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Trabajo y sociedad

versión On-line ISSN 1514-6871

Trab. soc. vol.21 no.35 Santiago del Estero dic. 2020

 

 

Crisis civilizatoria y el futuro del capital y el trabajo

 

Karina CIOLLI1

Desde los inicios del año 2020 la mayor parte de la humanidad se encuentra sumergida en una pandemia que, sin encontrar aún salida, acarrea graves e inauditas secuelas, tanto en términos sanitarios como en la reproducción de las relaciones sociales, económicas, políticas y culturales. Dicha pandemia no hizo más que exponer en toda su dimensión las penurias que el modelo de acumulación capitalista fue engendrando y que se expresan en una crisis civilizatoria sin precedentes.

En este ensayo proponemos analizar las características de aquello que denominamos crisis civilizatoria, a partir de algunos indicadores que se vienen manifestando a nivel global por lo menos desde el año 2008. A su vez, exponemos una perspectiva histórica con el fin de reflexionar sobre las características de períodos en los cuales la normalidad comienza a ponerse en cuestión. Finalmente, consideramos -y arriesgamos- algunos de los desafíos que se presentan para los pueblos y, específicamente, para la clase trabajadora. El ensayo recupera y reelabora dos notas que la autora publicó en la Agencia Paco Urondo: “Crisis civilizatoria y el desafío de los pueblos” (30/3/2020) y “Los costos de aferrarse a una civilización moribunda” (30/5/2020).

Las ideas plasmadas en este ensayo no son estrictamente académicas -más allá del trabajo cotidiano que como antropóloga abona y nutre a dichas formulaciones- sino que son producto de un debate colectivo desarrollado por un espacio de militancia integrado por trabajadoras y trabajadores de diversos ámbitos, que se desarrolla, fundamentalmente, en la zona oeste de la provincia de Buenos Aires. Dichos debates están basados en un seguimiento de noticias de artículos de diario (organizadas en archivos elaborados por la organización), de la discusión colectiva de material teórico y del análisis práctico de la organización militante en el territorio. Ambos ámbitos (academia y militancia) no están (o no deberían estar) separados, ya que el pensamiento científico de las sociedades es el producto de la sistematización, búsqueda y rigurosidad analítica de la larga experiencia histórica y acumulada por los pueblos.

Acumulación de cambios: hacia una crisis civilizatoria

A partir del gran estallido financiero del año 2008, que significó un quiebre para el modelo de acumulación global, algunos analistas anunciaron el comienzo de un “estancamiento secular”2 (Larry Summers, 2014), el nacimiento de un “capitalismo de Siglo XXI” con bajo crecimiento y empeoramiento de la distribución del ingreso (Thomas Piketty, 2013) o el indicio de una crisis de la globalización capitalista3 (Joseph Stiglitz, 2008).

Ya no era sólo desde el marxismo que se planteaba la agudización de las crisis capitalistas -vale mencionar que la teoría marxista fue revalorizada con fuerza luego de varios años de haberla considerado perimida y obsoleta por amplios sectores de la academia y la militancia (fundamentalmente después de la caída de la Unión Soviética)-. Los propios intelectuales del sistema comenzaron a advertir con preocupación dicho escenario de crisis permanente, y a plantear que el estallido del 2008 podía no encontrar una salida exitosa. Hoy, más de diez años después, se expresa en toda su dimensión que el modelo de acumulación capitalista no sólo no pudo recomponerse, en líneas generales, sino que comenzó a transitar por un proceso de acelerada agonía.

La desaceleración de la economía -causada por la agudización de la normalidad capitalista: competencia y carrera tecnológica, sobreproducción, caída de ganancia- y la consecuente búsqueda de rentabilidad en la especulación financiera, anticipaban el estallido de una nueva y enorme burbuja global a base del endeudamiento desenfrenado de estados y de grandes corporaciones globales4. Dicha crisis de deuda -que hoy asciende a 225 billones de dólares (y triplica el PBI mundial)- fue la única solución dada a la crisis del 2008.

A su vez, mientras se iba gestando esta nueva burbuja, la mayoría de los países -fundamentalmente las principales potencias que salvaron al sistema financiero en el 2008- descargaron las crisis económicas en los pueblos, a partir de políticas de ajustes que significaron una mayor desigualdad social y una profundización de la explotación hacia la clase trabajadora.

Intentos de reformas laborales, caída de los salarios reales, tendencia hacia una mayor precarización del empleo, fueron algunas de las políticas adoptadas en materia laboral. A su vez, se produjo en gran cantidad de países un quiebre en el mercado laboral entre personas registradas y aquellas en situación de desocupación estructural o con empleos informales, precarizados o sin registrar. En nuestro país, por ejemplo, el mercado laboral se encontraba en el año 2018 partido exactamente a la mitad: “La foto del mercado laboral es un país con 44 millones de personas, con una Población Económicamente Activa (PEA) de 26.222.000. Hay más personas que no están registradas (13.966.000, número que incluye a los desocupados, que son 1.652.000 y a los potencialmente activos pero no activos), que las registradas (12.255.000). Los ocupados en total son 17.155.000”5.

En este escenario pre-pandemia que sintetizamos brevemente -y que hemos normalizado- se expresan elementos que nos parecen significativos para considerar el concepto de crisis civilizatoria: dificultades de reproducción del capital (evidenciada por la acumulación de deuda por sobre la “economía real”), aumento de la desigualdad social, crecimiento del desempleo y del trabajo precario e informal. Este combo, alimentado, a su vez, por la guerra comercial entre países y la crisis climática anunciaban, antes del COVID-19 que el modelo de acumulación comenzaba a mostrar límites peligrosos, aunque nadie podía precisar a ciencia cierta cómo ni cuándo podía comenzar a estallar. La crisis humanitaria que surge con la pandemia, vino a poner sobre la mesa todo lo que estaba sumergido y cristalizado bajo el concepto de normalidad.

Cuando la normalidad deja de serlo

Nuestra supuesta normalidad está basada, tal como mencionamos anteriormente, en índices insostenibles. Niveles de desigualdad abismales, donde el 1% más rico de la población mundial posee más riqueza que la suma del 99% restante6. Daños medioambientales irreparables para nuestros suelos y recursos naturales. Poblaciones enteras privadas de un recurso tan básico como el agua. Inmigrantes muriendo antes de encontrar espacios donde vivir y trabajar. Femicidios a la orden del día... Evidentemente, la normalidad sólo podía ser así concebida para un puñado de personas.

Resulta interesante recuperar algunos antecedentes de períodos en los cuales lo normal se volvió insostenible. Para, a partir de esas experiencias históricas, pensar nuestro presente y futuro.

La novela histórica “Un espejo lejano” de Barbara Tuchman (1978) -que aborda los desórdenes, las calamidades y los cuestionamientos al orden social establecido que acompañaron el hundimiento del feudalismo- resulta inspiradora para pensar cómo, en determinados períodos históricos, aquello que parece normal comienza a naufragar en un mar de incertidumbres hasta volverse tan extraño y ajeno que ya no se puede sostener. Nos sumergimos, brevemente, en ese espejo lejano para luego retomar la situación presente.

Denominado por la autora como un “Siglo nacido para el dolor”, los años comprendidos entre 1300 y 1400 significaron, para la mayor parte de las poblaciones europeas, tiempos de calamidades, pestes, hambrunas y desórdenes de todo tipo. Dentro de dichos desórdenes, la novela revela cómo la iglesia católica, una de las principales instituciones que sostenía el poder dominante de manera irrefutable y que “daba respuestas (...) significado y propósito a la existencia” (Tuchman, 1978, p.51), comienza a transitar por un período de decadencia hasta ir perdiendo poco a poco su poder e influencia dentro de los sectores dominantes (influencia que recupera años más tarde pero ya no como figura central).

La irrupción de la burguesía dentro de este mundo de cleros, nobles y vasallos significó una convivencia incómoda e incongruente que trastocó todo el orden vigente y que recién terminó de resolverse con las revoluciones burguesas iniciadas en Francia en 1789. Pero más allá de esta resolución -que abrió nuevas contradicciones para la humanidad- todo el período de transición es lo que resulta más atractivo para pensar nuestro presente. Porque es en dichos períodos transicionales donde se registran hechos inéditos, anormales y extraordinarios, así como experiencias populares que, aunque silenciadas, acumulan huellas en torno de la necesidad de transformaciones estructurales.

En los primeros años del 1300, el viento del descontento con lo instituido, llegó de la mano de gran cantidad de movimientos religiosos, campesinos, sociales, que cuestionaron, entre otras cosas, el contraste entre el lujo clerical y la hambruna y la opresión que ejercían los terratenientes hacia los campesinos. Resulta interesante recuperar una de estas experiencias: “En 1320 la miseria de los pobres rurales, a consecuencia del hambre, detonó en un extraño movimiento de multitudes histéricas llamadas pastoureaux, en alusión a los pastores que lo iniciaron” (Tuchman, 1978, p.51). Dicho movimiento es uno de los tantos que pusieron de manifiesto la incongruencia y los límites de un mundo donde lo instituido intenta sobrevivir aferrándose a su tradición y métodos conocidos hasta entonces mientras que lo nuevo puja por aparecer.

Recuperando esta figura histórica, la actualidad podría pensarse como un período de transición, donde todo lo que venía funcionando, aceptándose como normal, se vuelve cada vez más insostenible para las mayorías. Sin embargo, la tendencia a intentar recomponer esos fragmentos del mundo conocido que se caen, muchas veces prima por sobre lo insostenible. La humanidad se encuentra atrapada en ese falso dilema.

La razón se ha tornado en sin razón

Así como en la baja edad media se registraron hechos inéditos (pestes, insurrección y cisma en la iglesia católica, caos económico, desorden administrativo, etc.) que trastocaron lo instituido, diluyendo la percepción de un futuro cierto, hoy estamos transitando un período donde la incertidumbre es la norma, y no sólo por la pandemia, sino por la acumulación de una cantidad de hechos atípicos que muestran movimientos por arriba (sectores del capital) y por abajo (los pueblos).

Antes de la pandemia, en octubre de 2019, el Foro de Davos -considerada la más alta representación del capitalismo mundial-, manifestaba en su cumbre anual un pesimismo sin precedentes: “Las tensiones comerciales, el cambio climático, el avance del populismo y las dudas sobre el futuro del capitalismo son todos temas que pesan sobre las perspectivas de los negocios globales, según los ejecutivos que se reunieron en el centro turístico suizo Davos la semana pasada". Los escenarios disruptivos a la globalización capitalista (Brexit, Trump, Bolsonaro, entre otros) y el desafío que suponen China y Rusia a la hegemonía de Estados Unidos forma parte de algunas de las tensiones que el orden global advierte con preocupación.

La llegada del COVID-19, además de acelerar este escenario de disputa interburguesa, dejó a la mayoría de los países al borde del default. Aunque lo naturalicemos diariamente, es insoslayable preguntarse por los resultados de una crisis de deuda global que asciende a 225 billones de dólares y que representa un desfasaje con la economía “real”, al triplicar el tamaño del PBI global. Está claro que se trata de una deuda contraída no por los pueblos sino por las corporaciones y los sectores dominantes de cada país, aunque el peso recaiga siempre en los trabajadores y las trabajadoras. Pero, la deuda y el desfasaje con la economía real no sólo nos hablan de un fenómeno que acelera la desigualdad profundamente, sino también de un modelo de acumulación que ya no puede reproducirse tal y como lo venía haciendo.

A pesar de esa dificultad, el capital nunca se suicida, busca permanentemente estrategias, aunque eso signifique sacrificar a gran parte de la humanidad. Las crisis siempre aceleran los procesos de concentración. Marx y Engels ya habían anticipado que cuando el movimiento del capital se detiene ante la crisis, emergen dos salidas: la socialización de los medios de producción, o la destrucción de las fuerzas productivas; y las dos guerras mundiales del siglo pasado nos han dado ejemplo de esto.

El futuro del capitalismo es incierto, pero, teniendo en cuenta lo mencionado anteriormente, podemos esbozar algunos escenarios posibles. Por un lado, algunos sectores del capital -fundamentalmente la elite financiera global- que pujan por concentrar aún más la economía mundial, bregan por un capitalismo posindustrial signado por un control comercial, digital y de inteligencia artificial que implicaría una mayor profundización del trabajo precario y de plataformas digitales (sólo para algunos). Por otro lado, otros sectores del capital intentarán buscar soluciones en sus respectivos países (renta básica universal, etc.) pero sin poder dar respuesta a problemáticas de fondo que implican transformaciones estructurales (transformaciones que tarde o temprano estarán tensionadas por las demandas populares).

Más allá de cuál será el futuro escenario, lo llamativo del período son las advertencias de algunos sectores dominantes respecto de una civilización moribunda, es decir, de un futuro incierto en el cual no descartan estallidos y disputas.

Desde un artículo en el diario Clarín, Marcelo Cantelmi, que por supuesto no podemos caracterizarlo como un periodista “antisistema”, sostiene: “Lo inédito de este período es que los estados se ven obligados a lanzar un paquete de rescate inédito (...) Que un sector del establishmenty algunas superestructuras del norte mundial adviertan eso apenas 12 años después de haber hecho lo contrario, es todo un dato de hasta qué punto muchas de las reglas que se creían intocables están hoy en cuestión” 8. Además, afirma que el período registra que se ""fulminó la brújula mundial (...) en un retiro sin precedentes de un liderazgo que fije parámetros” y que las razones por las cuales no se apeló al brutal ajuste pos 2008 es por la percepción de una agudización de las tensiones sociales y el aumento de la desigualdad a nivel mundial.

En el mismo sentido, el ya mencionado Foro de Davos alertó recientemente sobre el potencial peligro de volver a aplicar planes de ajuste en los diferentes países: “La crisis sanitaria revela que el sistema es insostenible y lleva a polarización y disturbios”7 8 9.

Otra de las voces que también advierte respecto de un presente y un futuro incierto para el capitalismo actual es, ni más ni menos que el magnate George Soros, quien en una entrevista realizada en plena pandemia expresó: “Esta es la mayor crisis de mi vida. Incluso antes de la pandemia me había dado cuenta de que estábamos en un momento revolucionario, donde lo que en tiempos normales sería imposible o incluso inconcebible no sólo se había vuelto posible sino, casi con certeza, absolutamente necesario"10.

Resulta significativo que, a pesar de los intentos de recomposición capitalista por parte de las diversas fracciones interburguesas, muchos de estos sectores adviertan sobre los límites de la normalidad capitalista indicando que el sistema se volvió insostenible. O que estamos viviendo un momento revolucionario, en el cual no se descarta una salida desde los pueblos, aunque esa posibilidad intentará ser sistemáticamente atacada.

Los pueblos trabajadores vienen marchando

Así como el espejo histórico nos mostró un conjunto de movimientos políticos, sociales, de campesinos, heréticos, que se fueron acumulando hasta llegar a incidir en el quiebre de un orden social, político y económico, también registramos en nuestra contemporaneidad, una enorme cantidad de estallidos que se vienen manifestando desde hace por lo menos treinta años: desde las revueltas en Latinoamérica a fines de los años 90 y la irrupción de la llamada “primavera árabe", hasta el movimiento de indignados en Europa y, más tarde, la llegada de los “chalecos amarillos” en Francia, y las recientes manifestaciones multitudinarias en Chile, Ecuador, Colombia, Haití, El Líbano e Irak, entre otros.

El aumento de la desigualdad social, la mercantilización de los servicios esenciales y el descreimiento y desconfianza hacia estructuras políticas que no permiten resolver problemáticas estructurales, son algunas de las demandas que, de manera heterogénea y espontánea, se esparcen por los pueblos. A pesar de la pregonada “falta de organización”, muchos de estos estallidos mostraron grandes saltos en la participación y en la acumulación de experiencias, saltos imposibles de ser transmitidos por televisión. Es importante resaltar que muchos de estos estallidos se mantuvieron inclusive durante la amenaza del COVID-19 (Chile, Francia), y otros nacieron con esta pandemia, como los cacerolazos que surgieron en Brasil contra Bolsonaro entre sectores de “clase media” que lo habían votado, o los recientes estallidos en Estados Unidos tras el asesinato de George Floyd.

Más allá de la dirección que asuman dichos estallidos -está claro que siempre hay sectores del capital que intentan cooptar e incidir en dichos movimientos- se evidencia una expresión global que expresa, por la negativa, un rechazo a lo existente: no poder tolerar un mundo insostenible ni querer reparar esos pedazos del mundo que ya no dan respuesta.

En este sentido, se abren un conjunto de interrogantes que desafían a los pueblos (trabajadoras y trabajadores con todas sus heterogeneidades e identidades internas) a pensar en proyectos que se orienten más allá de los parches que hasta el momento intentan resolver a duras penas. Las jornadas laborales son incompatibles con los grados de productividad actuales. Las leyes sagradas de la propiedad privada comenzaron a resquebrajarse tras la incompetencia que mostró el sistema privado para contener los desastres de la pandemia. El rol del Estado y su vínculo con la lógica del mercado y los monopolios son producto de un debate cada vez más amplio. Las regulaciones que se exigen desde los sindicatos respecto del teletrabajo y de las nuevas formas de trabajo automatizado, también plantean nuevos desafíos. Estamos hablando, de hecho, de un momento revolucionario en el cual todo comenzó a ponerse en cuestión.

Pero nada será regalado. Ya decía Fidel Castro, a fines de los años 90, que la transición del capitalismo hacia otra organización social y económica será probablemente “mediante profundas y catastróficas crisis y transcurrirá por muy diversas vías y formas de lucha”. Esa crudeza nos empuja a endurecernos y a radicalizar nuestras demandas (y construirlas masivamente) y pensar cómo será el mundo que viene.

Las trabajadoras y trabajadores se enfrentan a una civilización moribunda, que ya no puede ofrecer empleo masivo ni condiciones de trabajo dignas ni siquiera en el mejor de los escenarios que el capital adopte en el mundo post-pandemia. Esta crisis civilizatoria nos orienta, entonces, a buscar inspiración en las experiencias históricas de la clase, a recuperar los brotes populares que estallan en diferentes países y a elaborar redes de información y de debate masivos (en los barrios, escuelas, fábricas, lugares de trabajo) y de organización que nos permitan prepararnos para una tarea difícil, pero urgente. Ya no hay parches posibles que puedan resolver los femicidios, la desigualdad, la crisis climática, la miseria y el desempleo masivo. Los costos de aferrarse a una civilización moribunda son mayores que pensar y construir una nueva forma de humanidad.

Trabajo y Sociedad, Núm. 35, 2020 214

1

   Doctora en Cs. Antropológicas. Becaria Posdoctoral CEIL-CONICET. Militante política de la Agrupación “Pariendo Una Nueva Sociedad” (Moreno).

2

   Este término fue acuñado por primera vez por el economista Alvin Hansen luego de la crisis de 1930 y fue recuperado por Larry Summers, ex secretario del Tesoro de los Estados Unidos, en el año 2014: Summers, Laurence H. (2014), “Reflections on the ‘New Secular Stagnation Hypothesis’”, en Coen Teulings y Richard Baldwin (eds.), Secular Stagnation: Facts, Causes, and Cures, cepr Press, Londres, pp. 27-40.

3

   En una nota en el diario El País, del año 2008, Stiglitz señala que: “la crisis de Wall Street es para el fundamentalismo del mercado lo que la caída del muro de Berlín fue para el comunismo: le dice al mundo que este modo de organización económica resulta insostenible. (...) Este momento es señal de que las declaraciones de liberalización del mercado financiero eran falsas.”

4

   Katz, Claudio. (17 de marzo de 2020) “El coronavirus sólo disparó el gatillo”. La Arena; Dellatorre, Raúl. (11 de marzo de 2020). “El sistema financiero mundial está a punto de explotar como una burbuja”. Página 12.

5

   Urien, Paula. (5 de agosto de 2018). “Pedido a los empresarios para entrenar a los más vulnerables”. La

Nación.

6

Caramelo, Pablo. (10 de mayo de 2020). “Coronavirus: se detuvo la rueda de la fortuna”. Página 12.

7

   Edgecliffe, Andrew. (26 de enero de 2020). “Davos 2020: ‘Pesimismo sin precedentes’ entre los ejecutivos”. El Cronista.

8

   Cantelmi, Marcelo. (15 de mayo de 2020). “Coronavirus, crisis o cuando las deudas vienen marchando”. Clarín.

9

   Segovia, Carlos. (4 de junio de 2020). “El Foro de Davos: ‘La crisis sanitaria revela que el sistema es insostenible y lleva a la polarización y disturbios”. El mundo.

10

Redacción.com. (12 de mayo de 2020). https://www.redaccion.com.ar/george-sorosesta-es-la-mayor-crisis-de-mi-vida/

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