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Trabajo y sociedad

versión On-line ISSN 1514-6871

Trab. soc. vol.21 no.34 Santiago del Estero jun. 2020

 

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Internacionalización y la cuestión agraria. Un análisis de las teorías en las sobre internacionalización en el agro mundial y su impacto estructuras de clase nacionales.

Internationalization and the agrarian question. An analysis of the theories on internationalization in global agriculture and its impact on national class structures.

Internacionalizado e a questao agrária. Uma análise das teorias sobre internacionalizado na agricultura global e seu impacto nas estruturas de clase nacionais.

Rolando GARCÍA BERNADO1 

1Docente e investigador de la Universidad Nacional de Quilmes (UNQ) y del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Tecnológicas (CONICET) de Argentina. Mail de contacto: rgarciabernado@gmail.com

RESUMEN

En el siguiente artículo analizamos algunas teorías relevantes en la economía agraria y la sociología rural respecto de la cuestión de la internacionalización del capital en el agro en su vínculo con las estructuras de clase asociadas a la producción de mercancías agrarias. Nos concentramos puntualmente en lo que llamamos “enfoque de los agronegocios”, que exponemos conjunto con una serie de críticas tanto a la noción central de agronegocios como a los derivados teórico-metodológicos deudores de dicho término. Luego procedemos a una revisión de la llamada nueva sociología rural norteamericana en sus distintas vertientes. Prestamos particular atención a los trabajos de Barkin y de Sanderson, a veces denominados “nueva división internacional del trabajo”, y a la teoría de Friedmann y Mc Michael sobre “regímenes alimentarios”. Luego de hacer un balance crítico de esta orientación teórica, nos detenemos en el planteo “neoextractivista”, que se origina en América Latina. Cerramos la exposición con una serie de hipótesis y consideraciones sobre el impacto de la internacionalización actual del agro en las estructuras de clase de los diversos espacios nacionales productores de mercancías agrarias a partir de categorías marxistas.

Palabras clave: internacionalización -,agricultura; commodities - estructura social - cuestión agraria

ABSTRACT

In the following article we analyze some relevant theories in agrarian economics and rural sociology in the approach to the internationalization of capital in agriculture in its link with the class structures associated with the production of agrarian goods. We focus on what we call the "agribusiness approach", which we expose together with a series of critics both to the central notion of agribusiness and to the theoretical-methodological derivatives of that terminology. Then we proceed to a revision of the so-called new North American rural sociology in its different aspects. We pay particular attention to the work of Barkin and Sanderson, sometimes called the "new international division of labor", and Friedmann and McMichael's theory of "food regimes". After making a critical assessment of this theoretical orientation, we move to the "neoextractivist" approach, originated in Latin America academic and political circuits. We close the exhibition with a series of hypotheses and considerations about the impact of the current internationalization of agriculture in the class structures of the different national spaces that produce agrarian goods from a marxist point of view.

Keywords: internationalization; agriculture; commodities - social structure - agrarian issue

RESUMO

No artigo seguinte, analisamos algumas teorias relevantes em economia agrária e sociologia rural com relado á questao da internacionalizado do capital na agricultura em sua ligado com as estruturas de classe associadas á produdo de bens agrários. Focamos no que chamamos de “abordagem do agronegócio”, que expomos juntamente com uma série de críticas tanto á noqao central do agronegócio quanto aos derivados teórico-metodológicos do referido termo. Em seguida, procedemos a uma revisao da chamada nova sociologia rural norte-americana em seus diferentes aspectos. Damos especial atenqao ao trabalho de Barkin e Sanderson, ás vezes chamado de "nova divisao internacional do trabalho", e á teoria de Friedman e McMichael de "régimen alimentario". Depois de fazer uma avaliaqao crítica dessa orientado teórica, paramos na abordagem "neoextrativista", que se origina na América Latina. Fechamos a exposiqao com uma série de hipóteses e considerares sobre o impacto da atual internacionalizado da agricultura nas estruturas de classe dos diferentes espatos nacionais que produzem bens agrários a partir de categorías marxistas.

Palavras chave: internacionalizado - agricultura - commodities - estrutura social - questao agraria

Introducción

En el siguiente artículo analizamos algunas teorías relevantes en la economía agraria y la sociología rural respecto de la cuestión de la internacionalización del capital en el agro, en su vínculo con las estructuras de clase asociadas a la producción de mercancías agrarias. De modo que los enfoques que evaluaremos en el artículo son aquellos que han problematizado la cuestión de la intemacionalización de la agricultura y, a la vez, analizan o sacan conclusiones acerca de las transformaciones recientes en las estructuras sociales del agro de diversos espacios nacionales. Nos concentramos puntualmente en lo que llamamos “enfoque de los agronegocios”, que exponemos conjunto con una serie de críticas tanto a la noción central de agronegocios como a los derivados teórico-metodológicos deudores de dicho término. Luego procedemos a una revisión de la llamada nueva sociología rural norteamericana en sus distintas vertientes, que se distancia del enfoque de los agronegocios al proponer la cuestión del carácter mercantil y global de la producción de alimentos como punto de partida. Prestamos particular atención a los trabajos de Barkin y de Sanderson, a veces denominados “nueva división internacional del trabajo”, y a la teoría de Friedmann y McMichael sobre “regímenes alimentarios”. Planteamos que, a pesar de sostener elementos acertados, vinculados a la crítica de la economía política, esta teoría tiende a sobre enfatizar los aspectos políticos que configurarían estos “regímenes alimentarios”, olvidando por completo las tendencias económicas globales que le dan una direccionalidad al proceso de internacionalización del agro a escala mundial. Luego de hacer un estudio crítico de esta orientación, nos detenemos en el planteo “neoextractivista”, originario de América Latina. Cerramos la exposición con una serie de hipótesis y consideraciones sobre el impacto de la internacionalización actual del agro en las estructuras de clase de los diversos espacios nacionales productores de mercancías agrarias.

Orígenes del debate sobre las estructuras de clase en el capitalismo. Un debate centrado en la cuestión nacional.

Un aspecto fundamental de la relación entre capitalismo y producción agraria ha sido puesto sobre relieve en el debate conocido como “cuestión agraria”, originado hacia finales del siglo XIX y principios del XX. Al día de hoy, cualquier análisis de la internacionalización del capital en el agro debe considerar el aspecto de la estructura de clase nacional de manera global, al menos en términos de los “impactos” o condicionantes que la mundialización del capital genera sobre las estructuras de clases nacionales. Sin embargo, dicho debate clásico se dio originalmente en términos nacional- centrados. Como veremos, muchas teorías más recientes tienden a ningunear la cuestión de la estructura de clase, o bien a absorberla al interior de categorías de mayor grado de abstracción, generalidad e imprecisión. A continuación, hacemos un repaso somero del debate denominado “cuestión agraria” procurando establecer que se trató de una discusión situada en la conformación de los Estados nacionales, que hoy requiere una revisión desde la mirada global. Esto nos permitirá interrogarnos sobre la cuestión de la estructura de clases en el agro a partir de los enfoques que problematizaron la internacionalización del sector.

La relación entre capitalismo y agricultura fue abordada por Kautsky en el marco de las discusiones de la socialdemocracia alemana (1974). El interrogante central para quienes se involucran en este debate gira en torno a cuál sería el futuro de la producción campesina y familiar en el marco de las relaciones capitalistas de producción en creciente expansión (Alavi y Shanin, 1988; Cravioti, 2013; Banaji, 2016). La posición de Kautsky recupera la relación tripartita específica de la producción agraria (terratenientes, capitalistas, trabajadores), que emerge del carácter privado del suelo como una fuerza natural monopólica en manos del terrateniente. Kautsky argumenta que el avance de las relaciones sociales de producción de forma general conduce a la liquidación de la producción campesina-familiar “pre-capitalista” en manos de la propiamente capitalista, lo que implicaría asumir la extinción del campesinado en manos de la expresión directa de la relación capital trabajo (es decir, capitalista y trabajador). Siguiendo las reglas propias de la acumulación, la base técnica superior de la gran propiedad se impone sobre la pequeña propiedad en el largo plazo, desplazándola y consolidando procesos de trabajo tecnificados y formas capitalistas de producción por sobre procesos atrasados y relaciones de auto sustento campesinas, que serán subsumidas formalmente al capital.

Sin embargo, al momento del análisis coyuntural Kautsky contradice sus conclusiones generales, ya que sostiene que existen intereses políticos en el régimen biskmarkiano que actúan como contratendencias para sostener al campesinado como clase. Estos intereses políticos, a su vez, se conjugan con la creciente demanda de mano de obra rural de las explotaciones de mayor escala productiva, mano de obra que proviene típicamente de las explotaciones más pequeñas. Afirma que el campesinado subsistirá como sector social proveedor de fuerza de trabajo rural a las grandes explotaciones y que, para poder cumplir esta función, las pequeñas explotaciones no desaparecerán. Según Kautsky, esto detiene la determinación general y contrapesa en la producción agraria la tendencia hacia la concentración propia de todos los sectores de la economía capitalista. La razón principal de este detenimiento se encuentra en la situación política del Estado nación y el beneficio particular de las grandes explotaciones.

Lenin (1972) recupera las principales conclusiones teóricas de Kautsky y constata que el avance de las relaciones sociales de producción capitalistas en Rusia había generado la emergencia de las clases sociales antagónicas centrales de este tipo de relación social, es decir, la burguesía agraria y el proletariado rural. El caso ruso, según Lenin, evidencia un proceso creciente de polarización social que resulta, a su vez, en la demostración de que las leyes de la acumulación de capital predicen adecuadamente el final del proceso de constitución y consolidación de clases por ese entonces en curso. En definitiva, Kautsky y Lenin consideran aplicables a la producción agraria las mismas leyes que pesan sobre los capitales industriales (Mann y Dickinson, 1978; Lenin, 1985) aunque el primero identifica también algunas particularidades vinculadas a las condiciones naturales del proceso de trabajo de las mercancías agrarias que frenan la concentración de capital en el sector.

La posterior intervención de Chayanov (1974) cierra el ciclo inicial de los autores vinculados con este debate (Murmis, 1999; Banaji, 2016) . Para Chayanov, la producción familiar agraria consiste en una “unidad productiva” donde no existe distinción entre tiempo de trabajo y “tiempo de reproducción”. Este campesinado produce para el autosustento y la reproducción de la misma unidad y, por lo tanto, su trabajo es de autoexplotación. Por ello, siempre según Chayanov, la relación de producción capitalista se frena en las tranqueras y resulta necesario elaborar una teoría sociológica y económica de la producción campesina que explique la permanencia y la reproducción de la pequeña explotación, planteo que fue desarrollado y retomado por autores de la sociología rural y el marxismo (Bartra, 1976).

En el debate sobre el futuro de la producción agraria mundial la dimensión internacional está ausente. McMichael hace una interpretación sobre esta ausencia, asociándola a la dinámica contradictoria del desarrollo del capitalismo mundial, que impulsó movimientos nacionales y desarrollistas que problematizaron, entre otras cosas, el desarrollo agrícola desde la consolidación de los estados nacionales (1997). Si bien dichas intervenciones sentaron la base teórica para analizar las potencialidades del desarrollo de las relaciones de producción capitalistas en el agro, toda la discusión se dio en términos notoriamente nacional-centrados. El impacto de las relaciones globales de producción en las estructuras agrarias locales no fue problematizado, probablemente por qué la incidencia del mercado global de mercancías agrarias no tenía aun la relevancia que ganaría con el correr de las décadas. Con posterioridad, la supervivencia de ciertas formas de trabajo con explotación familiar fue tomada por muchos autores como la evidencia empírica del error de la tesis de Marx, Kaustky y Lenin. Esto permitió el vuelco a marcos teóricos no marxistas en busca de explicaciones al cambio rural (Mann y Dickinson, 1978). Retomaremos algunos elementos de este debate al analizar cómo abordan la cuestión de los sectores sociales agrarios las distintas teorías aquí analizadas.

Internacionalización desde la mirada de las empresas multinacionales

El enfoque de los agronegocios

Como pionero de los problemas asociados a la internacionalización del agro, el enfoque de los agronegocios llama la atención de los estudiosos hacia la dimensión internacional de la circulación de mercancías agrarias comandada por corporaciones multinacionales. Sin embargo, este “logro” no tiene demasiado vínculo con el uso original del término “agronegocios”, cuya emergencia ocurre el marco del Program in Agriculture and Business at the Gradúate School of Business Administration de la Universidad de Harvard, desde donde John Davis y colaboradores acuñaron dicha noción para dar cuenta de las interdependencias entre agricultura y “negocios” (Davis, 1956), particularmente en el sentido de la creciente compra de insumos industriales por parte de capitales agrarios. Existe un vínculo entre la crisis en Estados Unidos que afectó durante mediados de los cincuenta particularmente a las producciones de baja escala y el planteo de este enfoque respecto de la necesidad de adaptación tecnológica de la producción agraria (Fusonie, 1995). El concepto “agronegocio”, como lo acuñaron Davis y Goldberg en 1957, busca redefinir la perspectiva desde la cual se observa a la agricultura, expandiendo la mirada desde el proceso de trabajo en los lotes, hacia el procesamiento y la distribución de los productos agrarios, con un énfasis en la necesidad de adaptación tecnológica en los eslabones propiamente agrarios de la cadena como método de supervivencia y adecuación a las nuevas condiciones productivas globales (Hamilton, 2014).

Por un lado, el enfoque parte de reconocer la existencia creciente de interacciones entre “agricultura” e “industria” (a veces usando el término más impreciso de “negocios”) a partir de la demanda creciente de insumos industriales para la producción de fibras y alimentos y, por otro lado, el aumento de los circuitos comerciales de distribución originados en la creciente demanda urbana de alimentos y fibras en plena expansión. Influidos por los esquemas de insumo-producto de Leontief (1966), los autores proponen observar la agricultura estadounidense de forma asociada y articulada con la industria, tanto por el lado de los productores de insumos como por el de los consumidores. Así, consideran que hasta el momento se ha subestimado la importancia relativa del sector de “agronegocios” en la economía estadounidense, a la vez que se ha sobreestimado la independencia de la agricultura como sector primario (en el sentido de productor de sus propios insumos). Desde esta perspectiva, estiman que el “agronegocio” involucra entre 35% y 50% de la producción de valor en dicho país (Davis y Goldberg, 1957). Por otra parte, contraponen a las visiones de la agricultura como una actividad independiente el hecho de que las transformaciones industriales han llevado crecientemente al sector a alejarse de la producción de los propios insumos necesarios para el proceso de trabajo agrario y a ser crecientemente dependiente del desarrollo tecnológico e industrial originado fuera de la producción.

Es destacable que los elaboradores del enfoque consideran este fenómeno como resultado de las “fuerzas evolutivas”, no así como una mera decisión individual de los agentes económicos. Sin embargo, el planteo entra en contradicción consigo mismo al construir una narrativa según la cual el origen de las necesidades tecnológicas crecientes de la producción agraria se encuentra en los “deseos de los productores”, quienes crecientemente “demandan a la industria” nuevos insumos o “perciben la necesidad” de mejores prácticas de alimentación animal, producción vegetal, etc. (Davis y Goldberg, 1957). El punto de partida es una forma idealista de conceptualizar el cambio tecnológico en el agro mundial. En citado artículo de 1957, fundante del enfoque, pueden hallarse múltiples referencias a una agricultura otrora desligada del resto de la producción, que será reemplazada por una agricultura conectada mundialmente .

A nuestro entender, el mérito de estos autores estriba en que fundan un enfoque metodológico que parte del carácter internacional de la producción de commodities agrarios, ya sea por el lado de los insumos como por el de la distribución. Este enfoque será desarrollado crecientemente por continuadores del trabajo original de Davis y Goldberg, entre los que destaca el mismo Goldberg. Trabajos posteriores del autor llevan el uso de la noción desde un conjunto de dimensiones de análisis fundamentalmente centradas en el proceso productivo y de distribución de las mercancías agrarias, en el marco de una economía nacional, hacia un enfoque teórico metodológico de la economía agraria preocupado por las cadenas de producción y distribución de commodities en el mercado mundial. Este enfoque da luz a las primeras investigaciones en torno a los complejos agroalimentarios, hecho que no siempre es reconocido entre quienes recuperan dicha noción para analizar interacciones entre sectores económicos donde la agricultura es relevante.

El trabajo de Goldberg tiene un sesgo fuertemente optimista sobre la creciente acumulación de capital en el sector agrario y sus eslabones industriales. El autor afirma que la viabilidad para los “productores” (es decir, los capitales industriales agrarios, típicamente pequeños capitales) en la nueva etapa del capitalismo mundial está vinculada a su capacidad de producir “asociados” a los eslabonamientos internacionales y así volverse parte de un sistema comercial alimentario. Puntualmente, enfatiza el papel jugado por las “corporaciones multinacionales” en la distribución global de mercancías agrarias en su carácter de articuladoras de distintos sectores convocados en el proceso productivo de commodities alimentarios y fibras. En un artículo de Goldberg de 1981, las “corporaciones multinacionales” aparecen como una forma particular de respuesta a una necesidad de coordinación originada en el seno del sistema alimentario mundial, y sus estrategias globales están condicionadas por las metas propias de sistemas agroalimentarios nacionales. Así Goldberg busca resolver la tensión existente entre los sistemas agroalimentarios nacionales y el circuito internacional de comercialización de mercancías. En otras palabras, el autor traza un plano en el que las empresas multinacionales coordinan agentes en los distintos niveles de la cadena agroproductiva, y se encuentran a su vez condicionadas por las reglas impuestas por “gobiernos fuertes” (Goldberg, 1981:368). En esta obra ha habido una evolución desde la definición original de agronegocio como mera puesta en relieve de las interacciones entre la agricultura y sectores industriales -proveedores de insumos y comercializadores-, hacia esta nueva definición que ahora equipara “agronegocios” a “sistema alimentario mundial” (Goldberg, 1981:369). A consideración del autor, este “sistema alimentario mundial” se encuentra en pleno desarrollo hacia mediados de la década del setenta, y el papel de las empresas multinacionales será crecientemente el de coordinarlo. Aquí, la estructura de clase presente en el análisis se limita a diferenciar empresas multinacionales (diversos capitales centrados principalmente en la producción de insumos y comercialización de commodities) y “productores”. Las categorías estructurales de la producción agraria se limitan entonces a capitales multinacionales industriales, por un lado, y pequeños capitales agrarios, por otro.

La reorientación hacia un enfoque teórico-metodológico con énfasis en vínculos internacionales recupera la entonces novedosa teoría del “actor-red”, utilizando las cadenas de producción y distribución de commodities agrarios como estudio de caso y confrontando con los estudios rurales como meras descriptores del impacto de las transformaciones globales en el medio rural local (Wilkinson, 2006). En general, los sucesivos análisis asociados a la escuela de Harvard concluyen con una serie de recomendaciones para mejorar las interacciones entre los participantes de la cadena vertical integrando a las producciones locales al mercado global. El propio Goldberg sostiene insistentemente que la misión de los estudiosos de los agronegocios es contribuir en la articulación de cadenas globales y las producciones locales (1968, 1981). La perspectiva económica es neoclásica y postula como hipótesis que el desarrollo de los capitales de la agricultura está atado al desarrollo de los grandes capitales industriales que juegan distintos papeles en la cadena. El planteo resulta algo naive ya que afirma que la mayor integración de “grandes y pequeños” produce crecimiento para todos (Goldberg, 1981). Una suerte de convergencia producto de la comunidad de intereses entre las empresas trasnacionales, productoras de insumos, compradoras, procesadoras y exportadoras, y la unidad productiva agraria pequeña, mediana o grande y, eventualmente, capitales que prestan servicios a la producción agraria.

En el enfoque la agricultura no es analizada como un sector aislado, sino como parte de un “sistema interdependiente y especializado de agentes que operan en industrias interconectadas” (Zylbersztajn, 2017:115, traducción propia). Sin embargo, carece de ambiciones explicativas al tomar la internacionalización de la agricultura como un mero emergente de la evolución económica mundial. No es problematizado el origen de las “fuerzas evolutivas” que transformaron la producción. En más, se utiliza la noción de “red”, “industria interconectada” y metáforas similares para argumentar la existencia de la mencionada comunidad de intereses de la cadena productiva, lo que barre con cualquier distinción entre los capitales involucrados en la producción de mercancías agrarias y, va de suyo, con cualquier análisis de estructura de clase, con la excepción de las categorías mencionadas arriba. La acumulación de capital como proceso centrado en la obtención de plusvalía resultante de la explotación del trabajo rural, renta agraria y producción de plusvalía relativa no juega ningún papel en estos estudios, muchos menos lo hace el estudio de las relaciones de clase entre capitalistas y trabajadores. De esta forma, los estudios del enfoque de los agronegocios se concentran crecientemente en defender al capital trasnacionalizado como el agente con mayor capacidad de “alcanzar” y “conectar” a las “empresas locales” con la cadena global y, de esta manera, obtener mejores réditos para los distintos actores de la misma. Así, al interior del enfoque, se conforma un desplazamiento desde las “operaciones” a los “agentes”, y se contrapone agricultura (como producción orientada al consumo de alimentos) con agroindustria (como producción orientada a insumos industriales). Dicha diferenciación es de por sí, como argumentaremos, difícil de sostener.

Ramificaciones del enfoque de los agronegocios

Entre otras influencias, el trabajo de Davis y Goldberg inicia también lo que será posteriormente conocido como enfoque de los “sistemas agroalimentarios” (Graziano da-Silva, 1994), que atiende a las propias regulaciones de la cadena agroalimentaria y agroindustrial, más lejanas de la esfera pública y más centrada en el papel que juegan los capitales trasnacionales (Hamilton, 2014).

Asimismo, el trabajo de la escuela de Harvard impacta sobre una serie de investigadores franceses que se abocan de forma central a los sistemas nacionales agro-alimentarios, entre quienes desatacan Le Bihan y Malassis (Rastoin, 2000). El enfoque de las cadenas agro-alimentarias o filiéres implicó ciertamente un cambio de perspectiva de análisis, centrado en visibilizar procesos de industrialización, estandarización de la producción y generación de vínculos de dependencia tecnológica (Hugon, 1988).

Su matriz es fundamentalmente la misma que la de los trabajos de Goldberg. Se valen de análisis input-output para las mercancías agrarias producidas en el marco de un sistema nacional regulado. Esta nueva economía agroalimentaria parte del hecho de que el porcentaje de valor que le corresponde a la producción agraria al final de la cadena es relativa y crecientemente menor al que se le atribuye al sector de transformación y distribución de los alimentos (Malassis, 1977). A diferencia de Goldberg, Malassis no presupone qué la mayor integración de los capitales pequeños en el complejo productivo conduzca necesariamente a una convergencia económica entre las condiciones de acumulación de los primeros y las de los últimos. Por otra parte, logra individualizar un fenómeno importante, ya que concibe como problema teórico el hecho de que los eslabones productores de insumos para agricultura en Francia tengan procesos de concentración y de internacionalización que no tienen las mismas condiciones que aquellos que producen mercancías agrarias, fenómeno que hoy día puede observarse en toda la producción a nivel global. En otras palabras, identifica que la concentración e internacionalización del mercado de agroquímicos, semillas, e insumos en general, así como la de las empresas compradoras y distribuidoras de la producción a escala global, no está sujeta a las mismas reglas de acumulación que la producción agraria, pero que al estar conectados como eslabones de una cadena, se afectan mutuamente. Sin embargo, no profundiza en la razón por las cual unos y otros tienen procesos de internacionalización tan disímiles, siendo que la enorme masa de los capitales abocados a la producción es de escala nacional, mientras que la internacionalización de la producción de insumos agrarios avanza a pasos agigantados desde los años setentas. Fundamentalmente, no analiza impactos de la estructura social agropecuaria local, por fuera de los “sistemas alimentarios”, que le da mayor relevancia a “los consumidores” (Malassis y Ghersi, 2000: 3) que el análisis clásico.

Los enfoques vinculados al agronegocio y sus ramificaciones teórico-metodológicas analizaban un movimiento de internacionalización de distintos eslabones de la cadena productiva agropecuaria a escala global que se volvería crecientemente evidente. Estos análisis constituyen un antecedente pocas veces señalado del enfoque de las Cadenas Globales de Valor y Cadenas Productivas Globales (Henderson etal., 2002; Gereffi, 2009). Las nociones de cadenas agroalimentarias, filiéres, y complejo agroindustrial/agroalimentario han sido utilizadas de manera similar. Todos estos conceptos expresan una agregación, según un criterio determinado, de un conjunto de actividades interdependientes (Graziano da Silva, 1994). En otras palabras, ninguna de estas nociones atina a demostrar una diferencia cualitativa en lo específicamente agrario, o intenta establecer por qué algunos eslabones de la cadena tienden a internacionalizarse, mientras otros permanecen fundamentalmente ocupados por capitales de mera escala local (Caligaris, 2017). Es cierto que existen espacios nacionales donde pueden hallarse capitales multinacionales haciendo producción agraria. Sin embargo, ninguno de estos casos es equiparable a lo que sucede en otros sectores económicos. Ni siquiera a lo que sucede en eslabones industriales de la cadena agroalimentaria. En términos generales, el capital agrario no se ha internacionalizado como lo hicieron aquellos capitales que producen los insumos o se ocupan de la comercialización de mercancías agrarias, que operan como capitales industriales globales, dominados por empresas multinacionales .

Para poder interrogarse en torno a los impactos de la internacionalización de capital en la estructura de clase es necesario identificar diferencias fundamentales entre capitales convocados a la producción de una mercancía agraria (lo que en términos del enfoque de cadenas globales son los distintos eslabones de la cadena productiva, y en términos de la teoría del actor-red los “nodos” de la red) y otros actores productivos presentes en la elaboración de un commoditie. En este punto, hay un problema fundamental de concepción en la perspectiva del agronegocio que no permite siquiera formular adecuadamente la pregunta sobre la diversidad de capitales involucrados en la producción, al limitarse a estudiar eslabonamientos entre “corporaciones” y “productores”. Esto sucede porque la división entre “agricultura” (“productores”) y “negocios” (“corporaciones”) es artificial y presupone una agricultura inicialmente aislada que es abordada por las relaciones comerciales (“negocios”). La separación entre la producción agraria y los “negocios” construye una idea errónea de la producción misma, que opera desde los inicios de la producción capitalista como una forma de extracción de plusvalía del trabajo rural, renta del suelo y producción de plusvalía relativa mediante el abaratamiento creciente de las mercancías agrarias. Por absurdo que esto resulte, esa división entre “agricultura” y “negocios” es la base fundacional del enfoque y a la vez su punto más débil. Resulta evidente que la concepción de “sector primario” en el sentido de sector que produce sus propios insumos, debe ser puesta en cuestión cuando analizamos la gran masa de commodities exportables que conforman hoy el mercado mundial de mercancías agrarias. No obstante, esto no implica asumir que en la producción de commodities agrarios no originalmente como una forma de producción condicionada por el capitalismo, subsumida realmente en relaciones capitalistas de producción. Esta subsunción real existe desde el minuto en que se comercializa el sobrante de una producción familiar y mucho más en la producción para el mercado, incluso en aquellas cuyos insumos sea mayoritariamente autoproducidos.

Retomaremos este planteo cuando analicemos una forma alternativa de concebir la relación entre internacionalización y estructura social agraria hacia final del artículo. Existe no obstante otra línea de investigación que, lejos de considerar la mundialización del agro como un fenómeno de reciente nacimiento y de oponer la agricultura a los “negocios”, parte del carácter capitalista y global de las mercancías agrarias. Se trata del enfoque de la nueva sociología rural americana, que podemos subdividir en los trabajos de Barkin y de Sanderson (“nueva división internacional del trabajo”), y los de McMichael y Friedmann (“regímenes globales alimentarios”). En la siguiente sección analizaremos estas líneas de investigación.

La internacionalización del agro en la nueva sociología rural norteamericana

El “enfoque de los agronegocios” no brinda una explicación holística del intercambio global de mercancías agrarias. Se detiene en análisis sectoriales con algunas apreciaciones generales sobre el papel de los actores de las cadenas de producción y comercialización de mercancías agrarias. No estudia, por lo tanto, las estructuras agrarias que producen estas mercancías. En cambio, la sociología rural norteamericana intenta tener una visión del conjunto, para lo que acuña el término por el cuál es mayormente conocida, el de regímenes alimentarios mundiales. Sin embargo, no todos los autores asociados a ella hacen uso de esta noción y los aportes de la misma no se agotan en esa teoría.

En su texto clásico sobre la evolución de dicha escuela, Buttel (2001) recorre el derrotero que lleva a la sociología rural -principalmente en Estados Unidos y Canadá- desde perspectivas socio- sicológicas para el análisis de comunidades rurales hacia la emergencia de la nueva sociología rural norteamericana. La nueva sociología rural norteamericana rompe con las tradiciones de estudios etnográficos orientados a visibilizar la desruralización resultante del avance de la acumulación de capital en el agro e incorpora herramientas de diversos orígenes: sociología del desarrollo y estudios sobre campesinado, la literatura clásica de la economía política, la antropología rural y el neomarxismo. En su seno se producen algunas de las investigaciones más influyentes sobre transformaciones en el agro escala global como las de Goodman y Redclift, Shanin, Newby, Mann, Friedmann y Friedland, entre otros (Buttel, 2001).

Newby (1983) acuña el término “nueva sociología rural” para nombrar el fracaso de la sociología rural tradicional norteamericana en dar cuenta de ciertas tendencias subyacentes que estaban transformando paulatinamente la estructura social agraria en Estados Unidos y que desembocarían en una nueva crisis farmer de mediados de los setenta. Desde esta incapacidad emergen una serie de críticas contra la defensa “populista” de la pequeña explotación familiar (Newby, 1983:73). Nuevamente -como sucede con la noción de agronegocios- una serie de herramientas de análisis es construida en un contexto de estrangulamiento de la producción de baja escala. Esta vez no como recetario para la adaptación tecnológica de dicha producción, sino como diagnóstico de las consecuencias negativas del propio cambio técnico. Muchos de los autores involucrados en esta discusión se valen del neomarxismo lo cual acerca los términos teóricos utilizados a la clásica cuestión agraria, que analizamos al inicio del artículo.

3.1. Barkin y Sanderson, la “nueva división internacional del trabajo” en la producción mundial de mercancías agrarias

Barkin y Sanderson son dos autores fundamentales para esta orientación. Ambos desarrollan investigaciones situadas en México, que conducen a una serie de conclusiones comunes sobre efectos de la internacionalización del capital agrario (Barkin, 1987; Rozo y Barkin, 1983). Barkin, quien recupera a Palloix (1981), resalta la necesidad de analizar globalmente los cambios locales en dicho país, argumentando que el proceso del contratismo y desplazamiento de productores agrarios está impulsado por la integración creciente de los “productores locales” a “complejos agroindustriales internacionales”, con el resultado inmediato de la destrucción de la autosuficiencia alimentaria mexicana (por reorientación de la producción de alimentos hacia agroinsumos), y la aparición de lo que denomina “fábricas en los campos” (Barkin, 1987). Discute la visión de Frobel, Heinrichs y Kreye (1980), quienes estudian la internacionalización del capital como exportación de capital desde el centro a la periferia, generadora de una nueva división internacional del trabajo a escala mundial. Barkin considera que la tesis en cuestión debe ser ampliada, conceptualizando los procesos de internacionalización no como mera importación de capital desde la periferia, sino también como adaptación de la periferia a las técnicas productivas de los países desarrollados. Por eso, a pesar de que la producción agraria mexicana sigue dominada por capitales locales, el proceso de internacionalización se verifica en la creciente adopción de técnicas productivas orientadas al circuito internacional. El impacto de esta internacionalización en la estructura agraria local es muy importante ya que este proceso de homogenización de las formas de producir erosiona la propiedad campesina e impulsa formas de trabajo asalariadas y producciones locales de mayor escala (Barkin, 1987). El punto de vista de Barkin sobre la internacionalización de la agricultura mexicana incluye un énfasis tanto en el papel proactivo desempeñado por el Estado mexicano, como en su decreciente autonomía resultante de su acción promotora de las transformaciones “promercado”. Preocupado por la dimensión política, Barkin argumenta que a medida que la internacionalización del capital en el agro avanza, el Estado mexicano tiene cada vez menos opciones para políticas agrícolas, alimentarias y de desarrollo en general, lo que resulta en la disminución de la autosuficiencia alimentaria, el aumento de la proletarización rural y el aumento de la miseria campesina.

En este sentido, Barkin y Rozo (1983) argumentan que el desarrollo de la agroindustria contribuye a dar coherencia al avance de la producción capitalista de bienes de capital, como resultado de la competencia entre las grandes corporaciones de insumos. Aquí los autores asimilan la internacionalización de capital con la expansión de las fronteras capitalistas “para la conformación de un modo de producción capitalista mundial” (Rozo y Barkin, 1983: 1067), fenómeno que asocian nuevamente con la eliminación de la propiedad campesina y la creciente proletarización rural.

Por su parte, Sanderson sitúa las tendencias agrícolas mexicanas en relación a aquellas tendencias generales de la economía global hacia la internacionalización, entendida como la adaptación de las producciones locales al mercado internacional (en materia de productos) y de las técnicas de trabajo local a las más avanzadas a escala global. Para Sanderson, los productores del tercer mundo están siendo integrados en complejos internacionales que el autor denomina fábricas de producción de agro-alimentos modernos, relocalizadas en zonas de bajos salarios por corporaciones de agronegocios. En este caso, se trata de una aplicación más lineal de Frobel et. al. (1980) centrada en el aspecto de exportación de capital (Sanderson, 1985, 1989).

En McMichael et. al. (1993) se resumen los acuerdos entre ambas vertientes, que los autores llaman “'nueva' división del trabajo en la agricultura”, marcando su desacuerdo con el carácter novedoso de algunas menciones de Sanderson y Barkin. Estos acuerdos son: la internacionalización de la agricultura está impulsada crecientemente por el alcance mundial de los circuitos de capital en áreas de comercio, producción y finanzas; se refleja principalmente en los patrones de relocalización espacial de la producción, movilidad del capital productiva y reconstitución de patrones de consumo tendientes a favorecer a la producción agroindustrial y la estandarización de dietas de clase; el cambio tecnológico que hace posible la industrialización de los alimentos y la homogeneidad creciente de los patrones de producción, fragmentación de la producción a escala internacional y la compra de insumos globales; la internacionalización golpea la autoridad de los estados nacionales del tercer mundo, y particularmente, hace decrecer el papel económico de los países periféricos proveedores de alimentos y finalmente, produce el creciente empobrecimiento de las clases rurales y otros grupos sociales.

Por su parte, en McMichael et al., (1993) se critica la falta de interés de Barkin y Sanderson en las políticas de regulación que reestructuraron los circuitos capitalistas. A su vez, se señala el carácter políticamente contingente de los fenómenos de internacionalización analizados por los autores y la desatención a las instituciones que impulsaron las transformaciones señaladas. Entre estas instituciones McMichael et al., (1993) mencionan las finanzas offshore y los patrones de préstamos asociados a los países recientemente industrializados. Esta crítica institucionalista abre camino a la teoría sobre regímenes alimentarios mundiales, concepto central de la obra de Friedmann y McMichael.

El carácter internacional de la producción agraria como punto de partida: los regímenes alimentarios mundiales

Una teoría influyente sobre las transformaciones globales del agro y su impacto en las estructuras agrarias nacionales durante la década de los ochenta es la de “regímenes alimentarios mundiales” de Friedmann (1982). Se trata de un enfoque fuertemente influido por la teoría del sistema mundo (Wallerstein, 1980, 2004). En primer lugar, tiene un punto de partida diametralmente opuesto al “enfoque de los agronegocios”, porque considera inválida la hipótesis según la cual el orden mundial alimentario es un emergente de las décadas recientes. En este sentido, el énfasis esta puesto en partir del carácter global de la producción para explicar las economías nacionales y no a la inversa, a la vez que plantea que existen “regímenes alimentarios” desde la mera dominación colonial y posterior emergencia de las “nuevas naciones” a raíz de la descolonización de América. Además, considera que las transformaciones en el orden alimentario internacional -generadoras del desvinculamiento de ingentes masas de trabajadores de la producción directa de alimentos y del vuelco de países productores hacia la importación de bienes alimenticios-, son explicables por el impacto que generaron en las estructuras de clase nacionales. Friedmann considera que la pérdida de soberanía alimentaria de naciones como México son el resultado de una política que persigue incorporar a millones de personas al mercado de alimentos en la escala global, mejorando los flujos mercantiles en espacios donde previamente existían relaciones sociales sólo formalmente subsumidas a las condiciones de producción capitalistas globales (Friedmann, 1982). Este movimiento implica “descampesinizar” una enorme masa de la población y transformarla en trabajadores rurales sometidos a relaciones formales de explotación capitalista. Friedmann & McMichael (1989) elaboran una teoría de los regímenes alimentarios mundiales para dar cuenta del cambio cualitativo de la globalización. Sostienen que bajo la hegemonía de Estados Unidos se desarrolló un segundo régimen alimentario mundial promovido por el sistema estatal nacional -siendo el primero el del colonialismo británico-, el cual entra en crisis por la internacionalización de la agroindustria y su impacto en el comercio internacional de alimentos y productos agroindustriales.

En el plano general, el enfoque sobre regímenes alimentarios mundiales resulta ser un punto de llegada de la sociología rural americana y su mayor esfuerzo por enfatizar el carácter estratégico de la agricultura asociada a periodos estables de la acumulación de capital global, centrados en formas concretas de configuración del poder geopolítico y condicionados por la forma de producción y consumo de alimentos. A este segundo régimen dominado por Estados Unidos, le sucede un tercer régimen “neoliberal” o “corporativo”, marcado por la predominancia del capital multinacional, las aperturas comerciales neoliberales, los acuerdos internacionales y el desarrollo biotecnológico (McMichael, 2009). Las características fundamentales de este régimen han sido puestas en discusión por autores que adscriben, en líneas generales, al enfoque (Pechlaner y Otero, 2008; Otero, Pechlaner y Gürcan, 2013).

La crítica de McMichael et al. (1993) a Barkin y Sanderson pone el acento en el aspecto políticamente accidental o contingente de los cambios asociables a la internacionalización corporativa del agro. El enfoque de regímenes mundiales alimentarios comparte esta diferencia fundamental. De hecho, la preocupación por demostrar que la producción de mercancías a escala global está controlada por decisiones políticas es trasversal a la obra de McMichael quien, por ejemplo, argumenta que el principal problema de los planteos de la clásica cuestión agraria es que unilateralizan el aspecto económico del análisis (McMichael, 1997). En otras palabras, dejan de lado el aspecto político . Para McMichael y coautores “los procesos de restructuración (en la producción agraria) son conducidos políticamente vía la negociación estatal de cambiantes condiciones económicas mundiales” (McMichael et. al., 1993:1107). A nuestro entender, esta forma de argumentar contradice tendencias en la acumulación global de capital, y no permite visibilizar a la internacionalización como un proceso con una linealidad creciente, es decir, como resultante de la expansión de las relaciones capitalistas de producción en el agro a escala global. Retomaremos este punto en las argumentaciones finales.

Friedland: análisis de sistema de commodities

Friedland (2001) señala cierta fragmentación en los análisis enmarcados en el paradigma de la sociología rural americana. Lo hace al revisar el campo de los análisis de commodities, como un subgrupo al interior de esta orientación. Su objetivo en el mencionado trabajo es sistematizar una metodología para lo que llama “análisis de sistema de commodities”, que implica superar múltiples estudios más sencillos y menos demandantes en términos de tiempos de elaboración. Allí propone algunas dimensiones a añadir a los esquemas “clásicos”: la organización sectorial y estatal del sistema, la “cultura” del commoditie y la escala productiva. El volumen de intercambio, que varía de alimento en alimento, está determinado por una multiplicidad de factores: dónde es técnicamente factible producirlo, con qué estructuras cuentan los países que los producen, dónde están centrados los grandes núcleos de demanda (típicamente en países desarrollados), cómo se comportan y modifican las dietas de las poblaciones consumidoras, si existe la tecnología o no para congelar y trasladar los alimentos, e incluso si es posible hacerlo en cualquier caso.

Los análisis sistemas de commodities como el que propone Friedland fueron desarrollados en la literatura en español con la noción de Sistemas Agroalimentarios (SAA). Se caracterizan por aprehender algunas dimensiones normalmente descuidadas en los análisis de los estilos de Cadenas Globales de Valor. Por ejemplo, Teubal dio uso profuso a esta metodología, definiendo SAA como una serie de actividades orientadas a la producción, la comercialización y distribución final de los alimentos, orientados tanto al mercado interno como a las exportaciones; que incluye el sector agropecuario y las industrias que le proveen insumos, la comercialización y el procesamiento industrial de productos de origen agropecuario y la distribución mayorista y minorista de alimentos elaborados, e incorpora los complejos agroindustriales en tanto ciclo de etapas y características del sistema, pero referidos específicamente a un producto o conjunto de productos determinados (Teubal & Rodríguez, 2002: 67). Estos enfoques son fuertes al momento de visibilizar un proceso de concentración e internacionalización en el eslabón de insumos y comercialización de mercancías agrarias. Sin embargo, no suponen una teoría propiamente dicha, sino una serie de herramientas para analizar el vínculo entre distintos capitales productivos involucrados en la elaboración y comercialización de una mercancía agraria, las regulaciones que recaen en el sector, las instituciones que lo afectan y eventualmente el vínculo con los consumidores. En este sentido su parentesco con el enfoque ya analizado de Goldberg y sus ramificaciones es muy grande.

Neoextractivismo exportador

Otro enfoque crítico con base en América Latina, que desarrolla su propia visión sobre la articulación entre internacionalización y producción agraria es el llamado “neoextractivismo exportador”. Dando por sentado que el avance de las relaciones sociales de producción capitalistas en el agro bajo la forma de capitales de gran escala es equiparable al avance de los “agronegocios”, diversos autores como Gudynas (2010); Svampa y Viale (2014) y Seoane (2012) sostienen que el modelo productivo basado en el nuevo paquete tecnológico (semillas transgénicas, siembra directa y quimicalización) aplicado centralmente en cultivos extensivos, es insustentable y se basa en una lógica depredadora de los bienes comunes. Estas investigaciones dieron en llamar “extractivista” a la dinámica de acumulación de capital en el agro en Sudamérica. El prefijo que suele acompañar a la noción (“neo”) alude a la reiteración del extractivismo colonial, que da cuenta de la antigua articulación mundial de los territorios donde se erigirían las naciones latinoamericanas, pero con características novedosas asociadas al carácter renovadamente insustentable de estas actividades extractivas y al papel del Estado en su promoción.

Esta línea de producción se estructura detrás de la idea de que en las últimas décadas emerge y se profundiza un modelo “extractivista exportador” para América Latina, compuesto fundamentalmente por actividades que explotan recursos naturales, que no son procesados o lo son de manera limitada, y son exportados (Gudynas, 2009b, 2012). A su vez, el extractivismo como marco económico o modelo productivo impulsa un gran consumo de bienes no renovables, la gran escala en la producción, la tecnologización, y la profundización de la extranjerización de la economía agraria (Teubal y Giarraca, 2010). En diversos trabajos de esta orientación podemos encontrar una igualación entre diversas actividades productivas que son más o menos centrales para espacios nacionales latinoamericanos. Son extractivistas la actividad minera, los hidrocarburos y, en el caso de la Argentina, Brasil, Bolivia y Paraguay, una parte económicamente muy relevante de la producción agraria. En países como Argentina, donde la producción minera explica un pequeño porcentaje del PBI (aunque sea relevante en la economía de algunas provincias), el principal impacto del extractivismo está en el crecimiento de la superficie de cultivos extensivos de exportación. El avance extractivista se manifiesta en el creciente proceso de sojización. Ese proceso, a su vez, está asociado al corrimiento de la frontera agrícola para destinar mayor cantidad de tierra marginal a la producción de soja. La sojización trae consigo expulsión de poblaciones originarias, desforestación, la readaptación de actividades preexistentes y de cultivos no comoditizados hacia producción de commodities, y la expansión de un modelo productivo que atenta contra la fertilidad de los campos. Se trata, por lo tanto, de un modelo insustentable o de maldesarrollo (Svampa y Viale, 2014).

El neoextractivismo tampoco problematiza el impacto de la internacionalización del capital en las estructuras sociales agrarias por fuera de asumir una creciente presencia de “corporaciones multinacionales” en oposición a la producción agraria campesina y familiar. Sin embargo, analizando por qué este tipo de producción agraria sería neoextractivista se pone en evidencia la confusión de términos que oscurece la cuestión bajo estudio. Gudynas sostiene, por ejemplo, que debido a la extensión del neoextractivismo “(l)a tendencia es concebir a la agricultura no como una proveedora de alimentos sino como una proveedora de mercancías” (Gudynas 2010:5). En términos teóricos, la afirmación implica no reconocer el carácter netamente mercantil (aunque no por ello de insumo- industrial) de la enorme masa de la producción agraria a escala global. La producción no mercantil está extinta en los territorios que estos autores usan de ejemplo para mostrar el avance del “neoextractivismo” desde mucho antes del período que estudian. Asimismo, la tesis neoextractivista identifica la presencia creciente de capitales internacionales en distintos eslabones de la cadena productiva de las mercancías agrarias. Sin embargo, no se interroga por las razones que explicarían la coexistencia de eslabones fuertemente extranjerizados y concentrados y otros explotados centralmente por capitales nacionales y mucho más pequeños. Para este enfoque se trata meramente de una reproducción del saqueo de la época colonial.

Como pasa con otras teorías aquí analizadas, el neoextractivismo exportador tiende a cometer el mismo error de centrarse en los propios estados nacionales para explicar transformaciones asociadas a la acumulación global de capital. Lo hace independientemente de que algunos análisis regionales que se reducen a enumeraciones de “aspectos comunes” a los procesos económicos de países de la región. Pero, fundamentalmente, para poder homogeneizar procesos económicos de espacios nacionales muy diversos, la tesis neoextractivista se ve obligada a igualar actividades productivas cuya base material es divergente, como la producción minera, hidrocarburífera y la producción agraria. Pareciera implícito entonces que el desarrollo del nuevo proceso productivo agrario que involucra los distintos aspectos aquí mencionados se desenvuelve sobre procesos precapitalistas, y no sobre procesos de acumulación capitalistas con diversas bases materiales (un tipo de producción familiar, una producción semi-capitalizada o capitalizada y plenamente industrial). Pueden darse a lo largo del complejo territorio latinoamericano determinadas situaciones excepcionales donde la producción comunal no presente casi rasgos de relaciones capitalistas o se sustente a través de la mera reproducción simple. Pero bien es sabido que en la enorme mayoría de los territorios donde hoy se impone el “modelo extractivista” sólo existen relaciones de producción capitalistas, de mínima en su forma de subsunción real de la producción particular a las relaciones de producción globales de este tipo. Señalar esto no implica novedad alguna. En algún sentido, volver sobre este debate implica un retroceso respecto del terreno conquistado: la misma noción de que las producciones campesinas y farmers se encuentran subsumidas formalmente en la producción capitalista fue señalada por varios autores en el marco de los debates de la sociología rural americana, por ejemplo, con la noción de “dualismo funcional” de De Janvry (1981).

Desafíos que presenta el creciente carácter global de la producción agraria y distintas dimensiones bajo análisis

En este artículo recorrimos algunas teorías importantes que conceptualizan la internacionalización creciente en el agro y su impacto en las estructuras de clase nacionales. Como vimos, la discusión que sentó las bases para el análisis de la cuestión agraria no hace parte al carácter internacional de la acumulación de capital, que produce impactos en las estructuras de clase nacionales que no son atribuibles a la acumulación de capital o la política de un espacio nacional determinado. Sin embargo, los autores marxistas identifican la determinación genérica de los actores presentes en la producción agraria como tal, que emerge de las formas de apropiación de plusvalía o del mero carácter creador de valor del propio trabajo humano bajo relaciones de producción capitalistas. En esta manera de abordar la cuestión, el aumento del volumen de comercio internacional de mercancías o la mera internacionalización del capital dedicado a la producción de mercancías agrarias (por ejemplo, vía la relocalización de industrias productoras de alimentos) no alteran dicha determinación general. Como observamos, la cuestión de los cambios que la internacionalización creciente del agro acarrea para las estructuras de clase, lejos de estar analizada de forma exhaustiva por las nuevas teorías que se volcaron a estudiar aquel fenómeno, aparece simplificada mediante la utilización de categorías más genéricas, como “agronegocio” (en oposición a “agricultura” o, eventualmente, a “agroecología”) o “pequeña producción” y “producción local” (en oposición a “corporaciones” o “multinacionales”). El estudio de las estructuras productivas agrarias mediante categorías de carácter genérico ningunea avances producidos desde la economía política hace ya más de un siglo, oscureciendo el estudio de los impactos de un proceso creciente de acumulación de capital en el sector agrario a escala global .

Desde los enfoques analizados, la intemacionalización de la agricultura es conceptualizada como un aumento del comercio internacional de mercancías agrarias y/o como una creciente presencia de empresas multinacionales en distintos eslabones de la cadena productiva y comercial de commodities alimentarios. Estos aspectos son centrales a los análisis del enfoque de los agronegocios (con un fuerte sesgo “optimista”), pero también al enfoque sobre regímenes alimentarios y al neoextractivista (como una crítica al tercer régimen mundial centrado en las corporaciones alimentarias o al avance del “agronegocio” en la producción agraria mundial). Por su parte, los enfoques centrados en los agronegocios ni siquiera problematizan el rol de los trabajadores rurales en estas transformaciones, mientras que las teorías críticas analizan de forma general el impacto negativo en las comunidades rurales, en los trabajadores agrarios y los campesinos, que observan como los principales afectados por el avance de los regímenes alimentarios, la división internacional del trabajo, o el extractivismo. La noción de acumulación de capital como dimensión integradora de estos cambios juega un papel en los planteos de Barkin y de Sanderson -quienes señalan tanto la “importación de capital” desde las periferias como la creciente homogeneidad de los procesos productivos agrarios a escala global- pero es secundaria en el resto de la nueva sociología rural norteamericana, que afirma que las características de la producción mundial de alimentos están determinadas por los países hegemónicos (o “centros”) en los cambiantes regímenes alimentarios mundiales. Contemporáneamente, de acuerdo a esta teoría, este papel hegemónico lo detentan las corporaciones. Es así que se prescinde de cualquier análisis que pueda dar una explicación de la evolución contradictoria de la acumulación de capital en el agro que es, a nuestro entender, el hilo conductor que permite explicar procesos empíricamente observables muchos de los cuales son objeto de estudio de estos enfoques- como la creciente proletarización rural, el aumento del intercambio mercantil mundial en base a alimentos industrializados y la homogeinización de las formas productivas para alimentos y productos agroindustriales distribuidos geográficamente a lo largo del continente americano y del mundo , como sucede actualmente con sistema de siembra directa y el uso de semillas transgénicas y químicos en la producción de cereales y oleaginosas.

Por su parte, la metodología de los sistemas agroalimentarios que deriva de la visión general del enfoque de agronegocios resulta tan maleable que ha sido combinada con prácticamente todo tipo de orientaciones teóricas. Esta generalidad permite un uso extendido de estas “herramientas” pero a la vez quita precisión a los análisis y evita re-formular preguntas teóricas fundamentales, como aquella que se interroga sobre cuál será el futuro del campesinado a escala global y que ha sido fuente de polémica en la historia de los estudios agrarios (Singh, 1997), en pos de elaboraciones de carácter descriptivo.

La noción de agronegocios, de amplia difusión en los estudios agrarios y rurales contemporáneos, ha distorsionado la cuestión sobre los actores sociales del agro, al suponer una oposición entre la agricultura y la producción agroindustrial como si ambas respondiesen a lógicas de acumulación diametralmente distintas y opuestas. Este problema no ha sido resuelto por quienes se valen de la noción de agronegocio de forma crítica para señalar las consecuencias sociales trágicas asociadas al avance de las relaciones sociales de producción y los mecanismos extra económicos presentes en el sometimiento de poblaciones rurales y perirurales, trabajadores del agro y pueblos originarios.

Cierta producción académica ha discutido las visiones “apologéticas” sobre los agronegocios, visibilizando los aspectos más dañinos del avance del capital industrial en los circuitos de producción y circulación de mercancías agrarias. Como resultado, su apropiación de la noción de agronegocio ha sido teóricamente acrítica, en el sentido de que no se ha puesto en cuestión si efectivamente el desarrollo de la relación social de producción capitalista en el agro requería de una denominación específica para nombrar aquello que durante los debates de la cuestión agraria era nombrado simplemente “industrialización”. En este aspecto, tiende a enfatizarse una oposición entre “agroecología” y “agronegocio”, que corre el riesgo de desconocer que en la producción agroecológica puede primar las mismas relaciones de explotación que en la producción agraria quimicalizada, y a modo de hipótesis, que la agroecología puede ser una respuesta sistémica de la producción agraria hoy hegemónica, en la medida en que se acumulan problemas técnicos y económicos para sostener una producción que genera resistencias naturales crecientes.

A modo de cierre, señalamos una serie de puntos relevantes para el análisis de la internacionalización del capital y su impacto en las estructuras agrarias, que sobresalen del estudio de estas teorías.

Por un lado, la creciente importación de productos alimentarios por países previamente productores atenta contra la “soberanía alimentaria” de estas naciones, que suele ser estimada como el porcentaje de la demanda de alimentos satisfecha vía circuitos nacionales de producción sobre el total consumido. El avance de la comercialización internacional de alimentos barre con circuitos productivos locales por la vía de la competencia de precios, resultando en la producción de nuevos consumidores vinculados a la agroindustria. Una contrapartida de este proceso es la creciente descampesinización y la destrucción de la producción de pequeña escala. No se trata de un proceso lineal sino de un proceso acumulativo que presenta oscilaciones y que puede ser morigerado por múltiples estrategias de superviviencia desplegadas tanto por los campesinos como por los capitales agrarios de menor escala, pero que impacta en el alza creciente de las escalas productivas vigentes en distintos cultivos.

Por otra parte, la creciente orientación hacia la exportación de commodities para la producción de proteína animal o de insumos industriales, que ha sido impulsada regionalmente por la demanda oriental, produce una creciente utilización de tierras otrora explotadas por producciones de menor escala e incluso producciones campesinas, a favor del avance de relaciones asalariadas de producción, normalmente bajo la modalidad de agricultura de contrato. Este proceso redunda en la simplificación de estructuras productivas heterogéneas. Al día de hoy, existe una cantidad creciente de tierra productiva bajo la típica modalidad tripartita de producción determinada de forma abstracta por las relaciones sociales de producción capitalistas .

Las transformaciones en las dietas de enormes masas de nueva población obrera china recientemente urbanizada implican un aumento coyuntural de precios de alimentos que son base para la creación de proteína animal. Esta es la razón por la cual ciertos insumos industriales y alimentos aumentaron de precio coyunturalmente durante el decenio pasado bajo el “efecto China” (Jenkins, 2011), un efecto que se ve reducido conforme la acumulación de capital en dicho país pierde potencia en pos de sus vecinos competidores. Los actores protagonistas de este proceso fueron los capitales industriales dedicados al procesamiento de cereales y oleaginosas, que requieren de un enorme abastecimiento de productos primarios. Esto produjo una uniformalización creciente de producciones a lo largo y ancho de geografías sociales diversas por la vía la expansión de las agroindustrias y la agricultura de contrato. De esta forma, en la actualidad se multiplica el efecto observado por Barkin de creciente homogeinización de los procesos productivos agrícolas en ciertos cultivos. En este sentido, es necesario reabrir la discusión de la tesis clásica que afirma el carácter estructuralmente “heterogéneo” de las sociedades agrarias, frente a lo que sin duda constituye un avance a escala global es una forma crecientemente homogénea de producir, una simplificación en los bienes que se producen, y un modelo productivo trasversal a distintos espacios nacionales. Este fenómeno tiene enormes impactos en las estructuras agrarias locales, entre las cuales uno de ellos es su simplificación. Lejos de la imagen que emana la teoría del actor-red, lo que prima en las estructuras sociales agrarias nacionales es una reducción de las estructuras productivas, donde menos capitales agrarios se encargan de un porcentaje creciente de la producción, alquilan la tierra en lugar de poseerla, y son abastecidos por capitales prestadores de servicios expulsados fuera de la producción agraria, quienes administran la mayor parte de la fuerza de trabajo.

Este proceso de internacionalización creciente por las tres vías (mayor comercio, mayor relocalización de capital centrado en la industrialización de bienes primarios, y mayor homogeneidad en los procesos productivos) determina un abaratamiento creciente de los precios de los alimentos. Esto responde a una lógica de acumulación que excede el ámbito agrario: el abaratamiento de estos productos es una determinación general de la relación social de producción que requiere de expandir la producción de plusvalía relativa. Sin duda, la forma por excelencia de lograr este objetivo es mediante el abaratamiento del precio de los alimentos, que constituyen normalmente la porción mayoritaria de gastos salarial de la fuerza de trabajo. Sin embargo, los aumentos coyunturales de los precios de los alimentos, en conjunto con cierto discurso corporativista hegemónico según el cual la humanidad no produce lo suficiente para autoabastecerse, suelen generar la idea contraria. Estos aumentos recientes son explicables en el marco de una liberalización comercial de los alimentos y la presencia de capitales especulativos en el mercado de los commodities, además del ya mencionado “efecto China” sobre ciertos commodities alimentarios. En este marco, los estudios de los organismos internacionales tienden a afirmar la mayor volatilidad contemporánea de los precios de productos alimentarios (FAO, 2017), conjunto a la baja tendencial de largo plazo de dichos precios (OECD/FAO, 2016), fenómeno que responde a una dinámica general del modo de acumulación capitalista que se observa incluso en los seguimientos de precios más cercanos en el tiempo (WORLD BANK GROUP, 2014, 2015). Una baja paulatina que responde a una dinámica general del modo de producción capitalista que al día de hoy permanece inalterada.

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Recibido: 12 de Mayo de 2019; Revisado: 17 de Julio de 2019; Aprobado: 15 de Noviembre de 2019

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