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Mundo agrario

versión On-line ISSN 1515-5994

Mundo agr. v.9 n.17 La Plata jun./dic. 2008

 

Producciones identitarias y relaciones interculturales en el periurbano platense

Adriana Archenti

Univesidad Nacional de La Plata
archenti@perio.unlp.edu.ar

Identity productions and inter cultural relationships at La Plata 's periphery

Resumen
El presente artículo se inscribe en una serie de trabajos focalizados en experiencias migratorias y construcción de identidades y alteridades étnico-nacionales que venimos realizando tanto en el área periurbana de producción hortícola como en el casco urbano de la ciudad de La Plata. (1) En ellos abordamos aspectos de la inserción local de los migrantes -en especial con respecto al caso boliviano- desde distintos ejes analíticos como son la adscripción étnico-nacional, el trabajo, el género, la participación institucional, la construcción de categorías de alteridad con respecto a los migrantes por parte de sujetos, instituciones y medios de comunicación locales, el uso de medios como estrategia de identificación / afirmación / participación desde los propios migrantes.
En el caso específico de la migración boliviana a Argentina, tanto al área plenamente urbana como a la rural periurbana -en donde adquiere especial importancia-, constituye un fenómeno estructurado y con características propias, situación reforzada por el subempleo en las áreas de economía campesina en Bolivia y la demanda de algunos sectores de la economía argentina, como actualmente el de la construcción urbana y el de la producción hortiflorícola periurbana. En tal sentido el tema se constituye en referente privilegiado para destacar los aspectos dinámicos de la ciudad y su región. En este contexto expondremos algunas reflexiones conceptuales y resultados de trabajo de campo referidos a la auto y hetero demarcación de la pertenencia étnico-nacional como espacio identificatorio en las dimensiones de trabajo y género.

Palabras Clave: Migraciones; Trabajo; Género; Identidades étnico nacionales.

Abstract
This article, inscribed in a series of works focused on the migration experiences and construction of identities and ethnic-national alterities that we are doing as much in the urban periphery of horticultural production as in the urban area of La Plata city. In those works we study some aspects of local insertion or migrants -in particular with respect to Bolivian case- from different analytic axis as like the ethnic-national ascription, the work, the gender, the institutional participation, the construction of categories of alterity with respect to migrants by the individuals, institutions and local media, the use of media as strategy of identification / affirmation / participation from the migrants themselves.
In the specific case of Bolivian migration to Argentina, as much the urban area as the rural periphery -in which acquire special importance-, constitute an structured phenomenon and with its own characteristics, situation reinforced for the unemployment in the areas of peasant economy in Bolivia and the demand of some sectors of Argentinian economy, as actually from de urban construction and from de horticultural urban periphery production. In that sense the topic is a privileged referring to emphasize the dynamic aspects of the city and the region. In this context we will expose some conceptual reflections and results of field work related to the auto and hetero demarcations of ethnic-national belonging as identification space in the dimensions of work and gender.

Keywords: Migrations; Work; Gender; Identities ethnic-national.

1. Clasificaciones identitarias, etnicidad, nacionalidad

   En otros trabajos (Archenti y Tomás, 1999) hemos desarrollado la profunda ligazón existente entre el concepto de Identidad Social y la necesidad/capacidad de los seres humanos de construir clasificaciones que permitan organizar -y a la vez volver inteligible- la infinita variación, cantidad, diferencia, similitud, constancia de estímulos a los que nos vemos expuestos, que harían imposible su comprensión a nivel específico. La tendencia a agrupar, que conlleva la construcción de categorías, deviene entonces de aprehender estos estímulos como si constituyeran invariancias, continuidades. A la vez, una característica significativa del proceso es la de operar con una mínima economía mental; en otras palabras: incluir, en una misma categoría, la mayor cantidad de eventos posibles.
   La relevancia de esta capacidad de construir sistemas clasificatorios deriva de su centralidad para el fluir de la vida social, dado que posibilita -además de comprender el mundo- orientar la conducta, internalizar, canalizar y expresar las capacidades afectivas. En tanto la mayoría de estos sistemas son compartidos por los miembros del grupo, constituyen representaciones colectivas: sistemas de nociones e imágenes que cada individuo puede elaborar en diferentes niveles -desde imágenes mentales, representaciones referenciales, a un complejo de relaciones figurativas o conceptuales- que los sujetos utilizan tanto para construir la realidad como para guiar sus interacciones.
   Nuestro interés se centra en los procesos de construcción de sistemas clasificatorios que tienen por finalidad distinguir a los miembros del propio grupo de quienes no lo son, sumergiéndonos de esta manera en el dominio de las identidades sociales.
   En sentido amplio, las identidades sociales se entienden como construcciones simbólicas realizadas en torno a un referente. Los referentes, a la vez, pueden variar, pero de modo general son utilizados como datos a partir de los cuales se tejen una serie de atributos, conductas prescriptas y prohibidas, esperadas, posibles.(2) Sin embargo, esta conceptualización no debe interpretarse como una inducción tendiente a delimitar, a partir de la asignación de una serie de atributos intrínsecos a los sujetos -y por extensión, a los sujetos sociales colectivos- algo observable, trascendente, definible, en síntesis: la externalización de una "esencia", una "manera de ser" que debe rastrearse en los intersticios de aquello que contaminaría esa sustancialidad.
   En este contexto, nuestra propuesta retoma una visión relacional de la identidad, que permite registrarla y analizarla en términos de un proceso social, que se genera y desarrolla en la interacción cotidiana con los otros. En otras palabras, no podemos hablar de una identidad, sin tener en cuenta que ésta implica -cuando menos-, otra identidad en referencia, competencia y/o conflicto. En el caso de las identificaciones étnicas o étnico-nacionales, e xplicar el juego por el cual la relación entre colectivos percibidos como de origen étnico nacional/"racial" diverso conduce a la percepción/focalización de diferencias -expresadas en términos de fenotipo, rasgos, atributos, conductas- asociadas no a idiosincrasias individuales sino a conjuntos sociales, requiere la inclusión de la alteridad como componente necesario de la identificación y a su vez como categoría analítica.
   Estamos aludiendo entonces a procesos de producción cultural que recrean distintos otros/nosotros, a partir del establecimiento de fronteras intergrupales expresadas mediante la apelación a diferencias. De ahí la necesidad de identificar los criterios a partir de los cuales se reconocen esas diferencias, y cuándo éstas se vuelven diacríticas.
   A su vez, al ser las identidades construcciones sociales, están sometidas a transformación, "existiendo" de manera inconclusa a lo largo del devenir histórico. La condensación situada en determinados referentes y la intervención de factores estructurales -a modo de conjunto de presiones, constricciones y posibilidades- (cfr. Williams, 1980) nos posibilita sin embargo aprehender principios de organización que describen de manera tendencial las características de una identidad puesta en foco en un contexto determinado, de modo de "fijar" parcialmente a los fines del análisis un continuum de variaciones posibles.
   Sin restar importancia a los rasgos esgrimidos como marcadores por un grupo, es menester indagar en el por qué de la selección de ciertos rasgos, esto es, mediante qué mecanismos se consensúan los marcadores considerados significativos para la definición del grupo, cuáles son los seleccionados, jerarquizados y codificados para delimitar simbólicamente las fronteras en su interacción con otros actores sociales, entendiendo que las diferencias puestas en juego entre los grupos en contacto no preexisten per se a su encuentro, sino que resultan del mismo. En este sentido, la relación entre colectivos activa un mecanismo por el que se visibiliza lo distinto y se invisibiliza lo semejante, pudiendo operar conjuntamente en la visibilización/invisibilización una comparación valorativa -etnocéntrica-.
   ¿De qué manera se actualiza este proceso de identificación/alterización? Habría, en términos de G. Giménez (1994), dos principios que regirían la construcción de identidades.
   Por una parte, la diferenciación implica un proceso lógico mediante el cuál los individuos y grupos se autoidentifican por la afirmación de su diferencia con respecto a otros individuos o grupos, permitiendo establecer una diferencia entre sí mismo y el otro. Este mecanismo consiste en agrupar de una manera específica un conjunto de rasgos -consensuados por los sujetos que sostienen una identidad determinada- reconocidos como comunes a todos ellos y diferentes -al menos en parte- a los de otras identidades grupales. Para que estos rasgos sean susceptibles de ser utilizados como marcadores de las fronteras del endogrupo, es necesario que sean perceptibles para los individuos.
   De modo que un aspecto del proceso puede especificarse a partir de una toma de conciencia de las "diferencias" expresadas en el lenguaje y en el sistema simbólico -del grupo y de los individuos que lo conforman- y se encuentra articulado con reglas de comportamiento, códigos y roles sociales, distinguiendo contrastivamente las relaciones tanto a nivel del endogrupo como hacia el afuera.
   El otro principio que -de manera paralela y complementaria al arriba desarrollado- rige la constitución de identidades, es el de la integración unitaria o reducción de las diferencias, el cual no viene sino a enfatizar lo que anteriormente mencionáramos como una cualidad del proceso de construcción de sistemas clasificatorios, esto es, contener la variabilidad bajo un principio unificador, que integra a la vez que neutraliza, encubre y fomenta el olvido de las diferencias al interior del grupo.
   Estos principios no operan en el vacío, sino en el marco de una estructura social (en los términos precedentemente especificados), lo que equivale a decir que se vuelve imprescindible, cuando analizamos las identidades sociales, considerar el lugar que los sujetos involucrados ocupan en la misma y su percepción de dicha situación.
   Muy suscintamente, entonces, el proceso envuelve la interrelación entre ambos principios y la estructura social, y por este rodeo, la relación entre sujetos pertenecientes a -o que se encuentran en- posiciones/grupos diferentes. Se genera de esta manera un sentido de mismidad, que refiere en el caso de identidades colectivas a la inclusión en un grupo básico -clan familiar, grupo de edad, género, etnia- que modela el yo en la socialización transmitiendo los presupuestos sobre sí mismo y sobre la realidad que constituyen una imagen convincente y explicativa del mundo. Esta dimensión locativa de la identidad permite al individuo definir su lugar dentro del campo simbólico a partir del establecimiento de las fronteras (más o menos flexibles) que circunscriben el territorio de su mismidad.
   Siendo que un sujeto pertenece simultáneamente a varios sistemas clasificatorios, ¿cómo particularizar cuál es el referente específico en torno del cual se construye el colectivo en el caso de migrantes?
   Consideramos que el más adecuado es aquel que involucra dos variables: una étnica y otra nacional. Desarrollaremos una ponderación sucinta de ambas nociones, con el objeto de tornar inteligible su significado y a la vez dar cuenta de su pertinencia en el presente trabajo (cfr. para mayores desarrollos Archenti, 1997; Archenti y Tomás, 1997 y 1999).
   Nos interesa puntualizar dos tipos de críticas actuales hacia aquello enfocado en el análisis como "étnico": la primera enfatiza su ambigüedad derivada de la polisemia del término en los estudios sociales; la segunda contiene un núcleo ideológico explícito: se acusa indirectamente a quienes utilizan tal categoría de eufemizar a través de la misma estudios de carácter racista. Para complejizar más las cosas, la apelación a esta etiqueta ha trascendido la frontera del mundo académico, de manera tal que es común detectar su uso en los medios masivos, con la frecuente alusión a factores étnicos para explicar el origen y permanencia de conflictos en sitios tan distantes y disímiles como India, Estados Unidos, Sudáfrica, Francia. Es decir que el uso y difusión de esta noción refuerzan su importancia en tanto la vuelven un referente fundamental al momento de diferenciar e identificar colectivos humanos. El riesgo, entonces, consiste en reproducir las clasificaciones sociales y las valoraciones que conllevan, con una justificación pretendidamente "científica". Para salvaguardarnos de estas connotaciones, nos detendremos un momento en especificar qué entendemos por étnico en el marco de las investigaciones que realizamos.
   Lo que nos ha decidido a continuar utilizando el término, teniendo en cuenta las críticas antes expresadas como advertencias epistemológicas respecto de las limitaciones y peligros que encierra la noción, es su centralidad al momento de constituir un eje en torno del cual se construyen sistemas clasificatorios cuya relevancia es innegable. A modo de premisa diremos que su utilidad deviene de una característica por la cual es posible agrupar tanto elementos "materiales" como "simbólicos", operando de este modo de manera "económica".
   Por otra parte -y aquí encontramos un elemento que puede explicar su preeminencia en tanto lo vincularía con una forma primigenia de organización social como el parentesco- posibilita activar una identificación que, a modo de hilo de Ariadna, conduce a través de generaciones de personas por la apelación a un origen común, de manera tal que su eficacia implica un componente emotivo, al suministrar seguridad y "compañía" a un gran número de población que se siente o visualiza como colectivo.
   Como hemos sugerido líneas arriba, en la noción de etnicidad se encuentran involucradas tanto cuestiones "materiales", entendiendo de este modo las alusiones a lo biológico (diferencias mentadas como "físicas", "de sangre") como "simbólicas" (culturales en sentido amplio) que caracterizarían a un particular grupo humano. Estos elementos se combinan en un proceso no armónico, conduciendo a la conformación de una identidad susceptible de ser manipulada, controlada, transformada, negociada.
   Hablamos entonces de una forma de organización y estructuración de identidades colectivas que se funda en una población en interacción continua basada en atributos (que se agrupan bajo el calificativo de "étnico" en base a los elementos que combinan) invocados subjetivamente (cfr. Piqueras Infante, 1995).
   Nuevamente advertimos que estamos lejos de los planteos que definen a la identidad de maneras más o menos esencialistas: para construir lo étnico, debemos remitirnos a la identidad étnica como construcción asociada a un contexto sociohistórico y relacional determinado. En otras palabras, los rasgos devienen étnicos en tanto el criterio de selección actualiza una serie de diferencias (sean éstas mentadas como físicas o culturales) o contrastes entre colectivos -que a la vez posibilitan la generación de cohesión al interior del grupo- que son relativas al contexto sociohistórico del que se trate. En este sentido es que puede observarse la dinámica de dicho proceso, ya que al variar el contexto, varían los rasgos seleccionados o el énfasis diferencial sobre ellos.
   Por otra parte, en cuanto al proceso que analizamos, consideramos que la categoría de etnicidad, por sí sola, no nos permite dar cuenta de la complejidad del mismo. Es así que la noción de identidad nacional se vuelve necesaria, porque teniendo en cuenta lo anteriormente mencionado respecto del carácter relacional de toda identidad; consideramos que "ser boliviano" (en este caso particular) es un proceso de construcción de una identidad colectiva que, si bien podría ser referido a la formación de aquel Estado Nacional, adquiere un significado particular en el contexto de la migración hacia Argentina.
   En sentido amplio, se entiende por nación una categoría cultural, vinculada con los límites territoriales (reales o posibles) de un Estado. Cuando se explica el surgimiento de los nacionalismos, se alude a una elaboración social que conlleva la aceptación de una homogeneidad por parte de una población -en sintonía con la noción de etnicidad en tanto remite a caracteres físicos y culturales- que se traduce en un proyecto político tendiente a hacer coincidir dicha identidad con la soberanía política representada en la forma Estado.
   Sin embargo, es un hecho que la mayoría de los estados comprenden más de un grupo étnico. Es entonces el Estado el que incide para que se identifique como nación a toda la población incluida en su territorio. Es decir, necesita convencerla de que constituye una sola colectividad. Recuperamos aquí las reflexiones de I. Wallerstein (1997), en el sentido de que sería el Estado quien fomenta el nacionalismo en tanto precisa desarrollar un sentimiento nacional que favorezca su perpetuación, dado que los diversos grupos contenidos en las fronteras territoriales tenderán a la desintegración del mismo. Por otra parte, el sistema interestatal articula jerárquicamente los diversos Estados en una dinámica que conduce a ideologías que proveen la legitimación de una posición superior en la jerarquía, y también a cuestionar las posiciones inferiores.
   Estos desarrollos teóricos nos han servido de inspiración para explicar el proceso por el que los inmigrantes se autoidentifican y son, a su vez, identificados dentro de la sociedad local.
   En el caso en consideración, la categoría étnico-nacional alude a la construcción de una identidad boliviana que involucra un proceso de re-etnificación en el cual se homogeneiza a todos los inmigrantes de ese país, pero no ya realizado desde el interior de aquel Estado, sino precisamente en el contexto de otro Estado, a partir de subsumir las diversas identidades étnicas y/o regionales bajo una sola identidad nacional.
   Al interior del colectivo este tipo de identificación continúa siendo utilizada como elemento identificador–diferenciador, que si bien opera mayormente fronteras adentro, también se manipula para dar cuenta, hacia el afuera, de la diversidad que "enriquece" la nacionalidad. Es asimismo importante subrayar que los rasgos supuestamente compartidos adquieren inevitablemente connotaciones valorativas positivas o negativas por parte de la sociedad "receptora". Esto implica un juicio que conlleva una jerarquía construida en base a instancias etnocéntricas a partir de las cuales se ubica a los sujetos en posición superior o inferior (cfr. Giménez, 1994).

2. Migración, relaciones laborales e identificaciones étnico nacionales

   En el contexto de sucesivos trabajos de campo en el periurbano platense, detectamos la presencia de un creciente número de inmigrantes de origen boliviano en el área. Los mismos se insertaban en el sistema productivo agrario como peones o medieros, siendo su status legal fundamentalmente en calidad de indocumentados y estando sometidos así a condiciones de precariedad y baja remuneración. A lo largo de nuestro trabajo con estos migrantes hemos indagado por una parte las estrategias de inserción de los mismos en la sociedad local y los modos en que las mismas implicaban la construcción/reconstrucción de identidades en situación de migración. Por otra parte, las formas en que los otros sectores involucrados en el campo productivo social del periurbano platense percibían, clasificaban y se relacionaban con los sujetos migrantes.
   Las interrelaciones entre los diversos colectivos fueron interpretadas en base al concepto de "segmentación étnica", desarrollado por Eric Wolf. Cuando el autor analiza las "sociedades plurales" -que ejemplifica con las plantaciones, en las cuales coexisten trabajadores "tomados" en distintas poblaciones-; afirma que el capitalismo, al mismo tiempo que re-crea la relación básica entre capital y fuerza de trabajo, realiza lo propio con la heterogeneidad de la fuerza de trabajo producida. Es decir que la heterogeneidad sería, al mismo tiempo que en gran manera un producto, una condición necesaria al sistema. El capital hace esto de dos maneras: ordenando a los grupos y categorías de trabajadores en forma jerárquica y creando y re-creando continuamente en un nivel simbólico profundas distinciones "culturales" entre los mismos (cfr. Wolf, 1993:458-464).
   Si bien, en términos de Wolf, todo el universo de distinciones étnicas y de "raza" no habría sido creado por el capitalismo para diferenciar categorías de trabajadores, es el proceso de movilización del trabajo dentro de éste sistema lo que comunica a esas distinciones sus valores efectivos. Las categorías étnicas expresan las formas en que poblaciones particulares se relacionan con ciertos segmentos del mercado de trabajo, cuestión que difícilmente coincidiría con la autoidentificación inicial de los grupos laborales (Wolf se esta refiriendo aquí al proceso de incorporación al trabajo industrial por parte de comunidades europeas, pero su temprana caracterización adquiere renovada vigencia en el momento histórico actual), no obstante, una vez logrado el acceso a determinados segmentos del mercado de trabajo, pasaría a convertirse en un parámetro de identificación que serviría para establecer pretensiones económicas y políticas. Por ejemplo, las categorías "indio" o "negro", actuarían en un primer nivel como encubridoras de diferencias al interior de cada uno de los grupos previas a la uniformización producida por esa misma categoría; pero, una vez asumida y resignificada desde el grupo oprimido, ésta se convierte en un recurso simbólico con potencialidad para interpelar desde una unidad de reivindicaciones. En síntesis -para Wolf-, estas identificaciones étnicas no constituirían relaciones sociales "primordiales", sino que su puesta en foco sería producto histórico de la segmentación del mercado de trabajo bajo el capitalismo.
   Si bien consideramos que el concepto desarrollado más arriba debe ser contextualizado en los referentes empíricos que Wolf utilizó para construirlo y por lo tanto su uso debe ser cuidadoso para la realidad que estudiamos, el mismo nos posibilitó identificar al menos uno de los factores que operan en el proceso de diferenciación y las formas que adquieren las relaciones interculturales al interior del mercado de trabajo hortícola.
   Con respecto a nuestro referente, en el discurso de diversos actores asociados a la producción, aparece una representación mas o menos unificada del sector hortícola de La Plata como compuesto por una serie de conjuntos, definidos en términos que hacen alusión a pertenencias étnico-nacionales: italianos-criollos-bolivianos y otros. Más allá de la coincidencia empírica, cada uno de estos grupos es ubicado en un determinado lugar en el proceso de producción y trabajo. Los italianos son productores-patrones, los criollos temporeros en determinadas tareas, sobre todo el embalaje, aunque también medieros, los bolivianos son fundamentalmente medieros, temporarios o estables. La categoría "bolivianos" uniformiza a todos los migrantes provenientes de diferentes regiones de Bolivia, así como también a algunos argentinos oriundos de las provincias del norte. A su vez, esto se actualiza en la presentación de la propia persona que muchos bolivianos despliegan en distintas circunstancias. Esto último ligado a la precariedad de situaciones irregulares de documentación. Ambos casos muestran una ambigüedad siempre presente en las adscripciones étnicas tanto atribuidas como auto-atribuidas. La categoría "criollos", que agrupa a los trabajadores provenientes de provincias argentinas, sin distinción inicialmente, es asociada con el trabajo temporario. Los así llamados "criollos" aparecen con atributos positivos y negativos que se asocian con el desempeño laboral. Las comparaciones que se efectúan con los bolivianos implican en todos los casos registrados posibilidades de conflictividad y reclamos en torno a las condiciones de trabajo por parte de los primeros, "son buscapleitos", mientras que los segundos, aun en condición de mediería, "actúan como empleados". Sin embargo, bajo las mismas condiciones, se afirma que "son buenos para empujar al 'patrón'" en busca de mejores ganancias. Las mismas valoraciones adquieren matices diferentes (en sentido de positividad o negatividad) según sea el caso caracterizar como "socio" o como empleado. La ambición, la claridad para perseguir intereses a costa de circunstancias y sacrificios -atributo que aparece en la caracterización de ciertos medieros bolivianos- adquieren un valor agregado en situación de mediería. Si el caso es la relación de dependencia, esas "cualidades" aparecen actuando en detrimento de la generación de una relación de " confianza ", basada en este caso en la fidelidad, el respeto y la permanencia. La entereza física ante la dureza de las condiciones de trabajo, la capacidad de "resistir" privándose de los consumos definidos localmente como los más elementales, son otras identificaciones asignadas a los bolivianos y valoradas en este caso positivamente por los productores locales. Las mismas son mentadas en algunos casos como cualidades "raciales" (en el sentido de vincularlas a cuestiones hereditarias a nivel biológico entendidas como raciales). No está ausente de esta apreciación la auto-definición por parte de los propios bolivianos. La capacidad de trabajo es el principio identificador que nuestros entrevistados (en coincidencia con los hallazgos de otras investigaciones) utilizan como elemento privilegiado tanto para definirse como un colectivo particular como para ser esgrimido como principal factor de búsqueda de legitimación local o estrategia de incorporación. Dicho principio aparece caracterizado a la vez como capacidad física y como cualidad moral e implica un universo de rasgos diacríticos sintetizados en la predisposición y capacidad para el trabajo como estado "natural" del cuerpo y el alma : "El amor a la tierra... lo llevamos en la sangre, no necesitan transmitirlo, lo llevamos adentro" (Entrevista a esposa de mediero). Por otra parte, en cuanto a los ejes que organizan el relato de la propia historia, la experiencia infantil del trabajo está fuertemente presente, cuestión que además incluye la incorporación temprana a las distintas tareas rurales en tanto aprendizaje y su centralidad en el horizonte de lo posible como proyecto de vida, lo que muestra además las presiones y constricciones estructurales en la conformación de la subjetividad. A modo de ilustración, transcribimos un fragmento de entrevista.

"A los 7 años, allá en el campo, en San Andrés (Tarija) mi deber era cuidar las ovejas, cuidar las vacas... aprendíamos como se siembra papa, maíz, trigo, arvejas... yo quería ir a la escuela y mi padre me decía: para que eso? Eso es para los que viven en la ciudad, para los abogados, para los secretarios, vos lo que tenés que aprender a cultivar la tierra, vos lo que tenés que aprender es cómo se siembra una papa, cómo se siembra el trigo, el maíz, la arveja, en que época... eso me enseñaron". (Entrevista a mediero).

   En el contexto de nuestro interés, pensar al migrante como portador y protagonista de una cultura integrada homogéneamente que, en contacto con la nueva situación, es "conservada" o transformada en su totalidad, constituye una simplificación. El sistema de relaciones imperante al momento de su incorporación incidirá de modo diferencial en la percepción de la situación total por parte de los sectores implicados, en el recurso, también diferencial, al "equipamiento" cultural que cada grupo de migrantes trae consigo, en la reinvención localizada de ese patrimonio y en las estrategias efectivas de inserción y de recepción.
   Esta interacción dinámica de historia vivida y contexto produciría la puesta en acto específica de capacidades o "cualidades" diferenciales susceptibles de valoración -tanto positiva como negativa- por parte del conjunto de actores intervinientes según su situacionalidad en el sistema, que funcionan a la vez como estrategias de inserción de los distintos grupos interactuantes -en este caso específicamente en el mercado de trabajo, pero con connotaciones en otros planos de relación- y como categorías clasificatorias de los mismos al interior de la sociedad receptora (Cfr. Archenti y Tomás, 2001 y 2004).
   Entendemos que la autoadscripción como boliviano en la esfera del trabajo (en el caso específico que presentamos), responde de una manera funcional al sistema de relaciones imperante. En este sentido, coincide en gran medida con una "identidad atribuida" que si bien es manipulada por parte del colectivo con la finalidad de acceder al mercado laboral -constituyendo así una estrategia que lo beneficiaría-, por otra parte actualiza una construcción estereotipada cuyo fundamento está constituido por criterios de orden biológico -racial- que se combinan con otros "rasgos" del orden de lo cultural (la "lentitud", la "sumisión", el "laconismo") -también entonces heredados biológicamente- los cuales estarían "disponibles" para ser utilizados en otros contextos, reproduciendo y/o profundizando actitudes xenófobas.  

3. La especificidad de la dimensión de género

   Hasta entrada la década del 90, la especificidad de una dimensión de género no había sido encarada en investigaciones sobre migración limítrofe en la zona de Buenos Aires y Gran Buenos Aires, a excepción del trabajo de Benencia y Karasik (1994) sobre feriantes bolivianas en la zona de Florencio Varela . Nuestras propias investigaciones sobre migración e identidades étnico-nacionales no se focalizaron anteriormente sobre la perspectiva de género en la experiencia migratoria. La decisión de explorar representaciones, prácticas y estimación de las consecuencias de la migración en el caso de las mujeres, partió de algunos hallazgos de trabajos de campo previos y de perspectivas sobre la condición de las mujeres en situación de migración presentes en otras investigaciones. Al respecto es central puntualizar el proceso de doble estigmatización al que suelen verse sometidas las migrantes en las sociedades receptoras: a la discriminación potencial devenida de su condición de inmigrantes se debe añadir aquella también potencialmente asociada al género. Este fenómeno constituye un elemento ineludible al momento de analizar la especificidad de la experiencia de las mujeres en la migración y contribuir al diseño de políticas que atiendan a la multidimensionalidad contenida en los movimientos de población.
   En términos generales podemos afirmar que la información recogida sobre la experiencia migratoria proviene en gran parte del caso concreto de los hombres, los cuales son portavoces del grupo familiar en las entrevistas, apareciendo de esta manera supeditados las mujeres y los niños a la lógica de la carrera migratoria emprendida por los hombres de la familia, sus propios procesos de trabajo en términos de "ayuda" y sus redes de relación como extensiones del ámbito doméstico-familiar. En este sentido y e n relación a los roles de género como parte integrante de los factores causales de la migración, se ha encontrado, por ejemplo, que las relaciones de género, los roles y las jerarquías influencian el proceso migratorio y, en particular, las probabilidades de migración de hombres y mujeres, produciendo diferentes resultados migratorios (c fr. Grieco y Boid, 1998). El género puede ser un elemento crucial en las percepciones y las condiciones que facilitan o frenan la migración. En particular en América Latina (donde la migración femenina es calculada en un 56% del total), la Directora del Instituto Internacional de Investigación y Capacitación de Naciones Unidas para la Promoción de la Mujer (INSTRAW), Carmen Moreno, señala: "se ha establecido una obligación adicional para las mujeres, quienes siguen siendo las responsables del cuidado, la salud, la educación y además ahora ya emigran como proveedoras económicas".
   Al respecto, varios trabajos señalan el creciente desarrollo de estrategias de mujeres como motorizadoras de su propia migración, del desplazamiento familiar y del establecimiento de relaciones con la sociedad receptora a través de la participación en diversos tipos de instituciones formales e informales (cfr. Ariza, 2000; Hugo, 1999; Farah y Sánchez, 2001; Lipszyc y otros, 2001, Morrison y otros, 2008).
   En el contexto de nuestro trabajo de campo con mujeres bolivianas asociadas al ámbito de producción y comercialización de productos hortícolas, con residencia en La Plata y Gran La Plata , centrado en relevar la experiencia particular de las mujeres en cuanto a la migración y la eventual incidencia de la misma sobre las distintas esferas de la vida, profundizamos en una serie de tópicos entre los cuales -por la especificidad del presente artículo- presentamos a continuación referencias a lo que denomináramos la "esfera valorativa" y las "auto-representaciones y hetero-representaciones en relación con la sociedad local".

3.1. Referencias a la esfera valorativa

   En cuanto a este aspecto y aunque los datos obtenidos son escasos, dada la reticencia a responder sobre determinadas cuestiones, ciertos diacríticos identitarios están en coherencia con las respuestas formuladas por hombres (cfr. punto anterior cuestión de identificación en el trabajo), aunque los énfasis marcan diferenciales atravesados por la condición y la experiencia de género. Así, en cuanto a aquellos valores transmitidos por los padres en la crianza y que ellas consideraban importante legar a sus hijos, se aludía en primera instancia a la capacidad y dedicación al trabajo, marcando la resistencia física ante el mismo. Asimismo el ahorro es destacado como actitud y aptitud. El respeto, la humildad y la obediencia en el trato hacia los mayores aparecen como una constante en las respuestas. Los contenidos de estos valores son ilustrados con actitudes tales como mantener silencio frente a los mayores, no responder frente a interpelaciones por parte de adultos, aceptar las decisiones paternas. Son generalizadas las referencias a la habitualidad del castigo físico, tanto por parte de sus progenitores (se alude sobre todo a la figura del padre, y se asocia -a manera de explicación- al consumo excesivo de bebidas alcohólicas) como de los maestros. En el discurso aparece una alusión ambigua a la continuidad de estas prácticas en el contexto del país receptor (en este caso con respecto a los maridos). Aparece asimismo una diferencia entre los niños socializados en Argentina y en Bolivia, considerando favorable el primer caso, en el marco de actitudes más "alertas" y contestatarias por parte de estos. A la vez hay un rescate de la obediencia o respeto hacia los mayores.
   Otro tópico -en estrecha relación con la esfera valorativa- se encuentra constituido por la división de roles de género -clara y terminante, desde el punto de vista de nuestras entrevistadas, en Bolivia- en la cual las niñas han sido inducidas a aprender desde edad temprana -6 años, aproximadamente- las tareas domésticas, colaborando con la madre, amén de la "ayuda" en tareas agrícolas. La escolarización de la muestra no supera el nivel primario. Respecto de esto y en cuanto a los valores que se desea inculcar a los propios hijos, actualmente todas nuestras entrevistadas privilegian la educación formal, proyectando para los mismos un destino diferente al propio, más allá de la correspondencia con las condiciones objetivas. Por otra parte, cabe destacar que la crianza de los hijos aparece como prerrogativa de las mujeres. Son ellas quienes se encargan de cuidarlos, alimentarlos, llevarlos a la escuela o a la unidad sanitaria. En el discurso, tanto la crianza como las tareas domésticas caen "naturalmente" dentro de las actividades femeninas, si bien las mujeres más jóvenes mencionan que aquí -a diferencia de lo que, afirman, sucede en Bolivia- sus maridos "ayudan". Al respecto, cabe preguntarse si la experiencia migratoria configura una posibilidad de empoderamiento para estas mujeres, en el sentido de la transformación hacia pautas de relaciones más igualitarias, relacionadas asimismo con nuevas alternativas en el campo laboral, y sus consecuencias directas en el plano económico financiero (por ejemplo, trabajo pago fuera del hogar y manejo de dinero). No obstante, estas últimas situaciones también han estado presentes en el país de origen, siendo que la mujer de sectores campesinos y urbanizados adquiere un valor económico temprano que implica grados de autonomía significativos en la propia Bolivia (cfr. Balán, 1990).

3.2. Auto y hetero-representaciones frente a la sociedad local

   Las relaciones con la sociedad local se concentran en el ámbito del trabajo y los servicios de salud y educación. Ante preguntas que aluden a la comparación, similitudes y diferencias entre las mujeres argentinas y bolivianas, se coincide en principio en restarle importancia. Sin embargo a lo largo de la relación van surgiendo, con respecto a las argentinas, caracterizaciones fenotípicas que aluden a diferencias de estatura, color de tez, pelo, forma de los ojos; unidas al "arreglo", la "expresividad", el tono "alto" y "firme" de voz, la realización de ciertas prácticas interpretadas como expresando mayor libertad de género, tales como fumar, manejar, beber, salir a bailar.
   Al hablar de la "mujer boliviana", en principio se limitan a la diferencia fenotípica, y luego marcan cambios en algunas prácticas propias que, si no vinculan de manera directa con la migración, pueden asociarse a la misma en la comparación temporoespacial ahora, acá/ antes, allá. El arreglo personal -como el uso de polleras o el peinado-, el cambio en el uso predominante del idioma (quechua-castellano), la actitud "sumisa" o contestataria. Como características inherentes al colectivo -aduciendo en casos explicaciones que retrotraen a "la sangre" o "la raza"- se destacan la capacidad de trabajo y el empeño puesto en lograr objetivos de índole económica. Con respecto a estos últimos, no olvidemos aquí que en el caso de las mujeres que se dedican a la comercialización en puestos de venta, son ellas quienes protagonizan las diferentes etapas del proceso, traduciendo en su práctica una amplia experiencia en el manejo pecuniario, destreza en el cálculo matemático, habilidades para lidiar con las reglas y rituales del mercadeo, entre los cuales el regateo, la puja y la negociación ocupan un lugar fundamental. La mujer boliviana, en fin, sería más "trabajadora", más "luchadora" que la argentina. Cuestiones que -como afirmáramos más arriba en términos de valoraciones- replican las auto-representaciones expresadas por los hombres que hemos entrevistado en etapas previas de la investigación.
   A los fines del presente artículo no abundaremos en cuestiones referidas a la heterogeneidad al interior del colectivo vinculadas con otros ejes de construcción de identidades sociales, cuales son la clase y las diferencias regionales.(3)
   Por su parte, los discursos de personal de establecimientos educativos, de salud y propietarios y clientes argentinos coinciden en mencionar bajo los genéricos "boliviana" o "bolivianos" o "bolitas", características que subsumen diferencias, estableciendo una homogeneización que construye un estereotipo. El mismo incluye caracterizaciones fenotípicas y se extiende a prácticas y valores, fundamentando así las diferencias en cuestiones "biológicas" tanto como "culturales". Si bien proporcionalmente los rasgos atribuidos son en su mayor parte de valoración negativa, existe una ambigüedad y en casos una valoración positiva, tal es lo referente a la actitud "respetuosa" y a la capacidad de trabajo. Por otro lado se enfatizan diferencias en los criterios de higiene -sucias-, de consumo -tienen dinero pero viven de manera miserable-, los pares de oposiciones: lentas para entender/ rápidas con las cuentas y sumisas/ventajeras. A esto se agrega una acusación de manipulación del status de "pobre": -siempre están tratando de sacar ventaja-; -mandan a sus hijos al comedor escolar aunque no lo necesiten-; -se quejan de no tener dinero pero los hijos asisten a colegios privados-. A la vez, en el caso de quienes realizan prácticas que salen del estereotipo asimilado a la clase, surge la sospecha del origen dudoso de los ingresos, asociándose los mismos con el tráfico de drogas. Otras contradicciones se detectan en la alusión a la oposición entre la actitud sumisa y el silencio vs. un manejo de la oralidad eficiente cuando "quieren conseguir algo".
   Es recurrente asimismo que los agentes de salud mencionen, además de la cuestión arriba citada con respecto a la higiene, la renuencia a parir de acuerdo con los cánones establecidos por el sistema médico local.

4. Reflexiones finales

   La experiencia de la migración puede incidir en el proceso de construcción de identidades sociales al actuar sobre los ejes de referencia en la interrelación nosotros/ ellos. En este sentido es posible que se activen mecanismos por los cuales se pongan en acto procesos de selección y combinación o recombinación de ciertos rasgos que conduzcan a la conformación de sujetos colectivos de diverso tipo -étnico-nacional, de género, religiosos- y a la vez influir a nivel del sujeto individual.
   En las dos dimensiones analizadas podemos visualizar la homogeneización de imágenes de base que a la vez funcionan como aglutinadores (con las características de los frentes específicos) hacia el adentro y como representación de una "cara social" (en el sentido atribuido al concepto por Goffman, 1970) que permita posicionarse desde cierto lugar hacia el afuera (léase sociedad local).
   En ambos casos registramos la presencia -tanto en migrantes como en locales- de una apelación a factores "culturales" y culturalmente mentados como "bio-lógicos" o "raciales" como marcadores identitarios. De manera crítica, se trataría de una condición de predisposición al esfuerzo y resistencia en el cuerpo y en la actitud del mismo que lo hace especialmente calificado para el trabajo.
   En el ámbito específico de la producción hortícola, esto se traduce en un nivel de coincidencia entre las auto-representaciones y las representaciones desde el afuera. En cuanto a las primeras, se trataría de poner en evidencia una ventaja comparativa (basada en un claro proceso de auto-explotación, de naturalización/invisibilización del trabajo familiar y, en medieros o productores bolivianos capitalizados, del de connacionales) que posiciona favorablemente en el mercado de trabajo y es funcional a las relaciones sociales imperantes.
   Con respecto a la caracterización de los locales en relación con los migrantes bolivianos, la homogeneización bajo el genérico nacional apela a un referencial 'físico¨ para construirlos como colectivo, encuadrándolos por metonimia en el biotipo estigmatizado del "cabecita negra", o, en una transposición metafórica, valorizando sus condiciones para el trabajo hortícola en términos que por una parte referencian a una condición de naturaleza (la predisposición física) y por otra a una naturaleza domesticada (la virtud moral de resignación y empecinamiento de esfuerzo ante la adversidad del mismo trabajo).
   En cuanto a los diferenciales que las mujeres entrevistadas marcan con respecto a las "argentinas", asociadas parcialmente a un mejor posicionamiento de género -que aparece en entrevistas referenciando a formas concretas de interrelación entre mujeres y hombres-, podríamos retomar aquí la pregunta que nos hiciéramos más arriba sobre las posibilidades de cambios de la situación de las migrantes en el contexto de la migración.
   Las migraciones, en tanto fenómeno de potencial desplazamiento de todos los ejes de relación e identificación, crean condiciones de ruptura, de movimientos y de cambios, que modifican en diferentes direcciones tanto las relaciones de género, como étnicas, de edad y de clase. A la vez, generan situaciones de solidaridad y permiten el surgimiento de redes sociales.
   Los cambios posibles deben contextualizarse en la situación -personal e intransferible, aunque cruzada por determinaciones étnico-culturales, de clase y género- de las mujeres en el contexto previo a la migración; las modalidades de la misma: solas (aunque respondiendo a estrategias de reproducción o ampliación de recursos familiares) o acompañando a sus cónyuges e hijos (el caso de nuestras entrevistadas); las inserciones de trabajo en el nuevo destino, precarias o más o menos formalizadas, como parte del grupo productivo en las quintas combinado o no con trabajo asalariado fuera de las mismas o directamente como asalariadas (todas estas formas relacionadas además con el carácter regular o irregular de la residencia); las formas de inclusión/exclusión practicadas por la sociedad local; la participación en relaciones o instituciones de diverso tipo. A este último respecto debemos puntualizar que nuestras entrevistadas aducen una limitada vida social, la cual se vincula con la optimización del tiempo de trabajo; agregándose como un factor que incide el aislamiento relativo de quienes viven en la zona hortícola. Se desprende de las entrevistas una naturalización del uso del tiempo asociado a productividad/ trabajo, en concordancia con uno de los aspectos mencionados al hablar de la esfera valorativa, y que además se vincula con la lógica de acumulación expresada en términos de ahorro.
   Las mujeres con las que trabajamos prefiguran en el destino de sus hijas (e hijos) con posibilidad de una mayor escolarización, la perspectiva de relaciones más igualitarias -fundamentalmente en el seno de la familia-, cuestión que coincide con lo expresado por aquellas entrevistadas más jóvenes en el sentido de una mayor equidad inter-género en el trabajo doméstico y en general en las relaciones entre hombres y mujeres. En ese sentido, y de acuerdo a nuestros datos de campo, podemos hipotetizar que la neolocalidad, la ausencia de determinadas figuras y roles familiares en el nuevo lugar, pueden constituir una posibilidad de modificaciones en las relaciones de género.
   Las presiones y limitaciones ejercidas por el contexto (algunas de las cuales mencionáramos más arriba), unidas a la construcción de nuevas formas de experiencia o la resignificación de anteriores en la situación actual, configurarán la posibilidad o no de esos cambios y la dirección de los mismos.
   En cualquier caso, los bolivianos componen una "cara social", en el sentido de un efecto de mostración hacia adentro y afuera, de la posesión de ciertas características como colectivo que los hacen acreedores a un derecho moral a esperar que otros los valoren y los traten de un modo apropiado.

Notas

(1) Enmarcados en los Proyectos de Investigación: " Estudio social regional y desarrollo local de la región rural periurbana de La Plata " (dirigido por Roberto Ringuelet), " La experiencia de la migración desde la perspectiva de mujeres migrantes de origen boliviano. Aspectos personales, familiares y sociales" y "Relaciones interculturales y construcción de alteridad con respecto a inmigrantes extranjeros de origen boliviano y asiático en La Plata " (dirigidos por Adriana Archenti).

(2) No debe olvidarse que, de hecho, un sujeto pertenece simultáneamente a varios sistemas clasificatorios -según el referente sea etnia, sexo, edad, clase, religión, etc.- que de acuerdo al contexto se actualizan priorizando uno u otro eje.

(3) Si bien trasciende los objetivos de este artículo, cabe al menos mencionar que en la formación del Estado en Bolivia es central la incidencia de la diversidad de grupos étnicos contenida dentro de los límites territoriales y sus vinculaciones con la estructura de clases, condiciones ambas que generan conflictos hasta el momento no resueltos, cuestión plenamente reflejada -a modo de ejemplo- en los movimientos separatistas actuales al interior de ese Estado.

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Fecha de recibido: 28 de julio de 2008.
Fecha de publicado: 7 de enero de 2009.

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