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Trabajo y sociedad

versión On-line ISSN 1514-6871

Trab. soc. vol.23 no.38 Santiago del Estero ene. 2022  Epub 01-Ene-2022

 

IMÁGENES Y MAGNITUDES DEL TRABAJO

El “trabajo sucio” de las ciudades. Condiciones y experiencias laborales de los trabajadores de limpieza urbana en la Ciudad de Buenos Aires

The “dirty work” of the cities. Work conditions and experiences of urban cleaning workers in the City of Buenos Aires

O “trabalho sujo” das cidades. Condições de trabalho e experiências de trabalhadores de limpeza urbana na Cidade de Buenos Aires

Ania Tizziani1  * 

1 Doctora en Sociología por la Universidad de París 1 - Panthéon Sorbonne, investigadora del Consejo de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet) y docente en la Universidad Nacional de General Sarmiento.

RESUMEN

En este artículo, a través del análisis de las trayectorias y condiciones laborales de los barrenderos que se desempeñan en la ciudad de Buenos Aires, buscamos explorar algunos mecanismos que organizan la distribución desigual de la visibilidad y la valoración, material y simbólica, en el mundo del trabajo. Los trabajadores que efectúan el barrido manual de calles constituyen un colectivo laboral poco estudiado por las ciencias sociales. Como el conjunto de las actividades de limpieza, se trata de una ocupación definida como de “baja calificación”, situada en la base de la jerarquía ocupacional, subordinada a las funciones productivas consideradas como dominantes. Siguiendo los estudios de Everett Hughes en torno del “trabajo sucio”, estas actividades constituyen tareas socialmente necesarias, delegadas a grupos de trabajadores y trabajadoras que luego son estigmatizados en función de su proximidad respecto de objetos “impuros” de trabajo, como la suciedad y los residuos. Sobre la base de un estudio cualitativo realizado en la ciudad de Buenos Aires, nuestra indagación aborda tanto las dimensiones físicas y materiales del trabajo de los barrenderos, como los aspectos relacionales, buscando identificar los rasgos que permiten a los trabajadores construir una imagen valorizada de su inserción laboral y aquellos que generan resistencias y conflictos en el ejercicio de la ocupación.

Palabras clave: condiciones de trabajo; barrenderos; limpieza urbana; trabajo sucio

ABSTRACT

In this article, through the analysis of the working conditions of the street sweepers in the city of Buenos Aires, we seek to explore some dynamics that organize the unequal distribution of visibility and material and symbolic recognition in the labor market. The workers who carry out street sweeping constitute a labor group that has been little studied by the social sciences. Like others cleaning occupations, it is a “low-skilled” activitie at the base of the employment hierarchy. They are relegated to the margins of productive organization and subordinated to occupations that are more valued by society. Following Everett Hughes' studies on “dirty work”, these activities constitute socially necessary tasks, delegated to groups of workers who are then stigmatized based on their proximity to “impure” work objects, such as dirt and waste. Based on qualitative fieldwork carried out in the citi of Buenos Aires, our investigation addresses both the physical and material dimensions of the work of the street sweepers, as well as the relational aspects, seeking to identify the attributes that allow the workers to build a valued image of their occupation and those that generate resistance and conflicts.

Keywords: working conditions; street sweepers; urban cleaning; dirty work

RESUMO

Neste artigo, através da análise das trajetórias e condições de trabalho dos garis de varrição de ruas na cidade de Buenos Aires, buscamos explorar alguns mecanismos que organizam a distribuição desigual da visibilidade e do reconhecimento, material e simbólico, no mundo do trabalho. Esses trabalhadores constituem uma categoria pouco estudada pelas ciências sociais de nossa região. Como toda atividade de limpeza, é uma ocupação definida como “baixa qualificação”, situada na base da hierarquia ocupacional, subordinada às funções produtivas tidas como dominantes. Seguindo os estudos de Everett Hughes sobre “trabalho sujo”, essas atividades constituem tarefas socialmente necessárias, delegadas a grupos de trabalhadores que são estigmatizados com base em sua proximidade de objetos de trabalho “impuros”, como sujeira e os resíduos. A partir de um estudo qualitativo realizado na cidade de Buenos Aires, nossa pesquisa aborda tanto as dimensões físicas e materiais do trabalho dos garis de varrição de ruas, quanto os aspectos relacionais, buscando identificar os atributos que permitem aos trabalhadores construir uma imagem valorizada de seus inserção laboral e aquelas que geram resistências e conflitos.

Palavras-chave: condições de trabalho; garis; limpeza urbana; trabalho sujo

1. Introducción

A principios del año 2020, la pandemia de COVID-19 abrió un período de profunda incertidumbre cuyos alcances son todavía difíciles de prever. Como en muchos otros países, en la Argentina, frente a los primeros casos de la enfermedad confirmados en el mes de marzo, el gobierno nacional implementó una política de Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio que estableció el confinamiento de gran parte de la población. Más allá de los fuertes impactos sociales de la crisis sanitaria y de las medidas dictadas para enfrentarla, el Decreto de Necesidad y Urgencia 297/20 que instrumentó el aislamiento superpuso, a las categorías usuales de análisis del mercado del trabajo, una nueva clasificación. Esta nueva clasificación delimita un conjunto de categorías ocupacionales “esenciales”, que quedaron exceptuadas de la prohibición de circulación. Éstas abarcan a los y las trabajadoras cuyo desempeño cotidiano hizo viable, desde el inicio de la crisis sanitaria, el confinamiento del resto de la población. Incluyen al conjunto del personal del sector de la salud, pero también a las/os empleadas/os de funerarias y cementerios, cuidadoras/es, trabajadoras/es de la industria de la alimentación, barrenderos/as y recolectores de residuos, cajeras/os y repositoras/es de supermercados, choferes de camiones y colectivos, repartidoras/es y deliverys, entre muchas otras. Las categorías más numerosas de estas “actividades esenciales” corresponden a ocupaciones consideradas como de “baja calificación”, caracterizadas por bajos niveles de salarios, condiciones precarias de empleo y escaso reconocimiento social. Este artículo parte de una interrogación sobre esta aparente contradicción entre la definición “esencial” de estas funciones y su desvalorización, material y simbólica. Se interroga así sobre los mecanismos que organizan esta distribución inequitativa de la visibilidad, del reconocimiento y la valoración social de oficios, actividades y profesiones, y sus efectos sobre las condiciones laborales de los y las trabajadoras que se insertan en ellas. En esta línea, se propone analizar la experiencia subjetiva de trabajo asociada a una de esas actividades poco valoradas pero definidas como “esenciales”: aquella que desempeñan las y los barrenderos de la Ciudad de Buenos Aires.

Este análisis forma parte de una investigación más amplia que desarrollamos desde hace varios años en torno del modo en que se organizan y estructuran el conjunto de las ocupaciones de limpieza. En su definición estadística, este conjunto incluye categorías ocupacionales muy heterogéneas como trabajadoras domésticas, mucamas de hotel, auxiliares de limpieza en fábricas, oficinas y distintas organizaciones, barrenderos y barrenderas, encargadas y encargados de edificio entre muchas otras1. La inserción en estas diferentes ocupaciones puede implicar situaciones muy disímiles en términos de los niveles de salario y las condiciones de trabajo. En la Ciudad y el Área Metropolitana de Buenos Aires, una primera mirada a las estadísticas laborales revela una clara diferenciación de territorios masculinos y territorios femeninos, delimitados principalmente a través del lugar en el que se desarrollan las tareas (la diferenciación estricta entre ámbito doméstico y el no doméstico) y los niveles de calificación2. De manera general, cuántos más “internas” (más asociadas al ámbito doméstico), menores son los niveles de calificación asociados a las tareas, mayor es la presencia femenina y más desventajosas son las condiciones laborales y salariales. La limpieza en hogares particulares es una actividad “típicamente femenina”, como también lo es la limpieza en los hoteles. En cambio, cuando esa tarea se realiza en los espacios públicos, la presencia de los varones es ampliamente mayoritaria y mayores son los niveles de salario y de acceso a las protecciones sociales. Es el caso de los servicios de recolección de residuos y de barrido manual de calles que es la ocupación sobre la que focaliza este artículo.

Pesa a estas diferenciaciones internas, el universo de los servicios de limpieza se sitúa en la base de la jerarquía ocupacional. Se trata de un conjunto de actividades de bajo prestigio, relegadas en los márgenes de la organización productiva, subordinadas a aquellas funciones consideradas como dominantes (Lhulier, 2005). Numerosos estudios en torno de estas ocupaciones utilizan el concepto de “trabajo sucio” (Hughes, 1984) para abordar las problemáticas vinculadas a la desvalorización que las caracteriza. Siguiendo los análisis de Hughes, el concepto se refiere a aquellas tareas u ocupaciones percibidas como “físicamente desagradables o que simbolizan algo degradante o humillante”; tareas socialmente necesarias, delegadas a grupos de trabajadores y trabajadoras que luego son estigmatizados en función de su proximidad (y los riesgos de “contaminación”) respecto de estos objetos “impuros” de trabajo (Ashforth y Kreiner, 1999). El concepto permite abordar el peso de estas marcas estigmatizantes en la experiencia subjetiva de trabajo de las mujeres y los varones que se insertan en estas ocupaciones de bajo prestigio y las dificultades que enfrentan en la construcción de identidades ocupacionales. Desde nuestra perspectiva, prestar atención a cómo se organizan estas tareas “marginales” e “impuras”, a quiénes las ejercen y en qué condiciones, permite profundizar el análisis de los contornos y los efectos de una división social y sexual del trabajo, que distribuye roles y posiciones desiguales.

Para abordar estas cuestiones a través del caso de las y los barrenderos, en la siguiente sección describiremos cómo se gestionan los servicios de higiene urbana en la ciudad de Buenos Aires y revisaremos el modo en que estas ocupaciones han sido analizadas por los estudios que abordan el sector. Veremos que esta literatura da cuenta de la complejidad del trabajo que ejercen las y los barrenderos, destacando por un lado sus dimensiones físicas y materiales, sin perder de vista el peso de los aspectos relacionales, vinculados a su presencia prolongada en el espacio público. En la sección 3 presentaremos el trabajo de campo realizado en el marco de la investigación que constituye la base de este artículo, así como una primera aproximación al modo en que estas y estos trabajadores ejercen cotidianamente sus tareas. Las dos secciones siguientes prestarán atención a las experiencias subjetivas de trabajo en la ocupación, identificando tanto los aspectos que permiten a las y los trabajadores construir una imagen valorizada de su inserción laboral, como aquellos que se presentan como conflictivos. En la última sección proponemos algunas reflexiones finales sobre estas dinámicas de construcción de diferencias y jerarquías en el mundo del trabajo y algunas líneas de análisis para futuras indagaciones.

2. La limpieza urbana y sus trabajadores y trabajadoras

Los servicios de higiene urbana abarcan principalmente la recolección y el transporte de los residuos domiciliarios, la limpieza y el barrido de calles3. En la Argentina, como en la mayoría de los países, esas actividades constituyen una responsabilidad de los gobiernos locales, aunque su gestión directa por parte de los municipios es muy poco frecuente. En la administración de estos servicios, la Ciudad de Buenos Aires está dividida en siete zonas, cada una de ellas adjudicada a través de una licitación pública, a diferentes empresas privadas, a excepción de la zona sur de la ciudad, donde es gestionada directamente por el gobierno local a través del Ente de Higiene Urbana de la CABA4.

Tal como mencionamos en el apartado anterior, históricamente los servicios de limpieza urbana y de recolección de residuos constituyen “bastiones” del trabajo masculino. Sin embargo, en la ciudad de Buenos Aires, a principios de los años 2000, dos de las seis empresas privadas prestadoras de estos servicios empiezan a contratar trabajadoras mujeres, sólo para tareas de barrido en zonas muy específicas: calles peatonales y veredas de algunos barrios comerciales. Aún así, las trabajadoras siguen siendo muy minoritarias y representan menos del 5% en esta categoría ocupacional. Vale la pena destacar que en otras ciudades del país, la presencia femenina en los servicios de higiene urbana se desarrolló más tempranamente. En la ciudad de La Plata, por ejemplo, las mujeres ejercen la actividad desde los años 1990 y se incorporan actualmente no sólo en las tareas de barrido sino también en las de recolección de residuos. De hecho, el convenio colectivo de trabajo de la Federación de Trabajadores Camioneros y Obreros del Transporte Automotor de Carga, que regula la actividad (y que revisaremos más detalladamente en el apartado siguiente), contempla desde el año 1989, disposiciones especiales para el personal femenino que se desempeña en la categoría de “peón general de barrido y limpieza”. Estas disposiciones incluyen el acceso a licencias especiales y especificaciones sobre el diseño de los carros y el peso de las bolsas de residuos. Sin desconocer el interés de analizar los efectos de esta incorporación de la presencia femenina en la actividad, en este artículo, por razones de espacio, nos concentraremos en las especificidades de las experiencias masculinas, que son mayoritarias en el ejercicio cotidiano de estas tareas5.

Pese a su centralidad en el modo en que se experimenta la vida urbana y su peso en los presupuestos de las ciudades6, estas actividades han sido todavía muy poco estudiadas por las ciencias sociales, tanto en la región como en otras latitudes. Los escasos estudios en torno de estas ocupaciones suelen privilegiar el análisis del trabajo de los recolectores de residuos domiciliarios y menos el de los barrenderos. En la ciudad de Buenos Aires, estos trabajadores tienen a su cargo el barrido manual de veredas y/o calzadas según las zonas, la limpieza de las bocas de los sumideros, el vaciado de cestos de residuos, la limpieza de maceteros y “cazuelas” de los arboles. Esa delimitación formal de las tareas no elimina la importante variabilidad del trabajo, en función de las condiciones en las que éste se ejerce. Las características de las calles (asfaltadas o adoquinadas) y de sus usos sociales (zonas comerciales, residenciales, etc.), la existencia o no de arbolado, la intensidad del tránsito de vehículos y de la circulación de personas, las condiciones climáticas, los horarios diurnos o nocturnos constituyen un conjunto complejo de factores que le da forma tanto el contenido del trabajo, como las practicas cotidianas de esos de trabajadores (Motta y Borges,2016, p. 77).

Los estudios sobre la ocupación dan cuenta de la complejidad del trabajo que ejerce cotidianamente esta categoría. Destacan la centralidad de las dimensiones físicas y materiales del trabajo de los barrenderos, sin perder de vista el peso de los aspectos relacionales, vinculados a su presencia prolongada en el espacio público. Pese a que se inscribe en el sector de los servicios, el carácter manual, físico y poco calificado del trabajo contribuye a que, en algunos análisis, esta categoría sea asimilada al mundo del trabajo obrero, asimilación reforzada por la significativa masculinización de este oficio (Le Ley, 2015). El carácter físico del trabajo está ligado, en primer lugar, al esfuerzo asociado a los largos desplazamientos cotidianos y al traslado de cargas pesadas. En segundo lugar, la exposición corporal a la intemperie, al riesgo y a los accidentes (asociados tanto al lugar como al objeto de trabajo), constituye otro de los aspectos que acentúa esta dimensión física (Le Ley, 2015 y Bret, 2020). Por último, como en todas las actividades de la limpieza, la repetición de los gestos y movimientos que exige el barrido manual de superficies extensas es considerada en muchos estudios como un riesgo ergonómico insoslayable en el análisis de la experiencia de estos trabajadores (Messing, 2016).

Sin embargo, la confrontación a esta dimensión física del trabajo en los servicios de higiene urbana puede ser un rasgo valorado por aquellos que lo ejercen. Forma parte de una “moral corporal” del trabajo, que permite la conquista de una legitimidad masculina, asociada, como en los sectores obreros, a la virilidad (Bret, 2020, p. 51). En este sentido, la construcción de una identidad de género legitimada permite, desde la perspectiva de los trabajadores, compensar el estigma del “trabajo sucio” que caracteriza estas ocupaciones. Así, el concepto de “trabajo sucio”, elaborado por Everett Hughes desde los años 1950 en sus estudios sobre el mundo del trabajo, ha sido frecuentemente utilizado en la indagación de estas actividades. El concepto se refiere a las “tareas físicamente desagradables o que simbolizan algo degradante o humillante”, implica la manipulación de un objeto “impuro” que puede “contaminar” a las y los trabajadores (Hughes, 1984, p. 343). Se trata además de tareas “que transgreden los valores morales” de una cultura dada (Hughes, 1984, p. 344). El “trabajo sucio” tiene entonces, desde los estudios tempranos de este autor, una dimensión corporal y física, íntimamente relacionada con una dimensión simbólica. En esta perspectiva, la experiencia subjetiva de trabajo en estas ocupaciones está fuertemente marcada por la proximidad respecto de la suciedad y la impureza, que tienen una materialidad irreductible pero también funcionan como una marca cultural y social: reenvían a aquello que la sociedad simboliza como negativo (Lhuilier y Cochin, 1999, p. 76).

Hughes, Simpson et al subrayan la necesidad de considerar la profunda imbricación de estas dinámicas materiales y simbólicas de la suciedad: ésta marca cuerpos físicos, configura experiencias de vida a través de significados en torno de la contaminación y genera relaciones sociales que son fuente de tensiones y contradicciones (Hughes, Simpson et al, 2017, p. 109). En su estudio etnográfico sobre la experiencia subjetiva de trabajo de recolectores y barrenderos en la ciudad de Londres, destacan que frente al carácter invasivo de los materiales que estos trabajadores manipulan cotidianamente (el olor, el polvo, la textura pegajosa de los residuos), éstos desarrollan diversas estrategias discursivas de gestión de la contaminación. Estas estrategias incluyen definiciones diferenciales de lo que es considerado sucio desde la perspectiva de los trabajadores, a través de la distinción estricta entre los residuos y la “basura inaceptable” (elementos cortantes, desechos depositados fuera de los espacios designados para ello, etc.). Estas estrategias discursivas enfatizan además los aspectos positivos del modo en que ejercen sus actividades cotidianas, así como el valor moral y la utilidad social del trabajo realizado. Las interacciones con las y los habitantes de los barrios en los que se desempeñan pueden sin embargo, limitar y socavar estas estrategias de redefinición del trabajo sucio. Estos trabajadores son vistos como “fuera de lugar” en los barrios acomodados en los que se desempeñan. Enfrentan además numerosas prácticas disruptivas, que dificultan el desarrollo de las actividades: interrupciones, residuos depositados fuera de los contenedores o después de la realización del barrido y la recolección, vehículos estacionados frente a las bocas de los sumideros, etc.. Prácticas que pueden ser consideradas como signos de desvalorización del trabajo efectuado y de subordinación de aquellos que lo ejercen (Hughes, Simpson et al, 2017, p. 113-116).

Desde nuestra perspectiva, la consideración de esta imbricación de las dimensiones físicas/materiales y simbólicas/relacionales en el análisis de la experiencia subjetiva del trabajo en estas ocupaciones se impone además por las particularidades del lugar en el que se realiza: el espacio público. Las tareas de estos trabajadores se desarrollan en el marco del movimiento continuo de la calle. Ese flujo constante amenaza los resultados de sus intervenciones y exige una capacidad de adaptación a las condiciones cambiantes del ejercicio de la actividad (Motta y Borges, 2016, p. 84). Sin embargo, trabajar en la calle no implica únicamente la exposición a la intemperie, a condiciones climáticas adversas, al movimiento constante; supone también y sobre todo la exposición permanente a la mirada de otros y otras. Esta visibilidad obligada, inherente al ejercicio de las tareas, constituye el marco estructural de las interacciones diversas, más o menos comprometidas según la estabilidad de las rutas, cuya gestión constituye otro de los rasgos principales de la ocupación (Jolé, 2000, p. 91).

En las secciones que siguen, además de presentar el trabajo de campo que constituye la base de nuestras reflexiones, nos interesa analizar para el caso de la ciudad de Buenos Aires, las condiciones y experiencias laborales de aquellos que se insertan en la ocupación. Este análisis busca articular las dimensiones físicas y relacionales del trabajo en el sector. Prestaremos además atención al modo en que los trabajadores construyen una representación valorizada de su inserción laboral y cómo definen y gestionan la parte de “trabajo sucio” que la caracteriza.

3. Aspectos metodológicos y aproximación a las experiencias de trabajo en el sector

Para abordar las experiencias y trayectorias de aquellos y aquellas que se insertan en la actividad, desarrollamos, desde mediados de 2019, un trabajo de campo cualitativo que todavía se encuentra en curso (y que interrumpimos en el momento en que se dictaron las medidas de aislamiento). Entre septiembre de 2019 y febrero de 2020 realizamos una serie de 22 entrevistas con barrenderos y barrenderas (16 varones y 6 mujeres) y observaciones de sus prácticas de trabajo. La mayoría de las y los barrenderos que formaron parte de este estudio fueron contactados y entrevistados en la calle, algunas veces durante su tiempo de trabajo, más frecuentemente durante sus pausas, en diversos barrios de la ciudad (tanto comerciales como residenciales), adjudicados a tres empresas diferentes. Las entrevistas tienen una duración de entre 30 y 45 minutos y en los casos de cinco entrevistados pudimos volver a conversar informalmente con ellos en las mismas rutas de barrido. Para no incomodar a las y los trabajadores, con quienes conversamos en el espacio público y durante su tiempo de trabajo, preferimos no grabar las entrevistas y tomar notas. Transcribimos y completamos esas notas inmediatamente después de cada encuentro en un diario de campo. Los temas de las entrevistas abarcaron principalmente las trayectorias laborales de las y los trabajadores, tanto en los servicios de higiene urbana como en sus inserciones previas, el modo en el que desempeñan y valoran sus tareas, las dificultades y conflictos que enfrentan en el ejercicio cotidiano de esta ocupación.

El modo en el que llevamos adelante el trabajo de campo presenta inconvenientes y algunas ventajas que vale la pena explicitar. El hecho de realizar las entrevistas en el espacio público y durante el horario de trabajo o las pausas de las y los entrevistados, impuso un límite muy concreto a la duración de los intercambios, que se manifestó de manera más evidente en los barrios comerciales y céntricos, con intensa circulación de personas y vehículos, en los que las y los trabajadores están más expuestos a la posibilidad de una supervisión por parte de las empresas que los contratan. La decisión de no grabar esos intercambios nos impidió, además, contar con el registro directo de sus discursos. Sin embargo, el hecho de tomar notas durante las conversaciones permitió que nuestras y nuestros interlocutores pudieran asumir un rol activo en la definición de los temas que, desde su perspectiva, valía la pena registrar y destacar. Ese rol activo se expresó a través de comentarios como “anotá esto” o “esto te va a interesar” que en muchos casos organizaban el relato de las y los entrevistados. Pero sobre todo, realizar las entrevistas en la calle permitió articular el discurso de nuestros entrevistados sobre sus tareas cotidianas, con la observación tanto de sus prácticas de trabajo como de las condiciones en las que éstas se llevan a cabo. En este sentido, la situación de intercambio estuvo sujeta a algunas de las condiciones que atraviesan el ejercicio de la ocupación: la exposición al sol y al calor de los meses de primavera y verano en los que realizamos gran parte de las entrevistas, al ruido, a la mirada curiosa de peatones, de vecinos y vecinas. Conversar en la calle, acompañando en algunos casos parte de las rutas, permitió entrever toda la complejidad del saber práctico vinculado a esta ocupación (desde la gestión de los imprevistos, las características de las herramientas y los uniformes, hasta la diferenciación entre los distintos tipos de materiales que se barren a diario), que hubiera sido más difícil de aprehender en una situación convencional de entrevista cualitativa.

Los entrevistados varones tenían entre 29 y 56 años. Todos se desempeñaban como barrenderos en la Ciudad de Buenos Aires pero residían en el Conurbano Bonaerense. Ninguno de ellos había completado sus estudios secundarios y sus experiencias laborales previas se situaban en el universo heterogéneo del trabajo no calificado: fueron obreros industriales, cajeros de supermercado, trabajaron en la construcción, en la reparación de electrodomésticos o en un frigorífico. Y también, en algunos períodos, “changuearon” (vendieron “choripanes” en un puesto ambulante, se ocuparon de la carga y descarga de cajones de gaseosas para un comercio). Al momento de realizar las entrevistas, todos contaban con un puesto estable en una de las empresas privadas prestadoras de servicios de higiene urbana7. La mayoría ingresó en la actividad “por agencia”, es decir contratado por una agencia de empleo temporario, cubriendo reemplazos, francos de otros trabajadores o “barridos especiales” (por eventos o manifestaciones, ferias, etc.), hasta que “consiguieron” su propria ruta. Las rutas fijas son limitadas y nuestros entrevistados accedieron a ellas a medida que se “liberaban”, cuando otros trabajadores renunciaban a su puesto o se jubilaban. Muchas veces, esas rutas fijas que aseguran la estabilidad del puesto de trabajo constituyen una herencia: son legadas por un padre, un abuelo u otros familiares directos que se retiran de la actividad (este es el caso de la mitad de nuestros entrevistados, en particular de los más jóvenes).

En efecto, los puestos fijos de barrenderos son escasos. En la Ciudad de Buenos Aires, según los datos oficiales para el año 2019, un conjunto de 2.500 trabajadores y trabajadoras lleva a cabo el barrido manual de 24.000 cuadras, que se limpian entre una y tres veces al día según las zonas. En comparación con el conjunto de las actividades de limpieza y con el universo del trabajo no calificado que constituye el horizonte de inserción laboral accesible a estos trabajadores, estos puestos ofrecen condiciones particularmente ventajosas. Éstas están definidas en la convención colectiva de trabajo de la Federación de Trabajadores Camioneros y Obreros del Transporte Automotor de Carga. Se destacan, además de la gran estabilidad de los puestos de trabajo, el nivel relativamente alto de los salarios. Las escalas salariales definidas en la convención situaban a estos trabajadores, a mediados de 2019, en el límite inferior del séptimo decil de ingresos per cápita (teniendo en cuenta la ocupación principal)8. La convención regula además las jornadas de trabajo y la duración de la semana laboral, el pago de las horas extras, las licencias y vacaciones, los descansos y las pausas, las tareas que son responsabilidad de estos trabajadores, la provisión de herramientas, ropa de trabajo, elementos de protección personal y contempla pagos adicionales por jornadas nocturnas y multiplicidad de tareas, entre muchas otras condiciones laborales.

Estos trabajadores cumplen jornadas laborales de entre siente y ocho horas según las empresas, seis días a la semana. Todos los entrevistados se desempeñaban en horarios diurnos: en el turno de la mañana que se extiende entre las 6hs y las 14hs o en el turno de la tarde, entre las 12hs y las 209. Gran parte de esa jornada laboral transcurre en la calle. Se inicia en alguna de las bases de las empresas, cercanas a las zonas de barrido adjudicadas; luego, los trabajadores se trasladan, por sus propios medios, a la “cabecera” de las rutas que tienen a cargo. Para no tener que desplazarse cargando las herramientas (el carro, la pala y dos cepillos de distintos tamaños), las guardan durante la noche en alguna ubicación fija. En la mayoría de los casos, son los propios trabajadores quienes negocian con algún comercio, un estacionamiento o un garage, la posibilidad de guardar el carro. Luego permanecen en sus rutas o cuadros de barrido entre seis y siete horas, antes de terminar la jornada laboral en la base de la empresa. Todos los barrenderos con los que conversamos llevaban los uniformes reglamentarios de las empresas: pantalones, blusas y camperas de diferentes colores, con apliques fluorescentes para facilitar su visibilidad en la realización del barrido de las calzadas. Los uniformes también incluyen gorras con visera y guantes antideslizantes, pero muchos de los trabajadores no los utilizan porque los consideran “incómodos” o porque “hacen transpirar las manos” en los meses de calor.

Cada barrendero limpia cotidianamente entre 12 y 18 cuadras, dependiendo de las zonas y las empresas que los contratan. En los barrios comerciales, sus tareas incluyen, además del vaciado de los cestos de residuos y la limpieza de las bocas de los sumideros, el barrido de veredas y cordones. En los barrios residenciales, las veredas son responsabilidad de los “frentistas” y los barrenderos tienen a cargo la limpieza de 30 centímetros de calzada (el equivalente al ancho del cepillo que utilizan) y 30 centímetros de vereda, a un lado y otro del cordón. Veremos que esta delimitación de lo que es responsabilidad de unos y otros puede ser, en la práctica, conflictiva y depender del juego de las interacciones que se establece en el espacio público.

4. Reivindicar el oficio de barrendero: condiciones y saberes

En los relatos de los entrevistados, los puestos de barrenderos constituyen una inserción particularmente valorada, sobre todo en comparación con las experiencias laborales por las que transitaron a lo largo de sus trayectorias. La experiencia de Marcos10, un trabajador de 42 años que se desempeña en una zona céntrica desde hace siete años, resume algunos de los elementos que configuran esa valoración positiva de su puesto de trabajo:

Antes de empezar a trabajar de barrendero, Marcos trabajó en una fábrica de inodoros durante casi diez años. Me dice que era un trabajo pesado: “teníamos que levantar todo a mano, las piezas grandes, los moldes, los inodoros de cerámica. Este trabajo es más liviano y además son menos horas. En la fábrica estaba 9, 10 horas. Acá son 6 horas y media en la calle y gano dos veces más” (entrevista con Marcos, diario de campo, 2 de diciembre de 2019)

Como muestran muchos de los relatos de los entrevistados, los servicios de higiene urbana, situados en el universo del trabajo no calificado que constituye el horizonte de inserción laboral más accesible para estos trabajadores, ofrecen condiciones particularmente ventajosas. Éstas se vinculan, en primer lugar, con el nivel relativamente elevado de los salarios que es destacado por todos los trabajadores con los que conversamos, muchas veces presentado como un rasgo histórico del sector: “en este trabajo siempre se ganó bien” comenta Oscar, un trabajador de 56 años, con una trayectoria de casi tres décadas en la ocupación, que se desempeña en un barrio residencial.

En segundo lugar, las jornadas laborales de siete u ocho horas, seis días a la semana, en horarios fijos, también son percibidas como una ventaja para nuestros entrevistados, aún cuando se trate de turnos nocturnos o de la mañana, en los que los trabajadores salen de sus hogares de madrugada para llegar a las seis en la base de la empresa. Esos horarios son considerados como acotados en relación con las jornadas extensas que caracterizan el trabajo obrero, pero también, y muy particularmente, los empleos en el sector del comercio, por los que han transitado algunos de nuestros entrevistados, como Claudio que trabajó varios años de cajero en un supermercado o Gabriel que era encargado de un kiosco. Además, la particular organización de esos horarios, permite en algunos casos el desarrollo de otras actividades remuneradas en paralelo: Oscar instaló hace varias décadas su propia herrería; Fernando hizo un curso de maestro pastelero y trabaja en una panadería que es gestionada por sus padres; Sebastián montó con un amigo un emprendimiento de producción artesanal de cerveza. Esas actividades paralelas juegan un rol central en la manera en que los trabajadores dan cuenta de sus trayectorias laborales.

En consonancia con los hallazgos de otros estudios sobre el sector (Le Ley, 2015, p. 108), pese a que la actividad puede ser considerada como “liviana” cuando la comparan con las experiencias obreras como en el caso de Marcos, en los relatos, el barrido es caracterizado como un “trabajo físico”. Implica largos desplazamientos, permanecer muchas horas de pie, desenganchar y levantar los cestos de metal, cargar el peso de las bolsas de residuos hasta los contenedores, entre otras tareas. La realización repetida de estas tareas exige la utilización de la fuerza física y una importante resistencia corporal.

La repetición de los gestos y movimientos que implica el barrido manual de recorridos extensos supone riesgos ergonómicos que son frecuentemente mencionados por los trabajadores. Marcos que nos comenta que “hay compañeros que se lastiman el hombro por como manejan la pala” y Daniel, un trabajador de 52 años, con una larga trayectoria en el sector, utiliza una faja elástica sobre el uniforme y destaca en su relato la necesidad de “no agacharse al levantar la basura” para no dañar la cintura. Estos riesgos ergonómicos son característicos del conjunto de las actividades de limpieza. Karen Messing constata, en su estudio sobre estas ocupaciones en Francia y Canadá, los riesgos físicos que las caracterizan, asociados al peso de los carros, las utilización de herramientas y materiales mal adaptados para los espacios y las superficies que estos trabajadores y trabajadoras deben limpiar y el manejo de productos químicos nocivos para la salud, entre otros factores. Estos riesgos están muy presentes en los relatos de las y los trabajadores, pero son en general subestimados tanto por los empleadores como por muchos estudios en torno de estas ocupaciones (Messing, 2016).

Una parte importante de la exigencia física del trabajo de los barrenderos está asociada a la extensión de las rutas que cada uno tiene a cargo, lo que implica una organización cuidadosa de los recorridos, que va más allá de la zona de barrido e incluye la base de la empresa en la que empiezan y terminan su jornada de trabajo y el lugar en el que guardan el carro. En el caso de Marcos por ejemplo, a las doce cuadras de su ruta, se suman las ocho que separan la base de la empresa de la cabecera de su zona de barrido y las cinco que recorre para llegar al estacionamiento en el que guarda sus herramientas. En conjunto, estos desplazamientos pueden abarcar más de tres kilómetros durante su jornada laboral.

Los barrenderos organizan cotidianamente estos largos desplazamientos, adaptando la intensidad del barrido en función del estado del cuadro. Y, más allá de las condiciones ventajosas de empleo, esta autonomía en la gestión del barrido es mencionada por todos los entrevistados como una de las principales ventajas de trabajar en la calle, cuando lo comparan con otras experiencias laborales que han tenido a lo largo de sus trayectorias:

Fernando tiene un cuadro de 18 cuadras:“no te da el tiempo para hacerlas todas, pero yo me organizo”. Me cuenta que en general hace la cabecera y 9 cuadras y al día siguiente vuelve a barrer la cabecera y luego va directamente al lugar en el que dejó el día anterior. Pero depende de los días, en otoño, cuando hay muchas hojas, llega a hacer solo 6 cuadras, si un día se siente mal y está muy cansado, hace 3 cuadras y al otro día compensa. Me dice: “lo bueno es que acá nadie te está diciendo lo que tenés que hacer” (entrevista con Fernando, 30 años, diario de campo, 23 de octubre de 2019)

Christian trabajó en una fábrica de chacinados, en un frigorífico, pero lo echaron y hace dos años empezó con un puesto de barrendero. Me dice que en el frigorífico estaba todo el día encerrado, prefiere trabajar al aire libre y además “me manejo solo, el supervisor está en la base, a veces pasa, una vez por día pasa, pero no jode mucho” (entrevista con Christian, 35 años, diario de campo, 10 de octubre de 2019)

En los relatos de los entrevistados, el barrido es un trabajo solitario. Los intercambios entre trabajadores se desarrollan en la base de las empresas, durante las pausas o cuando los cuadros de unos y otros se cruzan puntualmente en los recorridos. Gran parte de la jornada de trabajo transcurre en soledad, lo que brinda un importante margen de autonomía en la organización de las tareas cotidianas. Esa capacidad autónoma de organización del barrido en función del estado de los cuadros, de la época del año, de las condiciones climáticas o de eventos imprevistos es una de las habilidades más importantes que exige el ejercicio de la ocupación. Un saber-hacer que los barrenderos adquieren a través de la experiencia y el conocimiento detallado de las zonas de barrido, sus características materiales y sus usos sociales, que es destacado en muchos de nuestros interlocutores, como Gabriel cuando afirma que: “nosotros tenemos que manejar muchas cosas” o Daniel:

“Por ahí vos pasás y yo te estoy mirando, y vos decís, ¿y éste por qué me mira? Lo que pasa es que yo tengo que estar en todo” (entrevista con Daniel, diario de campo, 1ro de noviembre de 2019)

Se trata de un saber práctico no reconocido en la definición formal del puesto de trabajo, pero que resulta central en el ejercicio de la ocupación Es por esa razón que la estabilidad de los recorridos tiene un peso muy importante en las condiciones de trabajo de los barrenderos. Las rutas fijas no sólo garantizan la estabilidad del empleo, sino que también facilitan esa organización autónoma del trabajo cotidiano.

Esta independencia en la organización de su propio trabajo contrasta sin embargo con la estricta supervisión de sus resultados, que es efectuada en múltiples instancias: por las empresas prestadoras, por diferentes dependencias del gobierno local, por organismos específicamente encargados de la certificación de la calidad de los servicios de higiene urbana, por vecinos y vecinas11. Como sugiere el relato de Christian, los supervisores cumplen un rol ambiguo, que es al mismo tiempo de control y de apoyo. Según los trabajadores, recurren a los supervisores ante cualquier dificultad que surja en los recorridos: desperfectos en las herramientas, falta de bolsas de residuos, algún conflicto con vecinos o conductores de vehículos. Los supervisores recorren también las zonas de barrido asignadas y son los encargados de hacer llegar a los trabajadores indicaciones sobre eventuales fallas en la limpieza de sus rutas. El detalle de estos procesos de control y supervisión de los resultados de sus intervenciones está muy presente en los relatos de los trabajadores, como en el caso de Luis, un trabajador de 37 años que se desempeña en una zona céntrica desde hace cinco años:

“Luis me señala las latas de gaseosas y los envoltorios de comida que están tirados en el piso, alrededor del cesto, a unos metros de donde conversamos: “eso se llama diseminación”, aclara. Me cuenta que a veces los vecinos se quejan. El supervisor también le manda fotos de “puntos” que le pasan desde el gobierno de la ciudad, “que tiene mucha gente en la calle”, comenta. “Puntos como esa basura que está ahí. Te da bronca, porque ya pasaron dos compañeros, el de la noche y el de la mañana y ninguno lo levantó, entonces los vecinos por ahí se quejan” (entrevista con Luis, diario de campo, 28 de noviembre de 2019).

“Daniel saca el celular y me muestra el chat que tiene con su supervisor. Hay fotos y audios en los que le indica los lugares en los que tiene que volver a hacer el barrido. También hay fotos que él le manda de un contenedor rodeado de bolsas de basura. Me dice que a ellos no les corresponde retirar esos residuos (es responsabilidad del servicio de recolección), pero que le manda esas fotos al supervisor porque sabe que esa basura se va a desparramar después de que él haya barrido” (entrevista con Daniel, diario de campo, 1ro de noviembre de 2019)

Estos relatos sugieren que el margen de autonomía, muy valorado por los trabajadores, no está garantizado sino que depende de un equilibrio inestable respecto de la estricta supervisión de los resultados de sus intervenciones. Un control que es tanto más eficaz cuanto que se presenta como una potencialidad a lo largo de toda la jornada de trabajo. Ese equilibrio entre control y autonomía supone, muchas veces, la negociación de los recorridos con las instancias de supervisión, es decir la disposición para volver sobre algunos “puntos” en los que se detectaron fallas. Y supone sobre todo, como muestra el relato de Daniel, la capacidad de anticipar situaciones que ponen en riesgo los resultados del trabajo. Estas negociaciones están asociadas a la fragilidad de las intervenciones de los barrenderos, expuestas al movimiento constante de la calle y a las prácticas diversas de una multiplicidad de usuarios. Esta fragilidad es inherente al conjunto de las tareas de limpieza, tareas que deben ser permanentemente renovadas y que se vuelven visibles sólo cuando fallan (Bret, 2000). Estas estrategias, sacar fotos o “dejar la marca del cepillo” en la calzada como nos explica Daniel más adelante en nuestra conversación, buscan dale visibilidad y perdurabilidad a sus intervenciones dentro del movimiento continuo de la ciudad.

Más allá de estas ambigüedades, los relatos de los entrevistados dan cuenta de una importante valoración de las condiciones en las que ejercen el oficio de barrendero, condiciones que van más allá de aquellas que definen el vínculo formal con el empleo. Los estudios en torno de las experiencias subjetivas de trabajo de categorías estigmatizadas o poco reconocidas, sugieren que la valoración de las condiciones de ejercicio de las actividades, por sobre el contenido específico del trabajo forma parte de estrategias de gestión de la parte de “trabajo sucio” que caracteriza estas ocupaciones (Ashford y Kreiner, 1999, Soria Batista y Codo, 2018, Claus, 2015). En los relatos de los barrenderos es posible identificar esas estrategias discursivas, en las que los trabajadores definen la ocupación a través de rasgos positivos no estigmatizados: el salario, las condiciones de estabilidad y los beneficios laborales, las posibilidades de desarrollo de actividades paralelas de mayor prestigio, la independencia. Estos rasgos positivos no son menores, sobre todo en el contexto en el que realizamos las entrevistas, marcado por el fuerte deterioro de los indicadores del mercado de trabajo que se registró en los últimos años y que se acentuó desde entonces. Este contexto restringe las oportunidades de empleo accesibles a los trabajadores con menores niveles de educación formal, con itinerarios precarios e inestables en el mundo del trabajo, lo que contribuye a significar positivamente el oficio de barrendero en tanto inserción laboral.

Esta valoración no ignora sin embargo, la parte de “trabajo sucio” que caracteriza la ocupación y los riesgos de contaminación asociados al carácter “impuro” del objeto de trabajo. En el caso de los trabajadores que formaron parte de nuestro estudio, los límites de estas estrategias de revalorización del oficio se manifiestan a la hora de dar cuenta de las dimensiones conflictivas de la ocupación:

“Daniel empezó a trabajar en Manliba en los años 90, me dice “ahora es más difícil entrar, lo que pasa es que nosotros sacamos un poquito más que otros, pero antes nadie quería hacer este laburo”. Cuando le pregunto por qué nadie quería hacer este trabajo me cuenta que él empezó en el barrio de Recoleta: “pasaban las señoras y te miraban como un bicho raro”, se tapa la nariz y arruga la boca” (entrevista con Daniel, diario de campo, 1ro de noviembre de 2019)

En el relato de Daniel, las condiciones favorables pueden compensar, más en la actualidad que en el pasado, los aspectos problemáticos que presenta el oficio de barrendero en tanto forma de inserción en el mundo del trabajo. Me interesa, en la sección siguiente, explorar eso aspectos esbozados en su relato, que condensan la parte conflictiva del oficio. Éstos están vinculados, en primer lugar, con las particularidades del lugar de trabajo: la calle, las características de los barrios en los que se desempañan. Están ligados, en segundo lugar, con el objeto de trabajo, la suciedad y los residuos, y las marcas que estos pueden dejar en los cuerpos de los trabajadores. Están relacionados, por último, con el modo en que tanto el lugar como el objeto de trabajo configuran los vínculos e interacciones que los barrenderos establecen con otras y otros usuarios del espacio público.

5. Los nudos problemáticos: la calle, la “mugre”, la gente

Pocos oficios están tan marcados por la ausencia de un lugar de repliegue (Jolé, 2000). La permanencia prolongada en el espacio público es un rasgo constitutivo de la ocupación y supone un importante grado de exposición a diversos factores. Trabajar en la calle implica, en primer lugar, la exposición corporal a la intemperie y a condiciones climáticas adversas. Supone “aguantar” el frío en invierno, la lluvia o “esa llovizna finita que no para” tal como nos comenta Fernando. Supone “barrer al rayo del sol, cuando hace 40 grados” como sostiene Gabriel:

“Esos días en los que hace tanto calor que te parece que no te podés mover y vos tenés que salir igual a trabajar” (entrevista con Gabriel, 29 años, diario de campo, 12 de febrero de 2020)

En los relatos, expresiones como “te aguantás” y “te acostumbrás” son las que los trabajadores utilizan con mayor frecuencia para dar cuenta de la exigencia asociada al trabajo a la intemperie. Todos los entrevistados mencionan además la necesidad de adaptar la organización del barrido en función de estas condiciones climáticas, tanto en relación con el ritmo de trabajo como de las tareas realizadas: acelerar los recorridos en las horas de menos calor o “salir más temprano” en los meses de verano; interrumpir el barrido cuando llueve y concentrarse en la desobstrucción de las bocas de los sumideros. Tal como mencionamos en relación con la variabilidad de las rutas en función de los estados de los cuadros de barrido, a una organización formal del trabajo se le superpone una gestión práctica, que los trabajadores configuran sobre la marcha para hacer frente a la exigencia física de la exposición corporal a la intemperie.

La permanencia prolongada en el espacio público supone, en segundo lugar, la exposición a lo inesperado, a las contingencias de la calle, que no excluyen la potencialidad de la violencia, en todos los recorridos y en todos los horarios. Esa es la razón principal por la que muchos de nuestros entrevistados caracterizan el trabajo de barrido como un trabajo “peligroso”:

“Marcos me cuenta que a la tarde, su zona puede ser peligrosa,“salen los cartoneros, está la gente que vive en la calle, los que roban, nosotros los vemos, los conocemos”. Me cuenta que hace unos meses “mataron en una pelea” a un chico que vivía en la calle y que le dio mucha pena porque lo conocía bien. Ante cualquier conflicto, la empresa les dice que no tienen que confrontar: “si te roban el cepillo, si te roban las bolsas, los dejás porque nunca sabés con qué te pueden salir” (entrevista con Marcos, diario de campo, 2 de diciembre de 2019)

“Gabriel trabajó durante cuatro años en el turno noche pero hace dos años pidió el pase y ahora trabaja de tarde: “pasan muchas cosas en la calle y a la noche es peor. Hay peleas, drogadictos, hasta muertos ahí en la calle. También tenés la gente que te lleva puesto”. Me cuenta que hace unos meses tuvo un problema con una conductora que “se llevó puesto el carro”(entrevista con Gabriel, diario de campo, 12 de febrero de 2020)

Como Marcos y Gabriel, la mayoría de los barrenderos con los que conversamos afirmaron haber experimentado situaciones de riesgo en el ejercicio de sus tareas cotidianas, muchas de ellas vinculadas con accidentes de tránsito o conflictos con los conductores. Si bien en algunos casos trabajar “al aire libre” puede ser percibido como placentero, la calle como lugar de trabajo presenta en la mayoría de los relatos aspectos problemáticos. Implica la exposición corporal a la intemperie y la necesidad de adaptar el trabajo frente a condiciones climáticas adversas. Implica la gestión de eventos imprevistos que pueden suponer riesgos para los trabajadores. La presencia repetida y prolongada en el espacio público, convierte a los barrenderos en observadores privilegiados de las características de los barrios en los que se desempeñan, de sus formas de sociabilidad, de sus ritmos y sus rutinas, lo que facilita la gestión de esas contingencias a las que están expuestos. Ese conocimiento no basta sin embargo para anular los significativos niveles de exposición asociados a la actividad.

Trabajar en la calle implica, en tercer lugar, la exposición permanente a la mirada de otros y otras, vecinos, comerciantes, una multiplicidad de usuarios del espacio público. Una mirada que participa, como vimos en la sección anterior, de los procesos de supervisión y control de los resultados de las intervenciones de los barrenderos. Una mirada que además puede definir a estos trabajadores como “bichos raros”, retomando la expresión de Daniel, en función de la proximidad ineludible respecto de ese objeto “impuro” de trabajo que constituyen la suciedad y los residuos. La referencia al olor en su relato, da cuenta del carácter invasivo de ese objeto de trabajo en relación con el cuerpo de los trabajadores, que es destacado también por otros entrevistados:

“Las dos bocas de tormenta que están en la esquina, a unos metros de donde conversamos, están despejadas, Fernando me dice que ellos tienen que prestar mucha atención para que no se acumulen las hojas y que en otoño ese trabajo retrasa mucho los recorridos, “y en primavera tenés el polvo y esa pelusa de los árboles, la tenés en todos lados, se te pega en la cara, en el cuello” (entrevista con Fernando, diario de campo, 23 de octubre de 2019)

“Según Ernesto, la época más complicada para el barrido en su zona es el otoño: “durante tres meses tenemos hojas hasta en las orejas” (entrevista con Ernesto, 54 años, diario de campo, 7 de noviembre de 2019)

En los relatos de los barrenderos con los que conversamos, los residuos que manipulan cotidianamente tienen una materialidad irreductible que puede invadir el cuerpo de los trabajadores, literal y metafóricamente. Ese objeto de trabajo tiene olor, forma, volumen, tiene una textura que puede “pegarse” a los uniformes y a la piel. Sin embargo, en sus discursos, no todos lo materiales que barren se definen de la misma manera y están igualmente connotados. Las hojas, la “pelusa de los árboles” o el polvo pueden ser físicamente invasivos, sin embargo, manipularlos no se presenta en los testimonios como una acción que genera desagrado. Son materiales difíciles de manipular pero que pueden ser aceptados con naturalidad dentro de las rutinas de trabajo, forman parte del estado ordinario de las calles y en tanto tales reenvían al dominio de lo público. En este sentido, la importante carga de trabajo que implica el barrido de estos materiales habilita un discurso que valoriza el puesto en el que se desempeñan como un servicio de utilidad social, que evita por ejemplo que las calles se inunden en los períodos de lluvia.

En los relatos de los barrenderos con los que conversamos, estos materiales se diferencian claramente de aquello que algunos definen como la “mugre”, que conforma esa porción conflictiva de su objeto de trabajo. Como en el estudio de Hughes, Simpson et al (2017) para el caso de la ciudad de Londres, en la experiencia de los barrenderos que formaron parte de nuestro estudio también es posible identificar una frontera que separa lo aceptable de lo inaceptable en relación con los residuos que gestionan cotidianamente:

“La zona es de alta circulación de gente, por eso Claudio la describe como una zona complicada, dice que es más “incómodo” el barrido y que además “el problema es la mugre, la gente que tira la basura en cualquier lado en vez de tirarla donde corresponde” (entrevista con Claudio, diario de campo, 4 de diciembre de 2019)

“Cuando le pregunto si alguna vez tuvo algún problema en su ruta me dice: “Problemas hay siempre, la gente te tira los papeles en la jeta mientras estás barriendo, parece que lo hacen a propósito, pero no te vas a pelear con todo el mundo” (entrevista con Christian, diario de campo, 10 de octubre de 2019)

“Según Fernando, el barrio es tranquilo, dice que se lleva bien con los vecinos pero que “hay de todo”: “están los que te dejan la bolsa al lado del contenedor, están los que tiran papeles en la calle, están los que no levantan la caca del perro o la levantan y te dejan la bolsita en el cordón, están los que barren la vereda pero te dejan la basura ahí amontonada para que vos la levantes...” (entrevista con Fernando, diario de campo, 23 de octubre de 2019)

Como sugieren los relatos anteriores, a diferencia del polvo, de las hojas o la “pelusa de los árboles”, la gestión de “la mugre” genera conflictos y resistencias en la experiencia de los barrenderos. Una parte de los residuos que barren todos los días se sitúa más allá de los límites de lo aceptable. Ese carácter inaceptable se vincula, por una parte, con las características materiales de estos residuos y con el desagrado físico que genera su manipulación, como en el caso de los excrementos. Los conflictos vinculados a la manipulación de estos materiales son irreductibles en ejercicio cotidiano de la ocupación: ningún discurso sobre la utilidad social del oficio basta para hacer aceptables estas experiencias de desagrado o repulsión en las rutinas de trabajo. Pero, estos no son los únicos residuos que se presentan como conflictivos. Más allá de su materialidad, la “mugre” define todos esos residuos que se encuentran literalmente, “fuera de lugar”. Los residuos que se perciben como problemáticos son aquellos que no están “donde corresponde”, es decir, en los contenedores y los cestos, y que tienen efectos disruptivos sobre el ritmo y la organización del trabajo.

Todos estos residuos “inaceptables” se refieren, en los discursos de los barrenderos, a otros y otras, “la gente”, peatones, vecinos y vecinas que pasean sus perros, frentistas que barren o baldean sus veredas. Son residuos que esos otros y otras producen y que dejan “tirados” o “amontonados” en la calle para que ellos los “levanten”. En este sentido, esas prácticas manifiestan dinámicas de delegación del “trabajo sucio” entre los trabajadores y otros usuarios del espacio público, que develan los procesos de diferenciación más amplios (de género, clase, etnicidad y otros) que están en la base de las jerarquías sociales (Luhilier, 2005, Benelli, 2012). Esta delegación reenvía a las estructuras de desigualdad que organizan el mundo del trabajo y que conducen a los trabajadores con bajos niveles de educación y bajas calificaciones formales, hacia estas ocupaciones manuales de bajo prestigio “que nadie quiere hacer”, retomando la expresión de Daniel.

Esos residuos modelan entonces el tipo de relaciones sociales que los barrenderos establecen con esos otros usuarios del espacio público, contribuyen a definir la posición de subordinación que estos trabajadores ocupan en las interacciones que establecen en la calle, durante el ejercicio de sus tareas. Las prácticas de desconsideración de estos usuarios, los papeles en la “jeta” mientras llevan a cabo el barrido, informan sobre el escaso valor asignado al trabajo que desempeñan cotidianamente. La “mugre” en tanto objeto de trabajo genera conflictos y resistencias en la experiencia de los trabajadores, al reafirmar el bajo prestigio de la actividad y el rol subalterno de aquellos que la ejercen. Los significados sociales en torno de la basura y de la suciedad, constituyen el marco que estructura las relaciones que estos trabajadores establecen en el ejercicio de la ocupación e imponen un límite concreto a las estrategias de revalorización de la actividad y de gestión del riesgo de contaminación respecto de ese objeto “impuro” de trabajo.

6. Reflexiones finales

En este artículo, a través del análisis de las trayectorias y condiciones laborales de los barrenderos que se desempeñan en la ciudad de Buenos Aires, buscamos explorar algunos mecanismos que organizan la distribución desigual de la visibilidad y la valoración, material y simbólica, en el mundo del trabajo. Los trabajadores que efectúa el barrido manual de calles constituyen un colectivo laboral muy poco abordado por las ciencias sociales. Se trata además de una ocupación definida como “esencial”, pero considerada como de “baja calificación”, asimilada frecuentemente al mundo del trabajo obrero manual, con escaso reconocimiento social. Nuestra indagación buscó aportar algunos elementos de explicación para esa definición paradójica de la ocupación y explorar el modo en el que se expresa en la experiencia cotidiana de los trabajadores.

En comparación con las actividades que forman parte del universo de los servicios de limpieza y del trabajo no calificado que constituye el horizonte de inserción laboral accesible para estos trabajadores, los puestos de barrenderos ofrecen condiciones ventajosas. Estas condiciones, que conciernen principalmente los niveles de salarios y el vínculo formal con el empleo, son sistemáticamente destacadas por los trabajadores. Son los principales rasgos que les permiten construir una representación valorizada del trabajo que realizan. No son atributos menores; tienen al contrario un impacto central en las condiciones de vida de estos trabajadores, con bajos niveles de educación formal y con trayectorias laborales precarias, en un contexto de deterioro sostenido de los indicadores del mercado de trabajo, acentuado considerablemente a partir de la crisis sanitaria.

Pese a ser considerada como una ocupación de “baja calificación”, los relatos de los entrevistados despliegan toda la complejidad del trabajo que realizan cotidianamente. Un trabajo físico exigente, que requiere el uso de la fuerza y de la resistencia corporal y una importante capacidad de adaptación a las condiciones cambiantes del ejercicio de las tareas. Un trabajo que requiere la capacidad de organización autónoma de las tareas y los recorridos, y de reacción frente a los eventos imprevistos y los riesgos que estos pueden suponer para los trabajadores. Un trabajo que implica importantes habilidades de observación de las características de los cuadros de barrido, de sus ritmos y rutinas, así como la gestión de una variedad de interacciones y relaciones sociales, puntuales o repetidas, asociadas a su presencia prolongada en el espacio público. El ejercicio de esta actividad supone entonces una combinación compleja de saberes y competencias técnicas y relacionales, que permiten a los trabajadores construir una identidad ocupacional valorizada. Se trata sin embargo de saberes no reconocidos, que reenvían a una definición práctica del oficio que excede la delimitación formal de los puestos de trabajo. Estos saberes cuestionan las formas hegemónicas en las que se definen las calificaciones que jerarquizan actividades, oficios y profesiones en el mercado del trabajo.

La revalorización del oficio de barrendero que pone el foco en las condiciones de ejercicio de la ocupación y en los saberes implicados en ella, no anula la parte de “trabajo sucio” que la atraviesa. La proximidad corporal de estos trabajadores respecto de la basura y de la suciedad, la manipulación cotidiana de los residuos, dan lugar a experiencias que son percibidas como físicamente desagradables. Pero también constituyen marcas sociales estigmatizantes. La diferenciación estricta entre aquellos materiales que pueden ser aceptados dentro de las rutinas de trabajo y la “basura inaceptable” es una de las estrategias que los trabajadores ponen en práctica en la administración de esta parte de “trabajo sucio” inherente a la ocupación. Aquellos materiales que se sitúan dentro de los límites de lo aceptable habilitan un discurso que destaca la utilidad social de la actividad. Los residuos inaceptables en cambio, generan conflictos y resistencias en la experiencia de los trabajadores: los sitúan en una posición subordinada en las relaciones e interacciones que establecen en el espacio público y son el signo del escaso reconocimiento social que marca las tareas que desempeñan. Este análisis nos permitió explorar el modo en que las definiciones sociales en torno de la suciedad y la contaminación modelan las experiencias subjetivas de trabajo y participan en los procesos de construcción de las jerarquías y mecanismos de subordinación en el mundo del trabajo. Este enfoque plantea líneas de análisis valiosas sobre las que nos interesa profundizar, en particular, el modo en que se articulan estas identidades ocupacionales enfrentadas a objetos “impuros” de trabajo con las identidades de género y la especificidad de las experiencias femeninas en la gestión de los riesgos de “contaminación”.

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1Según el Clasificador Nacional de Ocupaciones utilizado por el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (INDEC), disponible en www.indec.gob.ar.

2Abordamos el modo en que las jerarquías y estereotipos de género estructuran el conjunto de las ocupaciones en los servicios de limpieza en Tizziani, 2018.

3Para el caso de la ciudad de Buenos Aires que nos interesa aquí, esta definición está establecida en la licitación pública Nº 14/97 para la contratación de los servicios de higiene urbana. Además de los servicios básicos mencionados, que se caracterizan por su regularidad, se incluyen otros “servicio especiales”, que se realizan en respuesta a solicitudes puntuales del Gobierno de la Ciudad de Buenor Aires, como la limpieza de predios baldíos, barridos especiales por ferias, actos públicos, manifestaciones, etc.

4La información detallada sobre la gestión de estos servicios en la Ciudad de Buenos Aires está diponible en la Dirección General de Limpieza del Gobierno de la ciudad: (https://www.buenosaires.gob.ar/espaciopublicoehigieneurbana/institucional-subsecretaria-higiene-urbana/dglimpieza) y en el Ente Único Regulador de Servicios Públicos de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (http://www.entedelaciudad.gov.ar/higiene-urbana/)

5Algunas características de este proceso incipiente de incorporación de las trabajadoras en los servicios de higiene urbana en la ciudad de Buenos Aires fueron exploradas en Tizziani, 2020.

6Estos servicios representan en promedio entre 12 y 10,5% del presupuesto de la Ciudad de Buenos Aires durante la última década (Lozupone, 2019).

7Muchos de nuestros entrevistados contaban con extensas trayectorias de trabajo en el sector. El convenio colectivo de la actividad estipula que, para asegurar la estabilidad de los puestos de trabajo, a cada nueva licitación, las empresas prestadoras que se adjudican el servicio deben preservar los puestos de aquellos trabajadores que ya se desempeñaban en la zona. Es por esta razón que a lo largo de sus trayectorias en el sector, muchos de los trabajadores con los que conversamos fueron contratados sucesivamente por diferentes empresas prestadoras.

8Comparamos las escalas salariales definidas por el convenio a mediados de 2019, con la distribución de ingresos laborales elaborada por el INDEC en base a los datos de la EPH del segundo trimestre de 2019 (INDEC, 2019).

9Sin embargo, como veremos, muchos de ellos cumplieron horarios nocturnos en algún momento de sus trayectorias en el sector.

10Los nombres han sido cambiados para preservar el anonimato de los entrevistados.

11Para el detalle de estos procesos, ver Pescuma (2003) y Observatorio de de Higiene Urbana (2019).

Recibido: 23 de Marzo de 2021; Aprobado: 25 de Octubre de 2021

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