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Trabajo y sociedad

versión On-line ISSN 1514-6871

Trab. soc. vol.22 no.37 Santiago del Estero jun. 2021  Epub 01-Jul-2021

 

PERSPECTIVAS DE LAS DESIGUALDADES: IMÁGENES Y MAGNIIUDES

Ganar y perder la vida trabajando la basura

To make (and unmake) a living out of garbage

Ganhar e perder a vida trabalhando no lixo

Natalia Luxardo1 
http://orcid.org/0000-0002-9304-0110

Fernando Sassetti2 

Julio César Bello3 

1 Universidad de Buenos Aires. Facultad de Ciencias Sociales. Instituto de Investigaciones Gino Germani. Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET). Email: natalialuxardo@conicet.gov.ar

2 Universidad Nacional de Entre Ríos. Facultad de Ingeniería. E-mail: fsassetti@ingenieria.uner.edu.ar

3 Casa de Acompañamiento y Asistencia Comunitaria (CAAC) José Rodríguez. Paraná, Entre Ríos.

RESUMEN

Este artículo -basado en estudios sobre desigualdades sociales en salud- analiza los contextos cotidianos de vida y trabajo de personas viviendo en los alrededores de un basurero a cielo abierto. Nuestro objetivo es definir cómo ganarse la vida mediante el trabajo con la basura estructura mundos sociales y define exposiciones a riesgos, formas de involucramiento, sentidos y tejidos de relaciones con impactos diferenciales. Basados en enfoques de la epidemiología social, la salud colectiva y la antropología médica crítica, y utilizando diferentes estrategias de indagación (etnografía y métodos colaborativos y audiovisuales), distinguimos cuatro mundos con crecientes grados de precariedad. Concluimos que los estudios sobre desigualdades sociales en salud necesitan reconocer las múltiples formas que adquieren en escenarios concretos, evitando reduccionismos economicistas, biomédicos o de cualquier otro tipo para poder contemplar su riqueza y complejidad.

Palabras clave: basurales a cielo abierto; trabajo; etnografía; antropología colaborativa; desigualdades

ABSTRACT

This article - based on studies on health inequalities- analyzes the everyday life and work contexts of people living in the surroundings of an open garbage dump. Our goal is to define how making a living from working with waste structures people’s worlds and defines their risk exposure, forms of involvement, meanings and social relationships with differential impacts. Based on the approaches of social epidemiology, public health and critical medical anthropology, and using different inquiry strategies (ethnography and collaborative and audiovisual methods) we identify four worlds with increasing degrees of precariousness. We conclude that the studies on health inequalities must recognize the multiple forms these take in specific scenarios, avoiding economic, biomedical or other reductionisms in order to see their richness and complexity.

Keywords: open garbage dump; work; ethnography; collaborative anthropology; inequalities

RESUMO

Este artigo-derivado de estudos sobre desigualdades sociais em saúde- se detém nos contextos cotidianos da vida e trabalho das pessoas próximas a um lixão a céu aberto, para identificar como, ganhar a vida trabalhando com lixo estrutura mundos sociais que definem exposições a riscos, formas de envolvimento, sentidos e tecidos de relacionamentos com impactos diferenciais. Com base em abordagens de epidemiologia social, saúde coletiva e antropologia médica crítica, a partir de uma estratégia de investigação variada (etnografia, métodos colaborativos e audiovisuais) o trabalho distingue quatro mundos que estão em crescendo em termos do grau de precariedade que definem. Conclui-se que a centralidade das desigualdades sociais nos estudos em saúde precisa reconhecer as múltiplas formas que adquirem em cenários específicos, evitando reducionismo de modelos econômicos, biomédicos ou outros que impeçam ver a riqueza e a complexidade dessa lógica in situ.

Palavras chave: lixão a céu aberto; trabalho; etnografia; antropologia colaborativa; desigualdades

SUMARIO

1. Introducción 2. Métodos 3. El modelo teórico del estudio y el concepto de modos de vida 4. La cola del tifón neoliberal: economías locales arrasadas, basurales como inserción 5. Anillos de fuego: la inserción en el basural en clave de exposiciones, protecciones y sentidos 5.1. El primer círculo: el rebusque para poder terminar el mes 5.2. El segundo círculo: los recuperadores urbanos 5.3. El tercer círculo: los dueños de la basura 5.4. El cuarto círculo: el rejunte de las sobras de las sobras 6. Reflexiones finales 7. Bibliografía

1. Introducción

Este artículo se basa en una investigación que toma como recorte empírico de indagación un basural a cielo abierto de la ciudad de Paraná, Entre Ríos. Nuestro objetivo es mostrar que, más que ser una única forma precarizada de reproducción diaria, ganarse la vida trabajando la basura (categoría nativa que utilizaremos en este texto) contiene una diversidad de mundos sociales que se estructuran y resignifican a partir de relaciones de competencias, solidaridades y jerarquías. Estas relaciones definen en un mismo territorio múltiples significados y sentidos sobre prácticas que desde otras lecturas se muestran como indistintas y homogéneas. A partir de una investigación en tránsito hacia el destino final en el campo de la salud, creemos que la comprensión de estos mundos sociales, abiertos por la experiencia cotidiana de trabajar la basura, es un paso clave para poder identificar matices en las condiciones de vida y sus consecuencias diferenciales sobre los cuerpos. Partiendo del concepto de modos de vida por su potencial heurístico nos detendremos en estos mundos sociales, que configuran y son configurados en prácticas sociales que permiten la reproducción cotidiana de grupos poblaciones bajo condiciones de vulnerabilidad estructural (Quesada, Hart y Bourgois, 2011)1.

Estos resultados surgen de un proyecto en curso desde el año 2016 que aborda las desigualdades sociales de la salud en distintas comunidades de Entre Ríos, particularmente con relación a cómo se producen y reproducen las inequidades en la prevención, atención y muerte por cáncer. Si bien la investigación original trata sobre salud y enfermedad2, partimos de premisas teóricas que sostienen la imposibilidad de descontextualizar tales condiciones sanitarias de las fuerzas nacionales y globales que las configuran, tal como es subrayado desde perspectivas sobre la producción social de las enfermedades y la economía política de la salud desde hace por lo menos dos siglos (Villermé, 1828; Engels, 1958; Virchow, 1985). En este estudio conjugamos enfoques más recientes de la epidemiología social latinoamericana desde diversas disciplinas y campos que privilegian los contextos de vida y trabajo de las poblaciones para entender la salud y la enfermedad, principalmente la antropología médica crítica y la medicina social latinoamericana/salud colectiva. Desde esta última perspectiva hay consenso en reconocer que son las condiciones macro-estructurales las que definen los procesos de estratificación de las sociedades (Breilh, 2003; Almeida-Filho, 2004) con consecuencias directas en la salud de las poblaciones. En particular desde la antropología, Morsy (1979) remarcó la necesidad de un giro explícito desde la antropología médica hacia la economía política. Sin embargo, este giro significó en ocasiones una pérdida de la centralidad que tienen las experiencias concretas y lo que tienen de propio, al deducirlas automáticamente de las macro-estructuras (Scheper-Hughes, 1990; Baer, Singer y Susser, 2013). La perspectiva que tomamos prioriza las consecuencias que estos procesos globales tienen para distintos grupos sociales, tal como se presentan en los micro-contextos de vida y trabajo en donde estas formas concretas de desigualdad social serán identificadas, reconocidas y reconstruidas como problemáticas, intentando que estas improntas específicas no sean dadas por obvias ni simplificadas exclusivamente desde variables macroeconómicas.

Por tratarse de un proyecto colaborativo evitamos imponer agendas verticalmente definidas. Por ello no salimos a buscar al cáncer, sino que buscamos reconocer y reconstruir dialógicamente (Rappaport, 2007) aquello que las propias comunidades fueron marcando como significativo con relación a otros ejes de su vida -atravesados éstos por exclusiones múltiples- y que juegan un papel fundamental sobre su salud. Siguiendo la pista del humo por las quemas -referencia obligada en cada una de las entrevistas que se realizaron en el primer nivel de atención de los barrios recorridos- nos detuvimos en los circuitos de trabajo informal que generaban este humo omnipresente y en las formas de ganarse la vida de las poblaciones aledañas al histórico vertedero de residuos de la ciudad de Paraná -el Volcadero-, uno de los miles de basurales a cielo abierto que existen en Argentina.

La prioridad otorgada a estos contextos en los que se desarrollan modos de vida, trabajos, redes de intercambio, participación en organizaciones sociales, interacciones con las instituciones locales (no solamente sanitarias) y la intimidad de los hogares no emerge sólo de las comunidades, sino que constituyen un componente central del fenómeno de la salud estudiado desde las perspectivas teóricas y epistemológicas que presentaremos más adelante. Por lo tanto, si bien en este artículo abordamos específicamente el contexto en el cual se ganan la vida las personas de este lugar, no dejamos de observar también los procesos de salud y enfermedad, algo que no siempre resulta obvio para los enfoques mainstream en salud pública -y que en ocasiones suele provocar resistencias desde los otros campos para evitar estas injerencias temáticas-. Para las teorías epidemiológicas elegidas el trabajo es una condición central en los procesos de salud y enfermedad de las poblaciones; por lo tanto nos concentramos en los significados de esta actividad para la gente en sus contextos específicos.

2. Métodos

Nuestra investigación utiliza el método etnográfico en colaboración sugerido por Rappaport (2007) e incorpora metodologías audiovisuales. Siguiendo a esta autora, nos centramos en el trabajo de campo y los procesos de co-teorización que se desarrollan allí para poder entender las realidades contemporáneas a través de una interpretación colectiva que prioriza el diálogo. De esta manera, adherimos también a la propuesta de Fernández Álvarez y Carenzo (2012) de pensar el trabajo de campo como un espacio de producción conceptual conjunta.

Junto a la comunidad con la que trabajamos establecimos objetivos relativos a la co-producción de conocimientos y definimos y revisamos intereses en agendas comunes entre lxs de la universidad y lxs del lugar. Esto fue facilitado por las interacciones cotidianas generadas en la investigación institucionalizada en una organización social de base: la Casa de Atención y Acompañamiento Comunitario (CAAC) José Daniel Rodríguez.

En un primer ciclo de trabajo etnográfico nos dedicamos a la exploración abierta del campo de indagación con técnicas de identificación de informantes clave, observación no participante, entrevista no dirigida y registros de campo. Esto nos permitió jerarquizar las prioridades locales, identificar categorías emic y establecer alianzas con organizaciones y redes en las comunidades. Participamos de reuniones con distintas organizaciones del barrio y sus representantes locales, intentando sumergirnos en sus mundos de reproducción cotidiana así como familiarizar a la comunidad con los distintos aspectos del proyecto de investigación.

En un segundo ciclo complementamos la indagación con métodos de registro audiovisuales (filmaciones y fotos) y la incorporación de metodologías colaborativas. Esto se realizó después de afianzar vínculos con los sujetos de la comunidad y de descartar posibles coacciones (inintencionadas pero generadas en la asimetría de nuestras respectivas posiciones) que forzaran estas otras formas de registro o, incluso, la propia invitación a sumarse al estudio. Estos aspectos reflexivos del trabajo de campo (Guber, 2011), así como de la micro-ética y la vigilancia epistemológica de cualquier investigación, fueron entendidos como una parte constitutiva de todo el proceso, incluyendo la diseminación de resultados. Fue necesario así anticipar de manera conjunta el después de la investigación -es decir, su continuidad más allá del cierre formal del trabajo. En los modos de organización colectiva ya existentes hallamos de este modo una reconciliación entre ambos propósitos (terminar y continuar) en apariencia contradictorios. Distintos grupos fueron incorporados como investigadores locales para tramos y objetivos específicos que resultaban de interés. A uno de estos grupos, conformado por jornaleros pertenece uno de los coautores de este artículo (Julio César Bello), quien se sumó durante el segundo ciclo de la investigación.

Nuestra lupa sobre el trabajo con la basura fue ganando precisión. En el análisis fuimos observando detalles como quiénes recibían los camiones, a qué hora, con quiénes, qué tipo de basura llegaba, cómo se la repartía, bajo qué criterios, con qué fines o propósitos, qué códigos tácitos regulaban este proceso, qué dinámicas de intercambio se establecían y qué conflictos emergían, entre otros aspectos. Incluimos todas las fuentes de datos posibles: anécdotas mientras acompañábamos en las tareas, registros de observaciones directas, registros audiovisuales, conversaciones informales en el lugar durante la recolección, incidentes reveladores y memorias de cosas importantes recordadas cuando ya habíamos dejado el lugar enviadas a través de Whatsapp. Acompañamos momentos de llegada y descarga de camiones, selección y clasificación de la basura, recupero y uso de esa basura en el hogar.

Así, acompañando rutinas en el trabajo informal con la basura, en la separación, en la preparación de comidas e, incluso, en su consumo familiar cuando fuimos invitados a compartirlas en los hogares de personas cercanas, fuimos reconstruyendo múltiples puntos de vista locales. Esto implicó participar de eventos imprevistos, como manifestaciones de protesta ante cloacas desbordadas después de una tormenta o momentos en los que había ocurrido la muerte de algún joven. Como señala Quirós,

las perspectivas nativas consisten menos en un punto de vista ‘intelectual’ -una/s forma/s de pensar, significar o representar el mundo- y más en un punto de vista ‘vivencial’, es decir, forma/s y posibilidad/es de hacer, producir y crear vida social (…) privilegiado y sistemático del hacer de mis interlocutores, es decir, de las actividades, rutinas e interacciones cotidianas en y a través de las cuales creaban, transformaban, deshacían y rehacían sus relaciones, prácticas, pertenencias, espacios y organizaciones políticas (2014: 52).

En coherencia con el enfoque en el que nos basamos para trabajar las improntas comunitarias (teorías de los modos de vida que veremos en el siguiente apartado) incorporamos una amplia y heterogénea gama de métodos y articulaciones conceptuales, para sumergimos en estos mundos de producción y reproducción en los que cotidianamente las personas viven, desde una etnografía que desarrollamos en los primeros años. Esto nos acercó a la vida de la gente tal como es vivida y en continuas escalas articuladas entre sí, sabiendo que lo que ocurre en lo micro está teniendo consecuencias en lo macro, y analizando cómo se definen y articulan esas escalas en la práctica (Narotzky & Besnier, 2014).

Por último, nuestra investigación fue un continuo ir y venir entre el territorio y el escritorio buscando lo que en investigaciones clásicas es definido como validación y que, desde otras perspectivas epistemológicas, implica una continua reflexividad conjunta sobre las conclusiones interpretativas (Guber, 2011) constitutivas del enfoque etnográfico.

3. El modelo teórico del estudio y el concepto de modos de vida

Dos claves teóricas orientaron nuestro trabajo: el concepto de modos de vida -más global y constitutivo de toda la investigación- y el de ganarse la vida -más específico para observar la dimensión del trabajo, que es el objeto de este artículo. En este apartado desarrollaremos el primero de ellos, mientras que el segundo será presentado en la siguiente sección.

Si bien hay condiciones estructurales que definen procesos y configuran los sistemas sociales y su estratificación, sus consecuencias no son homogéneas y las poblaciones adoptan múltiples formas de atravesarlas y redefinirlas, al conjugar aspectos culturales, sociales, políticos, históricos y geográficos en cada lugar y momento. Por lo tanto, se necesitan categorías teóricas específicas para dar cuenta de las formas que asumen las desigualdades sociales y reconocerlas en los contextos de vida de las personas hacen anclaje la pobreza, el desempleo, la precariedad laboral y las crisis permanentes.

Enmarcado por las corrientes de la medicina social y salud colectiva, la epidemiología social, la antropología y la ecología política anglosajona, este estudio se basa en el concepto de modos de vida en los que se inscriben los procesos de salud y enfermedad configurados -pero no determinados- en otras esferas. Estas corrientes coinciden en reconocer, desde la teoría marxista, a la salud como inscripta en las condiciones de vida y de trabajo de los grupos, así como en denunciar el fracaso del modelo económico neoclásico capitalista y su creación de desigualdades sociales y empeoramiento de las condiciones de salud de las poblaciones. Los propios trabajos de Marx y Engels advierten que las condiciones de salud de una población no pueden estudiarse sin incluir el análisis de la economía política. A continuación realizaremos un repaso de los aportes hechos sobre esta categoría que retomamos para nuestra investigación.

Una de las perspectivas sobre los modos de vida aplicadas en este trabajo es la de la Salud Colectiva Latinoamericana, sensuPolo Almeida (2016). Esta autora rastrea el inicio del concepto hasta Lefebvre en la década de 1960 y sus trabajos de vida cotidiana, a las que le siguieron otras propuestas en un contexto académico contrario a la teoría de la modernidad y un ambiente político de disconformidad global respecto al modelo de desarrollo occidental. En la década siguiente la categoría de estilo de vida de la propuesta canadiense, definida como el “conjunto de decisiones de individuos las cuales afectan su salud y sobre las cuales estos tienen más o menos control” (Lalonde, 1974: 32), ganó visibilidad. La autora señala que aunque llegaban propuestas comunitarias para poblaciones desatendidas en América Latina y África exportaban modelos de atención biomédica.

Por otra parte, en esta época fueron ganando fuerza en América Latina propuestas que entendían a la salud relacionada con procesos biológicos, sociales y económicos (Laurell, 1986) y culturales (Breilh, 1979) organizados por el modo de producción en los que el individuo realiza su vivir. En este contexto emergió la noción de modos de vida en América Latina “como una categoría esencial para entender el proceso de salud-enfermedad y atención de individuos y colectivos” (Polo Almeida, 2016: 11). A diferencia del concepto de estilos de vida, que no visibiliza cómo las relaciones estructurales configuran -y son configuradas por- estas prácticas diarias, la categoría de modos de vida articula lo que sucede en otros niveles, al considerar el proceso salud-enfermedad como un proceso histórico, económico y social en el que las personas tienen capacidades políticas para modificar esas condiciones.

Otra de las corrientes que abonan nuestro análisis es la epidemiología crítica, en particular desde la óptica de Jaime Breihl (2003), quien sostiene que los modos de vida de los grupos sociales no responden sólo a su propia historia, sino a la historia de la sociedad más amplia en general. El autor caracteriza a los modos de vida como “la praxis [en la] que una sociedad realiza, con sus elementos, su movimiento productivo y reproductivo, sus relaciones organizativas, su movimiento cultural y sus relaciones ecológicas” (Breilh, 2003: 99). Sintetiza las relaciones en un diagrama de tres dimensiones vinculadas dialécticamente: una dimensión general, en donde ubica la lógica social con sus principios de reproducción social; una dimensión particular, en donde ubica los modos de vida y estilos de vida; y una dimensión singular, de procesos geno-fenotípicos. En este contexto, entiende al proceso de salud y enfermedad como derivado de los modos de producción, la reproducción social y las características biopsicosociales, rescatando la potencia política de las personas para moldear sus condiciones de vida, al trabajar su conciencia de clase para sí.

Tomamos en cuenta también el aporte del antropólogo Eduardo Menéndez, quien utiliza la categoría modo de vida para entender el proceso de salud-enfermedad-atención, y sostiene que para comprender la raíz de las enfermedades se necesita conocer las condiciones económicas y culturales que se procesan a través de diferentes formas de enfermar, curar y morir. Estas condiciones incluyen al entorno primario de las personas así como sus relaciones sociales más amplias, las instituciones y los profesionales de salud, entre otros actores (1994). El autor habla de estilo de vida para articular las condiciones materiales e ideológicas presentes en la enfermedad y describir la forma en que las prácticas se articulan a la estructura social en la que están insertas (Menéndez 1998a, 1998b). Rescata además la capacidad de cohesión social de los grupos sociales para modificar sus condiciones de enfermedad, priorizando elementos socioculturales y procesos políticos y económicos estructurantes.

En este estudio profundizaremos especialmente en la propuesta de la epidemiología de los modos de vida que desarrolla el brasileño Naomar Almeida-Filho, ya que en la misma se conjugan las influencias mencionadas (Laurell, Breihl y Menéndez) con una epistemología explícita. El autor encuentra que la categoría teórica modos de vida -definida como el conjunto articulado de las prácticas de la vida cotidiana-, categoría inspiradora que reconoce de los desarrollos de la filósofa húngara Agnes Heller (1989)- permite ir más allá de las conductas individuales, incluyendo dimensiones socio-históricas, dinámicas de clases sociales y relaciones sociales de producción pero centrándose en aspectos micro: las condiciones de vida (condiciones materiales y ambientales) y estilos de vida (determinaciones sociales y culturales expresadas como conductas de prácticas).

Se trata ésta de una propuesta teórica microsocial de inspiración marxista con fuerte anclaje en las ciencias sociales. Su abordaje de los modos de vida pretende ser una alternativa para estudiar la producción social de los riesgos en la cotidianidad, incluyendo sus aspectos simbólicos. Rescata tres circuitos en constante retroalimentación o dialéctica, fundamentales para entender los procesos de salud-enfermedad de las poblaciones: el trabajo, los modos de vida y la reproducción social. Para Polo Almeida la epidemiología del modo de vida pretende ser una epidemiología de la desigualdad, ya que indica que el principal determinante para enfermar y morir es el régimen de acumulación capitalista y las relaciones de explotación y dominación, así como las asimetrías de poder que éste genera. En tal sentido, las condiciones culturales y socioeconómicas deben ser consideradas con relación a ese régimen y a los mecanismos de acumulación del capital que lo rigen.

Aunque la epidemiología de los modos de vida está incluida dentro de la medicina social latinoamericana y la salud colectiva, Almeida Filho la diferencia de otras corrientes de este movimiento al reconocer la especificidad de la ciencia como modo de producción de conocimiento, considerar que las críticas radicales al concepto de riesgo resultan insuficientes en cuanto a sus reemplazos posibles, y al no reducir la complejidad a una única dimensión de la vida social (como clase social o proceso de trabajo). En este sentido, se basa en parte en la teoría de los sistemas complejos al despegarse de lo que llama monodeterminismos para pensar formas más complejas de determinación:

[e]l análisis concreto de una coyuntura histórica y social no puede reducirse a un enfoque exclusivamente economicista y clasicista, lo cual significa que hacer intervenir otras dimensiones que implican jerarquías y heterogeneidades, como por ejemplo, las diferencias étnicas, generacionales y regionales todo lo que más allá de la economía y de la política puedan hacer entender mejor los procesos de construcción de la hegemonía (Almeida-Filho, 2000: 160- 61).

Almeida Filho se apoya en el enfoque relacional de Menéndez, pero Borde, Mosquera Ruiz y Rodríguez (2014: 221) señalan que “a pesar de que Menéndez emplea la noción de los modos culturales y sociales de enfermar y las condiciones y modo de vida para referirse a cuestiones epidemiológicas, substituye esta palabra por estilo de vida, que para el antropólogo argentino constituye una forma global de vida y un concepto que “trataría de unificar la base material e ideológica que opera en el desarrollo de los padecimientos”. Se interesa especialmente por los sentidos y significados asignados por las personas en estos modos de vida -“las representaciones de salud y sus determinaciones, en el mundo de la vida, en la cotidianidad, en los modos de vida”- y agrega que incluir los aspectos simbólicos implicar reconocer los valores, las relevancias, significados de la salud, enfermedad, riesgo y sus determinantes (Almeida-Filho, 2000: 167)3.

De la epidemiologia crítica de Breilh, Almeida Filho toma su perspectiva política acerca de las relaciones entre género, etnia y clase social en un determinado sistema de poder. Se interesa particularmente por las diferencias de género, grupo étnico y clase como fuentes de inequidades, en tanto cuestión teórico-metodológica. También conjuga elementos del modelo teórico de Laurell, en lo que hace a la formación económico social como del modo de producción (Borde, Mosquera Ruiz, y Rodríguez, 2014). Según el autor, la dinámica de las clases sociales y del proceso de trabajo propiamente dicho juega un papel capital como determinante de las condiciones de vida, y condicionante indirecto de los estilos de vida, el trabajo y el proceso de reproducción social (AlmeidaFilho, 2000).

De acuerdo a Borde, Mosquera Ruiz y Rodríguez (2014), esta propuesta se identifica con el nuevo pragmatismo de miradas neomarxistas, y su crítica a los abordajes desocializados de la ciencia y su doble reducción (epistemológica y ontológica) del conocimiento. Propone una ontología realista, con una visión dinámica del mundo, una epistemología relativista y un pluralismo metodológico orientado hacia la problematización. Reconoce un modo de producción de conocimiento específico de la ciencia y la efectividad de ésta en cuanto productora de conocimiento con algún grado de objetividad (Almeida-Filho, 2000). Así, esta epidemiología se basa en una reflexividad continua, que somete la manera en que se está conociendo a una continua revisión, sin perder de vista que se trata de una cadena en la que luchas previas dejarán a lugar luchas nuevas.

Concha (2014) argumenta que esta propuesta está alineada con una praxis inserta en las estrategias de la salud pública en América Latina, en el contexto del surgimiento de la salud colectiva como movimiento de resistencia alternativo. Añade que, si bien lo praxiológico es fundamental para aplicar su propuesta sobre las inequidades en salud, aquí la praxis social y la praxis política son distintas. Por su parte, Borde, Mosquera Ruiz y Rodríguez afirman que se trata de “[u]na epidemiología referencial (no inferencial), una epidemiología de la previsión (no de la predicción), una epidemiología histórica (no retrospectiva), una epidemiología capaz de alimentar una praxis (no meramente producir técnicas) y finalmente una epidemiología sin riesgos relativos a factores y sí relativos a escenarios” (2014: 229). Los autores marcan que Almeida propone metodologías parecidas al estudio de caso, en las que la definición de caso depende del nivel de análisis y de interpretación. Hernández Florez y Osorio García añaden que este autor “concibe el objeto poblacional de la investigación epidemiológica como nichos ecológico-culturales avanzando de una epidemiología predictiva a una epidemiología contextual o provisional desde abordajes transdisciplinarios que contemplan una pluralidad de métodos” (2014: 237).

En definitiva, la categoría modo de vida de este desarrollo nos interesa porque incorpora las dimensiones socio-históricas de la dinámica de las clases sociales y las relaciones sociales de producción, sin dejar de lado los aspectos simbólicos de la vida cotidiana en la sociedad (AlmeidaFilho, 2000). Por eso habla de modelos de fragilización, y no de factores de riesgo, para dar cuenta de especificidades simbólicas de las interacciones entre personas y su medio de vida cotidiana, el ambiental, el cultural y el socio-histórico. De esta manera, llega a la concepción de salud-enfermedad como proceso socio-histórico, complejo, fragmentado, conflictivo, dependiente e incierto, en el que la salud de las poblaciones debe ser entendida con respecto a sus significados, y cómo se expresan éstos en lo cotidiano y en el modo de vida de aquellas.

4. La cola del tifón neoliberal: economías locales arrasadas, basurales como inserción

El caso de estudio se localiza en los barrios y asentamientos informales al sudoeste de Paraná que fueron creciendo alrededor del Volcadero o Volca, un basural a cielo abierto en función desde hace aproximadamente 100 años (Gobierno Municipal de Paraná y Banco Interamericano de Desarrollo, 2015). En esta zona los camiones recolectores de residuos vierten o vuelcan (de aquí el nombre Volcadero) lo que juntan en sus recorridos. La zona del Volca está conformada por distintos barrios (San Martín, Antártida Argentina, Mosconi, Balvi) de familias de trabajadores informales de la basura. Castillo, Isla y Martín (2010) describieron a estos barrios y asentamientos con viviendas precarias habitadas por familias pobres y/o en proceso de empobrecimiento, excluidas del mercado formal de trabajo y forzadas a migrar a este lugar en un contexto de desindustrialización, cierre de fábricas, expulsión del mercado agrario y privatizaciones característico de la oleada neoliberal de la década de 1990. A esto se sumó el incremento de los precios de los materiales tras la devaluación monetaria y la sustitución de insumos nacionales por los importados, por lo que el circuito informal de trabajo en la basura se vio expandido (Paiva, 2008; Paiva y Perelman, 2010). El Plan de Acción territorial “Paraná Emergente y Sostenible”, en su descripción demográfica de esta zona, especifica que se trataba de

inmigración especialmente de pequeños pueblos y ciudades, que buscaba en la capital una salida a la crisis y la falta de perspectivas en sus localidades. La mayoría de estos inmigrantes llegaron a la ciudad con escasos recursos y calificaciones, engrosando los sectores más pobres de la sociedad. Desde el punto de vista urbano, gran parte de estos inmigrantes encontraron soluciones de vivienda en asentamientos irregulares, en general situados en los márgenes de los arroyos (Gobierno Municipal de Paraná y Banco Interamericano de Desarrollo 2015, 58).

Así, ante la profundización de la crisis económica, el crecimiento acelerado del desempleo y el aumento de los precios de los materiales reciclables, los excluidos del mercado salieron a conquistar los espacios disponibles, disputándolos y/o compartiéndolos con otros trabajadores en escenarios cada vez más desiguales (Anzola et al., 2007).

Para abordar estas desigualdades utilizaremos el concepto de ganarse la vida (Narotzky y Besnier, 2014) por su potencial heurístico para dar cuenta del proceso de inserción en nuevos espacios para garantizar la reproducción cotidiana, en un contexto de reducción de los sistemas de protección como consecuencia de las políticas económicas neoliberales. Consideramos que la propuesta de Narotzky y Besnier (2014) resulta útil para identificar privilegios, recursos, conocimiento y poder en distintas escalas y explicar así la distribución desigual de la riqueza. Siguiendo a estos autores, hacemos foco en tres temas clave para entender este fenómeno: la crisis (quebrando la confianza), los valores (que estructuran obligaciones morales) y la construcción de esperanza para proyectarse en un futuro. Esta teoría permite no solamente problematizar la distribución desigual de recursos, identificar responsabilidades y relacionar aquella con la dinámica del ciclo de vida, sino también incluir los valores emocionales como centrales en la reproducción social.

Otros aspectos destacados por Narotzky y Besnier (2014) que nos interesa incorporar, ya que permiten trascender las dimensiones materiales y económicas desde el marco de las obligaciones morales y responsabilidades, son los relativos a la ética del cuidado de la economía feminista, incluyendo las relaciones de confianza y cuidado, las economías del afecto, las redes de reciprocidad (abarcando recursos tangibles e intangibles) y las transferencias materiales y emocionales que son compatibles con las obligaciones morales. Esto abona el desarrollo de una teoría de la reproducción social que no separe los modelos económicos abstractos de sus manifestaciones concretas y llama a centrarse en los arreglos específicos de relaciones sociales y disposiciones culturales que hacen que la vida de todos los días sea estructuralmente significativa para la acumulación del capitalismo. Asimismo, llama a observar cómo las prácticas económicas específicas locales se articulan a otras, y los horizontes de expectativas que estos contextos generan y los desarrollos de estrategias colectivas.

Un antecedente afín a esta perspectiva es el estudio de Millar (2018) con catadores (“recolectores” en portugués) en un basural de Río de Janeiro. Millar se detiene en cómo esas vidas se vuelven vivibles bajo tales circunstancias, entendiendo estas prácticas no como formas de supervivencia, trabajo informal ni meras prácticas económicas sino como formas de vida. Esta categoría le permite superar binarismos entre trabajo y vida para recuperar las concepciones de estas personas sobre proyectos, identidades y subjetividades, y comprender cómo éstos orientan sus decisiones cotidianas. En esta misma línea, Perelman (2007; 2008; 2012) sugiere la idea de territorialización del cirujeo para poner en evidencia la historia de una actividad que desde sus orígenes fue asociada a la pobreza, la marginalidad y la estigmatización, otorgándole un peso central a los sentidos que los propios recolectores le otorgan a su actividad y cuál ha sido su devenir a partir de las intervenciones estatales:

Así, di cuenta de que, pese a la estigmatización que pesa sobre la tarea, la forma en que es vivida depende de las trayectorias de las personas que la realizan. Estas diferencias son importantes ya que me permitió recuperar las formas en que los sujetos entienden la actividad aproximándome a los modos de vida de miles de personas, a la forma en que se sienten, actúan y experimentan las actividades laborales -así como la explotación, la desigualdad y la pobreza (Perelman 2012, 67).

En esta tradición también están los estudios realizados por Pablo Schamber (2007) sobre el cirujeo que analiza el circuito económico del reciclaje en el Área Metropolitana de Buenos Aires en escenarios de precarización laboral y desempleo, centrándose para ello en los recorridos de las personas que realizan esta actividad y el destino de esos materiales recolectados transformados en mercancías. Más recientemente junto a otro antropólogo Francisco Suárez se detienen, en el proceso de integración de estos actores a la gestión de residuos sólidos urbanos especialmente a partir de las políticas de subsidios implementadas desde el 2008 (Schamber y Suárez 2012). O’Hare (2019) identifica entre recuperadores de Uruguay la exposición a riesgos para la salud y la explotación en la realización de esta actividad, haciendo de la precariedad el concepto clave de su estudio en sus dimensiones estructurales pero también, como el resto de la tradición antropológica descrita anteriormente, como experiencia vivida.

A diferencia de tales enfoques, Villanova (2014)4 desde la teoría marxista advierte que este tipo de enfoques no comparan las condiciones laborales de los cartoneros perceptores de políticas de subsidios con otras variables que permitan analizar el impacto real de las mismas, tampoco comparan los montos destinados por el Estado a la política de reciclado y realiza una crítica central de que al hablar de eslabones de un circuito se omite la jerarquización de los que intervienen en el mismo colocando a todos los actores en un mismo plano desde el que no se muestra la explotación estructural por la cual los cartoneros reproducen su fuerza de trabajo.

5. Anillos de fuego: la inserción en el basural en clave de exposiciones, protecciones y sentidos

“Las llamas, de uno a otro serpenteaban, y en fuegos más intensos abrasados, que los que el hierro funden, se inflamaban” ¡Miré en sus miembros las sangrientas llagas, que el fuego abriera con afán prolijo! Fragmentos de la Divina Comedia, Dante Alighieri (1307)

“En verano con el mismo sol se prende fuego la basura sola (…) Explotan los gases”. “Se apaga cuando llueve, se apaga la parte de arriba pero abajo sigue ardiendo… siempre” “La prenden [fuego] y después escarban y sacan aluminio, cobre y todas esas cosas (…) Y esto es una mina de oro, acá. Si usted agarra y entuba todo eso y saca el gas metano. Tiene una planta... y acá tiene por lo menos que hablar de basura, por lo que yo conozco, y… tiene que tener no menos de 300 metros de profundidad de basura. Acá cuando... cuando llueve hierve. Hacen gorgoritos, saliendo del gas metano”. [El conductor del camión de la basura]… me quería tirar mi basura al lado del fuego con madera. ¿Y cómo iba a hacer yo para trabajar esa basura? Peligraba que se me prendiera fuego y más el humo y… y… el fuego”. “Porque eso que yo te comenté allá abajo es totalmente lo real, lo que yo viví (…) Como que estamos en un... volcán... hirviente”. (Registros de campo y audiovisuales, fragmentos de conversaciones informales. Volcadero Municipal, Paraná, Entre Ríos. 2018-2019. Natalia Luxardo)

Estudios realizados por la facultad de Trabajo Social de la Universidad Nacional de Entre Ríos (Anzola et al., 2010) caracterizan al Volcadero como un exponente de la ausencia de políticas públicas serias en materia ambiental, en particular respecto al manejo integral de residuos sólidos urbanos en Paraná. Estos estudios denuncian que los distintos gobiernos municipales han realizado sólo intervenciones parciales, sesgadas y coyunturales, sin desarrollar políticas que aborden la complejidad que la problemática de los residuos urbanos5.

En esta investigación, las primeras pistas sobre qué era el Volcadero se nos presentaron como versiones cerradas y compactas sobre todo un mundo del trabajo estructurado alrededor de la basura, debido a la precarización y la expulsión del mercado de trabajo formal. En nuestros primeros intercambios con el personal sanitario del lugar, como investigadores dedicados al tema de la salud, las alusiones al humo de las quemas fueron permanentes. Estas alusiones focalizaban sobre las consecuencias para la salud de la gente de la zona. Detalles sobre sus formas de presentarse, y sobre variaciones de acuerdo a la época del año, la semana, el día, el viento o la temperatura dieron cuenta de una preocupación sobre un tema que, aunque no era percibido como urgente, sí era identificado como amenazante.

Siguiendo la pista del humo las versiones monolíticas comenzaron a resquebrajarse y a complejizarse con las primeras incursiones etnográficas en el territorio de la basura, al permitirnos recorrer distintos espacios de la vida alrededor del trabajo cotidiano de y en la basura. Esto nos permitió ir distinguiendo lógicas, sentidos y contradicciones en experiencias concretas que no aparecían en las entrevistas, y que mostraban cómo un mismo espacio era recalificado de acuerdo a quiénes se lo apropiaban, para qué, de qué manera y con quiénes. Estas calificaciones pasaban de ver al Volcadero como peligro y atentado para la dignidad y la vida misma, hasta considerarlo como un gran proveedor. Analogías de fábrica, shopping para pobres o el supermercado que tenés a mano o, por el contrario, como un volcán ardiendo, una caja negra, algo que las máquinas van corriendo hacia abajo (es decir, controlando) mostraban su carácter dual y de fuerza viva, mutante, dinámica y con múltiples significados.

A medida que conversamos con personas que diariamente trabajaban la basura en la zona cero o playón (el núcleo central al que llegan los camiones) el humo cedía su lugar en los relatos al fuego: el inicio de la quema, el peligro de incendiarse por recolectar cerca de las llamas, las constantes ebulliciones de gases. Las descripciones de ese ambiente fueron más nítidas y de mayor intensidad sensorial: olores más fuertes, humareda más concentrada, llamas ardiendo y gases que explotaban coincidían con una degradación en las condiciones de trabajo diario de las personas a medida que descendían (literalmente, por la ubicación de la zona cero del basural hacia el bañado, o laguna de agua estancada, que hay en el fondo). Esto nos llevó a incluir claves epidemiológicas para poder asignar un peso a estas condiciones.

A partir de estos testimonios, incluimos un concepto más para entender la reproducción cotidiana de estos grupos sociales: el de exposiciones diferenciales. Para graficar esta idea pensamos en círculos descendentes -a la manera del cono invertido caracterizado por Dante en La Divina Comedia con el cual describe el infierno. A medida que se baja -literalmente, por la disposición espacial de la pequeña barranca en la que se encuentra la parte central del Volcadero, al lado de una laguna y más cerca del río que el resto de los barrios- van empeorando las condiciones en las que se trabaja la basura y la exposición a distintos riesgos es mayor. En el núcleo del Volcadero (que se fue corriendo hacia la laguna, de acuerdo a las memorias de las personas que viven allí desde hace décadas), incluso, arden ocasionalmente llamas de fuego, como pudimos registrar en una de nuestras filmaciones caseras.

Esta metáfora de los círculos como frágiles mallas de contención (en un mundo de por sí ubicado en los márgenes) refuerza la imagen de que, a medida que se van venciendo, dejan caer hacia una nueva condición de deterioro y fragilidad a las personas. Así, caracterizamos estos círculos considerando (1) la cantidad de tiempo que las personas tienen que pasar revisando la basura, (2) el grado de protección social de estas personas, (3) cómo se involucra el círculo íntimo de estas personas en la tarea, (4) los motivos por los cuales se la realiza, y (5) las condiciones en las que se la lleva a cabo y sus implicancias en la salud.

Diferenciamos de esta manera cuatro círculos. En el primero de ellos incluimos a los trabajadores con su fuente principal de ingresos en otra parte (por ejemplo, planes sociales como Argentina Trabaja, Ellas Hacen o Asignación Universal por Hijo) pero que ocasionalmente utilizan el Volcadero para conseguir una moneda extra. En el segundo círculo ubicamos a quienes están diariamente trabajando la basura pero en contextos más formales, como en una de las plantas recicladoras que hay en la zona6 (ubicada a pocos metros de la zona cero y la cual recibe primero a los camiones de basura). En el tercero están los dueños de la basura: aquellos que hace varios años (incluso décadas) que se dedican a revisar la basura y tienen asignados tipos de materiales para vender a acopiadores. El último círculo está compuesto por quienes se han iniciado recientemente en el rebusque en el Volcadero, ya sea para consumo propio o el de sus animales. Estos últimos son quienes invierten más tiempo para obtener menos recursos y en las peores condiciones.

Estas distinciones no son rígidas; varias personas han ido rotando entre estos círculos, e incluso se reconoce que puede haber en un mismo círculo varias jerarquías de exposición (como sucede con las personas que están en las cooperativas). No obstante, a la hora de sintetizar el material y poder analizarlo de manera integral, esta separación nos permite pensar en el impacto que tiene la ocupación sobre las desigualdades sociales y la salud, incluyendo los sistemas de protección y los efectos de la precarización laboral y el trabajo informal (Benach et al., 2015).

5.1. El primer círculo: el rebusque para poder terminar el mes

“Mi experiencia de trabajar en el Volcadero es para poder llegar digamos a fin de mes (…) cada vez llegan [sic] más gente a ese lugar a rebuscarse” (Registro de campo y audiovisuales, fragmentos de conversaciones informales. Volcadero Municipal, Paraná, Entre Ríos. 2019. Natalia Luxardo).

En el primer círculo ubicamos a quienes tienen un ingreso principal pero necesitan bajar al Volcadero como rebusque, para conseguir una moneda extra de manera ocasional, que les permita complementar sus ingresos, que suelen provenir de changas. Bajar al Volcadero permite a este grupo encontrar algo para reciclar, vender, consumir en el hogar o dar de comer a sus animales. En general, estas personas trabajaron la basura en el pasado y pudieron conseguir algo mejor, pero no lo suficiente como para poder dejarlo esta actividad por completo. El rebusque da cuenta del carácter complejo de la tarea de encontrar algo útil, que lleva horas.

“El sueldo que nosotros cobramos del Plan Social... en mi caso, la plata dura dos días (…) el sueldo queda en un almacén, esa platita que nosotros cobramos... va a parar al almacén, es por eso que tengo que recurrir… seguir recurriendo al Volcadero” (Volcadero Municipal, Paraná, Entre Ríos. Febrero de 2019. Julio César Bello.).

“La mayoría de los que trabajan en limpieza y mantenimiento tienen el salario social complementario. Salario social que es la mitad del mínimo vital y móvil, en este momento $5800 que es lo que tienen por mes para sostenerse (…) hay algunos casos en los que van y cumplen el horario de trabajo del salario social y después van a trabajar al Volca. Van a sacar cosas para vender, para juntar algo… para terminar el mes, sería” (Registro de campo. Paraná, Entre Ríos. 2019. Natalia Luxardo).

“Como le dije por acá si se necesita comprar un azúcar, o se necesita comprar un pan. Por ahí uno lo encuentra en el Volca, pero no todos los días (…) por ahí voy cuando estoy muy ahorcado, no es que estoy bajando continuamente, ya viví bastante también ahí”.

“Hay momentos.que cuando no tenemos para... comprar algo, venimos y... juntamos algo acá y... lo entregamos para poder... para poder comprar lo que nos hace falta, digamos” (Registros de campo y audiovisuales. Paraná, Entre Ríos. 2019. Fernando Sassetti).

La experiencia en el Volcadero permite a estas personas conocer los detalles de la tarea: referencias a horarios específicos en los que conviene ir, lugares en donde se evitan conflictos con otras personas, cambios que se producen en la basura que llega, lo que se puede sacar y los códigos que hay que respetar dan cuenta de un mundo social que les es familiar. Existe un componente afectivo hacia el Volcadero, inclusive entre quienes casi nunca bajan, pero que aun en incursiones esporádicas (por ejemplo, para acompañarnos en nuestras observaciones) llevan de paso su bolsa porque saben qué pueden traerse. De ellos escuchamos historias y buenos recuerdos, visibilizando motivos no relacionados con lo económico para visitar el Volcadero: la gente baja para despejar la mente o porque es una rutina. Eso no quita que en estos discursos no convivan también contradicciones, tales como señalar que nadie va allá si no es por necesidad, mostrando el carácter fluctuante de las motivaciones. En particular entre personas mayores y niños existe la ilusión de encontrar sorpresas, como si se tratara de regalos que este lugar tiene para ofrecer. En una de las entrevistas se atribuye la muerte de la madre de una persona a no poder haber ido en sus últimos meses de vida a cirujear (revisar la basura), algo que según se describió esa mujer disfrutaba hacer y la mantenía activa, o bien realizaba como parte de rutinas:

“Le gustaba [a la mamá de 63 años] andar en la basura, cirujeaba cada vez que podía (…) traía las bolsadas de porquerías, le gustaba andar en la basura a ella, pobrecita. Traía algunas sabanas buenas, alguna ropita linda. Cerca nomás iba, no bajaba demasiado. Porque yo iba antes al Volcadero con ella, y sí, se consiguen cositas lindas también. Si ella hubiera estado yendo al Volcadero hubiese estado bien, te despeja la cabeza estar ahí y no encerrada en una habitación como la tuvieron” (Registro de campo, transcripción de fragmento de entrevista no dirigida en el domicilio de Norma. Barrio Anacleto Medina, Paraná, Entre Ríos. 2016. Natalia Luxardo).

“No vengo porque tengo una necesidad. Vengo porque ya... no puedo [evitarlo]... Ya es rutina. Y no, no. No vengo porque tengo necesidad de venir... Es por la costumbre nomás” (Luis. Volcadero Municipal, Paraná, Entre Ríos. Febrero 2019. Fernando Sassetti y Julio César Bello).

Estas miradas se distinguen de lo señalado por el personal de las instituciones, quienes caracterizan al Volcadero como un lugar que atenta contra la dignidad de las personas, muchos residentes hablan con cariño de sus experiencias de vida allí y ven con preocupación la posibilidad de que se cierre. Ya sea por la cantidad de años que llevan trabajando allí, por las personas de su entorno con las que compartían estas actividades (y que en algunos casos ya no están), o porque les permite paliar necesidades, este lugar significa mucho más que un basural en la vida de estas familias.

En otros estudios realizados en el Volcadero también se registraron referencias a lo afectivo y valoraciones positivas sobre el lugar, como el realizado por Isla (2010), el que incluyó una encuesta para examinar las percepciones de los jefes de hogar de 109 viviendas aledañas al Volcadero. Según la investigación, sólo el 5% de ellos -afectados diariamente por el humo del Volcadero- dijeron estar dispuestos a invertir un porcentaje de sus ingresos para cambiar de lugar de residencia. El autor explica esto por el hecho de que se trata en su mayoría de personas mayores de 60 años, con un gran sentido de pertenencia al lugar, y cuya familia ha vivido allí por más de una generación, por lo que se traslada ese afecto de una a otra. El 95% de los jefes de hogar consultados no considera el traslado del Volcadero o su cierre como una solución al problema, sino que ven como mejor alternativa la puesta en marcha de una planta de tratamiento de residuos sólidos orgánicos y una para residuos inorgánicos, en donde se pueda incluir al ciruja dentro del sector laboral formal, debido a que ven a los residuos como una fuente posible de empleo y de ingresos.

A diferencia de lo que señalan las personas incluidas en los otros círculos, cuyo trabajo de y en la basura es el eje en torno al cual orbita toda su cotidianeidad, las referencias a los usos ocasionales del Volcadero connotan una perspectiva de la progresión en la vida asignada a la propia fuerza de voluntad o la decisión de salir y se desfigura el papel de fuerzas mayores:

“Yo pude cambiar y hay gente que por ahí tiene la oportunidad de cambiar pero... hay gente que no quiere cambiar. Para mí, bueno... yo no quiero... digamos… terminar mi día acá, sino... sino en algo mejor, y hay gente que ya está prácticamente destinada a... a terminar los últimos días en éste lugar (…) No quieren salir” (Entrevista en domicilio, Paraná, Entre Ríos. Febrero 2019. Natalia Luxardo).

5.2. El segundo círculo: los recuperadores urbanos

“Se han hecho como 3 o 4 cooperativas que están trabajando en el reciclaje de la planta. Y ya no sé si son tan vulnerables los barrios acá, porque tienen su contención de programas que cobran asignaciones familiares y todas esas cosas” (Entrevista a personal administrativo de Centro de Integración Comunitaria, Paraná, Entre Ríos. 2017. Natalia Luxardo y Fernando Sassetti).

Una de las iniciativas que surgieron desde el Estado relativas a este tema es el Plan Integral de Gestión de los Residuos Sólidos Urbanos que comenzó a implementar en el año 2008 la Municipalidad de Paraná (Anzola et al., 2010). Castillo y coautores (2010: 10) describieron cómo el gobierno local implementó una política pública asociada a la gestión local con foco en el trabajo y aspectos ambientales:

[S]u implementación implica modificaciones a las actuales formas de recolección, traslado, tratamiento y disposición final, la construcción de una Planta de Reciclado, la desaparición del Volcadero municipal y el saneamiento del predio. Lo que se traduce para el trabajo cartonero/ciruja en un cambio en la reorganización productiva que contemple otras formas de trabajo de tipo solidaria cooperativa.

Una década después estas cooperativas de la planta recicladora funcionan en paralelo con los otros métodos de recolección.

En nuestro caso de estudio, si bien realizamos entrevistas a trabajadores de la planta acordadas previamente, recorrimos la misma y la incluimos en nuestros registros, no pudimos hacer etnografía allí. Por esto, sólo marcamos su existencia como mundo social calificado por los habitantes de esta zona de una manera distinta a los otros. Uno de los autores de este artículo (Julio César Bello) fue trabajador ahí y, por lo tanto, su testimonio fue uno de los principales insumos para reconstruir esta parte, junto con las entrevistas indirectas al personal administrativo, y a familiares de trabajadores que envían a sus niños a merendar en la CAAC o a recibir apoyo escolar.

Entre el personal sanitario se considera al Volcadero un problema histórico de la ciudad de Paraná, y señalan que sólo recientemente se ha comenzado a hablar de reciclado y separación de residuos para que la gente de la cooperativa trabaje de otra manera en plantas de reciclaje. La más cercana al Volcadero es la planta Manuel Belgrano, comprendida dentro de las políticas destinadas a regular la gestión de residuos que por supuesto transformó las formas de recolección, traslado, tratamiento y disposición final de residuos, funcionando como una cooperativa.

Para Castillo y coautores (2010) la construcción de esta planta permitió “incipientes modos de organización colectivas, las cuales si bien muestran un carácter colectivo de las reivindicaciones del sector, no superan las acciones de carácter transitorios, formadas para hacer frente a la coyuntura, sin sustentarse en el tiempo”. Su emplazamiento facilitó la articulación entre instituciones para intervenciones intersectoriales, ya que los Centros de Integración Comunitaria reciben a sus operarios para capacitaciones. En el relato que sigue se destaca el papel de esta cooperativa en la identidad de sus trabajadores: “Esa es otra de las cosas que tenemos nosotros acá, de ahí de la planta se hizo un programa acá que lo tenemos nosotros, vienen de dar de la planta profesores que están enseñando a leer y a escribir a gente de ahí abajo los cuales no sabían leer ni escribir. Calculo que serán 10 personas adultas, las cuales vienen y están haciendo el curso acá. Son de la planta. Están chochos de la vida” (Paraná, agosto de 2017. Natalia Luxardo y Fernando Sassetti).

Este papel de las cooperativas como lugares en los que los jóvenes pueden proyectarse laboralmente es un punto central desde la perspectiva de los profesionales de los centros de integración comunitaria entrevistados: “A partir de que empieza con la cooperativa a él le cambió la vida, porque él se sintió más importante, porque él era algo y servía para alguien y cada vez que venía me contaba ‘en la cooperativa estamos formando esto’ y bien, muy bien, me parece genial” (Paraná, agosto de 2017. Natalia Luxardo y Fernando Sassetti).

Estas personas destacan que sus condiciones de trabajo son mejores, más cuidadas y reguladas, así como menos riesgosas: “La planta está bien, porque por lo menos saca un poco la gente de acá y trabajan mejor, ¿me entendés? Mejores condiciones de trabajo. ¡Mhm! Tendría que haber dos plantas porque... acá queda mucha gente. Porque en vez… en vez de venir acá que vayan a la planta” (Paraná, agosto de 2017. Natalia Luxardo y Fernando Sassetti).

Destaca un administrativo de uno de los centros de integración comunitaria que la estrategia municipal fue la de descentralizar la recolección: “Desde que implementaron una planta se ha reducido un poco el tema de la basura porque están clasificando lo que es vidrio, cartón, plástico. Lo están haciendo… medio que lo desparramaron, porque todo estaba concentrado ahí. Todo lo que era basura. Ahora lo abrieron en 4 partes, porque antes te hacían un paro 10 vagos, te cerraban el portón y acá no se trabaja. La basura viene ahí, lo que desparramaron son las zonas, son 4 zonas, entonces ya no está todo concentrado, nos dividieron, o los dividieron a ellos, es una política de otro, no la intendencia que pasó, la otra, ¿entendés? Descentralizar” (Paraná, octubre de 2017. Fernando Sassetti).

En las entrevistas se mencionó la existencia de conflictos debido a las excesivas demandas a los trabajadores cuando éstos están enfermos y los descuentos que se les aplica en tales casos: “A mí me costó, en su tiempo me costó y... por eso es que lo entiendo, porque... es para que me haya llevado a desvincularme de ese lugar, de la planta, donde yo era un grupo, estaba en un grupo grande acá en este Volcadero, era... estuve en un grupo muy grande y... y nos llevaron a trabajar a ese lugar (...) nos manosearon mucho (…) por ahora les sirve igual trabajar por miseria” (Paraná, julio de 2019. Natalia Luxardo).

Un último aspecto a remarcar es el hecho de que, como los camiones que vierten la basura pasan primero por la planta, el volumen que ingresa al predio del Volcadero es menor y esto dificulta el proceso de recolección a los otros círculos. De acuerdo nuestra reconstrucción, al instalarse la planta hubo una negociación con los dueños de la basura y cada camión fue asignado a un dueño. Al ingresar a la cooperativa, cada dueño puso su camión -es decir, cedió a la cooperativa lo que por su condición de dueño le correspondía de basura. En el caso de quienes no acordaron ingresar a la cooperativa, su camión baja directamente a lo que se conoce como el playón (la zona cero en la que vierten los camiones) en donde se trabaja la basura.

5.3. El tercer círculo: los dueños de la basura

“-Todo el reciclado plástico, papel, cartón, eso lo junta el dueño de la basura. Junta... archivos, revistas, cartón, cristal. Todo eso lo junta el dueño de la basura. -¿Cuándo podes llegar a ser dueño de tu basura? ¿Cuándo podes llegar a tener [lo que descarga] un camión para vos? -Lo tenés que pedir. Ahora ya no te lo dan. Lo más antiguos son los dueños de la basura” (Julio César Bello, Paraná, marzo de 2019).

La categoría nativa de ser dueño de la basura engloba a las personas que hacen del trabajo con la basura, más que de un rebusque o un simple complemento en determinado momento del mes, una forma de ganarse la vida estrictamente hablando -aunque sin la formalidad de los recuperadores urbanos:

“-¿Qué junto? Cobre, aluminio, bronce. -¿Los plásticos los tirás? -Son del dueño de la basura, de esta basura, el que junta plásticos. Y cartón. -¿Y todo lo que no sea plástico ni cartón podés juntarlo vos? -¡Claro! Lo que queda. Porque a veces se cansan y... siempre queda”. (Entrevistas informales durante el trabajo de campo a personas mientras trabajan la basura. Paraná, febrero de 2019. Natalia Luxardo).

Pese a esta informalidad existen delimitaciones, reglas y acuerdos tácitos entre los que allí trabajan que le otorgan a esta actividad formas organizativas consolidadas. Por ejemplo, existen espacios delimitados territorialmente para el acopio y jerarquías respecto a quiénes pueden recolectar primero, obteniendo así las mejores cosas. Este fuerte componente territorial conduce a que cada persona o grupo trabaje en demarcaciones específicas autorizadas para eso, asignadas dentro de los predios en donde los camiones vuelcan la basura. En particular, existe un sector privatizado para cuyo acceso para la recolección hay que pagar un canon a su dueño. En este proceso se va decantando lo que queda en la planta, lo que se tira en lugares asignados a los dueños de la basura y finalmente, lo que le tocará a los que rejuntan, como veremos en el punto siguiente. En términos de un informante se trata de territorios demarcados para distintos grupos.

Existen códigos sobre cómo se distribuyen los territorios para recoger y no respetarlos da origen a conflictos. Uno de estos códigos es el que obliga a dar algo a los conductores de los camiones. Ellos son actores importantes de este circuito ya que son quienes llevan la mercancía, lo que les confiere cierta posición de poder. Durante nuestras observaciones detectamos y nos fueron relatados varios conflictos con ellos: “Yo hablo con el camionero y le digo… esta basura va a ser mía y tenemos un arreglo… Le das algo de dinero al camionero” (Paraná, febrero de 2019. Julio César Bello).

Según a las personas que llevan décadas trabajando la basura la clase de productos que se encuentran ha ido cambiando. En los días buenos mencionan haber encontrado hasta oro; hoy, en cambio, es mucho menos lo que llega porque los camiones son desviados o porque los productos quedan en la planta de reciclaje. Algunos testimonios recuerdan que en épocas en las que había un frigorífico cercano que tenía matarife llegaba mucha carne.

Como se aprecia en el siguiente relato de un trabajador, lo que descarta la sociedad es recogido por los camiones; de los camiones va a la planta recicladora (o en algunos casos directamente al playón); lo que descarta la planta pasa a los dueños de la basura; y lo que ellos descartan es el insumo básico con el que viven los que rejuntan. A su vez, también de la planta salen residuos que no tienen valor, así como todo lo orgánico, y esto también va al playón: “Ellos no reciben cartón mojado, entonces lo tiran, pero la gente de abajo sí reciben [sic] cartón mojado, porque lo dejan secar y lo venden en otro lugar. Por eso digo, ahora ha cambiado mucho, pero antes bajaba todo directo. Ahora no. Pasa primero por la planta y después baja, lo que queda. ¡Ah! Vidrio también. Vidrio, cartón y plástico. Nosotros recorremos toda la planta y he visto cartones, plásticos y vidrios” (Paraná, febrero de 2019. Julio César Bello).

Otros juntan sólo metales, chatarras, cobre o maderas: “Junta todo el tema de madera y hace muebles con la madera, se puso un tallercito ahí con… personas y hacen ahí muebles y todas esas cosas. Es como que dijeron, vuelvo a repetir, cambió el barrio, se hizo un taller deportivo, se fue modificando” (Paraná, marzo de 2019. Fernando Sassetti).

Las intervenciones del Estado influyeron en la manera de trabajar la basura de este grupo. Por ejemplo, en los primeros años de nuestra investigación se reemplazó el uso de carros de tracción a sangre por motocarros. Sin embargo, de acuerdo a lo señalado en una de las entrevistas, no siempre se evalúa adecuadamente la posibilidad real de implementar las medidas propuestas: “Todo ese proyecto lleva un tiempo. Porque la gente de andar a caballo y carro se la tuvo que capacitar y llevar a un lugar donde empezaron a manejar las motos. Es como dice él, estaba más acostumbrado a manejar el caballo y capaz que la moto, viste, todo lo que son las señales de tránsito y todas esas cosas… Entonces se hizo una capacitación primero, pero algunos no sabían leer ni escribir, entonces, bueno, vos tenés ciertos requisitos y se hizo como todo un plan para poder otorgarles un carnet. Salieron todos con un carnet en mano” (Administrativo de Centro de Integración Comunitaria, Paraná, 2016. Natalia Luxardo y Fernando Sassetti).

Este circuito productivo de trabajo de la basura continúa en las casas, con la separación de los materiales y la preparación de los mismos para poder venderlo a los acopiadores de la zona.

5.4. El cuarto círculo: el rejunte de las sobras de las sobras

“Los nuevos se van dedicando al rejunte (…) Ahora los más viejos son los dueños de la basura. Los nuevitos tienen que trabajar (…) Prácticamente hasta cuando los pies se gastan” (Paraná, febrero-marzo de 2019. Fernando Sassetti). “-Y la gente que llega nueva ¿qué puede agarrar? -Lo que les sobra a los otros” (Entrevista en domicilio, Paraná, 2018. Natalia Luxardo).

En este círculo distinguimos a las personas que trabajan la basura en las peores condiciones, porque son quienes tienen que invertir mayor cantidad de tiempo para conseguir recursos, que siempre son menos que los consiguen los dueños de la basura ya que son lo que queda después del rastrillaje de elementos que los otros venden a los acopiadores. Sus necesidades son también más urgentes: lo recuperado es necesario para alimentarse a sí mismos o a sus animales (gallinas, cerdos, perros, caballos), aunque también comercializan lo que pueden -que es mucho menos que lo que consigue el resto. Además de rejunte, la categoría nativa que describe esta actividad es la de cirujeo.

Se trata de la población más vulnerable, que no cuenta con recursos para su reproducción cotidiana básica y que tiene que ajustarse a las reglas que los que hace más tiempo que están fueron estableciendo. En algunos casos esta actividad representa su única opción para conseguir algo para comer porque no tienen otro ingreso. Estas personas llegan a permanecer a veces más de 12 horas revolviendo entre los residuos y respirando el humo del Volcadero en jornadas extenuantes cuyo único descanso es cuando no vienen los camiones. El personal empleado en las instituciones de la zona señala que en los últimos años aumentó la cantidad de personas que necesitan vivir de este circuito de la basura, gestionando recursos a partir de ella: “Hay familias que queman. Son cirujas, viven de eso, hacen toda la quema para seleccionar lo que les sirve (…) queman pañales, toda esta cuestión de desechos (…) Es muy tóxico, el olor es muy fuerte. La gente empieza acostumbrarse” (Docente de la zona, Barrio Gaucho Rivero, Paraná, 2017. Natalia Luxardo).

La basura trabajada consiste en una heterogénea gama de elementos que son examinados, clasificados y utilizados para fines varios o descartados luego de revisar su calidad a partir de indicadores como su temperatura. En ocasiones, en el caso de los alimentos, se los lava con lavandina antes de emplearlos o bien se los cocina un poco más. En varias entrevistas domiciliarias, incluyendo un almuerzo compartido con una de las familias usualmente entrevistadas, escuchamos la frase “estaríamos ya todos muertos” cuando se pregunta sobre el estado de la carne cirujeada: “¡Claro que se puede consumir! Fiambre, pan. Y ese viene a ser el fiambre, ¿ve? Eso se puede... se puede... comer, porque está... ¡limpio! Está frío. Separado con un… con una bolsa, como está sacando esa señora [fiambre en bandejitas de plástico como se venden en los supermercados] (Julio César Bello, Paraná, febrero de 2019). Los que hace más tiempo que cirujean notan que la basura está cambiando: de acuerdo a estas personas llega menos cantidad y de peor calidad respecto a la de tiempo atrás, y por eso la destinan a fines como la alimentación de sus animales.

En este lugar existe la figura del playero: estas personas van indicando a los camiones con linternas en dónde descargar para que no haya accidentes, aunque se ha notado que, por descuidos de los camioneros, que a veces vuelcan cerca de dónde están quemando, se pone en riesgo la vida de las personas que tienen asignada esa tarea: “Cuando a mí me pusieron de playero es porque yo me agarré con un… con un municipal que es… que me quería tirar mi basura al lado del fuego con madera. ¿Y cómo iba a hacer yo para trabajar esa basura? Peligraba que se me prendiera fuego y más el humo y… y… el fuego. Entonces… nos terminamos peleando con esa persona” (Julio César Bello, Paraná, marzo 2019).

La demanda de trabajo resulta extenuante. Las jornadas pueden empezar a las 5 de la mañana y extenderse hasta el mediodía, para luego recomenzar en la tarde y prolongarse hasta la noche. Estas personas tienen además el contacto más directo con todo el material que llega, ya que tienen que hurgar para encontrar algo que les sirva y que no pertenezca al dueño de la basura: “¿El descanso? El descanso, descansás cuando ya... no viene la basura. Cuando no viene la basura [porque si no] tenés que andar disparando”.

“Mirá, el que junta comida, junta 7 u 8 bolsas y ya descansás (…) Cuando venga otra basura, trabajás 2 o 3 y descansas, después cargo el carro, junto las cosas y me voy. Pero hay días que no sale nada. De comida. Nada” (Conversaciones informales durante el trabajo de campo etnográfico, Paraná, febrero-marzo 2018. Natalia Luxardo).

El circuito del rejunte muchas veces incluye a la familia de quien realiza la tarea. Así se configuran dinámicas familiares en torno al trabajo informal con la basura y de acuerdo a su gran demanda de tiempo: por ejemplo, mientras los padres cirujean los hijos cuidan a sus hermanos menores, manejan los carros o acompañan a sus padres, como menciona la directora de un jardín de la zona. Esto fue corroborado por otras docentes del lugar y a través de nuestro trabajo de campo, en el que registramos la cantidad de chicos que acompañan a sus padres a gestionar recursos a partir del trabajo con la basura. Los padres organizan entonces su jornada para no dejarlos solos, afirmando que los chicos lloran por querer acompañarlos. Así, existen casos de familias en las que esta actividad se ha llevado a cabo durante varias generaciones.

Las personas de este círculo son también las que más accidentes sufren, justamente porque tienen que estar más tiempo, y en las peores horas, en lugares sin control. Los niños, adolescentes y ancianos son los más vulnerables en este contexto de reproducción en condiciones tan frágiles. En varias ocasiones se quedan dormidos esperando que un camión descargue, tapados con cartón para protegerse del frío, sufren traumatismos de distinto tipo, que ocasionan desde fracturas de cadera y amputaciones hasta incluso la muerte: “Acá hay pibes de 8, 9 años ya. A temprana edad empiezan muchos pibes acá. Por ahí hay madres que no pueden dejar las criaturas con su familia... Y los tienen que… los tienen que traer acá. Y... corren muchos riesgos porque por ahí una máquina que está prendida, que está andando, por ahí no escucha…”.

“Y… los niños, hay gente que va con su papá a trabajar al Volcadero”.

“Yo tengo mi nene que tiene 4 años. Yo voy al Volca a trabajar y lo llevo” (Paraná, febrero de 2019. Natalia Luxardo).

“Desde los 5 años estuve colgado en los camiones” (Julio César Bello, Paraná, febrero de 2019).

De esta forma, durante nuestro trabajo de campo observamos que, cuando bajan los camiones, algunos adolescentes juegan a saltar para subirse al camión en movimiento y se agarran de un costado de éste, para luego volver a saltar a tierra antes de que empiece el desacople de la basura. Asimismo, las personas que nos acompañaron comentaron acerca de accidentes que habían sido retratados en los medios de comunicación: “El hijo de una señora que trabaja con nosotros (…) el chico tiene 16 años y trabaja en el Volcadero. Se durmió, trabajando, porque ahí tenés, ellos tienen que cumplir la función de esperar un camión, porque no es que vos venís acá y yo piso y ya esa basura es mía”.

“Hasta las 11, 12 [estamos acá en la basura]. La parte de los pibes, de los jóvenes... suelen estar todo el día, se van de tarde, hay veces que se van un rato de tarde y a la noche, a las 8, 9 de la noche están de vuelta. Es un trabajo continuo [en el] que están. La mayoría vive el día a día. Por eso es que la mayoría se tiene que sacrificar a toda hora. Porque no es mucho lo que hacen. Capaz que usted va y hace una entrega con todo lo que... incautó toda la noche y... ya... al mediodía o a la-- entre las 2 o 3 de la tarde ya tiene que andar acá de vuelta”.

“Hay gente que para poder ganarse un pedazo de pan, está de mañana hasta cerca de la tardenoche para poder juntar un plástico, en el cual ellos pueden venderlo para poder comprarse un pedazo de pan. Con las criaturas (…) tuve mi suegra, un tiempo que trabajó muchos años de eso. A las 6 de la mañana se levantaba para el Volcadero y volvía 7, 8 de la noche, para juntar un plástico, un metal, un cobre, y yo veo mucha gente grande que hasta el día de hoy sigue haciendo la misma rutina” (Entrevistas en el marco del documental, Paraná, 2019. Julio César Bello y Fernando Sassetti).

Como mencionamos, estas personas son quienes más expuestas están, porque tienen que pasar más horas allí e incluso permanecer toda la noche, y los accidentes son frecuentes:

“-Ramón: Me agarró la máquina compactadora mientras estaba trabajando en la basura. Me apretó. Me… amputaron un dedo y tengo dos con clavos (…) hace… como 15 días. Yo estaba con la mano así para compactar y el otro la bajó a la caja y me apretó. Me agarró, eh… tres. Tres me los hizo pedazos. Uno me lo amputaron y los otros dos tienen clavos. La mano quedó adentro. Julio: Prácticamente sí. Porque es un… es un… fierro que baja, que baja y… eso hace que la basura la, la, la… la compacte digamos, para… la compacte para que le dentre [sic] más o para sacarla y si le agarra los dedos tienen aberturas re chiquititas, es por eso que le cortó el dedo. R: Sí. A mí me mordió los dedos. Los locos [los camioneros] ni se dieron cuenta. No, yo decía que levante la cola, la tenía que levantar de vuelta para que… para sacar la mano tenía que levantarla a la cola de vuelta para que yo sacara la mano. Una vez que levantó la cola, ahí sí pude sacar la mano. Natalia: Y ¿te ayudaron, la gente que estaba ahí? R: La gente no. El chofer me está ayudando, el chofer de la máquina me está ayudando. N: Y ahora ¿cómo-- cómo trabajas la basura? R: Ahora no puedo hacer nada. Ahora por lo que tengo que luchar yo es si me dan una pensión o algo (…) porque si… prácticamente esta mano ya no me sirve. N: ¿Siguen siendo comunes los accidentes así, con las maquinas? R: Sí. Es normal. Todos, todos los días uno corre riesgo. N: Si contamos estas cosas ¿no van a querer venir a cerrar el Volca? Cuando… ¿ustedes que dicen…? R: Y cerrarlo, que lo van a cerrar sí pero igual [hay que contarlo]… J: Ya lo han hecho. Muchas veces han querido hacerlo ya. R: Pero… Acá hay más basura. Mire lo que es esto de basura. Cerrarlo, no lo van a cerrar”. (Registros del trabajo de campo, Paraná, julio de 2019. Natalia Luxardo).

6. Reflexiones finales

En este artículo intentamos mostrar que hablar de la gente que vive de la basura encierra un reduccionismo que afianza estereotipos porque son muy amplios los modos de vida que a partir del Volca se definen diariamente: personas que estructuran su cotidianeidad gracias al rejunte en el basural, visitadores ocasionales, familias que llevan generaciones recolectando, recién llegados y organizaciones como cooperativas para trabajar la basura de manera formal nos permite trascender aquellos estereotipos y entender cómo se articulan las historias de vida particulares.

Entre los enfoques que orientaron este estudio existe consenso sobre la centralidad de las desigualdades sociales en los procesos de salud y enfermedad, y la necesidad de inscribir las luchas por políticas de salud en luchas por políticas de redistribución que reduzcan la pobreza y las desigualdades. Sin embargo, no está claro aún cómo registrar las múltiples formas que asumen estas desigualdades, y evitar así reduccionismos que impidan ver in situ la complejidad de un fenómeno que resulta ser mucho más que una simple forma de subsistencia.

La etnografía colaborativa en estos territorios nos acercó a la vida de la gente tal como es vivida. Así, intentamos encontrar en estas prácticas relativas a ganarse la vida trabajando la basura las claves para identificar los mundos estructurados a partir de las relaciones sociales entre los distintos actores del circuito: solidaridad, afecto, cuidado, competencia; exposiciones diferenciales a riesgos; sentidos y expectativas en torno a esta tarea; modalidades desde las que se involucran; y circuitos de complemento, recupero, comercialización y/o consumo, entre otros aspectos. Responder a estas condiciones materiales de existencia requiere de pinceladas finas que estas teorías micro-sociales intentan dar. Estas perspectivas apuntan a deconstruir estigmatizaciones que vuelven hacia las personas como discriminaciones concretas vividas de manera cotidiana -como medios de transporte que no entran al barrio o los hijos de padres que cirujean que en la escuela son llamados negros del Volca, por nombrar sólo algunas.

Distintas observaciones sobre ganarse la vida trabajando la basura pueden realizarse a partir de expuesto. En primer lugar, entendemos que más que un único fenómeno de explotación existen jerarquías internas que estructuran modos de vida y de trabajo con exposiciones y protecciones diferenciales. Creemos que es necesario enriquecer los enfoques centrados en lo económico y en la clase social para realizar lecturas más sutiles de las heterogeneidades presentes -por ejemplo, las diferencias étnicas, generacionales y regionales. Esto amerita reconocer las contradicciones, indefiniciones y ambigüedades presentes en esta complejidad, así como los estereotipos y discriminaciones reproducidos internamente.

En segundo lugar, sostenemos que toda propuesta debe incluir los distintos significados y sentidos locales sobre el lugar, en lugar de aplicarlos verticalmente. La vía por la que llegamos al problema del Volcadero -como era caracterizado por personal sanitario y personas ajenas a estos barrios entrevistados en nuestras primeras incursiones- nos llevó a encontrar sentidos directamente contrarios a aquella primera impresión: “el Volcadero no es el problema, es lo que nos está salvando”. En este punto, Menéndez y la tradición antropológica con herramientas como la etnografía se vuelven imprescindibles. Esta mirada no niega la existencia de factores estructurales responsables de las condiciones de vida de estas personas que pelean por mantener su dignidad. Tratamos en cambio de reconocer lo que determinadas corrientes llaman la “agencia” de estos sujetos. Así, cuando la escala de la mirada etnográfica se acerca al día a día del trabajo en el basural aparecen formas de estructuración social que van mucho más allá de la simple adquisición de recursos: en el trabajo cotidiano se configuran así lazos de solidaridad, formas de cuidados familiares y aspectos recreativos y afectivos, constituyendo un universo que, pese al fuerte arraigo territorial, trasciende las fronteras del Volcadero.

Por último, reconocemos la existencia de desafíos ético-políticos y epistemológicos que deben ser revisados. Algunos tienen una larga historia en las ciencias sociales, como el de idear teorías apropiadas para la interconexión entre lo macro y lo micro (las dinámicas globales y las experiencias vividas en los territorios), que permitan articular las perspectivas estructurales que muestran la precarización y la exclusión con las perspectivas locales, en las que aparecen también aspectos positivos, valores y fortalezas. Otros, como el de moverse entre las presiones de la academia y los activismos y militancias en el territorio, y converger en una ciencia comprometida (Scheper-Hughes, 1990) entre demandas en tensión, son más recientes. Así como el desarrollo de nuevas formas de articular y cogenerar conocimientos desde los territorios y las comunidades en articulación con la academia. Éstos nos hacen preguntarnos cómo consolidar estas otras formas de conocimiento con o sin reconocimiento de la ciencia estándar; si la inclusión de las comunidades no debe ser en sí misma una parte del proyecto transformador; y, como sostiene Fernández Álvarez (2016), si el acento no debería ser puesto acaso en el desarrollo de estos procesos más que en sus impredecibles resultados. La investigación que alimenta los procesos de transformación de estas realidades es, en este sentido, una parte de la intencionalidad política en la que todos los enfoques revisados coinciden.

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1Los autores desarrollan este concepto para dar cuenta de la posición en la estructura social de determinados colectivos con una carga sistemática de sufrimiento físico y psíquico debida a su posición, la cual es un producto de la explotación económica basada en clases y la discriminación cultural, de género/sexual y racial, así como de procesos complementarios de formación de subjetividad depreciada.

2Los resultados publicados en este artículo forman parte del libro In Situ. El cáncer como injusticia social (actualmente en elaboración) y del contenido académico de un documental en proceso de realización acerca de estas investigaciones.

3Inspirado en la epidemiología sociocultural, el texto Hacia una etnoepidemiología (Esbozo de un nuevo paradigma epidemiológico) (Almeida-Filho, 1992) propone una síntesis entre la antropología y la epidemiología, buscando ser más que una simple aplicación de los métodos epidemiológicos para la investigación transcultural en salud.

4Tales enfoques tampoco abordan cuestiones que desde la sociología son subrayadas específicamente con relación a la degradación del medioambiente en el que estos circuitos se inscriben y el hecho de que los pobres “respiran otro aire y beben otra agua” (Auyero y Swistun, 2008; Merlinsky, 2010), aspectos que aunque son centrales para la entender la salud de las poblaciones no serán abordados en esta oportunidad.

5De acuerdo a una ordenanza municipal (Ordenanza Municipal N° 9233 sobre Gestión Integral de Residuos Sólidos Urbanos, 2014) la recolección se encuentra dividida en cinco unidades municipales descentralizadas: Unidad 1 “Centro” (57.000 habitantes), que involucra la zona más densificada y de mejor situación socioeconómico de la ciudad; Unidad 2 “Oeste” (65.000 habitantes), que incluye el actual Volcadero municipal y representa una de las zonas más postergadas de la ciudad; Unidad 3 “Sureste” (43.900 habitantes), que incluye al parque industrial; Unidad 4 “Noreste” (53.500 habitantes); y Unidad 5 “Sur” (27.800 habitantes).

6De acuerdo a un informe local existen diez plantas en Paraná, seis acopiadores, tres recicladores y un galponero. El mismo informe caracteriza a los recicladores como establecimientos industriales que efectúan la transformación de materiales; los acopiadores como quienes intermedian entre galponeros o recolectores y recicladores (es decir, adquieren y/o reciben los materiales provenientes de la recolección, los clasifican, acondicionan y compactan); y a los galponeros como quienes adquieren y/o reciben materiales provenientes de la recolección e intermedian entre los recolectores, y los recicladores y acopiadores.

Financiamiento Este artículo es resultado del financiamiento otorgado por el Estado Nacional, por lo tanto queda sujeto al cumplimiento de la Ley Nº 26.899. La investigación fue financiada por la Universidad de Buenos Aires, Facultad de Ciencias Sociales (2016-2019), la Universidad de Entre Ríos, Facultad de Ingeniería y el Instituto Nacional del Cáncer (2018-2019). Agradecemos a estas instituciones y al Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas por el respaldo recibido.

Recibido: 11 de Marzo de 2021; Aprobado: 12 de Abril de 2021

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