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Mundo agrario

On-line version ISSN 1515-5994

Mundo agr. vol.6 no.11 La Plata July/Dec. 2005

 

Bandieri, Susana. 2005. Historia de la Patagonia. Buenos Aires: Sudamericana. 445 p.

Djenderedjian, Julio 1

1Instituto de Historia Argentina y Americana "Dr. Emilio Ravignani", UBA - CONICET
juliodjend@yahoo.com.ar

    Editado en el marco de la colección de historia argentina dirigida por José Carlos Chiaramonte, que ya ha volcado al mercado varios libros realmente valiosos y útiles, el presente no habrá de ser uno de los menos destacados. Aunando el rigor científico y el relato ameno, esta historia integral de la Patagonia ofrece además el interés propio de su objeto de estudio, plagado de relatos insólitos, atroces o maravillosos, acordes con esos paisajes majestuosos que asombran a los viajeros. Lo cual de ningún modo hizo más fácil la tarea de escribirla: junto a esas anécdotas sorprendentes o simpáticas, que circulan con profusión en el imaginario colectivo, abundan grandes espacios incógnitos donde los historiadores apenas han incursionado o donde las fuentes faltan por completo, y en los que sólo con esfuerzo e imaginación es posible reconstruir el pasado. Es que ese vasto rincón del mundo guarda una paradoja, que Paul Theroux expresó con certeras palabras: para guiarse en él, y quizá comprenderlo, ayuda mucho ser un miniaturista o un interesado en los enormes espacios vacíos. No parece haber campo intermedio entre ambos extremos.(1)
    Pero por fortuna, Bandieri supera con éxito tanto la tentación de lo diminuto como la de lo vasto, ambas igualmente riesgosas: el texto se construye paso a paso, sin perder nunca de vista el equilibrio entre sus diversos momentos. Los casos extraordinarios ocupan su lugar, pero se intenta ofrecer de ellos una explicación: la aventura monárquica de Orllie-Antoine I, por ejemplo, se comprende mejor en la conjunción de la política expansionista francesa y la necesidad, por parte de las parcialidades indígenas, de encontrar un jefe común contra el ominoso avance de los estados nacionales. Los primeros capítulos del libro, dedicados al entorno natural, los pueblos originarios y la evolución histórica hasta mediados del siglo XIX, resultan enriquecidos con la incorporación de los más recientes estudios efectuados sobre el mundo indígena y su frontera con los hispano-criollos; esto le otorga una perspectiva novedosa, poco frecuente todavía en las obras de divulgación: los largos siglos de enfrentamiento entre ambas sociedades pierden así la diáfana solidez de dos mundos irreconciliables para poner en evidencia un complejo panorama de intercambios, negocios, conflictos y relaciones mutuas, matizados sin duda por el espectro feroz de la guerra, pero que lo trascienden con amplitud. La incorporación de bienes, vocablos y aun conductas del otro fueron lógica consecuencia de tantos años de convivencia; y, después de todo, pueden explicar mejor los momentos de conflicto que una supuesta refractariedad intrínseca de razas, argumento que hasta hace unos años aún se solía esgrimir.
    De ese modo, no sólo se trataba de dar cuenta del paulatino predominio de lo que hace un siglo era considerado civilización : el gran desafío era entender el territorio más allá de fuertes tradiciones interpretativas, que pautaron buena proporción de la historiografía, al menos de la más tradicional.
    La Patagonia fue (y en parte lo es todavía) una frontera en varios de los sentidos del término: como lugar de interacción entre tradiciones culturales diferentes, y como límite entre dos soberanías, si bien que impreciso y cambiante aun hasta hace muy poco, cuando las disputas territoriales involucraban todavía miles de kilómetros cuadrados. Además, la distancia hasta los centros del poder provocó en sus pobladores la sensación de hallarse siempre demasiado lejos de las decisiones, lo cual a su vez fortaleció un fuerte sentimiento de localidad, mayor aún quizá que el que supo caracterizar a otras áreas. Todos esos factores tendían a influir e incluso a determinar el análisis: otra ventaja del trabajo de Bandieri consiste precisamente en la distancia que ha logrado mantener respecto a ellos. La Patagonia es en este libro mucho más que un territorio segmentado entre dos estados nacionales, del cual se trata aquí la parte argentina; por el contrario, la visión es integral, y ese ángulo, al igual que la recorrida analítica de varios siglos de historia, son la base de algunos de los aportes más significativos del libro. Un ejemplo, sin duda entre muchos: la integración de muy largo plazo entre actividades económicas a uno y otro lado de la cordillera, que recién en el siglo XX, con los cambios en las políticas aduaneras de los estados nacionales y el desarrollo de la presión estratégica desde el centro del poder, encontró desafíos a los que quizá en cierto momento incluso pareció no poder sobrevivir.La línea argumental propone un progresivo (y al principio muy lento) proceso de toma de posesión por parte del blanco que comenzó por exploraciones pasajeras y esporádicas hasta llegar a la conformación de instituciones y a la plena integración con los mercados nacional y mundial. Una imagen que podría evocar los recorridos propios de otras zonas de frontera en el siglo XIX, y aun en buena medida las síntesis propuestas para las mismas: sucesión que habría debido incluir la frontera de los exploradores y los comerciantes; luego la de los ganaderos, y por fin la de los agricultores. Pero la lectura del libro muestra que el recorrido aquí no ha sido tan sencillo. Entre otras razones, porque el papel del lejano centro del poder político ha sido casi siempre crucial: no sólo, como en otras fronteras, en tanto que desde allí emanaba una parte importante de los recursos y de los hombres que abrían los caminos del dominio; sino, más aún, porque desde ese centro del poder provinieron casi siempre las decisiones vitales que marcaron fuertes rupturas en la historia del territorio. Sólo en épocas más recientes, con el sucesivo surgimiento de provincias, se logró conformar entidades políticas autárquicas, que sin embargo en buena medida continuaron en parte pagando un tributo al poder central; hasta entonces éste, ocupado en otros asuntos, no había usualmente dispuesto de los recursos y del conocimiento necesarios como para tomar las decisiones óptimas.
    Una consecuencia de ello fue que esa acción intervencionista del centro del poder estuvo marcada por la irregularidad y aun por la ineficacia, así como por acciones cuyas consecuencias habían sido quizá meditadas para los territorios al norte del río Colorado, pero no necesariamente para los situados al sur del mismo. El más importante ejemplo de ellas fue sin dudas la conquista militar de 1879-1885, que no sólo eliminó de un golpe a los adversarios indígenas cuyo control de ese vasto territorio había sido hasta entonces prácticamente total, sino que al mismo tiempo volcó éste, de improviso, a los todavía inmaduros afanes y bisoña especulación de sus conquistadores. Ese avance fulgurante, que logró en unos pocos años lo que no había sido posible en tres siglos, puso bien pronto de relieve los problemas que él mismo generó. En primer lugar, la difícil y traumática adaptación de los pueblos aborígenes a las nuevas condiciones. Estrechados a los escasos territorios que la desidia oficial tuvo a bien acordarles, el golpe a su economía fue mortal: un muy extensivo uso del espacio, que combinaba diversas actividades productivas, extractivas, comerciales y de acopio de recursos naturales, fue de improviso desarticulado por completo sin nada que pudiera reemplazarlo. Aunado a ello, la escasa receptividad de su voz en los círculos del poder completó un porvenir de oscuridad y de miseria, contra el que nada pudieron las buenas intenciones de algunos funcionarios y científicos.
    En segundo lugar, la muy vasta extensión conquistada no podía ni pudo ser ni ocupada ni puesta en producción con brevedad. Los viajes de exploración precedentes apenas si habían revelado una parte de sus riquezas; los sucesivos no pudieron abarcar sino luego de muchos años todo el inmenso territorio que había pasado a dominio del blanco. Esta ignorancia autorizó muchos emprendimientos que hoy, con más información y experiencia, suenan a delirantes caprichos: por ejemplo, la fracasada insistencia en multiplicar las colonias agrícolas que, en esos años, conocían un feroz progreso en las más cálidas y fértiles tierras santafecinas; o el dorado imperio minero del rumano Julius Popper, en el que se evaporaron los capitales de muchos crédulos inversionistas porteños. Improvisación, ignorancia y apuro que, pensamos, explican también de algún modo ciertas conductas o hechos que en el libro aparecen teñidos de un manto de irregularidad o corrupción; en donde ello destaca especialmente es en lo que respecta a la distribución de la tierra pública.
    Como es tradicional en muchas otras historiografías regionales, también en la patagónica se ha insistido en una supuestamente mala distribución de la tierra pública. El papel de las lejanas autoridades que tomaron las decisiones al respecto no parecía haber sido inocente: por el contrario, algunos beneficios fueron ostensiblemente recolectados por ciertos amigos del poder. Hay sin embargo motivos para matizar esa visión conspirativa: en primer lugar, la ocupación de la Patagonia ocurre precisamente en vísperas de un fuerte movimiento especulativo, cuya intensidad marcaría inversamente la de la crisis de 1890, y que en casi todo el país llevó los valores de las tierras a niveles jamás antes alcanzados, que luego se derrumbarían con estrépito. Esa fiebre fue alimentada incluso por la acción gubernamental: en 1888, en medio del auge mayor, nada menos que cinco líneas de ferrocarril en proyecto surcaban en los mapas oficiales todo el valle del Río Negro, y otras dos más el del Chubut; uniendo el Atlántico con el Pacífico a través de inmensas montañas y vastos desiertos, de esos proyectos ilusorios sólo una mínima parte lograría concretarse, y recién muchas décadas después (2). Pero en 1888 esos mapas circulaban profusamente por las febriles manos de los inversionistas, echando combustible a la hoguera de la catástrofe y prometiendo ganancias espectaculares a quienes se aventuraran a comprar esos grandes lotes en blanco surcados por imaginarias líneas amarillas; de esta forma, adquirir tierras públicas al estado por cifras que iban desde 20 a 60 centavos la hectárea en esos años de distorsión de valores, con el agregado de onerosas condiciones de poblamiento, puede no haber sido necesariamente un buen negocio, como lo apuntaba Nicasio Oroño una vez consumado el cataclismo (3).
    Pero hay otros factores más importantes a tener en cuenta: uno fundamental es que desde el comienzo no cabía esperar sino una división en grandes porciones de esa vasta Patagonia conquistada y ocupada militarmente en pocos años. Por un lado, una de las principales intenciones del gobierno, tal como había ocurrido en otros avances previos sobre la frontera indígena, era forzar la creación de un mercado de tierras mediante la transferencia al sector privado de parte significativa de las mismas en el plazo más corto. La alternativa, esperar largas décadas hasta que aparecieran los inmigrantes que pudieran ocupar toda esa dilatada extensión con propiedades más pequeñas, y vendérsela a ellos en porciones, era lisa y llanamente una utopía: porque existían tierras más productivas y actividades más remunerativas en cualquier otro punto de la República, cuya atracción era demasiado poderosa como para contrarrestarla con condiciones tentadoras; porque había que justificar el rápido avance sobre esas tierras limítrofes para afianzar los contornos del territorio nacional; porque la previa o paralela conformación de un mercado de tierras era condición necesaria para el desarrollo de vías de comunicación; porque los publicistas de la época habían demostrado que el capital privado era más eficiente que el estado a la hora de colonizar (4); y porque el verdadero problema no era tanto la falta de población sino justamente la de capital. Como en muchas otras fronteras, éste era el bien más escaso en la Patagonia y lo seguiría siendo por mucho tiempo; pero además, debe recordarse que tampoco en otros puntos del país el dinero para la gran inversión rural era precisamente un recurso que sobrara. Un ejemplo ilustrativo: Cupalén, la rica propiedad entrerriana de Genaro de Elía, que contaba con casi 14.000 hectáreas situadas a la vera del río Uruguay, a pocas leguas de Concepción, con un inmejorable puerto y reputada por la excelente calidad agrícola y ganadera de sus pastos, tierras y aguadas, fue vendida en 1895 a 22 pesos moneda nacional la hectárea, cuando muy cerca de allí se pagaba el triple en porciones menores (5). El articulista observaba que "la venta de este establecimiento comprueba que son aún pocos los que entre nosotros tienen reunidas sumas tan fuertes como las que ha desembolsado el adquiriente". Mutatis mutandis : si parte de la Patagonia fue fraccionada en porciones extensas y a bajo precio, la sed de acaparamiento de quienes las adquirieron no necesariamente nos explica el fenómeno: por un lado, pocos poseían los fondos necesarios para esos desembolsos; por otro, para suelos cuya productividad estaba muy lejos de los pampeanos, la inversión intensiva de capital constituía una empresa muy arriesgada, y de costo de oportunidad también muy alto, factores que necesariamente debían ser compensados con bajos precio de la tierra para constituir empresas de algún modo viables.
    Así, la circunstancia de que los repartos y ventas de tierras públicas, que abarcaron de todos modos aproximadamente un 10% de la superficie total patagónica entre 1876 y 1903, debieran finalmente realizarse entre una porción quizá reducida de propietarios, puede simplemente atribuirse a que no había otros interesados en ellas, fueran del tamaño que fuesen. Eso explica también los recurrentes fracasos en la instalación de agricultores, la muy lenta adjudicación de lotes agrícolas aún en zonas irrigadas, el escaso grado de cumplimiento de las obligaciones contractuales de poblar, la pobre evolución de la extensión cultivada hasta inicios del siglo XX, la presencia aislada de explotaciones más capitalizadas en un vasto panorama precariamente ocupado, y las largas décadas que a menudo pasaron entre las primeras adjudicaciones y la venta de esas mismas propiedades a otros interesados. En lo productivo, la extensividad compensaba los factores escasos, es decir, trabajo y capital; una explotación debía entonces necesariamente abarcar allí mucha más tierra que en cualquier otra parte, más aún si tenemos en cuenta lo lejos que se hallaba de sus mercados. Puede ser que para algunas personas o en algunos lugares la tierra haya sido en estos años "una fuente de prestigio social y de especulación económica muy redituable" (p. 224); pensamos sin embargo que esto no ocurrió en la generalidad de los casos, y que es probable que quien contara con dinero en la Argentina de entonces no necesariamente tuviera a la Patagonia entre sus opciones preferidas de inversión.
    El desorden, de ese modo, parece haberle ganado la mano a la intriga. No una, sino varias veces: en las decisiones del gobierno nacional, el imperativo estratégico determinó la necesidad de poblar, y ésta la de instalar actividades productivas, aun cuando las mismas no pudieran sostenerse por sí solas. Cuando, entre las décadas de 1910 y 1960, los desafíos al llamado modelo agroexportador y los ciclos de guerras europeas, entre otros motivos, llevaron al afianzamiento e intento de concreción de la hipótesis de un país autárquico, la Patagonia fue víctima de otras decisiones del poder central cuyas consecuencias sólo habrían de medirse con plenitud en el futuro. La conjunción del traumático pasaje de una economía nacional fuertemente abierta al mundo a otra centrada en sí misma, y el imperativo estratégico que buscaba asegurar el dominio de las fronteras y de los recursos, llevó a la creación de grandes emprendimientos estatales cuya dimensión o viabilidad nadie parecía entonces cuestionarse; estas empresas, con mercados cautivos o artificiales creados ante la indisponibilidad de fuentes de recursos externas, o por el simple orgullo político de producir aquí lo que antes había sido más barato importar, se integraron en vastos planes de desarrollo con resultados que pocas veces fueron capaces de financiar sus costos. Surgieron así localidades densamente pobladas cuya actividad económica empezaba y terminaba en una sola planta industrial, de propiedad estatal, y cuya producción también se dirigía a otras plantas estatales, incapaz de alcanzar destinos más competitivos. El costo de subvenir a esa demanda creada artificialmente derivó, como es sabido, en altos déficits fiscales e inflación, pagados mientras se pudo cargando la productividad de otros sectores; cuando ambos se volvieron insoportables, la decisión de terminar con las fuentes de esos costos fue asimismo la de dar fin a todo un sistema social y económico sin que, como en la coyuntura de 1879-1885, se hubiera previsto seriamente con qué reemplazarlo. El resultado también es conocido, y aún estamos viviendo sus consecuencias.
    Harían falta muchas páginas más para dar cuenta sintética de la compleja historia aquí contada. Digamos para concluir que este libro no sólo condensa un gran esfuerzo de investigación: nos ofrece asimismo un panorama muy dinámico de los problemas que afectaron y afectan aún al territorio patagónico, y que son parte significativa de los que perturban al país todo. Una lectura imprescindible, que aporta lecciones muy útiles, y que trasciende plenamente el propio objeto de estudio.

(1)Theroux, Paul, To the ends of the earth . New York, Ivy Books, 1994, p. 144.

(2) Ver el mapa publicado en Latzina, F. L'agriculture et l'élevage dans la République Argentine d'après le Recensement de la première quinzaine d'octobre de 1888 ... Paris, P. Mouillot, 1889; para comparar, Randle, P.H. Atlas del desarrollo territorial de la Argentina. Buenos Aires, Oikos, 1980, pp. 184-88.

(3) Oroño, N. La cuestión agraria. Conferencia del señor... en la Sociedad Rural Argentina . Buenos Aires, La República, 1891, pp. 34-36.

(4) Al respecto puede decirse que las voces eran unánimes; ver por ejemplo Carrasco, G. Descripción geográfica y estadística de la Provincia de Santa-Fé ... Cuarta edición, Buenos Aires, Stiller y Laas, 1886, p. 530; Molinas, F. T. La colonización argentina y las industrias agropecuarias . Buenos Aires, A. Molinari, 1910, p. 276; [Bavio, E., et al.] La Provincia de Entre-Ríos. Obra descriptiva escrita con motivo de la Exposición Universal de Chicago .... Paraná, La Velocidad, 1893, pp. 375-376; Zeballos, E. S. Descripción amena de la República Argentina. Tomo II. La rejion del trigo . Buenos Aires, Jacobo Peuser, 1883, especialmente pp. 239-243; y diversos artículos de Francisco Latzina, por ejemplo "Colonias", en Virutas y astillas , Buenos Aires, Stiller & Laas, 1885, p. 506; "Las colonias a fines de 1880", en el periódico La tribuna nacional , 1881, y en el Boletín del Instituto Geográfico Argentino , t. III, 1882.

(5) "Cupalen", Artículo sin firma en La Agricultura , año III, nro. 141, 12 de septiembre de 1895.

Fecha de recibido: 9 de marzo de 2006
Fecha de publicación: 30 de junio de 2006

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