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Trabajo y sociedad

versión On-line ISSN 1514-6871

Trab. soc. vol.22 no.37 Santiago del Estero jun. 2021  Epub 01-Jul-2021

 

RESEÑA

Pablo Alabarces, Pospopulares. Las culturas populares después de la hibridación, Guadalajara, CALAS/ Bielefeld University Press, 2021.

Mariano Zarowsky1 

1 Universidad de Buenos Aires/ Universidad de San Martín/Consejo Nacional de Investigaciones Científica y Técnicas (CONICET)

Alabarces, Pablo. Pospopulares. Las culturas populares después de la hibridación. Guadalajara: CALAS/ Bielefeld University Press, 2021.

En Pospopulares. Las culturas populares después de la hibridación, Pablo Alabarces propone una reflexión sobre el estatuto de las culturas populares en nuestras sociedades contemporáneas. El título señala de entrada una voluntad refundacional y la pretensión de discutir una tradición; más puntualmente, la intención de revisar críticamente la noción popularizada por Néstor García Canclini en Culturas híbridas, un libro publicado en el momento en que ,si nos atenemos a la tesis de Eric Hobsbawm, terminaba el corto siglo XX (1990). Junto al fin de una época, la reflexión de García Canclini, no tanto por su novedad sino por su sentido de la oportunidad, marcó una inflexión en los estudios culturales latinoamericanos y se volvió una referencia en las décadas siguientes. Al postular la existencia de procesos ineludibles de hibridación entre lo culto, lo popular y lo masivo, Canclini no solo rechazaba, contra la ilusión populista, la posibilidad de una existencia autónoma de lo popular, sino que contribuía, sostiene Alabarces, a clausurar el asunto de lo popular como cuestión. La de Alabarces es entonces una voluntad de reapertura, una vocación de pensarlo todo de nuevo; y la pregunta que arroja es por la persistencia de las culturas populares después, o a pesar de, la hibridación.

De conjunto, en Pospopulares se leen tres estrategias de argumentación que se entraman de manera virtuosa. En primer lugar, Alabarces nos propone una historia intelectual de los estudios sobre cultura popular en América latina, desde mediados del siglo XX hasta el presente. Aunque no se lo proponga como objetivo, Alabarces se sirve de algunas de las estrategias de la historia intelectual: traza un mapa de autores, libros e investigaciones sobre las culturas populares; organiza sus tópicos, nociones y debates; los sitúa en sus contextos de emergencia y señala sus metamorfosis; presta atención a los procesos materiales de producción, circulación y recepción de las ideas en torno a lo popular, glosando redes, congresos, encuentros, y, sobre todo, libros y revistas, que recorre atendiendo a las fechas, las ciudades de publicación, las reediciones. Se trata de situar el trabajo del pensamiento en el seno de experiencias históricas para dar cuenta de su emergencia y de sus inflexiones; también de poner de relieve la materialidad específica que sostiene la producción social de las ideas y sus modulaciones.

En segundo lugar, Alabarces propone un recorrido analítico por un conjunto de textos donde se cruzan lo popular, lo culto y lo masivo. Que el primer material que analiza Alabarces sea una serie de cuentos de Bestiario (1951), de Julio Cortázar, cifra las paradojas que supone el estudio de lo popular y explicita un movimiento intelectual (también un itinerario biográfico) que va de los textos de la cultura letrada hacia otras voces y textualidades. Alabarces se autoriza como crítico desde objetos y saberes prestigiosos, la crítica literaria, al mismo tiempo que lee a contrapelo del canon las relaciones de Cortázar con el peronismo, o mejor, con lo popular: el énfasis en “Las puertas del cielo” antes que en “Casa Tomada” le permite a Alabarces leer fascinación antes que amenaza o desprecio, y revisar entonces el juicio de valor en el autor sobre lo popular en el período, y marcar la complejidad de las relaciones entre la mirada letrada y lo popular que describe. A partir de entonces Alabarces propone un recorrido diverso y desprejuiciado por figuras de la cultura letrada, el cine y la música, culta y/o popular: Sandro, María Elena Walsh, el cuarteto cordobés, Leo Dan; Bohemian Rapsody ,una biopic sobre Freddy Mercury,, “Despacito” ,el hit global de un verano,, El Ángel ,el film de Luis Ortega, son algunas de las figuras y/o los textos que examina. También hace lo propio con algunas políticas culturales de lo que denomina gobiernos post-neopopulistas, señalando rupturas y discontinuidades con las de los gobiernos llamados neoliberales. Se trata, por supuesto, de leer desde la teoría, y para producir teoría: Alabarces lee con rigor y perspicacia a Leo Dan con Beatriz Sarlo; Bohemian Rapsody con Leo Löwenthal; El Ángel (narra la historia del más famoso asesino serial argentino de la historia, Carlos Robledo Puch) con Michel Foucault y su vida de los hombres infames. No obstante, en Pospopulares la teoría es también un terreno de exploración autónomo. Me animo a decir: discutir y renovar la teoría sobre las culturas populares es la principal apuesta del libro.

La reflexión teórica que propone Alabarces cruza varias dimensiones. Las sintetizo. En primer lugar, una interrogación de orden epistemológico: ¿se puede conocer lo popular? Para Alabarces hablar de lo popular supone en primer término interrogarse por la voz que enuncia y nombra lo popular; esto es, la voz de los letrados. Las preguntas de Michel De Certeau (¿existe lo popular más que en el acto que lo suprime?) y Gayatri Spivak (¿puede hablar el subalterno?) funcionan como piedra de toque de toda reflexión sobre lo popular, contra la tentación del empirismo y/o el populismo. Una vez aceptado que se puede conocer lo popular ,siempre y cuando medie un ejercicio de reflexivilidad sobre las posiciones letradas de enunciación y las jerarquías que suponen, Alabarces ofrece una serie de reflexiones metodológicas: ¿cómo dar cuenta de lo popular?, ¿qué estrategias de pesquisa son adecuadas para su conocimiento? En este punto, el autor propone una productiva discusión con la etnografía, al señalar algunos de sus límites ,su énfasis en la voz y la “experiencia” popular, y revindicar la necesidad de leer los textos de la cultura de masas, allí donde lo masivo interactúa con lo popular (también de leer los textos de la cultura letrada, aunque su interacción, plebeyización de la cultura mediante, sea cada vez menos frecuente). Para ejercitar esta lectura donde lo masivo interactúa con lo popular, argumenta el autor, se requiere disposiciones y herramientas de indagación específicas. Finalmente, Alabarces plantea un interrogante de orden político. A saber: ¿qué hacer frente a lo popular?, ¿qué tiene qué decir lo subalterno, y su estudio, en la modulación de una sociedad democrática?

Pero entonces, ¿qué es lo popular? En la perspectiva de Alabarces conviven dos modos de posicionarse frente a lo popular. La tensión que subyace en su argumento pone de relieve las paradojas y las dificultades que presenta su estudio. En algunos pasajes de su libro, Alabarces se sitúa en lo que podemos denominar una tradición crítica radical, desde la que discute las posiciones populistas y define la cultura como espacio de ejercicio de la hegemonía. Así, propone pensar el populismo como ilusión de representación de lo popular, en tanto pretensión de integración simbólica que mantiene inalterada las jerarquías sociales y las relaciones de poder. Desde esta perspectiva, Alabarces no se cansa de recordarnos que lo popular, antes que una sustancia o entidad autónoma, nombra un producto de la desigualdad del mundo: las culturas populares existen porque hay subalternidad; y esa subalternidad, que puede establecerse desde distintas dimensiones, no obstante, siempre está articulada con una dimensión de clase. En esta línea, Alabarces advierte contra el enunciado que los neopopulistas de mercado repiten como un mantra en sus análisis culturales: “si a la gente le gusta algo/lo usa/ lo dice/, algo bueno debe tener”.1

No obstante, al mismo tiempo se lee en Pospopulares un gesto o pulsión populista. La encontramos, ante todo, en la problematización de esa tensión que anuda la relación entre intelectuales y pueblo. Sabemos que el intelectual como categoría social se configura hacia fines del siglo XIX. El intelectual, Émile Zola es su arquetipo, habla en nombre de la justicia y la verdad, y en el mismo acto de denunciar una injusticia nombra la existencia de un público ,el pueblo, que requiere de su mediación para conocerla. La existencia de ese destinatario cifra, en suma, su razón de ser: al hablar en nombre de quien no puede hacerlo, el intelectual encuentra su fundamento como distinción y su misión como magisterio. Problematizando esta figura histórica, el afán pedagógico y la jerarquía implícita que conlleva, consumada in extremis en la tradición de las vanguardias políticas, Alabarces hace suyas las palabras del investigador argentino-mejicano Mario Rufer, quien ironiza sobre lo que denomina “ventriloquia” de los intelectuales: los intelectuales ,sobre todo a la izquierda, saben, y puesto que saben, hablan por el subalterno, a quien se proponen tutelar.2 En este punto, Alabarces es contundente: rechaza toda intervención exterior al mundo popular. Y puesto que, a pesar de todo, el subalterno habla, apuesta por la generación de espacios donde las voces subalternas puedan tomar la palabra, proliferar, reconocerse y ser reconocidas; hablar en tanto que voces subalternas. “Producir un gesto insurrecto: que no consiste en ser representado, sino en representarse, en administrar las propias condiciones de la visibilidad y de la escucha”.3

Estamos entonces frente a un pliegue populista. Este pliegue no se confunde, insisto, con la posición de Alabarces, puesto que, como dije, en sus enunciados coexisten dos posiciones o aristas, aquellas que ,en función de la síntesis, denominé populista y crítica. Desde esta última Alabarces afirma la necesidad de sostener antiguos conceptos como el de clase, o el de hegemonía de Antonio Gramsci, y, antes que celebrar lo subalterno como diferencia, plantear viejas preguntas (lo popular es ante todo un “lugar heurístico”): ¿qué es una cultura democrática?, ¿qué es una sociedad democrática?, y, finalmente, ¿qué tienen que ver las culturas populares con ella?4 Es en este punto, entonces, que el problema del intelectual retorna, como lo hace aquello que se ha logrado eludir solo parcial o temporalmente. Parafraseando con ironía al maestro ruso de Antonio Gramsci, Alabarces se pregunta “¿qué hacer? Y en nuestro caso, como letrados: ¿cómo pensar, cómo actuar, qué estudiar, cómo estudiarlo, cómo decirlo?”.5

En la noción de “esfera pública plebeya” que recupera del crítico uruguayo Gustavo Remedi Alabarces encuentra pistas para afrontar el dilema. Se trata de una categoría analítica tanto como de una apuesta hacia una ciudad futura, un programa de intervención política en la cultura. Más que afirmar la diferencia o lo subalterno existente, la posibilidad de una esfera pública plebeya supone la acción creadora de los “transculturadores populares”, esto, es, de mediadores que seleccionan y combinan lenguajes, formas, símbolos y visiones provenientes de distintos mundos ,alta y baja cultura, cultura letrada y mediática, lo local y lo global, y los traducen a los términos y las formas de la esfera pública popular para ampliar los mundos posibles,6 y, así, contribuir a la radicalización de la democracia. La noción de transculturadores de Remedi ,escribe Alabarces, reverbera la vieja idea de transculturación de Ángel Rama y expande y actualiza la noción de “intelectuales mediadores” de los populistas argentinos ,especialmente de Jorge Rivera. Podemos preguntarnos entonces, por el papel de la cultura letrada impresa y sus artefactos en la configuración de esta esfera pública plebeya. O mejor, parafraseando a Pablo Alabarces, preguntarnos qué tiene que ver la cultura letrada impresa con una sociedad más democrática; y qué valor y peso específico tienen sus artefactos y portadores privilegiados, los intelectuales, en la modulación de esa apuesta que es la esfera pública plebeya. ¿Acaso, como sugería Régis Debray en un texto de 2007, por demás provocativo y ya algo desactualizado, puesto que encontraba en la televisión una dominante cultural, el ciclo vital del socialismo, nuestro nombre para la democracia radical, estuvo asociado al ciclo vital, ya finalizado en su visión, de la imprenta?7

1Alabarces, Pablo, Pospopulares. Las culturas populares después de la hibridación, Guadalajara, CALAS/ Bielefeld University Press, 2021, p. 152.

2Ibid., pp. 116-117.

3Ibid., p. 134.

4Ibid., p. 140.

5Ibid.

6Ibid., p. 154.

7Debray, Régis, “El socialismo y la imprenta, un ciclo vital”, en New Left Review, n°46, Londres, julioagosto, 2007, pp. 5-26.

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