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Mundo agrario

versão On-line ISSN 1515-5994

Mundo agrar. vol.23 no.53 La Plata nov. 2022

http://dx.doi.org/https://doi.org/ 

Artículos

Cooperativa y ruta. La pandemia de COVID-19 como catalizador de procesos sociales. El caso de la Cooperativa Mercoflor Limitada, La Plata (Buenos Aires, Argentina)

Cooperative and route.The Covid-19 pandemic as a catalyst for social processes. The case of Mercoflor Limited Cooperative, La Plata (Buenos Aires, Argentina)

José Martín Bageneta1 

1Centro de Estudios e Investigaciones Laborales - Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas(CEIL-CONICET)

Resumen

Describimos y analizamos el modo en que los acontecimientos desatados por la pandemia de COVID-19 catalizaron procesos sociales agrarios de largo aliento, para lo cual interrogamos las relaciones entre lo emergente y lo estructural; lo hacemos a partir del caso de una cooperativa florícola platense (Buenos Aires, Argentina) y reconocemos los cambios en estructura social agraria, base social y culturas organizacionales. Concluimos que las consecuencias de la situación novedosa, como el cierre del mercado de comercialización,tuvieron diferentes respuestas debido a las mutaciones sociales pre-existentes. Sostenemos un abordaje cualitativo con centro en entrevistas en profundidad y análisis de fuentes documentales.

Palabras clave La Plata; Cooperativas; Floricultura; Culturas organizacionales; COVID-19

Abstract

We describe and analyze the way in which the events produced by the covid-19 pandemic catalyzed long-term agrarian social processes, for this we pay attention to the relationships between the emergent and the structural aspects. We take the case of a floricultural cooperative from La Plata (Buenos Aires, Argentina) and recognize changes in: agrarian social structure, social base and organizational cultures. The conclusión is that the consequences of the novel situation, such as the closure of the commercialization market, have had different responses due to pre-existing social mutations. This article is based on a qualitative approach center in-depth interviews and analysis of documentary sources.

Keywords La Plata; Cooperative; Floriculture; Organizational cultures; Covid-19

Introducción

“(…) no tenemos esa esencia de ir a cortar la calle.

Si bien algunos socios nos han manifestado

para acelerar ese proceso de apertura del mercado,

cortar las calles y demás, no lo aceptamos, no lo aprobamos” (A1, 2021).

El dirigente florícola y cooperativo reconocía en sus palabras opciones: cortar o no la ruta. Opciones que delimitan posteriores episodios. A su vez, subrayaba identidades de largo aliento. Las líneas entre lo emergente y lo estructural conforman el material sobre el cual nos hemos interrogado. En tanto cientistas sociales y humanos, queremos dotar de relieve a los hechos, conocer los procesos sociales y culturales subyacentes que expresan las distinciones entre integrantes de una cooperativa ante acontecimientos extraordinarios.

En tal sentido, pretendemos describir y analizar el modo en que los acontecimientos desatados por la pandemia del COVID-19 catalizaron procesos sociales agrarios de largo aliento. Para ello, reconocemos los cambios en la base social de la Cooperativa de Productores de Flores y Plantas Mercoflor Ltda. (Mercoflor) de la mano de los acontecidos en la estructura agraria, así como las culturas de la organización, para luego comprender en un suceso (cierre del mercado) las diferentes respuestas.

Ubicada en la localidad Melchor Romero (oeste platense), la Cooperativa se enmarca dentro del modelo organizacional no reivindicativo, propio de las cooperativas argentinas de la primera mitad del siglo XX. Fue creada en 1998 con el impulso –entre otras, como la portuguesa- de la colectividad japonesa y sus organismos internacionales tras la separación de la Cooperativa Argentina de Floricultores (CAF).

Mercoflor cuenta con 6 trabajadores para el espacio de comercialización mayorista de flores y plantas; sus 130 asociados se distribuyen en 77% dedicados a las primeras y 23% a las segundas, a lo cual se suma una importante cantidad de inquilinos en puestos de venta, que representan el 50% de ingresos operativos y, en algunos casos, empleados de los propios productores que se ocupan de la venta. Encontramos que el tipo de cultivo, junto con los orígenes culturales, distinguen pertenencias y espacios dentro de la organización (cada cual en un galpón). Hubo transformaciones relevantes en cuanto a la composición social, con mayoría de migrantes bolivianos (o descendientes), quienes portan otras experiencias organizativas, y disminución del número de vendedores de flores y la aparente consolidación del espacio viverista. Estas distinciones se evidencian en las culturas organizacionales de la asociación.

En el marco de la pandemia del COVID-19 en marzo de 2020, las primeras medidas de aislamiento obligaron el cierre del mercado. Luego de dos meses, mientras se daban gestiones de parte de la dirigencia con el gobierno municipal, alrededor de diez asociados decidieron vender su producción a la vera de la ruta provincial 36, tras lo cual se autorizó el funcionamiento con protocolos de la institución. Nuestra hipótesis de trabajo es que las condiciones generadas por las medidas adoptadas como respuesta a la pandemia evidenciaron tensiones pre-existentes entre distintas culturas de Mercoflor y que, a su vez, develaban modificaciones –en progreso- de su base social, en sintonía con lo que acontecía previamente en la horticultura platense.

Si bien no encontramos una gran diversidad de antecedentes en lo relativo a la faz socio-productiva de la floricultura local (Nieto, 2015; Cieza, 2014), sí los hay sobre el campo temático organizacional en general. Diversos autores identificaron un quiebre organizativo en la región hacia comienzos del nuevo milenio, de la mano del mayor grado de autonomía productiva (desde peones a productores) de los horticultores –principalmente bolivianos-, la búsqueda de reconocimiento sectorial y político, junto a las políticas de promoción estatal y la autoafirmación cultural boliviana. Hay quienes pusieron centralidad en la pertenencia étnico-nacional para la comprensión del proceso organizativo y las experiencias que lo forjaron (Garat, 2003).

En continuidad con dicho quiebre, los productores han evidenciado una discontinuidad de la memoria histórica en tanto los “nuevos” (comunidad andina) no identificaron las luchas previas (de los migrantes de ultramar) (Fernández y Lemmi, 2018). Los grupos culturales han convivido bajo relaciones sociales mutables a lo largo del tiempo, como patrones, medieros y peones, con las tensiones propias de esas posiciones en la estructura social agraria.

En relación con los señalamientos previos, desde nuestra perspectiva teórica identificamos la necesidad de estudiar las culturas de las organizaciones, en tanto microsociedades con dinámicas de sentido, comprensión y significado propias; habitadas por subculturas (grupos, facciones) con herramientas culturales (mitos y rituales) de muy diversa índole, así como cristalización (formalización) de intereses dispares. El tipo de organización se relaciona directamente con la composición de su base social; cuando esta sufre modificaciones, las prácticas pueden mantenerse dentro de canales formales provisionalmente estables, pero expresando tensiones en planos informales.

En tanto, según los datos relativos a la estructura social agraria, hubo procesos distintivos de la floricultura platense (respecto de la horticultura): minifundismo extendido con alto nivel de propiedad (aunque en posible descenso), avance en producción –en menor grado que horticultura- de migrantes limítrofes (en particular, bolivianos), disminución del número de explotaciones y la primacía de flores de corte (en relación con las ornamentales).

En cuanto a la base metodológica, en nuestro estudio hemos optado por un abordaje cualitativo con centro en entrevistas en profundidad a asociados, dirigentes y técnicos (con anonimato y codificación). A ello se suman el análisis de fuentes documentales de la entidad (actas de reunión, asamblea y ejercicios económicos), estadísticas secundarias y material de índole periodística. Destacamos que las entrevistas fueron cubriendo una muestra no probabilística, según el diseño de un triángulo teórico-metodológico de índole productivo-organizacional y cultural que comprendió cuotas según: tipo de productor según los factores trabajo, capital y tierra; grado de afiliación y participación en la asociación (años en la organización y función dirigencial); pertenencia a distintas colectividades migrantes (Marradi, Archentiy Piovani, 2007).

Hemos organizado el artículo en cinco apartados, con un hilo de sentido para arribar a reflexiones e interrogantes finales. En el primero definimos la perspectiva teórica para la comprensión de la relación entre base social y culturas de organizaciones. Luego, en el segundo, describimos sintéticamente la estructura social agraria del cordón agrario platense, con hincapié en la floricultura. En el tercero demarcamos los rasgos del caso de estudio sobre variables de índoles socio organizacionales, para en el cuarto centrarnos en la caracterización de la base social, mutaciones y narraciones. Luego, con el trasfondo del recorrido por estructura, organización y culturas, pasamos a analizarlas narraciones sobre lo acontecido ante el COVID-19 y el cierre del mercado.

Ruta y organizaciones

En este apartado compartimos el andamiaje teórico con el cual analizamos el caso, con una amalgama de campos disciplinares y perspectivas, dadas las características de nuestro objetivo.

En primer lugar, entendemos la “novedosa” pandemia alejados de una óptica episódica. La posibilidad de existencia del contagio fue continuidad de un proceso de mercantilización (y destrucción) del capitalismo liberal: quiebre entre ambiente y comunidad (Polanyi, 2017). El neoliberalismo, con el dominio del capital financiero global y su instantaneidad sobre las cadenas primarias, desarticuló las regulaciones nacionales. Condiciones que hicieron posible el contagio no sólo del virus, sino –también- de la crisis económica (Rubio, 2015; Van der Ploeg, 2020). Ante la pandemia, los Estados actuaron discrecionalmente sobre el tejido social, así como retomaron su faz social del período de bienestar (Svampa, 2020).

En segundo lugar,desde las ciencias sociales definimos las cooperativas agropecuarias en la Argentina contemporánea1 (Bageneta, 2019) como conformadas mayoritariamente por actores sociales subordinados al modelo agrario dominante que persiguen intereses y aspiraciones económicas, sociales y culturales. Según su base social (campesina o de mayor capitalización), varían en sus actividades. Cuentan con variables niveles de burocratización interna y adopción de modelos empresariales, que pueden tensionar los principios identitarios de democracia y propiedad conjunta presentes en su definición normativa nacional e internacional.2 A su vez, construyen y disputan el territorio con el Estado y con otras entidades del espacio social según sus distintos niveles de conciencia y organización.

Entendemos que las organizaciones son microsociedades con dinámicas de sentido, comprensión y significado propias; a su vez, son habitadas por subculturas de muy diversa índole, así como presentan cristalización (formalización) de intereses dispares. Un ejemplo son los grupos étnicos que “llegan a crear divisiones subculturales dentro de la organización, surgiendo diferentes normas y modelos de comportamiento que impactan crucialmente con el funcionamiento cotidiano de la organización” (Morgan, 1990, p. 115).

Por otro lado, desde un abordaje antropológico definimos los mitos: son herramientas culturales frente a los avatares de la existencia humana que, puestos en juego ante circunstancias particulares, permiten significar la realidad que los integrantes de los grupos atraviesan. Mitos y rituales asimilados a “modos de hacer afirmaciones sobre las relaciones estructurales” con un sentido, pues “la narración de la historia tiene un propósito; sirve para validar el estatus del individuo que cuenta la historia” (Leach, 1973, p. 287).

Cada relato presentará versiones diferentes según los intereses de quienes los elaboran; integramos al desarrollo de culturas organizacionales la noción defacciones en tanto grupos particulares dentro de la división del trabajo de una cooperativa (por ejemplo, no será lo mismo la dirigencia, los socios o los trabajadores) y, a su vez, es importante comprender dentro de qué mundo ideológico e historia generacional se encuentran sus integrantes (Rakopoulos, 2015). Por lo tanto, la relación entre mitos y facciones nos permite advertir la politicidad de cada narración: “cualquier sistema social, por estable y equilibrado que sea, contiene facciones opuestas, por fuerza deben existir distintos mitos que validen los derechos concretos de los distintos grupos de personas” (Leach, 1973, p. 300). En este concepto, por lo tanto, sumamos la posibilidad de oposición entre proyectos societales.

Por último, dentro de las culturas organizacionales, suponemos que es plausible la presencia de distintos repertorios de contestación en tanto “conjunto limitado de rutinas aprendidas, compartidas y actuadas a través de un proceso de elección relativamente deliberado. Los repertorios son creaciones culturales aprendidas, pero no descienden de la filosofía abstracta ni toman forma como resultado de la propaganda política, sino que surgen de la lucha” (Tilly, 2002, p. 31).

En tercer lugar, e integrado con el planteo previo, creemos central el caracterizar la base social sobre la que se componen las culturas. Las cooperativas agropecuarias “no pueden ser consideradas de manera aislada de las bases económicas y sociales sobre las que están fundadas” (Chayanov, 2017, p. 56).

En cuarto lugar, incorporamos distintas teorizaciones que tipifican las organizaciones del agro según las distintas motivaciones que persiguen. Un modelo es el de organizaciones económicas o no reivindicativas, que se limitan a llevar adelante reivindicaciones no integrales (se limitan a un solo aspecto del productor), con demandas de índole económica, sin “gimnasia” de movilización. Son un ejemplo las cooperativas agropecuarias argentinas que datan de la primera mitad del siglo XX: si bien portan un arraigo ideológico (cooperativismo de raigambre europeo), suelen desplegarse prioritariamente bajo el aspecto económico.

Otro modelo lo compone una multiplicidad de formas organizativas denominadas reivindicativas, gremiales o multifuncionales. Si bien cada uno de estos conceptos implica distintos elementos, no siempre co-presentes, subrayamos el carácter que asumen experiencias de la agricultura familiar, universalistas debido a que actúan simultáneamente en esferas económicas, sociales y políticas para obrar concretamente en el campo económico. No suelen estar formalmente constituidas y su creación puede originarse en iniciativas propias o, mayormente, desde el Estado u organizaciones de la sociedad civil. Nos interesa subrayar que estas categorías no son estáticas: los sujetos sociales pueden participar en varias organizaciones con distintos rasgos y, a su vez, los agrupamientos pueden comprender carices en tensión. Así, como veremos, el caso de estudio comprenderá la tensión entre los idearios de ambos modelos organizacionales.

En quinto lugar, entendemos la necesidad de definir el concepto de territorio como espacio de gobernanza, apropiado, “hecho cosa propia, en definitiva, el territorio es instituido por sujetos y grupos sociales que se afirman a través de él” (Porto-Gonçalves, 2008, p. 42). Existen, como veremos en nuestro caso de estudio, múltiples territorios según las acciones para controlar el espacio: “cada institución, organización, sujeto, construye su propio territorio y el contenido de su concepto y poder político para mantenerlo” (Fernandes, 2008, p. 6).

Recapitulando, las organizaciones no son unívocas: dentro de una cooperativa pueden convivir mitos y rituales con arraigo en grupos distintos, conviven muchas “cooperativas”; a su vez, habitan en territorios con prácticas de apropiación espacial y motivaciones disímiles. Cada agrupamiento (y en su interior) cuenta con subculturas, mitos y repertorios de intervención propios que, según los procesos sociales, pueden alterar realidades históricas. La pandemia del COVID-19 catalizó realidades sociales y culturales pre-existentes en tal sentido, y las hizo presentes.

Estructura social agraria del cinturón hortícola platense

Si bien la caracterización extensa de la estructura social agraria requeriría la incursión en profundidad en diversos elementos, así como la historización de los procesos, nos referiremos (dado nuestro tema) a aspectos como tenencia, tecnología, trabajo y producción para la horticultura, para luego avanzar sobre los rasgos específicos de la floricultura y el impacto de la pandemia (Margiotta y Benencia, 1995). Cabe aclarar, a los fines teórico-metodológicos, que es preciso dar cuenta de la horticultura porque forman parte de un mismo territorio, con factores sociales y de producción que –a pesar de las diferencias- están en interrelación.

En lo relativo a la caracterización de la estructura social agraria, una primera salvedad es que contamos con datos estadísticos desactualizados y en algunos casos mal registrados. Sin embargo, identificamos un cambio de largo aliento (en mutación) de la estructura del cinturón, sintetizado en el concepto de la llamada “escalera boliviana”. Convivieron procesos de índole diferente: la difusión del invernáculo proveniente del último cuarto de siglo pasado y generalizado en las últimas dos décadas,que llegó al 51% del área hortícola platense en 2015 (Baldini, 2020, p. 108), y la super explotación de la mano de obra con el trabajador boliviano, que permitió mayor plusvalía absoluta (García, 2014, p. 76). A su vez, la informalidad en todos los eslabones de la producción es otro rasgo de importancia.

En cuanto al régimen de tenencia de la tierra hortícola, sobre 4.272 hectáreas totales, entre 2001 y 2005 la propiedad deja de ser mayoritaria, con 47,5%, y en su lugar aumenta el arrendamiento, con 48,1% de las explotaciones: un crecimiento de 153%; a su vez, los segmentos con medieros/asalariados representarían en torno al 35% de las explotaciones (CHFBA, 2005). Según el censo hortiflorícola, había 738 explotaciones en 2005 y estimaciones recientes suponen que rondarían las 3000. Según diversos informantes, no se evidencia un proceso de concentración sino, en todo caso, proliferación de pequeñas explotaciones familiares (menos de 3 ha).

En cuanto al sector florícola, el censo nacional agropecuario de 2018 estimaba que las hectáreas dedicadas a flores de corte en la provincia de Buenos Aires eran 307,3, el 53% del total nacional, con un mismo porcentaje en viveros. Según la encuesta productiva de La Plata en 2012, el partido representaba el 64% de la producción total de varas bonaerenses, mientras que el último dato censal estipulaba que el mismo porcentaje equivalía la superficie para dicho cultivo (EFLP 2012; CNA, 2018). Entre 2014 y 2015, el 52% de las explotaciones de este tipo en el AMBA se encuentran en la zona sur, con un peso determinante de La Plata (31%) y Florencio Varela (12%). Si bien hubo en los años noventa un crecimiento en superficie, tomando fuentes diversas (con la salvedad metodológica del caso) observamos que el número total de explotaciones ha descendido en el partido: de 286 en 2005 a 226 en 2015 (CHFBA, 2005; Nieto, 2015; Morisigue y Villanova, 2016). En cuanto a la ubicación geográfica en el partido, tres localidades (sobre 15) reúnen más del 70% de la producción del sector: Abasto, Colonia Urquiza y City Bell (Cafiero y Cerono, 2003; Cieza, 2014).

En cuanto al tipo de producción exclusiva (o sea que no producen ambas, ornamentales y de corte) en el área metropolitana, los que se dedican a flores de corte se concentran en zona sur (81%) y aquellos que sólo tienen plantas ornamentales, en zona oeste (85%) y norte (72%), mientras que en el sur es mayoritaria la producción bajo cubierta, con 65% del total regional. Las principales especies cultivadas en la zona sur, según su orden de importancia, fueron: clavel, crisantemo, lisianthus (Eustomagrandiflorum), fresia (Freesia), rosa (Rosa hybr.), alstroemeria, gypsophila (Gypsophilapaniculata), gerbera (Gerbera jasmesonii) y clavelina (Dianthus deltoides) (Morisigue y Villanova, 2016).

Los eslabones de la cadena florícola son: 1. abastecimiento de insumos; 2. producción de flores; 3. procesamiento y empaque; 4.comercialización, distribución y venta; 5. consumo (Nieto, 2015). En el cuarto eslabón se encuentra la tarea de la cooperativa que estudiamos. En la década pasada, más del 90% de la producción era mediada por los dos mercados cooperativos de la zona: Mercoflor y CAF; esta última tendría peso mayoritario en la venta de flor de corte (Cieza, 2014, p. 35). A su vez, entre 2015 y 2016 la provincia de Buenos Aires (y el área AMBA) tuvo la mayor cantidad de comercios minoristas dedicados al rubro de las flores, el 64 %, mientras que La Plata tiene alto número de viveros y florerías: entre 74 y 123 establecimientos (Villanova, 2016).

Las dimensiones de las explotaciones demuestran el carácter intensivo de la producción. En la zona sur, éstas son menores a media hectárea (5.000 metros cuadrados) en el 55% para plantas ornamentales y el 46% para corte, mientras que hasta 1 ha son el 30% y el 33%, respectivamente. Por lo tanto, al igual que en horticultura, es mayoritaria la presencia de minifundistas, aunque según el censo hortiflorícola de 2005, se diferencia en la mayoritaria tasa de propiedad, con 87% (frente al 47% hortícola) (Cieza, 2014). Una encuesta (por tanto, fuente de distinto carácter) realizada entre 2014 y 2015 establecía que en la zona sur la propiedad era de 70%, mientras que el arrendamiento significaba el 27%; lo cual podría indicar un descenso en el número de propietarios y un recambio de productores (Morisigue y Villanova, 2016).

En la zona sur del AMBA, el 67% de los relevados (compuesto por 25% opción “no”, 42% “no sabe”) elegía opciones negativas en cuanto a si eran continuadores de la actividad realizada por sus padres. Este dato acompañaría una hipótesis de modificación en la constitución de los productores, con un recambio de floricultores.

En relación con el componente migrante, las fuentes y los datos parecen mostrar que el proceso tiene sus particularidades en relación con la horticultura, con una incursión progresiva de la comunidad boliviana, pero a menor ritmo (Cieza, 2014, p. 33). Cargando con el mismo inconveniente registral que los estudios previos, las entrevistas que hemos realizado en los últimos años evidenciarían una profundización de la presencia de la comunidad del país limítrofe.

Ahora bien, sobre estas condiciones estructurales encontramos las consecuencias de la pandemia del COVID-19 en los resultados parciales de una encuesta de mayo del 2020 a 400 productores de las distintas regiones del país (Villanova, 2020). El 79% de los encuestados afirmaba un impacto alto de la situación y el 82% señaló como el mayor efecto negativo la caída de las ventas. En relación con las fases de la cuarentena, durante la primera (del 20 de marzo a 12 de abril) el 76% señalaba la suspensión total de actividades; en las subsiguientes fases (hasta la IV llega el estudio), las posibilidades aumentaron. A ello se agregaba que sólo el 19% había recibido alguna política estatal en respuesta a la situación, como el Ingreso Familiar de Emergencia (IFE).

En este apartado reconocimos la inserción territorial de la floricultura dentro de un marco de primacía de la horticultura, actividades que tienen un sinnúmero de relaciones en el territorio compartido, así como similitudes y diferencias, por lo cual creímos preciso realizar la caracterización somera de la primera para luego situar la segunda. En cuanto a los aspectos compartidos, destacamos el uso de los mismos proveedores e invernaderos, superficies pequeñas, mano de obra familiar y destino interno de sus producciones. A su vez, un punto intermedio es el carácter migrante boliviano de los productores,que –progresivamente- parece tener mayor peso en las flores (como sucede en la producción de verdura). La floricultura cuenta con una mayor propiedad (en aparente descenso), así como con la presencia de dos mercados cooperativos que evitan modalidades de mediación.

Cooperativa de Productores de Flores y Plantas Mercoflor Ltda.

La cooperativa ubicada en la localidad Melchor Romero, oeste platense, se originó en 1998 (fue formalizada en 1999) con la escisión de un grupo de socios de la CAF (nacida en 1940 en la ciudad de Buenos Aires). La entidad madre tenía desde 1995 el llamado “Mercadito”, mercado provisional cuyo origen era una proveeduría de insumos y que fue creado tras reclamos de los productores de la zona sur desde fines de la década de 1980. Los creadores de Mercoflor eran principalmente de la colectividad japonesa, asentados en colonias de la zona (como Colonia Urquiza), así como -entre otros-portugueses, italianos, paraguayos y criollos (Cafiero y Cerono, 2003).

Dicha ruptura y confrontación con la entidad originaria, de las cuales posteriormente habría -como veremos- similitudes en la vida interna de Mercoflor, llegó luego de pasos previos, pues hubo un pedido de sucursal de parte de estos productores y, como consignamos previamente, la apertura de un mercado precario. El motivo central que recogemos de las fuentes es que aquel primer espacio de comercio, así como la intención de formalizarlo, permitía a los floricultores correr a los intermediarios de la venta de su producción y, a su vez, disminuir eslabones en la cadena de comercialización. Los consignatarios implicaban (como sucede en horticultura) opacidad en los precios y relegar parte de los resultados económicos.

Ante la negativa de sostener ese espacio por parte de la CAF, los floricultores decidieron independizarse; quedaban así dos espacios de comercialización encimados en el territorio (Figura 1).

Figura 1 Localización de Cooperativa Mercoflor Ltda. (2022) 

Fuente: Elaboración Santiago Báez (CIG, IdIHCS-CONICET, UNLP). Enero de 2022

Los dirigentes y funcionarios de la entidad afirman que aquel conflicto no gravitaba en las relaciones entre las organizaciones. Juntas conforman entidades del sector (Asociación Argentina de Floricultores y Viveristas y Clúster Florícola del AMBA y San Pedro). De hecho, en el año 2011 se reunieron los dos consejos de administración y acordaron una común política en cuanto a compradores morosos, así como abrir un acceso interno que conectara los mercados (Mercoflor, acta asamblea Nº 13). De todos modos, CAF sostuvo el requisito de no admitir socios pertenecientes a Mercoflor, condición no compartida por su vecina.

Por lo tanto, la creación de Mercoflor estuvo marcada por la distinción de intereses con su asociación madre y el proceso de institucionalización disruptivo. Desde aquel momento, se encuadró dentro de un modelo “clásico” de cooperativismo agrario de primer grado: organización económica no reivindicativa, limitándose a demandas económicas. Ello la diferencia de las organizaciones solidarias de la agricultura familiar, en su mayoría de carácter multifuncional, ya que actúan simultáneamente en esferas económicas, sociales y políticas para obrar concretamente en el campo económico (Lattuada y Renold, 2004).

La cooperativa comenzó con 30 socios y hoy cuenta con 130 asociados, de los cuales rondan los 100 dedicados a flor de corte; el resto se dedica a plantas ornamentales. Todo asociado debe pagar cuota social y gastos de funcionamiento (Mercoflor, acta constitutiva, art. 11). Los “inquilinos” o “no asociados” alquilan el puesto para la venta en el mercado y tuvieron en 2017 y 2018 una gravitación del 55% del total de ingresos, con lo cual se evidencia su importancia(Mercoflor, ejercicio económico Nº 20; Nº 21). Evidenciaba dicha importancia el hecho de que en 2004 se modificó el reglamento: previamente los socios podían arrendar sus puestos a terceros y, a partir de allí, sólo si la asociación no contaba con espacios vacantes (Mercoflor, acta constitutiva, art. 10). A su vez, al año siguiente se registraron diferencias internas en torno al trato que debían recibir quienes vendieran producción sin ser productores; la idea de un canon para las flores de los “no socios” no prosperó (Mercoflor, acta asamblea Nº 8). Dado que es un espacio de comercio sin control, en tanto no conocen cuál es el volumen de lo que entra y sale, no cuenta con datos propios acerca del tipo de productos y cantidad de venta.

En cuanto al funcionamiento el Consejo de Administración se reúne una vez al mes y ninguno de los representantes cuenta con remuneración. En la asamblea general anual hubo disminución en el número de asistentes: de 58 a 16 asociados entre 2005 y 2019 (Mercoflor, acta asamblea Nº 8, Nº 22). La baja participación, común luego del momento fundacional, era evidenciada en los documentos de 2011: “resulta muy difícil encontrar gente dispuesta a asumir un compromiso serio para integrar el Consejo de Administración. “No puedo”, “no tengo tiempo”, “No estoy preparado”, “estoy muy complicado”” (Mercoflor, acta asamblea Nº 13).

En el transcurso de la primera década de vida reconocemostensiones internas. Entre 2005 y 2006 se produjo una sucesión de conflictos a nivel dirigencial, evidenciados en empates recurrentes en las votaciones y en la ausencia de mecanismos para saldarlos; se barajó la posibilidad de que el voto del presidente valiera doble. Renunciaron, tras las diferencias, tres consejeros en octubre de 2005 y luego, al año siguiente, un síndico suplente; a lo cual se sumarían denuncias formalizadas en el ámbito del Instituto Provincial de Acción Cooperativa (IPAC). No hemos podido dar en las fuentes con los motivos para las diferencias, pero encontramos relevante para nuestro objeto de estudio referenciar lo acontecido.

A diferencia de lo que sucede en gran parte de la horticultura, con el “culata de camión” (intermediario que compra en las quintas y fija condiciones), son los propios floricultores los que comercian. En el caso de los pequeños que no cuentan con mano de obra para dicho eslabón, ello implica una carga mayor de tareas.

En lo relativo a actividades, el estatuto consideraba múltiples fines, además del comercio de la producción, como -entre otros- la adquisición de bienes para socios y sus familias, alquilar o comprar terrenos, exportación, sistema de transporte propio y creación de sucursales. A su vez, en el reglamento establecía su acción en el comercio mayorista; por lo tanto, la cooperativa debía atender (aunque no siempre sucede) a florerías y viveros. De hecho, se les otorgaba a los clientes una identificación para operar en el área (Mercoflor, acta constitutiva,arts. 5, 13 y 14).

Aunque existió ese despliegue formal de posibles actividades, la cooperativa se ha limitado a la comercialización como única acción, lo cual se expresaba en la estructura organizativa acotada, que pareciera encarnar cierta cultura organizacional de austeridad; de tal modo, sostenía un dirigente de la asociación: “Aquí nos manejamos siempre muy justos, queremos hacer más inversiones de las que hoy no estamos capacitados. Pero bueno: siempre buscamos líneas de créditos blandos o subsidios si los hubiera. La característica que tenemos en Mercoflor es que el productor pueda vender con el menor costo posible” (A1, 2021).

De manera que la asociación se dedicó a garantizar el espacio, sin participar (a diferencia de otras organizaciones de su tipo) en la etapa de producción, control o agregado de valor, como tampoco en la expansión sobre otros eslabones, como la posible exportación (explorada en el año 2008, sin continuidad).

En la faz de la estructura interna para dichas tareas, hay cuatro trabajadores directos (a lo cual se suman 3 o 4 más en condición de contratados) dedicados a seguridad, mantenimiento y administración; también cumplen tareas diversas que les son delegadas. En sintonía con lo que sucede en el conjunto del sector floricultor, la cooperativa no tiene un área específica de profesionales agronómicos para la asesoría tecnológica de sus socios; de hecho, un integrante con capacidades técnica ha sido encargado de otras tareas (Cieza, 2014, p. 32).

En relación con la baja demanda de asesoramiento, con una mínima existencia de organismos dedicados al sector, como el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) y universidades, encontramos en la última década referencias recurrentes en la voz institucional, que subrayan la carencia. En tal sentido, en 2010 sostenían incluso hacia los propios asociados:

“Quizás en este aspecto debamos realizar una autocrítica. Muy a menudo nos escudamos con el argumento de que el profesional no sabe lo suficiente de nuestro rubro y no le damos la correspondiente cabida. En general, podría decirse que no somos muy abiertos. Y esto, sin duda, se percibe de la otra parte, y de esta manera entramos en un círculo vicioso que no favorece a nadie” (Mercoflor, acta asamblea Nº 12).

En relación con esa estructura, Mercoflor dispone de áreas diferenciadas en dos galpones: venta de flor de corte y viveristas de plantas ornamentales. A ello se suma el alquiler de espacios comunes en el predio por empresas del sector, venta de comida en un bufet -en la zona de flores- y una oficina del Servicio Nacional de Sanidad y Calidad Agroalimentaria (SENASA). Un dato de importancia para caracterizar el tipo de integrantes de la asociación es la presencia diferencial: el horario de atención para floristas es de lunes, miércoles y viernes por la mañana, mientras que viveristas están todos los días hábiles de mañana a tarde y sábados por la mañana.

En cuanto a los vínculos externos de la organización, variable que nos ayuda a comprender el tipo de asociados que la componen, en los documentos y testimonios advertimos que, si bien no hay datos exactos, tuvieron importancia los préstamos de Fuerza Solidaria (dependiente del Banco de la Provincia de Buenos Aires), que duraron cuatro años, con un monto dinerario bajo. A su vez, encontramos que la entidad ha mediado para el acceso a recursos del Estado ante catástrofes, como sucedió en 2019 (Mercoflor, acta de reunión Nº356). Otro actor de gravitación fue la Agencia de Cooperación Internacional del Japón (JICA), que otorgó los fondos para la compra de terreno en el cual se ubicó Mercoflor (Mercoflor, acta asamblea Nº 2); a su vez, mantuvo presencia con intercambio de técnicos y productores del país asiático. Debemos, por último, consignar que la cooperativa participa de una extensa red de instituciones ligadas a la actividad, tanto entidades privadas como universidades y organizaciones de las localidades cercanas.

Composición social de Mercoflor

Del apartado anterior, comprendemos que la pertenencia a un tipo u otro de productor (corte o viveristas) determina presencias e intereses diferentes (Figuras 2 y 3). Según informantes, los viveristas son en su mayoría socios, capitalizados y de origen japonés, mientras que entre los floristas priman los productores de origen boliviano con niveles menores de capitalización. El reglamento interno estableció que viveristas venden sólo en vivero y productores de flor de corte en su salón: no pueden mezclarse (Mercoflor, acta asamblea Nº 6, arts. 7 y 17).

De hecho, aunque no aparece en el estatuto, desde la dirección se intentaría que el Consejo de Administración contuviera ambos tipos de productores, así como las distintas colectividades y géneros. Un dirigente afirmaba que “tratamos de que haya una diversidad, incluso mujeres tienen que estar en el consejo como para tener distintas visiones, ángulos de ver una misma cosa” (A1, 2021).

Figura 2 Fotografía del sector flor de corte, abril de 2021 

Fuente: Fotografía del autor, abril de 2021

Otro dato que expresaba las distinciones de la base social en torno a las comunidades y producciones fue que recientemente se presentó una lista para la elección del Consejo de Administración compuesta enteramente por viveristas, a la cual se le opuso (según lo recabado), a modo de reacción, una lista alternativa que ganó. Desde allí, habría quedado un reparto equitativo.

No habría ,según las fuentes, traspaso generacional pues en la mayoría de los casos los hijos (muchos de ellos de comunidad japonesa, aunque también portugueses e italianos) de los primeros asociados no siguieron en la actividad. Por lo tanto, hubo una transición trunca, lo cual implicaría -a su vez- límites en la continuidad de la cultura organizacional distintiva de aquellas comunidades que dieron origen al mercado.

Suponemos el paso de la comunidad japonesa como preponderante hacia aquellas de reciente migración (como bolivianos y paraguayos). De este modo lo sostenía un productor de origen japonés acerca de los productores asociados de flor de corte:

“Casi todos son bolivianos, eso va a seguir así por mucho tiempo; japoneses van a quedar menos, portugueses también, seguirán paraguayos, y después bolivianos, que todavía están iniciándose. Nosotros estamos siguiendo lo que vienen haciendo nuestros padres, y los otros, como que van dejando” (C1, 2021).

Figura 3 Fotografía del sector vivero, abril de 2021 

Fuente: Fotografía del autor, abril de 2021

A su vez, reconocemos una transición hacia un número menor de vendedores de flor. Han subrayado algunos integrantes el temor de que el mercado y su estructura queden grandes para el volumen de operaciones.

Un asesor de la entidad reafirmaba un mito acerca de la esencia de la cooperativa, trazando un límite acerca de cuáles acciones son posibles (e imposibles) dentro de ella; configuraba rasgos de asociados típicos, con culturas participativas y repertorios de intervención unívocos: “Hay organizaciones mucho más combativas que Mercoflor, combativas desde cortar la ruta, y Mercoflor no tiene esa idiosincrasia, nada que ver; hasta te diría que le esquiva a eso” (B1, 2021).

Según informantes clave, algunos floricultores asociados de migración limítrofe participan de organizaciones que el testimonio calificaba de “combativas”, como Unión de Trabajadores de la Tierra (UTT) o Asociación de Medieros y Afines (ASOMA). Esto nos advierte no sólo que los productores pueden tener flexibilidad acerca de los espacios que los agrupan, y ocupar distintas asociaciones en búsqueda de diferentes necesidades y aspiraciones, sino también sobre los cambios de base social con culturas de participación y organización distintas.

Rutas y cooperativas

El gobierno de Mauricio Macri (2015-2019) fue el trasfondo sobre el cual luego se darían los acontecimientos desatados por la pandemia en el cordón flori-fruti-hortícola. Implicó la primacía de medidas contrarias a la agricultura familiar, expulsada del plano productivo para pasar a ser admisible sólo para políticas asistenciales (Lattuada, 2021), así como el impacto de la suba de tarifas y combustibles, con estimaciones de una desaparición de 30% de los productores florícolas (El Día, 18/09/2018).

Tras la aparición del virus, Mercoflor se vio inmediatamente afectada. Lo mismo ocurrió con gran cantidad de actividades de diversos rubros, por la normativa que estableció a partir del 20 de marzo de 2020 el aislamiento social, preventivo y obligatorio (ASPO) (BO, Nº 34.334). Los productores estaban imposibilitados de vender en el mercado su producción y nuevamente se registraban postales de descarte de flores en las quintas, aunque esta vez no era por motivos de bajo precio (Pérez, 31/03/2020).

En el plano institucional, algunos trabajadores testimoniaban que el cierre evidenció la fragilidad de la estructura limitada de funcionamiento: ingresos iguales (y menores) que gastos constantes, sin capital líquido disponible. La clausura fue atravesada sin el colapso de la cooperativa gracias al aporte de socios particulares que pagaron los sueldos y las cargas sociales.

En los testimonios de los integrantes de la asociación y en las fuentes recogemos algunas consecuencias del contexto particular –sin intentar agotarlas- de pandemia, que varían según el tipo de productor: descarte de producción; reducción del número de trabajadores que contrataban; abandono de la actividad; paso -total o parcial- a la horticultura (destacándose la versatilidad de los productores bolivianos). Debido a ello, hubo desde el Estado nacional y el provincial, y algunas organizaciones ,diversos apoyos, como semillas para la reconversión hortícola.

Según fuentes de la asociación, los intercambios con el municipio y con niveles provinciales de gobierno fueron permanentes en búsqueda de la apertura del mercado, que fue alcanzada luego de dos meses. Búsqueda que fue paralela, y que podría haberse visto favorecida (a pesar de no ser apoyada por la institución) por el hecho de que algunos productores decidieron vender su producción sobre la banquina de la ruta provincial 36 (Figura 1).

B2, un productor asociado de la comunidad boliviana, sin rol de representación, que arrendaba menos de media hectárea y que –además- vendía su fuerza de trabajo fuera de su quinta, narraba el efecto de la pandemia en su caso: “Yo planté flores y empezaron a florecerse. Esas tenían que venderse para de nuevo plantar, para pagar cualquier cosa de alquiler, todo. Entonces, no se podía porque no tenía nada de verdura, todo flores. Una vez que se cerró ¿a dónde vas a vender? Tampoco podés comer. Ahí era todo pérdida” (B2, 2021).

De este modo expresaba la fragilidad uno de los integrantes de menor capitalización y capacidad para soportar las condiciones imperantes. En su caso no dio cuenta de haber participado de la venta al margen de la ruta provincial.

B3 es un productor de flor de corte, segunda generación de migración interna, del norte del país y asociado de más de una década con paso por la representación. Señalaba en torno a los acontecimientos de la venta a la vera de la ruta:

“[Risa leve] Lo único que hicimos fue, para que nos habilitaran el mercado ya, ponernos a vender adelante del mercado para ver si nos daban una solución, porque les decían que sí [refiere a la dirigencia], que se podía entrar, pero no firmaban el papel. Y bueno, fuimos y nos pusimos a vender ahí, y enseguida autorizaron la venta acá. Era un rubro que se podía vender, pero no firmaban, y si después te llegaban a clausurar el mercado o algo, era un problema. Lo único que hicimos fue eso, pero no es que cortamos ni la ruta, ni nada. Nos pusimos al costadito a vender y venía la gente a comprar, porque también necesitaba la mercadería” (B3, 2021).

Esta voz conforma un relato de hechos cuya politicidad consistió en llevar adelante una práctica que salió de la institucionalidad, práctica que la dirigencia del mercado consideraba improcedente. Los repertorios de intervención institucionalizados en la cooperativa no comprendían esas prácticas. En términos de la subcultura dirigencial, no sólo era percibido como negativo “cortar” la ruta (aunque no se hubiera cortado), sino también el haber “esquivado” los tiempos de las normas instituidas.

Por otra parte, A1, segunda generación de asociados japoneses, productor viverista y dirigente, capitalizado, con contratación de mano de obra y trabajo familiar, sostenía que la cooperativa

“siempre perfil bajo, buscando con el diálogo llegar a los acuerdos. Lo más difícil que me sucedió, en plan de la pandemia, fue poder estar con la gente del municipio y abrir después de dos meses el mercado cuando ya teníamos gente desesperada por tener el lugar de comercialización (…) muchos, en su último momento, se empezó a juntar productores sobre la ruta y los compradores; entonces eso generaba un nivel de peligrosidad importante ahí sobre la calzada asfáltica. Y bueno, estuvimos gestionando con el municipio los permisos, los protocolos, que se tienen que aprobar por Provincia (…) no tenemos esa esencia de ir a cortar la calle. Si bien algunos socios nos han manifestado, para acelerar ese proceso de apertura del mercado, cortar las calles y demás, no lo aceptamos, no lo aprobamos. Que lo hagan de forma individual, vaya y pase, pero no como institución. Yo sé la parte hortícola: son bastante bravos, van y cortan, piden, y si no les dan, siguen cortando. Pero no trabajamos de esa manera: muchas veces nos han invitado, pero no compartimos la metodología del reclamo (…) al tener una diversidad de nacionalidad, tienen culturas diferentes y siempre hay reclamos, o hay sugerencias en los métodos para hacer los reclamos, pero no se comparte” (A1, 2021).

Subrayaba A1 en sus palabras una “esencia” de la institución, subcultura que cristalizaba en ciertos rasgos de la dirigencia y productores que dieron lugar a Mercoflor, mientras que, a su vez, reconocía perspectivas reivindicativas en el mercado que, según su parecer, se relacionan con las procedencias migratorias.

A2, otro pequeño productor de flores de corte, con origen portugués y un bajo grado de capitalización, si bien no es actualmente integrante del Consejo, ha participado en sus instancias en diferentes momentos. Narraba, afincado sobre la perspectiva institucional, lo sucedido en las ventas de flores:

“Acá empezaron a venir a vender en la ruta porque no los dejaban entrar al mercado: tenían miedo que clausuraran el mercado. Toda la gente no tiene la culpa de que diez productores… Vinieron unos cuantos a vender en la ruta. Y después empezaron a hacer notas porque la gente en la calle, a la madrugada, no puede estar porque pasan los camiones, ¿viste que pasan con todo? Y bueno, les abrieron y vendían afuera, y después empezaron con el protocolo y la municipalidad les aceptó” (A2, 2021).

De modo que el testimonio, sin estar en el núcleo de decisiones, daba cuenta de la cultura no reivindicativa de la cooperativa, que se encarnaba en un esquema acotado a lo económico, sin que ello implicara posibles acciones por fuera de los canales institucionales e institucionalizados.

En este apartado, luego de reconocer previamente características distintivas de los integrantes del mercado, encontramos que las subculturas colectivas dentro de la organización proyectaron apropiaciones distintas sobre el territorio; en este caso, “la ruta”. Lejos de ser unívoca, su imagen es plural: hay “rutas”. Para unos es posible instalarse a la vera del camino y de tal modo visibilizar las necesidades; para otros es sólo vía de comunicación.

Reflexiones finales

A modo de recapitulación, encontramos que la ruptura de certidumbres que implicó la pandemia catalizó las repercusiones de procesos de mutación social de largo aliento, no sólo dentro de la cooperativa, sino también en el sector. Por lo tanto, en un primer mojón evidenciamos, desde un territorio particular, el proceso de cambio de la estructura social del conjunto del cordón.

Reconocemos, a partir de las diversas fuentes, la necesidad de comprender las múltiples dimensiones que se ponen en juego en los procesos organizacionales; si sólo tuviésemos en cuenta el cambio en las pertenencias culturales, estaríamos privándonos de contemplar los rasgos estructurales del proceso en la estructura social agraria y su expansión en el entramado territorial.

Establecimos características centrales de Mercoflor en función del objetivo trazado, a través de un variado uso de fuentes. La cooperativa ha atravesado desde su inicio tensiones sociales propias del despliegue de intereses y el actuar conjunto; a su vez, registramos un descenso de la participación de asociados. En cuanto a la composición social, reconocimos un recorrido, aún sin cifras oficiales de la entidad, de quiebre: el crecimiento de culturas limítrofes ante las transoceánicas.

La presencia de sujetos sociales con otros repertorios de intervención, asentados sobre mitos distintos, habilitó que, ante la situación concreta de cierre del mercado, dejara de ser evidente para un “nosotros Mercoflor” el tipo de acciones a seguir. Mientras la dinámica conocida por los asociados fundacionales estaba dentro de determinados parámetros relativos a lo no reivindicativo, otros integrantes (algunos recientes en su incorporación y otros, no) hicieron posible que ponerse al costado de la ruta (aun sin cortarla) fuese un canal de reclamo.

En este caso, el hecho disruptivo es una disposición de productores al costado de la ruta, sin corte del tránsito; de modo que lo que sería un hecho habitual en otro tipo de organizaciones de productores del cordón platense, con las cuales conviven, en este caso funcionó como disruptivo hacia “adentro”.

También identificamos una territorialidad compartida y explícita en los testimonios: “los combativos” están presentes y son un “otro”; otro espacio, otras –por tanto- organizaciones. Otros, de los cuales la facción dominante y su subculturase diferencian; de este modo, afirman su propio relato hacia dentro.

Llegamos al interrogante acerca de las mediaciones organizacionales y culturales requeridas para articular los distintos sujetos sociales que incorpora la asociación florícola sin que ello implique quiebres, resquebrajamientos o clausura. En tal sentido, a modo de aporte para las organizaciones que (en sus diversas realidades) atraviesan procesos de similares características, nos preguntamos: ¿deben los dirigentes cooperativos aferrarse a formas institucionales a pesar de que haya indicios de que su base social demande cambios?, ¿es posible trazar puentes entre subculturas diferentes que den cuenta de una estructura productiva en mutación?

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Notas

1Para recurrir a la definición in extenso se puede consultar el Diccionario del agro iberoamericano (Bageneta, 2019).

2La Alianza Cooperativa Internacional (ACI), representación internacional, las define –luego de 1966- en 1995 como “una asociación autónoma de personas que se han unido voluntariamente para hacer frente a sus necesidades y aspiraciones económicas, sociales y culturales comunes por medio de una empresa de propiedad conjunta y democráticamente controlada” (Kaplan 1995, p. 256). En la Argentina, la ley 20337 de 1973 las delimita como “entidades fundadas en el esfuerzo propio y la ayuda mutua para organizar y prestar servicios” (Ley 20337, 02/05/73).

Recibido: 29 de Marzo de 2022; Aprobado: 14 de Octubre de 2022

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