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Trabajo y sociedad

versión On-line ISSN 1514-6871

Trab. soc.  no.33 Santiago del Estero dic. 2019

 

IMÁGENES Y MAGNITUDES DEL TRABAJO

De la historia política a los estudios de género: la historiografía sobre el mundo del trabajo de la primera mitad del siglo XX enBuenos Aires1

From political history to gender studies: the historiography on the world of labor in the first half of the 20th century in Buenos Aires

Da historia política para os estudos de género: a historiografia sobre o mundo do trabalho na primeira metade do século XX em Buenos Aires

Ludmila SCHEINKMAN1* 

*Buenos Aires/ Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (IIEGE-FFyL- UBA/CONICET). Email: ludsch@gmail.com

RESUMEN

El objetivo del presente trabajo es revisitar la historiografía sobre el mundo del trabajo en los años previos a la irrupción del peronismo en Argentina, para pensar algunas de las claves desde las que se han mirado, y se indagan hoy nuevamente, a las y los trabajadores. Para eso reconstruye los trazos generales de las indagaciones del campo, desde las primeras historias militantes hasta la historia social. En segundo lugar, aborda los aportes que los estudios de género han realizado a la historiografía de las y los trabajadores. Por último, indaga en las corrientes actuales de la historiografía, para proponer algunas líneas de análisis o puentes posibles para pensar este campo de estudios desde una historia social y cultural revitalizada por los estudios de género, que expanda una noción de la clase que ha sido rígidamente anclada en el sitio productivo.

Palabras clave: historiografía; trabajadores; movimiento obrero; izquierdas; estudios de género

ABSTRACT

The aim of this paper is to revisit the historiography on the world of workers in the years prior to the irruption of Peronism in Argentina, to ponder some of the parameters from which they have been looked at, and are studied again today. In order to do this we reconstruct the general outlines of the field's research, from the earliest militant interpretations to flourishment of social history. Secondly, we address the contribution that gender studies have made to the historiography on male and female workers. Finally, we review the current trends in historiography, to propose some lines of analysis or possible bridges to think this field of studies from a social and cultural history revitalized by gender studies, to expand a notion of class that has been rigidly anchored to the productive space.

Key words:  historiography; Workers; labor movement; Left; Gender studies

RESUMO

O objetivo deste artigo é revisitar a historiografía sobre o mundo do trabalho nos anos antes do surgimento do peronismo na Argentina, para pensar alguns das chaves a partir das quais tem sido olhadas, e sao olhadas hoje novamente, as e os trabalhadores. Para isso reconstrói os traqos gerais das indagares do campo, desde as primeiras histórias militantes para a história social. Em segundo lugar, o artigo aborda as contribuyes que os estudos de genero tem feito para a historiografía das y dos trabalhadores. Finalmente, explora as perspetivas atuais da historiografía, para sugerir algumas linhas de análise ou possíveis pontes para pensar este campo de estudos a partir de uma história social e cultural revitalizada por estudos de genero, permitindo a expansao da a noqao de classe que tem sido rígidamente ancorada no local de produqao.

Palavras-chave: historiografia; trabalhadores; movimento operário; esquerdas; estudos de genero

SUMARIO

1. Introducción; 2. La historia de los trabajadores: de los “héroes proletarios” a la historia social; 3. El género del trabajo; 4. Historia social y cultural, historia política, estudios de género: ¿un dialogo posible?; 5. Algunas conclusiones y puntos de fuga; Bibliografía.

Introducción

Los estudios históricos sobre las y los trabajadores, en el cruce con las tradiciones historiográficas del momento, han sido muy sensibles a los avatares políticos, económicos y sociales. Aunque esta afirmación es pertinente para las investigaciones históricas en su conjunto, es específicamente atinente a la politicidad propia de este campo de estudios y a la de muchas y muchos investigadores que se han abocado a historizar a la clase obrera.

Así, si la primavera democrática y el fin de la dictadura militar propiciaron el desembarco académico de esta área de estudios bajo el estímulo de una pujante historia social, el impulso renovador pronto iba a ralentizarse, al tempo de los avatares económicos y políticos del país. En los años 90, a la propia crisis de la historia social se sumó la debacle económica y política nacional; y fenómenos como la desocupación y los debates suscitado en torno a los “nuevos movimientos sociales” y el movimiento piquetero pusieron en discusión la validez o pertinencia del concepto mismo de “clase obrera”. Esto se vio reflejado en la historiografía en un abandono o desinterés por esta área de estudios que se había mostrado tan dinámica en años anteriores. Hoy, más de 15 años después del sacudón político y social manifiesto a fines del 2001, que volvió a poner en el centro de la agenda la acción política popular, los estudios históricos sobre los trabajadores parecen ser nuevamente un campo dinámico y productivo. ¿Pero cuáles son las líneas sobre las que se estructuran estas nuevas indagaciones?

El objetivo del presente trabajo es volver sobre la historiografía del mundo del trabajo en los años previos a la irrupción del peronismo en Argentina, para pensar algunas de las claves desde las que se han mirado, y se examinan hoy nuevamente, a las y los trabajadores. El siguiente estado de la cuestión se organiza en un primer apartado que reconstruye los trazos generales de las indagaciones del campo, desde las primeras historias militantes hasta el auge de la historia social. En segundo lugar, aborda los aportes que los estudios de género han realizado a la historiografía de las y los trabajadores. Por último, indaga en las corrientes actuales en la historiografía, para proponer algunas líneas de análisis o puentes posibles para pensar este campo de estudios desde una historia social y cultural revitalizada por la historiografía feminista, que expanda una noción de la clase que ha sido rígidamente anclada en el sitio productivo .

Debemos advertir a las y los lectores que este estado de la cuestión se limita a elaborar un balance abarcador de la historiografía actual sobre el mundo de los trabajadores y las izquierdas a fines del siglo XIX y durante primeras décadas del XX, y se concentra en la bibliografía más importante del periodo, focalizando en los trabajadores urbanos en general, y en la ciudad de Buenos Aires, en particular. Aunque algunas de sus reflexiones pueden ser válidas para la historiografía del resto del país, la renovada vigencia de los estudios sobre otras regiones obligan a la cautela a la hora de extender la reflexión por fuera de la ciudad capital y su radio suburbano.

La historia de los trabajadores: de los “héroes proletarios” a la historia social

Los orígenes del campo de estudios que se ha abocado a estudiar a las y los trabajadores se remontan a las primeras historias de partidos u organizaciones políticas de izquierda, de gremios y del movimiento obrero, elaboradas por militantes comprometidos con su causa. Durante buena parte del siglo XX la historiografía profesional, más concentrada en los individuos de las clases dirigentes -considerados los verdaderos sujetos “heroicos” de la historia-, prestó poca atención a los trabajadores (Iñigo Carrera, 2006: 273; Lobato y Suriano, 1993; Torre, 1990a: 209). Por ello los primeros en historizarlos fueron autores vinculados de manera directa con las corrientes políticas que intervenían en el mundo del trabajo, y las principales vertientes de la izquierda escribieron sus historias, constituyendo un corpus clásico de obras aún de consulta obligada para historiadoras e historiadores interesados en la temática. Las más representativas son las del anarquista Diego Abad de Santillán (2005 [1933]), el socialista Jacinto Oddone (1934a, 1934b, 1949), el sindicalista Sebastián Marotta (1960, 1961, 1970), que elaboró la más documentada “historia militante” del periodo, y el militante comunista Rubens Íscaro (1958)2. Fuertemente marcadas por una perspectiva apologética del pasado de su partido u organización, estas interpretaciones tendían a omitir las complejidades y polémicas internas de sus corrientes. Aunque desarrollaban una interpretación vindicatoria, fueron obras pioneras en un terreno hasta entonces inexplorado. En no pocas ocasiones, además, se trató de trabajos que contaban con acceso a material documental -dada su cercanía política e incluso personal con las corrientes y personalidades estudiadas- que luego se perdería y dejaría de estar al alcance de las y los investigadores.

Estas historias militantes, las primeras que reconstruyeron un pasado para el movimiento obrero, marcaron el rumbo de aquellas lecturas en las que desfilan organizaciones gremiales, congresos obreros, y gestas de luchas proletarias (Suriano, 2009: 32), y tuvieron una línea de continuidad con las que en los años sesenta y setenta, desde el campo académico, emprendidas por historiadores, politólogos y sociólogos, intentaron reexaminar la trayectoria de los trabajadores y sus organizaciones (por ejemplo Bilsky, 1984; Falcón, 1984; Godio, 1972; Panettieri, 1965; Solomonoff, 1971)3. Una de las temáticas más fructíferas abordadas por esta historiografía fue la de los orígenes del peronismo, que derivó en un largo debate que reevaluó el papel del movimiento obrero en los años 30 (del Campo, 2005; Durruty, 1969; Falcón, 1984; Germani, 1962; Matsushita, 1983; Murmis y Portantiero, 1972; Torre, 1990b; entre otros). El creciente peso del comunismo y los gremios industriales, los cambios en el papel del Estado y la mayor incidencia de la negociación colectiva son algunos de los aportes de esta historiografía para pensar el periodo (ver también Gaudio y Pilone, 1983, 1984). Además, la relación entre trabajadores y política fue fundamental para estos estudios, articulados en torno a los debates sobre la autonomía de la clase, la conciencia de clase y sus vínculos con el “partido revolucionario” (Suriano, 2009: 32).

Tras la interrupción forzosa provocada por la dictadura militar, la gran renovación en el campo de estudios sobre los trabajadores llegó en los años 80, de la mano de la historia social4. Los nuevos trabajos enmarcados en una preocupación por lo social mostraron un interés menor por la historia política del movimiento sindical o las corrientes vinculadas a él, y se orientaron a estudiar las condiciones de vida y trabajo de los trabajadores. Estos estudios partieron de una crítica a la historiografía “política” y militante previa, en un contexto de profesionalización e institucionalización de la disciplina. Tomando las críticas que el historiador británico Eric Hobsbawm realizara a la historiografía tradicional del movimiento obrero, señalaron que esta

“propendía a identificar a las “clases trabajadoras” con el “movimiento obrero”, o incluso con alguna organización, partido o ideología concretos. Por lo tanto, se inclinaba a identificar la historia de la clase obrera con la historia del movimiento obrero, cuando no, de hecho, con la historia de la ideología del movimiento (...). A causa de ello, descuidaba la historia de las clases trabajadoras propiamente dichas, toda vez que era imposible subsumirlas en la historia de sus organizaciones; o incluso prestaba poca atención a la masa y se ocupaba preferentemente de sus líderes” (Hobsbawm, 1987: 13; artículo original de 1974; citado en Torre, 1990a: 210, 214, un estado de la cuestión que ahondó en esta perspectiva).

Y esto, en efecto, suponía una importante laguna. Sin embargo, tomando distancia de la figura del “historiador izquierdista y comprometido” en la que Hobsbawm se encuadraba a sí mismo (Hobsbawm, 1987: 21), la renovación historiográfica local se trazó como objetivo general promover un análisis “académico” y despolitizado, que ponía como requisito correr del centro a la historia política -y al estudio de los conflictos y huelgas- para enfatizar aspectos sociales. En palabras de Juan Carlos Torre, recuperando el concepto de “experiencia” de otro influyente historiador británico (Thompson, 1989 [edición original de 1963]), estos trabajos buscaron explicaciones más profundas de las dificultades de la acción de masas:

“el mundo de la política no se resume totalmente en esa experiencia hecha de propósitos y decisiones desde el que se escribe la historia militante, sino que moviliza, además, recursos de poder e identidades colectivas. Lo que impone, para aprehenderlo, ampliar el horizonte de la investigación histórica hasta incluir las estructuras sociales y culturales en las que se despliega la política de los trabajadores” (Torre, 1990a: 214).

Siguiendo este programa, la historiografía de los ’80 amplió nuestro conocimiento de las condiciones de vida de las clases trabajadoras porteñas en tiempos de inmigración masiva, aunque habría redundado en una serie de debates “inconclusos”, en términos de Juan Suriano (Suriano, 2009: 35). Uno de ellos se centró en las condiciones salariales y de vida de los trabajadores. En lo que ha sido denominado una versión “optimista”, Roberto Cortés Conde estudió la evolución de los salarios reales y sostuvo -a partir de series salariales de obreros de Bagley y de peones de policía- que la situación de los trabajadores había mejorado durante el período, análisis que contradecía la interpretación hasta entonces predominante, basada en testimonios de contemporáneos. Leandro Gutiérrez, en cambio, cuestionó la noción rígida del nivel de vida sustentado en la medición de los salarios reales, orientando la mirada, en cambio, hacia la esfera de la reproducción, explorando el consumo, la alimentación, la salud y la vivienda obrera (Cortés Conde, 1979; L. Gutiérrez, 1881; un trabajo anterior: Panettieri, 1965). Por otro lado, los aportes de Ofelia Pianetto y Luis Alberto Romero e Hilda Sábato cuestionaron la imagen de una compensación automática de los desajustes entre oferta y demanda, conectando el funcionamiento del mercado de trabajo con la acción sindical (Pianetto, 1984; Sábato y Romero, 1992; también Munck, 1987). Este debate, que podría haber rendido frutos, no trascendió más allá.

Estas líneas de trabajo “inconclusas” maduraron menos que aquellas relativas a la vivienda obrera y las condiciones del habitar obrero en la ciudad, que han registrado sustanciales aportes entre los que destacan los de un grupo de arquitectos volcados a la historia social y habitacional urbana (Armus, 1984, 1990, 2007; Ballent y Liernur, 2014; Jornadas de Historia de la Ciudad de Buenos Aires, 1985; Korn y de la Torre, 1985; Liernur y Silvestri, 1993; Scobie, 1977; Silvestri, 2003; Suriano, 1983; Yujnovsky, 1974). Estos trabajos han, en su mayoría, de algún modo abonado a una hipótesis “pesimista” de las condiciones de vida urbana, al ampliar la mirada sobre los márgenes de una ciudad “impura”, pestilente, modernizándose de forma vertiginosa pero “efímera” y precaria. También han alumbrado el accionar estatal en materia de vivienda, así como los cambios en el asentamiento obrero y las tramas de la “privatización” y la domesticidad del habitar, que se plasmó en el horizonte de la vivienda unifamiliar. Con todo lo que ha expandido nuestro conocimiento sobre las formas de vida urbana de los trabajadores, es preciso señalar que, frente su interés inicial, el objeto central de parte de esta historiografía pasó a ser cada vez más la propia ciudad, y no tanto sus trabajadores.

Un desplazamiento similar puede observarse en la literatura sobre inmigración y cuestión étnica, de vitalidad considerable. Algunos trabajos iniciales, como parte de la renovación de los años ’80, buscaban explorar las tensiones entre una identidad étnica construida en el país receptor en competencia con la identidad de clase que buscaba barrer las diferencias nacionales invocando el internacionalismo, e indagaron también en la organización de sociedades de socorros mutuos de base nacional (Baily, 1969, 1985; Bilsky, Trajtenberg, y Epelbaum de Weinstein, 1987; Devoto y Fernández, 1990; Falcón, 1984, 1986; Gandolfo, 1992; Munck, 1998; más recientemente, Lobato, 2001; Falcón, 2011; Visacovsky, 2015). Pronto el creciente interés sobre las comunidades inmigratorias, sus instituciones y las cadenas o redes migratorias terminó opacando las diferencias de clase en su seno, conformando un campo de estudios propio (Bertoni, 2001; Devoto, 2003; Devoto y Rosoli, 1985; Gandolfo, 1992; Moya, 2004, por mencionar algunos de los más importantes), como ha señalado Juan Suriano (Suriano, 2009: 41).

Tal vez el “debate inconcluso” que más claramente resuma el desplazamiento ocurrido en el seno de la historia social de los años ‘80 sea el acaecido en torno al concepto de “clase obrera” o “sectores populares”. La propuesta de Luis Alberto Romero (L. Gutiérrez y Romero, 1991 [1987]) de utilizar el concepto de “sectores populares” para caracterizar a los grupos subalternos que, en el contexto de supuesta escasa conflictividad de la década del ‘20 y parte de la del ‘30, elaboraron una cultura popular basada en una experiencia barrial interclasista, indicaba, más que un interés por ahondar en este debate, el abandono de la historia de los trabajadores (algunas críticas a esta postura: Camarero, 2007b; Suriano, 2009). Como indicó Suriano, la renovación historiográfica de los años ‘80 fue breve, y se detuvo en los años ‘90, con la excepción de unos pocos historiadores e historiadoras que siguieron indagando en la historia de los trabajadores5. La mayor parte de los autores que habían enriquecido la renovación historiográfica de los ochenta se pasaron a otras temáticas, en lo que el mismo Suriano caracterizó como “una fuga masiva de investigadores hacia el campo de la historia política” (Suriano, 2009: 30). El impacto de la crisis, la desocupación y el retroceso de las organizaciones sindicales se hicieron sentir en el campo historiográfico, en la propia crisis de la historia obrera.

En cualquier caso, la forma que adoptó la historia social local, alejándose del sitio laboral y del movimiento obrero, dejaba poco margen para alojar en su seno a historias que buscaran volver sobre el lugar de trabajo, la militancia, y la política, desde nuevos interrogantes. Un cambio de escala, el “ingresar en la fábrica”, fue posibilitado por trabajos posteriores como el de Mirta Lobato, que indagó en el mundo del trabajo fabril cuestionando los supuestos androcéntricos homogeneizantes implícitos en buena parte de la historiografía.

El género del trabajo6

Las limitaciones de una historia del trabajo androcéntrica, identificada con la organización y el potencial revolucionario de la clase obrera, que no aborda, ignora o soslaya las diferencias en las relaciones de poder existentes entre varones y mujeres, han sido señaladas en el campo local por historiadoras que, en las últimas décadas, desde las inquietudes políticas del feminismo, iniciaron el vasto campo de estudios de historia de las mujeres y las relaciones de género7. En estas nuevas reflexiones, influidas tanto por la obra de historiadoras europeas y norteamericanas vinculadas a la historia social, como por los debates feministas del momento, el trabajo ocupó un lugar central (Davin, 1984; Farge, 1991; Nash, 1984; Perrot, 1992, Scott y Tilly, 1984, por mencionar algunas). Sin embargo, las historias obreras fueron “poco receptivas al debate que plantearon las feministas, en particular las marxistas, a los historiadores varones”, como ha señalado Mirta Lobato en un balance reciente (Lobato, 2008: 19).

Las primeras investigaciones, impulsadas en las décadas del ’60 y ’70, tuvieron como objetivo visibilizar la presencia femenina en el mundo “público” del trabajo, y se concentraron en la medición y la evaluación cuantitativa y cualitativa del trabajo femenino (Guy, 1981; Jelin, 1978; Jelin y Feijoó, 1980; Recchini de Lattes, 1980; Recchini de Lattes y Wainerman, 1977; Sautu, 1980; Wainerman & Recchini de Lattes, 1981; más recientemente, han estudiado el trabajo femenino y sus representaciones: Badoza, 1994; Feijóo, 1990; Guy, 1994; Lobato, 2007; Morgade, 1997; Nari, 1993; Queirolo, 2008, 2016; Rocchi, 2000). Estos trabajos abordaron los determinantes de la participación laboral de las mujeres (edad, estado civil, educación, localización geográfica), las problemáticas de la medición censal, las representaciones simbólicas del trabajo femenino doméstico y extradoméstico, y mostraron que este último se concentró en ramas de producción industrial como la alimentación, textil y confección, en servicios como empleadas administrativas, dactilógrafas o telefonistas, en el cuidado de la salud, la educación, el servicio doméstico o el trabajo domiciliario. La bibliografía más reciente, matizando la hipótesis inicial de una “curva en U” (un descenso en la participación laboral femenina entre 1869 y 1970, coincidiendo con la “modernización” económica), ha señalado que en el período de entreguerras el mundo del trabajo femenino se amplió hacia la industria y los servicios.

En dicha dirección, trabajos posteriores redujeron la escala y aguzaron la mirada, estudiando ramas de actividad y realizando análisis de empresas que, al generizar el lugar de trabajo, permitieron no sólo adentrarse en las cuestiones relativas a la cualificación y des-cualificación de las ocupaciones femeninas, la brecha salarial o los puestos de trabajo, sino ingresar en el terreno más espinoso de las relaciones de género y el ejercicio del poder en las fábricas y los sindicatos, mostrando la discriminación y el sexismo muchas veces presente entre los propios trabajadores (Lobato, 2008: 26). Pioneros en este sentido son los trabajos de Mirta Lobato sobre las textiles y los frigoríficos de Berisso (Lobato, 1990, 1993, 2001). Esta investigadora ha elaborado además una obra de síntesis fundamental, investigando y sintetizando el conocimiento actual sobre el mundo del trabajo femenino de fines del siglo XIX y las primeras cinco décadas del siglo XX. Retomando la perspectiva de género y con un abordaje “thompsoniano”, analizó las características del trabajo, la acción gremial y la identidad cultural de las trabajadoras (Lobato, 2007).

Trabajos recientes, con distintas inquietudes, han abordado la industria textil, alimenticia, las confecciones, la enfermería, el trabajo administrativo, el servicio doméstico y el trabajo de las nodrizas y amas de leche, ampliando nuestro conocimiento sobre las experiencias laborales de las mujeres trabajadoras (Allemandi, 2015; Ceva, 2010; Martín, 2014; Norando, 2016; Pascucci, 2007; Queirolo, 2014; Ruocco, 2010; Scheinkman, 2017). Algunos de estos trabajos, asimismo, han apuntado hacia las tareas del cuidado y los trabajos realizados en la esfera de la reproducción de la fuerza de trabajo. Ampliando la noción de trabajo hacia aquellas actividades tradicionalmente consideradas femeninas y/o infantiles, invisibilizadas y naturalizadas en el ámbito doméstico, estas indagaciones implícita o explícitamente ponen en entredicho la oposición rígida entre una esfera pública, que abarca el sitio de trabajo, y una esfera privada o doméstica, entendidas como categorías estancas cuyas fronteras ahora se desdibujan. El hogar puede ser así un sitio laboral, alojando labores muchas veces atravesadas por las afectividades, e inversamente, esto nos invita a pensar la forma en la que los afectos atraviesan y son parte de las relaciones laborales extra-domésticas. En un dialogo con la historia social, estos trabajos expanden de hecho nuestras nociones de la clase, al integrar o incluir las esferas de la producción y la reproducción de la fuerza de trabajo, en la medida en que ésta última aparece como condición necesaria para la existencia de la primera. Nos habilita así a pensar en nuevos espacios, sujetos, actores y prácticas de trabajo, pero también de identificación y praxis política.

En esta misma línea, los estudios de género han examinado críticamente la construcción, desde fines del siglo XIX, de una “naturaleza femenina”, que coaguló en un discurso de la domesticidad, anclado en la división entre espacio público y privado, que trabajos recientes también han desentrañado y cuestionado, mostrando cómo fue utilizada para reproducir discriminaciones e inequidades (Barrancos, 1999, 2000; Cicerchia, 1998; Devoto y Madero, 1999)8. Sin dudas el trabajo de Marcela Nari, que abordó críticamente el proceso de “maternalización” de las mujeres (la progresiva confusión entre los términos “mujer” y “madre”), sigue constituyendo una referencia en este punto (Nari, 2004). Y la “naturaleza” femenina ha sido estudiada al operar como fundamento de la inequidad, puesto que, debido al énfasis en la función materna, el trabajo de las mujeres ha sido considerado como excepcional, transitorio y complementario, y por lo tanto, subordinado y remunerado inferiormente. Y las nociones de cualificación y descualificación, que expresan un sistema de valores jerárquicos en el que los saberes masculinos han sido considerados más valiosos, han redundado en una menor retribución hacia las mujeres, es decir, una discriminación laboral sistemática (Lobato, 2008: 28-29; 2007; Nari, 2004; Queirolo, 2016).

Respecto al papel femenino en las luchas gremiales, hay una cantidad de trabajos que exploran la participación de mujeres en huelgas y conflictos entre los obreros ferroviarios, de la construcción, telefónicos, textiles, alimenticios y frigoríficos (Barrancos, 2008; D’Antonio, 2000; D’Antonio y Acha, 2000; Lobato, 1990, 1993, 2007; Norando y Scheinkman, 2011; Palermo, 2006, 2007), como así también en otras protestas vinculadas a la “subsistencia” del hogar obrero, como la huelga de inquilinos de 1907, mostrando que lejos de la pasividad, las mujeres tuvieron un papel activo en la protesta (Bellucci y Camusso, 1987; Rey, 2013; Suriano, 1983). Esto se enlaza directamente con el trabajo de aquellas que han explorado el papel de las mujeres en las organizaciones políticas de izquierda. Particularmente prolíficos son los trabajos sobre los posicionamientos ideológicos y doctrinarios del anarquismo en torno a la “cuestión sexual” y femenina (Barrancos, 1990; Bellucci, 1990; Fernández Cordero, 2010, 2013; Ledesma Prietto, 2016), lo que Dora Barrancos ha denominado el “contrafeminismo” del feminismo anarquista, y los estudios sobre las iniciativas políticas y periodísticas de las mujeres ácratas (Ansolabehere, 2000; Barrancos, 1994; Fernández Cordero, 2010; Lobato, 2000b, 2007; Norando y Scheinkman, 2012; Vasallo, 2007)9. Aunque algo menos, el socialismo también ha sido estudiado (Barrancos, 1997; Lobato, 2000b; Raiter, 2004; Rey, 2011; Tripaldi, 2004; Valobra, 2008); el comunismo, en cambio, registra menos trabajos para el período (Lobato, 2007; Nari, 1994; Norando, 2013; Valobra, 2015, entre otras).

Aunque incipientes, algunos trabajos recientes han comenzado a explorar las masculinidades de los trabajadores, e incluso la construcción de ámbitos de sociabilidad masculina en torno a los gremios, señalando el papel del honor, la hombría, el rol proveedor y el sostenimiento del hogar en la construcción de identidades gremiales, así como la exclusión sistemática de las mujeres de estos espacios (Andújar, 2014, 2015; Archetti, 2003; D’ Uva y Palermo, 2015; Gayol, 2000; F. Gutiérrez, 2013; Lida, 2010; Palermo, 2007, 2009, 2013; Scheinkman, 2015). Al hablar de sociabilidades, remitimos a los trabajos de Maurice Agulhon sobre la vida social y política en Francia en el siglo XIX, que apuntan al estudio de las relaciones interpersonales en espacios informales o formales -tabernas, asociaciones y clubs-, señalando que allí se tejieron vínculos políticos, identidades y valores políticos comunes (1992, 2009; un estado de la cuestión sobre el uso del concepto: González Bernaldo de Quirós, 2008)10.

Para finalizar, también debemos mencionar los trabajos que viraron su interés hacia las familias obreras y los niños y niñas, y comenzaron a explorar la participación infantil en el mercado laboral urbano, alumbrando la diversidad y extensión del trabajo de las y los menores, y su contribución a las economías familiares (Argeri, 1998; Carbonetti y Rustán, 2000; Pagani y Alcaraz, 1991; Suriano, 1990, 2007). Aportes recientes han explorado el trabajo doméstico infantil, las condiciones de trabajo de los menores en espacios de encierro y las miradas de distintos actores respecto del trabajo de los niños (Allemandi, 2015; Aversa, 2015; Mases, 2013; Scheinkman, 2017). Las investigaciones centradas en la minoridad y la infancia pobre porteña, si bien de modo tangencial, han alumbrado el universo del trabajo callejero infantil, sus changas y trabajos eventuales como “canillitas”, lustrabotas, mensajeros o vendedores ambulantes lo cual nos permite reconstruir aspectos fundamentales de la vida obrera en las ciudades (Aversa, 2015; Ciafardo, 1992; Freidenraij, 2015; Zapiola, 2007, 2009)11. Sin embargo, todavía es muy poco lo que conocemos acerca de la vida infantil al interior de las fábricas. La relación entre izquierdas e infancia ha sido abordada por algunas investigaciones sobre socialismo, anarquismo y comunismo que indagaron aspectos de la acción militante sobre los niños obreros, así como el papel de estos en las organizaciones políticas (Barrancos, 1987; Camarero, 2005, 2007a; Raiter, 2004). Más allá de estos aportes, poco conocemos sobre el rol de los pequeños en los gremios y organizaciones de izquierda. Aunque se ha relevado su papel en la huelga de inquilinos de 1907 (Rey, 2013; Suriano, 1983), reflexiones pormenorizadas de los niños en la organización gremial y la protesta laboral están virtualmente ausentes con la excepción de nuestro propio trabajo, también un avance de investigación, sobre las huelgas protagonizadas por menores en la industria del dulce porteña a comienzos del siglo XX, que indican una participación más activa de la infancia de lo que tradicionalmente se ha supuesto (Scheinkman, 2016).

En cualquier caso, si algo ha puesto de manifiesto esta historiografía, es que ya no es posible acercarnos al mundo del trabajo sin dar cuenta de las diferencias al interior de un colectivo -la clase, los trabajadores- que no es homogéneo y tampoco se puede dar por sentado -enfatizando en cambio su “construcción”-, si no es a riesgo de cometer omisiones y generalizaciones que ponen en entredicho la utilidad heurística de los propios conceptos. Con todo, parte de la historiografía sobre el movimiento obrero es aún renuente a incorporar factores como la edad, el género, la etnicidad, la sociabilidad o la cultura a la hora de pensar al mundo laboral, y el trabajo productivo y reproductivo.

Historia social y cultural, historia política, estudios de género: ¿un dialogo posible?

El impacto sobre la historiografía de la nueva situación económica y política abierta por la crisis del 2001, con su corolario de movilización popular, aún debe ser ponderado. Pero los estudios sobre los trabajadores, muy sensibles a los vaivenes políticos, hoy parecen ser nuevamente un ámbito dinámico y revitalizado, con la concurrencia al campo de nuevas generaciones de historiadores e historiadoras. ¿Cuáles son las líneas de estas nuevas indagaciones?

Por un lado, se advierte un interés por recuperar un análisis de las corrientes políticas y el movimiento obrero, plasmado en el crecimiento en el número de trabajos académicos dedicados al tema en los últimos años (Albornoz, 2015; Anapios, 2011; Andújar, 2014, 2015; Belkin, 2007; Bertolo, 1993; Bil, 2007; Buonuome, 2014; Camarero, 2007a; Camarero y Herrera, 2005; Campione, 2005; Caruso, 2016; Ceruso, 2010, 2015; Elisalde, 1995; Fernández Cordero, 2010, 2013; García, 2013; Ghigliani, 1998; Horowitz, 2004; Izquierdo, 2008; Kabat, 2005; Ledesma Prietto, 2016. Lobato, 2001; Martínez Mazzola, 2008; Palermo, 2013; Pascucci, 2007; Poy, 2014. 2015a, 2015b. Queirolo, 2014; Santa Cruz, 2012; Valobra, 2015). Sintomática es la vitalidad de las mesas sobre movimiento obrero en las jornadas académicas y reuniones científicas, así como el surgimiento de revistas especializadas y centros de estudio. Es el caso de los espacios y publicaciones del CeDInCI, la producción del equipo de PIMSA, la Red de Historia Social y Cultural del Mundo del Trabajo (REDHISOC) y el Núcleo de Historia social y cultural del mundo del trabajo (IDAES, UNSAM), el Grupo de Historia Social y Género (IIEGE, UBA) y más recientemente el colectivo organizado en torno a la revista Archivos de historia del movimiento obrero y la izquierda y el Centro de Estudios Históricos de los Trabajadores y las Izquierdas (CEHTI)12.

Algunos de estos trabajos se han enfocado en la historia intelectual de las corrientes políticas de izquierda. Retomando ya no tanto sus posicionamientos teóricos y políticos, se han enfocado más bien el análisis del discurso, las representaciones y los conceptos políticos, y han reconstruido el campo intelectual en que se insertaban las producciones culturales de las izquierdas y sus intelectuales. Algunas de estas investigaciones incluso han recuperado en sus análisis las dimensiones generizadas de las publicaciones y experiencias militantes (Albornoz, 2015; Buonuome, 2014; Fernández Cordero, 2015; Ledesma Prietto, 2016; Pittaluga, 2015; Tarcus, 2007).

Otra parte de la historiografía, reivindicando el concepto de “clase obrera” y “movimiento obrero” (y rechazando al de “sectores populares”), parece haberse distanciado de las nuevas corrientes de historia social y cultural, en una vuelta a la historia política y social más clásica. Asignando a los trabajadores y sus luchas un lugar central en el cambio social y el proceso histórico, vuelve a centrarse en huelgas, movilizaciones, reuniones y congresos sindicales, debates ideológicos y posicionamientos políticos, pero asignando un importante papel a los trabajadores de base y sus luchas, y su relación con los partidos, corrientes y dirigentes políticos (Anapios, 2011; Belkin, 2007; Bil, 2007; Camarero, 2007a; Camarero y Herrera, 2005; Campione, 2005; Caruso, 2016; Ceruso, 2010, 2015; Elisalde, 1995; García, 2013; Ghigliani, 1998; Horowitz, 2004; Izquierdo, 2008; Kabat, 2005; Martínez

Mazzola, 2008; Pascucci, 2007; Poy, 2014, 2015a, 2015b; Santa Cruz, 2012). Sus conceptos estructurantes son “clase”, “lucha de clases” y “movimiento obrero”. Esta bibliografía ha ampliado el saber en torno a las organizaciones políticas y sindicales, la relación entre los trabajadores y el Estado, el vínculo entre las huelgas, el desarrollo de organizaciones, la relación bases-dirigentes, el papel de los dirigentes políticos, las burocracias, etc. Parte de ella permanece aún apegada a aquellos gremios, organizaciones o conflictos con gran significación en el movimiento obrero, continuando por lo tanto en cierta medida las genealogías elaboradas por los primeros historiadores militantes. Una historiografía urbana, masculina, concentrada en oficios clave y en organizaciones políticas (anarquismo, socialismo, recientemente sindicalismo revolucionario, comunismo), de las que hoy sabemos mucho más.

Sin embargo, parte importante de la historia de los trabajadores queda afuera de estas historias más políticas e intelectuales del mundo del trabajo. ¿Qué pasa con aquellos -mujeres, niños, trabajadores rurales, sirvientes y domésticos, etc.- que no se organizaron o no protestaban de manera tan visible o heroica? ¿Qué hay de la historia de los trabajadores de aquellas industrias y ocupaciones donde las organizaciones gremiales y políticas fueron débiles -servicio doméstico, agricultura, trabajo a domicilio, industrias “feminizadas”? ¿Qué pasa con aquellos trabajos e industrias realizados por los sectores más “débiles” y “desprotegidos” de la clase, incluso por fuera de los ámbitos laborales “tradicionales”? Más aún, ¿por qué debería la reivindicación de la clase, la lucha o la política, implicar necesariamente dar la espalda a otros aspectos de la vida social de los trabajadores -las comunidades, las sociabilidades, las concepciones del género, la infancia, la vivienda, la salud? Pero a la inversa, ¿puede la historia de las y los trabajadores excluir el papel de las organizaciones gremiales y políticas en la constitución de la clase?

Otro cuerpo de trabajos, anclados en la intersección entre la historia social y cultural y los estudios de género, han puesto el foco en dimensiones más amplias de la experiencia obrera, recuperando a los trabajadores y trabajadoras no tanto o no centralmente a partir de sus acciones políticas o sindicales, sino ampliando el rango hacia sus dimensiones generizadas, las sociabilidades, las masculinidades, las familias e infancias obreras, los trabajos precarios o informales, etc. (Allemandi, 2015; Andújar, 2015; Andújar et al., 2016; D’ Uva y Palermo, 2015; F. Gutiérrez, 2013; Palermo, 2006, 2007, 2013; Queirolo, 2014; Valobra, 2010). Al partir de distintas preguntas y presupuestos -la experiencia obrera como punto de partida, entendiendo que esta es distinta para varones y mujeres, para adultos y menores, en el ámbito rural o urbano , estos estudios permiten ingresar en dimensiones como las sociabilidades laborales y gremiales, las familias obreras, trabajos no sindicalizados o en el límite entre el trabajo y el no-trabajo (servicio doméstico, prostitución), y de este modo alumbran áreas distintas de la experiencia y la vida obrera. Muchos de estos trabajos se apartan de las áreas o sitios laborales tradicionalmente masculinos adultos, en los que la presencia de las izquierdas ha hecho mayor pie y que han desarrollado un movimiento obrero y acciones sindicales y huelguísticas dinámicas. Pero otros vuelven sobre estos sectores laborales masculinos tradicionales (ferroviarios, marítimos y portuarios, petroleros), atendiendo incluso a la vida sindical y la protesta obrera. Sin embargo, al partir de distintas preguntas y focos, las narrativas que producen se apartan o encajan poco con las anteriores, más centradas en los conflictos, dirigencias y sus posicionamientos políticos. El éxito de una huelga puede ser leído aquí ya no tanto a partir de la más o menos correcta orientación de sus dirigentes, sino que entran en juego la adhesión de las familias obreras, las mujeres, niñas y niños; en los conflictos se disputan no sólo programas políticos emancipatorios sino concepciones del derecho y la justicia, la hombría y la masculinidad o el rol proveedor; la adhesión sindical se explica no tanto o no solamente por la conciencia de los intereses de clase, sino también por el rol de la sociabilidad gremial, sus espacios de asistencia y ayuda mutua, etc.

En ese sentido, estas perspectivas dialogan con trabajos recientes sobre la vida urbana y la salud, las sociabilidades, el ocio y el esparcimiento, el deporte, el consumo, la infancia pobre, la familia obrera, la experiencia femenina, la prostitución, las masculinidades, entre otras temáticas, que expanden significativamente nuestro saber sobre las trabajadoras y trabajadores, sus formas de vida, su infancia, su tiempo libre, sus consumos (este listado no pretende, ni mucho menos, ser exhaustivo, e incluye algunos trabajos clásicos pero se concentra, sobre todo, en aportes recientes: Archetti, 2003; Armus, 2007; Aversa, 2015; Ballent & Liernur, 2014;

Freidenraij, 2015; Frydenberg, 2011; Gayol, 2000; González Velasco, 2012; Guy, 1994; Hora, 2014; Karush, 2013; Liernur & Silvestri, 1993; Gil Mariño, 2015; Matallana, 2006; Pita, 2012; Pite, 2013; Prieto, 1988; Ramacciotti, 2004; Rocchi, 1998, 1999; Saítta, 1998; Sarlo, 1985, 1988; Schettini, 2016; Silvestri, 2003; Zapiola, 2007)13. Vale decir, dimensiones sustantivas de la experiencia obrera en la ciudad que no deberían ser ignoradas por los estudios del movimiento obrero y las izquierdas. Parte de esta historiografía, menos interesada en lo político y lo gremial, se apoya en conceptos amplios como “trabajadores” o “mundos del trabajo”, que remiten a un universo más abarcador que incluiría tanto a los trabajadores “de base” no organizados, como a los organizados sindical o políticamente, aunque se ha concentrado en los primeros, relegando en buena medida a los segundos. La riqueza de estos trabajos emerge al poner el foco fuera del espacio laboral, en otros aspectos de la vida obrera de los que hoy conocemos más, y en los que también, en muchos casos, intervinieron las organizaciones de izquierda. ¿De qué manera pueden incorporarse aquellas dimensiones de la vida social que fueron también parte de la experiencia colectiva de la clase, a estudios del movimiento obrero más clásicamente vinculados al mundo laboral?

No es una particularidad local que el dialogo entre estos distintos enfoques de indagación - que tienen en última instancia objetos de estudio que se superponen, solapan y entremezclan- sea escaso. En un trabajo reciente, los historiadores británicos Geoff Eley y Keith Nield (2010: 167-205) han vuelto a abogar por las posibilidades de fusión e interconexión entre la rica comprensión de lo social aportada por la historia social del trabajo, y las redefiniciones y expansiones contemporáneas de la categoría de lo político (un trabajo anterior de los mismos autores: Eley y Nield, 1980, sobre el mismo tema, ver Eley, 2008). Tanto la politización de lo cotidiano impulsada por el feminismo, como los largos debates sobre el concepto de “identidad”, entendida como un concepto clave para la acción política, son algunos de los posibles dinamizadores para la historia de las y los trabajadores (Butler, 2000, 2001; Hall, 2003; la bibliografía relativa a la identidad y los debates que ha suscitado es sumamente extensa; sugerimos aquí algunas puertas de entrada al debate: Hobsbawm, 2000; Sabsay, 2011, además de los ya citados trabajos de Eley y Eley y Nield).

Algunos trabajos locales muestran la riqueza potencial de estos cruces. El de Mirta Lobato sobre los frigoríficos, que no descuida la lucha gremial y política pero explora los vínculos comunitarios, el género o la etnicidad; o el más reciente trabajo de la misma autora sobre las trabajadoras; los de Dora Barrancos sobre anarquismo, socialismo, cultura, infancia y educación; o el de Hernán Camarero, que estudia la acción del Partido Comunista sobre el movimiento obrero pero atiende a las organizaciones culturales, deportivas, étnicas, incluso infantiles -aunque significativamente, no a las femeninas-; las reflexiones recientes de Silvana Palermo sobre las sociabilidades gremiales, las mujeres y las familias obreras en las huelgas ferroviarias, o los de Andrea Andújar sobre los petroleros, son algunos ejemplos (Andújar, 2014, 2015, Barrancos, 1990, 1991, 1996; Camarero, 2007a; D’ Uva y Palermo, 2015; Lobato, 2001, 2007, Palermo, 2001, 2007).

Algunas conclusiones y puntos de fuga

¿Es acaso posible o epistémicamente válido en la actualidad seguir haciendo historia de las y los trabajadores sin atender a las demandas planteadas por la historiografía feminista y los estudios de género? Mientras la movilización feminista gana masividad, ocupa calles y plazas, convoca a exitosas huelgas generales -domésticas y extra-domésticas- y conquista nuevos derechos, cuestionando a su paso instituciones, costumbres y estructuras de poder heredadas, ¿cómo resuena esto en academias, claustros e institutos de investigación? Si desde sus comienzos la historia obrera debe mucho de su producción a su íntima relación con la política, ¿cómo elaboramos una historiografía a la altura de las demandas de los movimientos políticos y sociales?

Como hemos visto en estas páginas, el interés por el estudio de la historia de las y los trabajadores surgió vinculado a la preocupación de militantes y pensadores afines al mismo, quienes realizaron las primeras historias vindicadoras de sus corrientes, en las que desfilaban grandes dirigentes, organizaciones gremiales, congresos obreros y gestas de luchas proletarias. Retomando algunos de estos ejes, la primera historiografía académica en los años 70 y 80 abordó entre sus temáticas centrales el surgimiento del peronismo, la vinculación de los gremios con el Estado, y la relación entre trabajadores y política. La renovación en el campo llegó en los años 80, tras la dictadura militar, con estudios que desde la historia social tomaron distancia de la política para estudiar en cambio las condiciones de vida y trabajo de las y los trabajadores, la vivienda obrera y los modos del habitar la ciudad, la inmigración y la cuestión étnica, entre otras temáticas. Este alejamiento de la política, plasmado en el debate sobre “clase obrera” o “sectores populares”, redundó en un apartamiento del movimiento obrero y el sitio laboral, y en los años 90, del abandono del estudio sobre trabajadores y trabajadoras como un todo.

Fueron las historiadoras feministas, que iniciaron el campo de estudios de historia de las mujeres y las relaciones de género, quienes han señalado los límites de esta historia del trabajo androcéntrica y homogeneizante, que no aborda las diferencias en las relaciones de poder entre varones y mujeres. En las décadas del 60 y 70, las primeras investigaciones buscaron visibilizar, medir y cuantificar la presencia femenina en el mundo “público” del trabajo. Investigaciones posteriores generizaron el lugar de trabajo, estudiando ramas de actividad y empresas, para observar las relaciones de género y poder en fábricas y sindicatos. Esos estudios cuestionaron la naturalización de las desigualdades sociales, poniendo en foco la inequidad en la situación de las mujeres. Asimismo, abordaron la participación femenina en conflictos y sindicatos, pero nos han invitado también a pensar otras formas de reclamo y demanda que se apartan del modelo sindical hegemónico masculino. En tiempos recientes, las investigaciones han ingresado al interior del hogar, para abordar las tareas del cuidado y las labores de reproducción de la fuerza de trabajo, y en ese proceso ampliaron la propia noción de trabajo. La reflexión se extendió también al estudio de las masculinidades obreras, a la relación entre masculinidad y política, y a la indagación sobre las familias e infancias obreras. De este modo, esta historiografía ha planteado un desafío radical, al poner de manifiesto que, si partimos de un punto de vista con aspiraciones emancipatorias, ya no es posible acercarnos al mundo del trabajo sin dar cuenta de las diferencias en su seno, si no es a riesgo de cometer omisiones, naturalizaciones y generalizaciones que ponen en entredicho los presupuestos y compromisos de estas propuestas analíticas.

Sin embargo, parte de la historiografía sobre el movimiento obrero, que ha cobrado gran vitalidad tras la crisis del 2001, es aún renuente a incorporar factores como la edad, el género, la etnicidad, la sociabilidad o la cultura a la hora de pensar al mundo laboral, y el trabajo productivo y reproductivo. Un creciente número de trabajos se ha volcado nuevamente al análisis de las corrientes políticas y el movimiento obrero, y parece haberse distanciado de las corrientes actuales de historia social y cultural, en una vuelta a la historia política y social más clásica. Aunque han dinamizado al campo, recuperando puntos de vista comprometidos con su objeto de estudio, han sido en buena medida impermeables a las propuestas de la historiografía feminista. Sin embargo, la reivindicación de la clase, la lucha o la política, no implica necesariamente dar la espalda a otros aspectos de la vida social de los trabajadores. Por el contrario, el riesgo es que una vuelta a la historia obrera en estos términos redunde en una caída a lugares tradicionales, reproduciendo sesgos androcéntricos y naturalizando otras formas de desigualdad. Desde nuevos enfoques, en algunos casos incorporando al género como variable, también muestran vitalidad en la actualidad los estudios sobre la historia intelectual de las izquierdas. Sin embargo, ha sido otro cuerpo de trabajos, anclado en la intersección entre la historia social y cultural y los estudios de género, el que ha puesto el foco en dimensiones más amplias de la experiencia obrera, recuperando a los trabajadores y trabajadoras no tanto o no centralmente a partir de sus acciones políticas o sindicales, sino ampliando el rango hacia sus dimensiones generizadas, las sociabilidades, las masculinidades, las familias e infancias obreras, los trabajos precarios o informales, la esfera del consumo, etc. En ese sentido, estas últimas perspectivas dialogan con trabajos recientes sobre la vida urbana y la salud, las sociabilidades, el ocio y el esparcimiento, el deporte, el consumo, la infancia pobre, la familia obrera, la experiencia femenina, la prostitución, las masculinidades, entre otras temáticas, que expanden significativamente nuestro saber sobre las trabajadoras y trabajadores, sus formas de vida, su infancia, su tiempo libre, sus consumos, y deberían ser parte de la agenda de quienes se abocan más clásicamente al movimiento obrero. Lamentablemente, muchos de estos trabajos, que ofrecen miradas renovadas, no se ocupan de espacios más tradicionales, como las organizaciones gremiales y políticas y su papel en la constitución de la clase, a los que podrían contribuir a revitalizar.

De todos modos, esta línea de investigación arroja valiosos elementos para pensar de qué manera pueden incorporarse aquellas dimensiones de la vida social y cultural que fueron también parte de la experiencia colectiva de la clase obrera, a estudios del movimiento obrero más clásicamente vinculados al mundo laboral. ¿Cómo construir, entonces, una agenda de investigación a la altura de las demandas actuales? En primer lugar, queremos señalar la necesidad de que estos diversos cuerpos de producción, que tienen objetos de estudio similares, se lean mutuamente, entablen un dialogo, e incorporen críticamente los desafíos planteados por unos y otros. Romper la parcelación académica y salir del propio campo son requisitos para evitar la fosilización de las producciones.

Algunos trabajos locales, que han ensayado estos diálogos, muestran la riqueza potencial de los cruces entre historia social y política del mundo del trabajo. Estos nos invitan a pensar la política, la organización, la acción y la agencia obrera desde nuevos lugares y renovadas preguntas, que tal vez permitan elaborar una agenda de investigación que tenga a las y los trabajadores, como así también a sus organizaciones, como parte de la reflexión, sin que eso implique soslayar una mirada más amplia sobre la vida social y cultural. Sugieren también que es necesario, a la hora de pensar incluso en la intervención política en el espacio público de los trabajadores varones, atender a sus relaciones fluidas con los espacios privados o domésticos, y a la interacción entre esferas. En ese sentido, muestran que no se puede entender la intervención en el ámbito público de los trabajadores y trabajadoras sin focalizar en las jerarquías domésticas y en las intersecciones entre edad, género, clase y etnicidad que operan en los hogares, sitios laborales, políticos y de esparcimiento.

En efecto, una agenda de investigaciones dinamizada debe ser capaz de atender a la redefinición y ampliación del concepto de política lanzada como desafío por el movimiento feminista. En ese sentido, deberá partir de una concepción abarcadora de la política, entendida no sólo como la participación en el sindicato o el partido, sino también en ámbitos de lo “personal”. Es crucial entonces retomar la determinación social a la hora de pensar lo político, atendiendo al papel de la identidad, los roles de género, el barrio, la familia, o el hogar, explorando también la relación entre masculinidad, violencia y política. Asimismo, nos invita a observar otras formas de la protesta y participación que se alejan de los lugares y modos tradicionales. Recupera para sí una noción amplia del poder: atenta a la relación entre clases, ausculta también las relaciones de poder entre las y los trabajadores mismos; no sólo considera la relación entre bases y dirigentes, sino también entre adultos y menores o aprendices, entre grupos racializados y racializadores, entre industrias “fuertes” o estratégicas e industrias débiles, entre obreros y obreras, y entre marido, esposa y niñas y niños, cuando ingresa a los hogares obreros.

En ese sentido, la historiografía deberá hacerse cargo también de la ampliación y redefinición del concepto de trabajo impulsada por los estudios de género, de forma tal que este incluya el hogar, las tareas de cuidado, el trabajo doméstico y las labores reproductivas. No hacerlo implica seguir naturalizando el trabajo gratuito de mujeres y menores en el hogar. ¿Cuáles son los límites entre el trabajo y el no trabajo? ¿Qué sentidos sociales se dan a las distintas actividades? ¿Cómo se relacionan economía y “amor”? ¿Cómo se permean mutuamente las esferas del afecto y el dinero? ¿En fin, cómo se construyen y relacionan lo “público” y lo “privado”? Estas son algunas de las preguntas a las que deberá dar respuesta nuestra historiografía. Tal vez así podamos volver entonces sobre las trabajadoras y trabajadores, adultos y menores, empleados en fábricas pero también en espacios de trabajo callejeros, informales y domésticos, atendiendo a sus formas de habitar la ciudad, sus tiempos de ocio, su cultura, su vida doméstica, sus formas de sociabilidad y sus experiencias laborales comunes pero también divergentes.

Asimismo, esta propuesta académica nos invita a salir de los centros, a explorar los márgenes, a corrernos de los focos de acción política, para observar en cambio lo que ocurre en las orillas y en las sombras, para pensar de qué modo estos otros relatos modifican nuestras lecturas del propio “centro”. Salir del centro implica correrse de las industrias sindicalizadas, masculinas, adultas. Dejar la capital, los ámbitos urbanos, y observar los barrios, los suburbios, las áreas rurales, los límites y fronteras. Esto nos permitirá observar a aquellos -mujeres, niños, trabajadores rurales, sirvientes, domésticos, etc.- que no se organizaron o no protestaron de manera tan visible o heroica. Nos permitirá contar la historia de las trabajadoras y trabajadores de aquellas industrias y ocupaciones donde las organizaciones gremiales y políticas fueron débiles -servicio doméstico, agricultura, trabajo a domicilio, industrias “feminizadas”. Nos permitirá reevaluar aquellos trabajos e industrias realizados por los sectores más “débiles” y “desprotegidos” de la clase, y observar por fuera de los ámbitos laborales “tradicionales”. Y es posible que estas miradas nos permitan volver a observar los “centros” con preguntas nuevas, preguntas marginales o “desde los márgenes”, preguntas que requieren miradas desde el género y que indaguen sobre la construcción de la diferencia.

Tal vez así podamos integrar en narrativas más complejas de la acción política y sindical a aquellas dimensiones sociales generizadas de la experiencia obrera, atravesadas por clivajes raciales, etarios, generacionales, familiares y sexuales. En ese sentido, una historiografía a la altura de las demandas sociales actuales deberá ser interseccional, y para ello es crucial no partir de presupuestos androcéntricos. Esta historiografía deberá observar la construcción del género y las diferencias, integrar la raza, la etnicidad y los estudios del racismo, deberá tener en cuenta la edad y la generación, la sexualidad, la construcción corporal y la familia, y en suma, mantener una lectura atenta a las desigualdades.

Sin dudas una perspectiva de estas características lleva implícita la relectura de los “grandes relatos” de la acción colectiva. En ese sentido, uno de los desafíos posibles para esta renovación en la historiografía refiere a si es posible -o acaso deseable- integrar estas miradas que parten desde la multiplicidad, en una nueva “gran narrativa” que pueda darles cobijo sin correr el riesgo de homogeneizar y encubrir la diversidad. En cualquier caso, y sea cual sea la respuesta, esta requiere partir de aceptar que las narrativas desde lo “micro” tienen mucho para aportar a las visiones macro, y el cambio y el juego con las escalas nos permite observar dimensiones de lo social que permanecen invisibles en los grandes relatos, pero que modifican a su vez el panorama general (Revel, 2015).

En última instancia, ¿cómo transforma esto nuestra comprensión de los grandes problemas políticos? La determinación social a la hora de explicar los procesos políticos y la politización de espacios anteriormente considerados como “no políticos” -el lugar de trabajo, el barrio, la subcultura, la familia, el hogar-, han permitido volver sobre las preguntas más importantes de la vida política desde planteos novedosos (Eley y Nield, 2010: 162) La interpelación lanzada por el feminismo -sintetizada en la consigna “lo personal es político”- y el concepto de “identidad”- entendido como el articulador, siempre inestable, de la praxis política y la acción colectiva- son algunos de los ricos aportes que permiten revitalizar la historia del trabajo y los trabajadores.

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2Para un análisis detallado de la historiografía militante, ver: L. Gutiérrez y Lobato (1992); L. Gutiérrez y Romero (1991). Cabe señalar que estos historiadores militantes no tenían pretensiones de pertenecer a la historiografía profesional, ni se sintieron atados a las “reglas del oficio”.

3Corresponde señalar que trabajos como los de José Panettieri o Ricardo Falcón abordaban también dimensiones más amplias de la experiencia obrera, y allanaron el camino hacia la renovación de los años 80.

4Durante la dictadura los principales aportes, también en una línea eminentemente política, surgieron de historiadores extranjeros: el israelí Iaacov Oved y el español Gonzalo Zaragoza publicaron los primeros trabajos profesionales sobre el origen del anarquismo argentino, y el norteamericano Richard Walter publicó una historia general del Partido Socialista desde sus orígenes hasta 1930 (Oved, 1978; Walter, 1977; Zaragoza Rovira, 1996).

5Es el caso de investigadores destacados como Juan Suriano (2001), Mirta Lobato o Ricardo Falcón. Debemos mencionar también a Nicolas Iñigo Carrera, que si bien se opuso a la historia social, concentrándose en el estudio de los momentos de lucha de la clase, fue uno de los continuadores de la historia del movimiento obrero durante el profundo reflujo de los años 90 (Iñigo Carrera, 1994, 2000).

6Para este apartado hemos seguido, en lo esencial, el análisis realizado por Mirta Lobato en un estado de la cuestión reciente sobre la historiografía de género y trabajo en Argentina (Lobato, 2008; un balance general sobre historiografía y género en Argentina: Barrancos, 2005; un balance anterior en Pita, 1998).

7El término comenzó a difundirse en los estudios históricos a partir del trabajo seminal de Joan W. Scott (1999 [1986]).

8La acción del Estado y su intervención sobre las mujeres trabajadoras y sus familias ha sido también un foco de atención, puesto que el trabajo femenino fue considerado como una amenaza para la salud de la raza. Los debates por la sanción y aplicación de legislación protectora de las mujeres y los niños, del trabajo a domicilio y la protección de la maternidad, entre otros, han llevado a abordar también los discursos y las estrategias políticas de reformistas sociales, católicos y socialistas, y también de las organizaciones obreras, los sindicatos, las agrupaciones feministas y las propias mujeres (Acha, 2014; Barrancos, 2002, 2008; Lobato, 2000a, 2000b, 2007; Mercado, 1988; Nari, 1994, 2004; Palermo, 1998; Ramacciotti, 2004, 2004, Valobra, 2008, 2010).

9Estos han señalado las ambivalencias, tensiones y contradicciones en el discurso libertario sobre la mujer, la familia y la sexualidad: disruptivo al poner en discusión la sexualidad, la subsumió sin embargo a lo “natural y “normal”, condenando lo carnal y otorgando a la mujer un papel sexual pasivo. Del mismo modo, su “contrafeminismo” se construyó desde una óptica masculina y paternalista, que apelaba a las mujeres en tanto “mediadoras” o “acompañantes”. El aliento a la participación femenina en la lucha social se hizo negando la especificidad de la opresión femenina.

10Además, debemos mencionar los trabajos locales sobre formas del ocio, identidades y sociabilidades gremiales y laborales en Argentina: Barrancos (1990, 1991, 2000), Camarero (2007a, 2016), Frydenberg (2011), González Velasco (2012), Karush (2013) y Lobato (2001, 2011), entre otros.

11Estas indagaciones reconocen su deuda con el trabajo de quienes han puesto a la infancia en el centro de la agenda de investigaciones (Aversa, 2006; Ciafardo, 1992; Cosse, 2005, 2006; Guy, 1998; Ríos y Talak, 2002; Villalta, 2006, entre otras), y centralmente con aquellas que se han interesado por las condiciones de vida de la infancia pobre porteña y la minoridad (Aversa, 2015; Freidenraij, 2015; Zapiola, 2007, 2009) Este campo de estudios, altamente dinámico, se encuentra actualmente en plena multiplicación de los problemas y las temáticas encaradas (Cosse, Llobet, Villalta y Zapiola, 2011; Lionetti y Míguez, 2010; Llobet, 2014; Villalta, 2010).

12Aunque no es el objeto del presente trabajo, debemos mencionar también el dinamismo creciente de los estudios sobre el movimiento obrero en otras regiones del país (Andújar, 2014, 2015; Badaloni, 2016; Benclowicz, 2012; Blanco, 2016; Bravo, 2008; Dicósimo y Simonassi, 2011; Falcón, 2005; Gordillo, 2001; Gutiérrez, F., 2013; Luparello y Nogues, 2014; Mases y Gallucci, 2007; Mases, 2011; Ramírez, 2008; Scodeller, 2011; Piliponsky, 2008; Ullivarri, 2010; entre otros). Si bien no exploraremos aquí dicha historiografía, es importante notar que, mientras en algunos casos presenta rasgos similares a los de las producciones porteñas, se advierten también tendencias que matizan lo visto para Buenos Aires, como en el caso de los estudios sobre ingenios o industrias rurales ubicadas fuera de los centros urbanos.

13Por tiempo libre, entendemos el que no se consume en el trabajo; el tiempo de ocio, en cambio, es leído como el dedicado a actividades recreativas, culturales y deportivas, pero usamos los términos en sentido amplio.

1uenos Aires/ Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (IIEGE-FFyL- UBA/CONICET). Email: ludsch@gmail.com

Recibido: 26 de Octubre de 2018; Aprobado: 25 de Mayo de 2019

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