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Mundo agrario

versión On-line ISSN 1515-5994

Mundo agrar. vol.24 no.55 La Plata abr. 2023

 

Artículos

“Salud, saber, sentimientos y servicio”. Los clubes 4-S para la juventud rural en Colombia, 1950-1980: balance historiográfico

“Health, Knowledge, Feelings, and Service”. The 4-S Clubs for Rural Youth in Colombia, 1950-1980: Historiographic Review

1Grupo de Investigación en Historia Empresarial, Universidad EAFIT

Resumen

Este trabajo se centra en la bibliografía sobre los clubes 4-S en Colombia, un tipo de club juvenil rural establecido en el país a mediados del siglo XX y cuyo propósito era convertir a los campesinos en agricultores, amas de casa, ciudadanos y líderes rurales; es decir, en actores adecuados para la modernización agrícola de la época. La historiografía colombiana poco se ha ocupado del tema, por lo que el artículo constituye un punto de partida para explorar uno de los fenómenos ligados a la historia de la juventud rural colombiana. La primera sección especifica cuáles eran los objetivos de los clubes 4-S. La segunda sección presenta bibliografía sobre el tema en Colombia y otros lugares para delinear rutas de investigación. Este balance historiográfico busca hacer una evaluación cualitativa de la información recuperada.

Palabras clave Clubes 4-S; Juventud rural; Modernización agrícola; Colombia; Historiografía

Abstract

This paper is focused on the bibliography on the 4-S clubs in Colombia, a type of rural youth club established in the country in the mid-twentieth century and whose purpose was to turn peasants into farmers, housewives, citizens, and rural leaders, that is, into suitable actors for the agricultural modernization of the time. Since Colombian historiography has not dealt much with the subject, this article is a starting point to explore one of the phenomena linked to the history of rural Colombian youth. The first section specifies what the objectives of the 4-S clubs were. The second section presents bibliography on the subject in Colombia and elsewhere to outline research avenues. This historiographic balance seeks to make a qualitative evaluation of the information recovered.

Keywords 4-S Clubs; Rural Youth; Agricultural Modernization; Colombia; Historiography

Introducción

Earl Jones (1962), experto norteamericano en extensión y juventudes rurales, documentó en 1962 la pertenencia de 229.512 socios a clubes juveniles rurales en América Latina, con un presupuesto de cerca de 5.000.000 de dólares. En Colombia, su número era de 3.313, con un presupuesto de 20.777 dólares (pp. 5-21).1 Para 1974, el número de asociados en Latinoamérica llegó a 410.000 (Rosenberg, 2016, p. 195). En Colombia, estos clubes se denominaban 4-S (salud, saber, sentimientos y servicio), adaptación de los 4-H de EE. UU., que existían en este país desde 1902. Las “h” hacían referencia al “desenvolvimiento armónico de la cabeza (Head), el corazón (Heart), las manos (Hands) y la salud (Health)” (Vásquez, 2020, p. 83). El principal objetivo de los 4-H en EE. UU. era formar agricultores empresarios (farmer-businessmen). Para el Servicio de extensión agrícola de EE. UU., la cooperación entre agricultores, empresarios urbanos y agencias gubernamentales debía hacer del suelo rural estadounidense un lugar seguro para la continuidad del capitalismo (Rosenberg, 2016, pp. 54-64). Este modelo fue exportado a Latinoamérica de forma extendida en los años cincuenta del siglo XX, en el contexto de las políticas que EE. UU. implementaba para dirigir la región hacia el desarrollo y evitar, combatir o erradicar la presencia comunista en el marco de la Guerra Fría (Sánchez de Puerta, 1996, pp. 129-130; Rosenberg, 2016, pp. 190-191).

A pesar de que el éxito de los clubes juveniles rurales norteamericanos no se replicó en la mayoría de los países latinoamericanos (Rosenberg, 2016, pp. 2, 16, 190), vale la pena preguntarse en qué consistieron los 4-S y en qué estado se encuentra en Colombia la investigación de un tema ligado a la historia de las juventudes rurales. Los resultados de esta indagación exploratoria procuran establecer un aporte para emprender estudios históricos acerca de los clubes 4-S colombianos. A continuación, se establece cuáles eran sus objetivos, se revisan los aportes temáticos de la bibliografía que contiene información de los 4-S en Colombia y se indican posibles líneas de investigación a la luz de lecturas complementarias sobre el fenómeno en otros lugares.

Los clubes 4-S para la juventud rural

De acuerdo con Bevilaqua (2009), la categoría sociocultural “juventud rural” empezó a configurarse a finales del siglo XIX en Europa occidental y en EE. UU. como producto de las necesidades del capitalismo industrial. La ciencia alcanzó importantes avances que podían aplicarse en la producción rural a través de la extensión agrícola (p. 627). No obstante, el extensionista tropezaba con un obstáculo en su intento por comunicar los adelantos científicos en el sector rural: los adultos eran reticentes a aceptar innovaciones, pues ya tenían conocimientos y prácticas de antaño. De ahí que Estados y empresas identificaran la importancia de la organización juvenil rural. La educación de los jóvenes facilitaría la sensibilización y el cambio de comportamiento de familias y agricultores adultos. Instituciones, congresos, discursos, concursos, publicaciones, entre otros dispositivos, legitimaron la categoría “juventud rural”. La imagen de la juventud rural implicó la institucionalidad, y uno de los primeros pasos para acceder a lo institucional fue la inscripción a escuelas rurales o clubes juveniles (Bevilaqua, 2009, p. 643).

La conformación de clubes juveniles rurales en Latinoamérica puede entenderse en el marco histórico de la extensión agrícola y en el proceso de norteamericanización del mundo occidental. Según Sánchez de Puerta (1996, p. 71), entre 1945 y 1960 EE. UU. internacionalizó su modelo de extensión agrícola, que tenía como objetivos generar abundantes alimentos y fibras, promover la familia como unidad social y económica esencial y desarrollar el liderazgo. También eran fundamentales la economía doméstica, los grupos de jóvenes y los problemas sociales de las familias y la comunidad rural (Sánchez de Puerta, 1996, p. 130). Entre 1960 y 1970 florecieron alrededor del globo los servicios de extensión nacionales con programas dedicados a la juventud rural. En la década siguiente dichos servicios entraron en un período de crisis. De hecho, los técnicos en desarrollo de EE. UU. reconocieron hacia 1980 síntomas de decadencia de los clubes juveniles rurales latinoamericanos por problemas de financiamiento, inestabilidad política y la respuesta de las juventudes rurales frente al programa. Hacia 1980, la mayoría de los clubes al estilo 4-H en América Latina habían dejado de funcionar (Rosenberg, 2016, pp. 188, 218.)

Otros fenómenos permiten comprender por qué estos clubes surgieron en la mayoría de los países latinoamericanos desde mediados del siglo XX. Sin embargo, ahondar en este contexto requeriría una escritura amplia que desborda los propósitos de este artículo. Sólo por mencionar algunos de esos fenómenos, en el caso de Colombia el interés en la juventud rural por parte de Estado, empresas privadas y agencias de cooperación internacionales obedeció a procesos como la implementación de la revolución verde o modernización agrícola, en la que la juventud rural era importante para introducir nuevas tecnologías para la producción (Méndez, 2016).2 Revolución verde significaba emplear semillas modificadas de alto rendimiento con una tecnología benigna, en contraposición a las revoluciones rojas comunistas (Picado, 2013, pp. 110-112; Perkins, 1997, p. 5). La idea filantrópica asociada a esta revolución fue la de la lucha contra el hambre (Lynam y Byerlee, 2017, p. 4). Para algunos científicos y políticos norteamericanos, el hambre implicaba instabilidad política e insurrección comunista, por tanto, una amenaza a la seguridad de EE. UU.; entonces, también fueron claros los componentes ideológicos del programa. Asimismo, Cuvi (2020) señala las ventajas económicas que obtuvo EE. UU. al llevar la revolución verde a América Latina, pues controlar recursos naturales era fundamental en su lucha contra el Eje en los años cuarenta y durante la Guerra Fría.

Según Méndez (2017, pp. 142-153), en Colombia el modelo de la revolución verde comenzó en la década de 1950 con experimentación en semillas de maíz, trigo, cebada y papa, y la creación de instituciones de extensión agrícola en el ámbito gubernamental. La Fundación Rockefeller y el Ministerio de Agricultura implementaron el Programa Agrícola Colombiano, ejecutado entre 1950 y 1967. Este se centró en la modernización a través de la “reconfiguración de los actores vinculados al área de la agricultura” (capacitación) y la investigación en laboratorio (experimentación con semillas y recolección de germoplasma). El Programa Agrícola Colombiano trabajó en estaciones experimentales en Antioquia, Valle del Cauca, Boyacá, Cundinamarca, Córdoba y Nariño. El proyecto quedó en manos colombianas en 1967 con la creación del Centro Internacional de Agricultura Tropical, en Palmira, Valle del Cauca (Méndez, 2016, s. p.).

El interés por la juventud rural también obedeció al inestable ambiente político y social que vivió la ruralidad colombiana desde los años 1930 por los conflictos entre campesinos sin tierra y grandes terratenientes, ambiente que empeoró sin precedentes en la época de la Violencia (1946-1964) (Bejarano, 1985, pp. 39-46). La juventud rural fue percibida como parte del problema y como una población que debía ser guiada hacia los ideales de la democracia, el capitalismo y la religión católica. Otro proceso que incidió en el interés por la juventud rural fue el aumento de la influencia de los EE. UU. en Colombia en los años 1950-1960, época en la que se intensificaron las políticas nacionales de contrainsurgencia frente al surgimiento de movimientos guerrilleros. Además, la Revolución cubana (1959) llevó a una relación más estrecha de los gobiernos colombianos con EE. UU., que recomendó acciones cívicas complementarias a las militares, como la reforma agraria y la modernización agrícola, con el propósito de impedir el desarrollo de las condiciones que llevaban a revoluciones comunistas (Vega, 2015, pp. 16-20).3 Se entiende, entonces, que las élites económicas y políticas colombianas implementaran distintas estrategias para conjurar la situación de violencia y agitación en los sectores rurales, además de responder a demandas económicas que la modernización agrícola impulsaba alrededor del mundo.

Los clubes 4-S formaban parte de programas públicos y privados de extensión agrícola (IICA, 1954). En Cuba se llamaban 5-C (Cuba, cerebro, corazón, cooperación y civismo); en Ecuador, 4-F (fe, fecundidad, fortaleza y felicidad); en Honduras, Nicaragua, Guatemala, Costa Rica, Panamá, Bolivia, Brasil y Colombia, 4-S (salud, saber, sentimientos y servicio); en El Salvador, Paraguay y Chile, 4-C (cabeza, corazón, capacidad y cooperación); en Venezuela, 5-V (valor, vigor, verdad, vergüenza y Venezuela); en la Argentina, 4-A (adiestramiento, acción, ayuda y amistad); en Perú, CAJP (carácter, acción, juicio, patria); en México, Clubes Juveniles Rurales y Clubes de Futuros Agricultores, y en Uruguay, Clubes Agrarios Juveniles. Mujer campesina, Mejoramiento del hogar, Hogar rural o Demostración en el hogar fueron los programas para mujeres (Gutiérrez, 2009; IICA, 1954; Otero y Selis, 2016).

Estos clubes fueron concebidos como organizaciones de educación extraescolar cuyo propósito era desarrollar capacidades y habilidades en los jóvenes rurales para que lideraran por sí mismos proyectos económicos, comunitarios y del hogar. El Programa Interamericano para la Juventud Rural (PIJR) consideraba hacia 1966 que los clubes juveniles rurales eran la mejor oportunidad para ayudar a las familias campesinas a introducir nuevas prácticas productivas que tuvieran “un mayor impacto en la economía agrícola futura” (Arias, Arias, Jones e IICA, 1966, p. 24). Asimismo, se buscaba que los jóvenes cambiaran su manera de “ser, sentir y actuar” para que fueran “ciudadanos activos e inteligentes” que pudieran “sacar provecho de su ambiente y vivir felizmente” (Jones, 1961, p. 1; Arias et al, 1966, p. 42). Estos propósitos estaban sustentados en el discurso estadounidense contra el comunismo: en vez del modelo soviético de colectivización, que era retratado como expropiación, confiscación y hambruna, se promovían la iniciativa privada y el individualismo, dupla que había llevado al éxito económico a las granjas familiares en EE. UU. (Florián, 2013, pp. 36-37).

Los clubes para muchachos rurales, con edades que oscilaban entre los 10 y los 25 años, estaban constituidos por un instructor (experto o auxiliar en extensión agrícola), un líder voluntario local (campesino adulto) y los jóvenes. La realización de un proyecto individual o colectivo era una de las principales actividades del club. Después de demostraciones y prácticas de nuevas o mejores técnicas agrícolas, los jóvenes replicaban los proyectos en huertas y parcelas. También eran importantes las reuniones en las que se incentivaba la discusión de los proyectos del club, pues en este espacio se promovían habilidades de discusión, planificación y organización, lo que constituía “una bella ilustración de la democracia activa” (IICA, 1954, p. 88). Por su parte, los clubes para mujeres contaban con una experta o auxiliar en mejoramiento del hogar o economía doméstica, sus miembros incluían desde niñas hasta adultas y los temas de enseñanza trataban de salud, nutrición, preparación y conservación de alimentos, puericultura, relaciones de familia, costura, industrias domésticas, mejoramiento y administración del hogar (IICA, 1954, p. 8).

En Colombia las primeras experiencias de los 4-S se sitúan en la década de 1950 (Jaramillo, 1984, pp. 22-48). En 1948 la extensión agrícola se estableció oficialmente con la creación de la Oficina de Extensión y en 1950, con la División de Extensión, ambas dependientes del Ministerio de Agricultura (Jaramillo, 1984, pp. 2-3, 16-17). En 1953 empezó a operar el Servicio Técnico Agrícola Colombiano-americano (STACA) por medio del programa de Cooperación Técnica Estadounidense. El STACA tenía tres planes: producción agrícola y animal, mejoramiento del hogar y clubes 4-S. El modelo de extensión del STACA introdujo una novedad que sería replicada por varios servicios de extensión en el país: la diversificación de la audiencia por medio del trabajo con grupos bien diferenciados de agricultores adultos, amas de casa campesinas y jóvenes rurales (Jaramillo, 1984, pp. 25-29, 97-99, 148-149).

Los clubes 4-S en Colombia fueron promovidos por el Estado colombiano a través del Ministerio de Agricultura y sus dependencias. También, por agencias internacionales con convenios de cooperación en Colombia, por compañías estadounidenses y por las Fundaciones Rockefeller, Ford y Kellogg (Silva, 2012, p. 69; Meertens, 1997, p. 178; Rosenberg, 2016, pp. 195, 200). Otras instituciones fueron los gremios de empresas privadas colombianas, como las federaciones nacionales de Cafeteros, Arroceros, Algodoneros, Cultivadores de Cereales y Leguminosas, y la Sociedad de Agricultores Colombianos. Asimismo, la Iglesia católica trabajó con la juventud rural mediante misiones ubicadas en las fronteras del país y programas educativos como Acción Cultural Popular (ACPO) a través de las escuelas radiofónicas de Radio Sutatenza (Rojas, 2019).

La institucionalidad internacional y nacional impulsó programas para la juventud rural basados en el modelo de extensión estadounidense, con tres grandes estrategias en América Latina: llevar expertos, ofrecer servicios de asistencia técnica y extensión rural y “formar asociaciones de campesinos, clubes de jóvenes y grupos de amas de casa” (Universidad del Valle y SENA, 1990, p. 53). Aunque la extensión rural y los clubes 4-S se inscribían en una agenda que involucraba intereses políticos y económicos extranjeros, también es cierto que, en el ámbito nacional, Estado, empresas privadas, gremios e Iglesia católica participaron en los proyectos de transformación del sector rural para desarrollar la economía, mejorar la situación social del campesinado o evitar proyectos políticos “de corte agrarista, cooperativista o comunista” (Méndez, 2016, s. p.). Hasta ahora no se conocen historias institucionales y sociales de los clubes 4-S en Colombia. En la bibliografía consultada se mencionan instituciones que fomentaron los clubes; sin embargo, se desconoce cuántos funcionaron en el país, en qué regiones, qué impacto tuvieron, entre otros asuntos que se discuten en la siguiente sección del artículo.

Los clubes 4-S en la bibliografía colombiana y algunas rutas de investigación

De acuerdo con González (2003), los estudios sobre juventud rural latinoamericana en las ciencias sociales y humanas fueron escasos hasta los años setenta del siglo XX.4 El autor explica esta situación como producto de la relación contradictoria que había entre los conceptos juventud y ruralidad (pp. 153-156), definidos desde la ideología de la modernidad industrial que asociaba la juventud a lo moderno, la modernización y lo urbano, mientras que lo rural representaba lo opuesto. Tal contradicción invisibilizó la identidad de hombres y mujeres jóvenes del campo. Los temas de interés de las ciencias sociales y humanas se centraron en identificar desviaciones o disfuncionalidades de jóvenes rurales que se insertaban en áreas urbanas y en aspectos económicos del sector rural (González y Feixa, 2013, pp. 7-18). González y Feixa (2013) y Kessler (2006) muestran que a partir de los años ochenta se publicaron investigaciones sobre juventudes que incluían de forma más precisa la juventud rural. También durante los años noventa hubo una ampliación de temas acerca de la juventud latinoamericana, gracias a la influencia de los estudios culturales y subalternos. Se trataron temáticas como “culturas juveniles, tribus urbanas, juventudes femeninas y masculinas, novísimos movimientos sociales juveniles, juventudes indígenas y rurales” (González y Feixa, 2013, p. 8).

En el caso de Colombia, varias obras de historia, sociología y antropología publicadas en los años sesenta del siglo XX trataron la historia de la juventud campesina de mediados de ese siglo. Silva (2009, pp. 486-488) menciona Campesinos de los Andes: estudio sociológico de Saucío, de Fals (2017), publicada en 1961, y La Violencia en Colombia, de Fals, Umaña y Guzmán (1977), publicada en 1962. Asimismo, Familia y cultura en Colombia, de Gutiérrez de Pineda (1994), publicada en 1968. Ciertamente, esta bibliografía aportó a la comprensión de la juventud campesina, aunque de forma tangencial, pues eran otros sus objetos de investigación; en esas obras los autores no se refieren a los clubes 4-S. Silva (2009) afirmaba que la juventud rural seguía siendo, a principios del siglo XXI, la mayor ausente como objeto de investigación en el país. En efecto, Botero, Ospina, Alvarado y Castillo (2010) evidenciaban que lo usual había sido tratarla como parte de otras materias, como violencia, migración y narcotráfico. También el informe del Programa Presidencial Colombia Joven (2014) confirmó que el estudio de esta población se limitaba a temas muy restringidos, como los antes mencionados. En una publicación más reciente que se pregunta por las tendencias de investigación acerca de juventudes en la Argentina, Brasil y Colombia entre los años 2011-2019 se constata la ausencia de la juventud rural en su dimensión histórica en las agendas de investigación en Colombia (Alvarado, Vommaro, Patiño y Borelli, 2021).

Para conocer el estado de la investigación en historia sobre clubes 4-S en Colombia se realizó una búsqueda de artículos publicados en revistas colombianas de Historia, indexadas y con acceso en línea.5 La indagación se realizó en los repositorios web de cada revista, con la opción de búsqueda en todo el texto a través de los siguientes términos: club* 4S, club* rural*, club* agrario*, club* juvenil*, juventud* campesin*, juventud* rural*, historia rural e historia agraria. El período más reciente de publicación de las revistas fue el primer semestre del año 2022. Se localizaron artículos que tratan objetos de indagación relacionados con la historia del campesinado, lo rural, la economía agrícola y las juventudes; no obstante, no tratan los clubes juveniles rurales o agrarios. En las revistas consultadas, sólo los artículos de Villalobos (2016) y Hirschegger (2017) abordan clubes de jóvenes rurales en La Fortuna de San Carlos, Costa Rica, y en Mendoza, Argentina, respectivamente. También se encontraron dos dossiers dedicados a historia agraria y rural en Latinoamérica,6 sin embargo, no contenían textos acerca de clubes 4-S en Colombia. En la indagación se incluyó, por su enfoque temático, la Revista Latinoamericana de Ciencias Sociales, Niñez y Juventud, editada en Colombia. Los artículos de Schmuck (2022) y Sans (2017), si bien tratan aspectos de la educación rural en la Argentina y Uruguay, no estudian los clubes rurales juveniles. Tampoco lo hace el texto de Guaraná de Castro (2009) sobre la juventud en los movimientos sociales rurales en Brasil; ni el de Castellanos y Torres (2008) sobre juventud y violencia política en Colombia. La búsqueda se extendió a Google Scholar, Scopus y Ebsco, y se añadieron los términos “juventud rural en Colombia” y rural youth history Colombia. Sólo se tuvieron en cuenta artículos científicos, tesis, libros y capítulos de libros que tuvieran como período de estudio las décadas de 1940 a 1980. De lo encontrado, como se verá a continuación, puede afirmarse que pocos autores han dedicado en sus textos una sección a la historia de los clubes 4-S en Colombia; entre ellos, la antropóloga Nurys E. Silva y la experta en desarrollo rural Carmen L. Jaramillo. Enseguida, se examinan las investigaciones que aportan información de los clubes 4-S en el país desde una perspectiva histórica y se evalúan textos de otros lugares que ayudan a delinear posibles rutas de investigación para el caso colombiano.

Silva (2009, 2012, 2014) se pregunta por la representación de la juventud campesina y cómo los roles socioeconómicos definidos por el Estado y el sistema capitalista impusieron una idea de juventud rural; se enfoca en Boyacá y Cundinamarca desde mediados del siglo XX. Para la autora, el control social sobre la juventud rural obedeció al interés por mantener una ciudadanía segmentada en la que se instituyeron roles muy precisos para la producción económica y el consumo. Así, para la juventud urbana eran deseables el estudio, el consumo y el ocio, mientras que para la rural lo eran el trabajo y la producción (Silva, 2012, p. 50). La autora concluye que fueron tres los enfoques con los cuales se construyó la imagen de la juventud rural: el primero es el del sujeto productivo clave para el progreso nacional, el segundo es el de “sujetos potencialmente peligrosos que viven en un entorno social vulnerable” y el tercero, el del joven que accede a la vida urbana (Silva, 2009, p. 492). Silva (2014) rescata relatos y experiencias mediante el método etnográfico e histórico. En dos de sus trabajos (2009, 2014) presenta el análisis del semanario El Campesino, uno de los órganos de difusión de la ACPO entre 1958 y 1990. Concluye que dos puntos esenciales estructuraban la agenda de comunicación de la ACPO: el combate contra el comunismo y la productividad agrícola. El campesinado era concebido como un grupo “subordinado y subsidiario de la economía y un protagonista del progreso” (Silva, 2014, p. 53). La autora describe las actividades de los clubes 4-S; muestra que los planes piloto para su formación se enmarcaron en un convenio entre la Alianza para el Progreso, el PIJR, los Cuerpos de Paz y las organizaciones juveniles de Radio Sutatenza en los años sesenta. Para Silva, los clubes no tuvieron éxito en el largo plazo porque los programas no se correspondían con las condiciones de vida de las zonas rurales y porque no se tenía claridad acerca del lugar social de esta población (2014, pp. 61-62).

Las conclusiones de Jaramillo (2017) sobre los programas para la juventud rural promovidos por la Federación Nacional de Cafeteros de Colombia (FNC) no son menos críticas que las de Silva. Jaramillo también estudia las representaciones del campesino, en este caso del caficultor asociado a la FNC, en dos períodos: 1960-1980 y 1980-2014. A través de una perspectiva teórica posestructuralista y de crítica al desarrollo, la autora se pregunta cómo las prácticas de extensión rural de la FNC influyeron en la consolidación de una subjetividad cafetera que respondió a visiones específicas del desarrollo rural colombiano en el contexto latinoamericano. Su metodología consistió en un análisis de los discursos hegemónicos de la FNC. Una de sus fuentes más importantes fue la Revista Cafetera de Colombia, órgano de difusión de la FNC. Para Jaramillo (2017), los programas educativos y socioeconómicos de la FNC sí contribuyeron a mejorar las condiciones de vida de los campesinos cafeteros. No obstante, primó un utilitarismo conveniente para las élites económicas y políticas de las regiones cafeteras, de manera que la ideología transmitida por el Servicio de Extensión de la empresa promovió la sumisión y el conformismo de las familias campesinas.

En consonancia con las conclusiones de Bevilaqua (2009) acerca del surgimiento de la categoría juventud rural y el obstáculo que presentaban los campesinos adultos a la modernización agrícola, Jaramillo (2017, pp. 45, 56-57) explica que, con el propósito de aumentar la productividad de los campesinos cafeteros, la Gerencia Técnica y el Servicio de Extensión de la FNC crearon programas de formación vocacional agrícola y educación informal para la juventud campesina y las amas de casa. El objetivo era superar las tradiciones. Según Jaramillo (2017), la vocación agrícola inculcada por la FNC a la juventud rural se enfocaba en transmitir los conocimientos necesarios para desarrollar negocios agropecuarios. La educación informal que se realizaba con grupos juveniles tenía como objetivo orientar a los agricultores hacia las ideas y los valores del progreso, recalcar la importancia que cumplía la tecnología en el aumento de la productividad y evidenciar la relación entre la buena administración de una finca y la buena administración de un hogar. Para la FNC la educación informal en los grupos juveniles subsanaba la deficiencia del sistema de educación formal en Colombia.7 En los clubes 4-S de la FNC se fomentaban proyectos de producción y el desarrollo de la confianza en sí mismos, y se trataba de demostrar que “en el campo se puede tener una vida feliz” (Jaramillo, 2017, pp. 74-75).

La FNC consideraba los clubes como un espacio fundamental que preparaba anímica e intelectualmente para la aceptación de las novedades que llevaban los extensionistas a las familias cafeteras. Como concluyó Silva para el caso de Boyacá y Cundinamarca (Silva, 2009, 2012, 2014), Jaramillo (2017) evidencia que el programa de los clubes 4-S de la FNC no tuvo éxito hacia la década de 1970, por la falta de estímulos a sus socios, el descuido de los proyectos y el poco interés de los padres de familia y jefes seccionales. La nueva estrategia para incidir en la juventud fue trabajar con Grupos de Amistad, basados en el liderazgo de campesinos adultos. En cuanto a las campesinas, Jaramillo (2017, p. 76) explica que los grupos de trabajo con esta población inculcaban una imagen idealizada de la mujer. Su formación en los clubes y otros grupos estaba definida por una perspectiva de género enfocada en el rol de esposa-madre y soporte del hogar cafetero.

La bibliografía consultada concuerda en que la diferenciación por género que se estableció en la orientación de la juventud rural por medio de los clubes 4-S estaba sustentada en dos nociones. Una era el ideal de hombre y de mujer de la época. La otra, el modelo de extensión rural estadounidense. Acerca del ideal pensado para la mujer, es importante señalar “la divergencia entre la realidad cultural y la meta ideal”, como explica Gutiérrez de Pineda (1994, pp. 77-78). Para la antropóloga, la institucionalidad (Estado, Iglesia católica, élites, etc.) promovía la idea de que la mujer debía dedicarse a la vida hogareña, mientras el hombre se ocupaba de las tareas productivas. Sin embargo, Gutiérrez de Pineda (1994) encontró gran cantidad de mujeres de diferentes edades como protagonistas de procesos económicos y de producción agrícola y artesanal, con mayor, menor o nulo grado de independencia económica según el complejo geográfico cultural. También Ramírez (2015) describe la participación de mujeres, desde niñas hasta adultas, en la producción agrícola cafetera y reseña una serie de estudios que evidencian la relación histórica entre producción rural, capitalismo y mujeres (Ramírez, 2015, p. 47). La idea de familia funcional típica del modelo de extensión rural no casaba necesariamente con la familia real colombiana.

Rosenberg (2016, pp. 197-198), por su parte, explica, mediante el caso de una extensionista colombiana que había recibido formación en EE. UU., los intentos por reconfigurar a partir de los clubes 4-S las prácticas “disfuncionales” de las familias campesinas de pueblos cercanos a Bogotá en los años sesenta. En la evidencia del Rockefeller Archive Center que analiza el autor, la extensionista reunió a mujeres jóvenes y niñas campesinas para enseñar técnicas modernas para amas de casa, higiene y nutrición. No obstante, en la aplicación de varios de los consejos dados por la experta algunas mujeres sufrieron violencia doméstica. En lugar de comprender las contradicciones entre su conocimiento y la realidad cultural que intentaba modificar, la extensionista confirmó las disfuncionalidades que debía ayudar a superar.

Varios historiadores han constatado en otros países de América Latina los mismos objetivos de educación para mujeres jóvenes del campo que participaban en programas como Mejoramiento del Hogar u Hogar Rural. Sin embargo, una lectura atenta de las fuentes les permitió mostrar a Gutiérrez (2009; 2014) y a Mecozzi (2021), en el caso de la Argentina en los años cincuenta y sesenta, el desarrollo de proyectos socioeconómicos llevados a cabo por mujeres rurales que contravenían los ideales preestablecidos. En revistas especializadas en modernización agrícola (Gutiérrez, 2009) y en investigaciones científicas sobre economía doméstica y extensión (Mecozzi, 2021), los autores encontraron que, en los clubes de mujeres, estas realizaron actividades que trascendían la educación tradicional en costura, alimentos e higiene, pues adelantaron iniciativas para mejorar la vida comunitaria, como instalar una escuela o un taller de capacitación (Gutiérrez, 2014, pp. 232-238); también, proyectos en electrificación, campañas de vacunación, construcción y mejoramiento de refugios, caminos y viviendas (Mecozzi, 2021, p. 67).

Otro hallazgo notorio es el de Gutiérrez (2009), que evidencia la existencia de un modelo marital agrarista en el que los esposos eran socios de la empresa familiar agrícola. La idea de “socios igualitarios” (“equal partners”) en la economía rural también es estudiada por Edwards (2017) para el caso de Gran Bretaña en los años cincuenta. Con base en la perspectiva de la geografía feminista, la autora investigó la educación femenina en clubes de jóvenes agricultores (Young Farmers’ Club). Edwards pone de relieve la importancia de publicaciones institucionales dedicadas a la agricultura y a las comunidades rurales para releer las voces de las jóvenes y establecer cómo estas moldearon y desafiaron la formación que recibieron. Analiza cómo el cambio en el ideal femenino rural después de la Segunda Guerra Mundial y el temor a perder trabajadores del campo que migraban a las ciudades llevó a los directores de los clubes juveniles a promover una educación rural femenina en la que eran tan importantes las competencias en agricultura (habilidades técnicas y trabajo físico) como las habilidades domésticas. Para la autora, de esta manera se propuso una versión alternativa de la modernidad femenina rural.

Otra perspectiva de investigación histórica sobre clubes juveniles rurales es la que propone Rosenberg (2016), que incluye en su libro un capítulo acerca de la incidencia estadounidense en América Latina a propósito de la organización de la juventud rural. El autor explica que los clubes 4-H estadounidenses funcionaron como una red de gobierno de los cuerpos idealizados de la juventud campesina. Los clubes fueron instrumentos del poder del Estado para implementar políticas rurales. Los proyectos de los clubes norteamericanos fueron segregados por sexo, de modo que las jóvenes no tuvieran casi ninguna participación en la producción de ingresos y que muy pocos jóvenes aprendieran de economía doméstica. Según el autor, el estudio de los clubes de juventud rural debe incluir categorías de análisis de la historia de la sexualidad, el género, el cuerpo y el poder del Estado, de manera que el fenómeno sea explicado desde la historia biopolítica.

En esta misma perspectiva, Claiton da Silva (2014) exploró cómo la modernización agrícola entre los años sesenta y ochenta en el estado de Santa Catarina, Brasil, se realizó a través del control de los cuerpos y de la propiedad (huertas) de los jóvenes rurales. Por medio de conceptos como disciplina y orden de Michel Foucault, el autor evidenció ideas similares a las expuestas anteriormente para el caso colombiano. El análisis del discurso en la prensa, documentos oficiales y testimonios orales muestra que las actividades de los clubes 4-S organizados por la ACARESC (Associaçãode Crédito e Assistência Rural de Santa Catarina) buscaron introducir conocimientos legítimos en contravía del conocimiento consuetudinario. Como Rosenberg (2016), da Silva (2014) concluye que la institución vinculada a la extensión rural en Santa Catarina (ACARESC) y su estrategia de disciplinar por medio de los clubes 4-S fue un agente del Estado mediador con los agricultores.

Igualmente, Vásquez (2020) comprobó la influencia de la extensión rural de EE. UU. en los programas para juventud rural del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) desde mediados del siglo XX en la provincia de Formosa, Argentina. Los clubes juveniles y el programa Hogar Rural se basaron en un modelo teórico que contraponía sociedad moderna y sociedad tradicional, con una fuerte división de género en la educación de la juventud. Las conclusiones del autor señalan algunas rutas de investigación para el caso colombiano: la necesidad de seguir la trayectoria histórica de hombres y mujeres que formaron parte de clubes juveniles y de Hogares rurales, y que más tarde fueron líderes de movimientos u organizaciones campesinas. Asimismo, el desarrollo de sociabilidades dentro de los clubes que ayudaron a superar en cierta medida la dispersión y atomización de las comunidades rurales (Vásquez, 2020, p. 80).

Los clubes juveniles rurales como espacios de sociabilidad son estudiados por Hirschegger (2017) y Villalobos (2016). Hirschegger (2017) analiza los esfuerzos del Estado peronista en Mendoza, Argentina, entre 1940-1950, por desarrollar una educación agroindustrial que beneficiara a la población rural. Ante las dificultades de los programas de educación rural para niños y jóvenes en escuelas formales, el gobierno argentino implementó la educación extensiva que incluía clubes agrícolas para jóvenes y adultos. Aunque este tipo de educación no fue exitosa ni tuvo un impacto extendido en las zonas rurales, por falta de continuidad e integralidad en los planes del Estado, la sociedad civil demandó más programas de educación, lo que indicaría el interés de la población campesina en acceder a servicios y conocimientos que podrían impactar en la vida local y la “apertura de canales de participación más directos” (p. 122).

También Villalobos (2016) analiza las asociaciones juveniles campesinas entre los años cincuenta y ochenta del siglo XX en Costa Rica por medio de los conceptos sociabilidad y comunidad desde un enfoque sociológico rural e histórico. En los clubes juveniles se desarrollaron solidaridades y un trabajo comunitario enfocado en la solución de problemas locales. La autora concluye que, si bien el interés en el control y la organización de la juventud estuvo determinado por el contexto internacional (influencia estadounidense), hubo una organización “desde abajo” que permitió a la juventud rural suplir carencias de educación formal, crear espacios de sociabilidad en torno a un ocio constructivo y adquirir destrezas en economía del hogar. Estos nuevos espacios propiciaron la formación de una conciencia sobre la identidad juvenil rural. Asimismo, concluye que a diferencia de los procesos que vivían juventudes urbanas de otros países, en el sector rural costarricense los grupos juveniles reafirmaron los estereotipos de género y el modelo de sociedad patriarcal. Esta afirmación concuerda con lo descrito por Jaramillo (2017) acerca de la creación de Grupos de Amigos de la FNC, liderados por campesinos adultos, pues los grupos de jóvenes no estaban dando los resultados esperados.

La bibliografía estudiada evidencia la relación significativa de los clubes 4-S con procesos de amplio alcance que impactaron la vida de la juventud campesina entre 1950 y 1980. Uno de esos procesos fue la globalización de la ciencia y la tecnología al servicio del desarrollo capitalista, que para los sectores rurales se tradujo en la revolución verde o modernización agrícola. La transferencia de conocimientos fue jerárquica y condicionada, situación usual en el paradigma de las relaciones entre países pobres y desarrollados después de la Segunda Guerra Mundial. Fue jerárquica porque se asumió al campesinado como consumidor de saberes creados en el primer mundo. En efecto, los extensionistas agrícolas fueron mediadores culturales encargados de difundir formas, hábitos y procedimientos propios de un mundo racionalizado, típicamente occidental. En este escenario, el campesino debía abandonar la relación ancestral, idiosincrática y simbólica que tenía con la tierra y acceder a una nueva relación mediada por la productividad y los valores de la racionalidad capitalista. Además, se esperaba de esta población una actitud propia de las clases subalternas: la sumisión a las directrices unilaterales que venían “desde arriba”, aunque en muchos casos esta población opuso una fuerte resistencia (Cuvi, 2020, p. 253). Estos hechos son una manifestación del contradictorio proceso de modernización, pues, aunque programas como el de los clubes 4-S ayudaron a crear espacios de sociabilidad e identidad en la juventud campesina, al mismo tiempo reforzaron una ideología conservadora y tradicional, como en el caso del rol de las mujeres campesinas en la sociedad y la familia patriarcal. Asimismo, la cooperación internacional, como la Alianza para el Progreso, estuvo condicionada a los intereses políticos y económicos definidos por E.E. UU.; en particular, la erradicación y prevención del comunismo y la ampliación del mercado de semillas y agroquímicos. No seguir las líneas dictadas por el capital estadounidense podía desatar procesos violentos como el golpe de Estado en Guatemala en 1954, donde el desarrollo de cierto tipo de nacionalismo amenazó inversiones de empresas estadounidenses, por mencionar sólo un ejemplo de otros tantos en Latinoamérica.

Un segundo proceso importante que muestra la bibliografía es el de la concepción sobre la juventud campesina. Para los modernizadores agrícolas, los campesinos jóvenes eran receptores de un mundo tradicional lleno de supercherías, atraso y rasgos de barbarie. Al mismo tiempo, por su condición de juventud, eran actores clave para materializar el ideal de progreso occidental, principalmente el norteamericano. La labor civilizatoria de las instituciones y los agentes que trabajaban con la juventud campesina consistía en promover un cambio de ideas y de condiciones de vida que inclinaran la balanza hacia la producción racionalizada, el liderazgo empresarial y la democracia. Desde un punto de vista político, se pretendía evitar que la juventud campesina integrara grupos contestatarios y, desde un punto de vista económico, se buscaba reducir la migración rural a las ciudades. Este último punto fue neurálgico en Colombia desde 1950 debido a que la Violencia, el crecimiento demográfico y la modernización agrícola presionaron a una parte del campesinado a migrar a las zonas urbanas, que empezaron a vivir un desarrollo industrial importante. La transformación técnica del sector rural y su estabilidad política y social estaban atadas estrechamente al crecimiento del sector urbano y sus industrias, pues materias primas y alimentos debían ser provistos desde el campo colombiano. Además de una tibia Reforma agraria en los años de 1960, el Estado trató de ampliar su soberanía en el campo mediante programas de extensión rural, iniciativa apoyada por poderosos gremios empresariales. Solucionar los malestares sociales que vivía Colombia entre 1950 y 1980 y beneficiar el desarrollo económico implicaba influir en un grupo poblacional concebido como potencialmente peligroso y al mismo tiempo prometedor.

Conclusiones

En Latinoamérica, los clubes juveniles rurales fueron estrategias político-sociales promovidas en programas de modernización agrícola. En su empresa de llevar el conocimiento al campo, el extensionista se enfrentaba a una realidad cultural (patriarcalismo, analfabetismo, explotación tradicional de la tierra) que dificultaba su misión de persuadir al campesino adulto para transformar sus prácticas productivas. Este panorama, sumado a la urgencia de intervenir cuanto antes en la región para impedir la expansión del comunismo u otros proyectos políticos que desafiaran el statu quo, llevó a los actores involucrados a centrarse en la juventud rural. El alcance y la estructura del programa eran claros: se trataba de ciclos de educación informal concebidos con una perspectiva de género. Ambos elementos se nutrían de los patrones socioculturales propios de cada sociedad y de los modelos de desarrollo económico de la época.

Los estudios que abordan los clubes juveniles rurales en Colombia (Jaramillo, 2017; Silva, 2009, 2012, 2014) provienen de la antropología y el desarrollo rural. Gracias a la orientación interdisciplinaria de las investigaciones que integran un enfoque histórico, puede conocerse de forma limitada una parte de la historia de los 4-S. Los textos tienen un carácter cualitativo en el que incorporan la descripción y el análisis de discursos escritos y orales. Las metodologías consisten principalmente en la revisión documental de fuentes oficiales, publicaciones periódicas, informes de extensión y en entrevistas. Las representaciones de la juventud rural y el control político, económico y cultural de esta población son los ejes sobre los que Silva (2009, 2012, 2014) y Jaramillo (2017) se ocupan del tema para Colombia. Estas autoras, así como historiadores de otros lugares del continente (Gutiérrez, 2009; Gutiérrez, 2014; Hirschegger, 2017; Mecozzi, 2021; Rosenberg, 2016; Vásquez, 2020; da Silva, 2014; Villalobos, 2016), realizan sus análisis en la óptica de las ideologías subyacentes a los programas de extensión de entidades gubernamentales y económicas, además de la Iglesia católica, que pretendieron direccionar la juventud rural. Son casi inexistentes las definiciones del concepto juventudes rurales en la bibliografía consultada, a excepción de Silva (2012, p. 7); por ello, es necesario construir un marco de referencia teórico amplio sobre las características socioeconómicas, geográficas y culturales de esta población, de manera que pueda elaborarse una definición del concepto para el caso colombiano.

Si bien la bibliografía referida a lo largo del artículo evidencia algunas de las representaciones acerca de la juventud campesina en Colombia, no se conoce de forma extensa qué representaciones y qué agencia tenía el campesinado sobre los programas que los harían más eficientes y aptos para el desarrollo del país, ni cómo los jóvenes rurales aceptaban, adaptaban o rechazaban las ideas propuestas en los clubes 4-S. Una investigación que ilustra las representaciones nacidas en el campesinado es la de Sibaja y Álvarez (2021, pp. 177-178), que da cuenta de publicaciones periódicas e informes oficiales que recogen las apreciaciones de los campesinos sobre semillas certificadas de maíz en Antioquia en el marco de la revolución verde. También, la de Rozo y Del Cairo (2017) sobre un programa de mejoramiento del hogar en Guainía entre 1959 y 1980, en la que los autores se refieren a cartas en las que los indígenas expresaban su interés en las nuevas relaciones que podían establecer con la burocracia indigenista y con el Estado colombiano. Asimismo, es importante reconocer la heterogeneidad de las unidades familiares y de las formas de propiedad cuando se investiga la juventud rural (Kessler, 2006, pp. 18-30). Es decir, la diversidad y complejidad de las juventudes rurales.

Este balance bibliográfico invita a estudiar de manera crítica el origen, desarrollo y disolución de los 4-S y de otras asociaciones de la juventud rural en Colombia. ¿En cuáles zonas del país operaron en mayor número y durante más tiempo? ¿Hubo acaso una correlación entre el éxito o fracaso de los clubes y su fuente de financiación? ¿Las desventajas perennes de la periferia colombiana se vieron reflejadas en el funcionamiento de ciertos clubes en comparación con los territorios hegemónicos andinos? Y, fundamentalmente, ¿qué repercusiones tuvieron los programas en la vida de los campesinos y cómo fue la interacción entre los nuevos valores inculcados en los jóvenes y las estructuras culturales tradicionales en las que vivían? Asimismo, es necesario estudiar las contradicciones que había entre los objetivos de los clubes 4-S y las realidades que enfrentaba la juventud campesina de menos recursos, realidades atadas a contextos de violencia, escasez económica, machismo, entre otros fenómenos, tal como describe León (2020) en su estudio sobre la juventud rural en Meta, Colombia. La invisibilidad historiográfica de los 4-S no es prueba de su poca importancia como estrategia de control, comunicación, espacio de sociabilidad y de trabajo con las juventudes rurales en Colombia, sino más bien una falta de foco en la agenda investigativa de la historiografía colombiana.

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Notas

1La financiación de estos clubes se realizaba con aportes del sector público y privado y del Programa Interamericano para la Juventud Rural (IICA, 1973, pp. 22-32; Hutchcroft y Arias, 1973, pp. 19-38).

2La modernización agrícola en la segunda mitad del siglo XX en Colombia se entendió como una política tecnológica que buscaba hacer más eficaz la producción y comercialización agrícola; requería mecanización, fertilizantes, abonos, pesticidas y semillas mejoradas, profesionalización e investigación especializada, conformación de un mercado nacional, organización industrial y empresarial en torno a actividades agrícolas y cooperación internacional (Zambrano, 2015, pp. 80-85).

3Palacios (2011) advierte que, como había sucedido con la Ley 200 de 1936, sobre régimen de tierras, la Ley 35 de reforma social agraria, de 1961, en Colombia fue otra medida “preventiva y tímida [que] dejó a los campesinos, una vez más, en los márgenes del sistema” (p. 213).

4En 1972 el Instituto Interamericano para la Juventud Rural publicó una bibliografía sobre juventudes rurales cuyos textos pueden considerarse como fuentes primarias (IICA, 1972).

5Las revistas consultadas fueron: Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura; Historia Crítica; Anuario de Historia Regional y de las Fronteras; Historia y Memoria; HiSTOReLo. Revista de Historia Regional y Local; Trashumante. Revista Americana de Historia Social; Memorias. Revista digital de historia y arqueología desde el Caribe colombiano; Historia Caribe; Historia y Espacio; El Taller de la Historia; Historia y Sociedad; Ciencia nueva, revista de historia y política .Historia 2.0 Conocimiento Histórico en Clave Digital. La revista Fronteras de la Historia, del Instituto Colombiano de Antropología e Historia, publica artículos científicos sobre el período de la sociedad colonial y la primera mitad del siglo XIX.

6Historia Caribe (2017). Dossier: Estado y bienestar rural en la Argentina durante la primera mitad del siglo XX, 12(31), http://investigaciones.uniatlantico.edu.co/revistas/index.php/Historia_Caribe/issue/view/130; Historia Crítica. (2013). Dossier: Nuevas historias agrarias de América Latina, 51, https://revistas.uniandes.edu.co/toc/histcrit/51

7De acuerdo con Triana (2010, p. 209), distintos gobiernos se interesaron en la educación rural y crearon instituciones como la Escuela Normal Rural, las Escuelas Vocacionales de Agricultura y las Escuelas Hogar Campesinas entre 1934 y 1974. Sin embargo, la educación impartida no tenía como objetivo la autorrealización y autodeterminación del campesinado; su propósito era instrumental y sus alcances, muy limitados. Por su parte, Helg (1987, pp. 195-196) evidencia que entre 1945 y 1957 la educación primaria y secundaria colombiana tuvo un crecimiento espectacular en los sectores urbanos y en el régimen privado, mientras que en el rural siguió predominando el problema del acceso a la educación (1987, p. 207).

Recibido: 28 de Octubre de 2022; Aprobado: 15 de Mayo de 2023; : 01 de Julio de 2023

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