Las mujeres argentinas en la lucha por la Liberación latinoamericana”, Irma Cairoli, El Obrero Gráfico, n° 497, abril-mayo de 1973. La ilustraba una fotografía que muestra cuatro jóvenes mujeres en minifalda en una marcha nocturna del gremio demandando la liberación de Ongaro.

introduciendo una clara perspectiva de género que complejizaba las explicaciones circunscritas a la lógica de la explotación capitalista.

Imagino que estos sentidos diversos (y en disputa) se encarnaban, al menos ocasionalmente, en prácticas diversas (y en disputa); imagino, también, cierta correspondencia entre discursos, prácticas y generaciones. La documentación utilizada, sin embargo, es poco locuaz al respecto. Lo cierto es que la creciente movilización de las trabajadoras de la industria tuvo un correlato discursivo heterogéneo en la prensa gremial. Junto a una línea editorial dominante edificada sobre la exaltación de valores tradicionales, circularon también en la revista sentidos y marcos interpretativos construidos a partir de premisas distintas, sino opuestas.

6. A modo de cierre

En este artículo exploré tres cuestiones. Primero, el grado de participación femenina en el gremio. La conclusión es que la misma creció tanto en las alturas (por primera vez en la historia del sindicato altos puestos dirigentes fueron ocupados por mujeres) como en los talleres (aunque en este último caso, más moderadamente, y de manera menos taxativa). Segundo, la agencia contenciosa femenina. El artículo ofreció evidencias de su crecimiento y de su asociación con la movilización de las más jóvenes. Tercero, los discursos de género presentes en la revista del gremio. En este sentido, identifiqué un discurso editorial, y al que por lo tanto, puede pensarse como dominante, que enfatizaba la comunidad de intereses de los hombres y mujeres de la clase obrera eludiendo toda crítica de la subordinación femenina en el gremio, explicaba la baja participación sindical de las mujeres como un problema de conciencia y reivindicaba los derechos femeninos apelando a un discurso con ecos maternalistas. Pude comprobar, sin embargo, que este universo discursivo no permaneció indisputado. Hubo otras formulaciones que reconocían críticamente las jerarquías de género existentes en el gremio, explicaban la limitada participación femenina por las relaciones sociales entre los sexos y ponían en el centro de sus argumentaciones la crítica de la división sexual del trabajo característica de la sociedad patriarcal. Estas formulaciones, sin embargo, no fueron enunciadas polémicamente. Más allá de estas diferencias, ambos discursos promovían la movilización y tuvieron consecuencias concretas sobre la agenda gremial consolidando las demandas históricas (por ejemplo, igual salario para igual tarea) y estimulando otras, no enteramente novedosas, pero renovadas (entre las que se destaca la elevación de las categorías y la apertura a las mujeres de las especialidades tradicionalmente masculinas). Muy sintéticamente, estos son los principales hallazgos empíricos del artículo.

Presumo que esta insubordinación femenina, ciertamente parcial, y motorizada en los lugares de trabajo por las más jóvenes, generó conflictos con los patrones pero también tensiones en la vida gremial, al socavar el campo normativo y jerárquico de lo femenino y lo masculino, y probablemente también, el modo en que se distribuía la autoridad entre las distintas generaciones de activistas. La evidencia producida solo me ha permitido asomarme a este problema; pero queda planteado para futuras pesquisas.

Por último, quisiera reiterar el propósito original y personal de este artículo: la búsqueda de formulaciones teóricas y metodológicas que me permitan dejar atrás el uso acrítico de las categorías asexuadas que han predominado en mi práctica como investigador del mundo del trabajo.

Bibliografía

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Recibido: 21 de Noviembre de 2017; Aprobado: 17 de Abril de 2018

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