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versión On-line ISSN 1666-485X

Tópicos  no.31 Santa Fe jul. 2016

 

RESEÑA

Charles T. Wolfe, Materialism: A Historico-Philosophical Introduction. Cham, Heidelberg, New York, Dordrecht, London, Springer, 2016, 139 pp.

 

Natalia L. Zorrilla

CONICET/UBA/Sorbonne

Durante siglos, por diferentes razones o circunstancias socio-culturales, el materialismo ha padecido cierto soterramiento generalizado, cuyas estrategias de exclusión han ido variando a lo largo de la historia. Sin embargo, existen al menos dos factores claves, característicos de esta tradición filosófica y determinantes para la mentalidad occidental contemporánea, que habrían motivado la reciente revisión y reversión de este fenómeno historiográfico. En primer lugar, la insoslayable importancia del materialismo en el pensamiento científico debido principalmente a su impronta naturalista; en segundo, la fuerza crítica, secularizadora, de sus reflexiones ético-políticas, las cuales dan lugar a una revaloración del cuerpo propio inspirada en el legado hedonista epicúreo. 
No obstante, la demonización de la materia y su representación como la fuente de todo mal y de toda imperfección predominaron en el imaginario filosófico hasta hace poco tiempo atrás (siendo optimistas). Bastaría con recordar, como lo hace Wolfe, que el mismo término "materialista" es, en su origen, un constructo polémico, utilizado como recurso desacreditador (pp. 6-7). De la misma manera, ciertos adjetivos que actualmente admiten un sentido descriptivo relativamente neutral como "reduccionista", "mecanicista", "dogmático" y otros, han funcionado como acusaciones contra los defensores y las defensoras de una cosmovisión materialista. La concepción de lo corpóreo como lo opuesto a la inteligencia, como lo bruto y lo vil, y por fin como lo anti-filosófico impregna muchas páginas de la historia de la filosofía.[1]
Charles Wolfe escribe su libro Materialism: A Historico-Philosophical Introduction con el objetivo de despejar estas controvertibles apreciaciones reconstruyendo cronológicamente las problemáticas que ocuparon a los filósofos materialistas. Si bien Wolfe se propone realizar un estudio introductorio de los nodos problemáticos del materialismo a lo largo de su historia, el libro parecería estar dirigido a un público especializado, esto es: a profesionales de las humanidades o a lectores y lectoras que tengan cierto ejercicio analítico incorporado al enfrentarse a textos pertenecientes a esta disciplina.
El foco de este estudio está puesto en el materialismo ilustrado del siglo XVIII (dentro de lo que actualmente se denomina la Ilustración Radical) y en la teoría de la identidad y ulteriores debates en filosofía de la mente durante el siglo XX. Así, Materialism no ofrece un abordaje de tipo enciclopédico como el que podríamos observar en las escasas publicaciones que antecedieron a la del Prof. Wolfe. En este sentido, uno de los primeros esfuerzos por realizar una sistematización del pensamiento materialista desde la Antigüedad fue el de Friedrich A. Lange con su Geschichte des Materialismus und Kritik seiner Bedeutung in der Gegenwart (1866). Otros estudios que abrevan en esta tradición de pensamiento son Materialism: An Affirmative History and Definition (1995) de Richard C. Vitzthum y Histoire des philosophies matérialistes (2007) de Pascal Charbonnat. En ellos, se afirma la unidad de esta corriente filosófica, la cual puede trazarse y examinarse histórico-conceptualmente.

Este es, en efecto, un punto de partida que Wolfe comparte. El primer capítulo del libro intenta entonces reponer el oprobio del cual fueron víctimas las voces del materialismo a la vez que nos pinta un sucinto panorama de las diversas formas históricas que ha adquirido esta tradición filosófica. Tal como confiesa Wolfe, no se trata de proponer un contra-relato que exalte e idolatre a los Lucrecio, a los La Mettrie o a los Dennett en detrimento de los Platón, los Descartes o los Kant sino de recuperar y reconocer la complejidad del pensamiento metafísico sobre la materia, frecuentemente simplificada, ignorada o negada por las historias de la filosofía tanto como por las obras canónicas de la misma.

El segundo capítulo explora la articulación de la crítica aristotélica al materialismo, la cual apuntaría hacia los physiologoi, es decir, hacia los defensores de la necesidad y el azar. Indirectamente, a través de la reconstrucción de las tesis de Aristóteles que Wolfe realiza aquí, el lector y la lectora entran en contacto con el atomismo (principalmente) democríteo[2] y con la teoría de Empédocles. Wolfe destaca, no obstante, otro interlocutor polémico del estagirita en el dominio de la filosofía natural: Platón (y los amigos de las Ideas). El tercer término que propondría Aristóteles se fundaría en el estudio de las causas finales, lo que le permitiría dar sentido al factum de las regularidades naturales, aspecto cuando menos problemático para los defensores del azar. Sin embargo, no se alejaría demasiado del ímpetu naturalista de los physiologoi, ya que se trataría de un "materialismo enriquecido" que postula a la finalidad de cada proceso natural como inherente a la estructura misma de la materia (p. 30).

Uno de los atributos más interesantes del libro de Wolfe es el constante contrapunto que plantea entre la reflexión filosófica y las teorías científicas. Así, su recorrido por los textos aristotélicos decanta en una comparación entre la visión teleológica de la naturaleza que defiende el estagirita y aquella que sostendrá la teoría de la evolución, la cual supondrá inevitablemente cierta aleatoriedad en el curso de los eventos naturales. Esta problemática le permite a nuestro autor introducir en el capítulo tercero al llamado "transformismo", tesis que antecedería a la propuesta darwiniana. Según Wolfe, el punto de partida materialista suele implicar, por su inspiración lucreciana,[3] tal como se ve en pensadores como Diderot o La Mettrie, un concepto de naturaleza caótica, que produce "formas más o menos estables y viables" y que luego las extermina (p. 38). Las especies podrían no tener entonces un origen diferenciado.

En tanto configuraciones materiales, los seres vivos no deben su forma u organización a una causa exterior o trascendente. En efecto, la materia, para estos filósofos de la Ilustración Radical, contiene en sí el principio de su propio movimiento, la energía que impulsa su propio cambio. 

Así, Wolfe acuña el concepto de "vitalist materialism" para dar cuenta de ciertas metafísicas de la materia que hacen de ella un principio activo, radicalmente distinto a la idea de sustrato pasivo o de extensión, por lo que no son factibles de ser comprendidas como un abordaje meramente mecanicista del mundo natural. Antes bien, focalizan su atención en el organismo vivo y su constante transformación, argumentando que el cuerpo no puede ser exhaustivamente "matematizado". Los referentes serían Diderot, Buffon y La Mettrie.

Estos materialismos vitalistas no erradican las nociones de contingencia y aleatoriedad del mundo natural[4] pero, según Wolfe, no obstante, defienden un tipo de determinismo específico, al cual nuestro autor llama "embodied determinism". Ahora bien, este determinismo no alude ya al dominio cosmológico sino estrictamente a la relación entre el cuerpo, por un lado, y los estados mentales y ulteriores acciones de un individuo, por otro; en dicha relación, el primero, en razón de su disposición, determina (causalmente) a los otros dos.

Este desplazamiento tendría el objetivo de mantener el problema mente-cuerpo dentro del horizonte temático de la lectura, acercando el desarrollo moderno de la cuestión al abordaje contemporáneo de la misma. Por eso, Wolfe comienza paulatinamente a incorporar vocabulario que no sería típico de la época de las luces, por ejemplo caracterizando a algunos paladines del "vitalist materialism" como reduccionistas (p. 36).

A continuación, en el cuarto capítulo, Wolfe busca oponerse a la equivalencia entre el materialismo y el mecanicismo. Propone con este fin la noción de "materialist embodiment", mostrando que el materialismo ha sido ante todo una exploración del fenómeno de la encarnación (embodiment), del ser un cuerpo. Aquí entra en juego entonces el problema del cuerpo como subjetividad (y no como un conjunto de partes extra partes) y la dimensión del deseo y la búsqueda del placer, la cual, según Wolfe, excedería una concepción meramente maquínica del hombre.
El quinto capítulo trata sobre la ética en el materialismo vitalista. Wolfe sostiene aquí que, a diferencia de otras corrientes contemporáneas más volcadas hacia la producción del conocimiento científico, el materialismo durante la Ilustración tiene un componente "ideológico" o "afectivo", desestabilizador y cuestionador de las normas sociales vigentes.
La voluntad diderotiana de mitigar el hedonismo relativista de La Mettrie sirve como ejemplificación de los disensos internos dentro de esta tradición filosófica. Sin embargo, la figura clave aquí es el Marqués de Sade. 
Tal como advierte Wolfe, precisamente durante los siglos XVII y XVIII, los detractores del materialismo intentan instalar la idea de que de una metafísica de la materia se sigue necesariamente el inmoralismo, lo que contribuye a que se establezca una equivalencia entre materialismo y libertinaje. La figura de este "escritor maldito" resulta útil para profundizar en dicho debate; Sade funciona, según Wolfe, como una posibilidad límite del pensamiento ilustrado debido a que intenta integrar un reduccionismo materialista con cierta "dimensión trascendental" presupuesta en la "teología negativa" de su sadismo. Del extremo constituido por el "inmoralismo" libertino sadeano oscilamos entre la risa democrítea que evocaría La Mettrie, quien se reiría ante el reconocimiento del limitado o inexistente control que tenemos sobre nuestros impulsos orgánicos y la sensibilidad diderotiana volcada hacia el sentimiento empático.[5]
El sexto capítulo se aboca a reconstruir someramente los desplazamientos conceptuales que parten desde el materialismo ilustrado hacia la teoría de la identidad y las discusiones en torno al problema mente-cuerpo desde el enfoque de la filosofía analítica (siglos XX y XXI). Wolfe descubre que paulatinamente se va asentando la localización del pensamiento en el cerebro, también considerada como la "naturalización del alma". Este proceso decanta en el "materialismo vulgar" (Vulgärmaterialismus) del siglo XIX que habría erradicado los matices que manejaba el materialismo vitalista predecesor, convirtiéndose en una temprana formulación de la identidad cerebro-mente (brain-mind).[6] En suma, esta sección del texto de Wolfe es una breve intervención que pretende trazar un puente hacia el siguiente capítulo de Materialism, en donde su autor aborda ya sin rodeos la teoría de la identidad (abreviada como IT).
Sobre ella, destaca su origen australiano (lo atribuye a tres filósofos analíticos: U.T. Place, J.J.C. Smart y D. Armstrong, mencionando además a H. Feigl y D. Lewis), criticando la visión eurocentrista de la historia del materialismo que solo tendría en cuenta la tradición filosófica continental. Una definición amplia que podríamos ensayar de la IT sería la siguiente: se trataría de afirmar la identidad entre estados y/o procesos mentales y estados y/o procesos cerebrales; esta puede formularse como una identidad de tipos o de casos pero, tal como recuerda Wolfe, no se trataría de una identidad necesaria a priori sino contingente.[7]
Existen asimismo distintas variaciones de la IT en lo que concierne a la conceptualización de los estados mentales, las cuales Wolfe divide en dos: la tesis de la traducción (translation thesis) y la de la desaparición (disappearance thesis). La primera sostiene que el discurso sobre lo mental, que comúnmente expresamos en primera persona en la forma de, por ejemplo, el reporte de una sensación,[8] debería traducirse a un lenguaje fisicalista, según Wolfe (se lo suele denominar también "topic-neutral language"). La segunda considera que no es posible suprimir la equivocidad de estos enunciados de nuestro lenguaje ordinario; estos serían falsos (p. 96) dado que se referirían a entidades inexistentes.
Wolfe elucida asimismo otros términos claves como "epifenomenalismo", "emergentismo" y "superveniencia", en donde se ponen en juego al menos dos características de lo mental, a saber: si es o no reducible a lo físico y si tiene o no eficacia o poder causal.
Por otro lado, menciona la clásica crítica funcionalista a la IT, la cual le atribuye a esta teoría el no poder explicar la realizabilidad múltiple de los fenómenos mentales, suponiendo que distintas plataformas o bases físicas podrían generar, cuando menos, un dispositivo de procesamiento de datos (el ejemplo aquí es Deep Blue, la computadora que le ganó a Kasparov al ajedrez). Esto da pie a la ampliación del debate acerca de qué es pensar y acerca de la inteligencia artificial, aunque Wolfe no se extiende sobre este punto.
En el capítulo octavo, vuelve al tema del cuerpo como subjetividad, explayándose sobre ciertas problemáticas que podrían resultar desafíos para los materialistas, como, por ejemplo, la del miembro fantasma. Este fragmento del libro se propone acentuar ciertos aspectos del materialismo que chocan con el austero fisicalismo: por un lado, la idea de que el cerebro forma parte de un cuerpo, valorando el fenómeno de la propiocepción y del embodiment, y, por otro, lo que, siguiendo a Vigotski, Wolfe llama "the social brain", es decir, el registro de la dimensión de las relaciones simbólicas en las que está involucrado. De la misma manera en que la noción de self ha sufrido la deflación producida por las críticas de Hume, Nietzsche y Dennett, Wolfe llama la atención sobre los riesgos de no tener la suficiente "modestia epistemológica" (p. 100) en lo que al cerebro concierne y por eso procura "desontologizarlo" (p. 111).
Al considerar los puntos de vista de Husserl y Merleau-Ponty entre otros (como, por ejemplo, T. Nagel), argumenta que, si bien estos fenomenólogos se oponen al dualismo (cartesiano) al distinguir entre cuerpo mecánico y cuerpo viviente (aquí Wolfe alude a los términos Leib y Körper que Husserl contrapone), del privilegio de la perspectiva de la primera persona hacen nacer una intencionalidad originaria constitutiva de esa experiencia, anclada en principio en el cuerpo propio. En otras palabras, ontologizarían la subjetividad, algo que según Wolfe no puede permitirse post-Hume y post-Nietzsche. Inclusive parece suscribir a lo que K. Hayles llama "intuición posthumana" (p. 113), la cual consiste en entender a la conciencia no como la dimensión identitaria del yo sino como un epifenómeno.
En cuanto al miembro fantasma, Wolfe aduce que los fenomenólogos parecen obliterar la posibilidad de comprender a esta experiencia como un auto-engaño, buscando reforzar la idea de que nuestra relación con nosotros mismos está colmada de opacidades. Adicionalmente, Wolfe sostiene que, de hecho, el fenómeno del miembro fantasma podría explicarse a través de las neurociencias.[9] Sin embargo, el punto central para Wolfe es mostrar que no habría necesidad de oponer un sí-mismo (self) privado y fundacional al cuerpo o al cerebro (p. 117). No es claro que esta sea una crítica (justificada) a los fenomenólogos. Ahora bien, la oposición no tendría sentido desde el momento en que concebimos al self como una ficción, una suerte de prótesis o instrumento (p. 121), y desde el momento en que observamos al cerebro como una serie de operaciones neuronales[10] que además es permeable a los intercambios simbólicos que constituyen el lenguaje y la cultura.
Por último, el capítulo final de Materialism aboga por una visión anti-esencialista y anti-fundacionista del materialismo. Su propuesta implicará cierto reduccionismo y naturalismo. Este último indica principalmente que el materialismo es en definitiva una filosofía inmanentista, es decir, que no admite ningún ámbito o entidad trascendente sobrenatural que tenga poder causal sobre la naturaleza. Así, es importante para Wolfe destacar su gran poder crítico y desestabilizador. En este sentido, habría ciertos hilos conductores que harían del materialismo una unidad, a pesar de que no habría una instanciación histórica del mismo que pueda privilegiarse ante otras.
El de Wolfe sería, en conclusión, un libro que presenta al materialismo de una forma plural ("pluralistic materialism", p. 106) ya que busca que se reconozca la diversidad de perspectivas dentro de esta tradición de pensamiento. Para lograrlo, como hemos visto, debe refutar y combatir prejuicios que se construyeron en torno a ella. El lema metodológico parece ser aquí el siguiente: "… a homeopathic dose of history may help calm the tension" (p. 92). En efecto, la estrategia de Wolfe consiste en desarticular dichas miradas desfavorecedoras sobre el materialismo, atendiendo a las condiciones históricas de su gestación y neutralizando así sus efectos.

Sin duda, quien se lance a la lectura de este libro, podrá valorar el empeño que Wolfe pone a este minucioso trabajo de historiar y cuestionar las interpretaciones e imágenes conceptuales que fueron generándose en torno a las filosofías materialistas. Finalmente, el constante diálogo que este autor plantea entre las teorías científicas y las reflexiones metafísicas sobre la materia invita al lector y a la lectora a explorar distintos ámbitos cognoscitivos, inspirando una variedad genuinamente enriquecedora de líneas de investigación posibles.

[1] Cfr. Platón, Parménides (130d).

[2] Debido a que el abordaje de Wolfe se centra en Aristóteles, este autor no desarrolla las diferencias entre la física atomista presocrática y la epicúrea en lo que respecta al problema de la necesidad y el azar en las explicaciones de los fenómenos naturales. Ahora bien, para Epicuro, según Lucrecio en De rerum natura, existiría un verdadero principio de indeterminación, garante de que la voluntad no está determinada por el destino o la fatalidad: se trata de una indeterminación físico-cosmológica, es decir, del clinamen o la desviación de los átomos de su trayectoria de caída en línea recta. Por el contrario, para Demócrito y Leucipo, la noción de necesidad prevalecería, interpretando el concepto de azar como ausencia de finalidad cósmica de los movimientos atómicos. Es sobre todo gracias a la transmisión crítica del epicureísmo de Marco Tulio Cicerón en, por ejemplo, De natura deorum, que el clinamen pasa a concebirse como la aleatoriedad en el mundo natural.
Wolfe no profundiza en estos matices, quizás porque la concepción de Lucrecio sobre el azar es la que termina primando durante el siglo XVIII como la principal lectura del epicureísmo, período que en definitiva ocupa a Wolfe durante gran parte de Materialism.

[3] Cfr. Lucrecio, De Rerum Natura, libro V.

[4] Wolfe no menciona el desarrollo crítico de Holbach respecto de la noción de hasard, la cual es para el barón un término desprovisto de sentido, y que indica la ignorancia de quien la utiliza particularmente en el contexto de la explicación científica de un fenómeno natural. No en vano Yves Charles Zarka (préface a Matérialistes français du XVIIIe. siècle: La Mettrie, Helvétius, d'Holbach, Paris, PUF,2007, pp. XII-XIII) establece una diferenciación entre el matérialisme aléatoire de Diderot y el matérialisme de la nécessitéde Holbach.

[5] El gran ausente aquí es el barón d'Holbach. Su inclusión hubiese resultado interesante ya que sus reflexiones y propuestas ético-políticas parecen ser en algunos aspectos diferentes (mucho más conservadoras) que, por ejemplo, las insinuaciones diderotianas en Le Rêve de d'Alembert que acercarían a este último a la tradición de la novela libertina. 

[6] El tema del materialismo histórico o dialéctico no es desarrollado en profundidad, debido a que quizás ameritaría un estudio aparte.

[7] En consecuencia, nuestro autor observa cierta tensión respecto del materialismo de los defensores de la IT ya que al ser refutable, funcionaría a su vez como una hipótesis científica (no solamente como una tesis metafísica).

[8] Un ejemplo de estos enunciados podría ser: "Veo un árbol verde".

[9] Se podría argüir un re-mapeo (remapping) del mapa cortical (u "homúnculo de Penfield"), el modelo interno del cuerpo que tenemos en el cerebro, causado por desajustes entre el feedback visual y el propioceptivo (p. 113).

[10] Atribuirle "agencia" al cerebro también sería un error pues tal como recuerda Wolfe, no existe en él un operador que comande tal o cual neurona.

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