SUMARIO
1. Introducción. 2. Los límites para la realización de un Frente Popular en Argentina. 3. El IX Congreso Nacional del PC y las críticas de la Internacional Comunista. 4. Las “razones prácticas” de la Internacional Comunista tras las críticas. 5. El pacto de Múnich y una nueva etapa. 6. Palabras finales. 7. Bibliografía. 8. Fuentes y documentos.
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1. Introducción
El año 1938 fue un punto de clivaje para la política mundial. La carrera armamentista iniciada por la Alemania de Hitler durante el periodo previo, amenazaba con transformarse en una guerra efectiva. Las aspiraciones anexionistas del Tercer Reich sobre Austria y Checoslovaquia, junto con la Ofensiva de Aragón por parte del ejército franquista en España, prefiguraban un escenario en el cual las fuerzas fascistas ganaban posiciones. Para la mayoría de los actores de la época, esta escalada de las tensiones no podía concluir más que con una guerra de dimensiones europeas.
Argentina no estuvo exenta de esta realidad. No solo todas las noticias referidas a la Guerra Civil en España causaron gran impacto en la población1, sino que la ofensiva fascista en Europa tuvo su expresión local. A comienzos de abril de 1938, tras el referéndum convocado por Hitler para reafirmar la anexión de la zona austríaca de los Sudetes, se realizó en el estadio Luna Park de Buenos Aires2 un acto organizado por asociaciones y colegios alemanes, en conjunto con seguidores del régimen nazi, para legitimar aquella decisión (Newton, 1995; Romero y Tato, 2002; Friedmann, 2010). Con la autorización del entonces presidente Roberto Ortiz, la manifestación contó con la participación de unas 25.000 personas que se agruparon en el tradicional estadio, luciendo muchos de ellos insignias nazis y uniformes del ejército alemán.
El Partido Comunista argentino (PC) consideró que estas manifestaciones no hablaban tanto de la influencia masiva del fascismo local, en tanto eran incomparables con las movilizaciones multitudinarias en el Tercer Reich, sino de la capacidad del fascismo de darle fuerza a sus seguidores con cada triunfo obtenido en Europa3.
En este contexto de cambios a nivel nacional e internacional, el PC estaba embarcado en desarrollar la política votada en el VII Congreso de la Internacional Comunista (IC) (De Felice, 1984), realizado a mediados de 1935, consistente en lograr una colaboración entre la clase obrera y sectores “progresistas” de la burguesía en función de combatir al fascismo. Esta orientación, sintetizada en la fórmula de Frente Popular, implicó para el PC la búsqueda de un acercamiento con los que consideró “partidos democráticos”, centralmente la Unión Cívica Radical (UCR) y el Partido Socialista (PS), lo cual representó un giro abrupto respecto a la política del llamado “tercer periodo” o de Clase Contra Clase4. Durante aquella etapa, esos mismos partidos habían sido catalogados por el PC como “socialfascistas”, producto de la indistinción entre regímenes democráticos y fascistas y la visión de que en la etapa calificada como de “declive capitalista”, los sectores medios estaban condenados a jugar un papel reaccionario (Camarero, 2011).
En este artículo nos referiremos a lo que definimos como la primera5 crisis de la política de Frente Popular en el PC. Esto es, al conjunto de discusiones, definiciones cambiantes y conflictos entre el PC local y la dirección de la IC, ocurridos entre fines de 1937 y mediados de 1938, que tuvieron como momento álgido el IX Congreso Nacional del Partido Comunista, realizado en enero de 1938, y que desembocaron en el desplazamiento de Luis Sommi y Orestes Ghioldi del centro de la dirección partidaria. Aquellos debates versaron sobre la factibilidad de implementar la orientación frentista en Argentina, tras la negativa de radiales y socialistas a conformar un frente opositor para las elecciones presidenciales y la posterior derrota del radicalismo en las mismas. ¿Qué respuestas encontró el PC ante las dificultades de desarrollar la política frentista? ¿Qué elementos fueron los determinantes para motivar la polémica entre la IC y la conducción local? ¿Cómo impactó esta crisis en el desenvolvimiento de la orientación frentista durante aquel periodo? ¿En qué momento y cómo se resolvió esta situación? Estos son algunos de los interrogantes que guiarán este trabajo.
Sostendremos como hipótesis que la crisis abierta en 1937, ante la imposibilidad del PC de concretar la política frentista por la vía electoral, habilitó una reflexión al interior del partido y el despliegue de una práctica, que ampliaron el abanico de modulaciones tácticas con las cuales los comunistas consideraron posible un acercamiento hacia las “fuerzas democráticas”. El Frente Popular fue concebido como un “movimiento” que progresivamente se amalgamó con la intervención del PC en el movimiento obrero y en el espacio antifascista, desde los cuales buscó concretar una acción común con radicales y socialistas. La crítica de la IC, que tras el IX Congreso Nacional del PC consideró la práctica de éste como “oportunista”, si bien abrió una reflexión sobre el “tipo de partido” que se estaba construyendo, estuvo motivada por fundamentos prácticos más que por una revisión estratégica, anclados en las posibilidades que brindaba la realidad política nacional para el despliegue de la orientación frentista y en las fortalezas del PC para implementarla, particularmente su desarrollo en el movimiento obrero organizado y en el movimiento antifascista. La dinámica de la política internacional hacia mediados de 1938, atravesada por la firma del pacto de Múnich y un momento crítico de la Guerra Civil Española, permitieron una mayor intervención del PC en el movimiento antifascista, favoreciendo la resolución de la crisis.
Creemos que el análisis de esta coyuntura permite complejizar la mirada sobre el desempeño del PC en la etapa que va desde mediados de la década del 30 a inicios de la década siguiente, que coincide con un avance exponencial de su inserción en el movimiento obrero organizado (Camarero, 2007 y 2008; Ceruso, 2015) y en el amplio espectro de organizaciones antifascistas locales (Bisso, 2006). En ese sentido, este trabajo busca realizar un aporte a revertir la escasez de elaboraciones que han analizado el desenvolvimiento de la política frente populista del PC en este periodo6, pese a tratarse de un eje transversal a todo su accionar, tanto en el medio político como en sus distintos medios sociales de intervención.
Desde un enfoque metodológico que contemple la perspectiva transnacional del fenómeno comunista, sostendremos que las discusiones sobre la implementación de la política frentista, lejos de abstraerse de las particularidades locales, como han sostenido algunas interpretaciones historiográficas7, estuvieron atravesados por un movimiento pendular permanente entre la realidad política internacional y la nacional. Para desarrollar este abordaje, haremos un recorrido por las dificultades que tuvo el PC, desde fines de 1937, para implementar la política frentista en Argentina. Luego, nos centraremos en los debates surgidos al interior del partido para dar una respuesta a esta dificultad, y en el contrapunto ocurrido entre la dirección local y la IC sobre las posibles soluciones al problema, intentando discernir sus motivaciones y esquemas interpretativos de la realidad local. Finalmente, analizaremos la dinámica partidaria tras el Pacto de Múnich entre Alemania, Francia e Inglaterra, ya que consideramos que tuvo un impacto decisivo en el desenvolvimiento y resolución de la crisis.
Para realizar esta investigación utilizaremos como fuentes principales al periódico del PC Orientación, la revista editada por su Comité Central Nuestra Revista, los documentos, resoluciones y actas de su IX Congreso Nacional, escritos posteriores de militantes comunistas, publicaciones culturales, y publicaciones y folletos relacionados con su inserción en el movimiento obrero. Para reconstruir la posición de la IC, hemos consultado informes elaborados por sus enviados a América Latina, así como la correspondencia entre el PC local y la IC. Finalmente hemos consultado el diario socialista La Vanguardia para contrastar los debates entre socialistas y comunistas, así como diarios de tirada nacional como La Nación, La Razón y La Prensa para colocar en contexto el impacto político de los sucesos analizados y relevar el accionar de otros actores como la UCR.
2. Los límites para la realización de un Frente Popular en Argentina
Hacia inicios de 1937, la concreción de la política frentista tanto en España, producto de la Guerra Civil, como en Francia y en Chile, por la vía de coaliciones electorales, entre los respectivos partidos comunistas y sectores reformistas y “progresistas” de la burguesía, hacía suponer al PC que el giro definido en el VII Congreso de la IC estaba avanzando exitosamente a nivel internacional. Sin embargo, el escenario en Argentina marcaba una tendencia menos optimista. El año electoral de 1937 había resquebrajado las ilusiones de éstos respecto de una rápida realización del Frente Popular en el país. El acto conjunto entre la UCR, el PS, el Partido Demócrata Progresista, el PC y líderes de la Confederación General del Trabajo (CGT) del primero de mayo de 1936 y los llamados del senador santafesino Lisandro de la Torre a la confluencia de fuerzas contra el fraude en Santa Fe, ambos interpretados por el PC como signos de avance hacia una coalición partidaria, perdieron continuidad a comienzos de 1937. La consolidación de este declive se evidenció con la negativa de radicales y socialistas a conformar una alianza electoral común con el PC para las elecciones presidenciales de aquel año.
Los motivos de esta negativa estaban relacionados con las expectativas divergentes de radicales y socialistas respecto de las elecciones presidenciales. El radicalismo, que había abandonado su abstención electoral en 1935, creía estar recuperando el caudal de votantes necesarios para imponerse en las elecciones presidenciales, ante el desgastado gobierno de Agustín Pedro Justo. Bajo esa hipótesis había iniciado conversaciones con el gobierno para llegar a un acuerdo que garantizase “elecciones limpias” en donde fuese aceptado el resultado electoral ante un eventual triunfo del radicalismo (Persello, 2004; Halperín Donghi, 2007). Rogelio Frigerio, anteriormente vinculado a la agrupación juvenil Insurrexit, impulsada por el PC, desde las páginas de la revista Claridad sostenía la tesis de que la conducción del radicalismo, pese a la presión popular por conquistar una única fuerza opositora, tenía temor a que la incorporación de los comunistas y socialistas en una única alianza fuera interpretada como “un choque frontal”8 contra el gobierno de la Concordancia. Esta idea de un “pacto de convivencia” entre conservadores y radicales, no era una idea exclusiva de los comunistas. Los socialistas también sostenían que el radicalismo buscaba ganar las elecciones por sus propios medios, sin ningún tipo de alianzas, esperando que el resultado fuese aceptado por el gobierno, ya que “creen ser la mayoría absoluta del país, y no necesitan, según ellos, por lo tanto, aporte alguno”9.
Al mismo tiempo, el Partido Socialista estaba atravesando una fuerte lucha interna, la cual desencadenaría en la ruptura de una “oposición de izquierda” (Martínez, 2017), que denunciaba arbitrariedades del Comité Ejecutivo de aquel partido en la toma de decisiones. En aquella disputa, la perspectiva de conformar un Frente Popular para enfrentar al régimen gobernante se transformó en uno de los debates centrales, en tanto el Comité Ejecutivo del PS consideró que el reclamo sobre la aplicación de esa política por parte de los opositores “de izquierda”, era expresión del acercamiento de estos al comunismo (Martínez, 2017). Por lo tanto, la postura de la dirección partidaria estuvo más centrada en recuperar el espacio electoral perdido tras la reincorporación del radicalismo al juego electoral, que en ir a la búsqueda de una política frentista.
A su vez, tanto radicales como socialistas señalaban las distancias insalvables con el régimen de la Unión Soviética y veían en la ilegalidad del PC un obstáculo para la realización de actividades comunes, particularmente las relacionadas con las elecciones, como se había expresado ya en 1936 con la inauguración del monumento a Sáenz Peña en “homenaje a la democracia”, donde el PC no fue convocado pese a su adhesión a las ideas del mismo (Béjar, 1997).
Por otra parte, las permanentes persecuciones a los comunistas desde la Sección Especial de la policía, pero también por la vía parlamentaria, como mediante los proyectos de leyes anti-comunistas presentados por el senador conservador Matías Sánchez Sorondo10, fueron un arma de doble filo para la política frentista: si bien permitieron que en varias ocasiones los referentes de otras fuerzas se pronunciasen contra este tipo de persecuciones (como Mario Bravo o Lisandro de la Torre en la Cámara de Senadores11), la defensa no iba acompañada de una voluntad de acción común, sino del señalamiento de que el comunismo era aún una fuerza inofensiva, incapaz de influir en la realidad política.
Entonces, en septiembre de 1937 el PC se encontraban ante en un dilema: ¿De qué manera conjugar la orientación frentista propuesta por la IC con una realidad nacional que resultaba hostil? No solo no se había constituido la alianza electoral que debía cristalizar el Frente Popular como política contra el fraude y el avance del “fascismo criollo”12, identificado con los terratenientes locales y sus representantes políticos, sino que Marcelo Alvear, el candidato radical apoyado por los comunistas, había perdido las elecciones presidenciales de 1937. Todo ello en un contexto de avance del nazismo en Europa, que exigía una rápida respuesta de los comunistas en todo el mundo ¿Cómo continuar frente a ese panorama? ¿Se debía mantener la política frentista pese a la negativa del resto de los actores?
La respuesta de la dirección comunista, como veremos, fue la apuesta por la continuidad de la política frentista, pero bajo nuevas formas. Ya no se trataría de una alianza pactada entre dirigentes de las “fuerzas democráticas”, sino que sería producto de la presión sobre las mismas. Según Luis Sommi, por entonces uno de los principales dirigentes partidarios, el Frente Popular debía surgir de la lucha por una gran “Alianza Democrática”, que incluyese tanto a partidos políticos, como a organizaciones obreras y anti fascistas en general, que partiendo de sus propias demandas y de un programa elemental de restablecimiento de un régimen democrático, presionase sobre las direcciones de la UCR, el PS, y el Partido Socialista Obrero (PSO) para imprimirles esta política13.
Ahora bien, ¿Cuál debía ser el rol del PC en aquella confluencia de partidos? ¿Cómo se articulaba esa Alianza Democrática con el apoyo electoral al radicalismo? ¿El PC percibió como un error haber apoyado acríticamente la formula radical derrotada? ¿Qué actitud debían tener los comunistas ante el nuevo gobierno de Ortiz que discursivamente sostenía una mayor apertura democrática? Estos fueron algunos de los puntos de polémica entre la dirección de la IC y el PC local. Analizarlos, nos permitirá abordar nuestro interrogante respecto a los modos en que aquellos actores intentaron dar una solución al impasse abierto en la política frentista.
3. El IX Congreso Nacional del PC y las críticas de la Internacional Comunista
El IX Congreso Nacional del PC, realizado en enero de 1938, expresó algunos de los dilemas planteados anteriormente, en tanto su objetivo era realizar un balance de la política frentista hasta ese momento y resolver el modo en que debía desarrollarse tras las elecciones nacionales. Las principales definiciones del mismo estuvieron a cargo de los miembros del Comité Central del PC Luis Sommi, por entonces Secretario General, y Orestes Ghioldi, quien había desempeñado ese cargo hasta 1936. Ambos realizaron en sus exposiciones una crítica de lo efectuado hasta el momento por el PC, exponiendo sus visiones sobre los errores a corregir. En ellas, podremos detectar algunos indicios para responder a las preguntas planteadas anteriormente.
Orestes Ghioldi, refiriéndose a las dificultades para concretizar el Frente Popular sostenía que se debía lograr un equilibrio entre la búsqueda de acuerdos con todos aquellos sectores que se reivindicasen democráticos y las demandas propias del movimiento obrero como parte fundamental de esa alianza14. Esto debía traducirse en una mayor gravitación del PC dentro de una eventual alianza entre partidos “democráticos”, en tanto éste se percibía a sí mismo como la representación “natural” de la clase obrera. Sin embargo, para Ghioldi, el rol de la clase obrera y de los comunistas no podía estar planteado de antemano en ese esquema, ya que eso sería imponer formas y métodos sectarios. Trasladando la situación a los años de la política de Clase Contra Clase, el dirigente comunista advertía que “eran frecuentes los planteamientos mecánicos sobre la hegemonía del proletariado y el rol dirigente del partido”. Y agregaba que:
Las mejores ideas pueden ser bastardeadas por el mecanicismo. No comprendíamos esas tesis fundamentales del leninismo como un proceso, una lucha. Ni debemos reducir el papel del Partido Comunista aplicando los métodos de la socialdemocracia ni debemos imponer la hegemonía. El papel dirigente se debe conquistar, merecer, ganar y para ello hay que interpretar los sentimientos de las masas, luchar abnegadamente, trabajar en cualquier condición que nos depare la vida.15
Es decir, la nueva orientación requería un nuevo rol del PC, en tanto el modelo partidario entendido como “proceso”, requería el desplazamiento de prácticas y concepciones consideradas como una traba para la orientación planteada. Uno de los aspectos que debía modificarse era el “obrerismo” del partido. Para Ghioldi, la línea de “proletarización” del partido (Camarero, 2007), se había deformado en una “obrerización mecánica”16, en la cual la deformación más evidente era el espíritu anti intelectual de muchos de sus miembros. Paralelamente, este cambio implicaba, para Ghioldi, modificar los métodos de lucha: la huelga debía ser una forma excepcional de la misma, en tanto no se debía “jugar”17 con ese método. La lucha debía ser una lucha de masas, y el partido un efectivo “partido de masas del proletariado argentino” (Comité Central del Partido Comunista, 1947).
Por su parte, Luis Sommi rescató lo central de varios de estos planteos, pero profundizó en una nueva descripción sobre el gobierno del presidente electo Roberto Ortiz (López, 2011). Si los comunistas, en octubre de 1937, veían una disputa por vestigios de libertades democráticas al interior del Estado (en particular en el Poder Legislativo, es decir, mediante la influencia parlamentaria), Sommi avanzó en plantear que esta pelea se debía extender al interior del Poder Ejecutivo. Desde su visión, en tanto la Concordancia era una coalición de partidos, estos no podían equipararse mecánicamente. Mientras existía en su interior un grupo expresamente vinculado con la reacción y el fascismo, como el gobernador de la provincia de Buenos Aires Manuel Fresco, supuestamente financiado por Italia y Alemania, existía otro grupo, compuesto por radicales moderados, viejos políticos conservadores y liberales, en donde se ubicaba Roberto Ortiz. Por eso, planteaba que “Ortiz es la expresión de la tendencia no fascista, democrática moderada, que procura con más firmeza y amplitud que lo que ha hecho Justo en el pasado, un entendimiento con la oposición democrática especialmente con la UCR”18. Es decir, según Sommi, el PC debía apoyar al nuevo gobierno en la medida que sus políticas fuesen progresistas e impulsadas por su “ala democrática”.
En este sentido, si bien Sommi no agregaba nuevos elementos a los planteados por Ghioldi sobre el rol que debía cumplir el PC, podemos conjeturar que la extensión del Frente Popular, bajo la fórmula de Alianza Democrática, a sectores del conservadurismo y la defensa de un régimen democrático, que incluía a todos los actores menos a los considerados como fascistas, acercaba al PC a una concepción similar a la de los socialistas sobre el funcionamiento de la democracia. La idea de establecer un nexo entre las tareas democrático-burguesas de la revolución en un país atrasado como Argentina, y la pelea por un programa de demandas democráticas elementales, articulando detrás de sí a un abanico de fuerzas, desde conservadores hasta comunistas, recuerda las tesis justistas (Aricó, 1999) sobre la necesidad de una modernización del sistema político como pre condición para el avance de las ideas socialistas. Sin un sistema de partidos estable, bajo el modelo de una democracia liberal moderna, en donde el PC gozase de garantías constitucionales, no era posible desarrollar completamente una política propia, ni mucho menos esbozar una orientación de trasformación sistémica. Es decir, la política “etapista” del período de Clase Contra Clase (Cattaruzza, 2008), adquiría nuevos contornos y establecía precisiones sobre el rol que debía cumplir el PC dentro del régimen democrático.
Un primer síntoma de que estas definiciones generaron una polémica en el partido, es el hecho de que el 10 de febrero de 1938 aparece en Orientación un recuadro titulado “Debate libre” que planteaba:
Dada la importancia trascendental de los problemas políticos suscitados por el informe del camarada Sommi, particularmente los referentes a la táctica frente al futuro gobierno del doctor Ortiz, el IX congreso resuelve que en los órganos periodísticos del partido se publicarán todos los trabajos de los afiliados que quieren intervenir en el debate libre y teórico realizado con altura y documentación aportando ideas e iniciativas que servirán también para agilizar al partido en la práctica de la autocrítica19
Sin embargo, no se hace mención a los debates específicos surgidos del Congreso y la promocionada sección “debate libre”, no continúa en los números posteriores. Entonces, ¿en qué consistieron las críticas? ¿Cuáles eran los ejes de debate?
Para dar una respuesta a estas preguntas nos centraremos en las críticas desarrolladas por la IC a los comunistas locales, en tanto que estas fueron posteriormente aceptadas por el PC, tras el desplazamiento de Sommi y Ghioldi del centro de la dirección, como las “correctas” ante el “desvío” planteado durante el IX Congreso. Además, porque fueron las que marcaron el rumbo del partido en el siguiente periodo, ya bajo la dirección de Gerónimo Arnedo Álvarez desde mediados de 1938.
En un documento confidencial de la IC de abril de 1938 se informaba que “las recomendaciones de la IC están ausentes en la vida del PC de Argentina”20. Según el informe, el IX Congreso no solo había estado mal preparado, cuestión que habrían criticado los propios participantes, sino que en él la dirección encabezada por Ghioldi y Sommi había ocultado las críticas que realizó la IC, sobre todo en relación a los errores políticos que se expresaron en la formulación de la consigna “Alvear presidente, el radicalismo al poder”, realizados por Georgi Dimitrov el año anterior21. La disolución del rol de los comunistas en la pelea electoral y el informe de Sommi sobre el gobierno de Ortiz, al que se lo consideró “orticista”, eran equivalentes, para los dirigentes de la IC, a plantear “la eliminación del partido”, en tanto se negaba el rol del mismo en la nueva situación política, y se ponían todas las expectativas en que “el futuro gobierno y el imperialismo inglés resolvieran los problemas”. Desde un punto de vista más general, la crítica apuntaba a la falta de articulación entre el objetivo de conquistar una “Alianza Democrática” y el papel que tendría la “unidad sindical y proletaria” para conseguirla. A su vez, el abandono de la pelea por las demandas mínimas de la clase obrera, implicaba que la misma quedaba desdibujada como actor en la alianza de clases, y por ende, el PC como su vanguardia.
Para los dirigentes de la IC la subestimación de este problema tenía estrecha relación con el poco peso que se le había dado en el IX Congreso a advertir sobre la “amenaza del trotskismo”22, al cual sólo se lo consideró como un peligro exterior pero sin ver el rol que ya estaba jugando dentro del país. Pese a tratarse de grupos en formación para la época23, la crítica al trotskismo tenía un sentido particular en la coyuntura de 1938. En primer lugar porque la IC estaba llevando adelante una fuerte campaña de desprestigio y persecución contra el Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM) español (Broué y Temine, 1962), al que acusaba de trotskista pese a las diferencias sostenidas por el propio León Trotsky con su dirección. La misma se había cobrado la vida de su principal dirigente, Andreu Nin, y de varios militantes en las llamadas “jornadas de mayo” de 1937. El peso de la guerra de España en Argentina y las permanentes declaraciones del PC tendientes a demostrar su moderación y negar aquellas visiones que los asociaban a la “revolución proletaria”, permiten pensar que estos debates estaban sopesados con mayor énfasis que en otros momentos. Por otra parte, en varios artículos de Orientación24 y de Nuestra Revista25, se refleja el avance de dirigentes como Mateo Fossa, referente del gremio maderero, al interior del PSO y su rol en evitar que este grupo en su totalidad adscribiese a la política de Frente Popular. En posteriores informes a la IC, redactados por Paulino González Alberdi26, se mencionaba el peso creciente de los trotskistas en sectores de la intelectualidad y del periodismo (vinculados a publicaciones con gravitación en el espacio de la izquierda como la revista Crítica o Claridad), que generaban una corriente de opinión desfavorable sobre la política de la URSS e influían en aquellas corrientes del radicalismo y el socialismo opuestas al Frente Popular, mencionando en particular a la figura de Liborio Justo. Finalmente, esta “preocupación” por el trotskismo tenía su correlato con las crecientes persecuciones a esta corriente, o a quienes se acusaba de pertenecer a la misma, al interior de la propia URSS (Fitzpatrick, 2019) y a nivel internacional, con eje en la propia figura de León Trotsky27.
Según el informe de la IC, estos descuidos a la hora de combatir a los “enemigos del Frente Popular” y los desvíos en la orientación política, estaban relacionados con el afán “intelectualista” de la dirección, que habría acallado las pocas voces de los obreros, que como José Peter y Florindo Moretti, habrían planteado una orientación alternativa. Años más tarde, el Esbozo de la Historia del Partido Comunista sostuvo una visión similar: “(…) cuadros de extracción obrera de nuestro Partido y los que ya se habían fogueado anteriormente en la lucha contra las desviaciones de derecha y de ‘izquierda’, resistieron después del Congreso esa orientación política que se desviaba de la que debía practicar un verdadero Partido proletario” (Comité Central del Partido Comunista, 1947). Según el informe, esto se debía a mecanismos fallidosen un nivel profundo dentro de la dirección del PC: “En la dirección del PC de Argentina los problemas no se discuten; las divergencias no se esclarecen: se llega a compromisos sin principios entre unos u otros dirigentes, entre unos y otros grupos. Las discusiones toman un carácter intelectual, abstracto, desligado de la vida, con lo que se impide la efectiva proletarización del Partido”28. Sin embargo, esta crítica no apuntaba a una mayor “democratización” de los organismos partidarios, sino a señalar problemas más concretos: esta situación habría llevado a descuidar los mecanismos de seguridad internos del partido, que según la IC, estaban siendo alterados por espías infiltrados en la propia dirección. En particular se apuntaba a “el camarada Cesar”, Jacobo José Cosin (César Echevarría), miembro del CC del PCA desde 1931 y secretario de la FJC en 1933-1934, quien fue acusado de desarrollar relaciones con la policía durante su estadía en la cárcel, y posteriormente fue expulsado y denunciado públicamente29.
La crítica política de la IC fue acompañada de descripciones desfavorables de los miembros de la dirección del PC. Entre ellas, la más profunda estaría dirigida al “camarada Torres” (Luis Sommi), que era acusado de sostener a lo largo del tiempo una actitud contraria a la IC, ubicándose como su portavoz a pesar de las diferencias que había expresado en el VII Congreso30. Según el informe, pese a ser responsable en Sudamérica de la actividad de las juventudes comunistas, habría tenido un rol desorganizador, que llevó a la liquidación de los grupos juveniles en Argentina, Chile y Uruguay. Al mismo tiempo era acusado de haber participado de la fracción penelonista31, y de haberse “intelectualizado” pese a su origen obrero. El tono de crítica a Ghioldi y a Bernard (Paulino González Alberdi), fue más leve, relacionado sobre todo con su falta de autocrítica, y su demora en realizar los cambios necesarios. Sin embargo, en un documento posterior se agregaría que “la responsabilidad central de la situación del Partido y de la no profundización de los problemas en el IX Congreso recae sobre el compañero Orestes Ghioldi”, en tanto que no supo ser autocrítico, que “no mostró suficiente vigilancia partidaria, que mostró una marcada tendencia a solucionar los problemas del Partido sobre la base de compromisos y que está comprometido en el nucleamiento que se produce en la dirección”32. Ante estas definiciones, el Comité Central, por recomendación de la IC, resolvió “reorganizar” el buró político, colocando en el centro de la dirección a aquellos militantes que según su consideración, habían probado actuar “contra toda lucha de grupos, ligados estrechamente a las masas y especialmente al movimiento sindical”33. En los hechos, el cambio significó un desplazamiento tanto de Ghioldi como de Sommi de la dirección partidaria, y la asunción de Gerónimo Arnedo Álvarez como principal dirigente, destacando a cuadros obreros como José Peter y Florindo Moretti.
Desde el punto de vista político, la IC proponía reafirmar la orientación del Frente Popular sin que esto implicase concesiones consideradas “oportunistas” hacia el resto de las fuerzas políticas. El PC debía actuar sobre el radicalismo y el socialismo, buscando una alianza, pero marcando permanentemente las concesiones de éstos al gobierno. De la misma forma, el apoyo a Ortiz no debía ser “orticismo”, sino un reclamo permanente de que el gobierno fuese consecuente con su retórica de apertura democrática y aplicase un conjunto de medidas elementales que garantizasen las libertades necesarias para actuar contra la reacción.
Pero para llevar adelante esta política debía quedar claro, para la IC, que lo central era el fortalecimiento del propio PC. La debilidad a la hora de concretar el Frente Popular, expresaba la necesidad de acrecentar la gravitación de los comunistas en aquellos medios donde pudiese ejercer una presión sobre las “fuerzas democráticas”. La orientación debía adoptar la forma de círculos concéntricos en donde la formación de nuevos cuadros obreros y la captación de una nueva camada de militantes que se “probaran” en la lucha contra el fascismo y por el Frente Popular, era la base para actuar sobre los sindicatos, de ahí sobre las centrales, y desde la unidad del movimiento obrero en la lucha por sus demandas, impulsar las consignas democráticas que llevarían a la formación de la Alianza Democrática. En consonancia, se debía retomar el camino de la proletarización, empezando por desplazar a la dirección “intelectual”, y reemplazarla por “cuadros de extracción obrera”34. Es decir, se trataba de apoyarse sobre la fortaleza conquistada por el PC en el movimiento obrero, para desde allí impulsar una política “democrática” de colaboración de clases. La IC se colocaba en el lugar de defensora de un modelo de “partido proletario” contra lo que consideraba un desvío “socialdemócrata” de la dirección precedente, pero no lo hacía en función de aplicar una política clasista, sino como una forma táctica de desplegar la política frentista.
Por eso creemos que sería un error asimilar este debate sobre el rol y la composición del partido a un desacuerdo teórico sobre la forma “leninista” de partido, como lo presentó la IC en aquel entonces. La disolución efectiva de la IC tras su VII Congreso, la perspectiva del “socialismo en un solo país” y las consideraciones de Stalin sobre un desarrollo armónico entre socialismo y capitalismo, expresaban que no existía una continuidad de las posiciones del fundador de la III Internacional (Siglo XXI, 1973) en la organización encabezada por Georgi Dimitrov. Del mismo modo, la acción de los comunistas en Chile o Francia, donde efectivamente se había consolidado el Frente Popular, muestra que la subordinación del PC a los radicales y socialistas de dichos países, sosteniendo aquellas alianzas cuando las decisiones de gobierno fueron en contra de los intereses de los respectivos partidos comunistas35, no siempre representó un problema para la IC. Las necesidades geopolíticas de la URSS, basadas en la búsqueda de acuerdos con las potencias occidentales tras redefinir su política ante el ascenso de Hitler, implicaban que la IC privilegiase el establecimiento de alianzas que gravitasen en la política interior y exterior de los respectivos países donde intervenía, en función de acoplarse a las directivas de la diplomacia soviética.
En el siguiente apartado señalaremos entonces que en el caso del PC argentino hay evidencia suficiente para sostener que las eventuales apelaciones de la IC al “desvío oportunista”, al retorno a la “proletarización” y al “orticismo”, respondieron a “razones prácticas”, para lograr la realización de un Frente Popular pese a los obstáculos, más que a una revisión de la política frentista en términos estratégicos, es decir, en tanto fin al que respondían las distintas acciones del PC. Para ello definiremos estas “razones prácticas”, como aquellas sustentadas en la reflexión sobre las vías más eficientes para alcanzar un resultado concreto respecto a las directivas planteadas, en este caso demostrar algún avance en la formación del Frente Popular. Consideramos que esta perspectiva es útil para señalar la persistencia, tanto de la IC como del PC, en aplicar la orientación frentista pese a las dificultades prácticas con las que se había encontrado en Argentina, lo cual expresa el arraigo que aquella orientación había alcanzado en la óptica partidaria.
4. Las “razones prácticas” de la Internacional Comunista tras las críticas
Para comprender estas “razones prácticas” de la crítica al accionar del PC, debemos analizar las condiciones en las que se enmarcaban sus decisiones. En primer lugar, como sostuvimos al comienzo, los intentos de construir el Frente Popular habían sufrido una primera derrota. La negativa de las direcciones socialista y radical a conformar listas comunes hacia las elecciones presidenciales de 1937, implicaron rever las formas de alcanzar el objetivo frentista. En este sentido, la mayor delimitación con las direcciones de estos partidos, como proponía la IC, no cumplía una función teórica, o de reafirmación doctrinaria: implicaba influir sobre las disidencias y matices internos en estas organizaciones, buscando separar a la conducción de sus bases, para desde allí presionar a las cúpulas partidarias. El Comité Central del PC lo comprendió de esa manera tras la adopción de las críticas: “Mientras no se constituya la Alianza Democrática, el Partido Comunista debe apoyar, empujar y participar en cada movimiento progresista, criticando al mismo tiempo cada vacilación de los líderes democráticos y la resistencia de estos al Frente Popular”36. En noviembre de ese mismo año, siguiendo este razonamiento, Nuestra Revista señalaba la oportunidad de que los líderes del radicalismo reconsiderasen sus definiciones sobre el Frente Popular, en tanto su política los había llevado a una situación crítica por el descontento de sus afiliados:
La Unión Cívica Radical sufre un quebrantamiento muy serio de sus fuerzas y ascendiente popular. Sus grandes errores le han valido grandes derrotas. Sus tendencias abstencionistas significaron una capitulación ante el enemigo; su ‘intransigencia’, su sectarismo auto-suficiente frente a las demás agrupaciones obreras y democráticas que ofrecen al radicalismo la conjunción de fuerzas para defender las libertades públicas, lo aíslan de las masas, lo alejan de grandes sectores del pueblo (…)37.
Creemos que este tipo de observaciones se basaban tanto en el hecho de que el debate sobre la abstención o participación en las elecciones se había acrecentado en el radicalismo (Persello, 2004) tras la derrota electoral de 1937, como a que en algunas provincias como Tucumán (Ullivarri, 2009), bajo la candidatura de Miguel Critto, y en San Juan bajo la dirección Federico Cantoni, ambos en disidencia con el Comité Nacional de la UCR, los comunistas detectaron a un sector del radicalismo más propenso a las alianzas. Es decir, la crítica a la dirección partidaria fue acompañada por una búsqueda de concretar un acercamiento con los sectores críticos dentro de la UCR.
En un sentido similar actuaron las críticas sobre la dirección socialista, la cual, según el PC, había llevado al partido fundado por Juan Justo a un importante retroceso: “En lo que respecta al Partido Socialista, su estancamiento es notorio y muy serias las pérdidas de sus posiciones parlamentarias. Las resoluciones de sus congresos y organismos superiores en favor del Frente Popular no tuvieron, lamentablemente, aplicación real”38. La conclusión de la IC sobre la necesidad de que los comunistas locales fortaleciesen su acción en el movimiento obrero mediante la pelea por “demandas mínimas” que los vinculasen aún más con la base obrera, tenía estrecha relación con esta caracterización. Sobre todo si consideramos esta consigna en su forma práctica, la cual suponía ejercer una agitación en los lugares de trabajo que presionase para confluir con las bases socialistas y forzar así instancias de coordinación que no se daban mediante acuerdos con su dirección.
De este modo, desde mediados de 1938 se realizan actos y mítines, mediante la carátula de acciones organizadas por la CGT, en donde las organizaciones influidas por socialistas y comunistas tales como la Federación Obrera Nacional de la Construcción, la Federación Grafica Bonaerense, trabajadores textiles, del gremio de la carne y empleados de comercio, confluyeron por demandas como el boicot a los productos alemanes39, los reclamos contra las deportaciones de activistas40 (que incluyó una presentación al Congreso Nacional firmada por José Domenech), la defensa de la ley 11.72941 (vinculada al régimen de indemnizaciones y licencias en el sector de comercio) y sobre todo contra la invasión alemana a Checoslovaquia42. Es decir, en este caso también, las críticas a la dirección socialista se combinaron con métodos para lograr acercamientos con sectores de sus afiliados, y desde allí presionarla en pos de una acción conjunta.
Un segundo indicio de la realpolik que orientó las recomendaciones de la IC, lo encontramos en la necesidad de los comunistas de crear un cerco a las críticas que estaban surgiendo hacia el Frente Popular en el propio campo de la izquierda, particularmente desde los militantes trotskistas, que en ese periodo ganan peso dentro del PSO, el partido surgido de la lucha fraccional dentro del PS. Si bien se trataba de una corriente minoritaria a nivel nacional, resulta significativo el empeño del comunismo en atacarla. La crítica internacional del trotskismo al Frente Popular había llevado a la IC a recomendar reforzar la delimitación de lo que se consideraban “agentes fascistas” que intervenían en el movimiento obrero para “dividirlo y favorecer a la reacción”43. Esta crítica tenía una doble dimensión: por un lado respondía a una rivalidad concreta con el trotskismo, que el estalinismo identificaba en el caso de España con el POUM, donde existían espacios políticos compartidos y una tradición común en disputa; por otro, en aquellos lugares donde los seguidores de León Trotsky tenía menos peso, como en Argentina, era una manera de delimitarse de las expresiones más combativas con las que comúnmente se asociaba a la izquierda, y reforzar su identidad con la moderación y aceptación de la democracia liberal que requería el Frente Popular. Es decir, la desproporción entre la importancia dada a la crítica al trotskismo y el peso real de esta corriente a nivel nacional, se comprende en parte por la necesidad de los comunistas de reafirmar una identidad “no radicalizada”, moderada y conciliatoria, dentro de la izquierda.
Sin embargo, también existía un problema práctico. Efectivamente, durante los años 1937 y 1938, la política de “entrismo” por parte de algunos grupos trotskistas44 de La Plata y Córdoba, y luego aquellos organizados con Antonio Gallo en la publicación de Izquierda, había mostrado un relativo éxito, consolidando la incorporación de un importante dirigente obrero como Mateo Fossa a sus filas, y ampliando su militancia sobre todo entre la juventud del PSO. Esto se expresó en que las conversaciones entre la Federación Juvenil Comunista y la juventud del PSO para confluir bajo la orientación frente populista, se vieron interrumpidas por la oposición de los trotskistas. Según el PC, la responsabilidad recaía sobre el Comité Ejecutivo del PSO, que permitió “haberse dejado arrastrar por una banda de trotskistas, agentes del fascismo, que aún se encuentran infiltrados en las filas de dicho partido hermano”45.
En agosto de 1938, refiriéndose a expulsiones dentro del PSO, y al caos que existía en este partido, Orientación también apuntaba a los trotskistas, quienes “usando el carnet del PSO han ido ocupando puestos e influenciando su política- y aun confundiendo a otros sinceros militantes- hasta llevar al PSO a la difícil situación actual”46. Sin embargo, el problema no era solo la presencia de este grupo en la organización, sino el contenido que estos expresaban y la necesidad de que este no fuese identificado con la izquierda. Las críticas del trotskismo al Frente Popular, centradas en denunciar que se trataba de una política de conciliación de clases, una traición a la clase obrera internacional y un abandono de la lucha por la revolución socialista, eran respondidas por el PC no en el plano “teórico” o estratégico, sino como un problema práctico, en tanto las consideraban un favor al “confusionismo” y a la “reacción”, ya que implicaban asimilar al movimiento obrero y a la izquierda con el caos y la ruptura del orden social: “Cuando la reacción busca la más mínima manifestación de ilegalidad o desorden para dictar leyes de represión esta gente sale a la calle con las consignas tales que los más crudos elementos reaccionarios le deben estar agradecidos”47. Orientación se refería centralmente a aquellas consignas que apuntaban a agitar la idea de revolución socialista y a la lucha de clases contra el capital nacional y extranjero48. Se puede conjeturar que la preocupación por la acción de estos grupos, resulta un indicio respecto a las dificultades del PC para conciliar su retórica socialista con su giro frentista, que implicaba atenuar toda apelación a una actividad revolucionaria.
Es decir, la discusión sobre el “desvío socialdemócrata” del PC en su IX Congreso, debe entenderse, en parte, poniendo el foco en la necesidad de los comunistas de evitar críticas que desde el propio campo de la izquierda, pusieran en cuestión su carácter “revolucionario” o “socialista”, y que pudieran beneficiarse de su giro hacia la búsqueda de un acercamiento con el radicalismo, y de sus expectativas puestas en el gobierno de Ortiz.
Finalmente, un tercer indicio de estas “razones prácticas” que motivaron la discusión sobre el tipo de partido que se debía construir, está relacionado con la necesidad de fortalecer la cohesión partidaria y evitar el surgimiento de fracciones ante el estancamiento de la política frentepopulista. El Esbozo de la Historia del Partido Comunista sostendrá, años más tarde, que uno de los logros de este periodo había sido desplazar de la dirección partidaria al sector “sectario-oportunista” y a los “conciliadores con el mismo”, pero sobre todo que “(…) esto lo logró sin provocar una crisis” (Comité Central del Partido Comunista, 1947). Efectivamente, durante el transcurso de estas discusiones y sobre todo luego de julio de 1938, hubo múltiples intentos por parte del PC, de morigerar el impacto de la crisis, apelando a una mayor disciplina partidaria, e intentando reconstruir la autoridad de la dirección. La corrección del “desvío” previo solo podía ocurrir si se reforzaba el “autocontrol”. Éste, apelando al lenguaje propio de los Juicios de Moscú realizados durante 1937, era entendido como un control interno del partido sobre sus miembros, denunciando todas las conductas que tendieran al “personalismo” y la “lucha sin principios”, lo cual en general se identificaba con cualquier oposición al núcleo de dirección aceptado por la IC. Según Arnedo Álvarez, designado como Secretario General del PC, “(...) La lucha por establecer el frente único exige de nosotros una lucha constante dentro de nuestras propias filas contra la tendencia de rebajar el papel del Partido, contra las ilusiones legalistas, contra la orientación hacia la espontaneidad y el automatismo”49. Para Álvarez las tendencias al personalismo y la “pedantería” entre los dirigentes, habían llevado a des jerarquizar la construcción del partido como principal tarea. Según Nuestra Revista existían sectores del partido que atribuían a “razones objetivas” la imposibilidad de sumar nuevos afiliados, cuando en realidad se debía a un problema partidario, cuya única resolución era hacer confluir “el sentir de la masa”, es decir, sus demandas cotidianas, con la organización partidaria50.
Al mismo tiempo, se debía garantizar por todos los medios la unidad del partido y la aceptación de las resoluciones del Comité Central51, con el fin dedesarrollar la política frentista sin que ello fuese en detrimento de la propia construcción partidaria. Si bien Sommi y Ghioldi no fueron expulsados, ya que habían realizado una “sincera autocritica”52, hubo algunos casos de expulsiones luego de julio de 1938, debido a causas como “disgregación”, “divisionismo”, “intrigas” sobre la dirección, y sospechas de complicidad con la policía. Aunque no existen evidencias de que la crisis haya causado rupturas o expulsiones significativas entre las bases, hay indicios del modo en que fueron tratadas las disidencias, que permiten comprender este proceso de reafirmación del monolitismo de la dirección partidaria. Un ejemplo es de “el camarada Gómez”, que “estaba en desacuerdo con las resoluciones publicadas a las que consideraba trotskistas. Consideramos que su actividad orgánica individual dentro del Partido ha provocado confusión y descomposición política (…)”53. Otro el de “el camarada Carlos”, que “tiene ya en el Partido tradiciones divisionistas y anti partidarias. Su trabajo en el Partido nunca se caracterizó por una colaboración franca y leal”54. Según los documentos comunistas varios de estos miembros, expulsados o sancionados, pertenecían a la regional de Capital Federal, donde más había avanzado la influencia de Sommi y Ghioldi. A nivel de la dirección partidaria, el caso más relevante de expulsión fue el del mencionado Cesar Echeverría, quien cumplía un papel dirigente en la regional de Capital Federal.
A modo de síntesis, se puede afirmar que existieron varios síntomas que dan cuenta de las “razones prácticas” que la IC tuvo para impugnar varios de los lineamientos y resoluciones formulados por el PC en su IX Congreso. Más allá de las conjeturas que se puedan hacer sobre un posible enfrentamiento entre la IC y la dirección de Sommi y Ghioldi, creemos que las críticas y debates desarrollados durante estos meses no respondieron a una mera controversia de “personalismos”, sino a un debate político que atravesó distintas concepciones sobre la articulación entre el programa a desarrollar y con qué tipo de organización llevarlo adelante en el marco de la etapa frentepopulista. Como hemos expuesto, varias de las “razones prácticas” que motivaron la crítica de la IC estuvieron relacionadas con la necesidad de reforzar los argumentos para sostener la orientación del Frente Popular en el marco del fracaso de la vía electoral, y así evitar las críticas tanto internas como externas.
5. El pacto de Múnich y una nueva etapa
Habiendo planteado las características centrales de la crisis partidaria y algunas de sus motivaciones centrales es necesario formular la pregunta sobre su finalización: ¿Cuál es el momento de resolución de la crisis partidaria? Según el oficialista Esbozo de la Historia del Partido Comunista, si bien la designación de Arnedo Álvarez como Secretario General permitió al partido ampliar su capacidad de acción contra las tendencias “sectarias”, y dar publicidad a sus ideas mediante la publicación del periódico La Hora, “solamente en los años 1940-41 con la reintegración a la dirección del Partido de los camaradas V. Codovilla y R. Ghioldi fue posible proceder a la liquidación completa de los elementos sectarios oportunistas de los dos puestos directivos y dar al Partido una dirección homogénea capaz de asegurar la aplicación consecuente de su línea política” (Comité Central del Partido Comunista, 1947). Sin embargo, creemos que al referirse al año 1941, el Esbozo... intentaba, por un lado, reivindicar a la dirección partidaria de ese momento (1947), que eran Vittorio Codovilla y Rodolfo Ghioldi, y por otro “saltear” el periodo neutralista, es decir, el periodo en el que estuvo vigente el acuerdo Molotov-Ribbentrop, de no agresión entre Rusia y Alemania, que es omitido en todo el relato. Como hemos señalado en otros trabajos (Piro Mittelman, 2019), este se trató de un periodo conflictivo para el PC, que debió adoptar una posición defensiva frente a las múltiples impugnaciones de aliados y adversarios al pacto. Es decir, la versión dada por el Esbozo…está impregnada por los debates de su momento de realización, y carece de un sentido crítico, con lo cual impide vislumbrar las particularidades del periodo analizado.
Por otra parte, si tomamos el relato de la publicación del Comité Central Nuestra Revista, que a diferencia del periódico Orientación desarrolló en extenso los debates partidarios del periodo, la crisis habría sido superada en el mismo Comité Central de julio de 1938:
(…) la resolución del pleno del C. Central a la vez que reafirma nuestra política de ‘propiciar la alianza de las fuerzas democráticas con aquellos sectores de los Partidos gobernantes que se pronuncian contra el fascismo y por el restablecimiento de las libertades públicas’ corrige los errores cometidos por nuestro Partido al no impulsar más decididamente la lucha por la formación del Frente Popular55.
Sin embargo, creemos que esta visión lineal que conecta las resoluciones partidarias con la “corrección de los errores”, no se corresponde con la situación del PC durante los meses posteriores a julio, que Orientación describía como “un período de desorientación y estancamiento en la actividad de los Partidos democráticos que se refleja - lógicamente - en la situación política del país”56. Si bien el PC había tomado algunas medidas relacionadas con fortalecer su actividad en el movimiento obrero, mediante su participación en la campaña contra los productos alemanes impulsada desde la CGT57, según Orientación “la reacción” había avanzado durante esos meses58, avalada por la Sección Especial de Represión al Comunismo, mientras que el gobierno de Ortiz no había mostrado ningún avance significativo en lo que llevaba de gobierno.
Creemos que estas contradicciones en el relato comunista son expresión de las dificultades que tuvo el PC para encontrar una salida rápida a la crisis abierta. Sin embargo, si se desplaza el foco de atención fuera de la dinámica interna del propio PC, se pueden detectar algunos elementos que fortalecieron la actividad partidaria tras la crisis. Es que la “lógica de la guerra”, entendida como la oposición tajante entre fascismo y anti fascismo, incrementada por los hechos europeos que tendían a un enfrentamiento bélico total entre estas fuerzas, benefició al PC en su búsqueda de una resolución a la crisis partidaria. Los sucesos internacionales que ocurrieron con posterioridad a julio, el acrecentamiento de las hostilidades de Hitler sobre Checoslovaquia, la firma del tratado de Múnich y el avance de las tropas franquistas en España, permitieron al PC jerarquizar los aspectos internacionales de su orientación, en donde la “amenaza nazi” se tornó más concreta que la denuncia al gobernador de Buenos Aires, Manuel Fresco, como “fascismo criollo”, y donde el acuerdo de Múnich, le permitió, no sin contradicciones, una ofensiva sobre los “aliados democráticos”. Al mismo tiempo, el alejamiento respecto de Francia e Inglaterra que se produjo tras el acuerdo de estos con Alemania, tuvo su correlato en un acercamiento a Estados Unidos. Es decir, así como con el comienzo de la Segunda Guerra Mundial, el PC se apoyó sobre el prestigio conquistado por la URSS en su lucha contra Hitler, y en la amalgama producida en el movimiento antifascista alrededor del apoyo a los Aliados y la URSS, para desplegar su política frentista (Bisso, 2007; Petra, 2017), hacia mediados de 1938 también fue la política internacional la que articuló esta orientación.
Entre mediados de septiembre y principios de octubre Hitler había iniciado negociaciones con Francia y el Reino Unido para que aceptasen la ocupación de los Sudetes por parte del ejército alemán, con el argumento de que los checoslovacos estaban asesinando a los alemanes que vivían allí. Sin participación del gobierno checoslovaco, el 29 de septiembre se firmó el tratado de Múnich entre los gobiernos alemán, francés, británico e italiano. En lo que implicaba en los hechos una reformulación del tratado de Versalles, la firma del acuerdo supuso la revisión de las fronteras checoslovacas y la transformación de los habitantes alemanes de la zona de los Sudetes en ciudadanos del Tercer Reich.
Inmediatamente la IC condenó el acuerdo, considerándolo una traición, particularmente a los acuerdos franco-soviéticos, y al pueblo checoslovaco. El régimen soviético temía que las concesiones a Alemania se transformasen en una vía libre para la expansión de Hitler hacia el oeste, y que se quebrase el sistema de alianzas trazado en el periodo anterior. Al mismo tiempo, el acuerdo implicaba poner en cuestión la política de Frente Popular, en tanto que en lugares como Francia y España, el acuerdo de Chamberlain y Daladier con Hitler, fue interpretado por los comunistas como un favor al avance del nazismo, y una ruptura en las relaciones entre las “fuerzas democráticas”. Tal era el grado de tensión, que según la sección internacional de Orientación el siguiente paso de Francia e Inglaterra tras el acuerdo de Múnich era la entrega de España al franquismo59.
A nivel local, el PC consideró que el acuerdo de Múnich tendría como consecuencia fortalecer a los grupos fascistas. Al ser descripto como un gobierno presionado por sectores reaccionarios, la presidencia de Ortiz se vería debilitada y actuaría contra el movimiento obrero. De esta manera, para el PC, los decretos presidenciales de noviembre de 1938 que condicionaban la inscripción de nuevos sindicatos por parte del Poder Ejecutivo, estaban vinculados al pacto de Múnich, en tanto de éste surgirían en todo el mundo “ataques combinados contra la independencia de clase de los trabajadores, contra su derecho a organizarse libremente y contra la corriente que prima hoy en el seno de la clase obrera”60. Al mismo tiempo, el PC tensionó su relación con el PS, ya que, siguiendo el giro abrupto de la IC, consideraba que el pacto se podría haber evitado si se hubiese llamado a una movilización conjunta de toda la clase obrera a nivel internacional impulsada por la conjunción de los comunistas con la Internacional Obrera y Socialista, y con los laboristas, y sus respectivas organizaciones sindicales. Si para Dimitrov el imperialismo francés e inglés debían ser denunciados como cómplices del fascismo, el PC sostuvo que ya no se podía esperar de ellos, ni de los partidos socialista y radical, afines a estos regímenes, la realización del Frente Popular. Sin embargo, esta idea, lejos de implicar el abandono de la política aliancista, se concatenó con la definición según la cual debía ser el PC el que llevase adelante la unión, replegándose en la fuerza de la clase obrera: “Este rol unionista debe ser jugado centralmente por la clase obrera, el sector más consciente y avanzado de la población laboriosa, el más consecuente en la lucha contra el fascismo por la democracia”61. Es decir, si uno de los ejes de la polémica tras el IX Congreso era el rol de los comunistas dentro del Frente Popular, y la necesidad de marcar las diferencias con el resto de las fuerzas que se negaban a realizarlo, los hechos de la política internacional permitieron aplicar esas definiciones a una realidad que, por otros motivos, se ajustaba a las mismas.
Una expresión de este momento en del PC, es el hecho de que el propio Orestes Ghioldi, desplazado de la dirección del partido, haya sido el encargado de reafirmar la continuidad de la política de Frente Popular bajo aquella nueva realidad. En una nota cuyo título ilustraba esta situación62, Orestes Ghioldi sostenía que la noticia del pacto había generado confusión entre sectores del movimiento obrero y popular, y dudas sobre si debía o no continuarse con la orientación frentista, ante lo cual respondía: “(…) en la pregunta misma ya se comete un error: la política del Frente Popular no afectó ni afecta la independencia de la clase del proletariado. Más bien, la destaca con mayor nitidez”, en tanto esta política significaba: “una lucha implacable por los intereses del pueblo, un pujante movimiento popular que surge de lo más profundo de la nación. Por eso no se puede dislocar con la facilidad con la que se disloca una combinación parlamentaria ni lo puede enterrar la traición de un jefe por alto que esté colocado”63. Es decir, el Frente Popular se redefinía como una conjunción de fuerzas que excedía a un acuerdo de partidos, y se retomaba la idea de “proceso” y “movimiento”, cuyo objetivo debía ser frenar el avance del fascismo. Por lo tanto, si para hacerlo se debía actuar sin un acuerdo explícito con socialistas y radicales, resultaba válido considerar el sostenimiento de esa política “a pesar” de ellos, y confluir en aquellas instancias donde fuese posible. Esto quedó expresado, como veremos, en las múltiples acciones comunes llevadas adelante entre socialistas, radicales y comunistas contra la invasión checoslovaca, que podían ser interpretadas como parte del “movimiento” democrático.
A modo de establecer una definición podríamos decir que para el PC se trató, tras el acuerdo de Múnich, de eximir al Frente Popular de las alianzas políticas, particularmente las electorales y organizacionales, dándole jerarquía a los aspectos programáticos del mismo, y a la alianza social entre la clase obrera y sectores “progresistas” de la burguesía. Es decir, no se trataba de abandonar la política de colaboración de clases, sino que ante la imposibilidad práctica de realizar un acuerdo con los partidos que representaban a otras clases o facciones de clase, los trabajadores, y el PC, debían asumir el conjunto de las tareas del Frente Popular. No hacerlo, por el contrario, era entendido por los comunistas como un favor al fascismo, en tanto sectores de la burguesía, las “capas medias” y el campesinado, se habrían visto atraídas a su campo ante la ausencia de “alternativas democráticas”.
Se podría conjeturar también, que esta formulación resultaba favorable a los comunistas no solo para justificar el sostenimiento de la política frentepopulista, sino para disputar aquellos símbolos del amplio espectro de movimientos solidarios, asociaciones y organizaciones, que se inscribían en el anti fascismo. Referencias de la lucha anti fascista como la Guerra Civil en España o la resistencia checoslovaca, se habían puesto en disputa, sobre todo con el PS y la UCR, ante la “confusión” generada por el acuerdo. Por lo tanto, la idea de considerar la unión de las fuerzas democráticas como un “proceso” y un “movimiento”, habilitaba a actuar junto con socialistas y radicales, pese a las diferencias políticas y la imposibilidad de llegar a acuerdos de más largo alcance. Por ejemplo, el 21 de septiembre de aquel año, el PC impulsó un acto en apoyo al pueblo checo junto al Sindicato Único de la Construcción y la Federación Gráfica Bonaerense en el Teatro Marconi de la Capital Federal, donde además de Pedro Chiarante y José Peter, participó el diputado radical Raúl Damonte Taborda y representantes de la CGT64. Solo algunos días más tarde, ante la designación por parte del Comité Ejecutivo del PS de Mario Bravo y Sánchez Viamonte como responsables para coordinar acciones de solidaridad con Checoslovaquia, se desarrolló un mítin conjunto en donde participó Emilio Troise, junto con Alicia Moreau de Justo, Mario Bravo, Arturo Frondizi, Julio Noble, Cora Rato y Sara Jorge65. Paralelamente, la Asociación de Intelectuales Artistas Periodistas y Escritores (AIAPE), vinculada al PC (Cane, 1997; Pasolini, 2005 y 2013; Petra, 2017), propuso la realización de un acto en respuesta a una convocatoria de intelectuales checos contra la invasión alemana. A esto, se sumaron decenas de declaraciones aparecidas en Orientación, desde sindicatos, a asociaciones de inmigrantes en Argentina, y grupos antibelicistas, feministas, anti racistas, que sumaban su rechazo a la anexión de los Sudetes y llamaban a la lucha contra el fascismo para evitar una nueva guerra.
Con la misma intensidad, se incrementaron las señales de apoyo a los republicanos Españoles, en un momento decisivo de la guerra. El PC conectaba y equiparaba el resultado de la Guerra de España con el desarrollo del pacto de Múnich, pese a que la negativa de Francia e Inglaterra a colaborar con el ejército republicano era previa a la firma del mismo, sin que esto haya obstaculizado la política frentista. En un manifiesto firmado por once partidos comunistas en oposición al acuerdo de Múnich se sostenía que el grito de guerra de todos los demócratas del mundo debía ser “(...) España para los españoles. (…) A la primera intentona de los hombres de Múnich para hacer con España lo que han hecho con Checoslovaquia, la protesta popular debe hacer oír su voz en todas partes, poderosa, resueltamente, dispuesta a todo para evitar este nuevo crimen que se prepara contra La Paz”66. En este sentido, el PC resuelve que la tarea central del partido debía ser poner en pie un gran movimiento que refuerce la ayuda material a los republicanos españoles. Si bien las campañas de solidaridad con la República Española existían desde hacía años (Quijada, 1991; Rein, 1995; Piemonte, 2016; Campione, 2018), las crecientes dificultades de la guerra, llevaron a un vuelco mayor hacia las tereas relacionadas con el refugio y ayuda de los exiliados, así como la asistencia a los niños huérfanos, mediante el envío de víveres, ropa y jabón. La IC, sobre todo teniendo en cuenta las necesidades militares de la URSS, había reemplazado la idea de apoyo militar y armamentístico a España (en los hechos limitados y combinado con la represión a los opositores al estalinismo en el propio bando republicano), por la ayuda a las “víctimas”, dando cuenta del momento de reflujo que se había provocado.
En efecto, entre noviembre y diciembre de 1938 se abrieron nuevos locales de la FOARE67 (Federación de Organismos de Ayuda a la República Española), la asociación impulsada por los comunistas que reunía a diversos organismos de ayuda a los republicanos españoles, y se intensificaron los actos y reuniones, a los que se convocaba a asistir con alimentos y ropa68. También se aceleraron las acciones de la Comisión Argentina Pro Campaña de Invierno, en la cual Orientación69 destacaba el rol de las asociaciones femeninas y juveniles en el envío de ayuda a los niños huérfanos. Es decir, se desarrollaron un conjunto de iniciativas que, apoyándose en una causa extendida y sentida por todo el universo antifascista local, permitieron a los comunistas ubicarse como representantes del Frente Popular, mediante un movimiento amplio de apoyo que les permitió coordinar con otros sectores “democráticos”, que de otra manera, producto de los problemas planteados anteriormente, les hubiese resultado imposible abordar.
Vale destacar que entre estas iniciativas, las impulsadas por los intelectuales vinculados al PC, particularmente desde la AIAPE (Bisso y Celentano, 2006), resultaron efectivas a la hora de establecer lazos con el espacio antifascista, en tanto como señala Augusto Piamonte (2013), fueron lo suficientemente amplias como para evitar enfrentamientos entre los “sectores democráticos”. Sin embargo, esto no quita que durante el año 1938, en consonancia con el incremento del control partidario sobre sus afiliados y la concepción de “unidad del partido”, se haya efectuado un “disciplinamiento interior” de este tipo de organizaciones (Pasolini, 2013), aumentando la vigilancia del PC sobre las mismas, como lo expresa el alejamiento de militantes antifascistas de la AIAPE, tales como Alberto Gerchunoff, Cesar Tiempo y Samuel Eichelbaum, producto de sus diferencias con la conducción comunista expresada en la figura de Emilio Troise70. Es decir, el despliegue de estas iniciativas “amplias” estuvo combinado con una fuerte delimitación de todos aquellos sectores que se opusiesen a las directivas del PC.
Finalmente, otro síntoma de los cambios ocurridos tras el pacto de Múnich, que acercaron a los comunistas a organizaciones amplias o “movimientos” que confluían con el campo del antifascismo, fue el giro hacia un mayor apoyo a Estados Unidos, en tanto la consideraron como la potencia capitalista que “no traicionó” las aspiraciones democráticas. Si bien el programa del PC incluía el problema de la “liberación nacional” y la “lucha contra el imperialismo”, ya la IC había enviado claros indicios de que no todos los imperialismos debían ser tratados por igual71. Si el eje Roma-Berlín-Tokio era considerado como abiertamente reaccionario, en tanto mediante su propaganda influía sobre sectores de la pequeño burguesía para que se separasen del Frente Popular y se sumasen a la reacción, los imperialismos Francés e Inglés, pese a su rol opresor en los países “semi coloniales” como Argentina, eran considerados favorables a “la causa democrática”. Ya en el IX Congreso, Sommi había sostenido que si bien las críticas al imperialismo inglés, por la popularidad que tenían en Argentina, no podían cesar, debían pasar a un plano secundario. Esto se expresó centralmente en la omisión de los vínculos entre Ortiz y los capitales ingleses para caracterizar a su gobierno. A su vez, la IC distinguía entre el imperialismo inglés y el norteamericano, en tanto en el primero “el gobierno está en manos de un sector reaccionario del conservadorismo inglés, mientras que en Estados Unidos el presidente Roosevelt realiza medidas progresivas y entra frecuentemente en lucha con las capas reaccionarias del capitalismo financiero yanqui”72. Además, vale aclarar que la crisis del Frente Popular en Francia, sobre todo a partir del ascenso de Daladier y las fuertes represiones a las manifestaciones obreras del 30 de noviembre de 1938, expresaban más abiertamente las contradicciones de la política frentista en relación al discurso antiimperialista. Es decir, para el PC existían tres tipos de imperialismo, que iban desde el sector abiertamente reaccionario (Alemania, Italia y Japón), hasta un sector progresista (Estados Unidos), en donde Inglaterra cumplía un papel intermedio, en tanto su prédica democrática no implicaba menor opresión a sus colonias, y donde Francia, pese a haber tenido un gobierno de Frente Popular, estaba atravesando una crisis poco favorable a esa política.
Partiendo de estas consideraciones, el pacto de Múnich empujó a los comunistas a un mayor acercamiento con el gobierno norteamericano, sobre todo a partir de la Conferencia Panamericana celebrada en Lima en diciembre de 1938 (Morgenfeld, 2011), en donde Estados Unidos buscó agrupar a los países del continente para convenir el apoyo mutuo en caso de agresiones militares extranjeras, e incrementar su influencia continental por sobre la de los países europeos. Ya en los meses previos, desde su prisión en Brasil, Rodolfo Ghioldi, sostenía que era necesario un “americanismo” menos dependiente de Europa, en el que Estados Unidos podía cumplir un rol importante. Esta concepción iría de la mano de la necesidad de conquistar la “unidad nacional”, como forma de evitar que el fascismo dividiese a los argentinos. Los rumores sobre un golpe de estado contra el gobierno de Ortiz, impulsado por sectores de las fuerzas armadas y el gobernador Fresco, reforzaron esta concepción de “unidad nacional” en el discurso comunista, extendiéndola a sectores de las Fuerzas Armadas, en tanto veían que cualquier fractura en ellas podía favorecer el avance del fascismo. La extensión de este concepto llevó al PC a adherir al acto en el Luna Park, el 12 de diciembre de 1938, que proclamó su apoyo a la conferencia de Lima, en el que participaron Marcelo Alvear, Julio Noble, Pérez Leiros, Damonte Taborda, y Benito Marianetti, entre otros, convocado mediante un manifiesto “Pro Alianza de las Américas” donde según Orientación “coinciden hombres del conservadurismo y el antipersonalismo con radicales socialistas e intelectuales de izquierda”73. Es decir, la unidad nacional implicaba ampliar aún más el espectro de alianzas y “movimientos” al que los comunistas le darían su apoyo, en tanto estos fueran funcionales, según su interpretación, a evitar la penetración del fascismo.
Resulta ilustrativo que, durante el mitin del Luna Park, el tema del Frente Popular no fuera menor. Tanto el diario La Nación, como La Razón74, coincidieron en describir que en el inicio del mismo, previo a que Alvear tomase la palabra, se produjo “un coro general en que el público expresaba su anhelo de Frente Popular”75. Se podría pensar que las instancias de este tipo, además de resultar formas prácticas de acción común, eran utilizadas por los comunistas como momentos de presión hacia los líderes radicales y socialistas.
Pero más allá de las tácticas utilizadas, lo cierto es que la política americana cobraba mayor peso para el PC. La Conferencia de Lima era interpretada como un paso en función de lograr la unidad continental, y una respuesta concreta al problema de la guerra, diferente a la “vergüenza de Múnich”76. En este sentido Rodolfo Ghioldi, saludaba la posibilidad de que el canciller Cantilo diera un paso en cuanto a establecer vínculos que separaban al país de la dependencia británica, pese a que éste se había mostrado como uno de los delegados más moderados respecto a Estados Unidos, por temor a ser interpretado como un alejamiento de Gran Bretaña (Morgenfeld, 2011). Este giro fue detectado también por los adversarios del PC, como trotskistas y socialistas, que denunciaron la contradicción de los comunistas de apoyar a la gran potencia capitalista. Es decir, esta política acercaba aún más a los comunistas al gobierno de Ortiz y al gobierno norteamericano, mediante la idea de “unidad nacional” y de “unidad americana”.
A modo de síntesis podemos afirmar que si la crisis partidaria había enfrentado a la dirección local con la IC, tanto los cambios en la dirección del PC como la dinámica internacional, habilitaron una nueva síntesis sobre cuál debía ser la política comunista en relación a la posibilidad de concretar un Frente Popular. Estano significó un abandono de la política frentista, sino una modificación de sus alcances y objetivos inmediatos, tendientes a dar una mayor autonomía al PC respecto del resto de los “partidos democráticos”, para desarrollar iniciativas amplias apoyadas en el extenso campo del antifascismo local. En particular, la dinámica internacional, sobre todo tras el pacto de Múnich, supuso un refuerzo de este cambio, en tanto el PC intervino con mayor intensidad en movimientos amplios, por causas internacionales, donde el peso de las definiciones de la IC cobró mayor influjo. Al mismo tiempo, el avance concreto de Hitler en Europa, confluyó con el discurso comunista sobre la inminente amenaza nazifascista, y la necesidad de unificar fuerzas y acciones para enfrentarlo. Esto supuso la ampliación aun mayor del espectro político con el cual los comunistas buscaron confluir, pues bajo la idea de “unidad nacional”, se incluyó a sectores conservadores y a los soldados “no golpistas” del ejército. Es decir, la idea de reforzar la “proletarización” y de enfrentar los “desvíos socialdemócratas” que surgieron tras el IX Congreso, no implicaron una mayor delimitación de clase respecto del resto de los actores políticos del periodo, sino un refuerzo de la política de colaboración entre la clase obrera organizada por el PC y todos aquellos sectores que apoyasen formalmente, por diversas razones y más allá de la clase a la que perteneciesen, la causa antifascista.
6. Palabras finales
Hacia fines de 1937, la imposibilidad de concretar un acuerdo efectivo con radicales y socialistas por la vía electoral, supuso para el PC la necesidad de redefinir la forma que adoptaría la política frentepopulista. La idea de “Alianza Democrática”, formulada por la dirección partidaria de ese momento, fue una modulación de aquella orientación que implicaba una modificación de sus alcances y objetivos inmediatos, tendientes a buscar una mayor autonomía del PC respecto de los “partidos democráticos” para desarrollar iniciativas amplias apoyadas en el extenso campo del antifascismo. Sin embargo, este reajuste en la orientación partidaria abrió un debate sobre el tipo de partido que debía construirse para esos objetivos, la composición de la organización partidaria, la ubicación de los comunistas en el régimen político local, y las prácticas concretas que serían necesarias para forzar la realización de un Frente Popular.
La crítica realizada por la IC a los comunistas locales, centrada en la necesidad de reforzar la “proletarización” y de enfrentar los “desvíos oportunistas” que, en su visión, habían surgido tras el IX Congreso del PC, no supuso una revisión de la estrategia frentista, sino de las formas prácticas de desarrollarla. Descartada coyunturalmente la vía electoral, la crítica de la IC implicó que el PC buscase apoyarse sobre aquellos medios sociales donde era más fuerte para desplegar una acción frentista: en el movimiento obrero organizado y en su lugar conquistado dentro del movimiento antifascista. El “obrerismo” al que apelaba la IC no remitió a la búsqueda de una política clasista, ni a reducir su actividad entre los intelectuales, sino a un modo de trasformar las luchas “mínimas” de la clase obrera, en un recurso desde el cual confluir con las bases socialistas y radicales, presionando sobre sus direcciones. A su vez, la crítica respecto al desvío “socialdemócrata” no supuso el llamado a desarrollar una política revolucionaria o a radicalizar los métodos de acción, sino a reforzar la construcción partidaria como una vía para fortalecer el lugar del PC en una eventual alianza. Es decir, el debate abierto sobre la composición y práctica del partido que se estaba construyendo, remitió centralmente a la multiplicidad de formas tácticas sobre las que se debía explorar la concreción del Frente Popular en Argentina, y no a una revisión sobre las consecuencias estratégicas de esta orientación.
Estas opciones tácticas estuvieron ancladas en la idea de que el Frente Popular podía ser concebido como un “proceso” o un “movimiento” en el cual el PC debía intervenir. En este sentido, si bien el PC tuvo una dificultad inicial para resolver la crisis abierta, lo cual quedó evidenciado en los contradictorios relatos “oficiales” elaborados posteriormente sobre su momento de finalización, la dinámica de la situación política internacional, sobre todo tras el pacto de Múnich, amplió la capacidad del PC de actuar sobre el vasto campo del antifascismo local, interviniendo en movimientos amplios, por causas internacionales, pero generando vasos comunicantes locales, que lo vincularon directa e indirectamente con los “partidos democráticos”. De este modo, el PC buscó amalgamar la política frentista, entendida como “movimiento”, con el campo antifascista local, del cual eran parte radicales y socialistas. A su vez, el acercamiento de la URSS con Estados Unidos, delineó el discurso comunista hacia una idea de “unidad nacional y americana” como fórmula de la política frentista, la cual definió como un gran “movimiento democrático” del que podían participar tanto conservadores como comunistas.
La consideración de esta dinámica, que amplía el análisis sobre el desempeño comunista en este periodo, permite abrir nuevas líneas de investigación sobre las modulaciones en la política comunista del periodo, su articulación con los cambios en la política nacional e internacional, y su impacto sobre el medio social donde aquellos se desempeñaron, particularmente en la clase obrera organizada sindicalmente.