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versión impresa ISSN 1666-485Xversión On-line ISSN 1668-723X

Tópicos  no.33 Santa Fe jun. 2017

 

RESEÑAS

Bosso, Cristina (comp.), El Concepto de Filosofía en Wittgenstein, Buenos Aires, Prometeo, 2015, 255 pp.

 

Javier Vilanova Arias (UCM, Madrid)

De la mano de la profesora Cristina Bosso de la Universidad de Tucumán y de la editorial Prometeo llega a nuestras manos un nuevo volumen sobre las ideas, hazañas y tribulaciones del insigne filósofo austriaco Ludwig Wittgenstein. Teniendo en cuenta el ingente, quizás hasta exorbitado, manantial de escritos sobre el autor que fluye últimamente en el ámbito académico y en el puramente editorial, cabe preguntarse: "¿sirve para algo este libro?". Pregunta que si trastocamos un tanto malévolamente el slogan tópicamente vinculado al austriaco, "el significado es el uso", podemos trasmutar en esta otra: "¿significa algo este libro?"

Pues bien, aunque debo confesar que en general me inquieta y hasta me alarma la profusión de literatura académica y especializada sobre Wittgenstein, sobre todo teniendo en cuenta (¡oh paradoja!) la irritación que a él le producía ese tipo de escritos, y hasta qué punto su producción filosófica iba dirigida a desanimar y culpabilizar a los autores de tales productos culturales, a la que se suma la incómoda sensación de escalofriante contradicción que me despiertan mis propias contribuciones al granero de la exégesis, en este caso optaría por una respuesta no negativa a ambas preguntas. Volviendo a otro slogan del austriaco, "las palabras solo significan en un contexto", y en este caso me atrevería a decir que las palabras (el libro) y el contexto (el para qué y el cómo ahora y aquí) encajan y se sustentan mutuamente, como debe ser. Argumentaré tal cosa en las tres partes de que, como el Dios de los católicos, se irá materializando esta recensión.

El para qué

Hay una tendencia, sobre todo en el ámbito de la Filosofía Analítica, a considerar la concepción de la Filosofía de Wittgenstein como "poco interesante". En general, se tiende a pensar que es una concepción extrema, absurdamente radicalizada por la aversión obsesiva del autor al mundo académico, una concepción que reduce el discurso filosófico a un tamaño infinitesimal al quitarle su espacio de juego tradicional (la argumentación, la definición, el análisis, en suma la teoría), un tanto excéntrica, poco consistente, prácticamente impracticable, y a la que el propio Wittgenstein traicionaría continuamente en sus propias investigaciones. Así, incluso por parte de aquellos que valoran muy positivamente e incluso adoptan muchas de sus ideas sobre el lenguaje, el conocimiento, etc., lo habitual es encontrar un diagnóstico despreciativo más o menos en esta línea, junto con alguna argumentación dirigida a garantizar que podemos legítimamente seguir haciendo teorías en filosofía "a pesar de Wittgenstein". Es natural que así ocurra, pues si uno favorece la concepción de la filosofía de Wittgenstein resulta patentemente contradictorio (cuando no deshonesto) escribir textos de corte académico sobre él. Como dice Tomasini Bassols en su propia contribución al libro, hay un sentido en el que Wittgenstein es una figura trágica. ¿Por qué? Él estaba perfectamente consciente de que a su enseñanza se la tragaría el maremoto de la filosofía académica, con sus escuelas, revistas, congresos, etcétera. Heroicamente, sin embargo, continuó su obra.

Al margen de los problemas de conciencia (y de doble conciencia) que pueda generar su concepción de la filosofía para sus seguidores, creo que el desprecio y a veces el olvido de la misma, por parte de los que quieren entender o simplemente sacar provecho de sus ideas, constituye un craso error. Y ello porque en Wittgenstein, como en pocos autores, teoría o metateoría van de la mano, es decir, las conclusiones a las que va llegando en su investigación dependen y reproducen su metodología, y su metodología se legitima y funda en los resultados de sus investigaciones. Y ello porque su noción de la filosofía y su noción del lenguaje (su gran y casi único tema) se complementan uno a otro, se sustentan entre sí y, mirados con un poco de perspectiva, prácticamente coinciden. En ambos casos prevalece la práctica frente a la teoría, el contexto frente a la idea, el ejemplo frente a la definición, la finalidad frente al fundamento, la resolución de problemas frente a la especulación, la síntesis frente al análisis, la creatividad frente al algoritmo, la aplicación frente a la regla, la vaguedad y la flexibilidad frente a la determinación y el rigor, y el pluralismo de usos y maneras frente a la universalidad del a priori. Es imposible entender el modus operandi del filósofo Wittgenstein sin apelar a su concepción del significado, que imposibilita tanto la especulación puramente teórica del filósofo tradicional que produce problemas en vez de resolverlos como las generalizaciones semánticas que toman forma de teorías o doctrinas. Pero a la vez, no se acaba de entender su concepción de las palabras como herramientas, el lenguaje como un juego y los conceptos como aire de familia si no ve como se llega a ella de forma natural cuando uno aplica su metodología de ir presentando uno tras otros ejemplos concretos y lo más variados posibles de prácticas lingüísticas. Y solo así, además, se entenderá por qué tiene que exponer esas nociones mediante metáforas (juego, herramienta, aire de familia), y se sabrá cómo hay que tomarse y utilizar las metáforas para alcanzar su forma de ver las cosas.

Una buena prueba de esta compenetración entre teoría y práctica nos la da el hecho de que en sus escritos Wittgenstein mezcle siempre ambas cuestiones y ambos discursos (sobre la filosofía y sobre el lenguaje) marchen en paralelo tocándose, cruzándose y en ocasiones coincidiendo o enredándose entre sí, formando topologías conceptuales dignas de un Gödel, un Escher o un Bach (como en el célebre párrafo XXX de las Investigaciones, en el que una consideración metateórica sobre el alcance cognoscitivo de su concepción del lenguaje como un juego conduce "naturalmente" a la concepción del significado como aire de familia). Prácticamente no hay pasaje de la obra de Wittgenstein que no aparezca trufado de consideraciones sobre el valor, la finalidad y sobre todo la metodología propia de la filosofía, algo que al lego le resulta muy anómalo, incluso desconcertante, pues en la gran mayoría de ocasiones no se ve "a cuento de qué" vienen esos paréntesis digresivos. Aunque casi siempre cuando se mira más de cerca el pasaje, o más de lejos, terminan descubriéndose que sí, sí, tienen mucho o todo que ver con lo que viene diciendo.

Por ello, oso concluir, resulta extremadamente desafortunada la relativa escasez (más allá de la monografía de Fann, la peculiar y personal última aportación de Norman Malcolm, y los capítulos de inserción obligada en los estudios de carácter generalista) de libros dedicados a su meta filosofía. Hay pues, una necesidad (si necesidad hay de entender a Wittgenstein, aunque eso, como dije al principio, es otra cuestión) de entender mejor su concepción de la filosofía, y entender como ésta impregna, canaliza y probablemente cohesiona el grueso de su producción. En la medida en que este libro contribuye a ir cubriendo ese hueco, me parece que hay una finalidad más reconocible, una mayor justificación y un más claro significado que muchos de los "eternos retornos de lo mismo" que prevalecen en los catálogos de novedades editoriales.

El cómo

Aun a riesgo de parecer un vendedor de coches, proclamaré ahora que, en este aspecto, el libro no necesita presentación pues casi se presenta por sí solo. Una edición cuidadísima, impecable en lo formal, con una muy atractiva portada y un primoroso diseño de edición, sirve de vehículo para un abordaje profundo, plural y exhaustivo de los distintos aspectos de la concepción de la filosofía wittgensteiniana. Es cierto que hay un par de artículos cuya temática no acaba de "encajar" en el proyecto global, por muchos que sean su valor y su interés intrínseco. Pero el grueso de las contribuciones se dedica al tema que da título del libro, abordando diferentes problemas, aspectos teórico-prácticos e interpretaciones del mismo. Todos ellos son reputados expertos en el pensamiento del austriaco, y además, representan un gran abanico de posturas y recepciones del mismo (algunas más "escépticas" como las de Vicente San Félix o Cristina Bosso, otras más realistas o "conservadoras" como las de Guadalupe Reinoso o Pamela Lastres), lo cual le da al libro un pluralismo que, me parece, constituye de por sí un gran valor epistémico, pero lo es más en el caso de un pensamiento tan abierto y deliberadamente inacabado como el de Wittgenstein.

Al pluralismo añadiré ahora otra virtud del libro, y es que la gran mayoría de los contribuyentes procuran no enredarse más de lo necesario en cuestiones técnicas o en juegos de erudición, siguiendo el imperativo de simplicidad y naturalidad tan wittgensteiniano. Como dice la editora en el prólogo, el libro no es una introducción a la obra de Wittgenstein, pero puede servir y aprovechar tanto al "friki" como al mero curioso, pues "en todos los casos el tono amable predomina sobre los datos técnicos, lo que facilita la comprensión". En este sentido se hace un libro, dentro de lo que cabe, "accesible" que resultará interesante para todo el mundo y provocará de distintas maneras a los distintos auditorios.

El libro se abre con un trabajo de Manuel Cruz en el que expone su propia concepción de la Filosofía (según la cual su "esencia última" es "ponerlo todo -absolutamente todo- en cuestión"), y que paradójicamente no puede resultar menos wittgensteiniana (según la cual la filosofía "deja todo como está" y "no puede interferir en modo alguno con el uso efectivo del lenguaje"). A continuación, Tomasini Bassols dedica su trabajo sobre todo a dibujar el contraste entre la concepción de la filosofía tradicional y el "pensar" wittgensteiniano (en algún momento llega a utilizar el término "anti-Filosofía" si bien matiza "anti-Filosofía tradicional") centrándose en el concepto de comprensión involucrado en un caso y en el otro. Vicente Sanfélix dedica su trabajo a defender la propiedad de interpretar la concepción filosófica del Wittgenstein maduro desde planteamientos relativistas y escépticos. Una lectura bastante afín a la que nos ofrece Cristina Bosso en su propia contribución, quien cifra el valor fundamental de su propuesta en la lucha contra los dogmatismos y la apelación a instancias "absolutas" que resuelvan nuestras disensiones y problemas. Ambos se centran más en el ámbito moral y estético que en el epistémico, aunque en todo caso quieren hacer extensivo su análisis también al ámbito filosófico. No demasiado lejos de esas aguas navega la propuesta de Miguel Ángel Quintana Paz, quien ve en la figura de Wittgenstein la de un "destructor de metafísicas" muy en la línea de aquel otro pensador decimonónico germano que filosofaba a martillazos, y en el que critica algunas propuestas exegéticas de recuperar fundamentos objetivos para nuestras prácticas lingüísticas, ya sea en base a "relaciones internas" entre los elementos de la práctica, la identidad entre distintas jugadas de la misma regla, o la comunidad lingüística. Guadalupe Reinoso ensaya una lectura de la propuesta wittgensteiniana que, anclada en la recuperación y exaltación de lo cotidiano, abra paso a procesos de comprensión de marcos, prácticas y discursos ajenos y, en este sentido, permita reconciliarlo si no con los planteamientos metafísicos si con algunos de los anhelos de la filosofía tradicional de proponer nuevos ámbitos conceptuales y formas de pensar y ver las cosas distintas a las "ortodoxas".

Hasta aquí, podríamos decir, discurren los trabajos consagrados a pergeñar una lectura global del concepto de Filosofía de Wittgenstein. El resto de trabajos, no menos interesantes, aunque quizás más eruditos, se dedican a aspectos concretos o momentos menos ubicuos de su reflexión. Pamela Lastres ofrece un estudio en torno a la concepción de conocimiento que podemos encontrar en el Wittgenstein tardío, especialmente en Sobre la Certeza, y las críticas que se derivan de ellas del uso que hacen de predicados como "yo sé" o "yo no sé" los filósofos tradicionales en debates como el del "escepticismorealismo". Santiago Garmendia se centra en la evolución del concepto de Filosofía en el llamado Wittgenstein "de transición" de la década de los 30, donde mejor se puede observar la "invención" del nuevo método por él propuesto y sus consecuencias para la práctica filosófica. Susana Maidana traza una interesante comparación entre las concepciones respectivas de David Hume y Ludwig Wittgenstein, entre los que encuentra más parecidos que diferencias. Recordemos que el método de las comparaciones, el establecer las coincidencias y divergencias con casos conocidos, era el favorecido por Wittgenstein no solo para la comprensión filosófica, sino en general para la comprensión lingüística del día a día, así que el método utilizado por Maidana no puede ser más apropiado. Por su parte, Yolanda Fernández Acevedo proporciona una lectura "en continuidad" de la concepción de la filosofía de Wittgenstein que abarque desde el Tractatus a Sobre la Certeza, y que se caracterizaría por el reconocimiento de que en filosofía no se alcanza nunca ninguna conclusión estable, sino que el estado de perplejidad e incertidumbre que estimula y acompaña su reflexión es renovado constantemente.

Por último, hay dos aportaciones singulares que tocan temas colaterales, la contribución de Manuel Pérez Otero, centrada en probar que la concepción del significado de Wittgenstein encaja dentro de las teorías "particularistas" como la de Kripke y la de Sandra Lazzer, quien trata el tema de la unidad de la proposición en el Tractatus.

El aquí y el ahora

El último aspecto, y en el que más me siento implicado personalmente, es el aquí y el ahora de los que a través del libro "hablan" o cuando menos lanzan mensajes al espacio bibliográfico. Todos los autores pertenecen al ámbito "latinoamericano" o "hispanoamericano", autores que utilizan el castellano como lengua de creación, expresión y divulgación filosófica, que se mueven principalmente en los ámbitos académicos e investigadores de los países de habla española, y que no pertenecen, en este sentido, a ninguna tradición filosófica "reconocible" entre las ligadas a la vida y producción del austriaco, dominadas por las lenguas inglesa y alemana. Ocurre, además, que en este ámbito particular, el de la filosofía escrita en castellano y sus países correspondientes, no hay de hecho prácticamente ninguna tradición filosófica "reconocible", si nos ceñimos al menos a las tradiciones filosóficas propias. Esto, que a primera vista pude parecer un serio inconveniente, constituye en mi opinión una gran ventaja. Intentaré explicarlo mejor.

Hay una tendencia por parte de las tradiciones anglosajonas (incluyo aquí tanto las austro-germanas como las británico-estadounidenses) a "apropiarse" de la obra y el pensamiento de Wittgenstein como algo que solo puede ser entendido, propiamente recibido y aprovechado dentro de tales tradiciones. En dichos ámbitos es donde se encuentran los "exégetas" oficiales, donde se constituyen las Sociedades "Wittgenstein" que intentan erigirse muchas veces en los portavoces oficiales de su figura, donde se atesora, administra y explota su legado bibliográfico y su manuscritos (y donde se "construyen" y "reconstruyen" las obras de Wittgenstein a partir del material heteróclito de sus manuscritos, en un proceso que podría haber servido de ejemplo perfecto al irónico Foucault de "¿Qué es un autor?), y donde se maneja el mercado bibliográfico y académico (las revistas, los eventos, los congresos, las editoriales...). Yo no niego que haya una justificación para este status quo. Desde luego que no se puede apreciar mucho del detalle y la motivación de las palabras de Wittgenstein sin tomar en cuenta tradiciones como las del análisis lógico del lenguaje ligada entre otras a la Universidad de Cambridge o la concepción positivista de la ciencia ligada a Viena, por poner un ejemplo. Y tampoco se puede negar que, sin hacer oídos sordos a los errores, muchos de los exégetas y estudiosos de esas tradiciones son "muy buenos" y las instituciones que los amparan muy habilidosas y rigurosas en el ámbito ejecutivo. Pero "cerrar" el universo Wittgenstein a las tradiciones anglosajonas sería, en mi opinión, un craso y triple error. Primero, históricamente, pues no hay que perder de vista las influencias variopintas y siempre inesperadas del austriaco, que no se dejan ligar a ninguna escuela ni estilo de pensamiento, desde los escritos teosóficos de Tolstoi a la ironía tana de Piero Sraffa. Segundo, conceptualmente, pues la filosofía de Wittgenstein deliberadamente procuró apartarse, alejarse y destacarse no solo respecto al ambiente académico con el que era agresivamente hostil sino también de las tradiciones que allí se movían y cuyos herederos ahora tratan de apropiárselo (no olvidemos que para Wittgenstein declaradamente ni Frege, ni Russell, ni Carnap, ni siquiera alguien en principio tan cercano como Moore eran capaces de entenderlo). Y tercero, estratégicamente, pues algo tan "nuevo" como sus propuestas difícilmente puede entenderse de manera plena desde dentro de sistemas de pensamiento "constituidos", con largas historias y sus propios repertorios de conceptos, problemas tipo y catálogos de posturas.

Y aquí, me atrevo a decir, es donde los filósofos "en castellano" o "en latinoamericano" contamos con una inmensa ventaja derivada de la, en principio, nuestra gran carencia. Quitando algunas excepciones notables en los que se puede hablar de una "voz propia" (quizás Unamuno, quizás Dussel, quizás el todavía olvidado Vaz Ferreira...), en estas tierras, a un lado y al otro del Atlántico nos hemos tenido que resignar, a la hora de practicar la reflexión filosófica principalmente a "beber" de otras tradiciones, en algunas raras ocasiones quizás añadiendo una vuelta de tuerca a la "historia oficial", pero casi siempre limitándonos a abrir sucursales más o menos prósperas de los paradigmas filosóficos en boga. Eso tiene un lado malo, malísimo sí se quiere, en el que sería ocioso y más bien mortificante detenerse ahora. Pero también tiene, por qué no, su lado bueno, buenísimo si uno quiere verlo así. Dicho en los términos que un polaco que encontró en Argentina un espejo de su propia cultura aplicó a la ventajosa desventaja de la incipiente literatura argentina de los cuarenta, al menos en el ámbito filosófico somos "informes". Es decir, carecemos de "forma", o mejor todavía "no hemos aprendido las formas". Lo que quiere decir que, como el adolescente, como el núbil, como el novicio, todavía no poseemos un "carácter", todavía no hemos "comprendido" las leyes de los fenómenos ni "aprendido" los conceptos en los que hay que hacerlos encajar. Y sobre todo, carecemos de juicios, ya que todavía no hemos sido capaces de "formar" una opinión. Eso, creo, proporciona un aliciente, en general, para la invención filosófica, pues en ella todo juicio es, de partida, un prejuicio, y todo esquema conceptual una imagen que interfiere en la aprensión del fenómeno. Pero especialmente un aliciente, en particular, cuando se trata de una propuesta que "rompe" con todas las tradiciones, y procura empezar desde cero la tarea del pensar como es la del ya largamente difunto Ludwig Wittgenstein.

Es por ello, me parece que el "aquí y ahora" del libro no puede ser más afín a su tema y sus contenidos ni más conveniente en el estado de cosas actual que rodea la actividad filosófica .Y, puestos a ser optimistas, muchos de los autores, ideas y cavilaciones que en él se encuentran bien pueden acabar contribuyendo a que haya otro muchos "después y allá" que, a fuerza de repeticiones, ensayos y errores acaben cristalizando una forma propia de hacer y pensar las cosas "en castellano" o "desde Latinoamérica", o "al modo de Wittgenstein". Ya veremos.

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