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Mundo agrario

On-line version ISSN 1515-5994

Mundo agr. vol.4 no.7 La Plata July/Dec. 2003

 

Vino en la pampa. La actividad vitivinícola en la provincia de Buenos Aires, 1900-1940.

María Silvia Ospital1

1CONICET/UNLP. E-mail: sospital@vianetworks.net.ar

“A la influencia del factor clima se debe, en consecuencia, que las principales zonas vitícolas argentinas se encuentren tan alejadas de los mercados de consumo, contrariando las ventajas de la ubicación vecinal”.
Censo de Viñedos, 1938.(1)

1. Introducción

   Es bien conocido que el cultivo de la vid y la elaboración de vino prosperaron especialmente en el epicentro cuyano y en el valle del Río Negro, aunque esas actividades productivas existieron también en Entre Ríos y Salta, con diferentes resultados y en épocas distintas. Por su parte, los primeros intentos de afincar viñas y desarrollar la agroindustria en la provincia de Buenos Aires fueron casi contemporáneos de los inicios de la actividad en Mendoza y San Juan. En las últimas décadas del siglo XIX ya se registraba la presencia de plantaciones y bodegas en algunos partidos de la tradicional provincia cerealera. A pesar de que clima y suelo bonaerenses no eran aptos para este tipo de cultivos, la cercanía de los principales mercados consumidores obraba como un poderoso acicate sobre agricultores e industriales, incitándolos a invertir esfuerzos y capitales en estas tareas.
   
A los factores económicos se agregaban circunstancias de carácter cultural. La fuerte presencia de inmigración italiana y española en la región, comunidades para las que el cultivo de viñas y la elaboración del propio vino resultaban actividades cargadas de valores afectivos y de cualidades de prestigio, determinó la coexistencia de la vitivinicultura - aunque fuese en muy pequeña escala – junto a otras producciones agrícolas.
   
Si bien ya hacia 1900 algunas publicaciones referidas a la vitivinicultura comentaban las desventajas naturales, desestimando las posibilidades de la provincia como productora de vinos (Galanti, 1900), razones económicas y culturales influyeron para que los intentos prosiguieran en algunas localidades, combinando la actividad vitivinícola con otras como la producción de uvas de mesa, extensión de la fruticultura o formas tradicionales de agricultura cerealera. Mientras tanto, los establecimientos bodegueros elaboraban artesanalmente pequeñas cantidades de vino común destinadas a un mercado consumidor cercano y reducido.
   
Los factores expuestos: la cercanía de los mercados consumidores que minimizaba los costos del transporte; la complementariedad del cultivo de la vid y la elaboración de vino en unidades de producción que se dedicaban también a otras formas de agricultura; así como las tradiciones culturales de origen inmigrante, contribuyeron a que Buenos Aires siguiera figurando en las estadísticas vitivinícolas hasta avanzada la década de 1930. Los viñateros y bodegueros bonaerenses, por su parte y reafirmando sus intenciones de perseverar en esta actividad - aunque fuese en pequeña escala - se integraron desde época temprana a la entidad empresaria que nucleaba a estos productores, el Centro Vitivinícola Nacional, fundado en 1905.
   
La limitada extensión de los viñedos bonaerenses, entendiendo la expresión en términos comparativos a las hectáreas dedicadas al cultivo de la vid en el epicentro cuyano, y la acotada participación de los vinos elaborados en la provincia dentro del total de la producción nacional, ha tendido a opacar el significado que esta agroindustria alcanzó en las zonas dedicadas a esta actividad. En San Nicolás, en la franja costera entre Buenos Aires y La Plata – el conocido “vino de la costa” – y en el sur de la provincia viñateros y bodegueros figuraron entre los sectores destacados de una burguesía local, con peso e ingerencia en los asuntos departamentales.
   
Este trabajo se propone analizar los efectos económico-sociales que la vitivinicultura produjo en algunas regiones de la provincia de Buenos Aires, destacando la importancia relativa de las diversas localidades y su evolución a lo largo de las primeras décadas del siglo XX. El estudio se centra en los alcances de una producción no tradicional para la región pampeana, medidos en hectáreas cultivadas y desarrollo industrial obtenido y en las razones del interés que despertó entre los empresarios del ramo. Las enormes ventajas comparativas de la vitivinicultura en otras regiones del país, así como los limitados resultados obtenidos en la zona, permiten explicar su paulatina desaparición.

2. Los viñedos

   En 1910 el Centro Vitivinícola Nacional publicó, probablemente como homenaje al Centenario de la Revolución de Mayo, un lujoso álbum recopilando la información existente sobre la vitivinicultura en las distintas provincias argentinas. La obra hacía referencia, especialmente, a los socios de la entidad empresaria, tanto bodegueros como viñateros y grandes comerciantes de vinos, pero los datos aportados resultan un buen retrato de la situación de la agroindustria en esa fecha. Según esta fuente, el capital total invertido en viñedos en el país alcanzaba la suma $204.165.500. De ese monto correspondía a Mendoza el 66%, es decir $135.530.500; en segundo lugar aparecía San Juan con una inversión de $47.325.000, equivalente al 23%, luego La Rioja (2,4%) y en cuarto lugar Buenos Aires, representada por $4.200.000, equivalente al 2% de la inversión total(2). Salta y Entre Ríos figuraban más atrás, mientras la actividad en Río Negro era apenas incipiente. La importancia del desarrollo de la zona cuyana era ya absoluta, pero el pequeño porcentaje atribuible a Buenos Aires indica cierta confianza en el futuro de este cultivo de parte de los propietarios locales. El mismo documento se extendía favorablemente sobre el “presente vinícola” de la provincia, importante proveedora de uvas de mesa, con viñedos en San Nicolás, Escobar, Quilmes, La Plata y Bahía Blanca. Se trataba, básicamente, de establecimientos frutícolas, en los que la actividad industrial tenía muy poca importancia. Una comparación con los capitales invertidos en bodegas confirmaría ese rasgo; la valuación total de las bodegas argentinas era de $65.376.511, de los que el 74,4% correspondía a los establecimientos mendocinos, un 16% a las empresas sanjuaninas y solamente un 0,8% ($577.920), era atribuible a industrias ubicadas en la provincia.
   
La extensión de tierra dedicada al cultivo de la vid creció notoriamente a lo largo de las primeras décadas del siglo XX, sobre todo en la región cuyana, a pesar de las diversas crisis por las que atravesó la agroindustria. La producción historiográfica sobre la temática(3) es coincidente en establecer el sentido que ese crecimiento tuvo para la región, al permitirle integrarse al modelo económico elaborado desde el litoral como proveedora de aquellos productos, destinados al mercado interno, que la zona cerealera y ganadera no producía. Buenos Aires, por su parte, consolidó su perfil como productora de granos y forrajes, mientras las actividades ganaderas la convertían en gran exportadora de carnes para el mercado internacional. Es ese contexto, la extensión de tierras dedicadas a viñas en la provincia no podía menos que estancarse, en términos absolutos y relativos.
   
La Junta Reguladora de Vinos, creada en 1935 como parte de las medidas de intervencionismo económico puestas en práctica por el gobierno nacional para superar los efectos de la crisis de 1930, realizó al año siguiente de su instalación un Censo de Viñedos(4). Los datos recabados en esa oportunidad permiten reconstruir parcialmente la evolución de la producción vitícola en la provincia, comparándolos con la información de 1910(5) y algunas estimaciones correspondientes a 1922, elaboradas por el organismo oficial dependiente del Ministerio de Agricultura de la Nación.

Cuadro 1. Superficie cultivada con viñas (en hectáreas)

REGIONES

1910

1922

1936

TOTAL DEL PAÍS

63.878

119.391

149.814,8

MENDOZA

38.723

 71.649

100.619,1

SAN JUAN

15.775

 25.542

 29.175,4

LA RIOJA

 2.500

  3.010

  2.156,1

RÍO NEGRO

   240

  1.773

   8.279,8

BUENOS AIRES

 1.500

  4.081

   2.149,3

   De estas estadísticas se desprende que la extensión del cultivo en Mendoza, equivalente en 1910 al 60% de la totalidad de hectáreas dedicadas a la vid en el país, había crecido hasta alcanzar el 67% en 1936. Buenos Aires, en cambio, había disminuido su participación; si en la primera fecha citada las hectáreas de viña sumaban el 2,34% de la superficie nacional, veintiséis años después su presencia se había reducido a la mitad: 1,4%. Más importante todavía, el número de hectáreas bajo cultivo casi no había aumentado, mientras que las 38.723 hectáreas mendocinas se habían convertido en más de 100.000. Las estimaciones de 1922, aunque registraban una cifra levemente mayor a la de 1936, confirmaban la tendencia decreciente. El cultivo de la vid en la provincia había alcanzado su techo. La combinación entre condiciones desfavorables de clima y suelo y el abaratamiento de los sistemas de transporte, con la consiguiente disminución de precios para los vinos cuyanos -mucho mejores en calidad- determinaban la paulatina desaparición de las posibles ventajas de una producción vinícola cercana a los mercados de consumo.
   
El Censo de Viñedos indicaba que, en 1936, el número total de viñedos era de 27.200 en todo el país. La provincia de Buenos Aires representaba sólo el 5% de ese total –1.366 unidades de producción- con una superficie media de 1,6 hectáreas por viñedo, mientras los establecimientos mendocinos tenían una extensión de 9,2 hectáreas como término medio(6). La viticultura bonaerense tenía características que permiten calificarla como una producción complementaria de otras formas de cultivo; la información existente para la década de 1930 sobre formas de explotación, variedades de uva cultivadas, antigüedad de las plantaciones en las diferentes zonas y la descripción de algunas de esas unidades confirman esa caracterización(7). Los datos conocidos para 1910 son coincidentes con éstos, lo que permite suponer unos rasgos generales sin modificaciones importantes durante el primer tercio del siglo.
   
En la época del Centenario, el dirigente político Francisco A. Barroetaveña poseía un establecimiento agrícola en Escobar. En él 35 hectáreas estaban plantadas con viñas -cepas europeas- mientras la base económica del emprendimiento lo constituían las plantaciones de durazneros. Había allí también una bodega con capacidad para elaborar 1.500 bordalesas de vino(8). En la misma región se encontraba el viñedo “Maximita” y la bodega “Sara” de Tomás Márquez. Se trataba de una finca de 1.000 hectáreas dedicada a ganadería, fruticultura y vitivinicultura; 30 ha. de cepa Americana y una modesta bodega constituían la porción dedicada a la agroindustria. Ambos casos eran ejemplos de empresas mixtas, en las que la vitivinicultura resultaba un complemento de las actividades principales.
   
Dos empresas ubicadas en Quilmes permiten caracterizar otra zona productiva. La más antigua, instalada en la provincia en 1875, abarcaba 45 ha. de viñas y una bodega contigua; en 1909 había producido 300.000 litros de vino tinto, “imitación del francés”, que tenía un excelente mercado en la provincia y en la ciudad de Buenos Aires. Su dueño era Andrés Rosso, italiano de Savona, con largos años de residencia en el país. Era, además, un próspero comerciante en maderas y materiales de construcción. Vecino del anterior, fundado luego, funcionaba el establecimiento de David Spinetto. Tanto este comerciante genovés como su hijo y continuador del mismo nombre, eran poderosos empresarios, vinculados a las esferas bancarias y de comercialización mayorista(9). No resulta aventurado suponer que la pequeña inversión que representaba el establecimiento que comentamos era más una extensión de la quinta familiar que un emprendimiento económico autónomo.
   
Los cultivos de vid en Buenos Aires se localizaron con preferencia en tres regiones: en una franja costera, extendida desde la Capital Federal hasta La Plata, de la que eran representantes en 1910 los establecimientos comentados; en la zona de San Nicolás y partidos adyacentes, que inició su desarrollo a partir de la década de 1920; y en los partidos de Villarino y Patagones en el sur de la provincia. Allí se intentó la aclimatación de vides de Mendoza, combinando la actividad vitivinícola con un sistema de colonias agrícolas. Hacia 1936 las plantaciones de Escobar, Mercedes y Pilar ya carecían de importancia. Las variedades en explotación diferían según las regiones; en San Nicolás y partidos adyacentes, y en la zona sur, se cultivaban casi absolutamente uvas europeas tintas de vino (Malbeck, Cabernet, Pinot). En la franja costera y el resto de la provincia reinaban las uvas americanas (Filadelfia y otras) que producían el típico “vino de la costa”. La fuente estadística elaborada por la Junta Reguladora registraba cifras semejantes para los distintos tipos de uva en explotación; 895,8 hectáreas, el 41,7% del total cultivado, estaba dedicado a variedades europeas tintas. El 40,4%, es decir 868,8 ha., era utilizado para variedades americanas. En San Nicolás se encontraba la mayor extensión ocupada por Malbeck y Pinot, mientras Avellaneda, La Plata y Quilmes dedicaban la casi totalidad de su superficie plantada a las uvas americanas. En San Pedro, región frutícola, se concentraba la mayor producción de uvas de mesa(10).
   
Las unidades de producción podrían ser caracterizadas como quintas; el 95,4% de los viñedos correspondía a extensiones menores de 5 hectáreas, abarcando el 70% de la superficie cultivada. Los cultivos eran en su gran mayoría realizados por los propios dueños. El sistema de explotación por arrendamiento, un 25% del total de viñedos, se utilizaba preponderantemente en la zona costera.

Cuadro 2. Buenos Aires. Número de viñedos y superficie por Departamentos (1936)

Viñedos

Superficie (ha)

Superficie media

AVELLANEDA

101   (7,3%)

267,0 (12,4%)

2,6 ha.

LA PLATA

341 (25,0%)

387,7 (18,0%)

1,1 ha

MERCEDES

177 (12,9%)

 63,8   (3,0%)

0,4 ha.

QUILMES

 68   (5,0%)

110,7   (5,2%)

1,6 ha.

SAN NICOLÁS

297 (21,7%)

721,0 (33,6%)

2,5 ha.

VILLARINO

102  ( 7,5%)

198,9   (9,3%)

1,9 ha.

   La superficie media de los viñedos provinciales, 1,6 hectáreas, era solamente superada en Avellaneda y San Nicolás; muy levemente en la región sureña. La Plata poseía el mayor número de unidades, pero de muy limitada superficie individual; algo más que simples huertas suburbanas. Sobre un total de 341 viñedos, 237 tenían superficies de hasta 1 hectárea. En Avellaneda, departamento productor de uva americana exclusivamente, 57 establecimientos medían entre 1,1 y 5 hectáreas; 2 más aparecían incluidos en la categoría inmediatamente superior, uno alcanzaba las 8,5 ha. de extensión y 2 abarcaban entre 15 y 25 hectáreas cada uno. Posiblemente la cercanía del centro consumidor urbano y la rusticidad de la vid cultivada -que requería poca inversión en cuidados y mano de obra- hayan actuado como incentivos para el funcionamiento de empresas relativamente grandes dentro del panorama provincial.
   
Pero era San Nicolás el departamento vitivinícola por excelencia del territorio bonaerense. Concentraba el 33% del total de la superficie cultivada y más del 20% del número de viñedos. El 61% de esas unidades medían entre 1,1 y 5 hectáreas; 7,7% correspondía a establecimientos entre 5 y 10 ha., mientras las categorías de 10,1 a 15 ha. y de 15,1 a 25 ha. contaban con dos representantes cada una. También aquí se cultivaba la mayor extensión de uvas europeas para vinos: 208 hectáreas de Malbeck, 350 de Pinot y 18,6 ha. de Cabernet. La región recibió especial atención de parte de la entidad empresaria de los bodegueros.
   
Resulta interesante conocer la distribución y evolución de las superficies plantadas con viña durante el período que analizamos. Algunos departamentos registran datos seguros desde 1901; en otras zonas la información no se extiende más atrás de 1911, aparece en forma fragmentaria o se corta en 1920.

Cuadro 3. Distribución de la superficie por año de plantación (ha)(11)

AVELLANEDA

LA PLATA

QUILMES

S. NICOLÁS

VILLARINO

1901-1905

  1,5

 21,7

11,4

  24,0

  3,3

1906-1910

 12,0

 38,7

 6,0

  54,0

 23,4

1911-1915

 74,0

 26,5

 8,5

  55,4

 21,3

1916-1920

 42,3

 60,6

50,5

 122,1

  9,7

1921-1925

 78,1

 30,4

12,3

 125,9

 14,4

1926-1930

 38,9

 78,5

10,3

 170,0

 38,4

1931-1935

 13,7

108,2

 7,4

 142,9

 57,3

   Las zonas de plantación más antigua, de acuerdo con esta estadística, eran La Plata y San Nicolás. El partido de Mercedes, no consignado aquí, vivió un pequeño auge antes de 1900 para desaparecer como zona productora pocos años después. La Plata y el sur de la provincia se incorporaron en el período siguiente; mientras Villarino mantuvo un crecimiento estable, el departamento de la capital provincial incrementó su superficie cultivada entre 1916 y 1920 y en los años posteriores a 1930. En Quilmes también se cultivaron más hectáreas alrededor de 1920; ¿estrategias de supervivencia de pequeños propietarios? En Avellaneda la incorporación de mayores superficies parece haberse producido antes de 1916 y luego de 1921.
   
San Nicolás alcanzó su mayor desarrollo entre 1916 y 1930. Casi el 58% del total de sus 721 hectáreas de viña se plantaron en ese período. Todavía en los años siguientes se incorporaron 142 hectáreas más. Una alta proporción de la cosecha se dedicaba a la industrialización, superando el aspecto propiamente vinícola a la orientación frutícola. Allí se concentraron los esfuerzos de empresarios y del Estado con el objetivo de desarrollar un polo productivo estratégicamente ubicado entre Rosario y Buenos Aires, los grandes centros consumidores.

3. Las bodegas

   En 1910 la inversión de capitales en bodegas bonaerenses era de $577.920. Para esa época el total invertido a escala nacional sumaba $65.376.511, por lo que a la provincia le correspondía un modesto 0,88%. Las bodegas se encontraban, generalmente, anexas a las plantaciones -como en los ejemplos que hemos citado de Escobar y Quilmes- y su producción era muy limitada. El Centro Vitivinícola Nacional informaba, en 1919, que ese año Buenos Aires había elaborado 22.601 hectolitros de vino, menos de 0,5% de la producción total(12).
   
A pesar de la modestia de estos resultados la actividad agroindustrial se mantuvo en Buenos Aires. El Censo industrial de 1935(13) registró 150 establecimientos del ramo en la provincia, que producían vino por un valor de $505.517. Se trataba de pequeñas empresas que empleaban, en total, 139 obreros. El análisis de otras cifras confirma los estrechos alcances de estos emprendimientos; el número de bodegas provinciales equivalía al 8,8% del total del país, pero el valor de las materias primas elaboradas sólo era de $328.541 (1,77% del total) y al vino producido le correspondía el 1,69% del monto nacional elaborado. De esta comparación pueden extraerse varias conclusiones: la industria local consumía muy barata materia prima; su producción era escasa o de poco valor y, en general, la productividad era muy baja. Esta imagen de precariedad se refuerza si se tienen en cuenta cifras correspondientes a la fuerza motriz instalada: solamente el 0,5% de los H.P. que movían a los motores primarios y eléctricos utilizados por esta agroindustria en todo el país, correspondía a los establecimientos bonaerenses.
   
En la misma época, Río Negro -que ocupaba el tercer lugar como provincia productora- con sólo 167 bodegas consumía el 4,4% de la fuerza motriz y elaboraba vinos por un valor de $2.075.628. (casi el 7%). Las conclusiones resultan casi obvias; la vitivinicultura de la provincia de Buenos Aires carecía de fuerza competitiva, desarrollaba una tarea prácticamente artesanal y se mantenía dentro de los límites de lo que podría denominarse industria doméstica. Su permanencia a través del tiempo, desafiando a las condiciones climáticas desfavorables para el desarrollo de la vid y a la precariedad de la tecnología utilizada, sugiere la existencia de un mercado pequeño, de pocos recursos, pero consumidor de tradiciones culturales materializadas en esta producción doméstica. Las posibles ventajas atribuidas originalmente a la cercanía entre zona elaboradora y centro consumidor habían dejado de ser un factor de estímulo económico.

4. Los empresarios

   Los cortos alcances que la vitivinicultura tuvo en la provincia de Buenos Aires no resultaron un obstáculo, sin embargo, para que algunos de los productores bonaerenses se incorporaran desde muy temprano a la entidad empresaria que nucleaba al gremio, el Centro Vitivinícola Nacional. Además, la entidad, en cuya comisión directiva figuraban representantes de los establecimientos mendocinos y sanjuaninos más poderosos, apoyó decididamente el desarrollo de la agroindustria en la provincia. Los empresarios locales que ya hemos nombrado: Andrés Rosso, Francisco Barroetaveña, Tomás Marcos, Ricardo Rosas y David Spinetto eran socios del Centro desde principios de la década de 1910(14).
   
La zona de San Nicolás, la más próspera y apta para la agroindustria, recibió atención preferente; ya en 1921 desde las páginas del Boletín institucional se llamaba la atención sobre el futuro promisorio de los viñedos nicoleños(15). En 1925 el Centro estableció en la localidad una Subcomisión Regional, “accediendo a reiteradas manifestaciones de algunos industriales y fruticultores de la región”. La entidad empresaria destacaba la pertinencia de su intervención para mejorar industria y cultivos y el entusiasmo demostrado por bodegueros, viñateros y fruticultores. Una de las primeras medidas de la Subcomisión fue dirigirse, en enero de 1926, a la administración de Impuestos Internos del gobierno nacional solicitando "solución a asuntos favorables a los intereses vitivinícolas de la región”(16).
   
Formaban la Subcomisión conocidos productores del lugar, como Miguel Rodríguez, Nicolás Di Santo, Francisco Cámpora y Francisco y José Vigo. En abril de 1927 la publicación del Centro lamentaba el fallecimiento de Carlos Cámpora, genovés, padre de socios destacados de la entidad. Recordaba su instalación en la zona desde 1875 y las primeras plantaciones de uvas Pinot, introducidas por él desde Uruguay en 1886 y base de casi todos los viñedos posteriores. La nota informaba que ya en 1902 los vinos de la bodega del señor Cámpora habían recibido premios en concursos locales(17).
   
No es casual que la instalación en la región nicoleña de una sucursal del Centro Vitivinícola Nacional haya coincidido con el aumento de las extensiones de viñedos y con un momento de gran entusiasmo por la agroindustria en este departamento. La orientación netamente industrial de estos productores era apoyada decididamente por la central empresaria; en enero de 1927 se envió un enólogo a San Nicolás para que, "reunido con los elaboradores de vino, trate de orientar en forma más racional la vitivinicultura local". Hacia fines de ese año, además, la entidad peticionó ante la Cámara de Diputados de la Nación para lograr el pronto despacho de un proyecto de ley creando una escuela vitícola, frutícola y enológica en San Nicolás de los Arroyos. En los fundamentos del proyecto, presentado por el diputado Pascual Subiza, se decía que la región poseía 4000 ha. cultivadas con frutales y viñedos, correspondiéndoles a los segundos 1.000 hectáreas. La producción de vino podía calcularse en unas 15.000 bordalesas, “explotándose la viña desde hace más de cuarenta años”. Se solicitaba también la inclusión de una partida de $200.000 en el presupuesto de Agricultura para crear una escuela práctica de agricultura, especializada en frutales y vid, con una bodega modelo para enseñar la técnica enológica(18).
   
El proyecto fue finalmente aprobado, con la inclusión de la partida solicitada en el presupuesto del Ministerio de Agricultura para el año 1929. Pero el Centro continuó fomentando el desarrollo de la región, solicitando la creación de una Oficina Química Nacional en el lugar -en marzo de 1928 se designaron inspectores para controlar “muestras de los vinos que se venden en Zárate”- e invitando a todos los frutivinicultores a asociarse a la entidad para beneficiarse con sus servicios. Si bien la escuela no parece haber funcionado, sí resultaron exitosas las gestiones para asegurar el efectivo control de la producción vinícola: en marzo de 1929 se anunciaba el envío, por resolución del ministro de Hacienda, de dos químicos a San Nicolás para analizar los vinos de la próxima elaboración.
   
Así como durante la década de 1910 el Centro había participado activamente en la vitivinicultura entrerriana en la época de su auge, a partir de 1925 acompañó el crecimiento de la actividad en Buenos Aires. Lo hizo en la zona de mayor tecnificación y donde las unidades de producción eran más extensas; es decir, donde la agroindustria tenía rasgos modernos y posibilidades de desarrollo. Las pequeñas quintas y la actividad doméstica no formaban parte, obviamente, del mundo de la vitivinicultura.

5. Conclusiones

   La ventaja comparativa que significaba la cercanía de los principales mercados consumidores no fue causa suficiente para que la producción de vid y vino arraigaran en la provincia de Buenos Aires. Clima y suelo adversos para la viticultura, extremadamente aptos -en cambio- para el cultivo de cereales y la ganadería, determinaron que la agroindustria languideciera hasta desaparecer. Localizada en limitadas regiones del territorio bonaerense, se convirtió en una actividad subsidiaria, combinada generalmente con la fruticultura y desarrollada en quintas o propiedades de menos de 5 hectáreas. El vino elaborado, de poco refinamiento y escaso volumen, era consumido generalmente por un mercado local, reducido y de bajos recursos. Producto de uvas americanas, el típico “vino de la costa” fabricado en Avellaneda y La Plata; o desarrollado a partir de cepajes europeos en San Nicolás o el sur de la provincia, no alcanzó a competir con sus semejantes nacionales provenientes de Cuyo. La región nicoleña fue la que poseyó rasgos más típicamente agroindustriales. La mayor extensión en superficie de las unidades productivas, el mayor celo profesional aplicado a la producción de vino, los cepajes predominantes y el interés puesto por los empresarios locales y nacionales en su evolución, la distinguen de entre el conjunto provincial. En el resto del territorio la vitivinicultura no superó elementales niveles artesanales en la elaboración de vinos, mientras el cultivo de la vid, realizado en pequeñas extensiones, se convirtió en una actividad complementaria de la fruticultura.

Notas

(1) Ministerio de Agricultura de la Nación. Junta Reguladora de Vinos (1938), Censo de Viñedos, Año 1936, Buenos Aires.

(2) Centro Vitivinícola Nacional (s/f), La vitivinicultura en 1910, Buenos Aires.

(3) En una enumeración muy incompleta podemos citar: Balan y López 1977; Girbal-Blacha 1987; Martín, 1992; Marianetti, 1965; Mateu, 1994; Richard, 1998.

(4) Ministerio de Agricultura de la Nación. Junta Reguladora de Vinos (1938), op. cit. (5) Centro Vitivinícola Nacional (s/f), op. cit.

(5) Ministerio de Agricultura de la Nación. Junta Reguladora de Vinos (1938), op. cit. (7) Los datos provienen de publicaciones del Centro Vitivinícola, del Censo citado y de Benegas, 1930.

(6) Aparentemente la explotación adquirió luego mayor importancia pues en 1913 Barroetaveña figuraba en las listas de socios del Centro Vitivinícola como propietario del “Establecimiento Vitivinícola Franklin” en Escobar. Boletín del C.V.N., marzo de 1913, nº 90.

(7) El padre, fallecido en 1910, había fundado en 1894 el Mercado Ciudad de Buenos Aires, conocido como Mercado Spinetto. El hijo, médico nacido en Argentina, (1878 –1973) fue miembro del directorio del Banco de Italia y Río de La Plata y dueño de varias empresas.

(8) Ministerio de Agricultura de la Nación. Junta Reguladora de Vinos (1938), op. cit., p. 145 y ss.

(9) Ministerio de Agricultura de la Nación. Junta Reguladora de Vinos (1938), op. cit.

(10) Centro Vitivinícola Nacional, Revista de Agricultura, Industria y Comercio, enero de 1920, nº 173.

(11) Censo Industrial de 1935, Buenos Aires, 1938.

(12) En 1910 Andrés Rosso figuraba como bodeguero mientras Barroetaveña, Spinetto y Juan Antonio Argerich aparecían como viñateros, es decir cultivadores sin bodega. Boletín del C.V.N. septiembre 1910, nº 60. En 1913 Argerich y Rosas estaban catalogados como viñateros y los establecimientos de Barroetaveña, Marcos, Rosso y Spinetto eran calificados como vitivinícolas. Boletín, marzo de 1913, nº 90.

(13) Centro Vitivinícola Nacional, Revista ...,febrero de 1921, nº186.

(14) Centro Vitivinícola Nacional, Revista ..., dic. de 1925, nº 244 y dic. de 1926, nº 256.

(15) Centro Vitivinícola Nacional, Revista ...,abril de 1927, nº 260.

(16) Centro Vitivinícola Nacional, Revista ..., septiembre de 1927, nº 265. Congreso Nacional, Diario de Sesiones de la Cámara de Diputados, Sesión del 27 de septiembre de 1927.

Bibliografía

1. Balan, J. y López, J. (1977), "Burguesías y gobiernos provinciales en la Argentina. La política impositiva de Tucumán y Mendoza entre 1873 y 1914", en Desarrollo Económico, vol. , nº 67, pp.         [ Links ]

2. Benegas, Raúl (1930), El comercio de vinos, Buenos Aires, monografía.        [ Links ]

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