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Trabajo y sociedad

versión On-line ISSN 1514-6871

Trab. soc. vol.21 no.35 Santiago del Estero dic. 2020

 

 

La realidad, la ficción. Apuntes sobre pestes y plagas en la literatura

 

Carlos ZURITA*

La plaga no está hecha a la medida del hombre, por lo tanto el hombre se dice que la plaga es irreal, un mal sueño que tiene que pasar.

Albert Camus, “La peste”

Un fantasma recorre el mundo. Lo estamos esperando, le damos distintos nombres, lo imaginamos con diversos rostros, pero procuramos evitarlo; para ello apelamos a estrategias de defensa que llegan desde lo profundo de la historia, al menos desde el siglo XIV: nos alejamos, nos encerramos. Nos cuidamos poniendo distancias; la amenaza proviene de nuestros congéneres.

Se vive un tiempo, ojalá pasajero, en que el contacto quiere decir “contagio”; esta palabra que en horas normales admite también sentidos positivos -en el amor, en los gustos-ahora tiene un significado catastrófico. Uno quisiera tener una vida personal, una trayectoria con sentido; lo terrible del contagio es que impide que se tenga una muerte propia, diría Rilke.

Y así, en estas circunstancias de la Pandemia se reabren interrogantes acerca de la significación y el destino de la existencia colectiva de los hombres. Recordando a ciertos autores, a Hobbes, a Durkheim, a Heidegger -por sólo mencionar tres nombres- debemos asumir la idea de que lo propio de la condición humana es la de una radical indigencia; los hombres están obligados -condenados- a reproducirse y a buscar conceder sentido a sus vidas; existencias en las que resultarán siempre inevitables la enfermedad, la decrepitud, la muerte.

Por ello los Contractualistas postulaban la necesidad del pacto social, que el autor del Leviatán sostenía los hombres suscriben en razón de intentar superar o al menos atenuar sus temores básicos que son hacia el hambre y hacia la muerte.

Escrituras sobre las pestes y las plagas

Nuestro propósito, en las breves líneas que siguen, no es realizar un análisis detallado, sino apenas mencionar ciertos ejemplos, que quizás pueden parecer arbitrarios, en que los escenarios de las pestes fueron mostrados en la literatura.

Ya en el mundo griego, en el Edipo Rey de Sófocles, aparece la presencia de una plaga, la peste en Tebas, en el destino de un personaje; en tanto que Tucídides, en la Historia de la guerra del Peloponeso, al describir con cierta minucia la peste en Atenas reflexiona acerca de las consecuencias de la enfermedad sobre la corporalidad, no sólo sobre los enfermos sino, también, y esta es su principal fuente de preocupación, sobre el cuerpo político.

En el Decamerón de Bocaccio, publicada en las postrimerías de la Edad Media, diez jóvenes, siete mujeres y tres varones, para alejarse de la peste bubónica que en 1348 azotaba a Florencia deciden recluirse en una villa de las afueras de la ciudad. Para superar el largo

Unse-Indes-Conicet. Correo: cvzurita@hotmail.com

encierro, acuerdan que en las noches cada uno de ellos cuente una historia: de tal manera se configura una colección de un centenar de cuentos y nouvelles, muchos de ellos de carácter satírico y erótico. Pero, sobre todo, la obra es la historia de un confinamiento.

En el discurrir del tiempo, la vinculación entre diversos países se dio a través de las guerras, las invasiones, las conquistas, pero básicamente por medio del intercambio, del comercio. Los traslados en grandes distancias, ya sea de guerreros o de mercancías, antes se daban a bordo de navíos y buques, y en la actualidad también mediante aviones. No obstante su relativo aislamiento, su carácter “insular”, a Inglaterra le llegaron distintas plagas, a fines del 1300 la Peste Negra que fue consignada originariamente por Chaucer en los Cuentos de Canterbury y que en épocas recientes se muestra en novelas de, por ejemplo, Ken Follet (Un mundo sin fin) y Edward Rutherfurd (Sarum). Hacia mediados de 1600, como un rebrote de la peste bubónica, cuyos orígenes se suele situar en China y que duró hasta 1750, llegó a las islas británicas, más precisamente a Londres. Daniel Defoe, un extraño y múltiple personaje, quien en 1719 había publicado su Robison Crusoe, en 1722 da a las prensas el Diario del año de la peste. Se trata de un texto, en varios sentidos ejemplar, prototípico, donde se encuentra un acentuado tono de verosimilitud: se proporcionan calles, domicilios, nombres de personas y hasta se consignan cifras y tablas numéricas. Cabe apuntar que la peste que se describe, acontecida en Londres en 1665, terminó al año siguiente a raíz del gran incendio que destruyó la ciudad.

La novela Los novios de Alessandro Manzoni, publicada en 1842, contiene una de las narraciones más veristas del tema que nos ocupa. Tres de sus capítulos se concentran en detallar prolijamente, y en términos dantescos, a la peste que asoló en 1630 a Milán. Además Manzoni consigna ciertos reclamos de la población que pueden resultar actuales, entre ellos los cuestionamientos a la actuación de las autoridades, del gobernador principalmente, que eluden, ignoran la amenaza, hasta el punto de autorizar la celebración masiva del cumpleaños de un príncipe local. Con tales descuidos el contagio de la enfermedad se extendió rápidamente por toda la ciudad. Las causas eran, atribuidas por algunos al castigo divino a los pecados de los ciudadanos, y por muchos a la actividad maléfica de “untadores”, sobre todo franceses, que contaminaban intencionadamente tocando con sus manos o paños preparados al efecto, picaportes de puertas y sostenes de escalinatas propagando la peste. Hacia el final de la novela, los novios -I promessi sposi- se reúnen por fin en el lazareto donde están recluídos los apestados.

Retratos en el siglo XX

En dos obras de Thomas Mann, Muerte en Venecia y La montaña mágica, aparecen las plagas. La segunda de ellas versa sobre los efectos físicos y espirituales de la enfermedad y la reclusión, de las articulaciones entre la epidemia, el confinamiento y la significación del paso del tiempo. El joven Hans Castorp viaja desde Hamburgo a visitar por tres semanas a su primo Joachim que se encuentra internado en un sanatorio para tuberculosos en Suiza, más precisamente en Davos1. Pero Castorp, por una mancha que se le descubre en un pulmón debe permanecer siete años en la clínica, al cabo de los cuales se marcha a participar en la Gran Guerra de 1914, esa otra plaga.2

La enfermedad colectiva en Oran, Argelia, constituye la materia de La peste de Albert Camus3: Se trata de una novela en la que con una minuciosidad a veces inquietante se consignan detalles de lo que acontece en los barrios, en las casas, en los lechos de los enfermos, y en la interioridad, en los estados de ánimo de ciertos personajes -particularmente en el doctor Rieux-. Pero, en el fondo, se configura en una suerte de alegoría de cómo en un mundo sin Dios cuando acontece una catástrofe colectiva el único valor que queda es el de la solidaridad, y, además, cómo el Estado con el pretexto de salvar a los individuos se torna autoritario reduciendo y restringiendo las libertades.4

Pero, sin embargo, se encuentran casos en que la plaga puede tener consecuencias, por así decir, benéficas o facilitadoras, si no en la esfera colectiva, al menos en la dimensión personal. En El amor en los tiempos del cólera de Gabriel García Márquez, un intenso y casi eterno romance de largo tiempo necesita para consumarse que operen las limitaciones, las restricciones de la peste. Cuando finalmente Florentino Ariza y Fermina Daza, ambos ya octogenarios, logran estar juntos toman un buque que navegará interminablemente por el río Magdalena sin hacer puerto en ningún lugar, porque Florentino ha decidido que se instale en la nave la bandera amarilla de los apestados.

Sobre la ficción histórica: Tuchman y Rutherfud

En Un espejo lejano de Barbara W. Tuchman se narran las peripecias, los acontecimientos de una figura, Enguerrand de Coucy. Transcurre en los tiempos de la batalla de Poitiers, de las guerras de Italia, la fracasada cruzada contra los turcos; pero el escenario de fondo es la guerra de los Cien Años y, sobre todo, la Peste Negra. En razón de ello, a esa centuria, en que también aconteció la persecución de los judíos, el cisma del Papado, y la hambruna que causó la muerte de un tercio de la población desde la India a Inglaterra, Tuchman llama al siglo XIV como “una época de calamidades”. En el capítulo V de esa obra (“Es el fin del mundo. La peste negra”) en cerca de cien páginas se puede encontrar una prodigiosa y detallada descripción de lo que, en términos actuales diríamos Pandemia. que asoló a Francia.

El caso de Tuchman es el de una académica doctorada en la Universidad de Oxford que practicaba ese género solapado entre la ciencia y la literatura que suele denominarse ficción histórica, A mediados del siglo XX, en tal género produjeron sus obras, entre otros, dos escritores: Irving Stone y James Michener que tuvieron una amplísima difusión. Entre los libros de Stone se destacan sus biografías de Miguel Angel, Van Gogh5, Freud y Darwin6; entre las cuantiosas obras de Michener se encuentran las referidas a Texas, Polonia, Hawai, Alaska.

En ambos autores la escritura es impecable y para el duro deleite, en tanto que su documentación histórica de base es siempre rigurosa. En Stone el enfoque se centra en personas, en individuos; mientras que Michener se concentra en espacios y territorios, en vastos escenarios y en su desarrollo a lo largo de centurias.

A Edward Rutherfurd se lo suele considerar como “el James Michener británico”. En sus caudalosas novelas trata tanto a naciones (Rusos) como a ciudades (London, París, New York). En dos de sus obras, London y Sarum aparecen plagas: en la primera, una novela de mil quinientas páginas, se narra la misma peste londinense de 1665 que ya consignamos había descripto Defoe; en tanto que en Sarum, que transcurre en la región de Salysbury, en el sur de Inglaterra, se encuentra un sorprendente y pormenorizado relato donde la protagonista es una rata en cuyo lomo hay una pulga, que ha llegado en la maleta de un comerciante que viene desde el Continente. La rata, al salir de su oscuro receptáculo, mira hacia un lado y otro, piensa qué hacer, da unos pasos vacilantes, y luego decide acercarse la multitud reunida en el puerto, de tal modo introduce y propaga la peste en Inglaterra.

“Un episodio de la fiebre amarilla en Buenos Aires”, óleo realizado en 1871 por Juan Manuel Blanes, 230 x 180 cm. Museo Nacional de Bellas Artes.

Exculpaciones finales

En este rápido recuento que pretendimos realizar acerca de ocasiones en que las pestes se muestran en la literatura, además de encontrarse falencias estilísticas e interpretativas, seguramente se advertirán omisiones tanto de piezas literarias como de temáticas.

En cuanto a las ausencias literarias, en nuestro balance acaso falten referencias a ciertas obras, como ser, por ejemplo, Un húsar en el tejado de Jean Giono, el cuento de Edgar Allan Poe La máscara de la muerte roja, y la novela El leproso de la ciudad de Aosta de Javier de Maistre7.

Por otra parte, si bien las plagas y las infecciones durante largo tiempo, como a todos los países8, también afectaron a Argentina no ocupan el rol que hubiéramos querido en este texto. Esto es así, ya que, por ejemplo, la epidemia de fiebre amarilla que padeció Buenos Aires en 1871, y que implicó el deceso de 15 mil personas sobre la población total de la ciudad que era de 180 mil, no fue reflejada suficientemente en la literatura de la época, ya sea ficcional o poética. No se produjeron obras centradas específicamente en tal crisis sanitaria9, si bien se cuenta con numerosas notas en los periódicos de la época -en los diarios La Nación, La Prensa, particularmente- y de escritos como los de Paul Groussac o de testimonios en las memorias de Mardoqueo Fernández. En la actualidad se dispone de un excelente estudio exhaustivo sobre el tema en Cuando murió Buenos Aires de Miguel Angel Scenna10. También cabe consignar el impactante cuadro de Juan Manuel Blanes existente en el Museo Nacional de Bellas Artes, la película Fiebre amarilla de Javier Torre y muy especialmente las investigaciones de arqueología urbana que realiza Daniel Schávelzon.

Asimismo, para el caso de Santiago del Estero, lugar desde donde se escriben estas líneas, las diversas enfermedades infecciosas que padeció la provincia no constituyeron propiamente objeto de tratamiento literario. Pero se puede acudir a informes y testimonios que exhiben con cierto dramatismo los resultados de algunas infecciones (la sífilis, la viruela), que operaron como catástrofes demográficas sobre la población aborigen originaria en el periodo de la Conquista. Como consta en el Informe que en 1608, Alonso Herrera Guzmán, Teniente de Gobernador -y encomendero- remitió a la Corona dando cuenta que la “población indígena” en la zona de Santiago, en un lapso de veinte años había descendió de 20 mil a 6 mil personas11. Por su parte Antenor Álvarez -médico higienista que llegó a ser Gobernador de la provincia-elaboró diversos informes científicos sobre los efectos, hacia 1904, de una masiva infección palúdica.12

Hemos mencionado diversos materiales, sobre todo novelas, en los que se muestran pestes y plagas. ¿Podríamos, lícitamente, extraer de ellos conclusiones, enseñanzas de cómo vivir y sobrevivir a la actual pandemia?13 Este interrogante se lo ha formulado Orhan Pamuk14, advirtiendo la existencia de ciertos paralelismo entre el Lopid-19 y los brotes de peste y cólera que se dieron a lo largo de la historia. Acaso no sorprenda que resulten más acentuadas las semejanzas que las diferencias.

Desde Tucídides, pasando por Bocaccio, Defoe, Manzoni y hasta más cercanamente Camus, las narrativas coinciden en consignar que la reacción inicial fue siempre la de la negativa y el descreimiento, tanto por parte de la gente como de las autoridades y los gobiernos locales; éstos tardaron en reaccionar al principio, para luego, ante la presencia indudable de la aciaga realidad tendieron a distorsionar y manipular los datos procurando ocultar la magnitud del contagio.

Comenzaron a buscarse las causas de la pestilencia y a imaginar culpables: éstos eran siempre los “otros”, ya fueran míticos -la ira de los dioses, los miasmas- o reales -los extranjeros, v.g. los chinos, los turcos-. Con frecuencia se atribuyó a los judíos responsabilidades en la propagación de las plagas.

En cuanto a las primeras estrategias de defensa y prevención que se usaron, desde la Edad Media hasta el presente, fueron y son las mismas: el alejamiento, la instauración de la Cuarentena.

Y ahora, en el presente, en la segunda década del siglo XXI, aunque estemos viviendo, no en el final, deseablemente en las postrimerías, de una pandemia universal, ello no ha impedido -ni debiera impedir- que ya se hayan comenzado a postular escenarios sociales, políticos y económicos de lo que será, o debiera ser el próximo mundo, la presunta nueva normalidad. Las postulaciones dominantes, quizás extremas, Andrés Pedreño15 las resume en dos epifanías. Por un lado la del advenimiento de un estado policial de control total, una tormenta de autoritarismo (Giorgio Agamben), y la segunda epifanía sería la del final del neoliberalismo y la irrupción de alguna modalidad de sociedad utópica como el comunismo (sostiene Slavoj Zizek). Frente a estas dos concepciones Pedreño sugiere que la actual crisis sanitaria habría hecho emerger una instancia sociológicamente durkeimiana en la cual la solidaridad colectiva se cruza, se entreteje, éntre la división social del trabajo, los servicios públicos y la administración política

Egoísmo, solidaridad: dos conceptos que sería injustificable asociar el primero, sólo a Adam Smith, y el segundo únicamente a Marx. En la actual circunstancia de la pandemia, que ha adquirido la configuración de una crisis civilizatoria, los conceptos, las viejas palabras se desvanecen. Y así, por ejemplo, el cuidado de sí mismo adquiere un sentido de solidaridad social.

En el futuro inmediato que ya es nuestro presente, acaso debiéramos acercar nuestras perplejidades y certidumbres a indagar sobre las características que indudablemente asumirán, que ya lo están haciendo, los entrecruzamientos entre los nuevos sistemas de trabajo y de producción, a los nuevos escenarios de la vida colectiva, a la incidencia de los roles actuales del conocimiento biológico y médico, y sus consecuencias sobre la política, la economía y los valores sociales.

Trabajo y Sociedad, Núm. 35, 2020 208

1

   Lugar que es la actual sede del Foro Económico Mundial.

2

   Cabe consignar que en la novela Tokio Blues de Huraki Murakami, Toru, el protagonista de la obra, lee La montaña mágica cuando acompaña a una amiga convaleciente en un hospital de Kioto.

3

   Quien había postulado en su obra El mito de Sísifo que “No existe sino un problema filosófico verdaderamente serio: el suicidio”.

4

   Cf. Helena Hanie, El periódico, Barcelona, 13-3-20.

5

   Esta biografía fue la base de la recordada película Anhelo de vivir en la que Kirk Douglas encarna a van Gogh y Anthony Quinn a Gauguin.

6

   Cabe recordar el libro El origen, una biografía de Charles Darwin. Este tenía 23 años cuando emprendió el viaje en la fragata Beagle; al llegar a lo que sería la actual Bahía Blanca desembarca y emprende una larga travesía a caballo hacia el interior de Argentina en la que vivirá diversas circunstancias, entre ellas, la de encontrar y depatir con Juan Manuel de Rosas.

7

   En la obra de Maistre se encuentra sugestivo diálogo entre un enfermo de lepra y un soldado. Conocí este relato gracias a una recomendación de Lucas Rubinich.

8

   Al respecto consultar, en este mismo Dossier, el minucioso detalle analítico que aporta Waldo Ansaldi.

9

   La difusión de la enfermedad, cuya causa entonces se desconocía, que inicialmente se centró en los conventillos de San Telmo colmados de inmigrantes italianos y españoles produjo el traslado, la evasión, de casi la mitad de la población hacia zonas alejadas de la ciudad.

10

   El libro de Scenna fue publicado originariamente por Editorial La Bastilla en 1974, y reeditado posteriormente en 2009 por Editorial Cántaro, incluyendo el diario de Mardoqueo Navarro y un prólogo de Félix Luna. Otras obras que se refieren a la temática de las infecciones son Sin rumbo de Eugenio Cambaceres y Los adioses de Juan Carlos Onetti.

11

   Este dato me fue proporcionado por Alberto Tasso.

12

   Alvarez, no sólo realizó estudios e informes científicos, sino que desde la función pública intervino directamente en la solución del problema promoviendo y dirigiendo la plantación de millares de eucaliptus que desecaron los pantanales donde proliferaban los mosquitos anófeles causantes de la infección.

13

   Javier Auyero me sugirió atreverme a unas líneas sobre esta cuestión.

14

   En “What the Great Pandemic Novels Teach Us”, The New York Times, 23 de Abril, 2020. Pamuk, señala que leyendo narraciones de distintas épocas se recoge la impresión de que las personas siempre han respondido a las epidemias difundiendo rumores e información falsa, y retratando la enfermedad como extranjera y traída con intenciones maliciosas.

15

   En sus textos en el Colectivo-Blog Sociología en Cuarentena del Departamento de Sociología de la Universidad de Murcia.

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