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versión impresa ISSN 1666-485X

Tópicos  no.26 Santa Fe dic. 2013

 

NOTAS

Lenguaje e idioma en la escritura de la filosofía académica.

 

Fabián Mié
Profesor Asociado de Filosofía Antigua, Facultad de Humanidades y Ciencias Universidad Nacional de Litoral. Investigador Adjunto del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET). Dirección electrónica: fabiangustavomie@gmail.com

 

"Sólo cuando verdaderamente despierta en el alma el sentimiento de que la lengua no es sólo un medio de intercambio para el entendimiento recíproco, sino un auténtico mundo que el espíritu ha de poner entre sí y los objetos por el trabajo interior de su fuerza, sólo entonces estará en el camino correcto, el que le permitirá hallar y depositar en ella cada vez más".1

¿Cuál es la relación entre lenguaje filosófico, idioma y producción académica en América Latina? La reflexión que me planteo tiene como referencia una afirmación de Gonzalo Rodríguez-Pereyra2, según quien las investigaciones originales en el área de la filosofía analítica tendría poco o nulo valor publicarlas en otro idioma que en aquel que, indudablemente, es el dominante para esa filosofía-y no sólo para ella-, o sea, el inglés. Creo que es una deficiencia del enfoque de Rodríguez-Pereyra el no establecer algunas distinciones entre lenguaje e idioma al abordar este tópico. Por otro lado, sugiero que, al menos para el caso de América Latina y el español, pero también el portugués, publicar investigaciones originales en el área de la filosofía analítica, y no sólo en esa área, no tiene un bajo impacto.
Precisamente el hecho de que sea útil publicar en inglés en todas o casi todas las más diversas formas de filosofía actual (historia de la filosofía, fenomenología, ética, etc.), constituye un indicio de que no hay estrictamente algo peculiar que justifique reclamar que las investigaciones pertenecientes a la filosofía analítica deban publicarse en inglés. Y si no lo hay, uno puede ponderar otros criterios que justifiquen publicar filosofía en diversas lenguas.
Ciertamente, quien sostenga esto no puede ignorar que un número importante de revistas especializadas, que gozan merecidamente de un alto impacto como órganos de difusión, pertenecen al mismo mundo anglo-parlante donde se producen la mayoría de los trabajos que allí mismo se publican. Tampoco pueden ignorarse otros aspectos significativos sobre el uso del inglés como lingua franca en el mundo académico ni sobre la comodidad que entraña poder comunicarse en una única lengua cuando se participa en un congreso filosófico al que acuden miembros de países como Dinamarca, Holanda, Japón, Corea, Italia, Finlandia, etc. En una palabra, desde el punto de vista de la utilidad, comodidad y del alto impacto, entre algunos otros aspectos, no me parece que valga la pena discutir si hay o no que publicar investigaciones filosóficas originales en inglés, y esto no sólo para el caso de la filosofía analítica. Sin embargo, hay variadas razones que llevan a morigerar el carácter drástico del juicio de Rodríguez-Pereyra, y quizá en algunos aspectos a revertirlo. Sintéticamente, creo que tales razones se centran en la relación entre lenguaje filosófico e idioma, y en la situación actual de la producción académica en esta parte del mundo. Esta última razón entraña aspectos político-culturales; la primera, otros que atañen al medio de expresión de la filosofía.

Las lenguas europeas modernas, a partir de su propia evolución y de la declinación del latín como lengua académica y posteriormente como lingua franca, fueron constituyendo para el saber que denominamos"filosofía" un acervo expresivo en el que resultan inescindibles la acuñación de un lenguaje filosófico y la articulación del mismo en cierto idioma. Un idioma está lejos de ser meramente un cristal neutro e intercambiable, a través del cual la universalidad de los conceptos se asocia accidentalmente a un conjunto de

palabras. Deberíamos concebirlo, más bien, como el medio sin el cual no puede cobrar expresión concreta una articulación de ideas filosóficas. Esto se dio, sobre todo, en inglés, alemán, francés e italiano, pero no por razones idiomáticas, sino por la calidad y cantidad de producciones filosóficas que hubo en esas lenguas a lo largo de la historia moderna de la filosofía. Que varios filósofos modernos hayan escrito simultáneamente incluso parte de su obra en latín y otra parte en su lengua materna, no constituye una objeción a la articulación necesaria entre lenguaje filosófico e idioma, que reclamo como válida. Similarmente, no sería óbice para mi afirmación que en la actualidad alguien escriba y publique parte de su producción filosófica en su propio idioma, dado el caso que éste sea diferente del inglés, y otra parte en inglés. Estoy tratando de defender una relación intrínseca entre lenguaje filosófico e idioma, por un lado, y, a la vez, de favorecer el uso de una cierta pluralidad de lenguas para publicar filosofía, sin poder ni querer legislar de antemano sobre cuáles sí y cuáles no. Pienso que son perfectamente admisibles como lenguas de publicación todas aquellas a través de las cuales se comuniquen un número importante de filósofos en su tarea diaria y que cuenten con un desarrollo histórico ligado a la evolución de las ideas y el vocabulario de la filosofía. Éste es, sin duda, el caso del español. Pero, además, actualmente el español filosófico que se practica en América Latina tiene como sustento su uso realmente transnacional y demográficamente extendido, por un lado, y, por otro, la novedad histórica que constituye, en rigor desde hace algunas décadas, el establecimiento de las producciones filosóficas latinoamericanas.

Por otra parte, no veo que el uso de una cierta multiplicidad de lenguas traiga aparejado inconvenientes prácticos severos. Por cierto, en congresos internacionales el uso de una lingua franca, como es el inglés, puede ser una solución. Sin embargo, no llegaría por ello a recomendar que alguien no lea su trabajo en francés, y me parecería, a la vez, perfectamente deseable que, después de haberlo hecho, esté dispuesto a responder en inglés a una consulta de su colega australiano. Pero éste también debería tener la disposición y la capacidad-finalmente, se trata de un pequeño círculo de gente que ha tenido el privilegio de acceder a la educación superior- de dialogar con su colega galo si éste elige continuar usando la lengua de Baudelaire. Mutatis mutandis, aplicaría el mismo criterio para las publicaciones. Así era una vez, hasta no hace muchos años. El multilingüismo que, a la echa, a veces a duras penas sobrevive en la filosofía, guarda una correspondencia de iure con la densidad de las culturas filosóficas regionales o nacionales, y se justifica por ello; pero además, sin paradoja en este aspecto, se relaciona con un descentramiento en la producción filosófica que ha llevado a que la filosofía académica no se desarrolle exclusivamente a buen nivel en las universidades de los países otrora exclusivamente dominantes3.
Distintas lenguas en su decurso histórico atravesaron instancias en las cuales la expresión filosófica del pensamiento se enriqueció al tomar los servicios de esa lengua. Esto sucede cuando un número de filósofos busca usufructuar el acervo que les ofrece un determinado idioma, que frecuente, pero no exclusivamente, coincide con su lengua materna. Si se trata de un filósofo idiomáticamente dotado, podrá hacer esto recurriendo a dos o más lenguas, por supuesto. A uno-no es mi caso- le puede parecer que distintos giros y expresiones que se leen en los libros de Heidegger constituyen, cuanto menos, oscuridades imposibles de alumbrar; pero sería pura ignorancia desconocer que el lenguaje filosófico de ese autor surge de dos fuentes cuyo entrelazamiento fructífero es lo que centralmente querría defender aquí: el aprovechamiento de posibilidades expresivas que un autor de filosofía sabe obtener de la lengua en que habla, por un lado, y la utilización del potencial histórico-conceptual proveniente del lenguaje técnico de la filosofía, de otro lado. Esto explica que a la configuración histórica de una lengua moderna, en lo que suele llamarse su estadio clásico, también haya prestado su servicio la filosofía, no siendo ello patrimonio exclusivo de la literatura.

Hay quienes exacerban el aspecto particular de una lengua, e insumen en ella la universalidad del vocabulario filosófico. Mi posición es la contraria: no suscribo la tesis de una nacionalización del lenguaje de la filosofía ni ninguna clase de mistificación de la superioridad de uno u otro idioma para esta disciplina. La pretendida superioridad idiomática no es, en muchos casos,más que puro predominio histórico y, por lo tanto, explicable en términos de crudas relaciones de poder entre las nacionalidades y sus lenguas de expresión.
Resumiendo, afirmo que, por un lado, hay que mantener distinguidos la universalidad del lenguaje filosófico, compuesto de un vocabulario técnico, y el carácter particular de un idioma en el que escribe filosofía un conjunto de autores. Pero, por otro lado, y en virtud de razones que tienen que ver con el desarrollo histórico del lenguaje de la filosofía a partir de la modernidad, creo que hay que continuar incentivando la retroalimentación entre el lenguaje filosófico y las lenguas en las cuales se hace de hecho filosofía. Una recomendación en el sentido de publicar exclusivamente en inglés, me parece que desvirtúa tanto la universalidad como la particularidad de las que se compone la práctica de la filosofía en la actualidad.
Volviendo a América Latina, la consolidación institucional de las universidades y el crecimiento del número y la calidad de las producciones filosóficas son razones para suponer que publicar filosofía en español puede tener un alto impacto en sentido amplio: para la carrera exitosa del autor, para nuestros órganos de publicación (editoriales y revistas) frecuentemente ligados a instituciones académicas que subvencionan la investigación y, por último, para las posibilidades expresivas que pueda alcanzar el lenguaje universal de la filosofía en esta lengua transnacional.Me parece también deseable contrapesar cierto empobrecimiento expresivo y estandarización innecesaria en el modo de expresión, que observo en algunas publicaciones filosóficas donde se adoptan forzadamente lexemas y hasta estrategias de exposición tomadas del inglés en que se escribe filosofía hoy4. Una vía para realizar ese deseo puede ser potenciar el intercambio entre lenguaje técnico-filosófico y la lengua del autor. Con"empobrecimiento expresivo", y su opuesto,"riqueza expresiva", no me refiero primeramente al uso de un idioma a un alto nivel literario. Me refiero a ello también, pero sobre todo a que la expresividad del lenguaje de la filosofía se realiza siempre en ciertas lenguas; de manera que la riqueza adquirida por el lenguaje universal de la filosofía escrito en los idiomas europeos constituye un potencial que no veo razones para estimular que se desaproveche dejando de cultivar el uso filosófico de dichos idiomas precisamente en la escritura, que es la instancia en la cual más se estiliza una lengua en nuestra cultura.
Aprender a usar filosóficamente otra lengua, tal vez en especial para quienes están demasiado acostumbrados hoy a comunicarse en la materna doquiera que vayan, es algo útil y, sobre todo, puede ser, filosóficamente hablando, también algo bueno para finalmente dejar de lado esas divisiones erróneas, como inglés y el resto de los idiomas, o filosofía analítica y filosofía continental.

Notas

1. Wilhelm von Humboldt, Sobre la diversidad de la estructura del lenguaje humano y su influencia sobre el desarrollo espiritual de la humanidad, traducción A. Agud, Madrid, Anthropos, 1990, p. 227.         [ Links ]

2."The Language of Publication of 'Analytic' Philosophy", Crítica. Revista Hispanoamericana de Filosofía, 45/133 (2013), pp. 83-90. En ese mismo número encuentro especialmente convincente la réplica de Diana Pérez.

3. Advierto, sin embargo, que lo peor que podríamos hacer los latinoamericanos en esta hora es caer en la autocomplacencia a que, a menudo, empuja la mera compulsa de cifras cuando se comparan universidades. A mi juicio, en América Latina, y sobre todo en mi país, que es lo que desconozco menos, persiste aún un desequilibrio excesivo entre universidades centrales y periféricas. Como a lo largo de toda esta nota, me refiero, cuando no exclusivamente, sí primeramente al área de la filosofía.

4. Como siempre, las "víctimas" de esa presión son los sectores más vulnerables de la comunidad académica, es decir, los jóvenes que pretenden forjar su carrera, muchos de quienes caen en la tentación de cierto efectismo argumentativo acompañado de un halo de novedad del cual al poco tiempo suele quedar poco más que el gesto.

 

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