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versión impresa ISSN 1666-485Xversión On-line ISSN 1668-723X

Tópicos  no.34 Santa Fe dic. 2017

 

RESEÑAS

Reseña : Pascale Gillot y Daniele Lorenzini (comps.), Foucault/Wittgenstein: subjectivité, politique, éthique, París, CNRS Éditions, 2016, 299 pp.

 

Valentín Huarte (Universidad Nacional de Córdoba)

 

El presente trabajo reúne una serie de artículos cuyo objetivo consiste en establecer algunos puntos de comunicación entre las obras de Michel Foucault y Ludwig Wittgenstein. Se propone la exigencia suplementaria de hacerlo privilegiando los temas éticos y políticos. Como bien indican los editores en su introducción se trata menos de documentar la influencia directa de Wittgenstein sobre Foucault que de abrir un espacio conceptual en donde puedan reunirse algunos de sus conceptos (p. 11). El libro en su conjunto busca poner a prueba la hipótesis según la cual es posible apreciar cierta simetría en la crítica del psicologismo legible en ambos autores. Esta crítica se constituye en ambos casos como el punto de partida para una redefinición de la práctica filosófica con notables resonancias que parecen flexibilizar la delimitación que la crítica académica ha trazado entre sus pensamientos. Despojada de sus pretensiones especulativas la disciplina milenaria inaugurada en la Grecia antigua debería resolverse en una terapéutica cuyo objetivo más modesto radicaría en la transformación de sí mismo.
El libro se divide en cuatro partes: (i) "La cuestión del antipsicologismo" (pp. 33-107); (ii) "Lenguaje, historia y política" (pp. 107-167); (iii) "El yo y el nosotros" (pp. 167-241); (iv) "La ética de la relación a sí" (pp. 241-292). Luego de realizar un esquemático comentario en el que pretendemos restituir las tesis centrales de cada uno de los artículos compilados intentaremos una aproximación más general a la unidad temática de la obra.
En la primera parte, Elisabetta Basso documenta minuciosamente las distintas etapas de la crítica de la psicología que pone en marcha Michel Foucault desde su "Introducción" al ensayo de Binswanger. Luego de una excelente reconstrucción del recorrido de Foucault, la autora concluye: "Dicho de otra forma, no se trata tanto para Foucault de aclarar el estatuto teórico de la subjetividad como de rastrear 'la constitución histórica de diferentes formas de sujeto'" (p. 52). Pascale Gillot retoma este problema para sostener que la distancia entre las respectivas tradiciones intelectuales en las que se inscribe el
pensamiento de cada uno de los autores puede ser reducida bajo el paraguas genérico de un anticartesianismo radical (p. 55). Retomando la lectura de Jacques Bouveresse, afirma que el pensamiento de Wittgenstein puede ser considerado como un ejemplar paradigmático de las filosofías del concepto en oposición a las filosofías de la conciencia – según la distinción trazada por Foucault en el prefacio consagrado a la obra de Georges Canguilhem. Pero la impugnación del cartesianismo no es equivalente al rechazo de la figura de la subjetividad tout court. El autor sostiene que el espectro del sujeto cartesiano no deja de acechar a ambos autores una vez que el problema de la representación psíquica ha sido diluido. Podría encontrarse aquí el punto de partida para una tematización novedosa del problema de la subjetividad cuyo desarrollo no fue concretado por ninguno de los filósofos.
Por su parte, Matteo Vagelli se concentra en las primeras etapas del trabajo filosófico de ambos autores para encontrar un hilo de continuidad que las conecta directamente con la vuelta del problema del sujeto que puede comprobarse en sus últimos trabajos. En ambos casos se trataría de la posibilidad de delimitar en el interior de configuraciones discursivas diversas el lugar vacío en donde puede posicionarse una subjetividad sin sujeto (p. 100). La empresa crítica que libera al sujeto de las ilusiones lingüísticas se constituye como el punto de anclaje para una práctica de la experimentación filosófica.
El artículo de Judith Revel abre la segunda parte del libro para recuperar las menciones explícitas de la obra de Wittgenstein en los textos de Foucault analizando en cada caso el valor estratégico del que disponen en relación con los problemas que el filósofo enfrenta en las distintas etapas de su trabajo. De esta manera identifica tres operaciones sucesivas basadas en el análisis no lingüístico de los enunciados: evacuación del sujeto trascendental, deconstrucción de la representación hegeliana de la historia e interrogación del funcionamiento concreto del lenguaje (p. 115-116). Se presentaría entonces la posibilidad de un complemento histórico para el convencionalismo lingüístico característico de la empresa wittgensteiniana: los juegos de lenguaje funcionan siempre en la historia definida como el devenir de las estrategias de poder y de resistencia (p. 121).
Daniele Lorenzini abre su artículo con el comentario polémico de Foucault acerca del análisis del discurso de los filósofos anglosajones realizados
alrededor de una taza de té en un salón de Oxford para afirmar que sería necesario estudiarlos en un contexto histórico más real (p. 126). Por su parte, Foucault retomaría la prerrogativa de concentrarse en la experiencia ordinaria del lenguaje para redefinir el funcionamiento efectivo del poder fuera de los marcos que trazan las grandes filosofías políticas modernas. Surge así el proyecto de una filosofía analítica de la política que en lugar de definir axiomáticamente al poder alrededor del Estado y de la ley se concentra en su experimentación cotidiana. El problema desplazado condensa en la pregunta:¿qué decimos cuando decimos poder? (p. 129). Esto permitiría abandonar la ilusión revolucionaria de la política basada en una concepción jurídica del poder para centrarse en las resistencias puntuales y específicas. La segunda parte del libro cierra con el artículo de Sabine Plaud. Se trata de una lectura política de la experiencia filosófica de la 'tribu sin alma' propuesta por Wittgenstein en susObservaciones sobre la filosofía de la psicología. Esta lectura permite poner en relación la tesis según la cual no es posible concebir al otro como un autómata en la medida en que no puede pensarse su forma de vida sin la hipótesis de la subjetividad con los análisis del poder disciplinar realizados por Foucault. De esta manera, concluye que el poder estatal se vuelve efectivo no tanto por transformar a las personas en autómatas sino en la medida en que les obliga a interiorizar la norma produciendo la ilusión de una autodeterminación libre.
La tercera parte del libro comienza con el artículo de Marc Pavloupoulos. Este se diferencia del resto en la medida en que su objetivo no consiste tanto en buscar un espacio de encuentro para ambos autores sino en señalar las falencias de la perspectiva foucaultiana apoyándose en las tesis de Wittgenstein. Recuperando la crítica de Vincent Descombes afirma que la problemática del 'cuidado de sí' se basa en un error gramatical que ancla la perspectiva foucaultiana sobre una concepción metafísica del sujeto (p. 182). Según una perspectiva más clásica, el autor afirma que el sujeto es una representación ideológica. La crítica adquiere un cariz político en la medida en que sostiene que el individuo 'autónomo' de Foucault no es más que un síntoma de la sociedad contemporánea (p. 191). De esta manera desplaza el terreno de la interrogación hacia el campo sociológico. Pierre Fasula sigue una línea similar precisando los aspectos gramaticales de la recaída metafísica: cuando uno dice 'de sí' debe concluirse que la expresión no tiene sentido en la medida en que no se sabe lo que se dice (p. 198). Sostiene que la filosofía de
Kant se encuentra en la base del dispositivo foucaultiano apoyándose en la crítica que Wittgenstein realiza del filósofo de Königsberg para aclarar algunas de las dificultades inherentes al mismo. Una vez aceptado que la autoridad es un hecho social concluye que Foucault piensa describir los mecanismos de adquisición de una subjetividad cuando en realidad explicita un tipo de hombre y de vida que deben ser concebidas como categorías sociales y culturales (p. 207).
El artículo de Élise Marrou vuelve sobre una lectura en clave política de las Investigaciones de Wittgenstein concentrándose en las fronteras movedizas entre normalidad y anormalidad. Asumida la definición de la regla como un modo de integración del lenguaje a la vida desplaza la cuestión desde el ámbito epistemológico al terreno práctico. El objetivo consiste fundamentalmente en cuestionar la idea según la cual la filosofía de Wittgenstein sería completamente indiferente a la política.
El libro cierra con dos largos artículos que componen la cuarta parte concentrados específicamente en el terreno de la ética. Orazio Irreta vuelve sobre la definición del trabajo filosófico como ejercicio sobre sí mismo evitando el psicologismo. En términos wittgenstenianos, el 'sí mismo' es concebido más bien como un límite tanto del lenguaje como del mundo. En base a esta definición el autor revisa el análisis foucaultiano de la parresía como voz que dice la verdad sin presuponer ninguna interioridad (p. 254). Define de esta manera a la experimentación ético-política no como la expresión de algún contenido latente sino como un gesto cuyas consecuencias son imprevisibles puesto que consisten justamente en el franqueamiento de un límite. Por su parte, Piergorgio Donattelli realiza una aventurada lectura de las filosofías de Wittgenstein y Foucault como dos tentativas de lidiar con la emergencia histórica de la moral en tanto esfera separada de la vida social en la modernidad. Independientemente de si los autores aceptaron explícitamente esta dirección de lectura el autor sostiene que se muestra como un terreno fértil para iluminar algunos aspectos de su pensamiento.
Finalizada esta esquemática presentación del texto ofrecemos algunas breves reflexiones que la lectura del libro ha suscitado en nosotros. Consideramos que el mayor mérito del trabajo consiste en mostrar el carácter flexible de la delimitación, en muchos casos exagerada, entre las así
denominadas filosofías continentales y filosofías analíticas. El trabajo muestra adecuadamente que lejos de constituir compartimentos estancos pueden encontrarse una serie de problemas idénticos en ambas tradiciones – sin menospreciar las diferencias de estilo. Una vez dicho esto, resta evaluar la especificidad de las filosofías analizadas – i.e. de Wittgenstein y de Foucault. Concordando con la hipótesis principal del trabajo en relación con la crítica del psicologismo, consideramos que los autores se acercan más por lo que rechazan que por lo que afirman.
Pero la impronta fundamentalmente deconstructiva de sus abordajes no nos parece suficiente para abrir un espacio conceptual en donde las obras de estos autores puedan entrar en resonancia – según se afirma en el prefacio (p. 11). La dificultad se vuelve palpable cuando se abandona el terreno de la crítica para buscar una definición de la historia y de la subjetividad. En relación con el primer punto la mayoría de los artículos apunta a que la puesta en relación de las obras de ambos autores permitiría la restitución de un suelo histórico a las operaciones discursivas condenadas en el caso contrario a funcionar en abstracto – i.e. salir de la mesa de té en Oxford para adentrarse en la historia real (p. 126). Pero no está claro que la referencia foucaultiana sea suficiente para completar esta operación. Sin entrar en el debate acerca de la veracidad histórica de los estudios del filósofo francés, no puede negarse que logran ampliar enormemente los marcos para el análisis discursivo. El desplazamiento del convencionalismo lingüístico basado en el consenso de una comunidad hacia la problemática de las relaciones de poder que atraviesan el espesor institucional de una sociedad determinada, parece bastar para justificar el añadido del genitivo 'de la política' al proyecto clásico de una filosofía analítica. Pero en la medida en que la respuesta a la cuestión del fundamento del poder se disuelva en la inmanencia absoluta de las situaciones el programa no deja de restituir en sus márgenes la imagen de una nueva filosofía de la historia: el despliegue de la idea se ve suplantado por el diagrama misterioso de un Estado-déspota abstracto que busca su encarnación perfecta. Es cierto que la cautela atenta al detalle de Foucault le previene de embarcarse en tales elucubraciones. No es menos cierto que los nouveaux philosophes pudieron invocar su autoridad de manera legítima al extraer las consecuencias de su indecisión.
El problema es simétrico en lo que concierne a la subjetividad. Pascale Gillot sostiene que el sujeto cartesiano no deja de acechar tanto a Wittgenstein
como a Foucault una vez efectuada la crítica del psicologismo. El suplemento histórico en este caso radicaría en la posibilidad de desplazar el eje de una teoría del sujeto hacia una descripción de las formas de sujeto. Pero el vacío teórico corre siempre el riesgo de ser rellenado por su doble ideológico. Sea bajo la figura de un sujeto trascendental como punto sin extensión en la experiencia, o sea tomando la realidad empírica del individuo tal como se presenta en las sociedades contemporáneas como apoyo metafísico. En ningún caso nos parece que la remisión al devenir concebido como la variación de las estrategias de poder basten para restituir a los análisis descriptivos un contexto histórico más real (p. 126). En su artículo Gillot sugiere el parentesco del análisis foucaultiano con la relectura althusseriana del materialismo histórico en relación con la categoría de 'proceso sin sujeto' y la concepción discontinuista de la historia (pp. 57, 59). Sin embargo, no debería perderse de vista en esta cercanía la línea que todavía los separa.
En términos sintéticos puede retomarse la terminología de Jean-Claude Milner: Foucault no parece aceptar la existencia de cortes mayores en la historia.1 Ciertamente, existen heterogeneidades entre distintas formas discursivas que dejan huellas localizables. Pero no hay un punto de referencia absoluto que sea inmune a los cortes. Toda la empresa althusseriana se sostiene sobre la hipótesis de la cientificidad de la teoría marxista. Aceptada esta premisa la prerrogativa de reintegrar los mecanismos del poder en el contexto histórico real adquiere otro sentido. No basta con registrar sus variaciones. Si es cierto que ser historiador y ser marxista es casi la misma cosa entonces debería poder restituírsele a la lucha de clases todo su poder explicativo.2 Sólo así se rebasa el marco descriptivo. Pero la sola postulación de la ruptura en relación con el discurso marxista abre una serie de problemas epistemológicos más generales en relación con el estatuto de la ciencia moderna. Desde este punto de vista, consideramos que de manera simétrica a lo que sucede con la teoría marxista ninguna genealogía del dispositivo psicoanalítico basta para saldar las cuentas con la teoría del sujeto elaborada por Jacques Lacan en el curso de su enseñanza. En este terreno, el retorno del cogito cartesiano que acecha a la crítica del psicologismo se despliega en una dimensión positiva. Pero, tal como
afirma Alain Badiou, el hecho de intentar evitar a Lacan constituye el único conformismo que puede atribuírsele a Foucault.3
No pretendemos negar con esto los grandes méritos con los que cuentan las filosofías examinadas – cuyas aristas principales podrá reconstruir con precisión el lector a partir de los artículos reseñados. Tampoco se trata de evaluar un pensamiento con una regla que le sería completamente ajena. Más bien parecen justas las palabras que Althusser escribiera al evaluar los méritos de la teoría levistraussiana: lo que se reprocha no es la no-conformidad al pensamiento de este o aquel hombre, sin importar cuán grandes estos hayan sido, sino en definitiva un pensamiento que parece errar a su objeto.4

1 Jean-Claude Milner, La obra clara: Lacan, la ciencia, la filosofía, Argentina, Ediciones Manantial, 1996, pp. 82-96.         [ Links ]

2 Michel Foucault, La microfísica del poder, España, La piqueta, 1993, p. 103.         [ Links ]

3 Alain Badiou, Pequeño panteón portátil, Madrid, Brumaria, 2008, p. 60.         [ Links ]

4 Louis Althusser, Écrits philosophiques et politiques, Tome II, París, STOCK-IMEC, 1995, p. 418.         [ Links ]

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