SUMARIO
1. Introducción. 2. Las fuentes. 3. Habitantes y propietarios. 4. El capital ganadero. 5. La distribución. 6. Conclusiones. 7. Bibliografía.
Introducción1
Desde hace varios años, un consistente número de investigadores viene ocupándose del fenómeno de la desigualdad regional y social en la historia argentina (Gelman (comp.), 2011 a) (Gelman y Santilli, 2006) (Djenderedjian, 2020) (Salvatore, 1998). Constatada la “gran divergencia” que, iniciada a fines de la colonia, separó radicalmente a Buenos Aires de las restantes regiones del virreinato, el “mapa de la desigualdad” ha adquirido progresivamente contornos más precisos y ha sido objeto de análisis de más larga duración (Santilli, 2019). El crecimiento económico, la distribución de la riqueza y los esfuerzos de las élites por construir el estado (nacional y provinciales) en contextos de guerra y fragilidad institucional han sido, entre otras, las variables puestas en juego por la historiografía de la desigualdad. Estas tareas, asimismo, se hallaban condicionadas por el constante temor frente a los potenciales disturbios de una “levantisca plebe”, imprescindible para las necesidades de la guerra.
Desde el inicio, se reveló la pertinencia de los estudios de caso ya que, además de reconocer las unidades político-administrativas momentos de retraso y despegue económicos diferentes, resultó que ni los ciclos de crecimiento ni las crisis, explicaban por sí solos las desigualdades, incluso en un mismo contexto regional/provincial (Gelman, 2010). Por otra parte, las investigaciones requirieron del examen de corpus documentales más o menos homogéneos, que habilitaran el análisis comparativo. Así como las series de diezmos fueron las fuentes coloniales privilegiadas, los listados de contribución directa se encontraron entre los materiales más utilizados por los estudiosos del siglo XIX 2. Gelman y Santilli analizaron en detalle los levantados por primera vez en Buenos Aires en época rosista, para comparar luego los resultados con sus equivalentes cordobeses. El examen corroboró la profundización de la ya antigua brecha que separaba al país litoral del país interior (Gelman y Santilli, 2006) (Gelman y Santilli, 2010).
Sin embargo, habría que esperar a la segunda mitad del siglo XIX, y a la unificación política de la Argentina, para que la contribución directa se generalizara a todas las provincias y, con ella, la producción de los respectivos catastros. Esta muestra de listados de contribuyentes a nivel provincial, en constante ampliación, está aportando lo sustancial en la escritura de la historia de las desigualdades.
Santiago del Estero se encontraba hasta ahora ausente del “mapa de la desigualdad” colectivamente diseñado. No obstante, se trata de un caso muy significativo: ubicada en el puesto octavo entre las 14 provincias a mediados de la década de 1880, su riqueza era 28 veces inferior a la de Buenos Aires3. Si en cambio comparamos el promedio de riqueza per capita, el puesto de Santiago era el número 11, superando tan solo a Salta, La Rioja y Jujuy. (Mulhall M. G., 1885). O sea, sin ser la provincia más pobre del país -como quiere un instalado un sentido común- era la menos pobre entre las pobres4.
Este artículo -el primero de una serie- espera insertar a Santiago del Estero en el mapa de la desigualdad. Por cierto, se trata de un momento más que oportuno para saldar esa deuda, puesto que se dispone ya de una sólida historiografía regional, nutrida por aportes más y menos recientes (Palomeque, 1992) (Carrizo, 2014) (Rossi y Banzato, 2018) (Tasso, 2007) (Vessuri, 2011) (Farberman, 2018), entre otros). A la renovación disciplinar, se suma además el hallazgo de varios catastros inéditos de contribución directa dispersos en el Archivo Histórico de la Provincia (en adelante, AHSDE) que, con las debidas críticas, serán utilizados por primera vez5. Sin embargo, antes de presentar nuestra nueva fuente, es preciso recuperar algunos de los viejos problemas que la desafían y singularizan y complejizan su análisis.
En primer lugar, cabe destacar la fisonomía campesina de la provincia y la pervivencia plurisecular de la pequeña producción, incluso hasta nuestros días. En un artículo de imprescindible lectura, Silvia Palomeque (1992) describió en detalle las diversificadas estrategias reproductivas de este actor de orígenes indígenas y mestizos: incluían la producción de ganado de todo tipo, la agricultura cerealera (de aluvión en los bañados y de temporal en las zonas de secano), la textilería doméstica y la recolección de productos silvestres. Esta combinatoria de actividades, sostenía la autora, les había permitido a los santiagueños limitar las migraciones estacionales -necesarias para obtener dinero y mercaderías- a los cíclicos años de sequía. También sugería que pocos de estos campesinos poseían tierras propias, especialmente en las zonas bañadas y fertilizadas por los ríos. La agregaduría a propietarios de diversa envergadura -que recibían de los campesinos una renta en trabajo- era por tanto frecuente y tenía una larga tradición. En contraste, el monte - territorio de cría y recolección todavía frondoso en el siglo XIX- resultaba de acceso relativamente libre y proveía a los santiagueños de alimento, forraje -algarroba, chañar, mistol-y productos vendibles - miel, grana, cera-.
Aunque esta pintura mantenga a grandes rasgos su vigencia, investigaciones más recientes nos permiten matizarla un poco y añadir nuevas pinceladas. Por ejemplo, sabemos hoy de la existencia de un amplio universo de poseedores de campos indivisos, que, eventualmente, también tenían sus agregados (sin que los medios de vida de unos y otros difirieran demasiado). Estos comuneros - como se los llamaría a fines del siglo XIX- a la par que compartían el agua y el monte, mantenían su señorío individual sobre rastrojos y ganados (Farberman, 2018, 2019a, 2019b). Una segunda salvedad apunta al manejo del agua, quizás tanto o más importante que el de la tierra, y en relación estrecha con la gestión del ganado, diversa según el entorno ambiental. Por último, entendemos que el recurso a la migración era un componente estructural de la economía santiagueña, como todavía hoy lo sigue siendo (Farberman, 2006). Ello puede observarse, como luego analizaremos, en la misma estructura por sexo y por edad que nos devuelven los censos de cualquier época.
Ahora bien, la centralidad de este modelo campesino no implica en absoluto pura horizontalidad y, -dejando de lado notorias excepciones-, sobre la identidad de los sujetos más ricos y la composición de sus capitales se sabe todavía bastante poco6. Es indiscutible, no obstante, que los grandes estancieros mantenían aún hacia 1870 su preeminencia económica y social, sobre todo en la sierra y en las fronteras, una postal a punto de cambiar en las postrimerías del siglo7.
En segundo lugar, cabe considerar la heterogeneidad -ambiental, productiva, social- del territorio santiagueño. Heterogeneidad a la que debe añadirse la incorporación de vastas extensiones de la recién conquistada región chaqueña, débilmente poblada por pioneros (Bilbao, 1964), (Concha Merlo, 2019), y la redefinición de los límites con otras provincias. De hecho, hacia el primer censo nacional, se perfilaban ya algunas transformaciones notables en la redefinición regional, que preludiaban otras de mayor trascendencia. Por ejemplo, aunque la ruralidad de Santiago seguía destacándose en el conjunto nacional, la ciudad y el departamento capital habían crecido y -al ritmo de la expansión de la red de acequias- traccionado las jurisdicciones vecinas8. Mientras el núcleo histórico de la economía tradicional santiagueña -en los bañados del río Dulce, al sur de la ciudad- había declinado en términos demográficos y productivos, los departamentos serranos descollaban - quizás con mayor peso que en la primera mitad del siglo- por la envergadura relativa de su producción de ganado mayor. Por último, en los departamentos del Salado, como han mostrado recientemente Rossi y Banzato (2018), vastas extensiones de tierras fiscales habían pasado a manos privadas: sus mentores, los Taboada, se hallaban entre sus principales beneficiarios. Las nuevas fuentes y preguntas que vertebran este artículo, esperamos, también podrían precisar mejor esta descripción de trazo demasiado grueso.
En tercer lugar, tenemos el problema específico de la desigualdad regional y social. Como se dijo ya, lo central de nuestro corpus lo constituyen catastros de poseedores levantados entre 1859 y 1876. En breve nos ocuparemos de enunciar las ventajas y limitaciones de ésta y de otras fuentes complementarias: por ahora, basta adelantar que nuestra mirada, por varias razones, se concentrará en el capital ganadero.
Un primer fundamento de esta opción apunta al momento claramente transicional en que los catastros fueron levantados: el período taboadista (1851-1875), aquel paréntesis de dos décadas y media de notorios (e inacabados) intentos de construcción estatal (Tenti, 2013). En esos años, y a pesar de la conformación de nuevas instituciones empeñadas en consolidar un orden propietario y del traspaso de tierras fiscales a manos privadas, no habían despegado aún las dos grandes actividades económicas que integrarían la provincia a su peculiar “modernidad periférica”: la producción agrícola capitalista en los departamentos cercanos a la ciudad y la explotación forestal bajo el sistema de obrajes (Tasso, 2007) (Rossi y Banzato, 2018) (Concha Merlo, 2019). La ganadería continuaba, por tanto, manteniendo su señorío y algunos ganaderos su “principalía” social (Concha Merlo, 2022). Un segundo fundamento, esta vez de orden práctico, es que se trata del capital registrado con mayor detalle en los catastros. En términos relativos, y pensando estrictamente en el contexto santiagueño, resultaba del rubro menos complejo de catastrar: su posesión era estrictamente individual, existían otros controles en paralelo (como los registros de marcas) y no se hallaba atado ni mucho menos a la posesión de tierras. Destaquemos que la tierra - que consideraremos exclusivamente en relación con la posesión de ganados- constituye el bien más difícil de evaluar siguiendo nuestro corpus, ya que sobre ella pesaban derechos de propiedad difusos y confusos, como sigue ocurriendo hoy mismo. Además, el catastro sólo proporciona datos sobre la superficie y no sobre el valor -que, por supuesto, variaba por departamento y condiciones-, impidiendo la comparación del capital puesto en juego en la producción.
Los catastros nos devuelven una imagen preliminar que confirma nuestros supuestos: la primacía de la pequeña producción -más allá de que, supuestamente, los más pequeños no estuvieran sometidos al pago de la contribución directa- en coexistencia con unos pocos productores grandes. Ni unos ni otros eran, necesariamente, propietarios de tierras. Por supuesto, los menos pudientes de estos modestos pastores - los que tenían dos o tres vacas o un modesto rebaño de ovejas- ni siquiera figuraban en los listados, ampliando la envergadura de la desigualdad: sólo la consulta de otras fuentes permitirá -y sólo hasta cierto punto- visibilizarlos9.
Las fuentes
Nuestro corpus documental incluye tres piezas fundamentales: los ya mencionados catastros para el cobro de la contribución directa (de los que hallamos diez, dispersos en los fondos de Gobierno y Contaduría del AHSDE)10, los datos publicados del Primer Censo Nacional de 1869 y las dos Memorias histórico-descriptivas de la provincia debidas a Alejandro Gancedo (1885) y Lorenzo Fazio (Fazio, 1889).
He aquí los listados de la Contribución Directa hallados hasta ahora:
Año | Departamento | Referencia |
---|---|---|
1859 | Silipica | AHSDE, Tesorería 1854-59, s/n |
1860 | Río Hondo | AHSDE, Tesorería 1854-59, s/n |
1860 | Guasayán | AHSDE, Tesorería 1854-59, s/n? |
¿1860 o 64? | Salavina | AHSDE, AG 13, s/n |
¿1860 o 64? | Choya | AHSDE, AG 13, s/n |
1860 | Capital | AHSDE, Tesorería 1854-59, s/n |
1864 | Atamisqui | AHSDE, AG 10, 721 |
1864 | Sumampa | AHSDE, AG 159, 14018 |
1868 | Robles | AHSDE, AG 10, 700 |
1876 | Copo 1 | AHSDE, AG 10, 765 |
¿Cuán representativa es la muestra reunida? A nivel administrativo y territorial, entendemos que disponer de información para 10 departamentos no es mal comienzo11. Remitimos al lector al mapa de Mariano Paz Soldán (1888) que, aunque posterior al momento considerado, permite localizarlos12: como puede observarse, la región al sur de la capital, en la zona de influencia del río Dulce, es, además de la sierra, la mejor representada, aunque sigan faltando departamentos importantes (Jiménez, La Banda, Loreto). En cambio, y aquí sí la ausencia es seria, carecemos de datos sobre la antigua frontera del Salado -el “antiguo Matará” (Rossi y Banzato, 2018)-, que incluía al departamento de ese nombre y al de Figueroa. Apenas si contamos con tardíos datos sobre Copo 1, los que presumimos bastante incompletos.
Hemos organizado nuestra información como sigue, delimitando cuatro regiones a partir de criterios geográficos, ambientales e históricos.
Capital y departamentos circundantes: entrarían aquí la ciudad de Santiago del Estero -en la que no se registró ganado- y los departamentos de Robles y Silipica al sudeste y de Río Hondo al noroeste. Se trata de la zona que - incluyendo al departamento de La Banda- disfrutaría de la mayor modernización en la segunda mitad del siglo XIX, todavía en ciernes cuando se levantaron los catastros. Su población, que había aumentado sustancialmente gracias a la ampliación de las tierras regadas por construcción de canales y acequias (Robles, Banda y Capital fueron los departamentos más beneficiados), se ocuparía en buena parte en los diversos emprendimientos agrícolas comerciales surgidos de la “revolución del riego” (Tasso, 2007), aunque, como veremos, la ganadería tampoco fuera allí irrelevante13. Según el censo de 1869, vivían en esta región 31.050 personas: el 44% de la muestra y el 23% del total provincial.
Bañados del río Dulce: abarca los departamentos de Atamisqui y Salavina, (así como el de Loreto, para el que carecemos de catastro). Por su elevada concentración demográfica y su diversificada economía (ganadera, agrícola y artesanal), los bañados atrajeron la atención de cronistas y viajeros de todas las épocas. Según los memorialistas, la zona había entrado en decadencia -en particular las villas de Loreto y Salavina- a partir de 1822, cuando el río cambió de curso y salinizó los terrenos. Sin embargo, el 23% de la población de la muestra y el 12% del total provincial (sin contar Loreto) seguía viviendo allí en 1869.
Sierras: los departamentos de Sumampa, Guasayán y Choya, muy diferentes en superficie y ecológicamente variados en su interior, se encontraban en plena redefinición de sus límites provinciales (con Córdoba, Tucumán y Catamarca). Con densidades más bajas y algunas grandes estancias, prevalecía allí la ganadería, actividad que, al ritmo de la expansión ferroviaria, fue desplazada por la explotación forestal desde fines del siglo XIX. Su población representaba guarismos similares a los de la zona 2.
Frontera nordeste del Salado. Aunque solamente contamos con los datos de Copo 1, decidimos incorporarlos al análisis de todas formas por su articulación más tardía al territorio provincial y porque era tenido por el departamento más “salvaje” de la provincia, el que aún seguía poblado por “indios puros” (De Moussy, 2005 [1860]). Su población representaba el 10% de la muestra y el 5% de la totalidad provincial.
La suma de la superficie actual de los que, en adelante, llamaremos “departamentos de referencia” arroja unos 37.000 km2, casi un tercio de la actual extensión de Santiago del Estero14.. Sin embargo, esta información es apenas orientativa ya que, como dijimos, la reorganización administrativa no se había concluido en estos años y todavía se mantenían en disputa los límites con las provincias vecinas y con las sociedades indígenas de la frontera. Además, tampoco podemos soslayar nuestra penuria de datos sobre la frontera del Salado.
Por otra parte, aunque la ley de CD es de 1857, recién en 1863 se realizó el primer catastro de tierras de propiedad particular (Rossi y Banzato, 2018, pág. 250)15. De esta suerte, los listados que nos ocuparán se levantaron en un contexto que suponemos de débil ocupación y propietarización del territorio, con amplias superficies de campos comuneros y tierras fiscales16. Una población incontable de agregados, simples poseedores y comuneros, otra de propietarios con títulos antiguos y nunca revalidados y otra más que, aun siendo dueña, carecía de títulos (por no haber protocolizado sus compras) desafiaban estos intentos incipientes de ordenar -al menos en el plano burocrático- el muestrario de formas de poseer que exhibía un estado provincial aún en construcción. Sin embargo, más allá de las limitaciones enunciadas -y de otras de que se tratará más adelante- nuestros listados resultan más completos que los de otras provincias por aportar datos sobre diversos capitales: cantidad y precio del ganado y, eventualmente, capital inmueble y en medios de producción y transporte. Además, salvo el catastro de Copo 1º, las valuaciones fueron hechas en un intervalo bastante breve y en pesos bolivianos de 8 reales ($b, en adelante), una moneda que mantuvo estable su valor durante el período estudiado (Carrizo, 2014), lo que facilita nuestro examen.17
El primer censo nacional de 1869 (INDEC, 2003) constituye la segunda e inestimable fuente de que nos hemos valido. Sus eventuales inconsistencias no alcanzan a cuestionar la verosimilitud de las cifras y sus resúmenes -queda para un próximo estudio el examen de las cédulas de algunos departamentos- resultan de consulta imprescindible para establecer el universo de potenciales propietarios y/o poseedores de bienes muebles y analizar su distribución18.
Por último, vendrán en nuestra ayuda las relevantes memorias histórico-descriptivas de Alejandro Gancedo (1885) y Lorenzo Fazio (Fazio, 1889). Ampliamente utilizadas por los investigadores del período (Palomeque, 1992) (Rossi y Banzato, 2018) (Tasso, 2007) (Concha Merlo, 2017), resultan un sustantivo complemento de los catastros, entre otras razones porque aportan abundante material estadístico, útil para contrastarlos. Alejandro Gancedo era un ingeniero tucumano radicado en Santiago del Estero, que se desempeñó como agrimensor por largo tiempo hasta ser designado gobernador del Territorio Nacional del Chaco. Ganador de un concurso convocado por el gobierno nacional para la redacción de una memoria de la provincia, la de Gancedo es la primera descripción producida por una figura local. Lorenzo Fazio, por su parte, tenía un perfil más cercano al de un periodista y escritor. Italiano, yerno del gobernador Absalón Rojas (1886-89 y 1892), su texto ensalzaba la gestión de su suegro y, como otros escritos de su época, rezumaba un inagotable optimismo positivista. Menos técnica y rigurosa, más amena también que la de Gancedo (cuyos aportes, en buena medida, desconoce), esta memoria resulta asimismo fundamental por el acceso a fuentes reservadas y por las inquietudes mismas del autor que permiten recuperar numerosas costumbres y prácticas campesinas.
Bien sabemos que las memorias corresponden a un período posterior al abarcado por los listados de CD, un período de mayores realizaciones institucionales y económicas y, sobre todo, de gran confianza en el porvenir. Sin embargo, los contrastes permanentes entre un pasado pobre y un futuro promisorio -que se quería apoyado en la expansión del ferrocarril y de la industria azucarera, en el crecimiento de la educación pública y en la profusión de colonias de inmigrantes- vertebraban las dos memorias. Los datos relevantes para este estudio, entonces, son los que remitían a aquel mundo que, según entendían nuestros escritores, por momentos no sin cierta nostalgia, iba quedando inexorablemente atrás.
Habitantes y propietarios
Según el censo de 1869, los departamentos de referencia estaban poblados por 70.862 personas, equivalente al 53% del total de la provincia. De acuerdo con la regionalización propuesta en el apartado anterior, la distribución demográfica era la siguiente (cuadro 2):
Total Población | |||||
---|---|---|---|---|---|
Departamento | V | M | total | RM (1) | % |
Ciudad | 3692 | 4806 | 8498 | 76,8 | 12,0 |
Robles | 2299 | 2298 | 4597 | 100 | 6,5 |
Silipica 1º y 2º | 4914 | 4781 | 9695 | 102,8 | 13,7 |
Río Hondo | 4192 | 4068 | 8260 | 103,0 | 11,7 |
Total Grupo 1 | 15097 | 15953 | 31050 | 94,6 | 43,8 |
Soconcho (Atamisqui) | 2987 | 3361 | 6348 | 88,9 | 9,0 |
Salavina | 4684 | 5480 | 10164 | 85,5 | 14,3 |
Total Grupo 2 (bañados río Dulce) | 7671 | 8841 | 16512 | 86,8 | 23,3 |
Choya | 2060 | 2152 | 4212 | 95,7 | 5,9 |
Sumampa (2) | 4096 | 4992 | 9088 | 82,1 | 12,8 |
Guasayan | 1529 | 1543 | 3072 | 99,1 | 4,3 |
Total Grupo 3 (Sierras) | 7685 | 8687 | 16372 | 88,5 | 23,1 |
Copo 1º | 3680 | 3248 | 6928 | 113,3 | 9,8 |
Total | 34133 | 36729 | 70862 | 92,9 | 100 |
(1) Relación de masculinidad (2) La transcripción a la publicación de los totales de varones y mujeres del Departamento Sumampa está invertida, según el recuento hecho directamente de las cédulas censales.
Fuente: (INDEC, 2003, págs. 308-309)
Un primer análisis de estos datos nos devuelve un dato estructural y de larga data para Santiago del Estero: la RM negativa para la mayoría de los departamentos. Sin embargo, también pueden constatarse diferencias regionales notables: en los extremos, descuellan las bajísimas RM de la ciudad y de los bañados del Dulce, así como la solitaria RM positiva en Copo 1. Llama también la atención el casi equilibrio entre sexos de los departamentos rurales cercanos a la ciudad.
No se trata, empero, de datos sorprendentes en el contexto provincial. La feminización de las poblaciones urbanas no era privativa de Santiago del Estero y los bañados del Dulce configuraban una zona tradicionalmente campesina y expulsora de población (Tasso, 2007) (Farberman, 1995) (Farberman, 1997)19. Copo 1, por contraste, representaba una frontera de poblamiento reciente en el contexto de un territorio en plena definición (Bilbao, 1964) (Concha Merlo, 2019). La recolección de miel y la ganadería dispersa en puestos “poco valiosos”, al decir de Gancedo (1885, pág. 37) eran actividades característicamente masculinas y en manos pioneras, lo que explicaría este peculiar perfil sociodemográfico (destinado a cambiar en un futuro cercano)20. Sin embargo, incluso en departamentos poco poblados y de orientación ganadera, como ocurría en las sierras, la RM era negativa apuntando, una vez más, a las migraciones como rasgo estructural de la economía santiagueña.
Vinculemos ahora estos datos demográficos con los presentes en los catastros. Ante todo, es necesario recordar que -según lo disponía el Código Civil sancionado en 1869 (1889 [1869]) y puesto en vigencia en 1871 que, a su vez, mantuvo la normativa colonial- no todos los habitantes estaban habilitados como propietarios. Quedaban fuera de este universo los menores de 21 años, y las mujeres solteras y casadas (no así las viudas) que se hallaban impedidas de administrar sus bienes.
Entendemos, no obstante, que el ya referido protagonismo femenino en la estructura demográfica y económica de Santiago del Estero amerita incluir en nuestro cálculo de poseedores a las mujeres casadas “teóricamente solas” que, con seguridad, gestionaban los patrimonios familiares.21 Así pues, siguiendo el criterio anticipado, registramos en el cuadro a los poseedores de bienes de todo tipo, ante todo capital ganadero, pero también estancias y “tierras labradas”.
Departamento | Habilitados s/CC | Mujeres casadas solas | Total habiltados | % Población total | Poseedores de bienes | % s/habilitados |
---|---|---|---|---|---|---|
Ciudad | 1616 | 25 | 1641 | 19,3 | 131 | 8,0 |
Robles | 1085 | 35 | 1120 | 24,4 | 40 | 3,6 |
Silipica 1º y 2º | 2603 | 2603 | 26,8 | 63 | 2,4 | |
Río Hondo | 1604 | 83 | 1687 | 20,4 | 138 | 8,2 |
Total Grupo 1 | 6908 | 143 | 7051 | 22,7 | 372 | 5,3 |
Soconcho (Atamisqui) | 1253 | 48 | 1301 | 20,5 | 170 | 13,1 |
Salavina | 1910 | 33 | 1943 | 19,1 | 88 | 4,5 |
Total Grupo 2 (bañados río Dulce) | 3163 | 81 | 3244 | 19,6 | 258 | 8,0 |
Choya | 818 | 16 | 834 | 19,8 | 107 | 12,8 |
Sumampa | 2083 | 108 | 2191 | 24,1 | 77 | 3,5 |
Guasayan | 730 | 2 | 732 | 23,8 | 62 | 8,5 |
Total Grupo 3 (Sierras) | 3631 | 126 | 3757 | 22,9 | 246 | 6,5 |
Copo 1º | 1728 | 0 | 1728 | 24,9 | 101 | 5,8 |
Total | 15430 | 350 | 15780 | 22,3 | 977 | 6,2 |
Fuente: Cfr. cuadro 1 e (INDEC, 2003, págs. 308-309, 316)
Notemos que, incluyendo a las mujeres teóricamente solas, los habilitados para poseer bienes representaban el 22.3% del total de habitantes de los departamentos de referencia. Sin embargo, el listado de poseedores suma apenas 977 individuos (de los cuales el 20% son mujeres), lo que equivale a un exiguo 6.2% de los 15.780 habilitados. Es un dato extremo si se lo coteja con los obtenidos para otras provincias para los mismos años, incluso teniendo en cuenta que el porcentaje de propietarios decayó de manera continua a lo largo del siglo XIX (Gelman, 2011 b), (Santilli, 2021a).
Por las razones que en breve desarrollaremos por extenso, y por más que nos hallemos atados a nuestros datos, entendemos que la cifra absoluta de poseedores era mayor que la expresada por los catastros y, por tanto, también el capital involucrado. Ya se mencionó que las memorias contienen estadísticas -una de 1879 y otra de 1885 en Gancedo; una tercera sin fechar, pero que suponemos cercana al momento de redacción del texto, en Fazio-: en todas ellas, las cifras de ganado para los departamentos de referencia son mucho más abultadas y también el número de contribuyentes (claro que hay que tener en cuenta el tiempo transcurrido entre nuestros catastros y los reproducidos en las memorias). Así y todo, especialmente Gancedo, menos condescendiente que Fazio hacia la élite política, fue un duro crítico de quienes confeccionaban los listados de CD22. Lejos de responder “justa y equitativamente al espíritu de la ley”, los encargados de estas tareas eran
“(…) personas que no saben valorar una propiedad, que no saben avaluar la superficie de un campo, que no hacen figurar, o si lo hacen es en una décima parte de los intereses del amigo, pariente o compadre A, B o C y que tratan por este medio de hacer política, no pueden levantar un catastro si no haciendo aparecer cuando mas (sic) la mitad de lo que realmente se puede catastrar como lo he presenciado en repetidas ocasiones en la ciudad y campaña” (Gancedo, 1885, pág. 156).
Según estimaba el agrimensor, tanto en 1879 como en 1885, el capital ganadero había sido empadronado en la mitad de lo que era y algunos ricos hacendados pasaban por pobres en los listados. Por otro lado, es de notar que la eficacia del relevamiento variaba de acuerdo al funcionario encargado, ofreciendo contrastes a veces infundados entre departamentos23.
Para testear la verosimilitud de nuestros datos, optamos por considerar la relación entre habilitados para poseer y contribuyentes en 1879. Calculamos la población aproximada de ese año a partir de la tasa de crecimiento anual acumulada entre 1869 y 1895 y los resultados son equiparables a los antes señalados, 12% (cfr. Anexo, Anexo, cuadro 2 A). Sin embargo, la tasa de crecimiento de los habilitados, del 2% anual acumulado entre 1869 y 1895, fue mayor que la de población en su conjunto (de 0.75). Además, el porcentaje de contribuyentes sobre el total de habilitados - para poseer todo tipo de bienes- pasó de 6.2% a 13%, un crecimiento de 7.7% anual. Es decir, en 1879 había más contribuyentes en relación a los habilitados.
Si, en cambio, sólo consideramos el ganado, el capital que seleccionamos para analizar, encontramos un crecimiento del 4.5% al 7% a una tasa menor, del 4.5%. Salvo Copo 1º, cuyo crecimiento fue escaso, y Robles y Choya, que retrocedieron, los restantes departamentos aumentaron su cantidad de contribuyentes, en particular el de Salavina. Este incremento relativo podría indicar, a pesar de las afirmaciones de Gancedo, una acción estatal más eficaz, un cedazo más ajustado. Una segunda posibilidad es el ya hipotético crecimiento de la actividad ganadera. Por supuesto en que, en los tres casos, se trata de conjeturas. Así y todo, la comparación entre los diferentes registros, aún poniendo en evidencia la incompletitud de nuestros datos, no los invalida, ya que las proporciones resultan consistentes. A la espera de encontrar nueva información, consideraremos la disponible como relativamente verosímil.
Por otra parte, también se confirman de manera bastante ajustada las proporciones entre tipos de ganado, el acceso simultáneo a la posesión de tierras y animales y la distribución regional de las especies (ver cuadro 1A del anexo, nos detendremos en su análisis). En efecto, más allá de los errores de conteo o de la evasión y ocultamiento, las proporciones entre los diferentes ganados parece mantenerse, lo que otorga a nuestras fuentes relativa confiabilidad. El cotejo con los datos cualitativos ayudará también a la construcción de un panorama que irá ganando en precisión cuando, en futuras instancias, incorporemos al análisis las cédulas censales y los datos sobre estructura ocupacional de algunos departamentos, así como listados de CD posteriores y el Censo Económico y Social de 1895.
El capital ganadero
“Es tan general la cría del ganado vacuno en la provincia que el gaucho más pobre e infeliz, no teniendo un caballo que montar, no le falta un par o dos de vacas que, con su esquisito (sic) néctar, satisfacen las necesidades alimenticias de la indigente familia” (Gancedo, 1885, pág. 146)
Gancedo y Fazio coincidían en que la ganadería se mantenía como la principal industria de la provincia y, como puede leerse en el epígrafe, sostenían su amplísima difusión. Grandes hacendados- escasos ya, según Gancedo-, modestos puesteros (poseedores de menos de un millar de animales de cualquier especie, según Fazio) y desposeídos “gauchos pobres e infelices”, todos practicaban algún tipo de rústica ganadería “a campo”.
A juicio del agrimensor, este dato no parecía auspicioso. En rigor, la imperfección de los derechos de propiedad se hallaba en la base de “abusos” y “costumbres” que la sanción de un código rural a la altura de los tiempos habría de extirpar más temprano que tarde:
“En toda la Provincia, hasta ahora el campo es libre o común: sucede con frecuencia que el ganado de A, B, C, etc. se encuentra siempre pastando, o en las aguadas de E, o F, etc. y viceversa, sin que esto pueda dar margen a ningún acontecimiento extraño entre vecinos” (Gancedo, 1885, pág. 146)
Aunque pueda sonar exagerada, la sentencia es orientativa acerca de la ya mencionada dificultad para medir los campos, de la amplitud de los comunales y del primitivismo de los sistemas de crianza, que el memorialista observaba con ojo crítico por consistir simplemente en “soltar las vacas en el campo que allí aumentarán” (Gancedo, 1885, pág. 147)24. Cabe destacar que, en la década de 1880, cuando Gancedo escribía su texto, algunos grandes productores comenzaban a modernizar la ganadería santiagueña (el memorialista desarrolla algunos ejemplos) y también Fazio insistía en la inmensa potencialidad de la actividad. Sin embargo, para los años en que nuestros catastros fueron levantados, la ganadería seguía realizándose a la manera tradicional, con forrajes naturales provistos por un monte todavía espeso.
Según Fazio, los mejores campos para la ganadería eran los del sur de la provincia, colindantes con la frontera de Santa Fe (entendemos que se refería a las planicies orientales de los departamentos de Salavina y Quebrachos y al departamento de Mailín, hoy Avellaneda). Sin embargo, también los alrededores de las sierras -más húmedos y cubiertos por vegetación, como los valles al este de la cadena de Ambargasta- y los departamentos del norte próximos a Tucumán (Jiménez 1, Copo 2) eran propicios para una actividad allí habitual desde tiempos coloniales. En la costa del Salado, señalaba, caballos y mulas de productores cordobeses y santafecinos, invernaban antes de pasar a Bolivia, en un tiempo en el que, gracias a la labor de su suegro Absalón Rojas, las incursiones indígenas habían pasado al recuerdo.
Ahora bien, más allá de la distribución geográfica -que apreciaremos con mayor rigurosidad añadiendo la información de los catastros- la bondad de los campos dependía del frágil balance entre disponibilidad de agua y de monte. Siguiendo estas variables, Fazio los clasificaba en seis tipos: con agua permanente y monte espeso; ídem y monte escaso; con bebida de represa y pozo de balde y mucho monte; ídem y poco monte; con aguadas escasas y sin monte y con agua salobre sin monte (Fazio, 1889, pág. 369). Las aguas podían ser las aportadas por los ríos (el Dulce, el Salado y algunos arroyos permanentes y temporarios) o por las lluvias acumulada en las represas (a veces hondonadas naturales, otras veces, excavadas en el terreno). En todo caso, las recurrentes sequías afectaban la actividad de manera brutal, especialmente cuando se dependía de las represas, aquellos “clubes”, al decir del memorialista, donde los animales, sedientos, acudían varias veces al día. Los aljibes (poco frecuentes en la época) que aprovechaban las napas freáticas y los ojos de agua también eran fuentes alternativas de aprovisionamiento, aunque no siempre la calidad del líquido fuera óptima25. Por fin, aunque los memorialistas no lo mencionen, cabe destacar que la densa red de paleocauces generada por los cambios de curso del Dulce y del Salado conformaba un sistema hídrico complementario con sus aguadas naturales y sus represas excavadas en la hondonada.
La importancia del monte también es un dato central para pensar en la ganadería previa al cultivo de alfalfa y a la acción destructiva del obraje. El monte aportaba, en efecto, forrajes naturales -las frutas del algarrobo, del vinal y del mistol, entre otras muchas- y refrescante sombra en el verano tórrido26. Se entiende así que los mejores campos fueran aquellos provistos de agua permanente y monte espeso y que los peores sólo dispusieran de agua salobre -peor si de represa, donde el ganado enfermaba en épocas de sequía- y carecieran de monte. Con excesivo optimismo, el memorialista sugirió cargas ganaderas notables para terrenos buenos y malos: 7 vacunos por hectárea en el primer caso; 2 en el segundo, guarismos superiores a los evaluados para la pampa húmeda hacia la misma época. 27
Vayamos ahora a los datos de nuestros listados, dejando de lado la ciudad, donde no se registra ganado28. Empecemos por ponderar la distribución por especies para los departamentos de referencia, tomando en cuenta, en primer lugar, la cantidad de animales (cfr. Gráfico 1)
Como puede apreciarse, vacunos y ovejas/cabras se dividían la mayor parte del stock ganadero. La producción vacuna abastecía a la población local, pero también producía excedentes que se colocaban en otras plazas (Fazio, 1889, pág. 122), mientras que las ovejas -a menudo registradas con las cabras- nos hablan prioritariamente de la continuidad de la textilería doméstica (y de la difusión de un ganado poco exigente en cuanto a pasturas y aguas). Claro que, si en lugar de considerar la cantidad de animales pensamos en su valor, los resultados difieren notablemente y el ganado vacuno adquiere un indiscutido predominio (66% del capital, considerados también los novillos), mientras que los ovinos y caprinos representaban solo el 6%.
Una vez más, nuestras reservas acerca de la confiabilidad de la fuente nos llevaron a cotejarla con la estadística de 1879 (Gancedo, 1885, pág. 153)(Ver Cuadro 1A en el anexo ).29 Aunque la distribución por regiones del ganado mayor y menor, no se altera sustancialmente, sí se modifica un tanto la mayor participación del segundo en detrimento del primero (en 1879, los bovinos descienden del 47 al 41% de la muestra, mientras que ovinos y cabríos ascienden del 43 al 50%, siempre tomando los departamentos de referencia).30 Estas cifras, o bien podrían indicar el subregistro del ganado menor en nuestros listados inéditos de CD, o bien un vuelco hacia las ovejas y las cabras en fechas posteriores.
Como sea, todas las fuentes coinciden en señalar una similar distribución del ganado mayor y menor por departamentos y regiones, datos que hemos relevado, en cantidades y en valor, en el cuadro 4
Robles | Silipica 1º y 2º | Río Hondo | Total Grupo 1 | Soconcho Atamisqui) | Salavina | Total Grupo 2 | Choya | Sumampa | Guasayan | Total Grupo 3 (Sierras) | Copo 1º | Total | ||
---|---|---|---|---|---|---|---|---|---|---|---|---|---|---|
Caballos | cant | 173 | 296 | 541 | 1010 | 809 | 331 | 1140 | 531 | 401 | 443 | 1375 | 68 | 3593 |
valor | 865 | 1184 | 2705 | 4754 | 4854 | 1986 | 6840 | 3186 | 2406 | 2215 | 7807 | 340 | 19741 | |
Yeguas | cant | 820 | 708 | 901 | 2429 | 529 | 144 | 673 | 1928 | 322 | 860 | 3110 | 89 | 6301 |
valor | 2019,5 | 1761,8 | 2245 | 6026,3 | 1587 | 432 | 2019 | 5784 | 966 | 2150 | 8900 | 222,5 | 17167,8 | |
Ovejas/Cabras | cant | 800 | 2246 | 2315 | 5361 | 8838 | 13100 | 21938 | 4014 | 3732 | 1094 | 8840 | 538 | 36677 |
valor | 316,65 | 836,1 | 1161,5 | 2314,25 | 4419 | 6550 | 10969 | 2007 | 1866 | 547 | 4420 | 269 | 17972,25 | |
Mulas | cant | 165 | 520 | 130 | 815 | 231 | 37 | 268 | 348 | 186 | 272 | 806 | 22 | 1911 |
valor | 1650 | 3781 | 1300 | 6731 | 3160 | 545 | 3705 | 3825 | 2105 | 2720 | 8650 | 220 | 19306 | |
Hechor | cant | 27 | 22 | 23 | 72 | 5 | 0 | 5 | 36 | 11 | 32 | 79 | 3 | 159 |
valor | 270 | 176 | 230 | 676 | 75 | 0 | 75 | 540 | 165 | 320 | 1025 | 30 | 1806 | |
Burros | cant | 8 | 24 | 54 | 86 | 69 | 2 | 71 | 1 | 14 | 55 | 70 | 0 | 227 |
valor | 20 | 72 | 147,5 | 239,5 | 207 | 6 | 213 | 3 | 42 | 125,5 | 170,5 | 0 | 623 | |
Vacas | cant | 1091 | 1565 | 5987 | 8643 | 2340 | 2884 | 5224 | 14010 | 7056 | 2794 | 23860 | 784 | 38511 |
valor | 5455 | 7825 | 30005 | 43285 | 11690 | 14456 | 26146 | 70050 | 34705 | 13970 | 118725 | 3920 | 192076 | |
Novillos | cant | 142 | 0 | 368 | 510 | 4 | 0 | 4 | 0 | 0 | 944 | 944 | 0 | 1458 |
valor | 1136 | 0 | 2944 | 4080 | 20 | 0 | 20 | 0 | 0 | 7552 | 7552 | 0 | 11652 | |
Bueyes | cant | 201 | 336 | 347 | 884 | 545 | 266 | 811 | 241 | 185 | 294 | 720 | 21 | 2436 |
valor | 2010 | 3360 | 3470 | 8840 | 6533 | 3192 | 9725 | 2892 | 2220 | 2940 | 8052 | 210 | 26827 | |
Total Valor | 13742,15 | 18995,9 | 44208 | 76946,05 | 32545 | 27167 | 59712 | 88287 | 44475 | 32539,5 | 165301,5 | 5211,5 | 307171,05 |
Fuente: Ver cuadro 1
Tres cuestiones merecen ser destacadas, también para pensar una futura agenda de investigación: en primer lugar, la relevancia de la zona 3, la serrana, que habría reunido más de la mitad del capital ganadero de la provincia. Dentro de esa zona, Choya habría contenido el 29% del valor total, aunque esta alta participación bien podría ser el efecto de un empadronamiento más riguroso de aquel departamento y de un subregistro generalizado en el resto de la sierra31. Seguían a Choya, Sumampa, también en las sierras del sur, y Río Hondo, ambos con casi el 15% del valor, aunque, hasta donde sabemos, solamente en el primer departamento existían grandes estancias, cuestión que, como luego veremos, se refleja en una menor desigualdad.
Un segundo dato, anticipado en parte, es el predominio de la cantidad de bovinos en todos los departamentos, excepción hecha de Atamisqui, Salavina y Silipica, donde se registraron mayor número de cabras y ovejas. Así pues, mientras el 62% del ganado bovino se encontraba en la sierra, el 23% estaba en la zona cercana la ciudad -en buena medida porque hicimos entrar en ella a Río Hondo- y el restante 13% en los bañados del Dulce. Copo 1 contenía un insignificante 2%, como si no hubiese iniciado aún su despegue y en consonancia con las definiciones de Gancedo acerca de sus “puestos poco valiosos”. Los caballos y mulares catastrados también se encontraban bastante concentrados en la sierra (el 38% del catastrado en el primer caso, el 42% de las mulas y la mitad de los burros hechores) y con ello completamos la imagen de estos departamentos como proveedores de ganado mayor (además de exportadores hacia otras provincias y, quizás, hacia Bolivia). Por cierto, de hallarse más listados correspondientes a los departamentos del Salado, esta panorámica quedaría más completa, por ser la frontera una zona tradicional de grandes estancias 32.
Tercer dato: el reparto parejo de los bueyes, afectados sobre todo a la siembra y a la trilla, además de empleados como animales de tiro para el transporte. Aunque no los consideraremos en este artículo, los campos sembrados incluidos en los catastros no se condicen en cantidad con los bueyes registrados (ni con los datos demográficos…). Como sea, lo que de momento interesa señalar es la difusión de una agricultura, considerada por los memorialistas tan primitiva como la ganadería criolla, que, en distintas escalas, tenía lugar en todos los departamentos, incluidos los serranos. Desprevenidos labradores habrían sido, siguiendo a los memorialistas, los cultivadores de los pequeños cercos bañados por las crecientes o favorecidos por las lluvias orográficas.
Finalmente, nos queda un cuarto punto por demás destacable: la concentración de ovinos y caprinos en los bañados del Dulce (incluso en ausencia de los datos de Loreto…). Salavina y Soconcho, con el 60% de las cabezas de los departamentos de referencia, confirmaban así su vocación artesanal textil y su fisonomía más nítidamente campesina, bien que es muy probable que los rebaños más modestos evadieran el registro en todas partes.
He aquí un bosquejo general de la producción ganadera de la provincia que, aunque parcial por tratarse de una fuente socialmente determinada, es geográfico, económico y social a la vez. Seguimos hasta aquí a los memorialistas en su postura acerca de la universalidad de la ganadería en Santiago; ahora nuestros datos nos revelan -más allá de su omnipresencia geográfica- especializaciones regionales: ganado mayor en la zona serrana, ovinos y caprinos en los bañados del Dulce. No es casual que Atamisqui y Salavina -al igual que Loreto- fueran el epicentro de la textilería artesanal, a cargo de una población mayoritaria de mujeres que, a menudo jefas transitorias o permanentes de sus hogares, transmitían sus patrimonios ganaderos y sus saberes de madres a hijas o de abuelas a nietas. La zona cercana a la ciudad, en cambio, parece menos especializada que las otras dos, quizás porque la “revolución del regadío” (Tasso, 2007) (Gancedo, 1885, págs. 81-82) recién despuntaba, quizás porque la inclusión de Río Hondo y la exclusión de la ciudad distorsiona un tanto la muestra. Afirmemos por ahora que, de los departamentos contemplados en el grupo 1, Río Hondo era sin duda el más “ganadero” pero, como intentaremos mostrar, quizás las condiciones de producción variaran, en líneas generales, respecto de las de la sierra. En cuanto al Salado, el departamento de Copo 1 refleja un sector productivo aún en conformación. Esta caracterización, no obstante, no puede extenderse sin más al territorio fronterizo, zona de grandes estancias.
La distribución
Ahora bien, ¿cómo se distribuía el ganado registrado por contribuyente? En este primer ejercicio de evaluación de la desigualdad, habremos de guiarnos por su valor monetario, sin discriminación entre especies (cuadro 5).
Total | |||
---|---|---|---|
cant. | Gini | Desvío St. | |
Grupo 1 - Robles, Silípica y Río Hondo | 188 | 0,3310 | 281,6 |
Grupo 2 - Bañados Río Dulce | 241 | 0,5549 | 319,7 |
Grupo 3 - Sierras | 246 | 0,5752 | 1045,1 |
Grupo 4 - Copo 1º | 41 | 0,5580 | 520,5 |
Total | 716 | 0,5489 | 689,9 |
Fuente: Ver cuadro 1
Reiteramos una vez más la exigua cantidad de poseedores empadronados (977, el 6.2% de los potenciales). Apreciemos ahora que 716 de estos poseedores contaban con ganado, a veces en ínfima cantidad. Dando por supuesta la evasión de numerosos productores y el subregistro de sus capitales ganaderos y prescindiendo por ahora de la variable de la propiedad de tierras, cabe destacar que el coeficiente de Gini33 entre contribuyentes muestra una situación de desigualdad no tan pronunciada, similar a la de otras provincias para el mismo período y para períodos anteriores, aunque la comparación se dificulte por no tratarse en todos los casos del mismo tipo de bien (Gelman (comp.), 2011 a) (Gelman y Santilli, 2006).34 En contraste, el desvío standard35 sí señala una diferencia muy amplia entre los extremos de la pirámide (gente muy rica vs. gente muy pobre, aún dentro del universo acotado de contribuyentes). En efecto, mientras el contribuyente más rico acumulaba un capital de $b 8336, (Felipe Yofre, catastrado en Ambargasta, departamento de Sumampa, con 1600 vacas más algunos caballos y mulas) el más pobre apenas si llegaba a los $b 5 (una mujer, Tomasina Bisgarra, de Silipica, que sólo tenía una y que, de no estar catastrada, bien podría tratarse del pequeñísimo productor referido por Gancedo que, a priori, imaginamos invisible en estos padrones).
En cuanto a la distribución regional, previsiblemente, el Gini era mayor en el espacio donde también los capitales lo eran - en la zona 3 (sierras)-. Lo que es más que comprensible: tenemos en las sierras algunas grandes estancias y potreros gestionadas por grandes hacendados y una producción articulada a circuitos comerciales más amplios36.
Por otra parte, mientras en el grupo de sierras el desvío está demostrando la ya mencionada heterogeneidad -grandes propietarios al lado de pequeños, siempre tomando en cuenta a los contribuyentes registrados-, el universo de poseedores de los bañados del río Dulce, aunque similar en número, muestra un coeficiente de Gini levemente menor y también un relevantemente menor desvío standard. Esta imagen sería coherente con la que va emergiendo de nuestra información cuantitativa y cualitativa: nos hallamos en el corazón campesino de la provincia, más allá de que los empadronados, quizás, no fueran los “productores típicos”, que imaginamos mujeres, como todavía hoy sucede.37
Por último, Robles, Silípica, y Río Hondo, con muchos menos poseedores de ganado, manifiestan coeficientes de Gini significativamente más bajos. En particular, llama la atención el último departamento, con el Gini más bajo de todos los considerados y la mayor cantidad de ganado empadronada. Así pues, en la zona de cercanías, el bajo grado de desigualdad entre propietarios y el desvío estándar mostrarían un panorama de relativamente poca desigualdad, sin grandes extremos entre ricos y pobres. ¿Cómo cambia esta imagen luego de la “revolución del riego”? Futuros estudios podrán proporcionarnos alguna pista. Por fin, los datos de Copo no cambian en nada lo ya dicho: sus guarismos similares a los generales, pero el número de contribuyentes es demasiado escaso para extraer conclusiones medianamente sólidas.
¿Qué ocurre si, con todas las reservas ya expresadas, consideramos el universo de la totalidad de habilitados para poseer bienes (varones mayores de edad, viudas y casadas teóricamente solas)? En el cuadro 6, se expresan los resultados de nuestra evaluación.38
Total | ||||
---|---|---|---|---|
cant. | Gini | 0,1%+rico | 1% | |
Grupo 1 - Robles, Silípica y Río Hondo | 5402 | 0,9767 | 12,5 | 60,7 |
Grupo 2 - Bañados Río Dulce | 3244 | 0,9669 | 14,1 | 48,7 |
Grupo 3 - Sierras | 3757 | 0,9722 | 16,1 | 55,8 |
Grupo 4 - Copo 1º | 1728 | 0,9895 | 29,0 | 81,4 |
Total | 14131 | 0,9771 | 18,1 | 58,6 |
Fuente: Ver cuadro 1
Como era esperable frente al empadronamiento de un exiguo número de poseedores, la desigualdad se muestra aquí en toda su magnitud. Si sólo 716 de los 14.131 poseedores contaba con algún ganado, el índice Gini asciende a 0.9771, manifestándose también muy elevada la concentración en el percentil superior (1% de la población y 0.1%).39
También aumentan el Gini y el grado de concentración si se regionaliza el análisis: a mayor número de habilitados, -Robles, Silípica, Río Hondo- mayor desigualdad y grado de concentración (el 60% de la riqueza ganadera se encontraba en manos del 1%). Este dato, que parece contradictorio con la baja desigualdad mostrada en el cuadro 5, en realidad no lo es: la distribución entre poseedores es pareja, pero un grupo muy grande carecía de ganado (o escapaba a la red del censista). Las demás regiones, en cambio, muestran un coeficiente algo menor y una concentración inferior también. En Copo 1º la desigualdad y la concentración eran mayores aún, pero los habilitados eran muchos menos. De todos modos, dejando de lado la puna jujeña (Fandos y Parolo, 2011), se trata de una desigualdad mucho mayor a la del resto del país.
Una última reflexión. De los 716 propietarios de ganado, 162 -el 24%- figuran como propietarios de tierras. Sin embargo no es posible determinar de qué modo se poseían a partir de este tipo de fuentes. De la misma manera, el hecho de que solamente el 16.5% de los poseedores de ganado registrados fueran mujeres guarda poca coherencia con la generalizada RM negativa.
Conclusiones
Aunque no exista en la historia una relación unívoca entre pobreza y desigualdad, el caso santiagueño parecería encarnarla40. Podrían objetarse nuestros datos y, en efecto, a lo largo de estas páginas, hemos reiterado nuestras reservas frente a sus cifras demasiado pequeñas, que revelaban evidentes ocultamientos. Las deficiencias que Gancedo criticó para los catastros de 1879 y 1885 eran todavía más ostensibles en los listados más tempranos y no podemos sino admitir como un caso extremo que sólo el 6.2% de los poseedores habilitados en los departamentos de referencia figurara entre los contribuyentes. Por otra parte, es indiscutible que el capital de los más ricos fue subregistrado -las pocas testamentarias de la época lo demuestran de manera palmaria- así como altamente probable que una porción sustancial de poseedores escapara al ojo del agente estatal. Con el tiempo, por muy disconforme que se mantuviera nuestro agrimensor, el registro se volvería algo más eficiente: de hecho, siguiendo las estadísticas reproducidas por las memorias, el número de contribuyentes aumentó a un ritmo mayor que el de la población.
Sin embargo, más importante todavía que lo dicho, es la máxima probabilidad de que los más entre los habilitados para poseer reunieran bienes tan escasos de no ameritar registro alguno. Y en este sentido, la envergadura de la desigualdad que refleja este universo más amplio es, por omisión de los registros, más que verosímil. ¿Quién apuntaría los modestos rebaños de ovejas de las tejedoras? ¿O los de cabras, al cuidado de los niños? ¿O el par de lecheras, o la yunta de bueyes para labrar el cerco, que junto a las pirvas cargadas de algarroba conformaban los patrimonios mínimos de las familias campesinas, de tantos comuneros, de todos los agregados?
Obviamente, los catastros no son la fuente indicada para profundizar en estas situaciones. En rigor, lo fundamental que en esta primera prospección estarían aportando -y aquí son los valores relativos los que cuentan- es el reparto regional -y contrastado- de las diferentes especies de ganado para un momento previo a la gran inflexión, al despegue frustrado de la economía provincial. En este cuadro, localizamos el ascenso de la región serrana, marginal y poco poblada hasta hacía poco tiempo y sede del 60% del capital ganadero de los departamentos de referencia para los años estudiados. Es verdad que nuestra hipótesis regional, la conservación de padrones completos para la sierra y la ausencia de listados para los departamentos “tradicionales” del Salado podrían estar distorsionando un tanto nuestras conclusiones. Pero sólo un tanto, en la medida en que las estadísticas posteriores mantienen este perfil que, seguramente, habría de cambiar con la instalación de los obrajes forestales y de la red ferroviaria. Próximas investigaciones darán mejor cuenta de la heterogeneidad de la región serrana que, por las características de nuestras fuentes y lo inicial de nuestras preguntas, hemos aplanado algo brutalmente41.
No es extraño que las mayores desigualdades -sin olvidar que hemos considerado estrictamente el capital ganadero de una región especializada - sean más ostensibles en esta zona de grandes estancias. Recordemos también que las detectamos tanto en el universo de contribuyentes, como en el mucho más amplio de poseedores potenciales: que a casi el 76% de estos poseedores no se le registraran tierras abona esta imagen, aunque desconocemos si se tuvo por dueños a los comuneros de Santa Lucía, de la merced de Rojas, de la Pampa Grande, en Sumampa, o a los de Maquixata, en Choya, entre tantos otros tenedores de derechos y acciones. Lejos del territorio “típico” de la provincia, menos campesino y en un contexto de relaciones sociales que presumimos más tirantes, la zona serrana, casi desconocida para la historiografía, reclama su urgente investigación42.
Por otra parte, los catastros vienen a confirmarnos el perfil característico de la economía tradicional santiagueña de los bañados del río Dulce. También aquí la regionalización puede ser problemática: Atamisqui y Salavina eran departamentos muy extensos y los bañados afectaban solamente una parte de su geografía, la que habilitaba las labranzas -no consideradas en este trabajo-. Sin embargo, la importante concentración del ganado menor, incluso en presencia de un mayúsculo subregistro del número de poseedores (y por lo tanto, del capital en juego), confirmaría la postal de la Santiago histórica, la de la emigración masculina y la especialización textil en manos de mujeres (muy poco visibles en los catastros, máxime cuando el ganado ovino era tenido por patrimonio femenino). Menos desigual que la sierra, llama la atención que, incluso limitándonos a quienes figuraban en los catastros, apenas un 14% de los poseedores de ganado tuvieran también tierras, aunque, nuevamente, ignoremos cómo se apuntaron las difundidas “otras formas de propiedad” en los bañados.
El grupo de cercanías, en tanto, señalaba una situación paradojal en términos de desigualdad, con su bajo Gini entre propietarios, aunque en un escenario en el que la ganadería registrada parece, también, menos importante (lo que dispara la desigualdad si se considera al total de poseedores). Se trataba de la zona a punto de sufrir las transformaciones más importantes en términos de modernización, aunque éstas no afectaran por igual a todos los departamentos y tampoco se reflejen demasiado en el rubro de la ganadería del que nos ocupamos en este trabajo.
El gran ausente de nuestro mapa santiagueño es, por supuesto, el Salado. Se trata de una omisión importante, toda vez que las estadísticas reproducidas por los memorialistas permiten localizar allí al 26% del ganado vacuno de la provincia en 1879. El catastro de Copo, una zona “nueva”, no alcanza a reemplazar de manera representativa la región y sus datos no se condicen con la información cualitativa que vería allí a una sociedad igualitaria de productores pioneros (Bilbao, 1964) (Concha Merlo, 2019).
Para terminar, las fuentes examinadas nos sugieren una desigualdad altísima (sólo superada por la puna jujeña, de acuerdo a los casos estudiados hasta ahora), con cierta heterogeneidad interna a la provincia y, a la vez, con una mayoría de poseedores registrados con capitales extremadamente bajos, incluso por debajo del límite imponible.43 Notamos ya que Gancedo, persiguiendo una estimación más realista de los capitales, había duplicado sus valores: sin embargo, incluso así seguían siendo bajos44. Aunque no se trate de datos suficientes para hablar de pobreza, bien podemos inferirla a partir de la presencia de un importante universo registrado de productores pequeños que, seguramente, ocultaba uno mucho mayor de pastores, labradores, tejedoras, todos ellos dueños de unos pocos animales. Ello, además de otros datos congruentes -la celebrada baratura de la mano de obra local por parte de los memorialistas y la magnitud de las migraciones a otras provincias45, confirmarían esta caracterización.