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Trabajo y sociedad

versão On-line ISSN 1514-6871

Trab. soc.  no.31 Santiago del Estero dez. 2018

 

PERSPECTIVAS ANALITICAS: TIEMPOS, IDENTIDADES, HISTORIA

Comprender las identidades contemporáneas desde planteamientos de Foucaulf

Understanding contemporary identities from Foucault approaches

Compreender as identidades contemporáneas desde os planeamentos de Foucault

Oscar Martin ROSERO SARASTY** 

1** Psicólogo y Docente Instituto de Psicología Universidad del Valle (Cali-Colombia). Doctor en Humanidades Universidad del Valle. Miembro del grupo de investigación Psicología Organizacional y del Trabajo. Universidad del Valle (Cali- Colombia). Correo: oscar.rosero@correounivalle.edu.co

RESUMEN

El artículo sustenta la concepción de la identidad como un asunto de articulación entre formas institucionalizadas que aseguran la sujeción de los sujetos y les asignan posiciones y aquellas prácticas de relación consigo mismo que determinan formas de autoconstitución de su subjetividad. Se toma como fundamento planteamientos de Stuart Hall y Michelle Foucault respecto a la doble condición de sujeción/subjetivación desde la cual se construyen subjetividades y sujetos. Esta perspectiva trata de superar visiones esencialistas, de coherencia y estabilidad para considerar las identidades como entramados complejos, dispersos, vinculados a las condiciones históricas y contextos en los que se construyen; propuesta de interés para comprender las identidades en el marco de las variadas y volátiles condiciones de la vida contemporánea.

Palabras clave: identidad; sujeto; sujeción; subjetivación

ABSTRACT

The article upholds identity conception as a matter of articulation between forms and positions that are defined from the view of institutionalities for those subjects and practices of relation that exist whith himself and determine particular shapes of self-constitution of their subjectivity.

Aproaches from Stuart Hall and Michelle Foucault regarding the double condition of subjection/subjectivation from which subjectivities and subjetcs are constructed, are used as foundation. This perspective tries to overcome essentialist visions, of coherence and stability to considerer identities as a complex, dispersed framework linked to the historical conditions and contexts in which they are built; issue that turns out to be of interest to understand identities in the context of varied and volatile conditions of contemporany life.

Keywords: identity; subject; subjection; subjectivation

RESUMO

O artigo suporta a concepção da identidade como um assunto de articulação entre as formas e posições que se definem desde a institucionalidade para os sujeitos e aquelas práticas de relação consigo mesmos que determinam formas particulares de auto constituição de sua subjetividade. Toma-se como fundamento as abordagens de Stuart Hall e Michelle Foucault respeito à dupla condição de sujeição/subjetivação desde a qual se constroem subjetividades e sujeitos. Esta perspectiva trata de superar visões essencialistas, de coerência e estabilidade para considerar as identidades como treliças complexas, dispersas, vinculadas às condições históricas e contextos nos quais se constroem; assunto que resulta de interesse para compreender as identidades no marco das variadas e voláteis condições da vida contemporânea.

Palavras chave: Identidade; sujeitos; sujeição; subjetivação

SUMARIO

1. Las identidades: problemática contemporánea 2. Las identidades como articulación y “punto de encuentro” de procesos de sujeción y subjetivación. 2.1 Lenguaje, discurso y prácticas discursivas 2.2 Poder disciplinario: la producción de cuerpos dóciles 2.3 Dispositivo de sexualidad y bio-poder 2.4 Las relaciones consigo misma: auto-constitución subjetiva 3. Conclusiones Bibliografía

1. Las identidades: problemática contemporánea

Las múltiples y aceleradas transformaciones del último medio siglo parecen impactar hoy más que nunca la vida cotidiana. Se generan desde allí preguntas y cuestionamientos profundos sobre la vigencia de categorías que hasta hace pocos años fueron el fundamento y garantía de explicaciones sobre metas, propósitos, formas de relación y sentidos para la vida de los individuos, sus grupos y sociedades (Hall, 2003; Restrepo, 2009). El tema de las identidades que se constituye en las últimas décadas en un campo de interés y estudio relativamente amplios se presenta, por ejemplo, interrelacionado con grandes cuestionamientos a categorías como sujeto, subjetividad y con los procesos que permiten su constitución. Bajo tal estado de cosas, como lo anunciaba Erikson (1974) desde mediados del siglo pasado, las reflexiones sobre la identidad y la identidad misma, mantienen una condición problemática y ubicua, pues aunque muchos la mencionan y parece hacer presencia en todos los lugares, se observan aún grandes dificultades para su comprensión y explicación.

Ahora bien, es claro que el origen de las preocupaciones por la identidad surge mucho antes de la actual época y se encuentran coincidencias al señalar que es la emergencia de la modernidad1, la que conlleva cambios importantes en los criterios y formas de reconocimiento; la que intensifica una nueva interpretación del lugar social basada en la idea de una identidad individual. Hacia el final del siglo XVIII, segúnTaylor, se puede hablar entonces de “una identidad individualizada, que es particularmente mía y que yo descubro en mí mismo. Tal noción surge junto con el ideal de ser fiel a mí mismo y a mi modo particular de estar en el mundo” (en Castellanos, Grueso, & Rodríguez, 2009: 11)

Según lo analizan Castellanos, Grueso, & Rodriguez (2009), lo anterior no significa que previamente a la modernidad no hubiera identidad, sino más bien que la cotidianeidad del asunto no daba motivos de inquietud y averiguación pues se asumía sin contratiempos ni controversia la existencia de una “invariante”, de una supuesta esencia presente en cada persona que resultaba común a todos los seres humanos. Consecuentemente y sin mayores problemas se aceptaba que condiciones como el oficio, el estatus social, el origen de sangre, proporcioban los referentes que permitían determinar el lugar de cada individuo en la sociedad sin que éste, tuviera que preguntarse de manera reiterada: ¿Quién soy yo? y mucho menos debiera dedicarse a pensar sobre la identidad como un asunto que se debía construir, indagar o buscar.

Hacia finales del siglo XX los debates sobre la identidad adquieren, sin embargo, importancia estratégica y tiene lugar la constitución de diversos problemas de investigación a su alrededor (Grinberg & Grinberg, 1993; Rodríguez, 1999; Giddens, 2000; Gómez García, 2000; Pérez Tapias, 2000; Castellanos, Grueso, & Rodriguez, 2009). Señalan Castellanos & Grueso que de manera paradójica, la preeminencia de la identidad se produce precisamente en un momento en el cual “las sociedades dejan de proveer fuertes bases para que ella se asuma como un dato inmediatamente aprehensible para cualquier individuo” (Castellanos & Grueso, 2010a:10). Es bajo tales condiciones que la identidad, al tiempo que registra lo que parece ser una severa crisis en cuanto a referentes que le garanticen su estabilidad y permanencia, se problematiza y se vuelve tema de reflexión filosófica y de investigación social.

Los individuos entonces, proponen Castellanos & Grueso (2010a), son animados a intentar proveerse una identidad, “identificándose o inventándose a sí mismos a partir de un rasgo que consideran el esencial”(Idem). La vigencia de la categoría parece justificarse además porque permite dar cuenta de la capacidad para tomar posición ante prácticas y discursos de la institucionalidad, pero especialmente porque por su intermedio se alude a cuestiones de gran relevancia vinculados con la movilización y reconocimiento social, cultural, político de grupos sociales a partir de su raza, etnia, clase social, género (Hall, 2003). Los amplios interrogantes que sigue suscitando el tema de las identidades parecen haber multiplicado también las formas de aprehensión, conocimiento y análisis de dicha categoría.

Ahora bien, es importante reconocer que ese marco amplio de discusión que se ha generado en torno a la problemática identitaria en las últimas décadas, se encuentra articulado a amplios debates de lo que se conoce como el tránsito entre concepciones de modernidad y postmodernidad y a los impactos suscitados por tales discusiones en los asuntos de sujeto, subjetividad, identidad. Los análisis de autores como Harvey (1998), Birulés (1996), Giddens & Hutton (2001), resultan ilustrativos de tal tipo de asuntos. Según Harvey (1998), las últimas décadas del siglo XX están caracterizadas por transformaciones locales y globales de repercusiones profundas. El tránsito entre formas de pensamiento moderno y postmoderno, según propone Harvey (1989: 9), tienen lugar a partir de “una

1 En el caso de las publicaciones filosóficas, se plantea que el inicio corresponde a John Locke hacia 1690 con su “Ensayo sobre el entendimiento humano” quien introduce el problema de la identidad personal (Benito, 2003).

metamorfosis en las prácticas culturales, económicas y políticas”, con consecuentes cambios en las formas de comprender y vivir las dimensiones de tiempo y espacio. Bajo ese panorama, los años 70 del pasado siglo XX, agrega Birulés, parecen marcar la llegada de un cambio social y cultural “caracterizado por la explosión y descomposición de las viejas formas de vida y de las viejas categorías, por una pérdida irreversible del anclaje en la tradición (Birulés, 1996:224)”.

Este tipo de cambios se compaginan a su vez, con un movimiento global de enorme celeridad e incertidumbre, que según Giddens & Hutton (2001) da cuenta de “la interacción entre una extraordinaria innovación tecnológica con un alcance [global] y como motor un capitalismo de dimensión mundial que da su carácter peculiar a la transformación actual y hace que tenga una velocidad, una inevitabilidad y una fuerza que no tenía antes” (Giddens & Hutton, 2001:7). En las últimas décadas de la contemporaneidad tendrán lugar entonces importantes cambios en el mundo económico, en las formas de producción y en la organización del trabajo que se verán enfrentadas al denominado tránsito del modelo fordista a aquel de acumulación flexible (Harvey, 1998). Bajo tales condiciones, el “trabajo” y su función en la vida de los sujetos resultan seriamente cuestionados, al punto de poner en duda esa centralidad que le había sido otorgada en la modernidad (Offe, 1984; Bauman, 1999; Antunes, 2000)2. Se compaginan con este tipo de transformaciones, cambios en cuanto al papel regulador del estado y la vida de la clase obrera como productora de mercancías (Harvey, 1998; Castellanos, Grueso, & Rodriguez, 2009).

Se acude así a la consolidación de una economía sustentada en un capitalismo de escala mundial, con nuevos espacios para su consolidación, principalmente aquellos del mercado financiero (Harvey, 1998). La infraestructura para esta economía es ofrecida ahora por las nuevas tecnologías de la información y la comunicación que se constituyen en el instrumento para la organización económica y la dinámica social a nivel mundial (Castells, 2001; Giddens & Hutton, 2001). Las innovaciones tecnológicas y la acumulación flexible conllevan cambios radicales en los usos y significados del tiempo, generando una compresión espacio temporal con fuertes impactos en las prácticas económicas y políticas, en relaciones de poder y en la vida cultural y social (Harvey, 1998). El “corto plazo”, la urgencia parecen constituirse en las constantes de la “flexibilidad” con lo cual se impacta el “carácter” de los individuos que deben someterse a las urgencias de una sociedad centrada en lo inmediato (Sennet, 2000).

A la par con este cúmulo de cambios, de manera paulatina, se fueron configurando nuevas e importantes reflexiones que confrontaron y pusieron en duda aquellos parámetros culturales, académicos e intelectuales que durante muchos años estableciera la modernidad. Al contemplar algunas reflexiones provenientes de la arquitectura, Harvey observa cómo, en contraposición con ideas de un progreso lineal, una planificación racional y unas verdades absolutas, el postmodernismo “privilegia la heterogeneidad y la diferencia como fuerzas liberadoras en la redefinición del discurso cultural… Fragmentación, indefinición y duda profunda respecto de todos los discursos universales o totalizantes, son las marcas distintivas del pensamiento postmodernista” (Harvey,1998:23). Reflexiones como las de Lyotard (1994; 1995) brindan sustento a este tipo de posiciones en las que se estima que el proyecto moderno en tanto realización de una universalidad, no sólo ha sido abandonado y olvidado sino destruido, liquidado. En consecuencia se debe comprender que la postmodernidad, connota “la incredulidad con respecto a los metarrelatos [entendidos como] narraciones que tienen función legitimante o legitimatoria” (Lyotard, 1995:31). El movimiento postmoderno ha provocado, por lo tanto, importantes debates y cambios en campos tan diversos como la lingüística, la antropología, la ciencia política, la economía, la filosofía, con consecuentes impactos en las formas de concebir a los sujetos, las subjetividades e identidades.

2 Estos autores brindan argumentos importantes para cuestionar el papel del trabajo como eje central articulador de la vida, situación que ha dado lugar a la emergencia de una nueva ética basada en el consumo.

Las condiciones fragmentarias de las experiencias de los sujetos visualizadas por el postmodernismo, conllevan cuestionamientos y cambios profundos sobre concepciones de la subjetividad, la identidad y el sentido de la vida de los individuos. La vida, dice Gergen (1997), se contempla ahora como “…un estado de construcción y reconstrucción permanente… [sin] ningún eje que nos sostenga” (Gergen, 1997:26). Las vivencias de los individuos bajo tal concepción se ven inmersas en una multiplicidad de lenguajes incoherentes y desvinculados entre sí, que además impulsan las experiencias de vida en mil direcciones y roles distintos. Se fragmenta con esto una “supuesta unidad” de la experiencia que se presenta ahora dispersa en numerosas y complejas relaciones.

Bajo tales circunstancias las comprensiones de quiénes somos, de nuestro lugar en el mundo, la idea de un ente individual dotado de propiedades mentales y conscientes, la idea de un yo estable con un núcleo esencial y coherente, lo mismo que la versión moderna de conceptos como verdad, objetividad, son constantemente cuestionados y deslegitimados. El “yo” pasa a ser esa instancia sometida a condiciones de incertidumbre y aceleradas transformaciones personales y sociales que en su conjunto producen un proceso constante de saturación social que lo desmoronan. La identidad a fin de cuentas alude a un proceso fluido que carece de una esencia y de una racionalidad que la sustente; ésta, propone Gergen (1997), emerge continuamente en su paso por la amplia gama de relaciones contingentes, que se transforman atendiendo a condiciones históricas diversas.

Pero la controversia entre modernismo y las nuevas formas de sensibilidad “postmoderna” difícilmente puede considerarse resuelta, pues en análisis como los de Habermas (1989:8) y sus adeptos, el “proyecto moderno” simplemente es un asunto que “todavía no se ha realizado” y consecuentemente puede y debe realizarse. Es factible proponer entonces que mediante el avance a nuevas etapas de modernidad, es posible evolucionar hacia mejores posibilidades para la humanidad. En sintonía con esta línea de pensamiento, Beck, Giddens, & Lash (1997) y Giddens (2000), por ejemplo, contemplan la modernidad como una posibilidad de (auto)destrucción creativa de la sociedad industrial. Esto implica la superación de aquellas estructuras de modernidad simple bajo las cuales los lazos comunitarios se presentaban rotos y los individuos actuaban como un conjunto de seres abstractos y atomizados, carentes de relaciones personales. La modernidad evolucionada y reflexiva hacia la cual se debe dirigir la humanidad, implica entonces una mirada esperanzadora que involucra una visión de la identidad bajo una creciente interconexión entre influencias universalizadoras y disposiciones personales, sometida a un proceso dialéctico entre lo local y lo universal. Para Giddens (2000), por su parte, la identidad debe visualizarse como una diversidad de trayectorias y sentimientos ejecutados mediante diferentes mecanismos y con variadas implicaciones para el “yo”. Ante tales condiciones, en la actualidad se debe considerar la adopción de diversos estilos de vida, las consecuentes transformaciones de la intimidad, del tipo de relaciones y compromisos, las estrategias de incorporación de nuevas informaciones, conocimientos y destrezas, para poder consolidar una perspectiva reflexiva que permita la comprensión e igualmente la asimilación de los impactos más inmediatos en la vida cotidiana.

Aunque para muchos la separación tajante entre modernismo y postmodernismo no resulta pertinente3 y en muchas situaciones la legitimación de lo postmoderno no es posible si no es mediante la referencia al pasado y el retorno y la continuidad de algunas formas de lo moderno (Vilar, 1996; Harvey, 1998; Touraine, 2000), es innegable que el cuestionamiento a concepciones de tipo esencialista, coherente y unitaria de la identidad y de las categorías vinculadas con la misma, como subjetividad y sujeto ha cobrado mucha fuerza. Con estas consideraciones, hoy más que nunca, se reclama para el análisis de las identidades perspectivas que tomen en cuenta condiciones de

3 Señala Touraine (2000), por ejemplo, que figuras como Marx, Nietzche y Freud, que pueden ser considerados entre los pensadores más modernos, evidencian también una condición postmoderna. Sus pensamientos comportan aspectos consecuentes con la modernidad pero también cuestionan y controvierten aquellas nociones de sujeto y subjetividad fundamentadas estrictamente en la racionalidad. complejidad y contingencia que la determinan. Frente a tales requerimientos y necesidades teóricas, el carácter bilateral de sujeción/subjetivación que anuncia Foucault (1991)4, en sus estudios sobre la problemática del poder ofrece según Hall (2003) una posibilidad interesante de comprensión sobre los procesos de constitución de los sujetos y consecuentemente para las reflexiones sobre la problemática de las identidades (Vilar, 1996).

2. Las identidades como articulación y “punto de encuentro” de procesos de sujeción y subjetivación

Con el reconocimiento de la importancia que para la constitución de las identidades conllevan tanto los procesos institucionales que asignan determinados lugares a los sujetos y aseguran formas de sujeción, como de aquellos de subjetivación que el sujeto desarrolla encaminados a su autoconstitución, Hall (2003) formula algunas consideraciones que tratan de relacionar estas dos dimensiones para pensar las identidades como un juego contingente, una “articulación o encadenamiento exitoso del sujeto en el flujo del discurso” (Hall, 2003:20). La identidad, vista así, ha de utilizarse entonces para referirse a:

(…) ese punto de encuentro, punto de sutura entre,… los discursos y prácticas que intentan “interpelarnos”, hablarnos o ponernos en nuestro lugar como sujetos sociales de discursos particulares y… los procesos que producen subjetividades, que nos construyen como sujetos susceptibles de “decirse”. De tal modo las identidades son puntos de adhesión temporaria a las posiciones subjetivas que nos construyen las prácticas discursivas (Hall, 2003:20).

La categoría de identidad vista como intersección dinámica y compleja, como la propone Hall (2003), “no señala ese núcleo estable del yo, que de principio a fin, se desenvuelve sin cambios a través de todas las vicisitudes de la historia…tampoco ese yo colectivo o verdadero que un pueblo con una historia y una ascendencia compartida tiene en común” (Ibidem, 17). El concepto de identidad como “articulación” y “encuentro” se aleja de una visión de la identidad como esencia o asunto acabado y acoge más bien las situaciones de incertidumbre y cambio propios de la contemporaneidad. Está atento además a los cuestionamientos teóricos de categorías aledañas tales como sujeto, subjetividad, “yo”, y respeta por lo tanto condiciones de multiplicidad, fragmentación, dispersión, contingencia contempladas para las mismas.

Es importante advertir que la idea de la identidad como “articulación” demanda especial atención y respeto por las condiciones y propósitos particulares y fluctuantes de cada una de las reflexiones propuestas por Foucault. La ficción de una secuencialidad para su producción o la búsqueda de una homogeneidad, no pueden constituirse en criterios que lleven a perder de vista las posibles relaciones pero también las rupturas, discontinuidades y controversias presentes en sus reflexiones (Morey, 1990; Gutting, 1994)5. Sólo bajo tales consideraciones puede entenderse que la

4 De manera precisa, esta doble connotación es mencionada por Foucault en su ensayo “Por qué estudiar el poder: la cuestión del método” (1991)

5 Al contemplar diversas críticas y cuestionamientos sobre la obra de Foucault, pueden considerarse al menos dos aspectos: El primero alude al reconocimiento de las diversas críticas efectuadas a Foucault, por ejemplo, en relación con la visión unidimensional -particularmente de las primeras obras- sobre la constitución de los sujetos bajo la cual se coloca estos últimos a merced de prácticas discursivas, normativas y disciplinarias es decir condiciones institucionales. En proximidad con estas críticas se ha cuestionado también la falta de claridad en cuanto a la relación entre sujeto, individuo y cuerpo, el vacío en la teorización de la resistencia frente a la institucionalidad, como también el carácter androcéntrico de sus reflexiones. El segundo aspecto a considerar se encuentra en el reconocimiento de las discontinuidades, rupturas, y hasta contradicciones en asuntos teóricos y en particularidades metodológicas consecuentes con cada uno de los propósitos que Foucault trazo para sus reflexiones. Más allá de tratar de borrar las especificidades y distancias metodológicas, se debe reconocer la heterogeneidad de las preocupaciones y rutas de acceso diseñadas por Foucault evitando así quedar a merced de aquella tentación de colocar todo bajo el manto de una “interpretación general”. Este tipo de apreciaciones se identidad jamás será un “resultado”, una “unidad”, sino más bien un proceso que de manera continua establece relaciones de dispersión. En virtud de tal planteamiento y tomando como eje central los postulados de Foucault, se toman en cuenta a continuación reflexiones acerca de discursos, prácticas discursivas, formas y relaciones de poder, como situaciones que ayudan a comprender el desarrollo de procesos de sujeción bajo condiciones históricas especificas de instuticionalidad. La contraparte de estos procesos, es decir la subjetivación, se contempla desde el análisis de procesos de relación que el sujeto establece consigo mismo y con los otros los cuales resultan determinantes para su autoconstitución.

2.1 Lenguaje, discurso y prácticas discursivas

En el marco de los profundos debates sobre corrientes modernas y postmodernas, el lenguaje y el discurso han constituido una de las vertientes de mayor interés e impacto para el estudio de las categorías de subjetividad y sujeto lo cual repercute en las consideraciones de las identidades (Gadamer, 1995; Vilar, 1996). En las discusiones acerca del lenguaje van a surgir importantes quiebres respecto a la total hegemonía ejercida durante varios siglos por la filosofía de la conciencia, la idea cartesiana del sujeto autónomo, eminentemente racional, unitario, con capacidad de autoconocimiento sobre sí mismo, sobre su interioridad y subjetividad, lo mismo que aquella visión sustancial del sujeto y el “yo” (Vilar, 1996; Harvey, 1998)6. Toda esta ruptura repercutió no sólo en la revisión de los intereses de estudio del mismo lenguaje y de la filosofía con el desarrollo consecuente de ese gran proceso investigativo conocido comúnmente como “giro lingüístico”, sino que involucró a casi toda la gama de ciencias sociales y humanas (Echeverry, 1996; Iñiguez, 2005).

Articulados a estas renovadas concepciones sobre el lenguaje y en muchos casos brindándoles el sustento argumentativo e incentivándolas, se presentan los planteamientos de Foucault (1972; 1992b; 2003; 2008), que particularmente en sus primeras obras cuestiona severamente la idea de un sujeto como instancia trascendental presente en el lenguaje y el discurso. Hay que reconocer, proponía Foucault, que ahora: “…no es ni por el recurso a un sujeto trascendental, ni por el recurso a una subjetividad psicológica como hay que definir el régimen de sus enunciaciones” (Foucault, 1972: 90). Es en el discurso en donde se buscará más bien un campo de regularidad para diversas posiciones de subjetividad, un conjunto donde pueden determinarse la dispersión del sujeto, la discontinuidad consigo mismo. El discurso según propone Foucault (1972) es algo que va más allá de lo lingüístico, de las actuaciones verbales, o la producción en cuanto a secuencia o conjunto de signos. El discurso se aleja además de concepciones que lo sitúan simplemente como unidad retórica o formal, indefinidamente repetible, con un momento preciso de aparición. Es indudable, plantea Foucault, que los discursos se encuentran formados por signos, “pero lo que hacen es más que utilizar esos signos para indicar cosas. Es ese más lo que los vuelve irreductibles a la lengua y a la palabra. Es ese “más” lo que hay que revelar y hay que describir” (Ibidem, 81). El discurso, propone Foucault, debe ser entendido como “prácticas que forman sistemáticamente los objetos de que hablan” (Idem); prácticas

pueden profundizar en planteamientos tales como los que presentan Morey (1990), Gutting (1994) y el mismo Hall (2003).

6 Es importante anotar que en épocas previas al auge de movimientos europeos y americanos, autores soviéticos como Valentin Voloshinov (1992) y Mijail Bajtin (1997a; 1997b; 1998) en sus estudios de filosofía del lenguaje anunciaban serias críticas a perspectivas del subjetivismo individualista y al objetivismo abstracto que habían dominado las concepciones del lenguaje hasta las primeras décadas del siglo XX. La idea de un psiquismo individual, la existencia de un mundo interior que servía de única fuente a todo contenido ideológico, las teorías del lenguaje y el enunciado como asuntos propios de un sistema cerrado, centrado en formas lingüísticas indiferentes a contingencias históricas, ideológicas y a dinámicas de interacción discursiva de cada grupo social, fueron cuestionadas desde épocas muy tempranas del pasado siglo. Este tipo de postulados conlleva a proponer la existencia de coincidencias y complementariedades entre estos autores y desarrollos teóricos ubicados como postmodernos tales como los de Foucault. Se puede consultar al respecto Zavala (1992), Bubnova (2000). que hacen posible la emergencia y acción continua de un haz de relaciones en donde emergen las subjetividades, las posiciones para los sujetos.

El discurso tiene un carácter histórico, de unidad pero también de discontinuidad en la historia misma y corresponde a un “conjunto de enunciados que dependen de un mismo sistema de formación” (Ibidem, 180), con condiciones de existencia, límites, cortes, transformaciones, temporalidades. El discurso no surge de manera repentina con la simple complicidad del tiempo y tampoco está dado ni constituido de antemano. Éste ha de considerarse como el establecimiento de relaciones entre los diversos elementos que surgen de quien habla, de las instituciones desde las cuales se habla e igualmente desde las posiciones de sujeto adoptadas. Las modalidades que se utilizan o a las que da lugar, sus relaciones, no están simplemente yuxtapuestas por una serie de contingencias históricas.

Las prácticas discursivas vistas como “…conjunto de reglas anónimas, históricas, siempre determinadas en el tiempo y el espacio que han definido en una época dada, y para un área social, económica, geográfica o lingüística dada, las condiciones de la enunciación” (Ibidem, 192), dan lugar al saber, entendiendo como tal un dominio constituido por diferentes objetos discursivos, espacios de posicionamiento del sujeto, elecciones temáticas, campos de coordinación y subordinación de enunciados y conceptos que aparecen, se aplican y transforman. En fin, “un saber se define por posibilidades de utilización y de apropiación ofrecidas por el discurso” (Ibidem,307). Estas prácticas discursivas, el saber constituido, y los enunciados como sus unidades básicas de presentación determinan por lo tanto lugares, posiciones dispersas, fragmentadas y discontinuas para los sujetos, los cuales si bien resultan situados, de ninguna forma dan cuenta de una actividad trascendental o conciencia empírica.

Pero si bien las prácticas discursivas y los saberes establecen formas de sujeción, la constitución de los sujetos no se agota dentro de tales posibilidades. El estudio de las prisiones y la metamorfosis de mecanismos y sistemas punitivos en el transcurso de los siglos XVII y XVIII permiten a Foucault proponer que determinadas prácticas sociales pueden llegar a engendrar dominios de saber que además de objetos, conceptos y técnicas, hacen nacer también nuevas formas de sujetos. La problemática del poder emerge entonces como la posibilidad de otro tipo de formaciones que recurren a otros medios y recursos (Deleuze, 1987).

2.2 Poder disciplinario: la producción de cuerpos dóciles

Foucault analiza cómo hacia los siglos XVII y XVIII de manera paulatina se constituye una economía política del cuerpo que entreteje el saber y el dominio de sus fuerzas, que asegura de paso la constitución de relaciones renovadas de poder y modos específicos de sujeción (Foucault, 2005). Se trata, en palabras de Foucault, de una modalidad microfísica de poder que “implica una coerción ininterrumpida, constante, que vela sobre los procesos de la actividad más que sobre su resultado y se ejerce según una codificación que reticula con la mayor aproximación el tiempo, el espacio y los movimientos” (Foucault, 2005:141). Se consolidan así las disciplinas como métodos de normalización y control que permiten la observación “minuciosa de las operaciones del cuerpo, garantizando la sujeción constante de sus fuerzas e imponiéndoles una relación de docilidad-utilidad…fabricando así cuerpos sometidos y ejercitados, ´cuerpos dóciles´” (Idem)7.

Posteriormente, con la extensión progresiva de los dispositivos de disciplina, de su multiplicación en todo el cuerpo social, se consolida un tipo particular de sociedad: la sociedad

7 Dentro de los cuestionamientos a Foucault es importante recordar, por ejemplo, que críticas feministas han puesto en evidencia que los procesos de disciplinamiento y producción de los cuerpos en el caso de las mujeres, pueden ser sustancialmente distintos a los de los hombres. Se puede revisar los postulados de Bartky (2008) en cuanto a prácticas disciplinarias específicas que inciden en la producción de los cuerpos de las mujeres.

disciplinaria, que trae consigo la emergencia de un nuevo mecanismo indefinidamente generalizable: el “panoptismo”. En el juego de control de este mecanismo los individuos saben que están inmersos en un campo de visibilidad y bajo tal condición llegan al punto de reproducir sobre sí mismos y por su propia cuenta las coacciones del poder. Los individuos se convierten por lo tanto en “el principio de su propio sometimiento” (Ibidem, 206). Ese proceso de extensión de las instituciones disciplinarias, ese movimiento que configura una vigilancia generalizada expandida por todo el cuerpo social, involucra además una inversión funcional de las disciplinas que siendo capaces de bloquear, deben de ahora en adelante, cumplir un papel positivo, por ejemplo, “haciendo que aumente la utilidad posible de los individuos” (Ibidem, 23).

Es importante anotar que la visión del poder que presenta Foucault connota particularmente una condición microfísica del mismo que cuestiona por supuesto la idea del poder como un asunto nuclear, centralizado, jerarquizado (Foucault, 1992a) y consecuentemente el modelo tradicional de soberanía (Foucault, 1992a; 2003). La consecuente extensión en los más recónditos niveles del modelo disciplinario, conllevan un nuevo objeto de preocupación: el control y gestión de la vida. En el entrecruce de las dos problemáticas: dominio del cuerpo y regulación de las poblaciones, y por supuesto en el análisis de ese nuevo objeto de poder que es la vida, la sexualidad y el sexo propone Foucault (2003), llegan a constituirse en asuntos clave. Las instancias discursivas acerca de la sexualidad, su producción y transformación, connotan la implementación y articulación de nuevos mecanismos de poder y saber.

2.3 Dispositivo de sexualidad y bio-poder

La transformación y desarrollo de todo ese conjunto de nuevos mecanismos y modalidades de poder que penetraron los cuerpos, según Foucault (2003), marcó también el tránsito de ese viejo modelo del poder soberano sobre la muerte hacia un poder que se ejerce positivamente sobre la vida. Más que obstaculizar, doblegar, destruir fuerzas, para la vida, el poder según lo analiza Foucault, procura desde entonces “administrarla, aumentarla, multiplicarla, ejercer sobre ella controles precisos y regulaciones generales” (Foucault, 2003:165). Dos formas son señaladas por Foucault (2003), para que a partir del siglo XVII, tuviera origen este tipo de poder “cuya más alta función no es ya matar sino invadir la vida enteramente” (Idem,165). La primera de esas formas corresponde a los procedimientos de poder característicos de las disciplinas, es decir a toda esa visión anatomo-política del poder, que concibe el cuerpo como máquina sobre el cual se ha de intervenir a fin de asegurar utilidad y docilidad, lo mismo que su integración en sistemas de control eficaces y económicos. La segunda forma, que puede ubicarse hacia el siglo XVIII, se encuentra centrada en una visión del cuerpo-especie es decir el cuerpo atravesado por la mecánica de lo viviente. Nacimientos, mortalidad, salud, longevidad, y las condiciones que los determinan, son problemas característicos de esta modalidad en las relaciones de poder. Las intervenciones y controles reguladores asumidos aquí, configuran una bio-política de la población que por ende involucra un proceso mediante el cual lo biológico se refleja en lo político. La biopolítica, propone Foucault designa así, lo que “hace entrar la vida y sus mecanismos en el dominio de los cálculos explícitos y convierte al poder-saber en un agente de transformación de la vida humana (Ibidem, 173)”. El bio-poder como tecnología que permite la sujeción de los cuerpos y el control de las poblaciones, propone Foucault es, por ejemplo, indispensable para el desarrollo del capitalismo que “no pudo afirmarse sino al precio de la inserción controlada de los cuerpos en el aparato de producción y mediante un ajuste de los fenómenos de población a los procesos económicos” (Ibidem,170).

Es importante destacar que la articulación del bio-poder no aparece en el plano de un discurso especulativo, sino en arreglos concretos, tal como sucede en el dispositivo de sexualidad que actúa como una “red sutil de discursos, de saberes, de placeres, de poderes…de procesos que diseminan el sexo en la superficie de las cosas y los cuerpos, que lo excitan, lo manifiestan y lo hacen hablar, lo implantan en lo real y lo conminan a decir la verdad” (Ibidem, 91). Se trata, dice Foucault, de un dispositivo complejo, encargado de producir sobre el sexo discursos verdaderos. Sobre este fondo dice Foucault: “…puede comprenderse la importancia adquirida por el sexo como el “pozo” del juego político. Está en el cruce de esos dos ejes bajo los cuales se desarrolló la tecnología política de la vida… y es, a un tiempo, acceso a la vida del cuerpo y a la vida de la especie… matriz de las disciplinas y principio de las regulaciones” (Ibidem,169).

Como se puede observar con lo contemplado hasta el momento, son muy importantes las rutas que para el análisis de los procesos de constitución de sujetos e identidades deja abiertas Foucault en sus consideraciones acerca de prácticas discursivas y problemática del poder. El cuestionamiento de concepciones esencialistas y la renuncia a visiones estáticas de subjetividad y sujeto dan paso a posiciones múltiples, fragmentadas, dispersas, y en todo caso, situadas históricamente. La constitución de los sujetos, inmersos en prácticas discursivas y relaciones de poder, ofrece valiosas consideraciones para sustentar una concepción de las identidades desde su contingencia. El análisis de las formas de constitución del saber, de mecanismos y modalidades diversas, microfísicas, cotidianas del poder pero especialmente, la red de relaciones y articulaciones entre saber y poder plasmadas en los discursos, ofrecen una ruta enriquecedora para la comprensión de los complejos procesos de constitución de los sujetos; observados por ahora desde las posiciones que la institucionalidad configura para su sujeción en los discursos. Desde allí se incita a su vez a efectuar aproximaciones a la otra cara de la moneda, transitando desde aquellos cuerpos dóciles construidos a partir de la sujeción en formas de saber y poder disciplinario, normativo, hacia los procesos de constitución de los sujetos pero vistos desde las prácticas mediante las cuales el sujeto se constituye a sí mismo.

2.4 Las relaciones consigo mismo: autoconstitución subjetiva

Las obras finales de Foucault, particularmente aquellas de la historia de la sexualidad, denotan un importante cambio en el punto de vista sobre el sujeto. Propone Rodríguez (1999) que si bien la idea antiesencialista sobre el sujeto se mantiene en Foucault, se abre la posibilidad de contemplar dicho sujeto como algo que emerge en interrelación con las prácticas que lo constituyen, prácticas que ya no son algo sólo externo, sino algo que puede emanar del mismo sujeto en gestación. En esas obras finales, se observa por ejemplo, la manera en que tecnologías específicas del yo “van a ir forjando, primero como prácticas de libertad, una estética de la existencia, y, finalmente, en las variaciones del examen de conciencia cristiano, una indagación sobre su verdad” (Rodríguez, 1999:18).

Hall (2003), coincide también en señalar un giro en las últimas obras de Foucault quien parece haberse percatado que si se sobreestima el poder disciplinario y éste se asume como una fuerza monolítica que satura todas las relaciones sociales, correlativamente se empobrece al individuo sin poder dar cuenta de sus experiencias; particularmente de aquellas ajenas al reino de los cuerpos dóciles. Ante cuestiones como las antes señaladas, en el marco de la articulación del comportamiento sexual al dominio moral, Foucault observa que la moral da cuenta también de la construcción de una ética que pone en juego un proceso de subjetivación, es decir “una forma de relación consigo mismo que permite al individuo constituirse como sujeto de una conducta moral” (Foucault, 1998:228). La problematización de la sexualidad como “experiencia” o como la “correlación dentro de una cultura, entre campos de saber, tipos de normatividad y modos de subjetividad” (Foucault, 1998:8), brinda entonces, la oportunidad de analizar las formas según las cuales los individuos pueden y deben reconocerse como sujetos de esa sexualidad. Bajo tal óptica se entran a considerar, del lado del sujeto, las prácticas por las que “los individuos se ven llevados a prestarse atención a ellos mismos, a descubrirse, a reconocerse y a declararse como sujetos de deseo, haciendo jugar entre unos y otros una determinada relación que les permita descubrir en el deseo la verdad de su ser” (Ibidem, 9).

La sexualidad fue entonces la circunstancia que permitió despejar la forma como el hombre occidental llega a reconocerse como sujeto de deseo. Pero dicho deseo como lo explica Deleuze (1987; 1996) al precisar algunas formulaciones de Foucault: “nunca es una determinación natural o espontánea” (Deleuze, 1996:143), sino que involucra distintos tipos de agenciamiento de relaciones asignadas históricamente. El deseo, agrega Deleuze, “constituye una unidad con un agenciamiento de heterogéneos que funciona” (Ibidem,146), es proceso, afecto, individualidad de un día, acontecimiento, pero ante todo conlleva la constitución de un campo de inmanencia a partir del cual se hacen y deshacen los agenciamientos.

Con los procesos de subjetivación, explica Deleuze (1987), Foucault logra entonces dar cuenta de una dimensión que si bien deriva del poder y del saber, no depende de ellos. La relación consigo mismo se configura a manera de “pliegue” o “doblez” cuyo adentro se constituye a partir del afuera. Los griegos en tal sentido, analiza Deleuze, le permitieron a Foucault, mostrar cómo se puede plegar la fuerza sin que deje de ser fuerza, relacionándola consigo misma: “lejos de ignorar la interioridad, la individualidad, la subjetividad, han inventado el sujeto, pero como una derivada, como el producto de una ¨subjetivación¨. Han descubierto la ¨existencia estética¨, es decir, el doblez, la relación consigo mismo, la regla facultativa del hombre libre” (Deleuze, 1987:133).

Foucault (1998) propone, por lo tanto, que los procesos de constitución del sujeto, pueden variar apoyados en prácticas diferenciadas, sobre asuntos tales como la determinación de la sustancia ética, es decir la “manera en que el individuo debe dar forma a tal o cual parte de sí mismo como materia principal de su conducta moral” (Foucault, 1998:27). Así por ejemplo, dice Foucault, la práctica de la fidelidad puede enfatizar sobre el respeto a la prohibición, el dominio del deseo, o también en la intensidad, continuidad, reciprocidad de sentimientos. Todos estos asuntos pueden ser objetos que suscitan distintos matices para la práctica moral.

Pueden ocurrir diferenciaciones también a partir de los modos de sujeción, es decir por “la forma en que el individuo establece su relación con esta regla y se reconoce como vinculado con la obligación de ponerla en obra” (Idem, 28). Así por ejemplo, explica Foucault, los sujetos pueden practicar y someterse a distintos preceptos por que se reconocen como parte de un grupo social que enaltece el precepto y su práctica; o porque se sienten herederos de una tradición que sienten la responsabilidad de mantener; o porque quieren presentarse como ejemplo de vida.

Otro tipo de diferencias en los mencionados procesos de autoconstitución, propone Foucault (1998), pueden surgir en las formas de elaboración del trabajo ético, realizado en uno mismo, “no sólo para que nuestro comportamiento sea conforme a una regla dada sino para intentar transformarnos nosotros mismos en sujeto moral de nuestra conducta” (Foucault, 1998:28). Una pauta de comportamiento como la austeridad sexual, ejemplifica Foucault, puede practicarse por un largo proceso de aprendizaje, memorización, con un control regular que permita medir su aplicación, o también mediante una renuncia súbita al placer, o como un combate con estos, o mediante el intento de desciframiento de los deseos.

Para la constitución de un modo de ser característico es importante así mismo la teleología del sujeto moral, como posibilidad de reconocer una acción más allá de su singularidad, “por su inserción y lugar en el conjunto de una conducta; [por ser] un elemento, un aspecto que señala una etapa en su duración, un progreso eventual en su continuidad” (Idem, 28). Las aspiraciones para ejercer un dominio de sí mismo cada vez más integral, de renuncia al mundo, de búsqueda de serenidad y aislamiento de agitaciones y pasiones, pueden ser, por ejemplo, propósitos distintos que guían la conducta de los sujetos.

Siguiendo los análisis de Foucault (1998), se encuentra entonces que estas formas de subjetivación, en el transcurso de varios siglos han afrontado distintas transformaciones. De aquellas formas de subjetivación cuyos asuntos claves eran el dominio y el cuidado de sí, lo mismo que el énfasis en el sujeto y la acción, el uso mesurado de los placeres para la libertad y soberanía del sujeto, paulatinamente se configuró un tránsito a formas de constitución de los sujetos centradas en la pretensión de decir la verdad sobre uno mismo. Con el auge del Cristianismo se establecieron entonces las bases para fundar como pretensión central una hermenéutica del yo. Rose (2003) comparte esta visión histórica para comprender las transformaciones que han afrontado los procesos de subjetivación que ayudaría a su vez a explicar cómo se han llegado a constituir los actuales regímenes que determinan la constitución de la subjetividad de los sujetos y más precisamente esa instancia del “Yo”, bajo la cual tales procesos son identificados. Pero según Rose (2003), estos procesos de constitución del “yo”, que no es un objeto trans-histórico sino más bien un ideal regulatorio, “un modo prescrito a los hombres para entenderse y relacionarse consigo mismos” (Rose, 2003:227), en la época contemporánea han diversificado sus ejes de emergencia.

Además del campo ético, propone Rose (2003), las relaciones consigo mismo deben examinarse a la luz de otros ejes de gran impacto contemporáneo. Es importante considerar por ejemplo las “técnicas intelectuales” que han llevado, por ejemplo, al desarrollo de proyectos para “la transformación del intelecto al servicio de objetivos particulares, cada uno de los cuales procura prescribir una relación específica con el “yo” a través de la incorporación de ciertas capacidades de lectura, escritura, cálculo” (Idem). Resulta igualmente importante tomar en cuenta las “técnicas corporales” (caminar, sentarse, marchar, etc.), bajo las cuales se puede comprender la existencia de regímenes corporales diferentes según las culturas. Algunos de estos regímenes se idean e incorporan “a intentos racionalizados de prescribir una relación específica con el yo y los otros”. Otro de los ejes importantes para comprender la subjetivación se articula en relación a las diversas maneras que puede adoptar la relación consigo mismo. Además del autodominio dicha relación puede adquirir diversas configuraciones atendiendo por ejemplo asuntos como: voluntad, conocimiento, preocupaciones, disciplina, relación pedagógica, seducción. Finalmente, se debe tener en cuenta que en esos procesos de subjetivación mirados a la luz de las relaciones de gobierno propias y con los otros, además de lo que ocurre en los gobernados, es igualmente importante comprender lo que ocurre en los gobernantes. Se trataría en este caso de arrojar luces sobre la manera como los gobernantes son “convocados a cumplir su papel en la constitución de otros y a inculcar en ellos cierta relación consigo mismos” (Ibidem, 234). Los aportes de Rose (2003), permiten plantear entonces que la gama de posibilidades para la autoconstitución subjetiva se ha ampliado y no quedaría reducida al estricto dominio de la sexualidad y del eje ético.

El tránsito en las formas de subjetivación, analiza por su parte Jorquera (2007), ha implicado un proceso progresivo de “psicologización” de la subjetividad que la ha ubicado como un “espacio psíquico” separado de la existencia histórica de una determinada comunidad. Diversos cambios históricos y particularmente la consolidación de la modernidad paulatinamente han instituido esta visión de “un espacio de supuesta autonomía para la subjetividad donde el sujeto mantiene una relación reflexiva consigo mismo” (Jorquera, 2007:42). El impacto de éste énfasis en la individualidad y el imperativo de la autonomía son asuntos que parecen constituirse en aspectos claves para comprender la identidad cuando ésta es pensada como la búsqueda de una esencia que radica en la interioridad psicológica. Jorquera (2007), Rose (2003), cuestionan este tipo de planteamientos que separan los procesos de constitución subjetiva de los contextos sociales, culturales, económicos y políticos en los que se suscita, pues tales postulados tienden a favorecer ideas de sujetos aparentemente autónomos con aspiraciones de autorealización y de manejo de la vida como una empresa centrada exclusivamente en sí mismos.

Con lo planteado hasta el momento se observa que los desplazamientos conceptuales de Foucault (1998) al proponer la posibilidad de auto-constitución de los sujetos, resultan significativos para efectos de comprender, según lo analiza Hall, que “no basta con que la ley emplace, discipline, produzca y regule; debe existir también la producción correspondiente de una respuesta (y con ello, la capacidad y el aparato de la subjetividad) por el lado del sujeto” (Hall, 2003:31). Bajo las orientaciones de Foucault y sin restringir sus consideraciones al marco de los comportamientos sexuales es posible proponer un espacio más amplio para comprender las prácticas más “íntimas” del sujeto sobre sí. Las decisiones y determinaciones sobre sí mismo, sus formas de confrontar, ignorar o acoger normativas sociales, los cambios y transformaciones que decide operar sobre sí, los propósitos y sentidos que establece para su vida, constituyen en su conjunto formas de relación y autogobierno y en tal sentido prácticas sobre sí mismo que adquieren un lugar fundamental en los procesos de constitución como sujetos. El aporte de Foucault y otros autores acerca de las transformaciones en las formas de constitución del sujeto por sí mismo pueden resumirse, entonces, proponiendo que para comprender la subjetivación y relación consigo mismo es preciso tener presente que si bien tales procesos deben contemplarse como dependientes de formas históricas y culturales específicas que impactan la economía de sus deseos, el sujeto guarda siempre la posibilidad de asumir posiciones que surgen de prácticas que decide adoptar y ejecuta sobre sí mismo.

3. Conclusiones

A manera de síntesis, en relación con la perspectiva de la identidad como articulación de procesos de sujeción y subjetivación, se puede proponer que las reflexiones de Foucault en cuanto a discursos, prácticas discursivas, constitución de saberes, formas de poder y relaciones consigo mismo, dejan planteadas posibilidades prometedoras para el análisis de la problemática de la identidad en las condiciones de contingencia actual. Como lo sugiere Hall (2003), los juegos de verdad, los regímenes de auto-regulación y auto-constitución, el carácter productivo de la regulación normativa, la elaboración del trabajo ético, las prácticas de relación con sí mismo, inmerso todo esto en condiciones históricas específicas, son aportes productivos para un análisis contextualizado de los sujetos y de sus identidades.

La perspectiva propuesta permite entrever posibilidades para el análisis de transacciones complejas entre individuos e instituciones exaltando la comprensión de los procesos de constitución de subjetividades e identidades no como esencias o unidades inmutables sino como un entramado complejo, múltiple, disperso que siempre guarda relación con las condiciones históricas y contextos que determinan las condiciones que deben atender los sujetos y consecuentemente sus procesos de construcción de sus identidades. Tales asuntos conllevan a considerar la confluencia de intereses y factores de tipo social, económico, político que en muchos casos han contribuido a “naturalizar” relaciones de poder vinculadas con situaciones de clase, raza o género con claras manifestaciones de desigualdad y opresión que llegan a ser consideradas como asuntos de sentido común, cosas cotidianas e inevitables. Así, por ejemplo, ha cobrado fuerza, un análisis renovado de múltiples categorías y prácticas inherentes a ciertas conceptualizaciones sobre hombres y mujeres y categorías como sexualidad, sexo, cuerpo, y por ende identidad. Bajo esta línea, resultan de particular interés algunas reflexiones desde el feminismo y los estudios de género, que ponen en evidencia cómo los procesos de constitución de las subjetividades de las mujeres, sus lugares como sujetos, se encuentren mediados por la asignación durante siglos de lugares de “ausencia” (Colaizzi, 1992; Duby & Perrot, 2000)8, lo cual da cuenta a su vez de una presencia constante de concepciones y prácticas hegemónicas de tipo androcéntrico que han sido determinantes en la constitución de subjetividades e identidades femeninas (Rosero, 2013).

Se demanda por lo tanto nuevas formas de comprensión para la participación de las mujeres en la vida social, cultural, laboral del pasado y consecuentemente nuevos espacios en la actualidad para el ejercicio pleno de sus derechos como ciudadana y como ser político (Scott, 1992; Colaizzi, 1992; Cameron & Kulick, 2007). En este tipo de consideraciones, no se desconoce por supuesto las limitaciones que pudieran presentar las reflexiones de Foucault en los temas del feminismo y el

8 Esta situación de “sombra”, “ausencia” para las mujeres, es puesta en evidencia en obras como la organizada por Goerges Duby y Michelle Perrot (2000)acerca de la “Historia de las mujeres en occidente” o en el caso colombiano aquella coordinada por Magdala Valásquez ( (1995) sobre “Las mujeres en la historia de Colombia”. Dichas obras ponen en evidencia la complejidad de los discursos que subvaloran los aportes de las mujeres y destacan al tiempo la importancia de una tarea que intente reconfigurar el proceso de construcción histórica de las subjetividades e identidades de las mujeres, lo mismo que las condiciones de valoración como agentes y actores históricos mediadas sistemáticamente por asimetrías en las relaciones de género.

género, e igualmente la posible presencia en las reflexiones del autor de muchas herencias androcéntricas y consecuentemente las carencias en el reconocimiento de las asimetrías de género que median los procesos de constitución de los sujetos. Pese a todo esto, tal como lo argumentan Varela (1997) y Rodríguez (1999), es indudable que sus planteamientos han facilitado nuevas posibilidades de entendimiento sobre las subjetividades e identidades femeninas.

Resultan ilustrativas de tales posibilidades, desarrollos de pensamiento efectuados, por ejemplo, por Butler (2001; 2002), a quien las reflexiones de Foucault le han permitido problematizar el género y la idea de una identidad femenina estable, observando además que existen relaciones y operaciones de poder que normatizan, controlan pero también generan posibilidades para la constitución de los sujetos, la materialización de los cuerpos, el desarrollo de opciones de resistencia. La investigación histórica desarrollada por Scott (1990; 2000; 2008) en los estudios sobre las relaciones de género, mujeres y trabajo, ha contemplado igualmente la importancia del análisis histórico de los discursos para comprender cómo determinadas distinciones con base en el sexo han sido definitivas para asignar entre hombres y mujeres posiciones asimétricas y de subordinación que regulan el trabajo femenino con claras incidencias en la valoración social, reconocimiento de la feminidad y consecuentemente de las identidades femeninas.

Con estos señalamientos acerca de la importancia de una propuesta como la que presenta Hall (2003), fundamentada en planteamientos de Foucault, parece necesitarse ahora la confrontación de tales formulaciones teóricas con situaciones históricas y contextos sociales precisos que permitan visualizar los mecanismos mediante los cuales los individuos concretos “afrontan, desechan, padecen, resisten, apropian esas múltiples posiciones” (Hall, 2003:33) que los discursos de la institucionalidad les asignan. Este encuentro con lo empírico, es la tarea que queda pendiente para futuros trabajos y análisis de las identidades.

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Recibido: 21 de Diciembre de 2017; Aprobado: 17 de Junio de 2018

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