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Trabajo y sociedad

versión On-line ISSN 1514-6871

Trab. soc. vol.21 no.35 Santiago del Estero dic. 2020

 

 

Tres pequeñas historias y una paradoja. Notas sobre relatos virtuales

 

Lucas RUBINICH1

Recibido: 26.05.2020 Aprobado: 12.06.2020

 

Situación de pandemia en la ciudad de Buenos Aires. Una cuarentena o aislamiento social preventivo y obligatorio quese extiende desde hace casi dos meses y medio. Suspendidas las clases presenciales y las tareas de investigación que requieran trabajo de campo, encuentros y debates virtuales en el mundo universitario, forman parte ahora de la vida cotidiana. Por supuesto también se intensifican las charlas y reuniones virtuales informales por distintas vías.Y allí, sobre todo en los encuentros informales, aparecen relatos de compañeros y amigos que desde distintos espacios de inserción social comparten alguna que otras experiencias sobre la pandemia que,por distintos motivos, imaginan, pueden ser merecedoras de atención. Varias de estas pequeñas historias relatadas las anoté, como hago habitualmente con lo que observo y/o escucho, en los cuadernos de campo; por las dudas, porque todo puede ser importante, por pura sensibilidad actualizadora casi pre reflexiva del oficio. Y como parte de ese hacer las vuelvo a repasar tratando de ver si dicen algo más que lo que a primera vista parece que dicen. Por supuesto, interrogándolas desde lo que en ese primer momento no es sino el esbozo de una pregunta irremediablemente informada por la teoría. Y luego de haber hecho ese repaso me pareció que tres de ellas permitían formular ese esbozo de pregunta sociológica, específicamente una pregunta por el sentido de situaciones en tanto visiones del mundo más amplias, surgidas desde distintos espacios sociales expresadas en formas de pararse frente a la pandemia. Los relatos de experiencias surgían en un contexto de relativa confianza en el que de algún modo se “veía” y corroboraba lo que el narrador estaba diciendo.

I.

La primera pequeña historia. El narrador, un ex estudiante, sociólogo que tiene una intensa actividad militante en poblaciones, en barrios del Gran Buenos Aires y de la ciudad de Buenos Aires conocidos como Villas Miserias. En tanto esa condición de implicado en la vida comunitaria de distintos espacios de esas características, este ex estudiante con quien de tanto en tanto charlamos para compartir experiencias y debatir sobre distintos aspectos de la política nacional, continúa trabajando-seguramente con más intensidad en este momento- en dos de esos barrios. Su trabajo militante ahora es tanto en tareas de prevención, como reforzando la organización en los comedores que intensificaron su actividad por el crecimiento significativo de los vecinos que concurren a ellos. En una de esas tareas de prevención en la que veían con preocupación las deficiencias organizativas en la distribución de alimentos que resultaba en el amontonamiento de personas cuando estos alimentos llegaban, colaboraba con ellos -con la organización ligada a un movimiento social- un médico joven que había llegado, ni recordaba exactamente cómo, en calidad de voluntario. “Tenía”, dijo mi estudiante, “una energía bárbara. Mucha voluntad”. Después de una tarde intensa de trabajo y con la sensación de que las condiciones de reticencia, de lentitud, de falta de dimensión de la gravedad del problema de algunos organismos de la ciudad iban a producir una situación que podía desbordarlos, se sentaron a descansar y charlaron un rato. Los dos con más o menos la misma edad, quizás un poco más de treinta años. En el diagnóstico de mi estudiante, el joven médico no tenía ninguna experiencia militante, tampoco entendía demasiado de política, pero la situación le había despertado hasta la emoción, una sensibilidad social que era sin lugar a dudas fuerte.

Estuvieron un rato callados y el médico rompió el silencio diciendo algo más o menos así: “Vos sos más canchero que yo en estas cosas, pero te digo, la medicina preventiva fundamental acá no es cosa de médicos. Si estas fueran viviendas dignas, con lo mínimo que tiene que tener una vivienda digna, y hay trabajo para parar la olla y un poco más, la crisis se afronta de otra manera. No, no es tarea de médicos. Tiene que haber un piso para hacer la tarea del médico. ¿No sé si me entendés?”, dice el narrador que dijo, “la salud pública no es solo tarea de los médicos”. El otro, militante, sociólogo, le respondió entusiasmado afirmativamente, y continuaron charlando. El muchacho no tenía un gran discurso sobre la salud pública, a juicio del narrador. “Lo que dijo al principio lo repetía una y otra vez, con tristeza y algo de desconcierto”. Como no tenía discurso sistemático y coherente de implicado en la bibliografía de salud pública o del militante social, mi estudiante, dijo que hizo lo que yo hago con todos, pero en este caso con la preocupación por dilucidar de dónde provenía esa sensibilidad por la salud pública en alguien que parecía desinteresado por otras cuestiones sociales y políticas: averiguar sobre distintos aspectos de su trayectoria social: profesión de los padres, colegio secundario y universidad en los que estudió. Y algo en medio de esa situación de informalidad, obtuvo. Residencia en zona norte, padres profesionales no médicos, buen nivel de ingresos familiar. Trabaja en un hospital provincial, es clínico médico, en su momento hizomuchas guardias, se especializa en clínica médica y tiene un consultorio con otros dos colegas. Un tío abuelo quién apenas conoció fue médico y quizás los relatos familiares cariñosos sobre esa figura tuvieron alguna influencia en la elección de su carrera. Nunca había hecho este tipo de experiencia hasta ahora, no creía en la política. Pero, insistió, ahora la situación ameritaba para que hiciese algo en la comunidad. Mi estudiante quería encontrar alguna otra cosa que la pandemia como elemento que influyese en su decisión de ir al barrio y entonces en algún momento preguntó, si él había cursado alguna materia de salud pública (estudió en la UBA) que lo hubiese sensibilizado. El médico dijo que quizás, pero que lo que realmente le llamó la atención fue cuando hace unos años asistió a la charla de un viejo médico (no recordaba el nombre) que habían iniciado una experiencia con una carrera de medicina en la Universidad de La Matanza. En la charla el médico que había estudiado en la UBA hacía muchos años, contó algo de lo que estaban haciendo en La Matanza, pero explicó muy bien, “con mejores palabras” dijo el joven médico, algo de lo que él quiso decir cuando dijo que la salud pública no era solo tarea de médicos”.“Me conmovió en su momento”, dijo, “porque creía muy firmemente en lo que decía y se entendía muy bien. Que no eran solo contar casos y preocuparse por los bichos sino las condiciones de vida. Lo que él decía era muy razonable, pero no era nada de lo que estaba ocurriendo en el presente, las cosas ahora no funcionan así. Él decía que no era difícil, se trataba de decisiones políticas”. El joven médico dice que pasaron varios años desde que ocurrió eso, y las necesidades de armarse una carrera y la vida cotidiana (se había casado hace pocos años, tenía un hijo pequeño), le hicieron no olvidar, pero, de hecho, dejar a un lado aquella charla. Sin embargo, luego de unos días de inicio de la cuarentena la recordó y pensó que tenía que hacer algo.

La experiencia de una carrera de medicina fuertemente enlazada con la comunidad tuvo lugar en la Universidad de La Matanza entre el año 2012 y el año 2015. Había un núcleo de por lo menos treinta profesionales de distintas generaciones muy comprometidos con un proyecto de medicina social, entre ellos algunas viejas médicas y médicos a los que los exilios desde 1966 en adelante los habían relacionado con diversas experiencias institucionales y nacionales, y contaban con un capital valioso en lo relativo a la medicina social. Los estudiantes empezaban sus prácticas en diversos centros comunitarios barriales trabajando con docentes que eran enfermeros, médicos, antropólogos y biólogos. Se los formaba unos meses antes para que lograran una buena inserción en la comunidad. La presencia en los barrios, la formación también a vecinos para que pudieran realizar algunas tareas en los centros de salud, el rescate de diversos aspectos de la medicina popular, la implicación activa en la comunidad, en fin, generaron que la experiencia llamase la atención, como se dice habitualmente, para mal y para bien. Quizás alguna incomodidad del Colegio médico del municipio, seguramente la desfinanciación inmediatamente asumido el gobierno de la asociación política Cambiemos, hicieron que se despidiese a los 30 docentes que eran ese núcleo fundamental, y el proyecto, tal como estaba en un principio se desmoronase. Conocía la experiencia porque mi amiga bióloga, especialista en medicina popular, Mariana Costaguta, era una de esos treinta profesionales desplazados. Ella formaba parte de la materia de segundo año que se llamaba Investigación para acciones en salud y que estaba conformada por médicos, biólogos, sanitaritas, epidemiólogos y profesionales de ciencia de la educación. Por supuesto, entonces, me comuniqué con ella para para que al menos hiciéramos el intento de reconocer de quien se trataba ese viejo médico que había despertado la sensibilidad del muchacho que se acercó a trabajar como voluntario a una de las villas de la ciudad de Buenos Aires. Lo más probable, me dijo, es que se tratase de Ricardo Gene quien fuera jefe de neumonología del Hospital de Clínicas durante varios años y que, jubilado, se incorporó a esa experiencia en La Matanza.

Hace unos días para finalizar estas notas me comuniqué nuevamente con el que fue el narrador de la experiencia de sensibilización del joven médico, y me dijo que el muchacho ya no venía al barrio, que se habían comunicado y le había contado con alguna turbación sus motivos. “Eran entendibles”, dijo el narrador, “tiene un hijo chico, su compañera le recriminaba el peligro que implicaba esa tarea... Yo lo entiendo“, volvió a insistir quien había narrado ese encuentro que dio lugar a mis notas. “Tenía desconfianza hacia la política, quizás hasta un poco de rechazo. Era muy sapo de otro pozo. Pero se lo veía buena persona. Sobre lo que dijo y lo que hizo, no tengo dudas de que fue sincero. Yo le creo. Así que, de todos modos, contá lo que te dije. Y probablemente”, afirmó con voz tranquila y comprensiva, dando por terminado el tema, “en algún momento vuelva a aparecer, o haga algo que tiene que ver con esa sensibilidad que se le despertó”.

II.

Segunda pequeña historia. El narrador es aquí un amigo que además de haber estudiado ciencia política es dueño(y gerente), junto con dos hermanos, de una PYME dedicada a la fabricación y venta de zapatos para mujer. Los espacios concretos de la empresa son la sede de la fábrica, donde además están las oficinas administrativas, y una serie de locales repartidos por lugares claves de la ciudad de Buenos Aires. Entre el personal obrero y administrativo de la fábrica y los empleados de los locales suman aproximadamente 274 personas. El relato aquí tiene que ver con la forma de afrontar la situación ante obreros y empleados. El primer tramo del aislamiento social preventivo y obligatorio correspondió a la mitad del mes de marzo ya que ellos decidieron cumplir inmediatamente con la propuesta del Ministerio de Salud eximiendo a los trabajadores de concurrir a sus tareas habituales. Cuenta mi amigo que reunido con sus hermanos decidieron que, aunque se trabajó solo 15 días, pagar el total del mes. El mes siguiente con absoluta incertidumbre sobre el futuro, sin ventas, con stock acumulado, acordaron con lo que era la propuesta de los sindicatos de pagar una asignación no remunerativa equivalente al 70 % del salario bruto y probablemente en ese contexto tuviesen disponibilidad de pagar quizás uno o dos meses más ese 70%.En tanto, hicieron la presentación correspondiente al Programa de asistencia técnica para el trabajo y la producción, implementado por el gobierno nacional, y accedieron al beneficio con respecto a los haberes del mes de abril y mayo. Entonces decidieron absorber solo una parte de esa ayuda económica, e integrar el 50% del salario neto restando, de manera tal que todo el personal incluido en el convenio colectivo percibió el 100% de su salario neto del mes de abril.

La pregunta sobre la racionalidad de esas acciones era bien pertinente, ya que con ese beneficio incluido estaban dadas las condiciones con acuerdo sindical para pagar solo el 70 %, y probablemente ese resto podía ser un resguardo o quizás la posibilidad de invertir-especular- con algún recurso del mundo financiero. Más o menos así formulé la pregunta a mi interlocutor, en este caso vía telefónica. “Si”, me dijo, “apareció como una cuestión retórica, pero el tema fue saldado inmediatamente”. Parece que el hermano mayor, dijo algo así como que no sabían que es lo que iba a pasar en un par de meses y que ellos están todos los días con la gente, así que se hace de esa manera y después se ve. Cerrada la cuestión.

La decisión por supuesto puede leerse como una decisión racional que contempla al grupo de trabajo con el que no existen mediaciones. Todos están en el mismo galpón y vienen a trabajar en épocas normales todos los días hábiles. Se ven las caras, se cruzan. No se trata de generales con un ejército diversificado que pueden sacrificar un batallón, en pos de objetivos estratégicos. Hay un solo batallón y todos forman parte de él. No es una corporación que en el juego del capital financiero puede hacer una inversión productiva y al no ser rentable trasladar esa inversión a otro rubro o a la pura lógica financiera. Claro, así son las PYMES, se dirá, pero es cierto también que la cultura de época impregnó a PYMES que en los años noventa acompañaron políticas que las sepultaron, y que la cultura de la salvación individual hizo que en distintos momentos de crisis de estas tres décadas ultimas a veces se abandonara el barco sin considerar una estrategia de pelea. El mundo del “No hay alternativa” de la frase atribuida a Margaret Thatcher, se expandía como una mancha de aceite por distintos espacios del mundo social y poseía una efectiva materialidad que no lo hacía subestimable.

Es por esto que esa apuesta tiene la racionalidad del interés por mantener una cohesión confiando en que como dice el Martín Fierro, “no hay tiempo que no se acabe, ni tiento que no se corte”. Pero realmente no se agrietaría demasiado la cohesión si se pagase solo el 70%. Hay un plus extemporáneo en ese gesto que quizás, sea explicable por un tipo de cultura patronal no extraña a muchas PYMES: en los dueños, y claramente en la generación anterior, hay una cultura obrera que los incluye. Una cultura obrera integrada de pequeños establecimientos que tuvo fuerza en los años cincuenta, en los sesenta que siguió pesando en los setenta y que debilitada y fragmentada sobrevivió en los ochenta. Hay sobrevivientes de esas crisis, pero es difícil ya luego del 2001 encontrar esa cultura en su forma productiva.Quizás haya solo residuos de ella y este gesto sea efectivamente un gesto residual.

La pregunta entonces tiene que ver con la historia de esa experiencia PYME y como la vivieron los creadores, la generación anterior y sus herederos. Más concretamente, esas trayectorias dicen por lo menos algo de cómo se va conformando una mochila ya no de elementos conscientes, sino un conjunto de disposiciones que habilitan a actuar de una u otra manera frente a distintas situaciones. Es muy importante saber que ambos padres de los dueños eran obreros del calzado, que trabajaron a destajo, para conseguir ese resto que les permitió armar un taller y luego la fábrica. Conocían el oficio y trabajaban, cuando el negocio iba creciendo, mano a mano con los otros obreros. Particularmente había en el fundador, gestos exagerados, cuando la empresa había crecido, para demostrar a los otros que lo conocían de los inicios que no había cambiado. Si era solidario como obrero, lo sería como patrón. Y entonces, por ejemplo, luego de que acompañara a su casa a uno de los viejos obreros y viera que en su casa del Gran Buenos Aires el piso era de tierra, al día siguiente apareció con un camión con materiales y obreros para subsanar eso que entendía no podía ocurrir. Y cuentan que tenía una particular atención por los dientes deteriorados de los trabajadores, porque, aunque quizás no pudiese explicar las causas de su comportamiento, esos signos se intuían como un indicador brutal de pobreza preperonista. Entonces por encima de la atención sindical, había contratado más o menos informalmente aun odontólogo de barrio para que no existiese en el taller aquello que era visto como un destello de molesta indignidad. Y seguramente habrá habido conflictos porque los hay en las relaciones laborales y pueden ser fuertes en espacios pequeños, pero esos gestos exagerados que eran un modo de reafirmar su historia de vida, existieron, y seguramente significaron, en el taller e irremediablemente en las disposiciones internalizadas de los herederos. Quizás no haya un indicador más contundente de esa historia obrera valorizadora de la cultura del trabajo y si se quiere, del trabajo manual dándole sentido a la vida, que la pregunta retórica que la madre de los actuales dueños le hizo a mi amigo cuando hace apenas unos meses pasaban por puerto madero. La señora, con toda la gestualidad de la herencia italiana, miró imponentes edificios de oficinas uno al lado del otro y dijo: “qué mundo, ¿no?... oficinas y oficinas. Oficinas solas, ¿y dónde están las fábricas?

III.

Tercera pequeña historia. Esta es una historia más pequeña todavía porque ocurre en el break inesperado de una reunión virtual entre un consultor con quien compartimos hace años una serie de actividades en el mundo profesional, que es quien me la relata lo ocurrido, y un grupo de jóvenes con cargos gerenciales en una empresa multinacional argentina para la que mi ex compañero y su socio hacen trabajos de manera habitual. La reunión era para discutir una propuesta que ellos habían presentado ante un requerimiento de un sector de la empresa y que los acontecimientos habían impedido concretar. “Siempre trabajamos bien con ellos”, dijo este consultor que es sociólogo y economista. “Cuentas claras. Nosotros trabajamos bien, ellos quedan conformes y eso hace nuestra relación bastante sostenida. Uno de ellos dijo, es un flaco muy inteligente, que es joven, pero trabajó como cinco años en Londres y con ese trabajo también tuvo oficinas en Nueva Yok. Es rápido y hace bromas con nosotros por lo de sociología de la UBA. Llegaron, los zurdos dice, pero en broma, tiene en realidad muy buena onda. Y mi socio le gusta actuar su papel de izquierdista con él. El otro sabe que mi socio actúa, pero por las dudas siempre contesta en serio, muy convencido. Y si mi socio creyese lo que dice, a veces esas respuestas resultarían hirientes. Son contundentes, claras, van al punto y realmente piensa lo que dice. En estos días de cuarentena, en esa reunión, en ese momento de descanso en que otro interlocutor importante tuvo que atender otra comunicación se reeditaron las bromas de mi socio como en las reuniones presenciales”.

-Che, eso de suspender y echar gente en medio de la cuarentena es poco humanitario de parte de Uds. ¿No?

El interpelado puso cara de pícaro incentivado en su picaresca, se acercó a la cámara hasta lograr un primerísimo plano y contestó: “Vos sabés mejor que yo la cantidad de gente que vive de nuestras empresas. Sabés quela complejidad de estos negocios no admiten fallas, porque una falla puede afectar al conjunto. La pérdida de rentabilidad es un problema, y la pérdida de rentabilidad por una causa humanitaria como decís vos, en un espacio dedicado a lograr rentabilidad es un doble problema. Es algo que no está en su lugar, no corresponde. Nosotros tenemos nuestros espacios que se ocupan de ejercer la responsabilidad social empresaria en distintas áreas. Ya está, no hay imprevistos allí. Está dedicado a eso. Tu problema es creer que una empresa puede comportarse como una ONg de ayuda social. Acá el que se descuida pierde. Y de lo que se trata aquí es de ganar. ¿Porqué no te ponés una ONG si te preocupan estas cosas? Dale, si la hacés eficiente, yo te la financio”

“No reímos todos”, dijo mi ex compañero,” la reunión continuó y los resultados fueron buenos para nosotros. El habla así con nosotros y le gusta porque no debe tener a nadie en todo su entorno que le diga eso. Y le gusta que mi socio lo provoque. El cree en lo que dice. Cuando fue la reforma del sistema previsional que hubo un lío en el congreso parece que un economista de cambiemos dijo en una reunión informal que si el tipo llegaba a los 70 años con una jubilación de 15000 pesos era sencillamente un fracasado. Mi socio le dijo que opinás de eso y el otro contestó: -Si lo dijo en público es un pelotudo, pero básicamente es así.”

Algunos hilos

Con algunos hilos puede que sea difícil hacer una red, pero, por algo se empieza. Y alguna forma se le puede ir dando. Las tres escenas de estas notas sueltas ocurren en el presente, en el momento de esta larga cuarentena en el marco de una pandemiabien singular. Sin embargo, las dos primeras son deudoras de maneras de pararse frente al mundo que tuvieron productividad cultural en momentos anteriores. Productividad cultural en el sentido que no se trata de ideas etéreas, sino que son visiones del mundo expresadas en prácticas, en instituciones, en maneras de actuar que si son predominantes pueden nombrarse como fuertes. La vieja y elemental idea de cosa pública como cosa del pueblo, la comunidad, el bien común, pero hecha práctica concreta, leyes, instituciones. El joven médico sensibilizado de la primera pequeña historia se sensibiliza por la situación de pandemia, pero lo que habilita esa sensibilización es la experiencia de un viejo médico militante de la medicina social que estaba participando de una experiencia donde la salud como cosa del pueblo se hacía práctica concreta, desde una institución que además de productora de conocimiento es formadora. Los nuevos vientos predominantes hicieron desmoronar esa experiencia. Porque los vientos predominantes se mueven clara y contundentemente en otra dirección, y con una fuerza poderosa como la que poseen las que se llaman culturas de época.

La noción de igualdad expresada en la alta valorización de la condición obrera presente en los comportamientos de la segunda pequeña historia, tuvo su realización poderosa durante el primer peronismo, pero siguió con idas y vueltas manifestándose claramente hasta, si se quiere 1975 en términos puntualmente económicos o, para ser más preciso en términos procesuales, hasta la dictadura militar. Pero es obvio, que tradiciones tan fuertes no se erradican, y que pese a la década del noventa, se siguen manifestando en distinto tipo de prácticas de organizaciones obreras, en movimientos sociales, en algunas pequeñas empresas, en la vida cotidiana, pero sin lugar a dudas ocupan un lugar secundario. Y algunas un lugar directamente residual. El mundo predominante es el de la tercera pequeña historia

Hay ocasiones en que bastan un par de minutos para expresar toda una visión del mundo. Un mundo predominante en el que impera el darwinismo moral, el culto al winner, en el que la norma de todas las prácticas es la lucha de todos contra todos y el cinismo. Ese mundo de ganadores y perdedores, por cuestiones ideológicas y por habilitaciones estructurales, tira al tacho de la basura la noción de cosa pública, y considera un arcaísmo la sobrevivencia de instituciones colectivas que puedan obstaculizar la lógica de la institución fundamental que es el mercado. Instituciones de previsión social, de salud pública, de educación pública, negocios administrados por el estado, son la vieja época, un enemigo a aniquilar.

La paradoja de la sobrevivencia de estas instituciones dela vieja época es que en su accionar defensivo se convierten al decir del sociólogo Pierre Bourdieu, “en las reservas del capital social que protegen a una parte del orden social actual de la caída en la anomia”. Y aclarará inmediatamente debatiendo entre su condición de analista y su mirada político cultural. “Capital que, si no es renovado y reproducido, está condenado a la extinción, pero cuyo agotamiento no es inminente”(Bourdieu, 1999).

Porque efectivamente son fuerzas de conservación, pero también lo son de resistencia al nuevo orden. Y Bourdieu sostiene “pueden llegar a ser fuerzas subversivas”. Porque claro, las tradiciones por las que se siente empatía, o son respetadas literalmente y entonces cosificadas, o se las reinventa. No hay término medio. En la posibilidad de reinvención está su potencialidad. Estas notas que entrelazan apenas unos hilos me ayudan a pensar. Quizás en otro momento pueda escribir algo a partir de ellas.

Referencias

Bourdieu, Pierre, 1999. El neoliberalismo, utopía (en vías de realización) de una explotación ilimitada, en Contrafuegos, Barcelona, Anagrama

Trabajo y Sociedad, Núm. 35, 2020

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Profesor Titular de Sociología General. Ex Director de la Carrera de Sociología de la UBA 2004-2010. Investigador en el Instituto Gino Germani. Director de la revista Apuntes de Investigación del CECYP. Correo: lucasrubinich@gmail.com

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