Sumario
1. Introducción; 2. Sobre la segmentación en la conformación de los mercados de trabajo agropecuarios; 3. La fruta fina y el trabajo en la Comarca Andina del Paralelo 42; 4. La ocupación de mujeres; 5. Las barreras de la edad y la potencialidad de los jóvenes; 6. La incorporación reciente de trabajadores migrantes; 7. Interseccionalidades y nuevas desigualdades; 8. Reflexiones finales; Agradecimientos; 10. Bibliografía y fuentes
1. Introducción
En Argentina, los mercados de trabajo han mostrado históricamente una fuerte heterogeneidad vinculada al entramado productivo (Beccaria y Maurizio, 2017). Desde mediados del 2000 existieron avances en materia de empleo, producto tanto de la capacidad ociosa como de las políticas laborales, que posibilitaron ciertas mejoras en cobertura previsional y distribución de las remuneraciones. No obstante, no han logrado modificar el carácter estructural de la informalidad laboral, la precarización y subocupación (Beccaria y Maurizio, 2017; Arakaki, Graña, Kennedy y Sánchez, 2018).
En particular, en el agro desde la década de 1990 se viene consolidando un proceso de reestructuración y desregulación de los mercados, que generó una caída de la población económicamente activa (PEA) agropecuaria (Aparicio, 2005; Neiman, 2010), representando en el año 2010 un 6% de la PEA total (INDEC, 2010).
En las actividades de exportación, el proceso de globalización, las transformaciones en los sistemas agroalimentarios y el crecimiento de las normativas y certificaciones sobre inocuidad y calidad llevaron a muchas empresas a adoptar esquemas de trabajo flexibles, que les permitieran reducir los costos y controlar salarios, a los fines de incrementar su competitividad internacional. A la par de ello, otros factores a mencionar son, el incremento de la tercerización laboral, la mecanización de algunas actividades (Ortiz, Aparicio y Tadeo, 2013) y la disminución de los costos de transacción a partir de la contratación de trabajadores “locales” (Aparicio y Benencia, 2016).
En el caso de la fruticultura, se destaca el crecimiento productivo y la expansión como economía no tradicional en diversas regiones del país. En la misma se observa mayores niveles de tecnificación e incorporación de certificaciones que garantizan buenas prácticas agrícolas. Sin embargo, estos cambios no se traducen en una mejora en la calidad del empleo de los trabajadores quienes continúan con salarios bajos y pagos a destajo (Mastrángelo y Tripin, 2009; Rau, 2010), excepto en los puestos vinculados a la gerencialización.
En este contexto, la segmentación de los mercados de trabajo se presenta como un fenómeno que sucede en distintas ramas de la economía y que, en el ámbito agropecuario, se relaciona con la temporalidad en los requerimientos de mano de obra y los tipos de calificaciones demandadas (Klein, 1985; Piñeiro, 2008; Neiman, 2017). Por ello, los empleadores adoptan distintas estrategias, como la contratación de trabajadores de grupos poblacionales específicos, entre ellos migrantes, mujeres y jóvenes (niños1 y adolescentes). A cada uno, le asignan calificaciones específicas que hacen que los consideren apropiados o con mejores aptitudes para la realización de las tareas que demandan. Sin embargo, diversos estudios a nivel internacional y nacional muestran que la ocupación de estos trabajadores se produce en condiciones diferenciales en tanto a tareas, modos de empleo y salarios2 (Reich, Gordon y Edwards, 1973; Pries, 2000; Fernández Huerga, 2010). Las investigaciones desde esta perspectiva se han enfocado en alguno de los segmentos, mostrando las desigualdades que se generan para dichos grupos poblacionales, empero la mayoría no ha considerado la coexistencia e interacción entre los grupos en su ocupación en un determinado mercado de trabajo.
Este artículo busca realizar un análisis situado de un mercado de trabajo, donde se identifique cómo se ponen en juego diferentes procesos de segmentación, cuáles son las características de contratación de los grupos de población y cómo se producen interacciones entre dichas segmentaciones. En este sentido, se pretende observar si la constitución de estos segmentos se presenta de forma individual y aislada y/o se producen varias segmentaciones en función de determinados puestos y calificaciones asignadas a los trabajadores3.
Para ello, se ha tomado como caso de estudio el mercado de trabajo de la fruta fina4 en la Comarca Andina del Paralelo 42, en las provincias de Chubut y Río Negro, Patagonia Argentina (Mapa 1). El consumo de frutas finas se encuentra en expansión a nivel mundial y nacional ligado a la valoración de sus propiedades antioxidantes y nutraceúticas (Gómez Riera, Bruzone y Kirschbaum, 2014). La Comarca es la principal zona productora del país de frambuesas y moras, concentrando más del 70% de la superficie cultivada a nivel nacional. Sin embargo, a diferencia de otras áreas frutícolas, su destino es, en su mayoría, el mercado interno donde se vincula con la actividad turística y la identidad regional (Ejarque, 2019). Esto le otorga ciertas particularidades al mercado de trabajo ligado a esta actividad que resultan interesantes de analizar a fin de profundizar el conocimiento en las dinámicas laborales en torno a la fruticultura, siendo además un caso poco analizado, con excepción de algunas caracterizaciones generales realizadas por Cobelo y Echagüe (2007) y Mariño (2008)5.
Dada la complejidad de los mercados de trabajo, los múltiples factores que condicionan su conformación (Aparicio y Benencia, 2016) y las limitantes de las estadísticas públicas para captar las particularidades de los trabajos agropecuarios y sus trabajadores (Aguilera, Crovetto y Ejarque, 2015), en la investigación se ha trabajado con diversas fuentes de datos, tanto primarias como secundarias. Por un lado, se utilizaron estadísticas públicas elaboradas por diversos organismos del Estado e investigaciones precedentes para la caracterización de la zona de estudio y del mercado de trabajo. Por otro, y especialmente para comprender los distintos procesos de segmentación existentes, se trabajó con los estudios antecedentes mencionados en el párrafo anterior y se realizaron tres entrevistas grupales a pequeños productores y ocho entrevistas a técnicos, productores y trabajadores de frutas finas entre 2014 y 2016 (mayores detalles se encuentran en un listado anexo al final). En ellas, se indagó acerca de las tareas y momentos del año en que se contratan trabajadores, las características sociodemográficas de los ocupados, las formas de contratación y las condiciones de trabajo.
Este artículo presenta en primer lugar una breve exposición de los aportes de los enfoques de la segmentación para el análisis de los mercados de trabajo y una caracterización del caso de estudio. Luego, examina la ocupación de mujeres, niños, adolescentes y jóvenes y la reciente incorporación de asalariados migrantes internos.6 Por último, explora las intersecciones de esas segmentaciones, para cerrar con algunas reflexiones finales sobre las conclusiones de este estudio de caso que pueden servir de referencia para investigaciones en otras áreas y posibles líneas de investigación con las cuales profundizar el análisis de este mercado de trabajo.
2. Sobre la segmentación en la conformación de los mercados de trabajo agropecuarios
Contraponiéndose a los enfoques economicistas, diversas teorías sociológicas aseguraron que en la distribución de los trabajadores entre los distintos trabajos inciden diferentes factores, como las reglas que regulan el empleo, la movilidad, las capacitaciones, los salarios y otros beneficios (Kallenberg y Sorensen, 1979). Bajo este marco, en esta investigación se entiende a los mercados de trabajo como construcciones sociales donde las normativas legales, la acción del Estado y las organizaciones sindicales, las normas sociales y las historias de cada lugar asignan especificidades a cada uno de ellos (Aparicio y Benencia, 2016). Así, en un proceso histórico, los agentes sociales y las condiciones políticas fomentan una división donde “los grupos menos favorecidos no pueden entrar a las empresas con mejores salarios o están limitados a ciertas tareas dentro de la empresa (...) las remuneraciones se hallan atadas a la condición social del trabajador y no a su productividad” (Piñeiro, 2008: 62). Esta división o segmentación, para algunos autores, genera la conformación de un “mercado primario” en el que se ocupan trabajadores permanentes, con salarios fijos y acceso a la seguridad social; y uno “secundario”, con trabajos transitorios y de temporada, salarios a destajo, inseguridad laboral y épocas de desempleo o subempleo. Reich et al. (1974) sostenían que dentro del primario existe una división entre trabajadores subordinados (con tareas rutinarias, que fomentan disciplinamiento, cumplimiento de reglas y objetivos de las empresas) e independientes (donde se necesita y estimula la creatividad, iniciativa, resolución de problemas, estimulando la motivación y el premio individual).
Esta visión dual y estratificada fue cuestionada por su incapacidad para explicar la complejidad del funcionamiento de los mercados de trabajo (Alós Moner, 2008). Estas críticas dieron origen a posturas que encuentran que los segmentos pueden ser múltiples y constituirse de forma horizontal, vertical o de jerarquía de ocupaciones, basadas en diferencias sociales o jurídicas que tienden a justificar salarios más bajos y/o peores condiciones de trabajo.
En ese sentido, en esta investigación se retoma la mirada de nuevas generaciones de investigadores que buscan reincorporar la multicausalidad, el rol de las instituciones y el Estado y el carácter situado de los mercados de trabajo para comprender los procesos de segmentación (Sifuentes Ocegueda, 2016). El carácter situado, considerando los aportes de Peck (1996), implica observar que su constitución es producto de un resultado complejo de variados procesos sociales que se entrecruzan en un determinado espacio geográfico, donde intervienen “estructuras subyacentes generativas (por ejemplo, en relación con clase, género y raza) interactúan en espacio y tiempo” (Sifuentes Ocegueda, 2016: 41). Entonces, se reconoce, siguiendo a Fernández- Huerga (2010), que las relaciones laborales dependen de un conjunto de instituciones entretejidas donde los procesos de asignación de puestos y salarios están guiados también por mecanismos institucionales. Asimismo, siguiendo a Fernández Massi (2014), es posible articular las miradas de la segmentación con las de la precarización, ya que ésta afecta de forma diferente a los distintos segmentos.
En el ámbito agropecuario, se incorporan los aportes de Rau (2006) los cuales evidencian que algunas investigaciones fundacionales de la segmentación tuvieron a los trabajadores agropecuarios como protagonistas. El sociólogo, en ese mismo artículo, también sostuvo que, en torno a las actividades del agro, persiste la reproducción de tradiciones, costumbres y normas consuetudinarias para regular las interacciones sociales. Por ello, un abordaje demográfico, territorial e histórico posibilita identificar el tipo o los tipos de poblaciones y los modos en que se desempeñan en un mercado de trabajo. Si se complementa este abordaje con la perspectiva de la interseccionalidad, es posible no solo “dar voz” a grupos que han sido históricamente invisibilizados en el trabajo agrario, sino también comprender cómo sus experiencias de trabajo se ven atravesadas por sistemas de clasificación y relaciones de poder que las estructuran (Magliano, 2015).
3. La fruta fina y el trabajo en la Comarca Andina del Paralelo 42
La Comarca Andina del Paralelo 42 se localiza en un valle de área montañosa, boscosa con clima frío y abundantes lluvias concentradas entre el otoño y el invierno (900 milímetros anuales en promedio). Incluye las áreas circundantes a las localidades de El Bolsón (Río Negro), Lago Puelo, El Hoyo y Epuyén (Chubut), donde, según el análisis realizado por Bondel (2008), se desarrollan diversas formas de movilidades cotidianas7.
Según los últimos datos, en la Comarca residen alrededor de 30000 personas (INDEC, 2010), aunque este número debe ser superior dado el mantenimiento de asentamiento de población que se reconoce en el área según diferentes estudios antecedentes (por ejemplo, el del Instituto Interamericano de Cooperación para la Agricultura, 2013) e informantes clave. En esta área, existe un importante peso de la residencia rural, inclusive entre trabajadores no agropecuarios (Ejarque y Di Paolo, en prensa). Según Bondel (2008), muchos de los nuevos pobladores llegan impulsados y se instalan en el “espacio rural” por su valoración positiva en términos de calidad de vida. Producto también de las nuevas inversiones inmobiliarias-turísticas, el área ha comenzado a mostrar dificultades en la provisión de agua y otros servicios para las chacras dedicadas a la fruta fina.
El cultivo de frutas finas es una importante actividad económica, no solo por sus aportes en la producción primaria y secundaria (industria de dulces, mermeladas, licores, entre otros productos), sino también por su vínculo con el turismo que llega a la zona (Madariaga, 2009; Crespo y Tozzini, 2009).
La producción de frutas finas comenzó a mediados del siglo XX en la zona, para la comercialización local y regional. La introducción estuvo ligada al trabajo de “criollos” en lo que respecta a cerezas, guindas, rosa mosqueta y mora; y de migrantes europeos en cuanto al cassis y el corinto (Cobelo y Echagüe, 2007). Algunas variedades de estas frutas crecían de forma silvestre en la zona, pero con la explotación comercial, fueron reemplazadas por tipos provenientes de otras latitudes. En estas épocas, se asume que las producciones eran de carácter familiar, con una fuerte importancia para el autoconsumo y para la comercialización en la misma región.
Actualmente, existen aproximadamente 200 hectáreas cultivadas (Mariño, 2008) con frambuesas, frutillas, cerezas y, en menor medida, otros berries (Álvarez Buquet, Arévalo, Prego y Walpert, 2016). La Comarca es la principal zona productora del país de frambuesas y moras. Concentra más del 70% de la superficie cultivada a nivel nacional, cuyo destino es, en su mayoría, el mercado interno. En cuanto al consumo en fresco, las frutas se comercializan en un mercado “local”, destinado a turistas que se encuentran en la zona para visitar los paisajes naturales y que se acercan a los establecimientos agropecuarios para el consumo (Ejarque, 2019).8 La demanda de estos berries muestra una tendencia creciente que todavía hoy, para la industria, se encuentra insatisfecha (Kirschbaum y Del Valle Ruiz, 2017; Ejarque, 2019).
La mayoría de los establecimientos que las cultivan son de productores pequeños (menos de una hectárea) y medianos (entre 1 y 5 hectáreas); y existen cuatro empresas con más de 20 hectáreas (entrevista 15, técnico, El Hoyo, febrero de 2016). Especialmente entre los pequeños productores, la producción de frutas finas suele ser complementada en el mismo predio con hortalizas, frutas de pepita, lúpulo y emprendimientos de agro-turismo (Madariaga, 2009).9 La estructura productiva actual muestra una clara estratificación de los productores en función de la cantidad de hectáreas de producción, el capital, la tecnología disponible y, como se verá en el artículo, la cantidad, origen y otras características de la mano de obra empleada. Estas características también configuran escenarios diferentes según el estrato de productor respecto a la comercialización de los productos y a sus formas de organización (Aiani y Ejarque, 2018).
Si bien es difícil tener un cálculo preciso de la cantidad de trabajadores ocupados en cada ciclo anual10, se estima que esta producción ocupa en la zona entre 100 y 130 trabajadores permanentes para el manejo de los cultivos11; y más de 43.000 jornales anuales en trabajadores transitorios, principalmente para la cosecha. Esta última tarea es la más demandante y, exceptuando aquellos que cultivan menos de media hectárea, todos los productores requieren contratar empleados, debido a la alta perecibilidad de las frutas. Mariño (2008) señala que se necesitan en la zona, en promedio 406 cosecheros por quincena, aunque este número varía a lo largo de la temporada (Gráfico 1).
La organización del trabajo durante la cosecha depende, por un lado, de la estacionalidad de las especies y variedades producidas en cada establecimiento. Aquellas que tienen doble floración (y consecuentemente dos cosechas anuales, una a principio y otra a finales del verano) permiten extender la temporada y escalonar la tarea. Por otro lado, del destino de la fruta: las ventas individuales y para mercados exigentes necesitan la clasificación in-situ, reduciendo la productividad e incrementando la cantidad de trabajadores demandados (Cobelo y Echagüe, 2007). Un cosechero puede trabajar en varias chacras, tanto del área chubutense como de la rionegrina, durante la temporada y es frecuente que se establezcan acuerdos entre los productores para “compartir” a un trabajador. Según un técnico del INTA “ya se ha socializado que hay un grupo de cosecheros que se dedican a este tipo de frutas. A ellos también les conviene porque saben que tienen cuatro o cinco meses de trabajo asegurado. No vienen a la cosecha de la manzana o de uva, que son 15 días, sino que arrancan desde noviembre y se quedan toda la temporada de verano hasta abril” (El Patagónico, 29/01/17).
Para desarrollar la cosecha, los trabajadores van a las zonas de chacra en transporte propio (auto, bicicleta o a pie, según la distancia) pero muchos productores mencionaron la necesidad de tener que ir a buscarlos en sus vehículos para que vayan a la cosecha. Como se verá luego, esta situación cambia entre los migrantes y los “locales”.
El resto del año- cuando se realiza el desmalezado, poda, fertilización, mantenimiento del riego y atado de plantas- se reduce la ocupación de transitorios. Según el tipo de productor, estas tareas pueden ser realizadas por ellos y sus familias (aunque algunos priorizan sus trabajos extraprediales y optan por la contratación de personal), o contratando mano de obra. Los cosecheros que residen en la zona y que no se ocupan en estas labores, completan su ciclo ocupacional con otras changas en el agro, como la recolección de mosqueta, nueces y hongos, o en tareas “urbanas” de la construcción o contrataciones temporarias para el Estado.
La forma de pago depende del tipo de contratación: en la cosecha, cobran a destajo (según la cantidad de producto obtenido) y se paga generalmente al final de la semana; por las labores culturales cobran por día, en cada jornada; y los permanentes, tienen un salario fijo y pago mensual. Para los temporarios, especialmente cosecheros, existe desde 2014 un precio de referencia para el pago a destajo, a partir de un acuerdo salarial donde participan el sindicato Unión Argentina de Trabajadores Rurales y Estibadores (UATRE), referentes de asociaciones de productores (por ejemplo, las de El Hoyo y Lago Puelo) y la Secretaría de Trabajo de la provincia de Chubut, quien lo homologa12. Se establece en una reunión donde también intervienen autoridades de los municipios y personal del INTA, ya que el número se negocia a partir de lo surgido en el taller de costos que realiza todos los noviembres dicho organismo técnico para calcular cuánto cuesta producir un kilo de fruta. El acuerdo firmado tendría alcance para todos los empleadores de trabajadores de la fruta fina en Chubut, especialmente en la Comarca Andina, pero también sirve de orientación para la zona rionegrina de la Comarca.13
Los productores han afirmado que existen dificultades para conseguir cosecheros por la competencia con otras actividades económicas que se realizan en el mismo momento del año, como la construcción (es una zona fría y húmeda, donde no todo el año se pueden levantar obras) y el turismo14. También se han desarrollado pruebas para la mecanización de la tarea (existe maquinaria que ya se usa en Chile y Polonia), pero su implementación está condicionada al tamaño de los predios, cambios en las formas de las plantaciones (Clúster Norpatagónico de Frutas Finas, 2013) y, según algunos entrevistados, al mercado al que se destine la fruta (solo serían adecuadas para cuando se destinan a la industria). En 2008 esta situación se volvió tan relevante para los productores comarqueños que se conformó, a través del Foro de la Fruta Fina, un equipo de trabajo para evaluar el estado de situación15.
Entrevistada: La construcción empezó a tomar mucha mano de obra, se pagaba mejor que la cosecha, en invierno…
Entrevistadora: …Y compiten en tiempo.
Entrevistada: Y compiten en tiempo. Porque en invierno no se puede construir mucho porque tenés helada, lluvia, mal clima, entonces a partir de septiembre se puede construir. Y estos, y competía con la misma mano de obra de la cosecha. Entonces empezó a faltarte mano de obra de cosecha. (Entrevista 14, técnica, El Bolsón, febrero 2016)
Como se observa el trabajo de la fruta fina es complejo y se ocupan distintos tipos de trabajadores. Además de la distinción ya mencionada entre temporales y permanentes, la investigación ha permitido comprender que en él operan diversos procesos de segmentación según el género, la edad y el origen-lugar de residencia de estos trabajadores. Estos generan desigualdades, especialmente en las posibilidades de acceso a determinados puestos, pero a la vez son grupos a los que se les asignan calificaciones particulares que motivan su contratación.
4. La ocupación de mujeres
Los estudios sobre segmentación de género comprenden al mercado de trabajo como una organización generizada, segmentada a partir de la feminización y masculinización de los puestos de trabajo, constituyéndose las diferencias percibidas entre los géneros en relaciones de poder (Vázquez Laba, 2007). En este sentido, indagan la relación entre los procesos de construcción social del género, la división sexual del trabajo (particularmente la inserción y participación de mujeres en el ámbito productivo), considerando qué acciones, formas de trabajo, control y explotación de las/os trabajadoras/es se modelan según la distinción masculino/femenino (Acker, 2000).16
En el mercado de trabajo de la fruta fina de la Comarca Andina, se observan diferentes inserciones laborales de las mujeres. Varían los puestos a los que acceden, la estabilidad laboral y las calificaciones reconocidas de acuerdo con la estructura productiva y la estacionalidad de la producción.
Las mujeres pueden insertarse como productoras; mano de obra o autoempleo familiar, fundamentalmente en los establecimientos productivos más pequeños; y como asalariadas, principalmente en los estratos de mayor tamaño.
Entre las asalariadas, es posible distinguir entre permanentes y temporarias. Las primeras realizan labores culturales, particularmente las tareas de poda fina, atado, espalderas y fertilización; las segundas se emplean en la cosecha. Para ello se contratan mujeres locales y migrantes. En el primer caso, es pertinente destacar, la coincidencia temporal entre los meses de cosecha y el período de receso escolar de los niños/hijos; que posibilita que las mujeres actúen como reservorio de mano de obra disponible pasible de incorporarse al mercado de trabajo para dicha tarea. Cuando contratan mano de obra migrante (en estratos de productores grandes) se destaca la inserción de algunas mujeres como cocineras.
La contratación de mujeres cosecheras es valorada positivamente: se les atribuyen y reconocen calificaciones como la delicadeza, prolijidad, responsabilidad y organización. “(…) tienen las manos más chicas, más delicadas” (Entrevista a productor, El Bolsón, febrero 2016). “Lo que es atado es un trabajo que la mujer, en la realidad, lo hace mucho más rápido y mejor que el hombre, es más prolijo” (Entrevista 16, encargado comercial, Lago Puelo, febrero 2016). “En general, puede ser que la mujer sea más responsable que el hombre para trabajos” (Entrevista 15, técnico, El Hoyo, febrero 2016). Estos sentidos pueden verse reflejados en un ejemplo puntual: los resultados del Primer Concurso de Cosecheros en el 2017. Allí, a través de un jurado integrado por representantes de diferentes organismos técnicos, científicos y gubernamentales locales que tuvo como criterios la combinación de rendimiento y calidad de la cosecha realizada, se eligió a dos mujeres en los segundos y los terceros puestos (Noticias de la Comarca, 13/01/2017).
En contraposición, se las desvaloriza para realizar ciertas tareas por la ausencia de calificaciones asignadas a los hombres, como la fuerza, que les permitiría mover mayor cantidad de kilos de producto o maniobrar determinados elementos de trabajo. A modo de ejemplo, en el Foro Federal de Fruta Fina (2010) se considera que “las mujeres no pueden maniobrar la escalera” en la producción de cereza. También algunos entrevistados sostienen que a las mujeres les resulta imposible continuar trabajando cuando está activo el ciclo escolar. En ese período, algunas mujeres se retiran del mercado de trabajo para abocarse al trabajo de cuidado no remunerado en sus hogares. “(…) Venía mucha madre, entonces venía enero y febrero, después empezaban los colegios y no venían más” (Entrevista 16, encargado comercial, Lago Puelo, febrero 2016).
Aquellas mujeres que buscan seguir ocupadas todo el año, debido a la temporalidad e inestabilidad laboral de sus empleos, desarrollan diferentes estrategias para complementar sus ingresos y completar el ciclo ocupacional anual: trabajo de cuidado no remunerado en sus propios hogares, trabajo de cuidado remunerado en ámbitos no agropecuarios, y la ocupación ya mencionada en otras producciones agropecuarias (Ejarque y Di Paolo, en prensa). En muchos casos, desarrollan estrategias de pluriingresos, mediante la percepción de asignación universal por hijo, planes sociales y pensiones17.
5. Las barreras de la edad y la potencialidad de los jóvenes
La segmentación del mercado de trabajo respecto a la edad posee la complejidad propia del marco legal que intercede como regulador de los momentos de la vida del individuo donde éste puede iniciarse laboralmente. En primer lugar, es necesario considerar la distinción entre la inserción de niños y adolescentes y la de los jóvenes, que responden al marco legal18 que regula a cada uno de estos segmentos: mientras la inserción de niños se encuentra prohibida, la de adolescentes se encuentra regulada. Por ello, diversos autores sostienen que la prohibición del trabajo infantil implica una invisibilización de esta actividad aumentando su inserción precaria e inestable (Aparicio, 2007; Macri, 2010; Nessi, 2015). Sobre los adolescentes, el marco legal busca proteger su trabajo, imponiendo límites horarios y de tareas, la imposibilidad de superponerse con la escolaridad y, por sobre todo, la igualdad de pago. Esto último deriva del pago diferencial que suele hacerse a los adolescentes y jóvenes respecto de los adultos (Jacinto, 2010; Miranda, 2008). Aquí, entonces, se empieza a evidenciar como la edad es una variable para considerar a la hora de problematizar la segmentación de los mercados de trabajo. Porque la inserción de jóvenes suele asimilársela a nociones sobre la falta de experiencia que se replican en condiciones de mayor precariedad e informalidad (Begnini y Schteingart, 2011). En segundo lugar, es posible comprender los modos disímiles en que se interpretan una y otra inserción.
Respecto a niños y adolescentes, en los inicios de esta producción, se insertaban de manera independiente a sus padres y/o acompañándolos, pero ha ido mermando en los últimos años por los mayores controles en tanto al cumplimiento de la legislación, ya sea de trabajo infantil o legal. Al igual que en otras producciones de exportación, la contratación de niños será evitada por productores de establecimientos grandes, potenciado en los últimos años por el peso de los controles en materia laboral (El Patagónico, 2014).19 Debe aclararse que, al estar prohibido el trabajo de niños, no existe reglamentación ni seguridad para su empleo, dejándolos totalmente desprotegidos y sin aportes de seguridad social, como tienen los adultos.
Entrevistado: (…) íbamos a las chacras así cuando éramos más chicos. Por ahí íbamos a las chacras por ahí, para cosechar, sí (…) Sí, siempre. Todos los veranos nosotros cosechábamos frambuesa, cerezas, cualquier cosa, guindas. (…) Y sí, de los doce años creo (…)
Entrevistadora: ¿Para ayudar a la familia?
Entrevistado: Sí, y aparte para hacer una changa. (…) Hace cuatro o cinco años que hicieron una ley y no se pudieron ocupar más chicos en la cosecha. Los chicos dejaron de poder ocuparse y entonces ahí si hubo problemas para conseguir mano de obra o para que la gente tuviera mano de obra para la cosecha. Antes las mujeres iban con chicos de 12, 13 a la cosecha. (Entrevista 19, productor y ex cosechero de fruta fina, El Hoyo, marzo 2016)
Por su parte, para productores más pequeños, el ingreso de niños suele darse como estrategia familiar para aumentar la producción durante la cosecha. En estos casos, la Ley 26.727 lo permite sólo para los de 14 y 15 años dentro de la explotación familiar y con límites de horarios y de tareas: “(…) en la temporada de producción de frambuesa, que es de diciembre a abril, marzo, abril, los chicos no están en la escuela y hay, digamos, más horas de luz y se puede hacer un trabajo en familia” (Entrevista 15, técnico, El Hoyo, febrero 2016)
Como en el caso de las mujeres, existe una valoración positiva, respecto de las cualidades de los niños y los requerimientos de las frutas finas relacionada a la delicadeza para cosecharla: “Y que la fruta fina es una actividad que es para mujeres o para chicos, pero no para hombres” (Entrevista 15, técnico, El Hoyo, febrero 2016).
Si bien para los niños el ingreso al mundo laboral se encontraría prohibido, para los jóvenes suele ser una etapa de cambio (Salvia y Tuñón, 2005). Ya desde la adolescencia comienzan nuevas dinámicas: se insertan de manera independiente de sus padres buscando tener ingresos propios. Siguiendo la normativa, esta instancia el trabajo debe ser “en blanco” y con las regulaciones pertinentes, pero esto no se trasluce desde las afirmaciones de los entrevistados si así lo hacen y se confunden los límites de edades permitidos: “Que están así o, por ejemplo, jovencitos, vienen pibes de quince, dieciséis años, a querer cosechar, y trabajan para conseguirse la guita para el fin de semana para ir al baile” (Entrevista 17, productor, Lago Puelo, marzo de 2016).
Sobre los jóvenes20, el trabajo en la fruta fina deriva tanto de una trayectoria familiar, que incluye el pasaje al trabajo en el establecimiento propio; o es independiente y puede ser pionero en su familia. Su trabajo es valorado positivamente por parte de los productores, en relación con la vitalidad y la fortaleza para realizar largas jornadas y su capacidad de aprendizaje rápido. Aunque estas valoraciones pueden “perderse” cuando no se desenvuelvan correctamente en sus tareas porque articulan con otras actividades, ya sea trabajo o estudio: “el que hace universidad o terciario, algo más difícil, por decirte, no tan básico, no suelen ser buenos cosecheros” (Entrevista 19, productor y ex cosechero, El Hoyo, marzo 2016). Para muchos jóvenes es parte de sus estrategias de articulación entre educación y trabajo para conseguir ingresos y continuar con sus estudios y/o se limita al receso educativo, que coincide con el pico de demanda para la cosecha: “Hay gente que viene, hay muchos chicos jóvenes que son estudiantes (…) que necesitan, generalmente para el diez de febrero o quince vuelven, o que le quedaban materias o tiene, sí, que volver por tema familiar o que tienen hijos” (Entrevista 19, productor y ex cosechero de fruta fina, El Hoyo, marzo 2016). “Y después con eso se conforman, trabajan los cuatro fines, el mes de enero, y están de vacaciones” (Entrevista 17, productor, Lago Puelo, marzo 2016).
Estas dinámicas permiten señalar cambios generacionales: como el trabajo en la fruta no suele ser la actividad principal de los jóvenes ni les permite “hacer carrera”, lo hacen de manera concreta en ciertos momentos del ciclo productivo y/o como un medio o estrategia para financiar su educación superior21. Así, sólo en ciertas ocasiones mantienen el vínculo con la producción22.
6. La incorporación reciente de trabajadores migrantes
En distintos momentos históricos y actividades económicas existió la ocupación de migrantes y la construcción de dicho origen como una categoría que se adscribió a quienes se mueven en búsqueda de trabajo. A estas poblaciones migrantes se les asignaron posiciones laborales más precarias y vulnerables por compartir supuestamente un conjunto de características innatas, que sirvieron para legitimar relaciones de producción desiguales (Pizarro, Trpin, Ciarallo, Mallimacci, Magliano, Jiménez Zunino, Benencia y Pedone, 2016). En Argentina, históricamente la mano de obra temporaria para las cosechas se caracterizó por ser migrante: interna y externa (Aparicio y Benencia, 2016). Asimismo, desde una perspectiva territorial, en diversas áreas de la Patagonia, incluyendo la analizada en este artículo, la presencia de algunas comunidades de migrantes y las relaciones sociales que han establecido entre ellas han sido centrales para la institución de territorios “flexibles, heterogéneos y superpuestos” (Crovetto, 2018: 280).
En la Comarca Andina la contratación de trabajadores extralocales se produce para la cosecha, ya que para las labores culturales y otras fuera de la temporada de verano, se contratan trabajadores locales. Sobre el perfil de los migrantes, se destacan los varones jóvenes. También se han mencionado la llegada de matrimonios y de padres con hijos mayores de edad (no familias completas con niños). Según estimaciones del INTA, 14% de los establecimientos (que abarcan 32% de la superficie total) traen mano de obra de fuera de la región, siendo principalmente en la primera quincena de enero, cuando es el pico de cosecha y el 30% de la mano de obra es extra local (Mariño, 2008). En estos casos donde conviven trabajadores “locales” y “migrantes”, pueden darse situaciones conflictivas. Según palabras del administrador de un establecimiento productivo, deben “distribuirlos en la plantación de modo tal que no estén juntos (para evitar que los foráneos tomen malas costumbres de los locales” (Foro Federal Fruta Fina, 2010).
Quienes contratan trabajadores extra locales, les asignan algunas calificaciones tácitas y actitudes respecto al trabajo diferenciales frente a los locales: “Su objetivo es trabajar para ganar dinero. Trabajan más y con mayor predisposición”, “Están alojados dentro de la chacra, por lo tanto, no tienen que ir a buscarlos o esperar que lleguen”, “Están adaptados a trabajar con altas temperaturas” (Foro Federal de Frutas Finas, 2010)23. Cabe mencionar que, en el concurso de cosecheros mencionado anteriormente, el ganador fue un hombre proveniente de Santa Fe y las dos mujeres, también eran migrantes provenientes de Entre Ríos.
Sin embargo, no todos los productores pueden contratar mano de obra migrante. Son principalmente los productores medios y los grandes quienes recurren a trabajadores extralocales debido en parte a los costos de transacción que les genera, con relación al transporte y alojamiento. Se reconoce, además, que deben contar con las instalaciones para que los trabajadores puedan quedarse, como así también que corren el riesgo de que luego de sufragar el costo del pasaje los trabajadores opten por irse a trabajar en otras explotaciones como la petrolera. Para el reclutamiento de la mano de obra extralocal, las empresas suelen tener un contacto que recluta en el lugar de origen a los trabajadores. “De Jujuy traemos sesenta personas del Norte, sí, ya hace años por la falta de mano de obra local, lamentablemente, uno quisiera apoyar o no tener que incurrir inclusive en gastos adicionales, pasajes, comida. (…) En cosecha, la realidad es que se licúa bien porque es gente que viene a trabajar y en las ocho horas, nueve horas de jornal, rinden mucho.” (Entrevista 16, encargado comercial, Lago Puelo, febrero 2016).
Los productores de menor tamaño, que no pueden recurrir a trabajadores migrantes, tratan de asegurarse a los trabajadores locales “buenos” para la cosecha. Para ello, van a buscarlos directamente a las chacras o a sus lugares de residencia y/o les dan otras tareas para desarrollar durante el año.
Los cosecheros que residen en la zona completan su ciclo ocupacional anual con otras changas en el agro, como la recolección de mosqueta, nueces y hongos, o en tareas “urbanas” de la construcción o contrataciones temporarias para el Estado. Asimismo, hay cosecheros (principalmente jóvenes o mujeres) que durante el año no tienen otros trabajos remunerados, sino que se dedican al estudio o a las tareas domésticas y de cuidado de los niños. El origen de estos trabajadores es heterogéneo, tanto asalariado como campesino, pero mayoritariamente rural. Muchos son “de la zona” pero también ha sido mencionado que sus familias vienen de la meseta, la región de tierras secas que rodea la comarca históricamente abocada a la producción extensiva de ganadería ovina y que en las últimas décadas se encuentra en crisis, lo cual motiva el abandono de campos y la migración permanente y transitoria de población (Ejarque, 2015).
7. Interseccionalidades y nuevas desigualdades
En las secciones precedentes, se han analizado las incorporaciones de mujeres, niños, adolescentes y jóvenes, y migrantes (varones y mujeres) en el trabajo en la fruta fina. Sin embargo, en contextos de fragmentación social y presencia de sectores subalternizados (Pizarro, Trpin, Ciarallo, Malimacci, Magliano, Jiménez Zunino, Benencia y Pedone, 2016), al momento de la valoración y contratación de los trabajadores, estas características se intersectan y definen nuevos procesos de desigualdades (Williams Crenshaw, 2012). Por ello, en las últimas décadas se han incrementado los estudios acerca de la interseccionalidad de las formas de segmentación que generan distintas “matrices de dominación” o de “desigualdades complejas” (Choo y Ferree, 2010). Estas propuestas han surgido de las perspectivas feministas y en la actualidad se han vuelto un aporte central para los estudios migratorios (Magliano, 2015).24 Esta propuesta inspira la investigación que da origen a este artículo, buscando contribuir al conocimiento de cómo se interseccionan distintos marcadores de diferencias para la conformación de mercados de trabajo. Es importante aclarar que este análisis todavía está en curso y que se concentra, por el momento, en los grupos y sus experiencias, identificando motivos que generan o refuerzan los procesos de desigualdad.25
En la Comarca Andina, se ha observado que las mujeres, niños, adolescentes y jóvenes son valorados positivamente por sus capacidades físicas que les permitirían tener un mayor cuidado a la hora de cosechar. Sin embargo, estas valoraciones “se pierden” cuando se interseccionan con otras características, como ser migrante a quienes no siempre le asignan características positivas. Por ejemplo, hay jóvenes que migran para trabajar, pero no logran terminar la temporada porque tienen que regresar para cumplimentar compromisos educativos o para irse de vacaciones. “Hay muchos chicos jóvenes que son estudiantes (…) que necesitan, generalmente para el diez de febrero o quince vuelven, o que le quedaban materias” (Entrevista 19, productor y ex cosechero, El Hoyo, marzo 2016). “Y después con eso se conforman, trabajan los cuatro findes, el mes de enero, y están de vacaciones” (Entrevista 17, productor, Lago Puelo, marzo 2016).
En otro sentido, son a las mujeres de más edad a quienes les asignan un carácter más “responsable” para con la tarea, inclusive dispuestas a realizarlas cuando están jubiladas o en días de descanso de sus otras ocupaciones.
También se observa que en la intersección intervienen otras formas de la segmentación ligadas a los ciclos de vida (ser madre o estudiante). A modo de ejemplo, a los jóvenes migrantes estudiantes suelen dejar de asignarles características positivas cuando no se desenvuelven correctamente en sus tareas porque creen que no les interesa o que abandonarán rápidamente las tareas cuando se inicie el ciclo lectivo. Asimismo, si bien se considera que las mujeres son buenas cosecheras, muchos creen que si son madres solo pueden ocuparse durante las vacaciones (porque el resto del año deben ocuparse de los niños).
8. Reflexiones finales
En el contexto laboral nacional actual, los mercados de trabajo agropecuarios y no agropecuarios se muestran heterogéneos, pero con rasgos estructurales de informalidad, precariedad, tercerización y subocupación. La Comarca Andina del Paralelo 42 y la producción de frutas finas, caso de estudio de este artículo, no es ajena a este proceso. Allí se evidencia una compleja forma de cubrir la demanda de mano de obra que se requiere para las diversas tareas del ciclo productivo. Esto sucede especialmente al momento de la cosecha, donde se concentran los requerimientos y se compite con otras actividades económicas. En ella operan instituciones, normas y valoraciones sociales que lo segmentan por género, edad y origen-residencia.
En primer lugar, no cualquier trabajador puede incorporarse en este mercado de trabajo. La legislación del trabajo argentina impide el acceso legal para menores de 16 años- exceptuando en explotaciones familiares- y está restringido hasta los 18 años. Históricamente, los niños trabajaban en momentos de cosecha, donde la demanda de mano de obra aumentaba sustancialmente. En los últimos años ha dejado de observarse masivamente, producto del aumento de los controles en materia de legislación laboral. Sin embargo, en un país con altos niveles de formalidad en el empleo (y en el empleo agrario en particular) esto no implica que no se ocupen, sino que, si lo hacen, necesariamente es en carácter de ilegales, lo cual suele vincularse con peores condiciones de trabajo.
En relación con lo anterior, como en otras producciones agropecuarias, se encuentran valoraciones sociales y calificaciones tácitas asignadas a ciertos grupos que generan la segmentación: a los jóvenes que demuestran interés en la actividad, les reconocen su capacidad de rápido aprendizaje; a las mujeres, la delicadeza, prolijidad, responsabilidad y organización; y a los migrantes, una mayor productividad y ajenos a “malas costumbres” presentes en los locales.
Sin embargo, estas valoraciones y consecuentes segmentaciones no restringen el ingreso al mercado de trabajo o a alguno de los puestos o tareas que ofrece, sino que funcionan como preferencias al momento de elegir a los trabajadores. Dadas las características de la estructura productiva, conformada principalmente por productores pequeños y medianos, la capacidad de elegir está delimitada por las posibilidades para cubrir los costos de transacción de ocupar cierta mano de obra y/o de brindar mejores condiciones de trabajo que hagan que los trabajadores los elijan. La contratación de migrantes es una estrategia de los medianos y grandes productores, mientras que los pequeños deben apelar a relaciones de cercanía o estrategias para generar una complementación con otras actividades durante el año, para poder asegurarse la mano de obra en los momentos de mayor demanda.
En cuanto a los puestos, son los varones y “locales” quienes suelen ocupar los trabajos con mayor estabilidad y remuneración. En la cosecha, en cambio, se contratan todo tipo de trabajadores, incluso informalmente aquellos que están vedados por ley. La excepción se encuentra en las explotaciones familiares, donde pueden trabajar todo el año, todos los integrantes de la familia.
Respecto a las condiciones de trabajo, dada las restricciones legales, los niños que trabajan lo hacen bajo la informalidad y precariedad, porque es un trabajo que no puede registrarse. Pero como no existen otras barreras significativas, no parecieran encontrarse impactos de la segmentación en las condiciones de trabajo. Las diferencias en este sentido se observan nuevamente ligadas a la estructura productiva. Es en las empresas, especialmente aquellas que están sujetas a mayores controles laborales y quienes tienen procesos de certificación de calidad de sus productos, como comercio justo, donde parecieran observarse mejores condiciones de trabajo.
Lejos de conformar una estructura dual, donde hay solo dos grupos según determinadas barreras de ingreso y que determinan ciertos puestos y condiciones, en la fruta fina de la Comarca Andina se conforman múltiples grupos de trabajadores a los que se les asignan diferentes calificaciones, puestos y condiciones de trabajo. Inclusive se intersectan esas calificaciones asignadas a ciertos grupos, para generar, en ciertas ocasiones, una mayor o menor preferencia a su contratación. A diferencia de otras investigaciones, aunque resta profundizar en este análisis, en este caso no pareciera que siempre la intersección profundiza desigualdades.
Por último, en este artículo se ha analizado la configuración del mercado de trabajo a partir del sexo, la edad y el origen, pero cabría analizar la intersección con otras características, como los ciclos de vida, la etnia y las pertenencias culturales, que generan desigualdades entre los trabajadores (que ocupan y excluyen).